Prima, tía, las vecinas y ¡mi mamá también! VI

Agapito, aceptó la condición médica de priapismo isquémico intermitente. se coge a su prima, a su tía y a las vecinas que lo buscan para que se las clave. Le encanta mamar puchas, cuando le maman la macana, principalmente, se enloquece cuando tiene el placer de ensartar una buena pucha o algún culo

Agapito del Mazo Duro, ya se aceptó tal y como es, con la condición médica de priapismo isquémico intermitente. el trastorno médico que le permite tener la verga parada por horas, así que se coge a su prima, a su tía y a las vecinas que día con día lo buscan para abrirse de piernas y que se las clave.

Y no sólo eso, sino que le ha agarrado un gusto tremendo al placer de coger, follar, como dicen algunos, sus amantes le han ido enseñando los secretos maravillosos del sexo sin reservas y sin límites.

Le encanta mamar puchas, disfruta cuando le maman la macana que soporta largo tiempo lo que le quieran hacer y principalmente, se enloquece cuando tiene el placer de ensartar una buena pucha, bueno, hasta un par de culos se ha reventado en el camino de su aprendizaje.


Agapito está tan feliz con su insólita situación, que un marcado orgullo de macho lo hace sonreír al imaginarse lo mucho que disfrutara con las mujeres que se atravesaran en su camino.

El muchacho, de tan sólo 18 años, es alto y fuerte, 1.76 de estatura, 68 kilos de peso, atlético y de facciones agradables y atractivas, además, poseedor de esa verga incansable que tanto placer le ha reportado.

Aquella noche, después de haberse clavado a Olga por casi dos horas, reventándole el culito, el cual ella no se lo había entregado a nadie, decidió que nadie mejor que su amante para hacerlo, y no se arrepintió, tuvo un par de orgasmos que la dejaron viendo estrellitas, estaba entusiasmada con Agapito, ya que estaba resultando un amante como hay pocos.

Bueno, como les decía, aquella noche, Agapito, dormía desnudo sobre un catre situado en uno de los rincones del único cuarto de la casita que ocupaba junto con su madre.

Su garrote se levantaba duro hacia el techo, como si estuviera en espera de un buen agujero en donde clavarse.

Mariana, su madre recién había terminado de realizar sus labores en la casa y se disponía a dormir en otro de los catres en el extremo opuesto de la habitación, en el lugar que siempre ocupaba, cuando aún su esposo vivía, no se les olvide que al marido lo mató una res brava.

La joven y sabrosa mujer, se desnudó con confianza, pues veía que su hijo tenía los ojos cerrados y parecía dormir tranquilamente, aunque su garrote se mantenía en pie de guerra.

De pronto, ella notó la gran erección que se reflejaba en la pared, en una sombra fálica y gigantesca, gracias a la luz de una lampara que estaba sobre la mesita que utilizaban de buró y que proyectaba aquel garrote como un monumento a la lujuria y el placer.

Mariana, ya se había quitado la ropa y su cuerpo moreno y maduro se dibujaba en la penumbra; los contornos de su figura perfecta, de carnes aún macizas y firmes, que muchos hombres habían deseado poder amar y disfrutar en plenitud, pero que de ninguna manera les fue posible lograr, ya que ella era una mujer integra y cabal.

Sobre todo, por Agapito, al que no quería imponerle un padrastro que lo maltratara o que abusara de él haciéndolo trabajar para su beneficio.

No obstante, su integridad, no evitaba que, por las noches, desde la primera vez que viera la dura tranca de su amado hijo, tuviera sueños y fantasías sexuales, haciendo que ella se retorciera inquieta sobre el catre, pero al despertar se echaba un cubetazo de agua fría para calmar su ardor y se mantenía firme en su decisión de no entregársele a cualquiera por todas las complicaciones que eso le traería en el futuro y que no quería que sucediera.

Desde que su hermana, Aurora, le contara lo sabroso que cogía su hijo, ella había sentido tal placer y tal envidia, que no había noche que no deseara que él se la clavara hasta las anginas, quería sentir esa tranca que tenía tan cerca, pero a la vez tan lejos, no se atrevía a dar el paso decisivo.

Durante el día tenía que hacer grandes esfuerzos para no caer en la tentación de la carne, ya que su deseo era cada vez más intenso y firme, por cualquier cosa se manifestaba, los hombres la atraían y le provocaban deseo.

Su naturaleza le pedía urgentemente desahogarse, pero se había aguantado las ganas por no defraudar al muchacho al que veía como un hijo y la gente la respetaba por su honradez y firmeza.

Ahora, con la vista fija en la pinga dura y firme de Agapito, se había calentado de manera incontrolable, su cuerpo se agitaba tembloroso, su organismo fogoso la empujaba a tener pensamientos morbosos y pecaminosos.

Tenía una ternura muy especial con su hijo, lo adoraba, era su máximo consuelo en la soledad en la que se encontraban, y tal vez eso era lo que más la calentaba, el saber que él era todo un amor con ella.

En aquel momento lo veía como lo que era, un hombre con una reata potente y dura, capaz de satisfacer a la mujer más exigente, eso lo sabía por los comentarios que había oído en el pueblo sobre su muchacho.

Trató de alejar esas ideas, y de calmar su pasión metiéndose bajo las cobijas y cerrando los ojos, pero la lujuria se fue apoderando más y más de sus sentidos exacerbados, su sangre ardiente le cosquilleaba la piel, una sabrosa comezón le subía del coño a todo su cuerpo.

Sus ojos afiebrados miraron la gran macana proyectada en la pared y una ansiedad infinita de tenerla entre sus muslos se fue intensificando hasta que su organismo se convirtió en un volcán en erupción.

Su vagina se humedeció tanto, que sintió que sus flujos bajaban por entre sus nalgas, y su virtud, en ese momento se alejó estrepitosamente de su razón, su sensualidad triunfó sobre su honestidad y ya no quiso reflexionar sobre su horrible deseo.

Sólo quedó en su mente un pensamiento fijo: Ver la manera de satisfacer su pasión y ella mejor que nadie sabia la forma, ¡su hijo! Tenia que clavarse ese garrote en la panocha o se iba a volver loca de lujuria.

Se disculpo a sí misma de su atrevimiento con argumentos que a ella le parecieron legales, no era su hijo de sangre y por derecho le pertenecía más a ella que, a cualquier otra mujer, tenía todo el derecho a amarlo, de poseerlo, de gozarlo, de disfrutarlo con todos sus sentidos.

Además, nadie se daría cuenta de su acto pasional; Agapito no le negaría ese favor al darse cuenta de su desesperación.

Ambos quedarían satisfechos y su amor se guardaría en secreto, quedaría oculto entre esas cuatro paredes que serían mudos testigos de su pasión, porque estaba segura que él también la deseaba, podía verlo en sus ojos cuando la escaneaba de pies a cabeza, podía verlo en aquella verga que se tensaba cuando él veía sus pechos, sus piernas y sobre todo, sus nalgas.

No había ningún motivo poderoso para privarle a ella de un placer que necesitaba con toda su alma; por otro lado, era preferible entregarse a él que un extraño del que todo el mundo la criticaría.

Ya decidida se bajó del catre y, caminando lentamente sobre la tierra, se dirigió hacia el modesto lecho donde dormía tranquilamente el muchacho.

Iba totalmente desnuda, sus voluminosos y ricos pechos, se bamboleaban a cada paso que daba, sus gruesos muslos temblaban de ansiedad, su rostro irradiaba lascivia.

Había olvidado todo y sólo ansiaba satisfacer su deseo sexual, así que se acercó a él agitada y lo llamó por su nombre tratando de hacerlo despertar, ya nada la iba a detener, iba a gozar de aquella reata tal y como debía de ser, después de todo era una mujer como cualquier otra y lo demostraría.

—Agapito... mi muchachito lindo... vamos... despierta... tengo miedo y estoy muy asustada —le dijo moviéndolo por los hombros con fuerza.

El muchacho, quién se estaba echando un sueño sabroso, abrió los ojos con sorpresa, mirando a Mariana, confundido.

—¿Qué pasa mamá...? ¿Qué es lo que tienes? —le pregunto sinceramente preocupado.

—Tuve una pesadilla horrible y no puedo dormir, estoy muy nerviosa. ¿Podrías darme un campito en tu cama, me voy a dormir contigo hasta que se me pase este miedo? —dijo ella con la voz temblorosa por el deseo y conteniendo su anhelo.

Agapito observó el hermoso cuerpo desnudo que se trepaba en su catre con movimientos cachondos y seductores y no pudo evitar que la verga cabeceara ansiosa y deseosa de pasión.

Había visto varias veces a Mariana, sin ropa alguna, dado el sistema de vida que llevaban, pero nunca antes se excitó tanto al verla así, aunque ahora era diferente, aquella mujer emanaba algo por los poros de su piel que lo enloquecía, máxime que ya conocía el sabor de la pasión, el placer del sexo, el disfrute con una rica panocha y eso era algo que lo enardecía.

—Como tú quieras… mamá, puedes dormirte aquí, no me estorbas en nada y me gusta tenerte a mi lado —dijo el chavo conteniendo el temblor de su voz para no delatar su deseo.

—Gracias, mi muchachito lindo, eres muy bueno —dijo ella mientras su piel desnuda se juntaba a la de él, apretujándose entre su pecho.

Agapito estiró sus manos para acomodarse mejor y sus dedos tropezaron con los grandes y duros pechos de Mariana, en ese momento sintió que los pezones de las chichotas se endurecían ante el contacto accidental de sus pieles.

La mujer, completamente enardecida por el deseo, ya no tuvo escrúpulos para desfogar sus ansias eróticas y pegó sus muslos a los de él, haciendo que su peludo coño tocara el gran miembro del chavo, lo frotó suavemente con la punta y luego le hizo un tierno ruego:

—¿No te molesta si me lo meto un poquito...? Hace mucho tiempo que no sé lo que es tener una pinga dentro de mí y ya la necesito... ¿Por qué no me haces ese favor, mi chiquito?

Agapito, que ya sabía lo que era una mujer cachonda, con ganas de parchar, comprendió lo que sentía Mariana, y supo que lo que su madre necesitaba.

La quería mucho como para negarle su deseo, sobre todo, sabiendo que él fácilmente podría calmarla, darle el placer que tanto estaba necesitando en ese momento, además él también tenía ganas de mojar la brocha en una buena pucha y la de ella parecía insuperable, así que le dijo:

—Puedes disponer de mí como gustes, mamita, no es necesario que me pidas permiso, tú lo sabes muy bien.

Aquella respuesta le dio ánimos a Mariana, para continuar con sus deseos, estaba segura de que encontraría la satisfacción plena, así que lo beso apasionadamente en la boca, dándole a probar el sabor de su lengua y saboreando a su vez los labios del chavo, que no tardó en corresponderle y en sujetar sus sabrosas chichotas.

Anhelante, le sujetó el enorme garrote con sus manos y se lo empezó a jalar con energía, observando cómo Agapito, entornaba los ojos en éxtasis.

Agapito, sabía bien que no se trataba de meterle la verga y hacerla gozar, era su madre y tenía que darle todo el placer que ella se merecía, si otras lo habían disfrutado, ¿por qué ella no? Así que

Después de darle unos vigorosos masajes en la pinga, se levantó del lecho.

Los nervios la llevaron a perder conciencia de la realidad que vivía y cuando menos se lo imagino, ya estaba de rodillas frente a él, contemplando la her­mosa, grande y gruesa ma­cana en su boca, la cual tenía completa­mente abier­ta.

Mariana era verdade­ra­mente ca­lie­nte y pasional como pocas, otro atractivo que había que agregar­le a la hermosa mujer por sobre todos los que ya se han mencionado al respecto de ella.

Pero en esos momentos estaba que no creía en nada ni en nadie y se lanzaba al ataque de aquel garrote que tanto le gustaba y que ahora paladeaba.

Su temperamen­to se desato de inmediato, así que le daba tre­mendos len­güe­tazos al fierro que empapado substrajo de su boca, lo recorría de arriba a abajo, en el tallo, en la cabeza y en la enorme bolsa de los huevos que colgaban pe­ludos en la base del chile.

Había mamado muy poco en su corta vida sexual, pero en aquel momento, la enervante pasión que la consumía, la tenía convertida en una mamadora de primera. Rozo el frenillo del chi­le con la punta de su lengua y luego recorrió toda la endurecida cabeza de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, como péndulo de reloj, completamente enardecido, él acari­cia­ba la blonda cabellera de la mujer con ambas ma­nos, sin intentar dete­nerla en ningún momento, disfru­tando plenamente de aqu­ella chupada rica.

Mariana apretó con sus labios la cabeza de la reata y moviendo su cue­llo para impulsar su cabeza, hizo subir y bajar repetidas veces el

prepucio con su boca, frotando el chile de un modo maravilloso y des­quiciánte que obligo a Agapito a su­jetarle la cabeza con toda fuerza:

—No... ya no sigas... te lo su­plico... no creo poder aguantar más todo este delirio­... ooo­hhh que rico sabes chupar —gimió él en el éxta­sis supremo de pasión.

—¿Qué te pasa? —pregunto ella confundida, pensando que en su des­bordada excitación y en su goce al estar mamando aquel camote, lo habría lastimado con los dientes o tal vez había jalado muy fuerte al succionar para sentir la reata en su garganta, rozando sus anginas y la campanilla.

—No... no me pasa nada... sólo que si sigues mamando de esa manera, me vas a hacer venir muy rápido y la verdad es que no quiero hacerlo toda­vía, deseo seguir disfrutando de ti lo más que pueda, eres un verdadero bizcocho sabroso y no hay que gastar­se antes de tiempo, no sabes cómo te deseo. —expuso él sin soltarle la cabeza y delirante de pasión.

Pero ella estaba disfrutando con toda su alma, sintiendo eno­rmemente aquella chupada que le brindaba con todo lo que experimentaba en su pecho, y no quería sus­pender su labor mamatoria a ningún precio.

Así que no le hizo caso y empujando su cuello con deter­minación se metió un buen trozo de carne dura, cálida y palpi­tante, tragándoselo todo por comple­to, sus anginas fueron arrastradas por la potencia del miembro y la fuerza con la que ella se empujó.

Pero eso no le im­porto a Mariana, el goce que estaba disfrutando en su boca era sensacional y divino, como nunca antes lo había sentido en su vida y eso le daba ánimos para continuar chupando igual.

La morena mientras con la len­gua jalaba la aquella reata para tra­gar más, apretaba los labios de su boca en la raíz del camote y sus ma­nos sujetaban las duras bolas, mo­viéndo­las y masajeándolas con una suavidad tal que aquella caricia re­sultaba desquiciánte para el chavo que se sentía en el cielo del placer.

La mujer se estremeció de pies a cabeza disfrutando del orgasmo que recorría todo su ser, se había venido en seco, sin que Agapito, la tocara para nada, su ardien­te y cachondo temperamento la había llevado a la culminación de una manera deliciosa y pasional, cimbrándola por completo.

Él también estaba gozando inten­samente, tenía la leche agolpada en la bolsa de los  huevos, sentía que todo su cuerpo vibraba y se estreme­cía en oleadas insistentes que reco­rrían por cada poro de su cuerpo, así que no pudiendo aguantar más aquel torrente de crema que amenazaba con brotar, la soltó en chorros que pare­cían salir de un atomizador de perfu­me que baño la garganta de la hembra.

Mariana succiono más y con toda precisión para exprimir hasta el úl­timo vestigio de semen que pudiera quedar en aquel garrote divino, cuan­do vio que ya no salía ni una gota más y el chile de Agapito, no perdía su vigor y dureza, ya que se mantenía firme y potente, dispuesto a continuar con la contienda sexual que se adivinaba vendría de un momento a otro.