Prima, tía, las vecinas y ¡mi mamá también! V

Agapito, disfruta de su condición médica de priapismo isquémico intermitente, Lo que le permite tener la verga parada por horas; se coge a su prima, a su tía y aún le faltan las vecinas que lo quieren entre sus piernas, enteradas del aguante de su miembro y del considerable tamaño que tiene

Después de que Agapito del Mazo Duro, se cogió a su prima, su verga seguía endurecida, al verlo así, su madre, que siente que se le moja la pantaleta por aquella macana, lo lleva al doctor para que lo ayudan a bajarse el badajo.

El médico le diagnostica priapismo isquémico intermitente. O sea, que la verga le pude durar dura unas buenas horas antes de que se le desinfle, así que no deben preocuparse por nada.

Ante esto Aurora, madre de Adela y hermana de Mariana, la madre de Agapito, se lo quiere coger y con la ayuda de su hermana, lo consigue.

Agapito, aprende mucho con su tía y su prima y se le presenta la oportunidad de probar otra panocha, así que se coge a una de sus vecinas, que es madre soltera y sin duda, hermosa y sabrosa como pocas, sólo que nunca había gozado de un buen palo y Agapito, no dudó en dárselo.


Agapito, sintió que nunca había parchado tan sa­broso con una mujer, se equivocaba, lo que le sucedía era que Olga le gustaba más que su prima y su tía, tenía por ella ciertos sentimientos, que ella le correspondía, además, sabía que con Olga, aun le esperaban placeres superiores al que había recibido hasta aquel momento.

Después de que pudieron venirse abundantemente, los dos cayeron lánguidos, exhaustos en la cama, dis­puestos a descansar.

Al despertar, la pasión resurgió y volvieron a coger como si el mundo se fuera a acabar, Agapito, se vino una vez más, mientras que ella tuvo una serie de orgasmos de los que no supo, ni quiso llevar la cuenta.

Cuando se despidieron, ella se alegró mucho de que él le asegurara que pasaría a verla todos los días, a la misma hora, para darle su ración de verga, él se sintió muy complacido al ver que Olga, lo veía con tanta ternura.

Aquello fue el principio de una serie de aventuras que él mismo no se imaginó vivir, pero que cada vez se le presentaban con mayor facilidad y frecuencia, ya que las mujeres anhelaban que se las parchara para ver si era verdad que aquella dura pinga no se doblaba con nada, aunque se aventara tres o cuatro cogidas seguidas.

Una tarde, después de cogerse a Olga, fue por leña al monte, una de las campesinas del lugar lo vio y lo invitó a su casa, ella también quería que le dejaran caer la reata y la necesitaba con urgencia ya que su marido se había ido de bracero y no tenía para cuando regresar.

Agapito, al ser llamado por ella acudió a su casa, sabía perfectamente lo que la mujer quería, y ya no le daba coraje que no se lo dijeran a lo derecho que siempre lo llevaran con engaños para que al final se las tuviera que coger.

Pronto comprendió que todas lo consideraban inocente y no querían precipitarse, por eso lo iban seduciendo de a poquito, hasta que lo tenían con la verga de fuera y entonces, se volvían en unas putas insaciables, que terminaban con la pucha llena de leche y satisfechas.

Agapito, salió de su casa y empezó a caminar por las afueras de la caba­ña, estaba inquieto, los minutos transcurrieron mien­tras él pensaba en las cosas que le habían ido sucediendo, ahora tenía un nuevo llamado para probar una pucha diferente, aunque estaba seguro que hambrienta, y dudaba en ir.

Sabía que María, la mujer que le pidiera que fuera a su casa, lo único que quería era que le metiera la verga para gozar con ella, aunque a él también le gustaba María, pues tenía buenas formas y todo muy bien puesto en su lugar, no quería parecer demasiado ansioso en acudir pronto a la cita, así que se sentó un rato en una piedra, pensando en el placer que le llegaba tan fácilmente.

Se levantó de la piedra donde se encontraba sentado y anduvo de un lado a otro como fiera enjaulada, ya tenía la verga parada por la excitación que le producía pensar en ella, de cuando en cuando se detenía para es­crutar la lejanía, ahora todo el tiempo andaba ganoso de clavarse en una rica pucha, pese a las tres mujeres que ya tenía para que lo complacieran cuando a él se le antojaba tenerlas.

Se encaminó hacia la casa en donde se encontró a María, la estancia olía a tocino frito, frijoles y algo de chorizo, en la mesa había una bandeja con pan.

María, no era tan hermosa como Olga, ni tenía un cuerpo tan perfecto como ella, pero si era parecida a su tía Aurora, con grandes pechos y buenas nalgas, piernas carnosas y un gesto de mujer caliente que apenas y podía con él.

—¿Quieres comer un poco?  Ya está obscureciendo y has de tener hambre. Hay huevos, tocino, frijoles con chorizo y pan, te servirá para tener fuerzas para el camino de regreso —dijo ella amable y sonriente al verlo.

—Está bien, pondré un poco de música en el radio —respondió, él, aunque lo que deseaba en ese momento era meterle la verga hasta las anginas.

Agapito, no tardo en sintonizar una estación de melodías suaves, mientras el olor a comida excitaba sus jugos gástricos, cuando un plato de huevos fritos con tocino, frijoles y chorizo, quedó frente a él, María le preparó, también, un vaso de buen pulque para la digestión, aunque ella sabía que era para que se excitara.

—Sabe un poco raro ¿no? —dijo Agapito, después de probar el pulque.

—¿Raro? —ella se encogió de hombros— supongo que no estas acostumbrado a beber pulque, pero ya verás que pronto le agarras el gusto y ya no te sabrá tan raro como dices, es muy sabroso, además le dicen el “chamaquero”.

—Pues sí, eso he oído… —dijo él dándole otro sorbo al vaso buscándole sabor— aunque nunca he sabido por qué le dicen así…

—Porque con un par de buenos vasos, le puedes hacer chamacos a cualquiera

María, se había sentado al otro lado de la mesa para observarlo mien­tras comía, parecía disfrutar viendo como el potente muchacho disfrutaba de la comida.

—¿Satisfecho? —le pregunto al ver que terminaba con todo.

—Sí, aunque comería más, pero por hoy ya es suficiente con eso.

—Pues si gustas más, tengo bastante comida en la alacena y más pulquito.

—No, ya está bien, no quiero tener una digestión pesada —apuro el contenido del vaso que le había ido llenando María a medida que él bebía y se relajaba— además, no necesito el pulque para tenerla bien dura.

—Haces bien… lo mejor es estar en forma… — dijo María, que se levantó de la mesa rodeándola y poniéndole las manos en el cuello con ternura:

—¿Qué haces, María? —preguntó estremeciéndose con su aliento.

—¡Cariñito! —musito la mujer— tengo ganas de ti —le dijo poniéndose frente a él.

María, bajó la cremallera de su falda y la dejó caer al suelo, que­dando solo con la blusa que comenzó a desabrochar lenta y provocativamente.

—¿Te gusto? —pregunto ella quitándose la blusa dejando al descubierto sus grandes y hermosos pechos que apenas podían quedar ocul­tos bajo el diminuto sostén.

—Sí, la verdad es que estas muy buena, pe­ro…

Agapito notó su mirada enfebreci­da, efectivamente sentía una atrac­ción hacia el precioso cuerpo que tenía al frente, le gustaban aquellos grandes melones que formaban las chi­ches, hasta el pezón que los coronaba parecía llamarlo haciendo que todo su ser vibrara intensamente y lo hiciera estar deseoso de apretarlos y morder­los con toda su lujuria.

María, hizo saltar los broches del brasier para dejar libres a los her­mosos pechos al tiempo que decía:

—Ya sólo las pantaletas.

Él se fijó en sus calzoncitos de un rojo intenso y cortitos, posi­blemente los vendían en el pueblo, aunque lo que más le llamó la atención, fueron los pelos de la panocha que se le salían por los lados.

—¡Estás muy sabrosa!

—Los calzones te los dejo a ti.

Se acerco a él y comenzó a desnu­darlo, primero la camisa, luego los pantalones y lo dejo en calzones con la pinga bien parada.

—Pues bien, ya que me has tendi­do una encerrona, cabrona caliente, lo vas a pagar muy caro —dijo él en tono amenazante y burlón

—¿Como, muñeco? —pregunto ella con cachondez sincera.

—Ahora lo veras —respondió el chavo viéndola fijamente.

Como si le quemaran la piel, Agapito se quitó el calzón, lo único que quedaba en su cuerpo, faltaban las de María para estar parejos, pero estas saltaron de un violento zarpazo, la tomó entre sus brazos y la sentó a la orilla de la mesa y de un firme esto­conazo le clavo toda la reata.

—¡Ouch...! ¡Que rico...! síguele mi chavito lindo... sacude... muévete dentro de mi como quieras —gemía ardorosa y feliz por haberlo conse­guido por fin en su pucha.

Completamente caliente, Agapito quiso hacerla gozar con su chile, moviéndolo con presión, entrando y saliendo del cuerpo femenino, María, grita­ba de placer sincero y se abrazaba a él que comenzó a mover­se y a jadear con fuerza.

El chavo respiró hondo después de eyacular la primera vez, y fue un lado a otro mientras ella quedaba sobre la mesa medio tendida, con dos orgasmos plenos, pero el chile del muchacho no tenía reposo, ya que estaba más duro que nunca.

—¡Ven papacito...! ven a mis brazos y clávamela toda —pidió ella con esa pasión desbordada— Vuélveme a hacer sentir lo mismo que antes…

María volvió a ser sacudida por Agapito, con fuerza y pasión, eso le proporcionó mucho más placer y dis­frute en todo su ser, sobre todo por los largos chupetones que él le daba en los pechos sabrosos.

El chavo le llenaba el cáliz ardiente, extendiéndole los muslos al penetrarla, la mujer gemía de intensa lujuria, cuando el duro y gran garrote se incrustaba en su pucha, Agapito se movía con precisión y bombeándola rítmicamente, rozaba el clítoris con su poderosa arma amatoria que por fin se encontraba a sus anchas plenas.

Sus manos estaban bien sujetas de las carnosas y ricas nalgas de ella, las cuales apretaba con verdadero gusto ya que eran la parte que más le gustaba de su vecina, mientras que su boca desatada pasaba de un pezón al otro con infinito delirio.

Sus respiraciones se hacían más sofocadas y ambos gritaban furiosa­mente, mientras los embates de la pelvis del chavo se tornaban más firmes, penetrantes y por momentos sostenidos, llevándolos al placer supremo de ese rico palito que ambos gozaban con todo su ser.

María, movía sus nalgas con ritmo y él le atacaba con fuerza, empujándola profundamente, sus dedos hun­didos ahora en los senos, con sus toscas manos apretándoselos con toda su pasión, en un rapto final de pasión los dos estallaron en el or­gasmo pleno y total.

Agapito perdió la cuenta de las veces que jadearon juntos, y sólo al cabo de unas horas, ambos quedaron extenuados y hasta en ese momento su chile tuvo descanso pleno y delicioso.

Él se vistió con su reata aun parada y se despidió de ella, que aunque sentía que su cuerpo estaba plenamente satisfecho, seguía deseando que se la metieran, claro que ya no tenía fuerzas para continuar con aquel palo que tanto le gustaba disfrutar y gozar de principio a fin.

No obstante, sabía que ese sólo iba a ser el principio de una serie de garrotes que se aventarían juntos gozando y vibrando con todas sus fuerzas, así que al verlo salir no trato de detenerlo, por el contrario, le dijo adiós con un tierno y suave beso que los hizo sentirse bien.

Agapito, unas noches después estuvo meditando sobre el éxito que estaba obteniendo con las mujeres de la comarca y se propuso explotar su anormalidad aprovechando su extraña cualidad de no aflojar el birote por más veces que la metiera en las vaginas femeninas.

Esta historia… continuara…