Prima, tía, las vecinas y ¡mi mamá también! IV

Agapito del Mazo Duro, se cogió a su prima, y le quedó la verga dura, llegó a su casa y al verlo, su madre, se calentó, aunque lo llevó al médico, priapismo isquémico intermitente. le diagnostico, la verga le podía durar dura varias horas, su tía se enteró y se lo cogió, y luego a las vecinas...

Después de que Agapito del Mazo Duro, se cogió a su prima, hasta saciarse, su verga seguía endurecida, cómo pidiendo más guerra, en su inocencia, el muchacho, llega a su casa y después de verlo así, su madre, que siente que se le moja la pantaleta por aquella macana de buenas dimensiones, lo lleva al doctor para que lo ayudan a bajarse el badajo.

El médico le diagnostica priapismo isquémico intermitente. O sea, que la verga le pude durar dura unas buenas horas antes de que se le desinfle, así que no deben preocuparse por nada.

Ante estos hechos, Aurora, madre de Adela y hermana de Mariana, la madre de Agapito, al saber lo que pasó entre ellos, se lo quiere coger y con la ayuda de su hermana, lo consigue enseñándole al muchacho a utilizar eso que se le para entre las piernas.

Agapito se siente feliz de aprender todo lo que Aurora tiene por enseñarle y pone todo su empeño en conocer ese mundo que se abre a sus inocentes ojos


Después de cogerse a su tía y aprender algunas cosas interesantes, como mamar una buena panocha, Agapito, ya no se sentía tan mal por tener la verga siempre parada, ya había descubierto que eso le gustaba a las mujeres y ellas lo hacían pasar momentos sabrosos y cachondos.

Con su prima Adela y su tía Aurora, había aprendido a disfrutar intensamente de una buena cogida, por eso, a las dos se las seguía clavando cada vez que podía y con ambas pasaba largas horas metiéndoles la verga.

Volviéndolas locas de placer y provocándoles orgasmos que las dejaban con las piernas temblando de satisfacción, por eso no se lo cogían a diario como en un principio pensaron, tenían que descansar un poco para reponerse y tener fuerzas para volver a disfrutar de aquella hermosa verga.

Así que ahora, las burlas que le hacían por tener el camote siempre duro, ya ni siquiera las tomaba en cuenta, había aprendido que hablaban por envidia ya que no todos podían hacer lo que él hacía con su tranca.

Fue entonces que, apareció una nueva mujer en su vida, una que también quería disfrutar de aquel pito delicioso, una mujer que no era de su familia, Olga, una chava que era madre soltera que vivía sola. La verdad es que era un señor culo, tenía todo en su lugar, con las formas perfectas, y es que no es por otra cosa, pero en ese pueblo la mayoría de las mujeres estaban como para aventarse tres palos al hilo y sin sacarlo. O como dicen los españoles, estaban pa mojar pan.

Olga, era dueña de un rostro muy bonito, coqueto, con unos pechos como grandes, aún firmes, con unos pezones adecuados que se ponían duros a la menor provocación, eran unos verdaderos cantaros de miel, una cintura estrecha dibujaba su figura, unas piernas torneadas y tersas, que se antojaban a simple vista y unas nalgas, ¡qué nalgas, señor! Anchas, carnosas, redondas y firmes, desde que diera su “mal paso”, vamos, desde que se embarazara, se había puesto aún más buena y no había vuelto a coger con nadie, aunque no le faltaban moscones que pretendían darle unas buenas metidas.

Sólo que ella sabía muy bien que esos cabrones, la buscaban con la única intención de cogérsela y después andarlo divulgando por el pueblo, además, ni que cogieran tan bien, el que la había embarazado, apenas se la había metido cuando ya se estaba vaciando, después de eso, el hijo de la chingada se había largado de brasero al otro lado.

Así que, propiamente, Olga no sabía lo que era una buena cogida, y aunque sus fantasías eran muchas, no tenía una idea real de lo que era gozar con un buen trozo de verga, lo cual, su cuerpo ya se la pedía a gritos.

Bueno, pues Olga, vivía en una casita a las orillas del pueblo, sus parientes le daban ayuda económica para mantenerse ella y su hijo, eso sí, no la aceptaban en la casa familiar, porque no le perdonaban su desliz, pero a ella no le importaba, estando sola podía hacer lo que mejor le viniera en gana, así fue como invitó a Agapito, a su casa para que se tomara un refresco.

—Oye, ¿Y nunca se te dobla el chile...? —le preguntó al muchacho a bocajarro al momento de entrar a su casa, Agapito ya tenía la macana al punto desde que la viera empinadita recogiendo unos trapos, él ya había aprendido que cuando se le ponía así, era porque buscaba verija y de esas sobraran en su pueblo, aunque debía ser precavido— Digo, es que dicen por ahí que siempre lo tienes así, parado y duro —insistió ella.

—Pues así la tengo, así orino, así me acuesto y aunque no puedo dormir, así estoy siempre… no puedo doblarla…

—¿Y no dejas que la usen algunas mujeres? —pregunto con todo el interés del mundo— con lo hermosa que debe ser tu verga.

—No, no las dejo... que la usen, es que, la neta, me da pena... pienso que se van a burlar de mí si me ven así —Agapito, no quería decirle que su tía o su prima, lo usaban cada vez que él las buscaba, aun no le tenía mucha confianza a Olga, como para contarle algo tan personal.

—¿Ni a tu prima la dejas...? ¿Acaso no has vuelto a culear con ella?

—Pues sí, a ella si… dos o tres veces se la he metido, pero a escondidas, ya ves que también a ella le ponen apodos, ya que dicen que tiene magia en la pucha y que por eso no todos se avientan con ella.

—Pero tú pareces no tenerle, miedo a esos rumores de que su pucha esta hechizada ya que te la sigues cogiendo.

—Claro que no, le tengo miedo, ella sabe cómo hacerme feliz, me gusta mucho clavársela y moverme dentro de ella hasta que ya no puede más y así me lo dice, y entonces la dejo, aunque yo me quede con el fierro parado.

—¿Y no te dan ganas de metérsela a otra persona? —le pregunto melosa, observándolo con sus ojos cachondos por la lujuria, misma que embargaba su cuerpo joven y sensual.

Olga, era de la misma edad que la prima de Agapito, y tenía más de dos años de no coger, por lo que estaba que se subía por las paredes, ardía en deseos de tener dentro de su pucha una reata tan estupenda como se veía la de Agapito, aún con el pantalón puesto, así que decidió no perder el tiempo y no se anduvo con muchos remilgos para obtener lo que quería.

—¿Por qué te quedas callado y me miras de ese modo... ¿Acaso te da vergüenza confesar que te gustaría estar con otra mujer que no fuera tu prima Adela...? Vamos puedes decírmelo con confianza, yo soy tu amiga y comprenderé.

El chavo terriblemente excitado ante aquella mujer de cuerpo mórbido y bello, apenas y pudo responder ocultando su relación con su tía:

—Sí, me gustaría mucho probar con otra mujer, quiero saber si es igual o se siente más bonito —él, ya sabía que era delicioso hacerlo con la que fuera, su tía era una estupenda cogedora y mamadora, lo mismo que Adela, sólo que en ese momento supo que lo mejor era mostrarse inocente.

Olga. se acercó hasta pegar su carnoso pubis en el bulto alargado y duro del muchacho. Lo abrazó, y lo besó en la boca, con sorpresa vio que él sabía utilizar bien los labios y la lengua, así que se besaron con pasión.

Mientras, jugueteó con sus caderas un rato, picoteándose, con la endurecida macana, sobre los labios mayores de su panocha, haciendo que la pinga, envuelta en la tela del pantalón le sobara la papaya.

El muchacho observó aquel rico y estupendo cuerpo, cachondo, que se ondulaba, bailando y reptando seductoramente; sus chiches grandes y puntiagudas se bamboleaban lujuriosamente al imprimir esos movimientos circulares en el gran chipote del muchacho, ella estaba feliz, se daba cuenta de que iba ganando.

Sin que, Agapito, apenas se diera cuenta, ella comenzó a quitarse la escotada blusa luciendo sus hermosas chichotas sin sostén, luego, se quitó la minifalda, dejándolo ver que tampoco llevaba calzón, sin dejar de restregar su papaya contra aquel duro camote, volvió a besarlo con pasión.

Sus lenguas se enredaron por unos minutos, ella seguía moviendo las nalgas de esa manera tan sabrosa que sabía hacerlo, después, besó su cuello y cerca de su oído le murmuró unas palabras.

—¿Quieres que lo libere? —le dijo cachonda y ansiosa.

Agapito, asintió con sus ojos llenos de deseo, mirando los anchos muslos morenos que escondían en su centro el triángulo de pelos negros y enmarañados, que formaban un monte espeso que ocultaba la puerta del tesoro de aquella atrevida muchacha.

Olga procedió a bajarle el pantalón, dejando al descubierto el hermoso pingón que emergió en todo su esplendor, grande y grueso como macana de policía y al verla, ella pegó un grito llena de entusiasmo, sintiendo que la pucha se le empapaba más y comenzaba a palpitar, como si pidiera que se la dieran a probar, aunque sólo fuera de la mitad pa atrás:

—¡Es tan grande y divina...! ¿Como puedes tener un chile tan grande si todavía eres un chavo...? Lo tienes más bello que los de otros bueyes que presumen de garañones y no son sino pájaros nalgones.

Agapito del Mazo Duro, lleno de sonrojos, se desnudó, hasta quedar tan encuerado como la chava que lo veía admirada de la magnitud del viborón que se erguía poderoso ante sus ojos lascivos y anhelantes que no perdían detalle de nada, sintiendo que su pucha estaba llena de excitación.

Sin poderse contener lo jaló hacia el catre, deseosa de empezar pronto con aquel agasajo que prometía ser extraordinario. Se dejó caer sobre el crujiente lecho, de espaldas, abriendo al máximo sus hermosos y bien torneados muslos, ofreciéndole su rico tamal al goloso muchacho.

—¡Ya… cógeme… pronto…! —musito esas palabras al tiempo que lo veía con toda su cachondez— Cógeme aquí mismo... lléname de tu leche... reta­came la reata hasta el fondo de mis ovarios —gemía ella Agapito no había conocido a nadie que lo calen­tara con tanta rapidez y eficacia como lo había hecho ella.

Olga, tendida de espaldas en la cama, levantó las piernas forman­do una V sumamente abierta, puso sus manos alrededor de los tobillos para separar más las hermosas y ricas piernas, dejando totalmente abierto el centro de su pelambrera negra, luciendo sus carnosos labios vaginales, empapados.

Era una rajada divina, con un botón en ­ carnado y brilloso apareció, siendo ella una mujer ardiente y pasional, se lubricaba con solo pensar en lo que se iba a tragar por la pucha y que ante sus ojos cabeceaba.

Agapito, tuvo el antojo de probar aquella almeja que se abría ante él, ya conocía el sabor de la panocha de su prima y le gustaba, la de Aurora, también era un deleite paladearla cada vez que podía, ahora, deseaba probar esa que tenía frente a él.

Sin que ella se lo esperara, el muchacho se agachó clavando su cara entre los aterciopelados y torneados muslos de Olga, cuando su lengua comenzó a lamer el endurecido clítoris, ella no pudo acallar aquel gemido que brotó de sus entrañas:

—¡Aaahhh…! ¡Qué bien se siente…! —gimió cachonda como pocas veces, nunca antes le habían mamado la pucha y ahora sentía algo que no conocía, ni experimentó

La lengua, ahora experta, de Agapito, comenzó a trabajar en aquella gruta empapada por sus propias mieles, mientras mamaba y chupaba aquella rajada, sus manos acariciaban las carnosas y bien formadas nalgas de ella.

Para aquellos momentos, él ya era todo un experto mamando y cogiendo en todas las posturas que había, conocía los secretos de la pasión y no dudaba en ponerlos en práctica en ese instante, Olga, se retorcía como víbora en el pastizal.

—Así… así… chupa ricooohhh… eres maravillosoooohh… —gemía ella sintiendo el segundo orgasmo de la tarde, por fin había encontrado a un hombre que la hiciera gozar tanto como ella lo deseaba y aquel muchacho le estaba dando un placer al que no quería renunciar por nada en la vida.

Después de hacerla venir tres veces con la boca y su lengua, con dos dedos clavados en el sabroso culo de ella, él quería enchufar su macana en esa pucha que tenía un sabor tan sabroso, Olga, no sólo era hermosa, con un cuerpo casi perfecto, sino que además, tenía un sabor exquisito, su olor se había clavado en el cerebro del muchacho enardeciéndolo.

Agapito, se levantó y admiró el centro de la abierta sexualidad femenina y se arrodilló entre las hermosas y carnosas piernas, las que acarició de pasada, y luego, centrando su gran tolete en el centro enrojecido de aquellas entrañas, lo dejo ir sin compasión, con toda su potencia, viendo como la hambrienta pucha se tragaba todo el viborón sin protestar.

Olga, gimió y suspiró con intensidad al sentir que sus entrañas eran invadidas por la gruesa reata, cuando el muchacho notó que la tenía completamente ensartada, comenzó a parchar sin preámbulo alguno.

El acariciarla, el mamarla, lo había puesto hasta la madre de caliente, su reata se encontraba al máximo de su tamaño y grosor y lo mostraba con una erección impresionante y única, en ese momento.

Mientras limaba en el estrecho túnel de la vagina, con su enardecida pinga, su boca se había apoderado de uno de los deliciosos pezones y chupaba aquella chichota con todo el placer que le proporcionaba.

Olga, no aguantó la pasión que sentía y lo abrazó con piernas y brazos, mientras que su sabrosa boquita, se prendía a la de él con ansiedad, dándole a probar su lengua, lo había apartado de su pecho porque no aguantaba las ganas de besarlo.

El muchacho le correspondió, también había aprendido a besar y lo hacía de maravilla, su prima le había dicho que a las mujeres les gustaba mucho un hombre que supiera besar y que las hiciera gozar con su lengua.

Agapito, se olvidó de todos los comentarios sobre su verga y de todas las burlas de los envidiosos, ahora lo único que importaba era disfrutar plenamente de aquella rica papaya que, sin condición alguna se le ofrecía y se manifestaba dispuesta a complacerlo plena y totalmente, Olga, era una sabrosa mujer que cualquiera se hubiera aventado con gusto.

Se incorporó y puso sus manos alrededor de aquellas exquisitas nalgas, duras, ricas y redondas, las cuales apretó y utilizó para ayudarla a moverse al ritmo que su tolete le imponía entrando y saliendo de la panocha.

Luego, bajando los brazos se apo­yó en la cama como si fuera a hacer una lagartija, moviendo la cin­tura de modo que su pinga picoteara la vulva de Olga, mientras sus bocas se besaban con pasión, sus lenguas jugaban agitándose de boca a boca.

—Ya dámela, por favor... dámela toda —gemía ella— quiero tu leche… necesito sentir como me llenas… ¡aaahhh!

Agapito, la sujetó por las nalgas y la giró sobre su cuerpo, ella sintió un estertor en sus entrañas y tuvo un nuevo orgasmo, él no se detuvo y la colocó sobre su cuerpo, haciendo que ella quedara sentada sobre su garrote.

Ahora, la mujer sentía que la macana le entraba hasta los ovarios, nunca antes se había sentido tan llena, y aún en los espasmos del orgasmo, comenzó a mover las caderas de manera lujuriosa, tallando sus nalgas en los huevos de él.

Agapito la tenía sujeta por las nalgas, la movía de tal manera que ella disfrutara más y más a cada tallón que se daban, sus dejos jugaban en el apretado culito de Olga, que no dejaba de sentir que se venía en un prolongado orgasmo.

La forma como estaban cogiendo, hacía que la verga rozara una y otra vez el clítoris de Olga, que se estaba hinchando a cada segundo, la dura macana hacía que la delicada membra­na del clítoris subiera y baja­ra.

—¡Aaggghh...! ¡Me muero...! ¡mátame de pasión...! ¡que rico...! ¡muévete como así… sabroso… oooohhh! —gritaba Olga, tallándolo con las nalgas, mientras que el chavo le devolvió la caricia sujetándola del rico trasero en donde le clavaba uno de sus dedos por los fruncidos pliegues del fundillo, penetrando en el ano y arrancándole un suspiro.

Su dedo entraba y salía del chi­quito con ritmo, los movimientos eran cada vez más rápidos y ella seguía sintiendo ese maravilloso orgasmo.

Su boca, mamaba de manera alterna los sabrosos pechos que tenía frente a su rostro, todo en sí, era un momento de lujuria y placer total, un momento que ninguno de los dos deseaba que terminara, por el gusto que estaban disfrutando.

Y así se movieron con mayor fuerza, haciendo todo un placer de ese acto de amor, hasta que quedaron sentados en la cama, enganchados uno frente al otro con una elasticidad que sus cuerpos jóvenes les permitía.

—Me gusta sentir como entra y sale de mi pucha —gimió Olga, que no había dejado de sentir ese intenso placer indescriptible, desde que la ensartara, la ma­cana le entraba hasta lo más profundo de la pu­cha, y sus nalgas seguían tallando sobre los huevos del muchacho.

El movimiento de ambos se hizo rítmico, uniforme, ensartada por la reata, Olga, gemía cada vez que él empujaba hacia adelante para meterle la maza­cuata hasta lo más profundo de su ser.

—Ya no puedo másss... no puedo venirmeee... pero síguele has­ta que me vuelva locaaa —suplicaba ella con toda su angustia, gemía y boqueaba con ansiedad infinita, buscando su satisfacción.

El delicioso palo en esa postura los hacía llegar a la culminación de aquel momento de placer, Agapito trató de moverse con mayor rapidez y ella pujo más.

—¡Hazme terminar… otra vez… otra… yyaaaahhh...! —imploraba la mu­jer con toda su angustia y delirio pasional.

Volvió a girarla en la cama, dejándola de espaldas y con él montado, clavándole la reata hasta la raíz, Olga, apretaba más el chile con su vagina, no queriendo soltarlo ni un solo instante, aquello la estaba enloqueciendo.

Agapito, casi de rodillas, pasó las manos alrededor del rico tra­sero apretándole las nalgas para le­vantarla hacia su reata y que, de esa manera, la penetración fuera más intensa, para que él pudiera sacarle provecho a su reata prodigiosa y potente, el gozaba aprendiendo y practicando.

Olga, al mismo tiempo, bajó un brazo y comenzó, por entre sus muslos y los de él, a sobar con ternura los colgantes testículos, aquello era la locura para chavo, que se agitó con violencia dentro de ella que jadeaba y apretaba las bolas suplicando:

—Vente ya... quiero sentir la dicha de tu crema caliente... el ca­lor de tu rica leche en mis entrañas

Su cuerpo se contrajo y su vagina apretó el garrote que se puso tenso y descargo su vital líquido en la ya empapada vagina de la caliente Olga que seguía orgasmeándose con los ojos en blanco, apretando las bolas y mordiendo los labios del muchacho, sin causar daño, ni lastimar.