Prima, tía, las vecinas y ¡mi mamá también! II

Agapito del Mazo Duro, descubre a su prima, bañándose y no puede evitar que se le pare la verga, Adela, tiene un cuerpo delicioso, grandes chiches, cintura estrecha, piernas torneadas y un culo como para quitar el sueño. Después de varias cogidas, ella ve que la verga sigue estando dura y...

Agapito del Mazo Duro, descubre a su prima, hermosamente desnuda, bañándose y al estarla contemplando, no puede evitar que se le pare la verga, Adela, su prima, tiene un cuerpo delicioso, grandes chiches, cintura estrecha, piernas torneadas y un culo como para quitar el sueño.

Ella lo ve y lejos de enojarse, lo invita a que se acerque, de sangre ardiente y pasional, Adela, al ver el grande y grueso tolete de su primo, no puede evitar que se le encharque la peluda panocha y le pide que se la coja.

Después de aventarse varias cogidas, ella ve con sorpresa que la verga no se le baja, la tiene tan dura, o tal vez más, que antes de que se la metiera, pero ya es tarde y tienen que volver a sus hogares, así que como puede, Agapito, con sus ropas y sus manos, trata de ocultar aquel garrote que parece tener vida propia y se va para su casa, dejando a su prima cansada y satisfecha…


Tratando de que nadie lo viera, Agapito, se mueve presuroso, caminando por el campo y evitando cruzarse con alguien, sigue con la verga dura después de cogerse varias veces a su cachonda prima y eso lo tiene confundido y asustado.

Cuando por fin pudo llegar a la humilde casa que ocupaba con su madre, llevaba la pinga de fuera, únicamente tapada con su ropa y sus manos, tratando de que no se le notara el enorme bulto que le formaba el endurecido garrote. Mariana, su mamá, al verlo, lo interrogo curiosa:

—¿Qué traes ahí escondido…? ¿No estarás planeando alguna travesura de las que acostumbras…? Anda, ven, cuéntame que no te voy a regañar, sólo que no quiero que te metas en problemas con nadie.

El chavo, todo avergonzado se quitó las manos, se levantó un poco la camisa y le mostró el chile, grande, grueso, duro y cabeceante, como si la estuviera retando, y la hermosa mujer, no pudo decir nada, se quedó mirándolo con lujuria, estaba asombrada, impactada y comenzaba a calentarse.

Mariana, así se llamaba la madre de Agapito, se estremeció de pies a cabeza al ver aquel rico garrote, realmente era una verga que no tenía comparación alguna otra que ella conociera, aunque sólo había conocido la de su marido y esa ya casi la tenía olvidada.

Sólo que la verga de su hijo, realmente era digna de la papaya más exigente, y la suya estaba hambrienta y deseosa de placer desde hacía varios años ya, por eso al verla sintió que todo el coño se le empapaba.

En realidad, Mariana, no era la madre biológica de Agapito, ella no lo había parido, aunque él no lo sabía.

El padre de Agapito al verse abandonado por su vieja, la que se enamoró de un agente viajero, sin importarle su chamaco, ni su marido, se largó con él a darle vuelo a la nalga, así que el buen señor se buscó una cobija de tripas ya que las noches en el campo eran muy frías y necesitaba calor.

Mariana, contaba apenas con apenas dieciséis años cuando Ramiro, el padre de Agapito la convenció de irse a vivir a su lado, ella no le sacó al compromiso de tener que educar al chavo que ya contaba con casi ocho años de edad, de esa manera el chavo, creció creyéndola su verdadera madre, y todos vivieron felices por varios años, hasta que, unos meses atrás, una res brava se escapó de un corral y cogió a Ramiro con brutalidad.

Y no sea mal pensado, no me refiero a que se lo parchó, o que se lo clavó, sino que se lo cogió, vamos, que le dio una pinche revolcada con sus filosos pitones, que el pobre campesino quedo hecho calabaza, bueno, parecía guano fertilizado para el abono de la tierra.

El buey, y estoy hablando del toro de lidia que lo corno, se dio el lujo de zangolotearlo, pisotearlo y hasta a de mearlo, lo único que le falto fue que lo cagara ahí mismo para completar la faena, demostrando que le valía madres cualquier cabrón y que si iba a morir a manos de un pinche torerillo, antes se iba a llevar por delante a cualquiera y Ramiro fue ese, ya que quedó bien muerto en el corral del toro, hasta que sus compañeros lo descubrieron y lo sacaron de ahí.

Esa era historia pasada, Mariana desde la muerte de su viejo no había vuelto a darle las nalgas a nadie, se mantenía fiel a su recuerdo, además no quería darle un mal ejemplo al muchacho que tenía bajo su cuidado y al que quería realmente por, sobre todo.

Por eso era que ahora que lo veía ahí con la pinga dura y cabeceante, apuntando al frente, como dedo acusatorio, varias emociones le recorrieron el cuerpo de manera espontánea.

Por un lado, el deseo despertó en sus entrañas, haciendo que ella quisiera lanzarse por ese camotote y darle unas chupadas de las que ella acostumbraba a hacer, para luego ponerse en cuatro y que la ensartara hasta el fondo mismo de su vagina, arrancándole gemidos de pasión y de lujuria, que ya casi había olvidado.

Por otro lado, se indignó de ver al muchacho que consideraba como su propio hijo, por eso fue que sin poderse contener le dijo:

—¿Por qué me enseñas tu pizarrín...? ¡Eso no se hace…! Eres un pervertido, grosero, lépero, me ofendes… soy tu madre, carajo.

—No, no sé por qué está así mamá, no comprendo lo que me pasa. Siento mucha pena, pero no he podido metérmela dentro del pantalón, por eso la traigo así, yo no quiero ofenderte —dijo el chavo con pena y vergüenza, ya que realmente se sentía así, y no quería que ella se molestara.

Mariana, después de la sorpresa inicial, lo hizo confesar toda la verdad, Agapito no tuvo otro remedio que contarle lo que sucedió con Adela, su prima, en el río y el resultado final, cuando su pene siguió tieso como un tronco de árbol después de cogérsela hasta el cansancio.

Ella lo escuchó con los ojos bien abiertos, pendiente de sus explicaciones, y al terminar Agapito, su relato montó en cólera contra su sobrina, la hija de su hermana y ahí no había bronca del parentesco.

—¡Esa Adela, es una puta igual que su madre!... ¡Pero ahora que la vea le voy a decir hasta de lo que se va a morir...! Ella es la única culpable de lo que te pasa ¡Pervertidora!

Mariana, no sabía si realmente estaba furiosa con su sobrina por haberse cogido a su hijo, o estaba celosa de que ella haya podido disfrutar de ese hermoso garrote antes que ella, lo cierto es que cuando escuchó a su hijo contarle lo que había sucedido, no pudo evitar mojarse las pantaletas, más de lo que ya estaban desde que viera aquel camote.

Agapito escuchaba todo lo que su madre decía, con la cabeza baja y con el rostro sonrojado, lleno de pena y pudor por haber tenido que soltar la sopa de aquella manera, pero la neta era que, dentro de todo tenía miedo de que fuera algo malo el que su reata estuviera tan dura como un poste de alumbrado eléctrico así que por eso tuvo que cantarlo todo aunque quedara como chismoso.

—No, si ya me lo ha dicho mi hermana Aurora, que no la soporta, siempre anda de coqueta con todos. El colmo ha sido que te haya cogido a ti, a su propio primo, que poca madre.

Una vez que se fue calmando, Mariana, vio que su hijo seguía con su problema y si como él le había dicho, aventó cuatro palos, comprendió que aquello no era natural, algo raro estaba pasando, así que llevó al chavo con un doctor a que lo revisara y le diera un buen tratamiento.

El galeno se asombró ante el suceso, aunque, sabía que la ciencia ya tenía conocimiento de asuntos similares y poca cosa se podía hacer.

—Mire, señora, —le dijo el médico a Mariana— mucho había oído hablar del piaprismo isquémico, del dios de la Mitología Piapro, que siempre andaba con la mazacuata dura, pero nunca lo había visto en un caso en la vida real, no es nada malo, solo que no hay una alguna cura que sea efectiva para ese mal, ya que puede ser intermitente —dijo el médico con aire profesional— esto es, que se le bajé por si sola y luego, que se le vuelva a poner dura y la mantenga así por horas… Podíamos probar algún remedio, aunque los resultados serian desastrosos ya que, si se la bajo no le va a servir más que para mear.

—N-noo, eso sería desgraciarlo para toda su vida —exclamó Mariana con pesar— después de todo tiene derecho a ser feliz y a casarse alguna vez ¿no?

—Veo que ha comprendido bien la magnitud de todo, y por eso mismo le aconsejo que lo mejor que podemos hacer es esperar, ver cómo evoluciona al paso del tiempo que él se relaje y se le pase la emoción de su estreno sexual, su reata recobre su movimiento normal.

Mariana y Agapito regresaron a su casa, estaban serios, no hablaban sobre el asunto, después de todo el médico tenía razón, había que darle tiempo al tiempo y todo se solucionaría, para ella estaba claro, para él, no lo estaba tanto ya que no entendía muchas de las cosas que había dicho el doctor.

Mientras cenaban, esa noche, Agapito se dio cuenta de que la verga ya se le había bajado por completo, así que no dudó en decírselo a su madre:

—Mamá… mamá… ¡ya se me desinfló!

—¿Qué? ¿De qué hablas? —preguntó ella extrañada

Agapito, se levantó y se paró frente a ella enseñándole el camote, que aunque ya tenía su tamaño normal, aún lucía imponente, grueso, largo y cabezón, realmente era una verga digna de una pucha hambrienta y la de ella era así.

—¡Qué bueno! —exclamó ella ocultando su excitación— sólo que recuerda que el médico dijo que puede ser intermitente.

—¿Y eso que es, mamá? —preguntó él curioso

—Que se te puede volver a poner dura y tenerla así por mucho tiempo, así que tienes que estar preparado para ello y no asustarte si te vuelve a ocurrir

—Eso quiere decir que no debo ir a coger con Adela —preguntó él ingenuamente y Mariana, comprendió que a su hijo le faltaba malicia y morbo

—Eso quiere decir que, en algún momento, y por cualquier cosa, se te puede poner dura y la vas a tener así por mucho tiempo, así que no te asustes si te llega a pasar —le explicó ella eludiendo la pregunta sobre Adela.

Agapito, que era ingenuo, aunque no pendejo, ya no insistió sobre su prima, si su madre no le había dicho que no la fuera a buscar, eso quería decir que ella no era la causante de que la pinga se le pusiera dura por mucho tiempo.

Al día siguiente, Mariana, aun con la pucha húmeda por el sueño mojado que había tenido, se levantó casi desnuda, en calzón y sin brasier, con un camisón que dejaba ver más de lo que ocultaba, se acercó a su hijo y lo despertó, él al abrir los ojos y ver directamente a los pechos de su madre, sintió que la verga le despertaba con fuerza, bajó los ojos y vio las hermosas piernas de su madre y el monte de Venus abultado y la erección se hizo más potente.

Mariana, lo notó casi de inmediato y se sintió halagada de despertar en él esa pasión que mostraba, no obstante, no dijo nada y siguió en sus cosas, los dos fueron a cumplir con sus labores del campo, por la noche Mariana le había acondicionado la ropa para que la mazacuata pudiera permanecer oculta, a pesar de su erección, claro que el bulto no lo podía ocultar, pero al menos con eso se simulaba un poco y ya no habría bronca.

Mientras tanto por el pueblo la noticia corrió como reguero de pólvora, todos lo sabían, así que los apodos comenzaron a surgir, claro que los que ponían esos sobre nombres, no eran otros que los acomplejados.

En compensación a todo ello, las mujeres sufrieron un cambio en sus actitudes, que hizo que él se enorgulleciera de su formidable chile.

Sucedió que su dura tranca inquieto a más de una verija aventurera que recibía de vez en cuando su ración de camote, vislumbrando la maravillosa oportunidad que ahora se les presentaba con tan estimulante garrote, hubo algunas atrevidas que hicieron uso del potente chavo, satisfaciendo, al mismo tiempo, su curiosidad, y sus morbosos deseos, así como la calentura que las invadía, la cual quedaba más que complacida.

La suerte estaba del lado de Agapito desde el momento en que se supo de su "mal", el cual deseaban todos que les contagiara ya que lo envidiaban de manera abierta, pero no lo reconocían, sino que trataban de ocultarlo agrediéndolo con burlas y frases ofensivas, pero el chavo ya acostumbrado a ello ni les hacía caso, después de todo obtenía más por su tolete poderoso, que por lo que esos infelices hablaban de él.

La primera que se lanzó al ruedo en busca de satisfacción para su furor interino, léase, calentura panochera, fue su propia tía Aurora, la hermana de su madre, ya que al enterarse de lo que Agapito, le había hecho su hija, habló con ella de mujer a mujer.

Adela, con los ojos entrecerrados, recordando todo el placer vivido con su primo, le contó con pelos y señales lo ocurrido y mientras lo hacía, con los ojos cerrados, no se dio cuenta de que su madre se había puesto caliente como un brasero y quería que le apagaran el fuego interno que sentía.

Mientras su hija le estuvo contando todas las veces y las formas en que Agapito se la había clavado, Aurora, se masturbaba frenéticamente, imaginando lo que su hija le describía con todo lujo de detalles.

No quiso perder el tiempo y después de tener un orgasmo con su mano, fue a la casa de su hermana para hablar con ella:

—Tú estás loca… ¿cómo me puedes pedir eso? —dijo Mariana muy molesta por las palabras de su hermana.

—¿Y por qué no? —respondió Aurora, que se le hacía agua la pucha al pensar en su sobrino— Ni siquiera es de la familia y si tiene algo que necesito, no hay nada de malo en que lo use un poquito.

—Es que no está bien, él siempre te ha visto como a una tía y…

—¿No me digas que a ti no se te antoja usarlo? —dijo Aurora de pronto.

—Bueno… es que… no… no puedo hacerlo, es mi hijo.

—No pregunté si puedes o no hacerlo, te pregunté si se te antoja.

Mariana, no encontraba una respuesta adecuada, sabía que su hermana podía notarle en la mirada el profundo deseo que sentía por el garrote de Agapito.

—Deja que lo use y si quieres te cuento qué tal sabe moverlo.

—¿Y cómo sería…? —dijo Mariana resignada— Yo no puedo obligarlo a nada.

—No, no quiero que lo obligues, sólo pídele que me lleve algo a la casa y yo me encargo del resto… —dijo Aurora convencida de que lo conseguiría.

—Sólo te pido que no le hagas daño, es un joven muy sensible y…

—No te preocupes, ya verás que te lo voy a devolver hecho todo un buen amante, a lo mejor hasta te animas y lo usas tú también.

—N-no… yo no podría… —dijo Mariana titubeante, aunque en ese momento su pucha era un charco de excitación y era capaz de cogerse a su hijo a la menor provocación.

Esta historia… continuara…