Prima, tía, las vecinas y ¡mi mamá también! I
Agapito del Mazo Duro, joven e inexperto, coge por primera vez y a partir de ese momento descubre algo muy especial en él que lo hará deseado por las mujeres
Agapito Fierro Duro, había nacido en una cuna humilde, en una familia de campesinos que vivían del campo y de lo que él les proporcionaba, y todo había transcurrido de una manera normal para él, hasta que cumplió los dieciocho años, cuidado muy estrechamente por su madre, haciendo que fuera sumamente inocente y carente de malicia.
Fue una tarde en que caminaba por su natal Oaxaca, México, cuando vio a su prima Adela, se estaba bañando en un solitario y tranquilo arroyo, ella se encontraba bella y sensualmente desnuda.
Morena, de veintidós años de edad, de uno cincuenta y cinco de estatura, con una figura muy apetecible, grandes pechos, coronados por unos pezones redondos y bien formados, cintura estrecha que se abría a los lados para formar una cadera deliciosa, la cual sostenía un par de nalgas soberbias.
Aun con ropa puesta, se veía deliciosa y excitante, así que ahora, que Agapito, podía verla al desnudo, no podía evitar reconocer lo hermosa que era su prima.
Adela, era un verdadero bizcochito que todos deseaban probar, sólo que la chamaca sabía a quién le aflojaba el tamal y no se quemaba a lo pendejo con el primero que quería dejársela caer.
Poseía una sensualidad tan natural que incitaba de sólo verla pasar, tenía un delicioso y sabroso culo, por lo mismo, varios hombres de la comarca, la pretendían con la idea de poder disfrutar de ese cuerpo maravilloso que la naturaleza le había entregado tan generosa y abundantemente.
Adela Rico y Duro, con sus chiches altas, morenas, que eran como dos toronjas que se agitaban cuando ella las frotaba al bañarse, su cintura estrecha era un digno marco para su cadera ancha y carnosa.
Ahora se encontraba parada con el agua hasta las rodillas y su pucha enmarañada, de tupidos y abundantes pelos negros y rizados escurría algunas gotas de agua cristalina. Lo que los hacía sobresalir de entre sus hermosos y bien formados muslos, convirtiéndola en un espectáculo de erotismo sublime y excitante, que nadie rechazaría ver.
Agapito, la observaba, muy embobado, admirando, con sus ojos aquella figura deliciosa, perfecta y divina, que nunca imagino ver tan al natural como ahora se encontraba, aquella sabrosa mujer que además era su pariente.
Su cachondez fue tan grande que su reata reacciono de inmediato, parándose con fuerza y poniéndose dura como si fuera un leño del campo, vibrando con toda su potencia desbordada.
Su pantalón de manta se levantó como si fuera una tienda de campaña en pleno bosque. Al querérselo acomodar hizo un ruido y la rica Adela, volteó, descubriendo a su primo espiándola y notando de inmediato, la motivante y notable erección, que tenía bajo el pantalón.
—¿Y tú qué haces ahí...? ¿Qué nunca habías visto una mujer desnuda...? Quita esa cara de imbécil que tienes —dijo ella con un tono de picardía.
—Es que yo no sabía que estabas bañándote —musito él apenado y confundido.
La preciosa y sensual morena no era nada inocente, incluso ya le habían dado unas metidas de mazacuata, así que al ver aquella juvenil reata parada se calentó casi de inmediato y la pucha se le llenó de sus propias mieles.
—No importa, ven, vamos a bañarnos juntos —invitó a su primo y para darle confianza sonreía con coquetería— ya que ella en realidad lo que quería era ver ese pedazo de camote que había intuido delicioso, aún bajo el pantalón.
Agapito, no podía creer aquello, ese rica mujer se exhibía frente a él de manera impúdica, plena, con toda su belleza al natural, dejándolo contemplar todo su hermoso cuerpo, sin que nada permaneciera oculto; por eso sus ojos recorrían aquella anatomía a placer.
—Ándale, túmbate el pantalón y ven a bañarte. Quiero ver eso que te cargas entre las piernas y que se ve que ha de estar al puro modo —insistió la prima con la ansiedad reflejada en su voz.
Agapito del Mazo Duro, se sonrojó de pena y bajo la mirada viendo su reata dura, la cual no podía ocultar a los ojos lúbricos de su prima que se saboreaba anticipadamente de lo que vería.
—¡Ven o voy por ti! —amenazo ella con toda su picardía.
—Pero… no se lo vayas a decir a nadie ¿eh...? Me daría mucha pena y además mi mamá se puede enojar si sabe que me bañé contigo —musito él con cierto pudor, aunque sin ocultar su nerviosismo.
—No hay bronca por eso, a mi no me gusta el chisme, ven... oye... ¿Ya le disté una buena metida a alguien con ese chilote tan sabroso que se te ve?
—No... yo no... bueno… es que la verdad no sé qué es eso que tú me estás diciendo —confesó el confundido muchacho, pero sin perder la erección que mostraba desde un principio.
La hermosa morena nadó un poco en el agua cristalina del río mostrando sus ricas nalgas a los ojos atentos de su primo, que no perdía un solo detalle de los movimientos que la sabrosa mujer realizaba en su honor.
—Ven, te voy a enseñar un bello y sabroso juego que a los dos nos hará disfrutar como locos —dijo ella emergiendo de nuevo del agua, luciendo como si fuera una sirena erótica en el mar, en espera del tiburón que le diera una buena ensartada en el ostión que ya le repapaloteaba anhelante de miembro.
Agapito, se sentía caliente y eso le gustaba, ya que era una sensación grata y motivante. Su prima Adela era muy cachonda y su cuerpo le despertaba las más agradables sensaciones de solo verlo, así que se decidió a estar a su lado, ya que quería seguir sintiendo aquello tan sabroso que su piel experimentaba.
Se quito la ropa y desnudo se metió al agua del río, la morena no dejaba de mirar aquella reata de notables dimensiones, era la más hermosa que jamás hubiera visto y sintió que su papaya le palpitaba aun más, con placer anticipado.
Adela, al verlo entrar al agua se acercó a él y lo abrazo, pegando sus ricos pechos en el fuerte torso del muchacho.
Con sus labios busco la inocente boca de él y le clavó la lengua ansiosa y caliente como ya se encontraba ella, necesitaba acción, pronto, y no se iba a contener.
Con torpeza, Agapito le fue correspondiendo, era la primera vez que lo besaban y el placer que experimentó su boca, su lengua y su chile, le gustó mucho era algo que deseaba gozar desde hacía mucho tiempo.
Por primera vez en su vida tenía un contacto pleno con una mujer, y lo mejor de todo era que esa hembra tenía mucho por enseñarle en todos aspectos y eso nadie lo podía negar, estaba excitadísimo, su macana no perdió tamaño, sino que siguió dura bajo el agua.
La cachonda mujer, tomó el chafalote entre sus manos y lo acarició con placer. Ardía en deseos, estaba con ganas de metérselo en la pucha. Por eso no perdió el tiempo y, sacando al confundido muchacho del río.
Se lo llevó a un sitio adecuado para lo que deseaba hacer con él. Se tendió en la hierba con las piernas bien abiertas, mostrando la encharcada rajadura de su almeja, rodeada de una selva de pelos rizados, que cubrían todo el contorno.
—¡Ven chiquito...! Ya quiero que me metas esa cosota dentro de mí. Estoy que no me aguanto las ganas… que tengo de ser penetrada por tu chilote... Órale mi amor, yo te enseñare cómo.
La muchacha lo hizo inclinarse sobre su propio cuerpo y, agarrando su duro instrumento, lo dirigió hacia la ansiosa panocha.
La punta de la verga abrió los labios mayores y se internó unos centímetros en la empapada vagina, provocando un contacto que los estremeció y los hizo vibrar de placer y ansiedad, impulsándolos más.
Agapito sintió una dulce sensación de gozo y empujó con fuerza, logrando que su enorme leño se clavara en el interior de la estrecha y sabrosa vagina.
Adela emitió un largo suspiro y abrió sus redondos y carnosos muslos para que su primo la hiciera suya con mayor facilidad.
El duro instrumento se internó más adentro de la hambrienta panocha de la morena, arrancándole un gemido suave y cachondo.
Al sentirse invadida por aquel temible cabezón, lanzó intensos quejidos y lamentos eróticos, que hicieron que el muchacho la viera con extrañeza y hasta cierto miedo:
—¡Ay... papacito...! La tienes muy gruesa, corazón... ¡ouch...! ¡Ay que rico...! ¡Me dueleeeehhh, pero no la saqueeeess…!
Agapito estaba enardecido y deseoso de prolongar aquella hermosa sensación, sentía una pasión enorme que lo cegaba, lo enloquecía, así que arremetió con vigor y la potente garrocha se sumió en las entrañas de ella hasta el tope, llegando hasta la matriz y haciendo que Adela, se retorciera como tlaconete en sal, gimiendo y quejándose con voz ahogada y desfalleciente:
El atlético muchacho se sujetó con fuerza de las nalgas de ella y comenzó a entrar y a salir de aquella ardiente pucha que parecía no tener fondo y que lo succionaba con fuerza apretándolo de manera deliciosa.
Estaba demostrando que para el amor no se necesita maestro, ahora usaba su pinga a las mil maravillas. Adela estaba tan caliente que no tardó mucho en lograr su primer orgasmo, estremeciéndose de pies a cabeza.
En el clímax de su pasión, sus ojos se pusieron en blanco y por su boca abierta exhaló suspiros agónicos, que se escucharon en el silencio del campo.
Subió sus piernas y las enlazó a la cintura de su primo, mientras el fuerte chile se le incrustaba hasta lo más profundo de su cálido pozo.
—¡Oh... mi amor... ya... ya me vine... que delicia... ay!
La cachonda mujer se vino en una serie de orgasmos múltiples antes de que su primo se viniera derramándose en su interior, inundando la estrecha cueva, que en espasmos incontenibles apretaba la longaniza con verdadera fuerza, Adela, estaba agotada, saciada y, viendo que el muchacho no se retiraba de su adolorida y cansada panocha, le dijo:
—Ya... ya sácamela mi vida... no puedo más, me has secado por completo... estoy muerta… fue delicioso sentirte todo dentro de mí.
Agapito obedeció contra su voluntad, ya que estaba feliz parchándose a su divina prima, agarrándole las chichotas, sobándole y chupándole los negros y duros pezones, observando maravillado los gruesos muslos que se abrían como tenazas para tragar por completo su leño.
Se desprendió de aquel cuerpo voluptuoso y su reata apareció dura, firme, potente, luciendo en toda su magnitud. La experimentada mujer vio con sorpresa aquello, el largo, grueso y potente chile estaba parado a su máxima capacidad a pesar de haberse venido dos veces.
Adela, después de un rato de descanso, se levantó con flojera y vio como el chile de su primo permanecía tieso, listo para un nuevo y potente ataque. Ella, con asombro, bromeó ante lo extraño y raro del suceso.
—Se ve que todavía quieres seguir limando más ¿No te ha bastado la buena parchada que me diste, fue como para un año?
Adela. era una hembra muy caliente y golosa, así que, ante la vista de aquel bello chile, la almejita le repapaloteo y sintió la punzada del deseo, no le iba a caer nada mal aventarse otro rico palito con ese leño.
—¿Te gustaría metérmelo otra vez, y moverte como loco? —le preguntó con toda su pasión, anhelando que él le respondiera que sí.
El recién desquintado Agapito, se sonrojo y movió la cabeza para aceptar aquello, al tiempo que hablaba con emoción:
—Sí, me gustaría meter mi chile entre tus piernas, se siente muy bonito y me gustó mucho… tú eres hermosa y me encantas…
Sin esperar a nada, Adela, se acomodó en cuatro patas sobre la fresca hierba, levantando su carnoso y deseable trasero, mientras escondía su cabeza entre sus brazos pegados al suelo.
El precioso culo brillaba entre las sobras de los árboles en aquella mañana primaveral, y Agapito se relamió los labios de placer y lujuria.
Aquel erótico espectáculo le fascinaba, le había cogido afición a la limada y estaba dispuesto a disfrutar al máximo de aquella pucha.
Adela, le gritaba los pasos a seguir para que se la clavara de a perrito, y al sentir que él se arrodillaba tras su culo, le sujeto la reta y se la acomodó en la vagina, animándolo a que se la ensartara en la pucha.
—Entiérramelo todo, quiero sentirte hasta adentro... puedes agarrarte de mis nalgas para que te acomodes mejor y te empujes con fuerza.
Agapito se sujetó de las carnosas y ricas nalgas, guiado por la experta mano de ella comenzó a empujar su garrote con determinación y fuerza, se fue hasta el fondo mismo, de tal manera que la cachonda mujer lanzó un dulce gemido de placer, sintiendo como el potente falo se abría paso por sus elásticas paredes vaginales avanzando sin piedad.
Agapito estaba enardecido y se dejó ir con todo su cuerpo, aferrado a las nalgas redondas y macizas. Por algunos minutos se estuvo moviendo con ritmo y precisión, sacando el chile hasta la punta de la cabeza, se paraba un momento y luego volvía a clavarlo hasta la raíz.
Aquel vaivén era continuo, firme, sostenido, de tal manera que Adela volvió a experimentar una serie de orgasmos múltiples que fueron más escandalosos y cimbraron su cuerpo hasta el paroxismo del placer, y su primo se vació un par de veces más en su pucha, sólo que su garrocha, permaneció dura.
Estaba imponente, sin que diera muestras de aflojarse en lo más mínimo. La cachonda campesina se aprovechó de esta situación y se dejó parchar en diferentes posturas, hasta quedar plena y totalmente agotada sobre la hierba, con el tamal bañado en atole, destilando la leche que escurría por entre los muslos abiertos, y pese a todo esto la reata de Agapito continuaba dura y potente, ante la real extrañeza de su prima quién no se explicaba aquello.
—¿Qué pasa?... ¿Por qué no se te ablanda la reata? Te has venido seis veces y permaneces igual que antes de que me la metieras por primera vez. Tu pinga permanece firme como un tronco de árbol... ¿Por qué? La neta que no lo entiendo, aunque se ve deliciosa.
—No sé... ¿Tú crees que eso está mal...? ¿Acaso lo otros no la tienen como yo...? Tú que, sabes más, dímelo... no me asustes —dijo el muchacho cohibido.
—No... a otros no les pasa así, hay algunos que después de venirse la primera vez, tardan mucho para que se les vuelva a levantar... tú sí que eres muy especial... pero eso está bien. a cualquier mujer la volverías loca con una pinga así, dura e incansable.
Sin comentar más los primos se vistieron con toda calma, no obstante Agapito continuaba con la reata dura. Su larga y potente ñonga estaba al máximo de su capacidad amatoria.
—No te la puedes guardar... ¿Y ahora qué piensas hacer? —dijo ella, Adela, con pesar— No puedes andar así delante de la gente, se burlarán de ti.
El asombrado y tímido chavo, trató de acomodarse la potente moronga entre la tela de sus ropas, sin ningún resultado satisfactorio, ya que su potente miembro se escapaba por bragueta,
Adela lo observaba con real extrañeza y todavía excitada.
—¿Qué le piensas decir a mi tía? Todos se darán cuenta y harán comentarios. Todos los que chismosos tendrán de que hablar, dirán todo lo que se les ocurra, ya sabes como son.
—Pues no sé, pero ya verás que algo se me ocurrirá —dijo Agapito tratando de taparse el chile con sus manos, jalándolo hacia arriba para cubrirlo con su ropa y se notara menos.
Esta historia… continuará…