Prestada una semana (II)
A causa de las deudas de un matrimonio, una joven esposa es forzada a convertirse en la esclava de un amigo durante una semana. Segunda parte
Prestada una semana II
Primera parte aquí: http://www.todorelatos.com/relato/88961/
Tras servir la comida, Carlos apetecía una siesta, una siesta con Patricia en la que al fin disfrutar lenta y morosamente de su cuerpo. Marcharon juntos a la habitación y ambos se tumbaron en la cama aún en ropa interior. Él ya estaba empalmado.
-¡Cómo me gusta eso¡ -le dijo mientras repasaba el cuerpo de Patricia con sus manos. –Saber que puedo hacer contigo lo que me apetezca, que puedo usarte y abusarte… Sacarte el sujetador y verte por fin esas tetas que tanto me ponían cuando te veía con tu marido en las cenas de amigos –así lo hizo y vio unas tetas grandes y turgentes, con pequeños y erectos pezones-. Bajar mi mano por tu estómago y acercarme a tu coñito y clavarte mis dedos, mi lengua y mi polla. Follarte cuando quiera y como quiera. Por aquí –dijo hundiendo su dedo en el coño de Patricia – o por aquí –le dio la vuelta, alzó la braguita y su dedo empezó a retozar sobre el cerrado culito de la muchacha-. ¿Y sabes lo que más me gusta?
-¿Qué? Preguntó ella entre suspiros.
-Que a ti también te gusta. Que detrás de ese aspecto tímido, seas en el fondo una zorra, que adora las pollas, y a la que le encanta que unos cabrones usen su cuerpo como les apetece. –Su dedo retornó al coñito y lo encontró mojado- ¿Ves cómo estás empapada, putita?
Metió entonces otro dedo, ya dos, en su coño y ella mordió sus labios aguantando la excitación. En ese momento, Carlos la levantó, le bajó las bragas de un golpe, y allí, a cuatro patas, le clavó su polla dura y grande. Se la clavó con movimientos fuertes y lentos, hundiéndola hasta el fondo de Patricia; luego, se inclinó sobre ella, agarró sus pechos, y le suspiró al oído:
-¿Te gusta cómo te follo?
-Síii
Apretó sus pechos hasta hacerle casi daño
-Dime lo que eres
-Soy tu puta. Soy una puta. Y tú el cabrón que me está follando.
Los movimientos se hicieron más rápidos e irregulares, ambos gemían y se tocaban y se insultaban, convulsos de placer. Hasta que al fin, Carlos sintió que se corría y le anunció a Patricia que la iba a llenar de leche. Al momento, empezó a inundarla con leche copiosa y caliente que se derramaba del coñito de ella, quien, al sentirla, también se corrió con entusiasmo.
-¡Qué bien me lo voy a pasar esta semana- dijo Carlos antes de dejarse vencer por el sueño.
No es intención del narrador de esta historia contar por lo menudo todos los detalles de aquella semana en que Patricia se convirtió en la esclava de Carlos. No vamos a contar cómo esa misma noche ella se masturbó delante de Carlos, introduciendo sus dedos en coño y ano, mientras él la grababa; como Patricia le feló hasta sentir su boca y su rostro rebosantes de esperma… Nos limitaremos a momentos especiales de esa larga semana en que Carlos usó de su esclava para dar rienda a sus fantasías y deseos.
Así al día siguiente, ya en la costa andaluza, se dispusieron a ir a la playa.
-Pero no he traído bikinis –replicaba Patricia
-Tengo un par de ellos, recuerdos de exnovias que se marcharon de aquí despechadas.
Le enseñó dos bikinis diminutos, casi ridículos. Ella le miró asombrada, preguntándose cómo era posible llevar esa prenda en público.
-Recuerda que solo vas a llevar la parte de abajo. La de arriba queda aquí, porque no la vas a usar.
-Eso no –gritó Patricia
Carlos la miró sombríamente y en silencio, reflexionando. Hizo como si no la escuchara y le tendió el diminuto tanga.
-Ya pensaré qué castigo darte por esa negativa. Prepárate ya para la playa, a menos que prefieras irte ahora mismo de esta casa y quedarte sin la tuya de Madrid…
Una hora después estaban en sobre la arena y Patricia empezó a desnudarse tímidamente, tras preparar la toalla.
-No, desnúdate de pie. Quiero que todos te vean, sobre todo esos chavales que están sentados al lado.
Ella se levantó, bajó su short y mostró su delicioso culo apenas cubierto por un tanga, sugiriendo bajo la tela un coñito depilado. Alzó entonces su camiseta y exhibió sus pechos perfectos. Su rostro estaba enrojecido, pero los pezones en punta. Los muchachos sentados al lado se miraron asombrados.
Carlos la cogió de la mano y marcharon a pasear junto a la orilla. Ella pronto abandonó el rubor y empezó a sentirse más cómoda mientras caminaba y sentía las miradas de los chicos sobre sus pechos grandes y redondos. Carlos la dejó adelantarse para que caminara sola. Quería verla con calma, quería ver la mirada caliente de los varones ante esa muchacha de cuerpo exuberante paseando casi desnuda por la playa, endurecidos sus pezones por el deseo.
-Carlos, Carlos –escuchó que le llamaban.
-Hola, Ramiro. ¡Cuánto tiempo¡
Era un viejo conocido de casi 50 años, bajito y gordo, socio suyo en un próspero negocio de importación de coches clásicos. Ramiro se detuvo un segundo, mirando asombrado, casi babeando a Patricia. Carlos, que notó esa mirada, la presentó como una amiga. Y le invitó a cenar en su casa esa noche.
-Patricia cocina muy bien.
Ella enrojeció no por este comentario sino por la mirada lujuriosa de Ramiro, mirada que se repitió cuando horas más tarde entraba en su casa y vio que Patricia le abría la puerta vestida con una blusa escotada y abierta y una minifalda de vuelo largo que mostraba las deliciosas y morenas piernas que había visto en la playa. Tenía órdenes de Carlos de calentar a Ramiro toda la noche.
Carlos y Ramiro se sentaron mientras Patricia les servía una copa y regresaba a la cocina a preparar la cena. Discutieron de negocios y Carlos comentó su suerte por haber entrado en él.
-No fue suerte, Carlos. Era un negocio seguro y había varios inversores intentando entrar en el accionariado. Te escogí a ti porque me caes bien
-Sí, te debo una
-¡Es verdad¡ río Ramiro
-A lo mejor te devuelvo el favor hoy
Ramiro le miró con ojos inquisitivos pero Carlos se limitó a sonreír. En ese momento, regresaba Patricia con el primer plato. Al agacharse para servir el plato, Ramiro posó su mirada en sus largas piernas y en el culito, apenas cubierto con tanga, que se vislumbraba bajo la falda. Luego ella se acercó hacia él, y Ramiro dirigió entonces sus ojos hacia el escote, especialmente al espacio entre botones por el que se insinuaba uno de sus pezones. El sudor empezó a perlarle el rostro, y apenas sabía disimular la excitación. Carlos lo miraba sonriente.
-Está buenísima, ¿a qué sí? Pues, no solo eso, sino que es muy servicial y obediente. Patricia, sírvenos más vino.
Ella lo hizo y Carlos aprovechó para tocarle las piernas bajo la falda, y al subir la mano, mostró el comienzo de sus nalgas.
-Ramiro, mira que culito más duro tiene. Puedes tocar si te apetece.
Ramiro no tardó un segundo, y empezó a manosearla el culo, sin que Patricia dijera ni hiciera nada.
-Venga, Ramiro, vamos a cenar, que esta paella huele maravillosamente. Ya tendrás tiempo a chequear ese culito.
Ramiro, brillando de deseo, tuvo que esforzarse por comer la paella. Durante la cena, Carlos le explicó
-Patricia es una amiguita mía y hoy tenía pensado castigarla. Ahora bien, Ramiro no te hagas ilusiones. No te la vas a follar –tras ver la mirada desilusionada de él, le tranquilizó-, pero te va a hacer la mejor mamada gratis de tu vida. ¿A qué sí, Patricia?
-Si eso es lo que quieres…
-Es lo que quiero.
Tras la cena regresaron al salón, con una copa ya en la mano. Carlos ordenó a Patricia que se desnudara para ellos. Ella se plantó frente a los dos, y lentamente empezó a desabotonar su blusa, abriéndola lentamente para que ambos disfrutaran de sus pechos ya morenos.
-Ramiro, tócalos. Comprueba que son de verdad
Él se acercó y los tocó ansioso y brusco, pellizcando los pezones. Patricia estaba coloreada pero Carlos se dio cuenta de que era más excitación que vergüenza
-¡Qué puta eres Patricia¡
Con un gesto, le ordenó que desabrochara el pantalón de Ramiro. Este mostró una polla gorda y ya erecta, polla que ella empezó a manosear con mano hábil mientras él, a su vez la tocaba torpemente no solo el pecho sino las nalgas. De repente, Ramiro hizo un raro gesto, un gruñido de sorpresa y empezó a correrse.
-Ramiro…. –le dijo Carlos en tono de reproche
Tras una pausa, su amigo contesto:
-Joer, Carlos, es que esto me pilla de sorpresa
-Mira cómo se hace. Tú, puta, bájate el tanga y ponte a cuatro patas.
Ella cumplió las órdenes y desnudó su coñito húmedo y expectante. Carlos sacó la polla y la penetró al momento. Entró en ella hasta el fondo, sintiendo el coñito acogedor y caliente y el gemido de Patricia que se mordía la lengua para no gritar. Y así, con ella a cuatro patas, Carlos sacudía su cuerpo vigorosa y regularmente, hundiendo su polla una y otra vez en Patricia que bufaba cada vez más fuerte de placer.
-¿Te gusta que te folle así?
-Así, así, fóllame cabrón, métemela
-Cómo te gustan las pollas, y que te follen como una guarrita cualquiera
-Síííí
-Mira como Ramiro se empalma de nuevo. Cómela, cómele la polla.
Ramiro se acercó, casi erecto ya y la lengua de Patricia se apoderó de su polla y la succionó como si la vida le fuera en ello, sintiendo en su coño los duros golpes de la polla de Carlos y sus cojones chocando con sus nalgas. No pudo evitarlo y se corrió furiosamente.
-Mira cómo se corre la putita –escuchó que le decían.
Carlos siguió follándola como si nada le hubiera ocurrido. Ramiro solo pudo aguantarse porque se acababa de correr. Era indudablemente la experiencia más caliente de su vida, sentir como esa ninfa le chupaba la polla con entusiasmo mientras un amigo se la follaba. Carlos se dio cuenta de que le faltaba poco para llenarla de leche.
-Te voy a empapar, zorra
En ese momento, introdujo un dedo en el culo de Patricia, que gimió al instante. Él se dejó ir y empezó a llenarla de leche mientras ella se corría otra vez. El mismo Ramiro, al notarlo, eyaculó entre gemidos –apenas unas gotas- en el rostro de Patricia.
Los tres se tiraron sobre los sofás, relajados.
-Ramiro, el favor que te debía ya está pagado, ¿no?
-Claro que sí.
Los dos rieron. Minutos después Ramiro se fue y Carlos extrajo de un rincón una cámara de vídeo que había grabado todo.
-¿Y eso?- preguntó Patricia -No lo puedes poner por ahí, va en contra de nuestro acuerdo.
-No es mi intención. Simplemente me gusta tener armas con las que negociar en caso de problemas con mis socios. Por cierto, ¿te ha gustado la experiencia?
-Tu amigo Ramiro no es mi tipo, pero … sí, me ha gustado.
-Jajaja, eres mi putita favorita.
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