Preso
Secuestrado por una señora de múltiples y sombrías cualidades
Encerrado en una especie de celda, aturdido y con miedo no sé cuantas horas o días estuve allí metido sin ver a nadie. Sólo a través de una rendija me pasaban un plato de comida y algo para beber. Aquella reclusión forzosa me estaba empezando a pasar factura tanto psicológicamente como físicamente cuando de repente la puerta se abrió y una mujer seguida de varios hombres mas armados se introdujeron dentro de mi celda. Varios de esos hombres me levantaron del suelo y arrastrándome tras aquella mujer me llevaban a través de un pasillo infinito. Me pararon frente a una puerta y me colocaron unas gafas que me impedían ver nada a través de ellas. Escuché como varias cerraduras se abrían y volviendo a arrastrarme me llevaban al otro lado. Me hicieron sentarme en una silla, me ataron con unos correajes de manos y pies cuando una voz femenina comenzó a hablar: "No intentes nada. Estás atado y no podrás moverte. Si intentas algo juro que no saldrás jamás de aquí con vida." Y la voz dejó de escucharse. Yo asustado, nervioso y furioso respiraba agitadamente. Cuando menos me lo esperaba una mano me comenzó a acariciar la cara hasta que cuidadosamente esa misma mano me quitó las gafas que me impedían ver nada. Poco a poco fui abriendo los ojos intentando averiguar donde cojones estaba. Lo primero que ví, fue un sofá alargado, una cristalera enorme, una mesa alargada y varias sillas alrededor de mi. Giré mi cabeza y pude ver a la persona que me había devuelto la vista. Era una mujer rubia con traje y un pinganillo colgado de su oreja. Poniendo su mano en mi boca me indicó que guardara silencio. Quitó su mano de mi boca y dándome la espalda se dirigió hacia una puerta. La abrió y de ella surgieron una fila de mujeres, todas ellas bastante mayores que poco a poco en silencio se fueron acomodando frente a mi en el sofá y las sillas. Había de todo, altas, bajas, gordas, delgadas, morenas, rubias... pero ninguna articulaba palabra. No habría menos de 20. Cuando estuvieron todas sentadas la mujer rubia con el pinganillo se colocó enfrente de ellas y se limitó a decir. "Podemos comenzar". Yo solo podía mirar asustado a los ojos de las otras mujeres mientras ellas se limitaban a mirarme y a mirarse entre ellas intentando encontrar una mirada cómplice que me ayudara. Unos hombres con unas bandejas con un bolígrafo y un papel, en la mano las fueron dejando a cada una de las mujeres que estaban allí. Ellas se limitaron a escribir y volver a depositar el papel en la bandeja. La mujer rubia fue recogiendo los papeles y observándolos me miró y ordenó a unos de los hombres armados que me desnudase. Ese hombre sacó un cuchillo y me rasgó toda la ropa dejándome desnudo frente a aquellas mujeres. Una de esas mujeres levantó la mano y la mujer rubia se acercó a ella, se limitaron a decirse varias palabras casi inaudibles desde yo estaba y tras mirarse entre ellas y mirarme a mi el mismo hombre que me había dejado en pelota picada me liberó de las ataduras y me hizo ponerme en pie. Ambas me miraron y la mujer que levantó la mano le dijo algo a la mujer rubia. Esta, ordenando a aquel hombre me hizo acercarme a donde ellas estaban y las manos de la mujer que parecía querer algo de mi comenzaron a recorrer mi todo mi cuerpo. Las otras mujeres se fueron levantando y acercándose a mi fueron haciendo lo mismo. Unas 40 manos me sobaban a diestro y siniestro mientras ese hombre me sujetaba fuertemente. Solo se oían pequeñas risas y murmullos. Una de aquellas mujeres acercándose al oído de la mujer rubia la dijo algo al oído y esta tras hacer una señal al hombre que me sujetaba, me soltó y ambos desaparecieron cerrando la puerta por la que todas aquellas mujeres habían aparecido antes. Me obligaron a beber un líquido con una pinta muy asquerosa que sabía a aguas de fosa séptica que y por la cual casi echo hasta la primera papilla. Caí al suelo rendido por las arcadas y el mareo que aquella bebida me estaba causando en mi pequeño cuerpo. Creo que quedé unos minutos inconsciente en el suelo y al volver en mí, sentía algo en mi cuerpo como jamás había podido sentir. Tenía una erección bestial que poco a poco me empezaba a causar un dolor horrendo y mis huevos parecían querer explotar de un momento a otro.
Allí estaba yo, desnudo en el suelo y rodeado de todas aquellas mujeres que no dejaban de mirarme. De la nada una mujer enorme apareció como si hubiera estado escondida entre la multitud. Abriéndose paso como si de un encierro en San Fermín se posicionó en frente de mí con sus manos directas a mi polla. Yo seguía sin poder decir nada, inmóvil mirando a toda aquella gente como intentando pedir ayuda a través de mis ojos. El resto de las mujeres se limitaban a observar como aquella mujer me sobaba sin pudor ninguno mientras su otra mano se acariciaba los pechos a través del vestido a medida que sus jadeos aumentaban. Esta mujer agarrándome del brazo me tiró en el sofá de un solo intento. Me cogió como si de un muñeco de papel echo para el día de los inocentes fuese y me sentó. Se colocó a mi lado sin soltarme la polla. Cuando ella consideró suficiente el magreo se levantó del sofá mirándome como si yo fuera una gacela y ella el león que fuese a comerme de un momento a otro, metió sus manos por debajo del vestido y se bajó las bragas. Las dejó allí tiradas y se sentó encima de mí mientras su mano guiaba mi polla amoratada hacia su coño. Cuando sentí que nuestros sexos se tocaron, note en mi glande que ella estaba ardiendo y parte de sus jugos se deslizaban por sus piernas hasta que caían goteando encima de mí y el sofá. No dudó en metérsela sin ningún tipo de miramiento o de hacerlo más despacio y aunque ella estaba muy lubricada fue como si me rasgasen la piel. Me acomodé como pude debajo de ella mientras se comenzaba a mover encima de mí y sus enormes tetas fuera del vestido me golpeaban la cara como si de un boxeador fuera. Una de sus manos me agarró del pelo y me obligó a besarla. Me metió la lengua hasta la campanilla casi provocándome una arcada. De repente dejó de moverse encima de mí cerrando los ojos mientras resoplaba y yo seguía sujeto por su mano en mi pelo hundiéndome en su pecho casi asfixiándome. Se levantó sin decirme nada y dejó paso a otra mujer que previamente ya se había desnudado y se sentó encima de mí. Esta era mas delgada y eso fue un alivio para mi pero igual que la primera se la metió de un solo golpe. La mano de la primera mujer seguía sujetándome tirándome del pelo guiándome donde a ella la apetecía, a las tetas caídas de la que me estaba follando, a su propia tetas, al coño de otra mujer…
Me follaron cada una de aquellas mujeres sin ningún tipo de miramiento. La que no me golpeaba, me arañaba, me insultaba, otras me acariciaban, otras me hacían comerlas el coño… Una de ellas, la más mayor de todas supongo yo por su físico, se colocó entre mis piernas y comenzó a hacerme una mamada. He de reconocer que aquella mujer me estaba haciendo la mejor mamada que nunca me hubiera imaginado pero en un caso inexplicable para mi, no podía correrme. Si os imagináis una presa a punto de desbordarse, así estaba yo. Poco a poco mis lágrimas fueron escapándose de mis ojos pidiendo clemencia ante las miradas de todas aquellas mujeres que no cesaban en dejarme como si su único cometido fuese el “muerte por kiki”.
De verdad es algo, que aunque para mucho sea algo deseado, yo hubiera preferido cualquier otro tipo de sentencia a muerte que volver a pasar por esto. Mi cuerpo había sido violado por todos sus orificios sin compasión. Mi boca lentamente fue articulando la palabra “Dejadme” hasta que tuve la suficiente fuerza para poder gritarlo. La mujer mas mayor que me seguía mamando la polla, se incorporó sin soltarme la polla y mirándome a los ojos fijamente sin pestañear llamó a la mujer del pinganillo levantando su mano. Esta no tardó en aparecer en la habitación con otro vaso con lo que parecía ser agua. Me obligó a beberlo abriéndome la boca con su mano mientras me volcaba el contenido del vaso en mi garganta. Cuando lo vació, se separó de mí y extendió su mano con la palma boca arriba hacia aquella señora que parecía tener compasión de mí. Esta mujer sacó de su bolso algo que creo yo, parecía una chequera o un libreta con un bolígrafo. Entre murmullos pude oír algo como “Pon la cifra que quieras”. Fue lo último que pude oír y ver en consciencia porque mis ojos se fueron cerrando y mi cuerpo dejó de obedecerme. Me habían vuelto a drogar.
Me desperté metido dentro de lo que parecía una furgoneta sin saber ni donde, cuando, como o quién me estaba trasladando como si de un muerto fuese. Estaba tumbado en lo que parecía una camilla atado por completo sin posibilidad de moverme. Una cinta en mi boca me impedía poder hablar. “Mierda” pensé en mis adentros, “¿Que coño está pasando?”. A través de una ventanilla del separador de la carga y el habitáculo pude distinguir lo que parecían dos sombras. Al principio solo se oía el ruido del vehículo en movimiento hasta que pasados varios minutos los que me estaban transportando comenzaron a hablar entre ellos. Conversaban cosas como si no pasase nada o yo no estuviese allí. Se preguntaban por sus respectivas familias, lo que harían ese fin de semana…
A medida que los efectos de lo que parecía un somnífero mi cuerpo me mandaba señales del suplicio que había pasado anteriormente y como si me hubieran partido todos los huesos de mi cuerpo, e causaba un dolor inhumano. No sé cuanto tiempo pasó hasta que de pronto, la furgoneta se paró. Con el motor en marcha los dos ocupantes se bajaron, abrieron las puertas traseras y tirando de la camilla me bajaron. Sus caras iban tapadas por pasamontañas mientras me llevaban en lo que parecía ser la parte trasera de una casa. Pasamos una puerta grande donde un hombre con una bata blanca me observaba sin decir nada. Me llevaban a través de un pasillo ante la mirada de aquel hombre. De repente una sala con un enorme foco se presentó ante mí cegándome casi al completo. De la nada aparecieron dos mujeres que atentamente seguían las órdenes que el hombre de la bata blanca ordenaba. Aturdido, desorientado, con un dolor en general por todo el cuerpo, lleno de heridas miraba sin poder moverme a aquellas tres personas sin saber que me harían. Una de las enfermeras me colocó una mascarilla con un tubo en la cara sin quitarme la cinta que tenía en la boca. Tiempo más tarde desperté tumbado en una cama en una habitación blanca sin ningún tipo de decoración ni ventanas, solo había un fluorescente que cada cierto tiempo parpadeaba y una puerta con un cristal en el centro. Miré mi cuerpo tumbado como estaba y vi que estaba entero, sin cicatrices, ni heridas, olía bien y no estaba ni atado ni la cinta cubría mi boca. Poco a poco me fui levantando pero mi cabeza todavía no respondía bien. Al ponerme de pie mis piernas fallaron y caí de bruces al suelo. Posiblemente al oír el golpe, la puerta se abrió y de ella una enfermera me ayudó a sentarme de nuevo en la cama. Me ofreció un vaso con agua que no tardé en tragar desbordándose por mi boca. Cuando pude hablar la pregunté donde estaba, que era todo esto y que me habían echo. Ella me miró y tras dar un suspiro me dijo que no me preocupase por nada, que estaba siendo muy bien tratado. Tras decirme esto, se levantó y me dejó de nuevo en aquella sala cerrando con llave la puerta. Tras varios intentos pude alcanzar la puerta y probé a girar el pomo sin resultado alguno. Miré a través del cristal y solo se veía lo que parecía ser una pared blanca. Me giré apoyándome contra la puerta aterrorizado y me restregué las manos por mi cara de arriba abajo. Miré la cama pensando en que cojones era aquel sitio y divisé lo que parecía ser un orinal debajo. Un buen rato después otra enfermera me trajo una bandeja con comida que devoré con ansias, casi me ahogo con un trozo de una pechuga de pollo. Esta enfermera se esperó mirándome fijamente como devoraba la comida sin decir nada. Al acabarme la comida, se limitó a coger la bandeja y marcharse de la habitación. Así fueron pasando los días en los que solo veía a aquellas dos enfermeras y que intentando hacerme el simpático las llamaba Pili y Mili. Pili parecía venir lo que vendría siendo por las mañanas y Mili por las tardes.
El tiempo para mi había pasado a ser algo que de lo que me había casi olvidado hasta que un día, (por llamarlo de alguna manera), las dos enfermeras se presentaron en la habitación y me hicieron acompañarlas tal y como estaba vestido con una bata, saliendo por fin de aquella celda. El pasillo parecía infinito y yo dando pequeños pasos lo era aún más. Abrieron una puerta y tras ella pude ver una especie de balcón iluminado por un sol radiante. Al fondo, una mesa flanqueada por dos hombres trajeados y dos sillas parecía esperar mi llegada. Me sentaron en una de ellas y Pili y Mili me dejaron con aquellos dos hombres. Sin decir nada, miraba alrededor como intentando averiguar donde estaba pero solo se podía divisar campo y mas campo. Miré a aquellos dos hombres mientras ellos con sus miradas rectas y fijas me obviaban. Unos momentos después, Pili volvió con una bandeja con una tetera y dos vasos. Lo dejó todo encima de la mesa y me dijo: “No te preocupes, estate tranquilo. Enseguida viene” y se alejó de nuevo dejándome con aquellos hombres estatuas en un silencio sepulcral.
Como si de un “Déjà Vu” fuese la puerta que daba a la terraza se abrió y de ella apareció una fila de mujeres y delante de todas ellas, pude reconocer a la señora mayor de aquel fatídico día. He de decir que parecían venir todas hacia mi como si de un viaje de Imserso fuese porque ninguna bajaría de la 3ª edad y yo la escultura que fuesen a visitar. Me levanté enfadado y cuando iba a saltar sobre la mujer que pude reconocer los dos hombres se echaron sobre mí tirándome al suelo. Me inmovilizaron en un “plis plas” mientras un brazo con una fuerza sobrehumana aprisionaba mi cuello. De repente la mujer que reconocí amablemente y con una voz tierna ordenó a los dos guardias que me levantaran y me sentaran. Me levantaron del suelo como si yo fuese una pluma y me sentaron en la silla sin separarse de mí. Una fila de mujeres se encontraba de nuevo enfrente formando un semicírculo dejando la otra silla libre preparada para aquella mujer que lentamente se sentó y acomodó bajo mi mirada nerviosa y enfurecida. Se sirvió una taza y dando un trago me dijo: “Buenos días. Espero que hayas sido bien tratado y que los cuidados que te he ofrecido hayan sido del todo excepcionales.”. “Una mierda” contesté yo, “¡¿Que coño está pasando aquí y que es todo esto?! Según dije eso una mano de uno de los guardias se apoyó en mi hombro tirando de mí hacia abajo. “Tranquilízate, yo te explicaré todo lo que quieras saber. “ Se limitó a decir dando un nuevo sorbo a la taza. “Mi nombre es María. Esta es mi casa y tú eres mi invitado. Siéntete como en tu casa. No temas por ti, nada malo te pasará salvo que no te portes adecuadamente y seas como te has portado hasta ahora.” Sentenció. Me ofreció una taza de té que tuve que aceptar por temor a nuevas represalias y su voz volvió a hablar “No acepto preguntas, de momento. Todo lo que necesites o puedas querer te será dado siempre que cumplas con tu trabajo el cual ya iras descubriendo. De momento tu primer encargo será acudir esta noche conmigo a una fiesta. Tienes ropa nueva en tu nueva estancia y Pili, como tu has decidido llamar a una de mis ayudantes, te guiará y enseñará que cosas, aptitudes, comportamiento, gestos y demás para que seas un gran acompañante para mi.” Mirando al resto de las mujeres dijo: “Estas mujeres han venido a verte a si que, te pido por favor, no me defraudes y sepas como comportarte.”. Alcé mi vista observando a aquellas mujeres que murmuraban entre ellas con alguna sonrisa picarona entre ellas. Me disponía a hacerla una pregunta cuando uno de sus dedos en alto enfrente de mi cara me indicaba silencio: “Te he dicho que no aceptaba cuestiones de momento así que abstente de hacerlo” Tragué saliva sin dejar mirar a María con el ceño fruncido. “Por favor prueba el té” me dijo María. Cogí la taza y di un sorbo. Lo mantuve en mi boca con miedo de que me fueran a drogar de nuevo. “Puedes tragártelo, no tienes que temer por nada más. Yo estoy bebiendo también del mismo té”. Tragué y tras comprobar por mi mismo que decía la verdad, terminé mi taza.
María hizo venir a Pili que muy amablemente me ofreció llevarme a mi nueva habitación. Yo la seguía alejado de ella unos dos metros mientras ella me guiaba por la enorme enseñándome cada una de las estancias. Llegamos a la estancia y puedo decir que aquella habitación era como dos veces mi casa. Una cama con dos mesillas, una mesa de salón, una chimenea así como un ventanal gigante decoraban e iluminaban la misma. Pili abrió una puerta y tras ella un vestidor enorme repleto de todo tipo de ropas la llenaba. Tras observar unos momentos los trajes y demás ropas, dándome unos pantalones, una camisa, ropa interior y un par de zapatos me dijo que me cambiase para bajar a comer con María así como con sus invitadas. Pili se quedó mirándome fijamente delante de mi como esperando a lo que yo la dije que si podría hacerme el favor de darme un poco de intimidad. “No. Cámbiate no sin antes darte un ducha, pero tengo órdenes de no dejarte solo” dijo sin inmutarse ni un ápice del sitio. Cogí todo lo que ella me había dado y siguiéndola a escasa distancia nos metimos en el baño. Dejé la ropa colgada y los zapatos en el suelo tras mirarla nuevamente, la pedí por favor si se podría girar para poder desnudarme. “No. Ya te he dicho que no puedo hacerlo, son órdenes. Además, no sería la primera vez que te viese desnudo” me dijo abriendo la mampara de la ducha. Me despojé de la bata y en pelotas me paseé delante de ella hasta la ducha. Tras encender el grifo un chorro de agua caliente me cayó por encima, algo que ya casi había olvidado. Apoyé mis manos en la pared mientras el agua recorría mi cuerpo hasta llegar al suelo. Miré mis polla que hasta ese momento no había vuelto a recordar. Absorto como estaba, oí como la puerta del baño se abría y la voz de María ordenaba a Pili dejarnos solos unos momentos. La puerta de la mampara se abrió y de entre la nube del agua caliente apareció su cara. “Veo que estás bien. Déjame ayudarte”. Su mano alcanzó una esponja y comenzó a frotármela por la espalda. “Que bien has quedado. Ni una sola marca” dijo sin dejar de observarme. “Date la vuelta, a ver como estás por delante” Sin rechistar me giré tal cual estaba y María observó mi cuerpo de arriba abajo. “Perfecto” Se limitó a decir. Su mano ni corta ni perezosa cogió mi flácido pene levantándolo y moviéndolo de un lado a otra con mis huevos colgando dijo: “Está perfecta. Quizás algo mas grande estuviera bien pero así está correcta”. Me enjabonó, luego con ayuda de la ducha y sus manos me lo quito y al terminar me ayudó a secarme. Me colocó enfrente de ella y de un espejo de tamaño grande desnudo y me observaba a través de el mientras sus manos recorrían todo mi cuerpo. Cogió mi pene varias veces observándolo como si algo ocurriese. Me indicó que guardara silencio mientras su mano no me la soltaba. Llamó a Pili y la indicó que pasara. María la colocó a su lado sin soltarme mi polla de su mano. Ilógicamente, a pesar de la situación que estaba viviendo y sin que yo pudiera evitarlo comenzó a ponerse dura. María esbozó una pequeña sonrisa mirando a Pili que con un gesto de aprobación observaban el cambio de estado. Para mi desgracia, María comenzó una lenta y suave masturbación que no tardó en terminar con mi polla dura en su mano. Tras volver a mirarse nuevamente ambas, me la soltó y me indicó que podía vestirme. Pili con unos calzoncillos en sus manos me los subió hasta que mi polla dura impedía terminar. Con sus dedos me la dobló hacia un lado y terminó de ponérmelos. Me puso los pantalones, la camisa, los zapatos, me afeitó, me peinó y tras mirarme unos segundos que todo estuviera perfecto salimos del baño y nos dirigimos al comedor donde María y sus acompañantes parecían esperarnos. Algunas comensales cuchichearon entre ellas sin dejar de observarme. María me indicó donde me sentaría, a su lado presidiendo la mesa. Alzó su copa y otorgándome el brindis junto con las demás personas nos dispusimos a comer. Nadie durante lo que duró la comida expresó ni una sola palabra hasta que los cafés fueron servidos. María no cesaba en elogios hacia mí tratándome casi como si fuese alguien importante o de mucho valor para ella. Yo me limitaba a sonreir y agradecerla sus palabras mientras en mi cabeza solo rondaba la forma de poder escapar de allí. Tras terminar el café, María pidió acompañarnos al resto de las mujeres a una de las estancias como si mi opinión no importase o diese mi aprobación. En silencio acepté mientras María agarrándome por el brazo me guiaba al siguiente destino. Una sala enorme con una mesa y sillas aparecieron tras unas puertas que previamente Pili y Mili se encargaron de abrirnos. María me pidió que por favor, esperase a que la última mujer se hubiera sentado y yo obedecí sin rechistar. Tras sentarse la última, ella se levantó y dio una serie de anotaciones sobre lo que parecía aquella reunión. Se dirigió a mí y me dijo que me paseara alrededor de la mesa para que el resto de las mujeres pudieran observarme más de cerca. A esas alturas me sentía como si fuese ganado y me negué ofrecerme a tal hecho. María en un tono más totalitario me ordenó sucumbir a sus palabras si no quería sufrir consecuencias. Sin más discusión, obedecí a sus palabras y comencé la “ronda”. María mientras yo me paseaba alrededor de la mesa ante las miradas de aquellas mujeres ofertó que si alguna de ellas quisiese tocarme podría hacerlo. Las manos no tardaron en aparecer acariciando mi cuerpo de arriba abajo ante la mirada de María que mirándome a los ojos, su cabeza esgrimió un gesto de aprobación. Una de las manos se posó sobre mi polla que yo al intentar apartarla de ahí, la voz de María se oyó por toda la estancia negándome mi gesto:, “Pueden poner sus manos donde quieran. No se preocupen”. Solté la mano de la mujer que sin dudarlo la volvió a posar de nuevo en mi polla. Suspiré esperando que aquella situación durara lo menos posible pero al parecer, eso solo era el principio. Varias mujeres del otro lado de la mesa se levantaron y se colocaron alrededor de mi mientras sus manos fueron despojándome de la ropa. Yo inmóvil solo podía ver como la camisa desaparecía, los pantalones, los calzoncillos… y mi polla era sobada, esta vez con mas “cariño” por varias manos. De sobra sabía que cada una de esas mujeres podían pasar por ser mi abuela pero no podía hacer nada al respecto. Unas de esas manos tiraron de mí hasta que me tumbaron encima de la mesa a merced del resto. María observaba desde su sitio sin perder detalle de lo que me estaban haciendo pero sin oponerse a nada. Como pude me incorporé sobre mis codos apoyados en la mesa observando a cada una de las mujeres magrearme sin compasión. Giré mi cabeza y miré a María que con voz autoritaria ordenó que volvieran a sentarse cada una en sus respectivos sitios.
Aliviado esbocé una leve sonrisa de agradecimiento creyendo que todo se había acabado. María me indicó acercarme hacia ella y al llegar me ordenó ponerme de rodillas enfrente de la acompañante mas cercana a ella. Obedecí cual sumiso y me puse tal y como me dijo. Mi polla semierecta quedaba justo enfrente de la cara de aquella mujer que con su lengua repasaba sus labios una y otra vez. “Por favor” dijo María ofreciendo mi polla a aquella mujer. Esa mujer agradeciendo el gesto de María con su mano tirando de mi polla engulló en su boca mientras su lengua recorría mi glande ante las miradas de las demás. Yo solo me limitaba a mirar a aquella mujer chupándomela y alguna que otra vez miraba a María que solo se limitaba a sonreirme. Tras unos minutos, la mujer que me la chupaba se la ofreció a la mujer que a su izquierda estaba sentada que no dudó tampoco en seguir con ese juego. Cada una de las mujeres que me la chupaban me daban un gran placer y a cada cual mejor que la anterior. He de reconocer que a pesar de mi incertidumbre y mi negación del principio a ser ganado me dejaba hacer y a pesar de las edades de aquellas mujeres se notaba que la experiencia es más que un grado.
Así fui pasando por varias mujeres más hasta que no pude aguantar más y me corrí en la boca de una de ellas. Apoyé mi culo sobre mis talones mientras cogía aire para recuperarme. El resto de las mujeres a las que no llegué protestaron y María pidió por favor un pequeño descanso para que pudiera recuperarme. Me fui a bajar de la mesa pero María me dijo que no a si que me quedé tal y como estaba mientras era observado como un cachorro en una jaula. Tras varios minutos allí expuesto pedí por favor ir al baño y María se limitó a pedir a una de sus ayudantes un barreño u orinal donde poder vaciar mi vejiga. Mili se aproximó hasta mi y me dejó el orinal. De rodillas como estaba miré al resto de las mujeres que se fueron levantando de sus sillas para acercarse mas aún hacia mí y verme mear. Ante todas esas miradas esperando soltar mi pis me era casi misión imposible e intenté concentrarme en poder liberar esa presión. Unas primeras gotas comenzaron a salir de mi glande. Una mano me cogió la polla mientras soltaba mi chorro hasta que solté la última gota que como si no fuera la primera vez en hacerlo me apretó el glande liberando unas gotas más. Mili cogió el orinal y lo dejó apartado. Me acercó una especie de toallita y la mano que me tenía agarrada la polla se adelantó a coger y delicadamente me limpió cualquier resto de orina que pudiera haber.
Amablemente agradecí y tras decir esto, la dueña de la mano que me ayudó apareció y subiéndose a la mesa se colocó delante de mí en la misma posición que yo estaba. Se fue despojando de su ropa hasta que su cuerpo desnudo quedo totalmente libre. Su mano derecha se poso dulcemente en mi cuello acercándome hacia ella que primeramente me besó como si fuese un frágil muñeco de cristal al que una simple brisa pudiera romper. De aquel beso su lengua fue abriéndose paso en mi boca que, al principio se negaba a jugar. Al notar mi negativa su mano fue recorriendo mi pecho hasta que suavemente llegó a mi entrepierna atrapando con su mano mi polla flácida que tras un rato de lentos movimientos masturbatorios comenzó de nuevo a crecer. Ella se limitaba a frotarse mi glande con su tesoro mientras su cadera se movía a la misma vez. Nuestras lenguas se frotaban la una contra la otra y su brazo rodeando mi cuello me impedía poder alejarme. Cuando ella decidió que el juego podía pasar de nivel poco a poco su cueva fue abrazando mi glande hasta que estuve totalmente dentro de ella. Su frente se apoyó contra la mía mientras su cadera era la que mandaba en esa posición. Unos minutos más tarde cuando ya se dio por satisfecha besándome en los labios, se despidió de mi liberándome. Entonces preso del placer y de saber que no podría correrme todavía, me bajé de la mesa con mi polla apuntando hacia el cielo y cogiendo a otra de las mujeres la senté al borde de la mesa abierta de piernas para mi. Al entender mi propósito guió mi polla hasta su interior que no tardó en estar totalmente metida. Unas posando sus manos en mi culo me guiaban en las embestidas, otras se limitaban a dejarse hacer, otras a la vez que yo las follaba tumbándose boca arriba encima de la mesa le comían el coño a otra…
Así estuve hasta que no pude aguantar más y mi polla poco a poco fue descendiendo de tamaño