Presionado

El chico que me gustaba estaba bastante cerca de mí; demasiado cerca...

Presionado

1 – Una proposición forzosa

Estaba hasta los cojones de aquellas excursiones familiares de las que no podía escaparme. «Es una tradición familiar», decía siempre mi madre. La… tradición, no era más que una excursión al campo los domingos soleados de invierno. Siempre íbamos a parar a un lugar casi salvaje, desconocido para mucha gente, con mucha vegetación, olor a monte, silencio y un pequeño río saltarín.

No es que me aburriera mucho o prefiriera salir con mis amigos (ya era muy mayorcito para excursiones con los papás), sino que aquella «tradición» se había extendido a la familia que vivía en la casa de al lado y, el matrimonio aquel iba siempre acompañado por sus cuatro hijos (todos varones) de muy diferentes edades entre los que había uno, casi de mi edad y guapísimo, que me sacaba de mi pellejo. A mí, como el mayor hijo de los dos matrimonios excursionistas – nosotros éramos tres chicos -, me tocaba el papel de niñera.

Francis, el mayor de aquellos cuatro hermanos, el que me gustaba, me daba menos la lata por su edad, pero no me dejaba solo un instante ni a sol ni a sombra. Era un chico tranquilo que aparentaba menos edad de la que en realidad tenía. De cuerpo delgado y ágil, extrovertido y de rostro muy atrayente, pensé que algún día una chica le echaría el guante y dejaría de asistir a aquellas excursiones… y yo dejaría de verlo. En caso contrario, me decía a mí mismo, me lo quedaba para mí para siempre. Y por no salir con ninguna chica y tener aquel cuerpo a mi lado casi un día entero, seguiría haciendo de niñera de los más pequeños… Aunque Francis ya no era un niño, precisamente, también creí que me tomaba como su hermano mayor.

Un domingo temprano, al amanecer, me acerqué al coche a llevar unas bolsas y me abordó su padre.

  • Fito… – pareció dudar sobre lo que iba a decirme -; sé que lo que voy a decirte no te va a gustar mucho y, además… creo que sabrás que está fuera de la ley. Ya lo he hablado con tu padre y a él le da igual; me ha dicho que debes decidir tú.

  • Decidir yo… ¿qué?

  • ¡Verás, Fito! – me echó el brazo por el hombro -, ya sabes que no llevamos a nadie a las excursiones porque nuestro coche sobrepasa el tope… Esta semana mi mujer no ha sabido decirle que no a unos amigos nuestros. Su hijo, Fonsín, vendrá con nosotros porque ellos necesitan ir solos a un almuerzo

  • ¿Y por qué piensas que eso no me va a gustar, Gaspar?

  • Sé que vais también demasiado justos en vuestro coche… - seguía dudando al hablar -, pero menos de lo que tendremos que ir nosotros hoy. Lo que quería decirte es que si no te importaría llevar encima a mi pequeño Justo… ¡Sí, sí, ya sé que es el rabo de una lagartija, pero es el que menos pesa! Si nos cruzamos con la policía podría agacharse y esconderse… Si nos paran… yo me haría responsable.

  • ¿Justito encima de mis piernas más de una hora? – hice un exagerado gesto de disgusto - ¡Vamos, prefiero cargar con Francis! Pesará más, pero no me enfermará de los nervios.

  • Francis… - seguía dudoso – es ya muy mayorcito para ir sentado encima de tus piernas. Le costaría trabajo esconderse

  • ¡Me da igual, Gaspar! – me enfadé - ¡Conoces a Justito mejor que yo! Eres su padre. Te repito que prefiero más peso encima que ese saco lleno de pulgas.

  • ¡Está bien, está bien! Tu padre no pondrá pegas, Fito – apretó mi hombro – y yo te lo agradeceré mucho ¿Aceptas?

  • ¡Claro, acepto! – me miró contento - ¿Qué otra salida tengo?

No pareció gustarle mucho mi última respuesta pero a mí, mientras soltaba las bolsas, dejó de fastidiarme la idea: ¡Francis sentado encima de mis piernas más de una hora! ¡Joder; quise pensar que no se me notaría el empalme cuando nos bajásemos del coche!

No hubo que hacer mucho esfuerzo para meternos en aquella lata de sardinas, pero a mi pobre Francis le topaba la cabeza con el techo y estuvo un rato intentando acomodarse de forma que no me molestase mucho ni que tuviese que ir encogido todo el trayecto. Mientras encontraba la postura adecuada fueron tantos los roces de su culo que acariciaron mis piernas (y otras cosas) que, antes de salir de nuestra calle ya me tenía con una mano puesta en su muslo… ¡ayudándolo, claro!

La mejor postura que encontró, efectivamente, no era la peor para mí, pero sí la más inquietante. Su culo quedaba justo encima de mi polla con sus piernas rodeando las mías y un tanto inclinado hacia adelante. Afortunadamente, no era verano y la ropa nos cubría bien, pero no tenía más remedio que dejar reposar mis manos sobre sus muslos y, a veces, tiraba de él hacia mí si se resbalaba. Aquel movimiento se transformaba en otro en mi mente y, cuando se repitió varias veces, en una curva, uno de sus brazos saltó sobre mi cabeza y se agarró a mi cuello para no caerse, pero de cierto tipo de movimientos y miradas creía saber yo más que él. No podía negarme lo evidente. Su rostro se pegó al mío y una de las comisuras de sus labios a una mía. Su culo hizo una presión extra sobre una polla a la que no podía darle órdenes de mantener la compostura. Me sonrió insinuante.

2 – Llegada en masa

Cuando por fin frenó el coche casi en seco (por no golpear al otro), se abrieron las puertas y todos comenzaron a bajar gritando de alegría… Todos menos Francis, que volvió su rostro para sonreírme y se bajó sonriéndome y restregando su culo caliente por mis piernas. Como tenía que apoyarse para no caerse, acabó rematando la faena y poniendo su mano abierta sobre mis pantalones abultados. A mí me pareció que aquello que parecía haber tomado como un pasamanos… se había convertido en un pasamanos… largo y duro.

Cuando me bajé del coche aún me miraba pícaramente frente a frente y no tuve ninguna pega en hacerle un gesto como un beso con mis labios. En ese mismo instante pasó mi madre entre nosotros, se detuvo un segundo mirándome y me habló en voz baja al oído: «¡Súbete esa portañuela!».

Me volví disimuladamente de espaldas y tiré de la cremallera pero, según observé antes, no se me veía nada. Todos vinieron a buscarme para comenzar alguna excursión, sin embargo, estuvo mi madre muy acertada al gritar que nadie se retirase sin tomar algo antes. Todos corrieron entonces hacia ella; todos menos Francis y yo. Seguíamos mirándonos sin movernos.

Los más jovencitos (que tampoco lo eran tanto), no me tomaban como un monitor que los lleva a hacer senderismo, sino como a la tata que los saca de paseo al parque.

  • ¡Joder, chavales – protesté -, que acabamos de llegar! Os prometo que habrá excursión hasta el almuerzo. Los papás están avisados

Aunque no los avisase, estaban deseando de quitarse de encima a toda aquella patulea; siete chicos, normalmente, y ocho aquel día con Fonsín. Nada había cambiado sustancialmente desde la última excursión. Todos pidieron que los llevase al embalse de la mina abandonada y entre Francis y yo no cabía una lámina de papel de aluminio.

  • ¡Vale, tíos! – saqué la poca paciencia que tenía -, pero con lo que ha llovido el embalse estará muy lleno. Ya sabéis que no se usa y no lo vacían ¡No quiero a nadie acercándose a sus aguas heladas! Lo veremos desde algo más arriba; entre los pinos.

  • Pero podremos tirar piedras y hacer la rana, ¿no? – dijo Pitu –.

  • Me parece que para eso no hay que… - miré descaradamente a Francis – acercarse demasiado… ¡al agua!

Sendero arriba, los más jovencillos corrían más y se adelantaron, pero lo hicieron hasta el punto de que, sin oír mis llamadas, llegaron a lo más alto del pinar y comenzaron a bajar por el otro lado hacia las aguas.

  • ¡No creo que les pase nada, Fito! – me habló Francis muy de cerca - ¡Van todos juntos!

  • Menos nosotros dos – respondí -, que vamos… bastante juntos.

  • ¿Molesto?

  • ¿Qué dices, Francis? – exclamé - ¡Sabes que soy bien claro y no creo que se te haya olvidado ya el viaje!

  • ¿Te he molestado? – acercó más su rostro al mío - ¡Sé que aunque esté delgado peso bastante!

  • ¡Vamos, Francis! – me puse en cruz - ¿A estas alturas me vas a decir que no has disfrutado?

Me miró pícaramente y cogió mi mano derecha, la abrió despacio y puso la palma en su rostro.

  • El coche no es mal sitio para esas cosas – dijo -; ando de «secano» ¿A ti no te gusta?

  • ¿Es que no me has visto al bajarme del coche? – reí -; te he tirado un beso porque he pasado una hora muy… muy… ¡Oye, espera! ¿Tú me has abierto la portañuela?

  • ¡Sí! – hizo un gesto sensual -; el tirador se me estaba clavando en la espalda.

3 – Pantalones fuera

Bajó la vista y me miró la bragueta. Efectivamente, el tirador de la cremallera se quedaba saliendo del pantalón.

  • ¡Vaya! – lo miré sorprendido - ¡No sabía que se quedara así!

Y sin decir otra cosa, acercó su mano a mi pantalón, tomó el tirador y lo bajó despacio y con un gesto muy sensual.

  • ¡Espera, Francis! – me asusté -; no creo que a los otros les importe ver esto, pero ni me fío de tus padres ni de los míos.

  • ¡Pues es bien fácil!

  • ¿Ah, sí? – pregunté cómicamente - ¡Enséñame! Aquí en medio nos verá hasta el guardabosques.

  • ¡Me suda la polla! – rió -; si nos ve y se calienta que se esconda y se haga una paja pero… hay una forma… hay una forma de que yo pueda bajarte la cremallera y nadie lo vea.

  • ¡Eso imagino! ¿Cuál es la que tú piensas? ¡Me sorprende que quieras abrirme la portañuela, pero tengo que confesarte que me gustaría!

  • ¡Jo! – miró a lo más alto del camino - ¡Vamos a subir a la loma y asegúrate de que los otros no bajan hasta las aguas! Luego les dices que vamos a explorar el terreno y nos vamos a ese edificio abandonado que está hacia la derecha ¡Ya fuimos a verlo una vez!

  • ¡Sube rápido! – me estaba empalmando sólo de oír aquello - ¡Haremos lo que dices!... ¿Sabes una cosa? ¡Estoy loco de contento de que los dos pensemos en lo mismo! ¡No podía imaginarlo!

  • ¡Pues bien torpe que eres! – corrió a mi lado y cuesta arriba -; no me muevo de tu lado y te he acariciado cada vez que me daba la gana

  • ¡Joder, qué arte tienes en eso! ¡Te juro que nunca me he dado cuenta!

Llegamos a la cima y vimos a los otros ya casi abajo, algo retirados de las aguas como les dije y tirando piedras. Desde allí mismo les grité para que no se moviesen de aquel lugar y en el mismo instante cogió mi mano Francis y tiró de mí con prisas hacia la nave abandonada de la mina.

Íbamos a paso muy ligero, apartando ramas, sorteando matojos. Él tiraba de mi mano y se sabía el camino bastante bien. A poco más de cien metros encontramos aquella casa abandonada y nos acercamos a la puerta.

  • Menos mal que no está cerrada nunca – dijo ahogándose - ¿Tú crees que vendrán aquí otros a follar?

  • ¡No lo sé! – pensé -; de día no creo y de noche no los dejarían. De todas formas, si follan ahí dentro encontraremos condones y papeles

  • ¡Puajjj! – exclamó - ¡Qué asco! Si los que follan aquí son hombre y mujer deja de gustarme el sitio.

  • ¡Vamos, hijo! – lo empujé - ¡No pensarás que esto es un escondite sólo para que follen tíos!

  • ¡No! – fue entrando y mirando -, pero seguro que a un tío le daría igual follarse a una tía debajo de un árbol. Si hay alguien vigilando ni le haría caso, pero si ve a dos tíos

Se paró en seco, cerró la puerta empujando mi pecho con el suyo y no esperó un segundo para volver a coger el tirador y bajarme la cremallera. Cuando llegó abajo no la soltó. Abrió la bragueta con la otra mano y miró adentro con curiosidad. Ya empalmado, no quería seguir así. Lo tomé de la mano y fui a sentarme detrás de una columna en una lata grande cerrada y oxidada. Sobre mí se sentó él casi en la misma postura que en el coche, pero echó sus manos hacia atrás y buscó la forma de coger aquel bulto sin que la resistente tela de mis vaqueros se lo impidiera; pero la bragueta se cerraba sola y su mano no entraba del todo.

  • ¡Oye, Fito! – habló en voz baja sin mirarme - ¡Me gusta esta postura, pero no puedo meter mi mano!

  • ¡Espera; lo arreglo!

No tuve que moverlo. Me abrí el cinturón aprisa y desabroché el botón de la cinturilla tirando de la tela hacia los lados y dejándole paso franco hasta mis abultados slips.

  • ¡Preparado! – canturreé - ¡Prueba ahora!

Sus brazos se movieron más rápidamente y sus dos manos tocaron lo que buscaban. Parecían pelearse entre ellas para apretar aquí o allí… Y mientras tanto, mis brazos no se quedaron caídos; se fueron a su bragueta, busqué su cremallera, se la bajé y metí mi mano abarcándole hasta los huevos. Sin soltármela con la derecha, se aflojó el cinturón con la izquierda y abrió sus pantalones como yo.

  • ¡Pues verás, Francis! – dije - ¡Ya que estamos así!... ¿Nos quitamos los pantalones?

  • ¡Con una condición! – alzó su índice -; sin pantalones quiero sentarme otra vez igual.

  • ¡Venga!

Nos pusimos en pie, nos bajamos los pantalones y los calzoncillos y comenzaron a moverse las miradas y a aparecer sonrisas. Me senté en la lata (que estaba rasposa y fría) y se sentó sobre mí volviendo a echar sus manos hacia atrás. Yo, evidentemente, se la cogí como un tesoro y empecé a acariciársela y a tirar de su prepucio hacia abajo.

4 – El comienzo

La postura era muy erótica y placentera, pero se dio cuenta de que no tenía mucha libertad de movimientos, así que se puso en pié y tiró de mí; curiosamente, siguió dándome la espalda y, eso, era un signo inequívoco de lo que buscaba. Puse mis manos sobre su piel y bajo sus ropas hasta abarcar su vientre alto y tiré de él hasta que mi polla quedó entre sus nalgas. Me la soltó, se agachó y apoyó sus brazos en sus rodillas.

Me vi ante un culo perfecto y prieto, pero no se abría tan fácilmente. Tiré de sus nalgas hacia los lados y vi allí la cueva del tesoro esperándome entre un buen matojo de vello claro. Su piel arrugada y rosa me estaba invitando a meterme por allí. El color rosado de mi capullo contrastaba con aquella piel cuando le puse la punta encima. Me incorporé procurando que no se moviera y lo abarqué con un solo brazo para tirar de él.

Al principio me ayudó y movió su culo circularmente soplando de placer, pero cuando mi polla comenzó a entrar en él despacio me pareció que estiraba su espalda y se quejaba.

  • ¡Espera, espera, Fito! – me dijo - ¡Eso me duele mucho!

  • Es sólo al principio, Francis – susurré -; si no te la han metido nunca

  • ¡No! – me interrumpió -; siempre me he hecho alguna paja con los compañeros. Ahora, como lo que quieren es follarme en cuanto los toco, me dejo rozar y me limito a hacerles una paja ¡Me asusta ese dolor!

  • ¿Eres virgen con casi veinte años? – no comprendía aquello -; creo que lo tuyo no es que te penetren, sino penetrar pero… siempre me pones el culo.

  • Me encanta tu polla rozándome ahí – exclamó -, pero si intentas meterla me duele.

  • ¿Y no sabes que es así, Francis? – le mordí la oreja -; al principio hay que aguantar, pero luego te gustará más que un simple masaje.

Pensó un rato dejando caer su cabeza y en silencio, se incorporó y me miró asintiendo. Me eché bastante saliva en toda la polla y también se la puse a él; no había otro lubricante. Cuando empecé a probar empezó a quejarse y, a veces, se retiraba. Empezaba a fastidiarme aquello. No teníamos toda la mañana para que se decidiera. Si no quería penetración, que me hiciera una mamada y se acabó.

Pero no; así estuvimos mucho tiempo ¡Demasiado! Me dejaba meterle sólo la punta, se quejaba y se movía en círculos para obtener placer. Me harté. Siempre hay una primera vez y aquella era la suya. Lo agarré bien y apreté con cuidado pero sin dejarlo separarse. Se quejaba reprimiendo gritos, temblaba, tiraba de mi brazo para apartarme… pero aquel hecho tenía que consumarlo. Sé que tuvo que aguantar un calvario un rato, pero ya dentro se quedó más tranquilo soplando por la boca repetidamente.

  • ¿Te escuece?

  • ¡No! – me miró de reojos - ¡Pero todavía duele!

  • ¡Relájate! ¡Espera un poco a que se dilate tu culo! Cuando no sientas dolor… me avisas. Te prometo que te va a gustar mucho más que esos roces. Eres demasiado mayor para no haberte estrenado si te gusta esto.

  • Creo que sí - repuso - ¡Todo es siempre el miedo a ese dolor! Ya ha pasado y te noto dentro. Esto es lo que he buscado siempre.

  • ¿Ah, sí? ¡Pues espera a que me mueva! ¡Te correrás sin que te la toque!

Con cuidado y paciencia, fui moviéndome hasta que noté que él mismo me empujaba:

  • ¡Dame, dame más! ¡Más, más! ¡Así, así! ¡Cuánto he esperado este momento! No imaginaba que iba a sentirte al fin dentro

5 – El intervalo

Me corrí de tal forma dentro de él que creí que no me iba a quedar leche durante una semana.

  • Tenemos que repetir esto antes de irnos – me rogó subiéndose los pantalones - ¡Prométemelo!

  • ¡No lo sé, Francis! – dudé -; esperemos que nos dé tiempo a otra escapada. Si no te lo piensas tanto, tardaremos poco. Si no hay tiempo hoy… ¡Hay más días!

No sé cómo se las apañó, pero aquella misma tarde me lo volví a follar en el mismo sitio. Se iba la luz del sol y tuvimos que bajar corriendo hasta los coches. Nuestros padres estaban un tanto preocupados y bastante enfadados. Volvió todo el camino restregándose conmigo, acariciándome disimuladamente la pierna en la oscuridad del coche y volviéndose para sonreírme ¡Había encontrado a alguien que quería estar conmigo y que me atraía muchísimo!

El día siguiente, por la mañana, estaba estudiando cuando llamaron a la puerta. Fue mi madre a abrir y la oí dar gritos y reír.

  • ¡Pasa, pasa! – decía - ¡Está en su dormitorio estudiando! ¡Sube las escaleras despacio!

Entró por mi puerta ya insinuante, la cerró tras su espalda sin mirarla y oí cómo cerraba el seguro. Se fue acercando a mí lentamente, tiró de mi mano y, comenzando con la bajada de mi cremallera, repetimos todo lo que habíamos hecho en la nave abandonada.

  • Francis, guapo – dije al terminar - ¡Me encanta esto y no me hartaría nunca de hacerlo! Necesitas practicar en casa. Búscate algo que meterte por el culo; algo grueso. Aguanta con eso dentro. Tu culo se irá dilatando. No puedo dilatártelo yo todos los días; a mí también me duele.

  • ¡Vale! – contestó como resignado - ¡Ya sé qué voy a meterme! Mañana te cuento.

Se volvió, abrió el seguro y la puerta y me sacó la lengua antes de bajar las escaleras.

Sonreí mirando a la pared. Me ilusionaba pensar que, tal vez, todos los días iba a echar un polvo. Cuando pasaron los días, con hasta dos polvos diarios, me extrañó que siguiera quejándose al ser penetrado.

  • ¡Francis! – le acaricié su polla ya flácida - ¡Qué feliz me haces! Pero sufro de ver que tu culo no se ha dilatado nada. No quiero hacerte daño.

  • ¡Me gusta ese dolor si me lo haces tú! – respondió - ¡No voy a meterme nada para ensanchar mi culo! Me gustaría que acabase ensanchándose porque tú me la metas.

  • ¡Ya, cariño – dije con paciencia -, pero es que llevamos semanas así! Lo mejor es hacer un descanso de una semana. Practica como te dije y ven el miércoles que viene. Yo necesito reponerme ¿Te importa?

  • ¡No!

Se volvió de mal humor acabando de cerrar sus pantalones y tiró de la puerta dando un fuerte golpe. Parecía que, aunque a disgusto, me hizo caso. Tuve una semana de descanso aunque necesité hacerme algunas pajas para contrarrestar… pero pasó más de una semana.

6 – Mea culpa

Aunque pasé varios días descansando a base de masturbarme pensando en él, comenzaba a preocuparme que no volviera. Lo echaba de menos. Pensé en ir yo a buscarlo, pero todo cambió como menos lo esperaba.

Estaba en el salón cuando llamaron a la puerta y, al abrir mi madre, entró Margarita (la vecina) no sé si molesta o muy preocupada. Hablaron cuchicheando y no pude oír nada hasta que las dos se acercaron a mí decididamente.

  • ¡Esto no se hace, Fito! – me dijo la madre sollozando - ¿Crees que no sé qué está pasando entre vosotros? Francis ni siquiera quiere pisar la calle, no come, no estudia… ¿Tanto daño te ha hecho para que lo eches de tu casa?

  • ¿Daño? – las miré desconcertado - ¡Yo no lo he echado! ¿Qué le pasa?

  • ¡Por favor, Fito! – mi madre me miraba callada e inquisitiva -; Francis no tiene secretos para mí. Me parece que lo que le has hecho lo va a dejar marcado para siempre.

Las dos me miraban muy serias, pero mi madre no intervenía en la conversación.

  • Marga – me avergonzaba hablar de aquello -, lo que está pasando entre nosotros es cosa nuestra, pero creía que todo seguía. No nos hemos peleado, no lo he echado de aquí… ¡lo echo de menos! ¿A qué viene ahora esto?

  • No me va a dejar sacarlo de su dormitorio para venir – dijo muy seria - ¡Por favor! ¡Vístete y ve a hablar con él!

Por la expresión de mi madre supe que todo aquello le había cogido de sorpresa pero que no le daba más importancia que la que tenía: Francis debería haberme interpretado mal. No podía soportar el solo hecho de que estuviese sufriendo por algo que no había ocurrido y me sentía culpable de… no sabía qué.

  • ¡Voy a vestirme! – me levanté muy preocupado -; esto debe ser un malentendido, pero me siento culpable ¡Bajo enseguida!

Fuimos hasta su casa y subí solo a su dormitorio. Empujé la puerta despacio y lo encontré triste y muy desmejorado en la cama con la vista perdida. Me arrodillé para quedar cerca de su cabeza, lo miré y le sonreí.

  • ¿Por qué estás así, corazón? ¿Por qué me has dejado esperándote tanto tiempo? Puede que te sientas muy mal, pero yo no me siento mejor que tú ¿Qué te he dicho? ¿Qué he hecho? ¡No quiero perderte! ¡Quiero seguir teniéndote sentado sobre mí siempre!...

Levantó algo la cabeza y me miró confuso.

  • Tengo la sensación de que has oído lo que nunca te diría, Francis. Lo que siempre te he dicho y siempre te diré es que no puedo estar más tiempo sin el contacto de tu cuerpo ¡Sin ver tu rostro sonriente!

  • Me dijiste que me metiera un tubo gordo de plástico, Fito – sollozó -; me insinuaste que estabas harto de

  • ¡No, espera! – puse mi mano en su mejilla -; has tomado mis palabras como si yo no quisiera molestarme en tener que dilatarte… y no es eso. Si me duele, me aguanto. También hay más cosas que podemos hacer. Si no pudiese hacerte feliz así, lo haría como fuera… ¡pero no me dejes por un tonto malentendido!

Tomé el embozo de la ropa de cama que lo tapaba y tiré de él hacia abajo. Estaba muy aseado y muy abrigado. Tiré de sus pantalones y sus calzoncillos hasta sus rodillas y me miró sorprendido.

  • ¡Déjame a mí hacer ahora algo! – le fui masajeando la polla flácida - ¡Dame tu almohada!

Aunque me miraba muy confuso, tiró de ella, la sacó de debajo de su cabeza y me la entregó. Levanté con cuidado su culo de la cama y él mismo puso de su parte. Metí la almohada bajo su espalda, cerca de sus nalgas. Su polla, casi en total erección, quedaba un poco en alto y sus ojos no parecían querer perderse un detalle de lo que estaba sucediendo.

Comencé a hacerle un masaje suave hasta que me di cuenta de que la tenía ya bien dura y se agarró a mi muñeca. Era el momento. Bajé la cabeza y, abriendo poco la boca, me la fui metiendo haciéndole un masaje con los labios en el glande. Me pareció que quiso negarse a aquello, pero fue el momento exacto para comenzar. Me chupé bien los dedos de la otra mano y la metí por debajo de su cuerpo sin dejar de mamar. Uno de mis dedos comenzó ese masaje que tanto le gustaba. Le vi sonreír.

Mientras se la mamaba con suavidad para que le durase el placer le fue entrando un primer dedo hasta el fondo. Cerró los ojos y se mordió los labios. Mientras ese dedo lo masajeaba por dentro, comencé a meter otro, poco a poco. Parecía no notar nada; quizá más gusto. Los dos dedos comenzaron a acariciar sus entrañas calientes mientras entraba el tercero y mi boca estaba llena de su carne dura y jugosa. Su cuerpo se levantó un poco cuando quise meter el cuarto dedo. Tuve que parar un poco y seguir masajeándolo y mamando, pero ya estaba visiblemente excitado y a punto de correrse. Mamé más fuerte chupando como si desease extraerle todo su jugo mientras palpaba su interior virgen. Mi boca se llenó de su leche con varios chorros fuertes que me golpearon el paladar. No dejé de mamar y chupar. Me cogió la cabeza respirando sonoramente y agitado.

  • ¡Ah, mi Fito! ¡Mi amado Fito!

Escupí en un pañuelo y observé su cabeza echada en el colchón de lado; mirándome; soñando despierto

Su mano bajó hasta mis piernas y abrió mi portañuela para entrar a tocar aquello que tanto le gustaba. Se movió en la cama retirándose para hacerme sitio. Quería que me acostase a su lado, sacármela y que me lo follase acostado por primera vez. Me pareció demasiado sexo seguido y con el riesgo de que la puerta no estaba cerrada, pero no podía decirle que no.

Sin ni siquiera quitarme las zapatillas me subí a la cama frente a frente con él y lo dejé hacer lo que quería. Me abrió los pantalones, tiró de ellos hacia abajo con los calzoncillos, me acarició los huevos desesperadamente y se volvió de espaldas levantando y sacando un poco el culo. Follármelo así, de lado, iba a ser un poco más difícil, pero estaba muy relajado y, con toda seguridad, bien dilatado. Puse la punta de mi polla sobre aquel trozo de piel rosada y arrugada que formaba su agujero y comencé a apretar con bastante fuerza. Sí; estaba muy relajado. Mi polla fue entrando uniformemente hasta el fondo y comenzamos a follar. Me corrí reprimiendo un lamento de placer.

7 – Harto

Nos quedamos en aquella postura un buen rato y estuve acariciándolo todo ese tiempo. Cuando me separé lentamente de él y me senté en la cama, sudando, para subirme los pantalones, vinieron a mi cabeza algunas palabras.

  • ¡Lo siento, Francis! Jamás te dejaría. Nunca he pensado en estos días en nada que no fuera estar contigo. Sé que te dije algo fuera de lugar, pero no era nada más que porque me sentí… me sentí algo presionado.

Se incorporó en la cama mirándome medio extrañado y medio enfadado y comenzó a hablar en voz alta.

  • ¿Presionado? ¿Tú presionado? ¿Quieres que te diga cómo me he sentido yo? ¡Te amo desde que eché los dientes sin poder decírtelo! Estoy harto de reprimir mis sentimientos; estoy harto de insinuarte cosas sin que te des por aludido; harto de pegarme a ti siempre que puedo y acariciarte sin que me digas nada; harto de tener que buscarme a cuatro mierdas de la facultad que quieran follarse a alguien; harto de impedir que me penetren ellos y de acabar teniendo que mamárselas o hacerles una paja… ¡Estoy harto de amarte en silencio y me pides que me meta algo gordo de plástico por el culo! – hizo una pausa muy agitado - ¡Gracias por haber entendido hoy lo que es sentirse presionado!

Lo miré asustadísimo. Creí que le iba a dar algo. Caí de rodillas al suelo y volví a poner mi mano en su pubis desnudo.

  • Tienes razón, Francis. Tú has hecho tu parte y yo, como un gilipollas, creyéndome el mayor y el más listo de todos, ni siquiera me he dado cuenta hasta ahora de que tenía a mi lado, muy cerca, al chico que quería hacerme feliz para siempre. Me toca ahora hacer mi parte ¡Déjame hacer mi parte!

Acercó su mano a mi cuello y tiró despacio de mí para echarme en la cama. Se volvió de espaldas y lo abracé pegándome a él todo lo que pude.

Una mano cerró la puerta.