Presentación en público (fragmento)

Traducción de un fragmento de "Una voz de esclava" (A Slave's Voice) ofrecido libremente por PF

Una voz de esclava (fragmento)


Título original: A Slave's Voice

Autor: Alexander Kelly, (c) 2001

Traducido por GGG, octubre de 2002

Meredith se echó encima su capa de terciopelo negro en el compartimento de pasajeros, en parte para protegerse del frío nocturno, en parte para asegurarse aún más que nadie podía ver lo que llevaba debajo. Sonrió maliciosamente para sí misma. Excepto el cochero, todos con los que había tenido relación esa noche lo sabían, y más tarde lo sabrían más. Pero solo aquellos a los que se les permitiera, solo aquellos que sabían lo que ocurriría en la cita secreta.

El recorrido del carruaje no fue tan largo como esperaba Meredith, aunque las luces de las lámparas se debilitaron y los sonidos de otro tráfico se apagaron en la noche temprana. Cuando el clip-clop de los cascos del caballo se convirtió en sonidos sordos y apagados supuso que se habían metido en un camino rural con destino remoto. Luego aparecieron más luces de lámparas; significando la vuelta a un callejón. El señor Riordan le pasó una máscara dorada.

"Póngase esto," dijo. "Póngase la capucha en la cabeza."

Meredith dudó. Ya había entregado mucho. ¿También debía entregar su identidad?

"Es por su propia seguridad, mademoiselle," dijo Louis Marchand. "No podemos dejarla a usted, o a su familia, expuestos a un posible chantaje."

"¿Y qué hay de ustedes? ¿No se las ponen?"

"No, mademoiselle. Nuestras reputaciones están ya firmemente establecidas, para lo bueno o lo malo. La máscara, s'il vous plait ('por favor'; en francés en el original)."

Meredith todavía no estaba convencida. Sería la única que se escondiera tras una máscara.

"Ahora, Meredith," ordenó el señor Riordan.

Las manos de Meredith temblaban mientras se ataba los cordones por detrás. No tanto porque el tono del señor Riordan implicara castigo si no obedecía, como porque fuera la primera vez que usaba esa forma íntima de dirigirse a ella.

El carruaje se detuvo con garbo. El señor Riordan se dirigió a la salida y él y Monsieur Marchand la flanquearon, uno a cada lado. Ante ellos había un oscuro edificio, con solo una pequeña grieta de luz que salía de una puerta parcialmente abierta. Un vez dentro se vieron bañados por la luz de centenares de pequeñas candelas.

Otros hombres estaban ya allí, la mayoría ocupados en tranquila conversación con varias mujeres jóvenes. Tanto los hombres como las mujeres llevaban máscaras como la de Meredith, pero las mujeres estaban desnudas. Pechos jóvenes y firmes, vientres planos, piel tersa. Unas cuantas, en un rincón, llevaban mordazas. Un hombre sacó a una mujer y le besó la mano, después de lo cual siguió una conversación peculiar. El hombre parecía hacer a la belleza amordazada muchas preguntas que eran contestadas bien con un rápido asentimiento o negando con la cabeza.

"Estas son recién llegadas, todavía no están instruidas en la voz," le dijo el señor Riordan a Meredith. "Ni usted tampoco. Si no quiere llevar mordaza esta noche le sugiero que tenga la lengua quieta."

Meredith pegó un respingo. ¡Qué ni lo pensara! Pero luego notó la mirada de sus ojos.

Agachó la cabeza. "Sí, señor."

El señor Riordan esperó un momento, como si estuviera comprobando su sinceridad, luego hizo un gesto de asentimiento a Louis. El francés hizo una reverencia y se metió entre la multitud, donde fue saludado, tanto por los hombres como por las mujeres, como si fuera un viejo amigo. Sola con su señor, Meredith no podía hacer otra cosa que preocuparse por cuando le daría la siguiente orden. No tuvo que esperar mucho.

"Quítese la capa."

Sabía que esto ocurriría, pero se quedó bloqueada por el miedo. Ya varios hombres y mujeres miraban expectantes en dirección a ella.

El señor Riordan le puso la mano en la barbilla y la hizo mirarle. Le habló con calma; "Oriente todos sus pensamientos hacia mí. Como amo suyo ya la he visto desnuda."

Antes de que Meredith se diera cuenta, el pequeño nudo de su garganta fue aflojado. La capa cayó, ondeando, hasta la gruesa alfombrilla bajo sus pies.

Meredith estaba ataviada como las otras mujeres en la mayoría de los aspectos, excepto que llevaba un cinturón de castidad.