Presa de la pasión del momento

No tenía itención de llegar tan lejos, pero ante la situación el deseo me pudo y traspasé todos los límites.

Camila había trabajado para nosotros desde hacía más de tres años. Era una chica discreta y una buena asistenta. Yo trabajo en casa, por lo que hemos tenido muchas ocasiones de estar a solas y mi relación con ella siempre ha sido amistosa y sin pasar ciertos límites.

Ella estaba casada y supuestamente felizmente casada. Este era un tema en el que nunca entrábamos durante nuestras regulares y amistosas conversaciones. Es decir, manteníamos una relación agradable, pero sin entrar en intimidades, por aquello de mantener las distancias y para que cada uno estuviera en su sitio, sin dar lugar a habladurías ni a situaciones incómodas entre nosotros.

A pesar de la prudencia que ambos habíamos demostrado durante todo este tiempo, mi mujer no dejaba pasar ninguna ocasión para quejarse del trabajo de Camila. El hecho de que yo trabajara en casa mientras que ella lo hacía fuera le hacía sospechar que me interesaba Camila como mujer o que al menos me sentía atraído hacia ella. Yo, por mi parte, reconocía el atractivo que Camila podía ejercer sobre cualquier hombre, ya que su cuerpo estaba bien cuidado en el gimnasio y conservaba una bonita y esbelta figura con unos pechos más bien grandes y un rostro agradable y siempre sonriente.

La verdad es que yo valoraba el trabajo y la prudencia de Camila, ya que hacía su trabajo con toda la formalidad que se puede exigir. No se tomaba ninguna confianza más de la cuenta y su puntualidad y profesionalidad estaban fuera de toda duda.

El caso es que nuestra situación económica comenzaba a ser bastante más que desahogada. Por eso, comencé por reclamar los servicios de Camila un número mayor de horas a la semana. Lo que significaba que pasábamos más tiempo juntos y solos en casa. Al mismo tiempo, las obligaciones profesionales de mi mujer le obligaban a pasar más y más tiempo fuera, e incluso a viajar con mayor frecuencia. Además, cuando venía a casa lo hacía agotada y su apetencia sexual fue descendiendo rápida y alarmantemente.

Como suele suceder, fui comprensivo al principio con su cansancio y su falta de líbido. Pero el tiempo no mejoraba las cosas y mis necesidades sexuales seguían cada vez más desatendidas, mientras mi deseo me hacía buscar motivaciones sexuales por todos lados. Al principio, me fui desahogando con el ciberporno, pero pronto me sentí aburrido de tanta monotonía de posturas y situaciones sin un auténtico erotismo que me motivara.

Un día me sorprendí a mi mismo esperando ansiosamente la llegada de Camila para tener algo de compañía y charlar un rato. Y también comprendí que me gustaba recrearme en la contemplación de esta atractiva mujer mientras con desenfado, conversábamos sobre temas cotidianos .

Con el tiempo, fuimos ganando en confianza y un día Camila, tocó el tema de la economía en su casa. Me explicó que a su marido no le habían ascendido tal y como esperaban y que los gastos domésticos se le disparaban a tener que cuidar de sus padres enfermos y por tener que abonar unos créditos que habían solicitado cuando las perspectivas económicas parecían mejores de lo que luego resultaron.

Camila me sorprendió sincerándose conmigo de una forma tan abierta y mi acogida tan comprensiva hizo que se sintiera cómoda y se acercara a mí como nunca lo había hecho antes.

Sin que yo lo esperara, rompió en sollozos desconsolados y confesó su desesperación ante la situación. Sin embargo, no quería que yo pensara que lo que ella buscaba era un aumento de su paga, que ya consideraba era lo justo según andaba el mercado y que lo único que quería era poder desahogarse con alguien. Alguien que le escuchara y que le diera su apoyo.

No sin reparos, me acerqué a ella y la abracé paternalmente para intentar consolarla. Su reacción, probablemente debido a su estado tan frágil fue la de corresponder a mi abrazo con una inusitada intensidad. Se aferró a mí poniéndose de cara y apretando sus generosos pechos contra mi cuerpo sin ningún reparo. Su aroma de mujer me llegó de golpe y mi cuerpo reaccionó como era de esperar. Hacía ya mucho que no disfrutaba de los placeres de la carne, y mucho menos con el nivel de energía que transmitía la joven.

A pesar de mis castas intenciones iniciales, mi sexo respondió automáticamente y comenzó a tomar el control de la situación. Camila se pegaba a mí como un naufrago se agarra a una tabla y el roce de nuestros cuerpos pronto le revelaría que mi anatomía masculina reaccionaba ante sus demostraciones de afecto de forma inesperada.

Cuando Camila sintió cómo mi sexo cada vez más duro se rozaba contra su vientre, tuvo un gesto casi infantil de sorpresa. Exhaló un gritito ahogado de asombro, se separó unos centímetros de mí y me miró con un gesto entre interrogativo y divertido. Yo la miré entre abochornado e inocente y me encogí de hombros enseñando la palma de mis manos en un gesto de disculpa.

Lo siento – le dije – No he podido evitarlo, es que...

No, si no pasa nada. Es normal, eres un hombre y yo, me he dejado llevar por el momento y...

Hice intención de retirarme con un pequeño giro, pero Camila seguía mirándome a los ojos y sujetándome por la cintura. Me clavó una mirada cargada de significado y me obligó a volver a arrimarme a ella con suavidad y firmeza. Esta vez, se rozó contra mi cuerpo con toda naturalidad y exhaló un leve suspiro de placer.

No te retires, por favor. Me gusta sentirte.

Mi respiración comenzaba a agitarse y mi verga crecía ahora con mayor libertad al sentir el roce y el calor de su hermoso cuerpo.

Camila reclinó su cabeza sobre mi pecho y comenzó a aspirar mi olor a hombre con deleite. Su rostro se acariciaba contra mi camisa y su melena ondulada emanaba aromas afrutados de hembra hacia mi rostro cada vez más acalorado con cada bocanada de sus esencias. Me incliné para oler su pelo y busqué la caricia de sus mejillas. Mi respiración caliente le acariciaba el cuello y los lóbulos de las orejas haciéndola estremecerse y apretarse aún más a mi cuerpo.

Mi cabeza se me iba y, sin saber ni cómo, estaba ya comiéndole sus carnosos labios de forma frenética. Nuestras lenguas se entrecruzaban y las ganas el uno del otro eran ya las dueñas de nuestros actos. Su boca era tan deliciosa que cuando terminé de saborearla por primera vez, me faltaba el aliento y me sentía mareado. Como si despertara de un sueño.

Camila y yo nos miramos para reconocernos. Después de tres años de casta y formal relación profesional estábamos abrazados, frotando nuestros cuerpos y saboreando nuestras bocas como dos estudiantes en primavera. ¿Cómo podía estar pasando esto?

No, no puedo seguir – dijo Camila.

Yo no puedo parar

Pero Camila me empujó con todas sus fuerzas para separarse de mí y se dio la vuelta llena de vergüenza.

No, esto no ha pasado nunca y no quiero saber nada del tema.

Camila, esto sí ha pasado y ya nunca será lo mismo entre nosotros. Me gustas y yo te gusto.

Yo quiero a mi marido y no pienso traicionarle contigo, porque tú no tienes nada que ofrecerme. Te aprovecharás de mí y luego no tendré nada, ni marido ni amante ni nada.

Yo estaba excitadísimo y necesitaba desde hacía ya muchos días un desahogo como fuera. No pensaba dejar escapar a esta mujer sin por lo menos intentarlo todo. En mi desesperación, le dije:

Esta bien, Camila, quieres a tu marido y no quieres perderle. Yo también quiero a mi mujer, aunque últimamente no vayan las cosas demasiado bien entre nosotros. Yo también te quiero ayudar a ti, ayúdame tú a mi.

¿Cómo? ¿Qué quieres?

Mira, necesito una mujer. Necesito tener una vía de escape, pero no me gusta ir a los clubes ni acudir a sitios de mujeres. Yo te respeto, me gustas como persona y me pareces muy atractiva. Además, una ayuda económica vendría muy bien en tu casa.

Quieres que sea tu puta ¿No? No creí que quisieras aprovecharte de mi situación y de mi confianza.

Lo pones muy crudo y muy feo. Lo que quiero es que sigamos siendo amigos, pero que nos ayudemos de la forma que los dos podemos hacerlo. Tú necesitas dinero para sacar a tu familia adelante y yo necesito a una mujer que me ayude a pasar este bache en mi relación con mi mujer y sin poner en peligro nuestros verdaderos intereses.

Camila se quedó pasmada ante estas palabras. Estaba sorprendida de ver que alguien que durante tanto tiempo se había comportado como un caballero le hacía este tipo de proposición tan indecente. Para mí, estaba claro yo le atraía físicamente, pero la idea de engañar a su marido le suponía una fuerte barrera. Supongo que por un momento pensó en el dinero y en lo que esto supondría para sus vidas. Sus ojos cambiaron de expresión y con un gesto serio y un tono seco soltó:

¿Cuánto?

Su respuesta me supo a gloria. Llevo años negociando tratos monetarios debido a mi profesión y sé que cuando se hace esta pregunta, el trato está prácticamente cerrado. La oferta está en la mesa y solo es cuestión de jugar las cartas con astucia para llevarte la mejor parte.

Ahora te doy 10 euros por hora. Podrías ganar cinco veces más si aumentas tus servicios.

¿50 euros? ¿Estás de broma? Con eso no voy a ninguna parte.

Mira, Camila, cuando se trata de dinero, me gusta negociar y pagar lo justo por lo que obtengo. Si te doy más, querré más.

¿No serás un pervertido?

Tan solo te advierto que cuánto más pague por tus servicios, más exigiré a cambio.

No estoy dispuesta a dejar que me deshonres por esa miseria.

Está bien, Camila. Mira lo que te voy a proponer. La situación es la siguiente. No estoy enamorado de ti ni obsesionado contigo. Tan solo necesito desahogar mi apetito sexual con cierta regularidad. El porno en Internet me aburre y ya no se me levanta y no me gusta acudir a profesionales del sexo. ¿Podemos hablar como adultos?

Claro, pero no te pases.

No te asustes, no quiero abusar de tu confianza. Ni siguiera necesito practicar sexo convencional contigo. Sólo necesito que me excites sexualmente para poder masturbarme.

¿Qué tendría que hacer?

Dejarme ver tu cuerpo mientras te acaricias. Sólo eso.

¿Eso por 50 Euros?

Sólo eso.

Camila se lo pensó durante un momento, pero está claro que aunque podía presentir algún inconveniente y que la idea le hacía sentir algo incomoda, el dinero era importante y el daño poco.

De acuerdo. 80, pero sin tocarme.

60 y no se hable más. Te los daré por adelantado. Aquí tienes.

Camila tomó dudó un instante, pero luego tomó el dinero y lo puso en los bolsillos de sus vaqueros. Yo me senté mientras tanto en una silla frente a ella.

¿Qué quieres que haga ahora?

Muy bien. Quédate ahí de pie. Antes me has excitado bastante, por lo que me gustaría descargar esta tensión. Súbete la camiseta pero sin enseñarme el pecho. Solo hasta la mitad de tus senos por debajo.

Camila obedeció algo torpemente y se quedó mirándome.

¿No te importa si me saco la polla? – le dije con descaro.

No, claro. Eso es cosa tuya.

Saqué mi polla, que para entonces solo estaba en semierección. Camila me miró con un gesto imposible de describir. Yo diría que con algo de desconfianza, aunque intentando aparentar indiferencia. La situación en la que había desembocado su pequeña crisis nerviosa era totalmente inesperada, y de pronto se encontraba frente a un conocido que siempre se había mostrado indiferente y respetuoso, pero con su miembro asomándole por la bragueta y mirándola con descaro mientras su camiseta dejaba ver la base de sus senos.

Ahora ve girándote lentamente para que te vea toda. Acércate. ¡Qué bonito cuerpo tienes, niña!

La chica estaba ligeramente incómoda, pero también algo divertida con la situación.

Quítate la camiseta.

Camila obedeció, aunque no sin un poco de vergüenza, ya que llevaba un sujetador calado que permitía traslucir sus pequeños y rosados pezones.

La verdad es que estoy empezando a arrepentirme del trato que hemos hecho, porque me muero de ganas de acariciarte. Acércate que quiero oler tu pecho.

Sin tocar – advirtió Camila.

Sin tocar - asentí

Me tuve que agarrar la polla con todas mis ganas para evitar echar mano a tales frutas tan apetecibles y además para desahogar parte de la tensión que se me acumulaba en la entrepierna. Mi verga estaba ya totalmente enhiesta y me moría de ganas de poseer a la muchacha.

Te quiero ver el chocho, Camila.

Casi se pone pálida de la impresión. La situación la incomodaba y comenzaba a darse cuenta del terreno tan peligroso en el que se había metido. Si alguna vez hubo algo de excitación en ella, esta estaba desapareciendo por momentos.

No puedo.

¿Cómo que no puedes? Hemos hecho un trato y yo estoy muy burraco ahora como para dejarlo a medias ¿No te parece? Se buena y colabora hasta el final.

¡No, toma tu dinero! ¡No quiero seguir!

Diciendo esto me tiró los 60 Euros sobre las piernas rozándome el miembro que no dejaba de acariciarme con la mano izquierda.

Maldita sea, no podía dejarme ahora así. Un trato es un trato, pero claro en este caso, estaba en mala posición. El deseo me dominaba y estaba dispuesto a todo para gozar de aquella hembra.

Te ofrezco el doble.

No, no hay trato.

Te ofrezco 200 Euros si te desnudas.

Estaba desesperado, la quería ver toda desnuda frente a mí y descargar mi deseo ante ella. La idea me ponía a mil y quería realizarla como fuera.

Camila, se paró a pensar. Yo saqué los 200 Euros de mi cartera y aunque mi primera intención fue la de colocarlos en su sujetador entre sus tetas, se los puse en la mano.

Camila dudaba con el dinero en la mano y antes de que pudiera decidirse, le coloqué otros 200 delante de su cara.

Tómalo o déjalo para siempre. Es tu última oportunidad. Desnúdate y déjame acabar. No te voy a tocar. No seas tonta.

Camila no dijo nada. Era mucho dinero. Guardó los 400 Euros en el pantalón de sus vaqueros y se los desabrochó sin mirarme.

Quítate el sujetador – le dije con suavidad para no asustarla

Ya voy, no seas impaciente.

Yo no soy impaciente, es mi amigo el cabezón el que no puede esperar – le dije señalando a mi polla con la mirada.

Las tetas de Camila quedaron expuestas a mi mirada. ¡Qué visión! Mucho mejor de lo que siempre había imaginado. Sus pezones eran pequeños y rozados y por efecto del cambio de temperatura se habían puesto bien tiesesitos. ¡Cómo me apetecía lamerlos y acariciarlos!

Quiero ver tu chocho. ¡Quítate los vaqueros! – mi impaciencia crecía y el tono de mi voz eran más imperativo.

Con ironía, Camila me contestó:

Ya voy señor. No se me corra todavía, que lo mejor está por llegar.

Date prisa, amiguita, que me muero de ganas de verte

Camila se sacó los vaqueros rápidamente y sin ceremonias y quedó en braguitas que también eran caladas y dejaban entrever un abultado pubis apenas poblado de vello. ¡Qué hermosura de cuerpo! ¡Qué caderas tan redondas y sensuales!

Mi verga estaba a punto de explotar y mi deseo me dominaba totalmente.

Siéntate en la mesa y sácate las braguitas mi amor.

Camila había decidido dejarse llevar y de forma automática obedecía sin dejar de responder en un tono irónico:

Como guste el señor. Sus deseos son órdenes para mí.

Camila se quedó desnuda totalmente sentada en el borde de la mesa y yo me acerqué a contemplar de cerca su hermosísima anatomía mientras mantenía mi verga a punto de reventar en mi mano izquierda.

No te voy a tocar. Relájate – le dije

Ni lo sueñes – contestó ella.

Me arrimé con la polla en la mano hasta menos de medio metro.

Separa tus piernas para que pueda acercarme un poco más.

No te pases de listo.

El trato era que podría contemplarte a mi antojo siempre que no te tocara. Si no separas tus piernas tropezaré con ellas y podría caer sobre ti. Sepáralas.

Camila obedeció con todo su cuerpo en tensión. Yo avancé entre sus piernas con mi miembro erecto y todo el glande húmedo. Me agarré la polla con la mano izquierda y me sacudí el miembro con frenesí. Estaba a punto de correrme sobre ella, pero por alguna razón, no terminaba de llegar a pesar del gusto y la excitación que sentía. Mi cabeza me daba vueltas de deseo y mi respiración era incontrolable. Sin premeditación, en un instante, doblé las rodillas, pasé mis brazos por debajo de las piernas de Camila y las levanté bruscamente conforme me incorporaba. La chica perdió el equilibrio y cayó hacia atrás dándose un golpe seco con la nuca sobre la mesa. Quedó algo aturdida y no atinaba a decir palabra. Su sexo quedó justo delante de mi polla. No pude resistirme: clavé mis dedos en sus muslos y colocando mi glande a la entrada de su vagina empujé presa del deseo hasta penetrarla con toda mi alma.

Camila seguía algo aturdida y me miraba con incredulidad mientras mi miembro entraba y salía de su vagina con un frenesí loco de posesión y orgasmo. Entre jadeos y convulsiones le decía:

Lo siento, te lo pagaré, te lo pagaré, te lo pagaré...