Preparando las oposiciones (3)
Mi vecina se enfada y me da con la zapatilla
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Una vez en la puerta los puedo ver a ambos tumbados sobre la cama luciendo una amplia sonrisa y sus cuerpos entrelazados y parcialmente cubiertos por una sabana.
—Le he pedido a mi marido si puedes quedarte un ratito más con nosotros y dice que si — dice Marisa antes de darle un beso cariñoso.
—Ven, acuéstate al este lado de Marisa, Veras que piel tan tibia tiene y lo bien que se siente uno al tenerla — dice el con una sonrisa vanidosa.
Estoy muy desconcertado y antes de que me dé cuenta, Marisa me ayuda a desnudar y me hace sitio a su lado. Con mucha timidez me tapo como puedo los genitales. Vuelvo a tener una erección enorme y me siento avergonzado. Me cuelo debajo de la sabana que nos tapa a los tres.
Siento la mano de Marisa como se desliza por encima de mi vientre hasta llegar a mi entrepierna. Allí me acaricia los testículos y luego me agarra decidida el instrumento. Trago saliva y suspiro hondo.
—Nuestro joven vecino está completamente dispuesto— dice ella a su marido mientras juguetea con el miembro tapado por la sabana.
— Vamos a verlo — dice él, mientras tira de la sabana hacia sí, dejándonos a los dos al descubierto.
—Ya vemos que te gusta mucho estar junto a mi mujercita— dice mientras le acaricia un pecho y luego baja la mano por el vientre hasta que se pierde en su entrepierna.
Continuación…
—No te metas con el chico… ¿no ves que es muy tierno y está muy cortado? . Déjale que mire y ya está —
—Si, si…novato… pero está muy bien calzado…¿verdad? — dice José señalando mi polla tiesa y gorda como pocas veces he visto.
—¿Le vas a hacer una buena pajilla para que se desahogue el pobrecito? — añade despues
—Que se la haga él o mejor se la haces tú — response malhumorada mi vecina, al tiempo que a gatas sale por los pies de la cama.
Busca por el suelo las zapatillas, se las pone y se va en dirección al baño avanzando sin levantar los pies, los arrastra por el suelo haciendo chirriar la suela de goma.
— ¿acaso se te escapa el pis? o ¿es que te empieza a chorrear mi lechecita y por eso no puedes separar las piernas? — dice José entre risas.
Yo no entiendo lo que quiere decir, pero también me sonrío acompañándole en la broma.
La verdad es que resulta bastante cómico ver a Marisa avanzar desnuda, moviendo sus pies alternativamente, envueltos en esas zapatillas desgastadas por el uso. Son de color rosa chicle y con una borla de pelo blanca, algo cursis pero que delatan su personalidad azucarada.
Mientras avanza hacia el baño de esta guisa, lleva el culo lo lleva apretado, las tetas sin embargo se le mueven de un lado otro muy ricamente. Marisa es una mujer regordeta, y aun así, me parece un verdadero ángel del cielo, todo voluptuosidad… ¡uhmmm que mami tan rica es!
—Eres un jilipollas…hazle tú la paja al chico y déjame en paz — le espeta antes de desaparecer detrás de la puerta del baño malhumorada por el comentario de ha hecho su marido.
— No le hagas caso… ha ido a asearse un poco…luego cuando vuelva seguro que vendrá a por ti… no te la toques demasiado o no aguantaras ni un minuto— me aconseja al ver que me estoy tocando insistentemente.
Debo luchar duro contra la tentación de darme el masaje definitivo, que me lleve a la corrida que deseo con todas mis ganas. Finalmente hago caso a José y me reservo para cuando regrese su esposa, según dice, lo que puede suceder a continuación será todavía mejor que lo que llevamos vivido esta tarde.
Minutos más tarde se abre la puerta del baño, con lo que al tras luz, se dibuja la figura de mi vecina luciendo sus mejores curvas. Me gusta tanto lo que veo, que me conduce a darme unos cuantos meneos bien seguidos…
—¡Qué cabrones sois!... ¿a qué esperáis? ¿Es que creéis que esto es una sesión continua como en el cine?...pues por mí ya se ha acabado… ¡así que sigue con los meneos y acaba ya! —
—¿No iras a dejar así al chaval? Yo le he dicho que te esperase…que tú ya sabes lo que hay que hacer en estos casos…quizás una mamadita o te pones para que el chico se estrene…jejeje— interviene el marido jugando a mi favor.
Envalentonado por lo que dice José y por las hormonas que inundan mi cerebro, no se me ocurre nada mejor que añadir a su discurso:
—¿Quieres darme una chupadita?...estoy a punto de caramelo— y le enseño mi pene.
Tremendo error, antes no parecía muy contenta, pero este comentario mío la terminado de sacar de sus casillas. Viene enfurecida hacia mí con ganas de darme un severo rapapolvo. En su apresuramiento por venir hacia nosotros, tropieza y se cae sobre la cama. Las zapatillas que es lo único que lleva puesto, salen disparadas por el aire.
Nosotros nos reímos abiertamente, la caída ha sido bastante aparatosa y además ha ido a caer a nuestros pies aplastándose el pecho e impactando con la cara sobre la cama.
Enseguida se recupera del traspiés, coge una zapatilla del suelo, la sujeta por la parte de atrás y viene directa hacia mí. Sin añadir palabra, me suelta un tremendo zapatillazo sobre el muslo que me escuece muchísimo. A José, que está a mi lado, al ver su reacción le entra una risa floja que no la puede parar. Esto hace que se enfurezca mas y me atice un nuevo zapatillazo.
—Dale…dale fuerte…que este chico es un deslenguado y mira que verga tan grande se le pone…jejeje… le gusta que le peguen—
—Ay!...Ay!...cómo pica…cómo pica— grito viendo que levanta otra vez la zapatilla con intención de darme otro zapatillazo.
Cuando veo bajar la mano empuñando la zapatilla, que ha pasado de ser un inofensivo y cálido objeto rosado a una temible arma de castigo para un joven empalmado, siento autentico miedo de que descargue su irritación sobre mis partes.
Por suerte, me da tiempo a ponerme de costado, así que la negra suela de goma impacta sobre mi cadera provocando una roja huella, en la que se pueden apreciar los pequeños rombos de la suela.
José no deja de reír como un loco, Marisa no se calma y yo lejos de perder la trempera, cada vez estoy más excitado. Que extraña asociación de ideas hace el cerebro, en vez de sufrir por el castigo de la furiosa zapatilla, yo cada vez estoy más duro. A pesar de ello, trato de protegerme y me pongo boca abajo sobre la cama, dejando al descubierto la retaguardia, mejor en el culo que no sobre mis partes.
Marisa tiene ocasión de golpearme varias veces sobre las nalgas hasta ponerme el culo bien rojo. Tras unos cuantos golpes y viendo que no opongo resistencia, la mujer parece calmarse un poco y deja de darme zapatillazos, lo que aprovecho para darme la vuelta y para pedirle disculpas.
Uhmmm! sorpresa…sorpresa… tengo la polla más gorda que haya podido tener en toda mi vida, tiesa como un palo y el capullo morado de tanta sangra que acumula… y además… me sale un líquido espeso y trasparente como si me estuviese corriendo de gusto.
No puedo dar crédito a lo que sucede, todavía me escuecen los golpes recibidos y al mismo tiempo tengo la mejor erección de mi vida.
—Vaya con el chico…que bien dotado está y que bien le sientan esos azotes de le has dado— dice el marido viendo lo que tengo entre las piernas.
—Eso bien merece que te lo folles de una vez— añade.
—No entiendo bien lo que le pasa a este verraco… cuanto más le pego más gorda se le pone—
Marisa me mira entre intrigada y deseosa por tenerme. Coge mi polla con la mano, sube y baja el pellejo y con los dedos reparte el líquido preseminal por todo el capullo para que esté bien mojadito.
—Vosotros lo habéis querido… que conste que los dos me lo habéis pedido—
A continuación se pone de rodillas dejando mi polla entre sus piernas, la dirige hacia sus labios y se deja caer lentamente hasta que hace que desaparezca completamente entre dentro de su estupendo coño. Comienza así lo que va a ser la mejor cabalgada de mi vida.
Me encanta sentir como sus nalgas golpean con mis muslos y como su coño emite ruidos de chapoteo al acoger mi polla en su interior.
Cierro los ojos un instante y la imagino amenazándome con la zapatilla por si no consigo hacer que se corra. Aprieto las piernas para que mis huevos y polla no tenga sitio donde esconderse, cuando ella baja su cadera hasta impactar con mi pubis. Toda mi polla debe estar ahí…bien adentro.
—Chúpame los pechos… vamos levántate y chúpame las tetas— me ordena en medio de enérgica cabalgada y devolviéndome a la realidad.
Yo dudo un instante y tardo en reaccionar…ella se impacienta y me advierte:
—Prefieres que te lo diga de otra manera— me dice enseñándome la zapatilla que tiene en la mano.
Me trata como una mamá de las de antes, las que sabían hacer obedecer a los chicos traviesos usando con maestría una arma infalible: las zapatillas de andar por casa, flexibles y a la vez contundentes.
Como se decía antes, yo soy un chico “muy bien mandado” por obedezco diligentemente y me pongo a chupar y lamer sus pezones como un becerrito hambriento, todo el tiempo que ella diga, hasta que ella me diga vale.
Deverano.