Preparando las oposiciones (2)
Mi vecina me invita a "mirar"... con el beneplácito de su marido, que quiere ponerme a prueba.
—Le he hablado de ti a mi marido — me dice Marisa mientras mira como me como el estupendo estofado de carne que me ha traído.
Casi me atraganto y después de toser unos instantes, la miro a los ojos esperando que me de alguna explicación más. No esperaba que le hablara sobre mi…espero que no le haya contado nada sobre mi reacción cuando me enseñó las bragas, me moriría de vergüenza.
—Le hace gracia saber que vives solo y que te cuesta tanto hacer las cosas de casa, incluso mucho más que a él —
—Creo que no le importa nada que venga a echarte una mano de vez en cuando. Supongo que cree que una mujer madurita como yo no corre ningún peligro con un jovencito como tú—
—Note es que puso mucho más interés la noche pasada al hacer el amor. Seguro pensaba que quizás estabas detrás de la pared escuchando y sufriendo en soledad lo que el disfruta cada vez que le apetece… últimamente pocas veces por cierto— me confiesa.
Veo que no tiene ningún reparo en hablar de sus intimidades. A mi me gusta, me interesa y me calienta mucho, por lo que la dejo que se explique mientras disfruto de la comida.
—Apenas se oye nada. Algunos días no oigo cuando os acostáis, aunque anoche sí que os oí con claridad. Parecía que tenía mucho interés en hacerlo mas ruidoso de lo normal —
—Eso es lo que te quería decir. Creo que él se siente mas macho sabiendo que alguien escucha como me hace gemir y como resopla mientras me tiene cogida—
—Me da mucha envidia y me gustaría verte…pero se que no puede ser—
—¿solo mirar ó te gustaría participar?. Seguro que también te apuntarías ¿a que si? —
—Uhmmm que bueno estaba— digo mientras termino de rebañar el plato con un trocito de pan.
He disfrutado mucho. Ella me agradece los cumplidos poniendo su mano sobre la mía, y se produce el primer contacto físico de forma intencionada y clara.
—Ahora es cuando apetece un cafetito caliente y una copita de algo — me sugiere mientras me acompaña hasta el sillón que hay delante de la tele.
Me acompaña tomando café y nos ponemos a ver el serial de la tele. Es un drama y me sugiere que podemos ver una película de video que ha traído. Me parece una idea excelente y cuando la película da comienzo, unos intensos calores suben hasta mis mejillas.
Resulta que la trama es que una joven sirvienta espía a sus señores cuando hacen el amor hasta que es descubierta por la señora. Ella lo comenta con su esposo y tras discutir la situación deciden invitar a la joven a que participe en sus encuentros amorosos.
Resulta tan parecido a lo que me pasa, que creo que ha elegido la película expresamente para ver mi reacción. Las escenas de cama son escasas pero llenas de erotismo.
Mi vecina no duda en comentar las reacciones de los protagonistas y me pide opinión. Estoy muy excitado y a mí me gusta la idea de que el matrimonio quiera compartir con la joven sus momentos de placer.
Marisa llega a comentar que el marido parece redescubrir los encantos de su esposa al compararla con una joven, pero inexperta amante, y eso le agrada.
Le contesto que la mayoría de veces, cuando las parejas se acomodan, no dan importancia a lo que ya tienen, en cambio para un joven como yo esto sería una experiencia inolvidable.
—¿qué más da hacer el amor una, dos o tres veces a la semana cuando lo puedes hacer siempre que quieras? En cambio, para mí, que llevo días sin apenas salir a la calle, solo el pensarlo me excita— le confieso.
Estos comentarios le gustan y los comparte. Parece dispuesta a darme eso que tiene en exceso, y que para mí es un regalo de lujo. Se acomoda y me deja ver sus piernas, mientras seguimos viendo la película.
Después de varios equívocos y problemas, la película termina con que la joven conoce un chico y abandona la casa con mucho pesar al pensar lo que deja atrás. El matrimonio queda triste pues realmente lo han pasado muy bien, se ha redescubierto. Se reconfortan mutuamente pensando que pronto contrataran a otra sirvienta que sea a gusto de ambos.
Cuando termina la película me pregunta si me gustaría verla cuando anda desnuda por su casa, e inmediatamente añade si me gustaría verla cuando hace el amor. No necesito decir nada, con la expresión de mi cara comprende que me encantaría. Separa las piernas disimuladamente y me deja verle las bragas.
Estoy tan excitado que no sé cómo debo responder. Mi vecina domina la situación y me conduce por donde quiere. Fingiendo tono de seria advertencia, me dice:
—Se lo voy a tener que decir a mi marido, y quizás no me deje volver por tu casa nunca más—
Me dice que la miro con ojos de deseo y que se siente “cohibida”. Lo que creo que realmente lo que siente es que la sangre me bulle por todo el cuerpo y que está contenta y halagada a ser la responsable de tan extraordinario efecto.
Mi vecina se vuelve a su casa, me quedo solo con mis libros y apuntes, y con un una idea fija en el cerebro: Como me gustaría tocarle los pechos y el culo a mi querida MILF.
—He hablado con mi marido y dice que no le importaría si quieres pasarte un día por nuestra casa— dice mi vecina cuando me la encuentro en el rellano.
Seguro que él no llega a entender porque yo puedo tener interés por estar con su mujer. Quizás ya sepa que me gustaría verlos en plena acción.
Sin duda, esto quiere decir que no le importa que vaya de mirón. El corazón me da un vuelco. La miro y la encuentro tan apetitosa que se me empina de inmediato. La invitación es irrenunciable y dejo que sea ella la que lo organice.
La cita es para la comida del domingo. Para mi resulta ser una comida extraordinaria, para él debe ser corriente. Marisa esta preciosa y exuberante, para él solamente se ha arreglado un poco por mi visita.
Cuando mi vecina se mueve, me parece que sus posaderas son las de una jaca espléndida que espera que la monte su semental. Cuando habla su boca me parece un tarro lleno de almíbar que estoy deseando relamer, y cuando sonríe parece que me dice: “ven conmigo al paraíso”.
—¿has visto que guapa esta hoy tu vecina? — dice el marido después de terminar de comer.
— ... y eso que no la has visto bien— dice mientras le toca el culo y luego le levanta un poco la falda.
—Anda, deja al chico que bastante tiene con vivir solo y tener que preparar esas dichosas oposiciones—
—Seguro que se la menea mas que un mono!, ¿te gusta mi mujer? ¿a que está bien buena? — dice levantándole la falda para que pueda ver su espléndido trasero.
—Si, si... es muy hermosa— llego a decir.
Siento a Marisa incomoda al verme a mi tan violentado y a su marido tan poco fino. Sin embargo, también parece gustarle mucho ser objeto de deseo simultáneamente de dos hombres con ganas de hacerla vibrar.
José se levanta y la abraza por detrás, le pone las manos por debajo de ambas tetas, las aprieta hacia el centro y las levanta para que yo pueda admirarlas. En principio, Marisa se resiste, pero después luce orgullosa lo que el marido trata de exhibir.
Acto seguido le quita el jersey y la deja solo con el sujetador. Repite la operación y me muestra cuan bonitas tiene las tetas. Ahora es Marisa la que da un paso adelante, se desabrocha el sostén y deja que su marido manipule sus tetas directamente.
No son ni grandes ni pequeñas, los pezones oscuros y puntiagudos... me encantaría poder chupetearlas. José se las toca, se las amasa, se las acaricia con descaro ante mi. Parece querer mostrarme como se debe hacer, y como le gusta a ella que se lo hagan.
Le lleva la mano a la entrepierna y empieza a frotar consiguiendo los primeros gemidos de ella. Estoy alucinado y con un empalme de campeonato, aunque no me atrevo ni a tocármela.
Después de unos minutos de juegos entre ellos, José me machaca al decir:
—Bueno, ya has visto lo que podías ver. Ahora nosotros continuaremos en la habitación y tu puedes ir a machacártela a tu casa—
Me quedo petrificado y desolado. Mi cerebro, y mi polla también, se quejan y suplican que la cosa no termine así. Marisa le dice en voz baja a su marido algo al oído. Luego se van a la habitación sin volver a insistir que me vaya. Entiendo que ella ha conseguido que me pueda quedar a mirar... con discreción, claro.
Sin despedirse de mí, ni indicarme que me vaya, ambos se encaminan hacia su dormitorio. Al fondo los oigo hablar y como uno tras otro hacen una visita al aseo. No me han dicho nada antes de retirarse, simplemente me han ignorado. Quizás de eso se trata. Estoy en su casa, pero para la pareja es como si estuviesen solos.
Es la forma más sencilla de decirme que me puedo quedar a mirar lo que hacen, siempre y cuando no les moleste con mi presencia. Estoy encantado y ya siento como me va haciendo efecto la excitación que me produce imaginar a mi vecina desnuda, gimiendo de placer y quizás llevando la iniciativa.
Mi vecina ha conseguido para mí, la realización de un sueño largamente acariciado, y parece ser que con el asentimiento complacido de su marido. Les oigo murmurar en su habitación y revolcarse sobre la cama. Ella suelta risitas de vez en cuando y él pone la voz ronca como de un animal en celo, que acosa a su hembra.
Tímidamente me acerco hasta poder ver desde el pasillo lo que sucede en el interior de su habitación. Los puedo ver desnudos, echado el sobre ella y bombeando lentamente. Hacen el amor con naturalidad y puedo contemplar como el marido sube y baja su culo al tiempo que se la clava hasta el fondo. Apenas se entretiene en hacer caricias a su esposa, y los movimientos son bastante mecánicos. No imaginaba que fuese tan poco apasionado, con tan poca dulzura y creo que no es nada parecido a como me hubiese gustado hacerlo a mí.
De todas formas, me excita mucho oír gemir a mi vecina consecuencia de los embates embravecidos de su esposo. Estoy totalmente empalmado y como ellos no hacen nada por ocultarse a mi mirada curiosa, yo me animo a pajearme en su presencia.
Después de unos minutos, Marisa consigue dar la vuelta a la postura y pone a su marido debajo y ella se sienta sobre su pubis clavándose la polla en su coño. Empieza a cabalgar sobre el cómo amazona experta.
Veo como los cachetes de mi vecina se aplastan una y otra vez contra los muslos de su marido cada vez que sube y baja. La veo culear hacia delante y atrás, provocando los gemidos de gusto de él.
Descubro que me encanta ver a mi vecina cabalgar con autoridad, observar como ondula su espalda, como sacude la cabeza y como se eleva cuidadosamente para luego dejarse caer con brusquedad. Después de muchos años de relación sabe cómo hacer que su marido en esta postura, tan pasiva para él y bajo total dominio de ella.
Les envidio profundamente y lo único que puedo hacer es mirar extasiado. Me toco la polla, ligeramente pues no quiero correr el riesgo de correrme inmediatamente. El marido de Marisa esta igual que yo y a juzgar por sus gemidos se va a correr de forma inmediata.
Es este momento, mi vecina descabalga, se pone a un lado y le coge la polla con la mano. Comprueba mediante unos certeros meneos su grado de sensibilidad. Satisfecha con el resultado se pone de nuevo sobre él, pero esta vez a cuatro patas con la boca a la altura de sus genitales.
Adoptando esta postura sus nalgas quedan mucho más cerca de mí, y puedo ver su vulva generosamente dilatada y mojada. Marisa se pone a hacerle una felación para rematar felizmente a su marido que no deja de gemir y de pedirle que siga por este camino hasta que se corra.
Yo no puedo evitar la tentación de alargar la mano y tocarle las nalgas a mi vecina. Su piel es suave y está muy humedecida por la mezcla de sudor y de flujos de su vagina. Culea ondulando las caderas a modo de bienvenida. Ella sabe de mi presencia y seguro de mi excitación, así que el contacto de mi mano con sus nalgas lo único que hace es confirmarle mi total seducción.
Mi curiosidad me empuja a poner un dedo entre sus labios mayores. Estos se separan fácilmente y me descubren la pequeña mariposa que envuelve el clítoris. Le pongo el dedo en la entrada de su vagina y restriego dulcemente. Ella se echa hacia atrás buscando mi dedo y este se cuela con mucha facilidad en su interior.
Examino la situación y creo estar en el paraíso. El marido está gimiendo disfrutando de una felación deliciosa pero no me ve. Mi vecina tiene a su marido perfectamente controlado marcando el ritmo, y con su culote puesto a mi alcance para que pueda coger un poco de este estupendo manjar.
Con la mano derecha me estoy masturbando y con la izquierda le acaricio el culo. Le meto dos dedos al mismo tiempo muy despacito. Entran resbalando con mucha suavidad. Ella mueve el culo haciendo que entren y salgan de tan agradable envoltura.
Entiendo que quiera que los mueva, acariciándola y frotando las paredes de la vagina. Al marido le llega el orgasmo y Marisa sigue chupándosela con intención de mantenerlo bajo su control. Mientras yo me sigo masturbando hasta que me corro.
Ella percibe mis temblores y mi descontrol, en ese momento se producen una serie de espasmos dentro de su vagina acompañados de unas descargas de flujo bien caliente, es tan abundante que yo creí que se había meado. Estoy muy contento y agradecido que me hayan dejado participar.
Quizás su forma de hacer el amor haya mejorado con mi presencia y yo he disfrutado con una cosa sencilla, mirando, pero que me ha colmado de placer.
—Juanito, Juanito, ¿ya te vas? — pregunta mi vecina desde el dormitorio obligándome a detener en mi camino de salida.
—Si, ya me iba— le contesto con la voz cogida por la emoción.
—¿puedes venir un momento al cuarto? — me dice con voz sugerente.
Una vez en la puerta los puedo ver a ambos tumbados sobre la cama luciendo una amplia sonrisa y sus cuerpos entrelazados y parcialmente cubiertos por una sabana.
—Le he pedido a mi marido si puedes quedarte un ratito más con nosotros y dice que si— dice Marisa antes de darle un beso cariñoso.
—Ven, acuéstate al este lado de Marisa, Veras que piel tan tibia tiene y lo bien que se siente uno al tenerla— dice el con una sonrisa vanidosa.
Estoy muy desconcertado y antes de que me dé cuenta, Marisa me ayuda a desnudar y me hace sitio a su lado. Con mucha timidez me tapo como puedo los genitales. Vuelvo a tener una erección enorme y me siento avergonzado. Me cuelo debajo de la sabana que nos tapa a los tres.
Siento la mano de Marisa como se desliza por encima de mi vientre hasta llegar a mi entrepierna. Alli me acaricia los testículos y luego me agarra decidida el instrumento. Trago saliva y suspiro hondo.
—Nuestro joven vecino está completamente dispuesto— dice ella a su marido mientras juguetea con el miembro tapado por la sabana.
— Vamos a verlo — dice él, mientras tira de la sabana hacia sí, dejándonos a los dos al descubierto.
—Ya vemos que te gusta mucho estar junto a mi mujercita— dice mientras le acaricia un pecho y luego baja la mano por el vientre hasta que se pierde en su entrepierna.
Deverano.