Preparando las oposiciones
La vecina me ayuda preparar las oposiciones, diría que me enseña cosas nuevas.
Desde hace dos semanas que nuestros contactos se han hecho frecuentes, mi vecina parece haber rejuvenecido diez años. Ya nunca sale al descansillo vistiendo aquella horrible bata acolchada que usaba, se ha comprado unas zapatillas nuevas para andar por casa, siempre va viste bien conjuntada y además, fue a la peluquería.
También se maquilla, muy discretamente como si no llevase nada, sólo lo suficiente para estar bien guapa. A mí me parece otra mujer, mucho más alegre y atractiva. Algunos días espero con impaciencia su visita para poder verla y comprobar que hay un mundo ahí fuera que me espera.
Hace unos meses terminé mis estudios, ahora me encuentro en pleno proceso de preparación de oposiciones para un puesto en la Administración. Por las mañanas voy a una academia para prepararme mejor, y el resto del día lo dedico a estudiar a conciencia el temario. Cuando digo el resto del día, es todo el resto del día. Tengo un pequeño apartamento cerca de la academia y de allí prácticamente no salgo para nada.
He tenido la suerte de encontrar unos vecinos (vecina) muy comprensiva, viejos conocidos de mis padres que muy gentilmente se han ofrecido a ayudarme en esta dura etapa. La mujer, de mediana edad se pasa a menudo para hacerme las tareas básicas de limpieza como favor y por la amistad que les une a mis padres.
Un día se presentó con un pantalón y jersey demasiado ajustados, quizás de años atrás cuando tenía unos kilos menos. Marcaba tanto sus curvas que no pude evitar que mi corazón se pusiese a palpitar enloquecido al contemplar ese derroche de humanidad moviéndose cerca de mi.
Su proximidad me estimula y la naturalidad con la que me trata me produce una sensación extraña. No nos une ninguna relación, simplemente me gusta verla y me siento atraído fuertemente por ella. Estoy seguro que ella me ve como un chico demasiado joven para que se pueda fijar en una mujer madura, pero aun así se acicala cada vez que me visita, evalúa mis reacciones y se alegra muchísimo con mis cumplidos.
Si intuye que me altero, por su aspecto o su comportamiento, su ego debe recibir una buena inyección de autosatisfacción. Andando juntos por la cocina nunca evita el contacto conmigo, y es todo en apariencia algo natural. Para mí es causa de gran estimulación. Debe ser que al llevar una vida tan austera en lo que se refiere a entretenimientos, sus visitas se convierten en algo especial.
Una noche al acostarme noté un extraño olor en mi almohada que creí identificar como olor de mujer. Recuerdo que aquel día mi vecina había estado sola en mi casa pues se ofreció a fregar el piso mientras yo hacía una prueba en la academia. Me llamó mucho la atención pues no podía imaginar como ese aroma había podido llegar hasta allí.
Para intentar averiguar algo más sobre lo que sucede en mi ausencia, hoy le he dejado las llaves a mi vecina, diciéndole que tengo que salir a hacer unas gestiones. En realidad, lo que hago es esconderme en el armario para ver si aprovecha mi ausencia para hacer alguna cosa sobre mi cama.
A media mañana oigo que se abre la puerta, es ella. Avanza por el pasillo y llega hasta mi habitación. Por la rendija de la puerta la veo que viene con un cubo lleno de botes de productos de limpieza. Me siento incomodo por haber pensado cosas extrañas sobre sus actividades. Viene vestida con una falda amplia y un jersey de lana de manga corta que se ciñe perfectamente a su talle y deja sus brazos desnudos.
Después de dejar los trastos de limpieza en el baño contiguo, vuelve a la habitación y saca mi pijama de debajo de la almohada. Se lo lleva a la nariz e inspira profundamente. Lo vuelve a dejar sobre la cama y se va al aseo. Quizás está comprobando si debe darle un lavado o no.
Desde el lavabo oigo correr el agua, después de unos minutos vuelve a la habitación, esta vez coge el pijama y se echa sobre la cama. Se pone a retozar, se abraza a mi pijama y empieza a suspirar como si tuviese a alguien de carne y hueso entre los brazos.
Que actitud tan extraña, parece que está imaginando que me tiene a mí entre sus brazos. Poco a poco va calmando sus movimientos y se deja llevar por su fantasía. Con los ojos cerrados empieza a tocarse por encima del vestido. Al principio lo hace muy levemente, se pone la mano sobre el vientre y la lleva hasta el hombro pasando ligeramente sobre su pecho. Luego se pone de costado y resigue el perfil de su cadera.
Después de unos minutos, se lleva la mano a la entrepierna y empieza a tocarse muy lentamente. Se va animando y empieza a suspirar cada vez más aceleradamente. Solo puedo ver como su mano se hunde en su entrepierna y como su cuerpo se va ondulando cada vez más de prisa. Su respiración se hace entrecortada. Se pone la almohada entre las piernas y adopta la posición fetal. veo como aprieta las piernas y como se frota con el cojín muy suavemente.
Después de unos minutos se pone la almohada debajo de la cabeza sujetándola con una mano, mientras que la otra se cuela por debajo de la braga en busca de su sexo. Veo como la falda sube y baja siguiendo sus movimientos.
Empieza a suspirar muy hondo y ha retorcerse sobre la cama. Resopla muy seguido, se hace un bolillo y luego se estira sobre la cama varias veces, hasta que lanza un gemido largo y profundo. Se queda sobre la cama inmóvil durante unos minutos como si estuviese dormida, hasta que poco a poco su nivel de actividad se hace normal, se levanta y recoge los trastos del aseo.
La oigo como se va a su casa tras cerrar la puerta de un portazo. Ocupo su lugar, me he excitado mucho al ver a mi vecina tocarse hasta que ha tenido un orgasmo. Me pajeo soñando que mi vecina esta todavía a mi lado suspirando… es una mujer mucho mayor que yo… el verla me ha puesto como una bestia.
Otro dia…
—Voy a darme un baño. Con este calor no hay quien pueda estudiar — le digo yéndome hacia la habitación..
Le digo a mi vecina y voy hacia el baño mientras ella termina de recoger la mesa. Ya le he dicho mil veces que no lo haga pero ella insiste y creo que así tiene una excusa para venir a verme y estar más tiempo en mi compañía.
Desde el baño, grito preguntando:
— Marisa, ¿estás ahí? — sin obtener respuesta.
Estoy seguro que todavía no se ha ido, pero no quiere responder. He dejado la puerta del baño entreabierta y posiblemente quiera venir a echar una miradita a un jovencito, que digamos no está nada mal.
Me meto en la ducha y me echo agua en abundancia. Dirijo el chorro encima de la cabeza y hago que el agua resbale por la cara, con lo que tengo que mantener los ojos cerrados. Luego cuelgo la alcachofa en la pared y dejo que siga saliendo un abundante chorro.
Sin enjabonarme, me froto todo el cuerpo y me recreo dejando resbalar el agua sobre la piel. Creyendo que me está observando, no me doy la vuelta totalmente y no puedo evitar tener una incipiente erección al pensar que me está viendo.
Apenas me seco la cara y escurro el pelo para así mantener más fresca la piel. Me envuelvo una toalla a la cintura y salgo descalzo hasta el comedor. Allí encuentro a Marisa mirando la tele distraídamente. No sé si lleva allí todo el rato o acaba de llegar después de mirar cómo me bañaba.
Siento como una ola de pudor me recorre todo el cuerpo. Ella también parece incomoda en medio de la situación, un pequeño descuido podría terminar con todo mi cuerpo desnudo delante de ella. La posibilidad me estimula y al tiempo me altera. A Marisa le parece divertida la situación, y contempla la situación con la tranquilidad de una persona que el desnudo de un chico no le va a causar ningún trastorno.
Aunque trato de aparentar normalidad no puedo evitar mis nervios y que debajo de la toalla mi polla empiece a despuntar. Cuanto más nervioso estoy, más tranquila y divertida parece estar ella. Intencionadamente alarga la conversación, cada vez que hago ademán de ir a buscar algo más de ropa, me retiene con alguna pregunta.
Hace bromas sobre lo bien que me sienta la toalla, lo hermoso que resulta un cuerpo joven mojado y fresco, y sobre todo la emoción que causa a una mujer madura como ella tenerme en esta situación, tan cerca y tan íntima.
En un rápido movimiento atrapa el extremo de la tolla y tira de ella con violencia hasta dejarme totalmente en cueros. Instintivamente me tapo los genitales con las manos, al tiempo que me suben los colores. Marisa se ríe entre dientes y se dispone a disfrutar de la situación.
—No debes sentir tanta vergüenza, a mí ya no me afecta, soy una mujer casada y ya estoy acostumbrada a ver “esas cosas” —
Esto no me tranquiliza lo más mínimo y cuando añade…
—Tienes que sentirte orgulloso— me suelta mirando con insistencia hacia mi entrepierna. Al oir eso me termina de rematar.
—Cuando traigas una chica a casa puedes estar seguro que se verá gratamente impresionada, tienes una buena verga, y eso siempre es agradecido por la pareja—
Con timidez aparto las manos de mi pubis y dejo que mi polla quede al aire con una clara tendencia a dirigirse hacia el techo.
—¿segura que está bien?... Me siento muy inseguro… en internet se ve cada cosa—
Estoy tan nervioso que no sé dónde poner las manos. Una la apoyo en la mesa y la otra la pongo detrás del culo.
Mi polla esta impresionante, grande, tiesa, levantada y luciendo un hermoso capullo rojo y brillante por la tensión. El problema es que no sé qué hacer con ella, en ningún momento mi vecina ha dicho nada sobre si quiere sexo o no.
—Yo nunca sería infiel a mi marido. Me da mucho respecto y temor ¿qué podría decir si él me preguntase alguna vez? No sabría mentir... — me confiesa en medio de una expresión llena de lujuria y contrariedad.
Por mi falta de experiencia esta contestación la encuentro razonable y trato de adaptarme a la situación. Soy un joven impulsivo y sin control, que se excita con solo tener una mujer en casa. Por otra parte mi vecina es una mujer madura que entiende que me pase esto, aunque no está interesada en ir más allá. Ella ya tiene todo lo que necesita en su propia casa.
—Enséñame las piernas, levantando un poco la falda— le pido.
Ella encuentra razonable mi petición, después de lo que ha dicho sobre que no le afecta estar con un jovencito, accede gustosa a concederme esa mínima satisfacción. Cuando creo que se va a detener enseñándome una generosa porción de sus muslos, me sorprende llevando la falda hasta justo donde empiezan a verse las bragas.
Pongo los ojos como platos y mi polla da un respingo que ella percibe y que le satisface mucho. Como contestación a su escasa exhibición, respondo bajándome el pellejo y le enseño mi miembro en toda su dimensión. Mi vecina me acompaña separando las piernas lo suficiente para que pueda verle su entrepierna.
Algunos pelitos se escapan de abrazo de las bragas, y se percibe una buena mata de pelo a juzgar por el bulto. Esta visión me hace perder el control y empiezo a masturbarme estando allí de pie, desnudo y justo enfrente de ella.
Le hace gracia la situación y me responde haciendo lo mismo. Se mete la mano por dentro de la braga y empieza a tocarse. Cada cual a su ritmo y observando lo que hace el otro nos masturbamos sin llegar a tocarnos ni una sola vez.
Cuando eyaculo trato de contener los borbotones de leche que salen impetuosos con la mano aunque no tengo mucho éxito, una abundante corrida se escapa entre mis dedos. Después de que Marisa deja de gemir tras su orgasmo, nos miramos con complicidad. Me comenta que esto que hemos hecho no es ser infiel a su marido y que con mucho gusto me ayudara a limpiar lo que se haya ensuciado.
Continuará.
Deverano.