Preparando la venganza

Bárbara ha adoptado la vida de Jimena, pero las cosas son mas complicadas de lo que parecen. La lujuria incestuosa se convierte en el motivo de los deseos de venganza de Bárbara

Preparando la venganza.

Para comprender bien esta historia conviene antes leer B&j.

“No te muevas, deja que yo te monte, vas a ver a una amazona, con un buen caballo como tú. Y luego te haré un pregunta, que  a veces eres muy malo”

Bárbara, empalada por la verga de Javier, disfruta de cabalgar sobre su supuesto marido, yendo del paso al galope a través del trote. Las manos del hombre intentan tocar los senos de la mujer, ella le sujeta para evitarlo. Y sus arriba y abajo son cada vez más rápidos y profundos.  Un grito sale de la garganta del macho cuando el semen se derrama en la  cavidad amorosa.

“¿ Decías, que desde mi perdida de memoria, cabalgaba peor?.”

“Jimena, sólo en el caso de los caballos, cuando me montas me vuelves loco.”

“Es que tu eres mi garañón.”- la mujer se inclina para besarle y después le descabalga tumbándose a su lado. Desnudos se abrazan.

Han pasado más de seis meses desde que Bárbara adoptó el rol de Jimena. Desmayada en un hotel de Madrid, apareció Javier llamándola Jimena. Ella venía huyendo de París, donde se había quedado con treinta millones de francos de un cliente que se le había muerto haciendo el amor. Así que aceptó ser otra persona. Jimena no había dado ninguna señal de vida, Bárbara pensaba que había debido de huir con otro hombre, lo que no entendía, pues Javier era muy guapo y aunque un poco soso en el sexo, cumplía una y otra vez intentando satisfacerla. Y desde luego era imposible un nivel de riqueza mayor. Bárbara se encuentra feliz, como chancho en el barro, que decía su padre.  Había dejado atrás su mundo, donde se tenía que prostituir, a veces, para poder llegar a fin de mes. Se había cambiado el peinado, dejándoselo corto, a lo chico, jugando con pelucas para encandilar a su pareja. Era una mujer nueva: Jimena Sáez de Espejo, y disfrutaba de su nueva situación.

Han ido a pasar la Semana Santa en el cortijo de los Marqueses de Gauzales, sus supuestos padres, para poder estar más cerca de Sevilla , donde los dos hombres eran cofrades y por nada del mundo se pierden salir encapuchados con el paso de la Virgen en Viernes Santo.

Javier está dormido, dos polvos le han dejado fuera de combate. Bárbara tiene sed, se pone la  bata para ir a la cocina y beber un jugo de naranja.  Al  bajar del primer piso donde tiene su dormitorio, oye a los  marqueses hablando en voz baja, piensa en saludarles cuando la curiosidad la lleva a espiarles. Están sentados en el salón, la chimenea encendida, unos cafés en la pequeña mesita.

“Miras a la niña con lujuria, Luís José. Desde que la pobrecita tuvo aquel desmayo, la devoras con los ojos, como si fueras un viejo verde. No está bien.”

“Es que se ha sensualizado, se mueve con otro ritmo, despide olor a hembra, no lo puedo evitar. Al fin y al cabo no es mi hija, no tiene nuestra sangre. Tienes que comprenderlo María Luisa, yo soy un hombre y ella una mujer joven.”

“Cuando la adoptamos decidimos que ese pensamiento no lo íbamos a tener nunca. Buscamos a la niña de modo que todos piensan que es mi hija, por favor, limpia tu mente y mírala como esa niña que tenías en los brazos y jugabas con ella.”

“Me cuesta, su madre debía ser una puta y esa sangre le sale ahora. Pero lo intentaré por ti.”

Bárbara retrocede, no quiere que se den cuenta que les ha oído. Vuelve a su dormitorio y se acuesta pensando en la conversación de los marqueses.

Ha habido algo que siempre le ha extrañado, Jimena y ella habían nacido el mismo día del mismo año. Una sombra cruza su cabeza, se da cuenta que debe resolverla.

“Menuda panzada de caracoles nos hemos dado, eres un genio cocinando Pepe.”

“Tampoco han estado mal el Vega Sicilia que has traído y nos hemos bajado, un tentempié cojonudo. Pero tú has venido a saber lo que el amigo de tus padres ha averiguado sobre la tal Jimena. Si te parece, preparo unos cafés y unas copas de Khardu  y te lo cuento. Te aviso que es duro de verdad.”

Bárbara apoya los codos en la mesa, donde tres platos están llenos de los caparazones de los caracoles, y contempla a Pepe Carvalho, ahora detective, pero años antes compañero de sus padres en la lucha contra la Dictadura. Para ella es un miembro de su familia, alguien querido que les acompañó en tiempos donde el miedo y las ansias de libertad le convertían en un hermano mayor.

“¿Quieres una panatela de Partagás?”- ofrece el gallego mientras pone las tazas y las copas en la mesa.

Bárbara se da cuenta que toda aquella parafernalia tiene un objetivo. Serenarla para lo que va a decir.

“Jimena es tu hermana. Escucha con atención. Tu madre os dio a luz en la clínica Nuestra Señora de la Montaña. Allí había montado un negocio de venta de niños para familias que no podían tener hijos. A ti te dejaron con tu madre y a tu hermana la vendieron a los marqueses de Gauzales. Si sólo hubiera nacido una, le habrían dicho a tu madre que habías nacido muerta.”

Bárbara se toma el malta de un trago y se sirve otro.

“Tu padre estaba escondido, le estaban buscando por las huelgas del metal,  tu madre estaba sola,  y el parto venía complejo, el ginecólogo le ofreció todas las garantías en ese hospital.  Tu madre no tenía opción. Nadie pensó que venían gemelas, entonces no había las técnicas de hoy día. Tu madre nunca supo que había dado a luz a dos niñas. Se quedó contigo y le quitaron a tu hermana sin que se enterara”

Bárbara respira hondo para asimilarlo, se vuelve a servir un malta, le pone unas gotas de agua mineral y espera que su amigo siga con la historia.

Pepe le cuenta como funcionaba el negocio de la venta de niños, le habla de los marqueses, de sus relaciones con los poderes mas retrógrados de la época, de sus posesiones, en fin un relato pormenorizado de la familia Sáez de Espejo. Cuando acaba, termina de un trago el güisqui , se sirve otro y mirándola fijamente a los ojos le suelta a Bárbara.

“Ya sabes todo de tu nueva personalidad y de la familia con la que vives. Te conozco muy bien, te he tenido en los brazos desde que eras un bebe, te he dado biberones, así que cuando me llamaste preguntando por Jimena, también me interesé por ti.”

Da una calada al puro y le explica como es la situación actual de Bárbara Rodríguez  Saveira. Le recuerda su estancia en París de estudiante de diseño, sus ingresos extras como puta de lujo, la muerte del cliente, su desaparición con la pasta y su huida a Madrid. La mujer se sonríe viendo que su amigo el detective es bueno buscando pistas, está relajada oyéndole.

“Y ahora, agárrate a la copa y al sillón, porque Barbarita estás muerta para los que te buscaban……Te encontraron en Madrid, te intentaste escapar y te mataste en un accidente, así que nadie te busca, han dado por perdidos los millones. Mi opinión es que confundieron a Jimena contigo y cuando murió, se acabó la historia. Eres Jimena Sáez de Espejo, rica, casada, sin hijos y sin que nadie te busque.”

Bárbara se estira, ha bebido mucho, se encuentra un poco mareada pero lúcida.

“Pepe, te voy a dar cien mil francos. Me convierto en tu clienta. Es la forma de que tengas cobertura basada en la relación detective – cliente. Y búscame cómo y donde puedo encontrar al médico y a la monja. Localiza a Charly. Te llamaré después de la Feria de Sevilla y quiero tener una reunión con los dos, aquí en Barcelona o donde esté ese loco maravilloso.

Anda y llévame al aeropuerto que tengo que estar en Madrid antes de las 9 de la noche.”

Bárbara se ha vestido para el paseo a caballo, los pantalones ceñidos, la camisa blanca con chorreras que sus senos poderosos parecen reventar, la chaquetilla, el sombrero. Baja a la primera planta de la casa donde sus supuestos marido y  padre la esperan. Besa a ambos, con pasión a Javier, con sensualidad escondida a Luís José, sabe que los dos se han puesto nerviosos. El marqués la ayuda a montar, dejando las manos más tiempo del debido sobre sus nalgas al darla el empujón que le permite subir a la cabalgadura. La marquesa ha marchado en el coche de caballos. Llegan a la caseta, allí les esperan amigos y conocidos, gambas, jamón y fino van cayendo con alegría. La feria de Sevilla brilla en todo su esplendor.

Ella da de beber a Javier y a Luís José sirviéndose menos, pero lo suficiente para poder parecer que está un poco alegre, aunque no lo está. El viejo procedimiento que le enseño su madre, de tomar dos cucharadas de aceite de oliva antes de ir de copas, evita el efecto del alcohol.

Baila sevillanas con Javier y luego saca a Luís José, se carga de erotismo en la danza, se da cuenta del deseo de los dos hombres. Haciéndose la mareada, se apoya en su marido para pedirle que se vayan a casa a ducharse y cambiarse antes de los toros, como si necesitara descansar.

Apenas suben a su dormitorio, se tumba en la cama y con voz insinuante susurra:

“Ayúdame a desnudarme, que me siento muy cariñosa ”

Las manos de Javier va quitando la chaquetilla, la blusa, el corpiño. Queda desnuda de medio cuerpo, se restriega contra el hombre.

“Te tengo que pedir un capricho, un deseo que me ha saltado en la caseta viendo a Juanito y a Curro. Anda ayúdame a bajarme los pantalones.”

En tanga y botas le mira mimosa.

“¿Cómo lo harán ellos? Les debe gustar encularse. Tú, ¿me lo harías por detrás? Cómo me han dicho que se lo montan en El último tango.”

“¿De verdad quieres que te de por culo? Te puede doler.”

“Es una picardía que se me metido, pero si no te parece bien ….”

Le susurra mientras le suelta el pantalón que hace caer al suelo. El calzoncilllo se levanta con la verga en alto. La acaricia a través de la tela.

“Me vuelves loco. Anda ponte a lo perro.”

Bárbara se pone en cuatro, sabe que le va a doler pero no le importa. Nota como tantea la punta de la polla su esfínter.

“Ponme un poco de crema, si no me destrozas.”

Javier usa la crema hidratante que está en el baño embadurnando el orto de la mujer, después aprovechando la suavidad del aceite apoya la cabeza de su instrumento y empuja camino del fondo de la mujer. Ésta gime, con una mezcla de dolor y placer. Cuando mira hacia la puerta entreabierta del dormitorio ve el rostro del marqués espiándoles.

“ Asiiiii  papacito, dale a tu nenita. Fuerte como me gusta, maaaaasss. Que lindo”

Casi grita simulando un placer indescriptible, eso si, poniendo siempre el papacito y la nenita por medio, sabe que eso excitará más a su falso padre.

Cuando Javier larga su semen, chilla y se desploma en la cama.


El departamento de Charly está en el Ensanche, es un semiático grande, sentados en la terraza, aprovechando el buen tiempo, Bárbara mira a sus dos amigos.

“A Pepe le he pagado. Así soy su cliente y debe guardar el secreto de lo que ha investigado. Charly, tú me has preparado lo que te he pedido, quiero también darte dinero. Lo tengo y es una pena que no lo disfrutéis. Sois mis mejores amigos, os conozco desde niña, no podéis negaros.”

“Mira, Barbarita. Dale mi parte a Pepe, él anda juntando para su jubilación. Yo a mis casi ochenta años, tengo más que lo que necesito y puedo gastar. En tiempos jodidos, se te lo  hubiera agradecido, pero ahora no me hace falta. Vendí un producto a una multinacional farmacéutica y nado en la abundancia.  ¿ Quién iba a decirme , a mi , Carlos León López Pérez , que iba acabar de capitalista?. Un troskista como yo, que se llama Carlos por Marx y León por Trosky, hijo de antifascistas, militar de la República en la Guerra Civil, luchador en la clandestinidad contra Franco. En fin que la vida da vueltas…..Pepe es mejor que no estés cuando le explique lo que he fabricado para la niña, ojos que no ven y oídos que no oyen es la mejor coartada.”

“Creo que tienes razón”- sostiene el detective- “Bárbara, luego os invito a almorzar en las  Siete Puertas y te digo cómo localizar al médico, la monja ya murió. Os espero a las dos y media.”

Bárbara contempla a Charly, alto y delgado, con el pelo blanco, un poco largo, bien cuidado, como la barba y el bigote, es un anciano atractivo y sobre todo sus ojos pardos que destilan inteligencia y picardía.

“Antes de nada quiero saber por qué me has encargado lo que me has encargado y después te lo doy y te explico como se usa”- pregunta el hombre con mirada inquisitiva.

“Carlos, no soy una loca, pero hay algo que no puedo soportar. Entiendo que una mujer adopte a un niño si no puede tenerlo o hasta que lo compre, como hicieron esos cabrones. Pero me revuelve y me llena de odio y deseos de venganza que desprecien a la autentica madre. Según ellos, mi madre era una puta viciosa, todo porque era pobre, de otra clase social. Además creen que estaba de acuerdo en vender a su hija y yo sé que mi madre nunca podría transigir con eso. Ese menosprecio es el que me hace querer vengarme y les odie como les odio.”

“Tu madre  era la mujer más maravillosa que yo he conocido. Te voy a confesar algo que siempre he tenido guardado en mi corazón. Ha sido el amor de mi vida. Pero……nunca me hizo caso. Sólo tenía ojos para tu padre. Era fiel, totalmente fiel. Yo la tiraba los tejos, ella me respondía con una sonrisa y con cariño, para que no me enfadara y no se rompiera la amistad, pero seguía siendo la esposa enamorada del hombre pobre, trabajador, comprometido que era tu padre. No ha habido una mujer mejor en el mundo. Fíjate que espere a que quedara viuda para poder tener una oportunidad y mueren los dos en accidente de coche. Así estoy sólo con mis recuerdos”

La confesión, y sobre todo la pasión que ha puesto Carlos en exponer sus sentimientos, conmueve a Bárbara, que emocionada y llorando, le abraza.

Todo un mundo de cariño y comprensión entre dos seres humanos que aman a las mismas personas empapa el abrazo que se hace eterno.

Bárbara respira hondo para recuperarse, Charly se levanta y sale del salón, vuelve con dos pequeños frascos, uno azul pequeño y otro rojo más grande, y se los da a la mujer.

“Es un veneno maravilloso, lo usaban mis paisanos los Borgia, ya sabes que yo soy valenciano. Esos eran Papas y no los fachas de ahora. Bebes una cucharada del líquido del rojo y estás inmunizada de los efectos mortíferos de las gotas del azul que pones en cualquier comida. Al que lo toma le da un infarto, muere en un par de minutos. Como parece natural nadie investiga y si lo hacen, creo que no sabrán lo que han tomado, al ir mezclado con comida y ser algo que se usaba hace casi quinientos años, seguro que no tienen ni puta idea. Es como el agua, inodoro, incoloro e insípido. Basta una gota.”

Bárbara comprende que puede hacer algo por el anciano cuando descubre en un aparador una foto de su madre, cuando era joven, que no ha visto antes. Se da cuenta de su enorme parecido ahora que lleva el pelo corto y aclarado, casi rubio.

“Siempre me pareciste un galán maduro. De jovencita estaba colada por ti. Y ahora sigues siendo un guaperas, viejo pero resultón. Me gustaría poder realizar lo que quise de adolescente. Hacer el amor contigo.”

Carlos se queda asombrado, no lo esperaba, pero siente un hormigueo en la sangre.

“No hace falta que me pagues así. Con verte feliz es suficiente.”

“No te pago nada, es algo que me apetece hacer. Y no voy a dejar que digas que no. Te voy a acosar y si no respondes, te violo.”

“Eres la loca más maravillosa que he conocido.”- murmura Carlos contemplando extasiado como Bárbara se ha parado ante él y se ha soltado la falda que cae dejando ver las piernas largas envueltas en las medias negras que le llegan a medio muslo. Lo braguita, a juego en el color, descubre la carne hasta la cadera.

“No me gustan los pantys. Si quieres orinar se te hace complicado.”- aclara la mujer.

Después, lentamente, se desabrocha la blusa. Sus movimientos son estudiados e incitantes. Su experiencia de puta de lujo hace que el erotismo de su desvestir sea una invitación a la lujuria.

Bárbara le toma de la mano y lo levanta. Le saca el pullover y le va abriendo la camisa. Queda el pecho al aire. Los hombros anchos, el vientre plano, el vello abundante y blanco como la nieve, le muestran un cuerpo atractivo pese a la edad.

Le besa, primero en la frente, después en los ojos, cuando llega a la boca, posa los labios en los del hombre y luego juega con la punta de la lengua hasta que logra entrar en él. Poco a poco el beso se vuelve apasionado cuando como dos serpientes juegan las lenguas. Bárbara descubre que Carlos sabe besar. Se deja llevar mientras las manos hábiles del hombre la desabrochan el corpiño.

Al separarse la prenda cae al suelo. Los pezones erectos de la mujer son signo de su excitación. Respira profundamente, y los senos  se mueven orgullosos.

“Besas bien, me estás haciendo subir la temperatura.” – dice Bárbara con una sonrisa y un calor que le está empezando a humedecer las braguitas.

“Tú, me estás quitando años. Ya sólo tengo sesenta.”

“Pues vamos a por los cincuenta.”

Y la lengua femenina recorre la piel del hombre, lame, besa, chupa y muerde. El la separa y comienza su turno. Bárbara no recuerda un placer similar al que le suministra el viejo galán acariciando y usando la boca en su piel. Está empapada. No puede controlar sus manos que sueltan el cinturón y desabrochan el pantalón que cae al suelo.

“Por favor, déjame a mí.”- murmura con un hilo de voz, y lo tumba en el suelo, le baja los calzoncillos. La verga es gruesa, como una morcilla, está en semierección. Se quita las braguitas y se sienta sobre el muslo de Carlos.

Se bambolea masturbándose contra la pierna masculina y con sus manos acaricia y juega con la pija  del hombre, que poco a poco se va endureciendo.

Se agacha para lamerla sin dejar de tocarla, ensalivada su mano se desliza más ágil por el vástago.

“Me tienes en los cuarenta y como sigas así me corro.”

Bárbara aprovecha la semidureza del miembro para metérselo en su chorreante vagina. Juega con los músculos de ésta y con el sube y baja hasta que la leche del hombre sale. Está feliz, nunca pensó que iba a gozar tanto con una persona tan mayor.

“Nena, ahora me toca a mi. Anda túmbate.”

Le obedece y Carlos se tumba entre sus muslos y sin preámbulos ataca su sexo. Sorbe el líquido de la joven mezclado con su semen y ataca el clítoris que excitado es un bastoncito rosado y refulgente. El orgasmo la hace estallar, pero la lengua sigue jugando y le viene otro, y luego otro. No puede más, está apunto del desmayo.

“Por favor, para o me va a dar algo.”

Carlos la besa, Bárbara saborea su propia feminidad y abraza con dulzura al hombre cuando éste musita un gracias.

Concluirá en el próximo relato.