Preocupada por mi hijo

Una madre de 45 años tiene que conseguir urgentemente un préstamo para evitar que su hijo vaya a la cárcel. El relato muestra como lo consigue.

Llevaba trabajando como administrativa desde los 20 años. Ahora tengo 45. El director y dueño de la empresa donde trabajaba era desde que entré a trabajar allí, Don Victor.

Don Victor había fallecido hacía menos de un año. Daniel, su único hijo, con 21 años, tuvo que hacerse cargo de la empresa familiar.

Tras la muerte de su padre, Daniel había quedado huérfano. Su madre murió diez años atrás y ahora, con el repentino infarto de su padre, había tenido que madurar rápidamente.

Os hablaré de mi ahora. Soy Fina, tengo 45 años y llevo 25 trabajando como administrativa en la misma empresa. Mi vida, hasta hacía algo más de un año, había sido muy cómoda. Soy una mujer felizmente casada, con un hijo de 20.

Siempre he tenido una vida tranquila. Con lo que ganábamos trabajando mi marido y yo era suficiente para vivir de forma holgada. Hace dos años, él quedó en el paro. Desde entonces no volvió a trabajar. Nuestra cómoda vida se truncó. Habíamos cambiado nuestra casa, a otra más grande, para lo cual, nos habíamos endeudado con una hipoteca, que ahora teníamos serias dificultades para pagarla. Pero realmente, el problema que cambió nuestra vida, fue un incidente que tuvo mi hijo David.

Un año atrás, había atropellado con la motocicleta a un niño que cruzaba por un paso de peatones. Había estado tomando algo con sus amigos y dio positivo en el control de alcoholemia. Ambos sufrieron heridas, pero a mi hijo le condenaron a pagar una fuerte indemnización más una pena de prisión que no cumpliría si pagaba lo que el juez había determinado para la familia.

Ya habíamos reducido muchísimo los gastos. Estábamos a finales de septiembre y este año sólo habíamos estado un par de semanas de vacaciones de las que acabábamos de regresar, gracias a la generosidad de mi amiga Lucía, que nos prestó su apartamento para disfrutar de la playa sin gastar demasiado.

Para pagar la indemnización de mi hijo, había intentado conseguir el dinero por todos lados. Los bancos no me lo daban. La familia, la poca que teníamos estaba también en una situación económica complicada, y sólo me quedaba pedírselo a mi jefe.

Con don Victor, tenía mucha confianza. Sé que si hubiera vivido me lo habría prestado, pero con Daniel era distinto. Apenas tenía confianza con él. Durante los veranos, años atrás, estuvo trabajando con nosotros y me llevaba bien con él, pero una vez que se había hecho con las riendas de la empresa, el trato era más distante.

Quedaban dos días para que David tuviera que realizar el pago. Sólo tenía ya una alternativa, y era pedir el dinero prestado a mi jefe, por lo que aquella mañana, en cuanto llegó y se cerró en su despacho, llamé a su puerta.

 Daniel, me gustaría hablar un momento contigo.

 Claro. Pasa y siéntate.

 Verás, tengo un problema muy serio y necesito tu ayuda.

En ese momento me desmoroné y me puse a llorar mientras le explicaba la situación que estaba viviendo. Cuando terminé le pedí que me prestara el dinero y que se lo devolvería.

 Por favor, Daniel. Necesito ese dinero. Haré lo que quieras, trabajaré más horas, te lo devolveré aunque tenga que quedarme sin comer.

 Fina, deja que haga una llamada. Luego seguimos hablando.

 Por favor, no lo dejes, tenemos que entregar el dinero pasado mañana.

 Tranquila. Dame diez minutos.

Abandoné el despacho y pasado un cuarto de hora me llamó. Volví a sentarme frente a su mesa.

 Fina. Voy a ir ahora a ver a Nacho. Le conoces porque también estuvo aquí un verano trabajando con nosotros. Es amigo mío de toda la vida, y ahora es abogado. Quiero que le cuentes como está la situación, por si hay otras posibilidades. Sino se puede, hablaremos del dinero. Te llamaré luego.

 Muchas gracias, Daniel. Tengo aquí todo el expediente. Se lo mostraré. – Dije con alivio.

Poco después de comer, Daniel me telefoneó, y me dijo que fuera al despacho de su amigo. Le noté bastante contento, por lo que yo también me animé.

Los quince minutos que le llevó al taxista acercarme allí, fue lo que tardé en llegar al lugar que me había dicho. Era una casa céntrica, en un bloque de edificios. Llamé a la puerta y me recibió Nacho. Nos saludamos con dos besos en las mejillas

 Hola Fina. Pasa. Daniel está dentro.

Era un edificio de viviendas en el centro de la ciudad. La entrada era por un local y dentro había unas escaleras.

 ¿Este es tu despacho, o tu casa? – Pregunté

 Ambas cosas. La planta de abajo lo tengo como oficina y vivo arriba. El ático lo uso como sala de juegos. Tengo allí una mesa de billar. La casa fue un regalo de mi padre.

Además de haber trabajado un verano con nosotros, conocía a Nacho de haber acompañado muchas veces a Daniel a la oficina desde críos cuando iba éste a ver a su padre.

 Vamos arriba, a la casa. Estaremos más cómodos.

Subimos las escaleras y nos sentamos en el sofá. Le di la documentación de la que disponía sobre mi hijo. Abrió las carpetas, vio los papeles y no tardó nada en darme su opinión sobre el asunto.

 Fina. No queda ya tiempo. Pasado mañana habréis de pagar. Sino lo hacéis, tu hijo ingresará en prisión.

Me imaginaba la respuesta, pero eso no hizo que de nuevo me desmoronase.

 Por favor, Daniel. Necesito que me prestes el dinero.

Ante mi angustia, Nacho se levantó y trajo una bandeja con unos cafés y pastas. Yo volví a insistirle con el dinero, algo que él parecía ignorar.

 Daniel, ¿no te da pena verla así? – Le preguntó su amigo. – Yo también podría aportar algo.

 Fina. Dada tu situación, no podrás devolver nunca ese dinero.

 Por favor¡¡ Puedo trabajar unas horas por la tarde aquí. Puedo limpiar también........haré lo que quieras.

 ¿Sabes, Fina? Cuando Nacho te veía, desde hace ya varios años, decía que eras una mujer muy atractiva. Yo lo suscribo. A mi también me has atraído desde siempre. Además, siempre me ha gustado tu forma de vestir. Con cualquier cosa vas elegante. Me gusta mucho como vas vestida hoy.

Me sentí ruborizada. No sabía qué decir. Iba vestida bastante seria. Con una camisa de verano, de tirantes, con un pequeño vuelo por debajo, falda negra, que llegaba más abajo de mis rodillas y unos zapatos de tacón.

 Fina. Si te dejamos el dinero, me gustaría que hicieras algo por nosotros.

 Lo qué queráis, contad con ello

Mi desesperación me hizo aceptar sin saber lo que querían. Al escucharlo me quedé helada.

 ¿Cuantos años tienes, Fina?

 45.

 Eres muy atractiva. Tienes un cuerpo perfecto, sin ninguna grasa, unos grandes pechos, que parece que se mantienen firmes. Resumiendo.......... Nos gustas mucho.

 Sobre todo, cuando hace años, cuando pasábamos por la oficina en verano, ibas con faldas cortas y se marcaba tu delantera, tus pechos. – Añadió Nacho

Seguía escuchando sin saber a donde quería llegar. Se calló para seguir instantes después.

 Nos gustaría que nos los enseñases.

 ¿Qué? ¿Cómo podéis pedirme eso? Soy una mujer casada. Eso es aberrante. Además, sois unos críos, tenéis casi la misma edad que mi hijo y yo doblo la vuestra.

Me levanté orgullosa y me dirigí hacia la escalera en busca de la puerta.

 Haz lo que consideres, pero no creo que pidamos tanto, sobre todo, teniendo en cuenta que no tienes otra forma de conseguir el dinero.

Me quedé parada. Daniel tenía razón, no disponía de otra alternativa. Estaba en sus manos. No me movía. Tardé como un minuto en reaccionar. Me di la vuelta y los miré.

 ¿Qué queréis de mí?

 Por lo que podemos observar, tienes un cuerpo perfecto. Enséñanos las tetas.

Estaba en la boca de las escaleras. A un paso de salir de la casa, pero sabía que si lo hacía no tendría el dinero y mi hijo lo necesitaba para no ingresar en prisión.

 Si lo hago, ¿Me prestaréis el dinero?

 Si no lo haces, no te lo daremos.

Estaba nerviosa. No sabía que hacer. Pensando que era el tirante del vestido tiré del que era del sujetador. Veía como me observaban. Vestía muy discreta, pero a la vez elegante.

Me sentía muy violenta por lo que me habían pedido. No quería hacerlo, pero no tenía más remedio. Además, quería terminar con la situación lo antes posible, por lo que me armé de valor y agarrando el vuelo de mi camiseta, la subí y la saqué por mi cabeza.

No me oculté. Quedé con mi sujetador negro delante de los chicos.

 Tienes unas tetas grandes. En sujetador parecen aún más grandes.

Hicieron que me moviese, para contemplarlas por todos lados. Quería terminar con aquello. Bajé el tirante del sujetador. Estaba incómoda. Quería enseñarles mis pechos y terminar con esto.

En realidad, soy una mujer vergonzosa. De hecho, no me he puesto nunca en top less. Enseñarles mis senos a dos jóvenes, a cambio de que aceptaran a prestarme el dinero.

 Tienes buen gusto con tu ropa interior. Pero me sorprende que a tu edad no tengas nada de barriga. ¿Qué haces para conservarte así?

 No como demasiado y hago algo de ejercicio.

Intentaba llevar la situación con la mayor naturalidad posible. Pensé que si sólo querían ver mis pechos, a cambio de prestarme el dinero, lo haría. Mi desesperación hacía que justificase el chantaje de los chicos.

 Quítate el sujetador, despacio, para que sea más excitante.

Me bajé una de las gomas y la saqué por mi brazo. Estaba nerviosa, aunque ante ellos intentaba mantener la calma.

Me convencía a mi misma, pensando que no era tan malo. Esperaba quitarme el sujetador y marcharme a casa enseguida.

Lo hice. Lo bajé sin quitar el enganche de atrás y les mostré mis senos con una serenidad que a mi misma me dejó pasmada. No creía que fuese capaz de hacerlo con esa naturalidad, pero quería terminar y marcharme para al día siguiente hacer el pago.

 ¿Puedo marcharme ya?

 ¿Tienes prisa? Yo soy tu jefe y te he dado la tarde libre. Estamos negociando si te presto o no el dinero. Por cierto......... Veo que no acostumbras a ponerte en top less en la playa.

Me di cuenta que se habían fijado en que mis pechos estaban más blancos que mi piel, y se notaba la marca del bikini que había usado en mis recientes vacaciones.

 Ya os he enseñado lo que queríais ver. Ahora, por favor, dime como me darás el dinero.

 Fina, Fina, Fina.......... Lo que pides, le supone un esfuerzo enorme a la empresa, por lo que tendrás que hacer algo más para convencernos. ¿Por qué no empiezas por quitarte la falda? Quiero que sepas que nos gustabas más hace años, cuando las usabas más cortas.

Si ya había sido complicado para mi dejar que vieran mis pechos, quitarme la falda era algo que no podía tolerar. Tragándome las lágrimas, por haber sido tan tonta de haberlos creído cuando me dijeron que mostrándoles mis pechos me darían el dinero. Ahora sabía que me había tomado el pelo, por lo que cogí mi camisa y el sujetador y bajé las escaleras con la intención de marcharme. Nacho y Daniel me siguieron hasta abajo y éste comenzó a hablarme.

 Si te vas ahora, no podrás hacer frente al pago y tu hijo irá a la cárcel. ¿Es eso lo que quieres?

De golpe volví a la realidad y recordé el motivo que me había llevado allí. Me había puesto de nuevo el sujetador e iba a abrocharme la camisa, pero eso me hizo replantearme todo. Bajé la cabeza y dudé.

 Venga, vuelve arriba. Y mientras, mientras subes las escaleras, deléitanos con un poco de pierna. Súbete la falda para que podamos verlas.

Volví a subir, y a mitad de las escaleras paré y subí la falda por detrás, casi a la altura de las bragas , levantándola para que pudieran ver lo que me habían pedido. Estaba en sus manos. Por mi hijo haría todo lo que ellos quisieran.

Volvimos arriba. Me invitaron a sentarme en una silla. Estaba tensa, nerviosa, no sabía que hacer, hasta que Daniel me dijo que me subiera un poco la falda, tal y como había hecho en las escaleras. Así podrían ver mis piernas.

Obedecí sin dudarlo. La subí hasta donde ellos me dijeron. Sólo fueron unos instantes, porque de inmediato me enviaron al sofá.

 Fina, colócate en el sofá. Ahora quiero que te subas la falda hasta arriba, nos enseñes tus bragas, que por lo que hemos podido ver en la silla, son negras y elegantes. Córrelas, enséñanos el coño, e introduce tu dedo en él.

Me quedé paralizada. Lo que me pedían no sería capaz de hacerlo. Volví a intentar interceder por mí misma, pero resultaba inútil.

 Por favor. Soy una mujer casada. Soy mucho mayor que vosotros. Lo que me pedís es indecente.

 No seas tan remilgada, Fina. Seguro que una mujer como tú ha sido infiel alguna vez.

 Jamás, ¿me oís? Jamás he sido infiel a mi marido – Respondí con tono serio y digno. – Es indecente, por favor, parad ya.

 Tu obligación es convencernos para que te dejemos el dinero.

No tenía alternativa. Me tumbé en el sofá, tal y como me habían dicho y subí la falda hasta situarla por encima de la cintura. Aún tenía puesto el sujetador, que me había vuelto a colocar cuando iba a marcharme.

Cerré los ojos, no quería ver la cara de placer de los muchachos. Corrí lentamente mi braga, mostrándole a los dos jóvenes mi sexo, que de forma lúdica, sólo había sido observado por mi marido. Separé la tela y metí en mi vagina mi dedo corazón.

Estaba entregada. Necesitaba el dinero. Era lo que mi mente me decía para animarme a seguir y no abandonar.

Me sentía avergonzada. Me contemplaban como podían hacerlo con una bailarina de strep tease.

Momentos después, Daniel cogió mi mano y me situó en medio de la sala.

 Fina. Vuelve a quitarte el sujetador para nosotros y después bájate la falda.

Observaba el bulto de sus pantalones y notaba la excitación que les generaba. Volví a quitarme el sujetador. Lo hice rápidamente para evitar dar un morbo mayor, pero al desabrochar la cremallera de mi falda, de nuevo me vino a la cabeza un ataque de pudor.

Tardé unos instantes, y al final, sabiendo que no tenía otra alternativa, bajé mi falda para quedarme tan sólo con el pequeño tanga negro, que ya les había mostrado antes.

 Ummm. Tienes un culo precioso. También se nota que no toma demasiado el sol. – Explicó Dani riendo.

Dejé durante unos segundos la falda a la mitad de mis muslos. Quizá esperaba oír unas palabras indicando que parase, que ya estaba bien, pero no sucedió así. Nacho fue quien habló pero no para pronunciar lo que yo deseaba oír.

 Vamos Fina. No tenemos toda la tarde. Quítate la falda.

Lo hice. En realidad, lo que pasó es que dejé de sujetarla y por el efecto de la gravedad esta terminó en el suelo.

 Bien. Ahora date la vuelta y ponte de frente a nosotros. Mirándonos.

Lo hice, pero temblaba. Me avergonzaba y tapaba los pechos cruzando mis manos.

 Me pregunto........ ¿Qué habrá debajo de esa braguita tan mona que llevas?

 Por favor. No puedo con esto.

 Venga¡¡¡ Demuestra lo buena madre que eres..........

Estaba bloqueada. No me atrevía a hacerlo. Tomé los elásticos del tanga para bajarlos, pero no pude, por lo que al final los llevé hacia delante y separé un poco la delantera de mi braga para que vieran mi sexo. No podía quitármelas.

Me giré y me apoyé en el marco de la puerta. No podía hacerlo. Quedarme desnuda delante de aquellos chicos era algo que me superaba. Oía el chantaje emocional al que me sometía Daniel pero era incapaz de quitarme el tanga.

Me derrumbé y me tiré al suelo. No podía hacerlo. Nadie me había visto desnuda con esas intenciones.

  • Fina. Sólo te estamos pidiendo que te quites la ropa. Quítate el tanga para nosotros. Necesitas el dinero. Tienes que ser buena.

Estaba situada de espaldas a los dos jóvenes, pero hicieron que me pusiera de pie.

 Ponte en frente de nosotros y haznos el desnudo integral por delante. Es mucho más morboso.

Sin duda era más morboso para ellos, pero para mí era mucho más humillante. Aún así, hice lo que me pidieron. Tenía que conseguir el dinero y evitar que mi niño fuese a prisión.

Tomé los elásticos de mi pequeña braga y lo bajé lentamente. Me armé de coraje y les miré a la cara mientras lo hacía. Los bajé primero a la mitad de los muslos, para después, bajarlos a los tobillos.

Saqué el tanga y lo cogí para dejarlo junto al resto de la ropa. Aquellos malnacidos me tenía totalmente desnuda, aunque imaginaba que aún me quedaba mucho más por hacer aquella tarde de principios de otoño.

Los comentarios no se hicieron esperar.

 Eres una mujer preciosa, depilada, aunque lo hiciste hará un par de semanas. – Dijo con voz experta Nacho.

Acostumbraba a depilarme yo misma, puesto que desde hacía ya bastante tiempo no sobraba el dinero en casa, así que era yo quien rasuraba mi sexo. Efectivamente, hacía ya más de diez días que no lo hacía. No obstante, su comentario, me ruborizó y de manera instintiva, procedí a taparme. Sentía una vergüenza atroz.

  • Queremos que seas natural con nosotros. No te tapes. Es más. Anda un poco desnuda para nosotros. – Expuso Nacho.

 La verdad es que tienes un tipo espléndido. Ahora que te vemos sin ropa tenemos que reconocer que tu cuerpo es espectacular. No aparentas la edad que tienes.

Me hicieron caminar por la casa, mientras ellos me seguían, y se situaban por delante y por detrás, contemplando todos los detalles de mi cuerpo.

 ¿Vas al gimnasio para conservarte así?

No quería contestarle. No quería darles el placer de mantener una charla amistosa con ellos después de todo lo que me estaban obligando a hacer, pero Daniel se enfadó ante mi silencio.

 Fina. Cuando te he dicho antes que seas buena con nosotros, me refiero también a que contestes cuando te preguntemos.

Volví a derrumbarme y me arrodillé.

 Por favor, ya me habéis visto desnuda. Ahora dejad que me vaya.

 Fina. Contesta a lo que te hemos preguntado.

 No voy al gimnasio. Hago un poco de ejercicio en casa. Ya os lo he dicho.

 ¿Queremos verlo? Enséñanos como los haces. Haz gimnasia para nosotros.

Me situaron de rodillas e hicieron que separase ligeramente las piernas. Con las manos en la cabeza empecé a flexionar mi tronco.

Esos no eran los ejercicios que yo hacía, pero querían ver como me contorneaba y así aumentar la excitación que sentían.

Todo eran movimientos, flexiones, que levantase las piernas, las abriese, cerrase, abdominales. Seguramente esos ejercicios no serían para nada eróticos sino fuera porque estaba completamente desnuda y mis pechos se movían al hacerlos, y a veces mi sexo quedaba tan abierto que llegaban a ver mi útero.

Obedecía sin rechistar. Aquella tarde estaba realizando la gimnasia más difícil y sobre todo la más humillante de mi vida. Pero todo aquello, se daría por bien empleado si conseguía el dinero que evitaría que mi hijo fuese a la cárcel.

 Espera, espera. – Dijo Nacho. – Tengo una idea. Espera que voy a buscar algo para ti.

Sabía que fuese lo que fuese lo que fuera a traer Nacho no me iba a gustar. Así fue. Apareció con un vibrador y me ordenó que les excitase jugando con él.

 No podéis pedirme eso. – Supliqué.

 Te equivocas. Podemos pedirte todo lo que queramos.

Nacho puso el vibrador en marcha y me indicó que lo introdujese en todos los orificios de mi cuerpo.

 Vamos a la cama, allí estarás más cómoda.

Me situé en la cama mientras que ellos tomaron dos sillas y se sentaron a contemplar el espectáculo del cual yo era la única protagonista.

Pensaba en lo que diría o haría mi marido si me viese en esos momentos. Sabía que era cuestión de minutos que los dos chicos quisieran mantener una relación sexual conmigo. Estaba alterada y agobiada. Mis nervios estaban a flor de piel y mi humillante papel en aquella escena provocaba que estuviera a punto de derrumbarme.

Hicieron que me diera la vuelta. Metía el miembro artificial dentro de mi unos pocos centímetros, en realidad, apenas la punta, pero Nacho se dio cuenta de ello.

 Introduce todo el vibrador dentro de ti. Cuando digo todo, es todo. Hasta dentro, hasta el final.

Me giré y mi cabeza se apoyó contra la cama. Empecé a llorar abundantemente pero hice lo que me pidieron. Con todas mis fuerzas introduje el aparato dentro de mi, hasta dentro. Notaba como todas mis entrañas se movían, vibraban. Solté el consolador y dejé que siguiera funcionando mientras ellos lo observaban.

Poco después, noté como una mano acariciaba mi trasero y uno de los dos muchachos sacó el dildo de mi vagina. Al mirarlos con los ojos turbios por mis lágrimas vi que Daniel había sacado su miembro del pantalón.

Le miré aterrada. No quería. No podía permitírmelo.

 Por favor. ¿Qué vas a hacer? Ya habéis tenido suficiente.

 Si no quieres, puedes marcharte.

Salí de la habitación como un pollo sin cabeza pero no hice otra cosa que ir a otra de las muchas que había en la casa. Me agarró Nacho, agarró con fuerza mis pechos y empezó a lamerlos a la vez que los estrujaba con fuerza.

Sentía un profundo asco. Era joven, pero me magreaba sin mi consentimiento. Quería irme, que todo se acabase y recordarlo como una pesadilla.

 Ahora me toca a mi – Añadió Daniel.

No quería, pero me tiró sobre la cama. Era una pequeña

Me agarró como si fuera una pequeña muñeca. Agarró mi pierna y la levantó situándola sobre su hombro y quedando mi sexo totalmente abierto. En ese momento aprovechó para meter dos dedos dentro de mi vagina.

Como si fuese de trapo, me dio la vuelta y me dejó expuesta a su amigo. Ahora estaba siendo acariciada por los dos chicos. No podía hacer nada, sólo permitirles hacer conmigo lo que ellos quisieran.

Se turnaban. Metían sus dedos en mi vagina, de forma alternativa, disfrutando de mi y saboreando sus dedos cuando los sacaban. Por mi parte, sólo podía dejarlos hacer, que jugasen con mi sexo, que disfrutasen de mi, a cambio de conseguir un préstamo que evitase la desgracia de mi hijo.

Se había levantado la veda sobre la secretaria del director. Ahora ya no podía hacer nada. Me levantaron y de la mano me llevaron al sofá donde me sentaron en medio de los dos. Empezaron a sobarme, a acariciarme los pechos. Daniel separó mis piernas y metió su lengua entre ellas. Estaba totalmente expuesta a aquellos dos desalmados que abusaban sin piedad de una pobre mujer.

Nacho decidió que fuéramos de nuevo a la habitación. Ya no tenía voluntad. Estaba tan humillada, tan entregada a lo que me obligaban a hacer que no opuse resistencia.

Ya en la habitación, me tumbó sobre la cama, me abrió las piernas y comenzó a lamer de nuevo mi sexo que ya debía estar húmedo por la saliva de los jóvenes.

Después fue Daniel quien tomó su turno, pasando su lengua por mi clítolis y mi vagina. Mi única resistencia era mental ya que mis piernas se tornaban abiertas, totalmente separadas para gozo de los chicos.

Los muchachos pararon de lamerme y Nacho comenzó a hablarme de nuevo.

 Mira Fina. Te contaré algo. Mi padre me regaló esta casa hace algún tiempo. He traído desde entonces a alguna amiga aquí y hemos hecho el amor en mi cama.

No sabía a donde quería llegar, y seguí escuchando.

 Mi fantasía hoy, es que desvirguemos todas las habitaciones de la casa. Quiero decir, que deseo que haya sexo en todos los lugares. Te iremos follando por toda la casa.

Eso hizo que nos bajásemos a la planta superior, donde en el ático, Nacho tenía una mesa de billar. Volví a pedirles que terminasen con ello, pero lejos de eso, me tomó por mis piernas y me tiró sobre la mesa de juego. Sin dudarlo me penetró. Su pene entró sin dificultad ya que por los lameteos de los muchachos estaba ya muy lubricada.

Notaba como su pene duro se introducía en mi vagina. Jugó durante unos minutos. Después se tumbó él sobre la mesa de billar y me hizo colocarse encima. Volvió a introducirse dentro de mi. No podía hacer nada, sólo esperar, deseaba que el tiempo pasase e irme de nuevo a casa.

Quería que terminase, pero en eso me di cuenta que no tomaba la píldora desde hacía dos años. No quería quedarme embarazada.

Afortunadamente, Nacho decidió que aún no era el momento de correrse. A una señal suya, Daniel me apartó de él y me llevó a otra de las habitaciones.

Mi sensación de ser una muñeca en manos de dos críos se incrementaba, ya que me tiró sobre la cama y tomó mis piernas. Su pene se coló entre las mías y de nuevo me sentí penetrada.

 Daniél, no eyacules dentro de mi, por favor. No tomo pastillas.

Mi tono era sumiso, sin querer ofenderle y pidiendo que terminase cuanto antes.

 Fina. Es la primera vez que te follo y seguramente la última. Si no tomas nada, es asunto tuyo.

Me levantó y me colocó de rodillas, al estilo perro. Mis manos sujetaban, amarraban las sábanas blancas que tapaban la cama. Otra vez volví a sentir su pene en mi sexo.

Sus movimientos eran bruscos, violentos. Yo los aguantaba como podía. Sabía que estaba muy caliente y se correría en cualquier momento, pero no fue así. De repente paró.

Nacho, en su turno, me llevó a otra habitación. Se tumbó sobre la cama.

 Fina. Hazme una cubana

 No sé lo que es.

En realidad, tampoco quería saberlo. Todo lo que me quedaba por hacer con ellos iba a ser humillante, pero me lo explicó.

 Quiero que me masturbes con tus tetas. No están nada mal. En realidad, son enormes.

Sin más alternativa, me dirigí hacia la cama y con mis pechos apreté su pene y empecé a masturbarlo.

De nuevo, mientras lo frotaba con mis pechos, noté que su excitación aumentaba, pero volvió a parar y la orden fue que nos dirigiésemos a otro lugar de la casa.

Ahora fue el sofá que Nacho tenía en su despacho. El que solía utilizar para que sus clientes esperasen. Se sentó en él e hizo que yo lo hiciese encima. Me incorporó encima de él e introdujo su pene de nuevo en mi vagina.

Pensaba que ninguna puta sería capaz de someterse a todo lo que yo me estaba sometiendo aquella tarde. Daniel se situó enfrente de tal forma que veía perfectamente como su amigo me penetraba.

A pesar de estar tan humillada, sólo quería hacerlo bien, que quedasen contentos, sobre todo Daniel, para que el día siguiente me prestase el dinero.

Daniel, que se limitaba a contemplar como Nacho lo hacía conmigo, se levantó y se colocó a mi izquierda. Me pidió que lo masturbase mientras que el abogado me seguía penetrando y me apretaba fuertemente los pechos.

Los dos amigos se reían. Volví a suplicarle que no llegasen dentro de mí, pero de nuevo se burlaron.

Mi mano y mi vagina notaban que ambos estaban cerca de correrse, pero otra vez decidieron parar.

 Sólo nos queda una habitación. Allí terminaremos. – Comentó Nacho.

Se levantó y me tomó de la mano. Nos dirigimos a otro cuarto de la casa. Era un poco más pequeño de lo habitual.

 Lo haremos los tres. – Explicó Daniel.

Nacho se tumbó en la cama y me ordenó que cogiese su miembro y me lo introdujese dentro. La posibilidad de llegar al final, me tranquilizaba, aunque no pude dejar de derramar unas lágrimas.

Nacho me tocaba el trasero, con descaro, mientras que Daniel, a la vez que me penetraba me acariciaba los pechos y me agarraba por la cintura para que subiese y bajase.

Volvieron a girarme. Mi sorpresa fue que noté como Daniel apartaba mis piernas y manejaba el pene para llevarlo hacia la entrada de mi ano.

 No por favor. Por el culo no.

 Por el culo si

Fueron inútiles mis súplicas. Chillé y a la vez Nacho me envistió por la vagina.

Estarían unos diez minutos más, que me parecieron eterno. No paraba de llorar. No podía moverme. Estaba entre medio de dos chicos que me doblaban en peso cada uno de ellos. Noté un chorro caliente en mi ano y sentí que Daniel se desinflaba.

Instantes después, Nacho aumentó sus movimientos y sacó su pene de mi. Echó un enorme chorro de semen sobre mi vientre.

Los chicos bromeaban entre ellos. Yo, llorosa, volví a recordar a Daniel el pacto.

 Mañana tendrás el dinero. Te lo daré en la oficina. Pero recuerda que lo de hoy sólo ha sido para conseguir el préstamo. Después tendrás que devolverlo.

No contesté. Lo más importante era que mi niño tuviera el dinero.

Si alguno de los lectores quiere este relato con fotos que me las pida al siguiente correo:

pedroescritor@hotmail.com