Preñé a la hermana de mi mujer con su permiso
Si esperáis leer la clásica y edulcorada historia de una esposa compasiva que, viendo que alguien de su sangre tiene problemas para concebir, presta al marido, buscad otro relato y otro autor porque este trata de venganza.
Si esperáis leer la clásica y edulcorada historia de una esposa compasiva que, viendo que alguien de su sangre tiene problemas para concebir, presta al marido, buscad otro relato y otro autor porque este trata de venganza. Os voy a contar el artero desquite planeado a conciencia con el que mi mujer castigó a su hermana sin que esta pueda ni quejarse y menos contárselo a alguien.
El odio que Elena sentía por su gemela venía de antiguo. Desde niña se había sentido ninguneada por Esther de muchas formas. Para sus padres, su hermana era la inteligente, la responsable, la sensata mientras catalogaban a mi pareja como la boba, la irreflexiva y la atolondrada. Las diferencias eran notables, rayando el maltrato. La ropa nueva, los viajes a aprender idiomas eran para Esther, en cambio, los vestidos heredados y las labores del hogar eran para mi querida esposa. Habiendo mamado eso desde su más tierna infancia, no es de extrañar que con treinta años y ya fuera del amparo de sus viejos, la odiase con toda el alma.
Para terminar de afianzar ese rechazo, mi cuñadita le había robado su primer novio y aunque actualmente estaba felizmente casada conmigo, era algo que le seguía torturando. Deseaba vengarse como solo una persona acostumbrada a ser torturada, sueña con devolver ese martirio a su siniestro carcelero. Para Elena, su hermana representaba ese ser que había nacido con el único objeto de hacerle la vida imposible y por eso un día vio en mí, su marido, el arma o instrumento con el que haría pagar cada uno de los menosprecios y la injusticia sufrida por parte de Esther.
Llevábamos cinco años casados cuando en una de las horrendas barbacoas que organizaba su familia, la boba le confesó que su marido se había hecho la vasectomía porque ella no quería tener hijos. En ese instante, quizás por no ser menos o quizás porque preveía que de alguna forma se valdría de esa mentira, le contestó que a mí también me había obligado a hacérmela.
“¡Eso es falso!” contesté sin comprender cuan retorcida era su mente, al contarme muerta de risa que se lo había creído.
Ahí se hubiera quedado todo en una absurda mentirijilla si no llega a ser porque, seis meses más tarde, Elena se quedó embarazada. Todavía recuerdo la expresión de horror que se materializó en cara de mi cuñada cuando aprovechando una de esas comidas, mi mujer informó a su familia de que estaba esperando un hijo. Habiendo asumido que yo era incapaz de procrear, la curiosidad le pudo y en un momento en que se quedaron solas, directamente le preguntó qué había ocurrido, si mi vasectomía había fallado o por el contrario me la habían hecho reversible.
Después me reconoció que tardó en entender a qué se refería pero cuando se percató de la razón de la incomodidad de su hermana, como si tal cosa, le respondió:
-El hijo es de mi amante. Andrés es estéril y como al final si quiero tener hijos, me he dejado embarazar por otro-
-¡Eres una zorra! ¡No haberle pedido que se la hiciera! ¿Has pensado en cómo se debe sentir tu marido?- le espetó indignada por el comportamiento amoral que había mostrado.
Mi esposa, descojonada, le preguntó que si quería, ella le presentaba al semental que podría dejarla embarazada y no como el eunuco de su esposo. Mi cuñada al escuchar el insulto de su hermana, salió de la casa hecha una furia. Al preguntarle el motivo, Elena me explicó la conversación.
-¿Te has dado cuenta que me has dejado a la altura del betún?- protesté con el estómago revuelto del cabreo que sentía.
-Amor, ¡Sabré compensarte!- dijo, incapaz de dar su brazo a torcer mientras me acariciaba sensualmente la entrepierna.
A partir de ese día, Esther y Elena apenas se hablaban y mi cuñada queriendo joder a su hermana, intentó hacer un acercamiento motivado quizás también porque me veía como una víctima de la arpía hija de sus padres. Entre ella y yo nunca había habido una relación, manteniendo las distancias nos saludábamos y poco más. Por eso me sorprendió una mañana recibir su llamada invitándome a comer. Aunque en un principio me negué, su insistencia me obligó a aceptar pero conociendo la mala leche de mi esposa, nada más colgar, la llamé:
-Debes ir- dijo interesada en enterarse la razón de su llamada – esa puta seguro que quiere algo de ti-
Inmerso entre dos frentes, deseé que después de la comida mi integridad siguiera intacta sin que las balas enviadas por ambos bandos me hirieran. Sabiendo el odio mutuo que se profesaban, fui al restaurante persuadido de que debía ir con pies de plomo y no dejarme embaucar por la gemela de mi señora. Las dos mujeres además de su notable parecido físico eran unas zorras manipuladoras que usaban al prójimo a su antojo con el único objeto de cumplir sus metas. Sé que suena duro que hable así de mi esposa pero aun estando enamorado de ella, no puedo negar lo evidente: Elena es una bruja sin valores ni moral.
Os reconozco que estaba interesado en descubrir que quería esa mujer de mí y por eso cuando entré en el local, busqué inmediatamente a mi cuñada. Como todavía no había llegado, me senté en la barra a esperarla. Con una cerveza en la mano, me puse a leer un periódico para hacer tiempo, por eso, no me di cuenta que entraba por la puerta. De pronto sentí que unas manos me tapaban los ojos, mientras unos pechos se clavaban en mi espalda. Aun sabiendo que era ella, me extrañó esa familiaridad porque siempre me había tratado con gran frialdad.
Al darme la vuelta, me encontré que venía vestida como una autentica fulana. Un top super pegado y una minifalda de esas que son cinturones anchos era su única vestimenta. Sé que se percató de que me quedé mirando el profundo canal entre sus dos tetas pero si le molestó, no lo dijo. En cambio al levantarme para ir a la mesa con ella, poniendo cara de guarra de tres al cuarto, me soltó:
-Andrés vas hecho un viejo. Eres demasiado joven para ir siempre de uniforme de ejecutivo agresivo. Deberías al menos quitarte la corbata cuando quedes con una mujer que no es tu esposa-
Estuve a punto de contestarle que acababa de salir de la oficina y por eso iba vestido de traje pero cuando ya iba a contestarle una fresca, advertí que se había referido a ella no diciendo “Tu cuñada” sino “Una Mujer” y creyendo que eso era deliberado, me callé. Mientras le acercaba la silla, divisé que la muy guarra iba enseñando que llevaba un tanga de talle alto debajo de su falda.
“Viene en son de guerra” pensé al sentarme en mi lugar.
Mi primera impresión se confirmó porque mientras el camarero apuntaba la comanda, mi cuñada me estuvo comiendo con los ojos. Queriendo ratificar su interés, me quité la corbata y me desabroché un par de botones para que pudiese disfrutar de los pectorales que había forjado durante años a base de ejercicio. Os juro que cayó en la trampa y sin darse cuenta, observé que no podía retirar la mirada de ellos mientras sus pezones la traicionaban bajo el top.
“Esta tía está cachonda” corroboré mentalmente al ver el estado de necesidad que manaba de sus poros y aprovechando el momento, le pregunté sobre el motivo de esa invitación.
Mi franqueza la desarmó y con voz entrecortada, me contestó que necesitaba mi consejo.
-¿En qué te puedo ayudar?- insistí porque no me había revelado nada aún que me dejara intuir que hacía comiendo conmigo.
-Manuel, mi marido, me ha puesto los cuernos y no sé qué hacer-
Esa confesión explicaba parte de su actitud pero no toda y por eso, hundiendo mi dedo en su herida, cogí su mano entre las mías y con voz dulce, le solté:
-Pobre, sé cómo te tienes que sentir-
Lo cojonudo fue su respuesta, os prometo que estuve a punto de soltar una carcajada cuando, buscando mi complicidad, me contestó:
-Tú mejor que nadie sabe lo que uno sufre cuando su pareja le traiciona. Cuando me enteré que la zorra de mi hermana se había embarazado de otro, no comprendí porque seguías con ella-
Sin saber que todo era una burla y que mi semen estaba en perfecto orden, mi cuñada venía en busca de apoyo y quizás de venganza. Por eso e imitando el ejemplo de Elena, mi mujer, decidí seguir dando pábulo a esa mentira, diciendo:
-La verdad y perdóname si te suena muy duro, me quedé porque folla bien y cocina aún mejor-
Esther no se debía esperar una respuesta así y durante unos minutos estuvo dándole vueltas antes de realizar su siguiente pregunta.
-¿Y no has hecho nada? ¿No te has vengado?-
Esa era la cuestión que le había hecho llamarme, de alguna forma quería vengar la infidelidad de su marido y no sabía cómo hacerlo. Tomando un sorbo de cerveza, aclaré mis ideas e imprimiendo a mi voz un tono duro, contesté:
-¡Por supuesto! ¡Pero no como te crees! No vale la pena echarle en cara ni a él ni a ella su infidelidad-
Completamente intrigada, dejó su bolso en el suelo y casi temblando, preguntó:
-Entonces, ¿Qué hiciste?-
Habiéndola llevado hasta ahí, decidí confesar una medio verdad:
-¿Conoces a María?-
-Sí, claro, la mejor amiga de mi hermana-
-¡Me acosté con ella!-
-¡No jodas! ¡Qué cabrón! Me imagino la cara de Elena cuando se enteró, debió poner el grito en el cielo-
-Lo hizo-, contesté, sin revelarle que aunque era cierto que me la había tirado, me callé que fue durante unas vacaciones en las que su hermana y yo compartimos el cuerpazo de esa mulata bisexual.
Pensando en el modo que yo me había vengado, se quedó callada durante el resto de la comida y ya en el postre, me preguntó si podía quedar conmigo otra vez:
-Cuantas veces lo necesites- dije con un tono cómplice que no le pasó inadvertido.
Al despedirnos, mi cuñada no protestó cuando al besarla en la mejilla, mi mano acarició su trasero. Al contrario, luciendo una sonrisa en el rostro, prometió llamarme. Contento por cómo habían ido las cosas, salí del restaurante, convencido que esa putita iba a llamarme muy pronto.
Nada más entrar por la puerta de casa, mi mujer me asaltó con preguntas. En ellas quería saber qué había pasado y qué quería su hermana. Comportándome como un cabrón aprovechado, me negué de plano a responderle diciendo:
-Solo te puedo decir que vengo cachondo-
Sonrió al darse cuenta que si quería respuestas, tendría que pagar peaje y por eso, arrodillándose a mis pies, me bajó la bragueta mientras me preguntaba:
-¿Has comido bien?-
-No tanto como vas a hacerlo tú, ¿Verdad cariño?-
Mientras Elena se iba introduciendo el pene hasta el fondo de su garganta, empecé a relatarle mi reunión con Esther. Sé que disfrutó al escuchar que el imbécil de su cuñado le había puesto los cuernos a su odiada hermana porque incrementó el masaje que sus manos estaban ejerciendo en mis testículos. Pero lo que realmente la motivó, fue oír de mi boca que su hermana llegó vestida para la batalla y que durante la comida no había hecho otra cosa que coquetear conmigo. Decidida a contentarme y que así fuera incapaz de rechazar sus planes, incrementó la velocidad de su felación, usando su boca como si de su sexo se tratara. Metiendo y sacando mi miembro de su garganta buscó mi complicidad con ansia y cuando no pude más y derramé mi simiente en su boca, se la bebió como si fuera vital para ella el no desperdiciar ninguna gota.
Entonces y solo entonces, me dijo con tono duro:
-Esa puta quiere follarte-
-Lo sé- respondí acariciando el estupendo trasero de la mujer con la que me casé, creyendo que iba a montarle un espectáculo en cuanto la tuviese a mano.
Pero en ese instante me di cuenta de lo poco que la conocía porque mientras me llevaba directamente a la cama, me ordenó:
-Fóllatela pero con una condición- y poniendo cara de satisfacción, prosiguió diciendo: -¡Quiero que te lo hagas sin condón!-
Comprendí al instante su plan, aprovechando que mi cuñada pensaba que era estéril, no tomaría las debidas protecciones y con suerte, se quedaría embarazada. Os juro que no pude negarme porque, además que siempre había tenido la fantasía de tirarme a su gemela, en ese momento, mi adorada esposa, con el bombo de seis meses y todo, se había colocado a cuatro patas sobre la cama, posición que solo adoptaba cuando quería que usara su entrada trasera.
-Eres una puta, ¡Usas tu culo para convencerme!- respondí al ver que usando sus manos separaba sus nalgas, dejando ese obscuro objeto de deseo al descubierto.
-Y a ti, ¡Te encanta!- gritó como posesa porque justo en ese momento, había metido mi polla hasta dentro de sus intestinos.
Esther cae en la trampa.
La llamada de mi cuñada no se hizo esperar. Al día siguiente, me llamó para contarme que su marido tampoco había vuelto esa noche a casa. Con la tranquilidad que me daba el haber obtenido el permiso de mi mujer, estuve media hora escuchando los reproches que lanzaba sobre ese gilipollas y solo al terminar, lancé un órdago a la grande sin saber a ciencia cierta si lo aceptaría.
-Esther, lo siento pero hoy tengo prisa. Cómo tengo que ir a casa de tus padres en el pueblo, si quieres acompañarme, durante el viaje y mientras arreglo un par de asuntos, podré ofrecerte toda la atención que te mereces-
-¿En serio puedo acompañarte?- dijo con alegría sin darse cuenta que estaba cayendo en una trampa –Yo también tengo que ir y así mataría dos pájaros de un tiro: podría dejar solucionado el alquiler de un local que tengo y por otra parte, podría contarte la venganza que tengo planeada contra ese cerdo-
Subiendo la apuesta, le informé que lo pensara bien porque tenía que hacer noche allí y que no volvería hasta el sábado, añadiendo que quizás en la situación en que se hallaban, el que no durmiera en casa podría enfadar a su marido. La mención de ese baboso la hizo saltar como un resorte y sin meditar las consecuencias, me soltó:
-No creo que se mosquee de que vaya contigo y si lo hace, ¡Qué se joda!-
Tras ese vehemente exabrupto, quedé con ella en que pasaría por su casa a la ocho y me despedí de ella, sabiendo que o mucho me equivocaba o en menos de veinticuatro horas mi esposa acariciaría su venganza. Cuando llamé a Elena y le conté lo ocurrido, se hecho a reír diciendo:
-Siempre ha sido una puta envidiosa. Desde niñas, aunque ella era la mimada, ha deseado las migajas con las que mis padres me obsequiaban. Estoy deseando que la dejes preñada porque sé que sus creencias la impedirán abortar, entonces, como la buena cuñada que soy y en frente de toda la familia, felicitaré al eunuco de su marido-
-¿Te han dicho alguna vez que eres una hija de puta?- respondí muerto de risa.
-¡No las suficientes!-
Al colgar, me asaltaron las dudas porque de llevar a cabo los planes de mi mujer, no solo destrozaría lo poco que quedaba de ese matrimonio sino que ¡Me encontraría con un hijo bastardo creciendo en el vientre de mi cuñada!. Desgraciada o afortunadamente, al imaginarme a esa pelirroja gritando mientras me solazaba en su interior fue suficiente para disipar mis recelos y más excitado de lo que me gustaría reconocer deseé que pasaran las horas con mayor rapidez.
Esa noche, mi mujer se abstuvo de tener relaciones conmigo, aduciendo que debía guardar fuerzas para preñar a su hermanita cuanto antes y por eso cuando a las ocho recogí a Esther, andaba con una calentura sin parangón. Mi cuñada tampoco ayudó a calmarla porque apareció vestida con una camisola de lino blanca y sin un sujetador que sujetara los enormes pechos con lo que la naturaleza le había dotado.
“¡Dios! ¡Qué buena está!”, pensé advirtiendo además las sutiles diferencias que le diferenciaban de su gemela. Con el pelo rizado y unos cuantos kilos de más, estaba para para un tren.
Esther sonrió al comprobar que no podía dejar de mirar su escote y haciendo como si no se hubiese dado cuenta, me saludó con un beso casto en la mejilla pero apoyando su cuerpo sobre el mío un poco más de lo que las normas de educación entre cuñados permitía. Mi sobre calentado pene me traicionó bajo el pantalón y por eso, mientras metía su equipaje en el maletero, esa mujer disfrutó de la visión de un enorme bulto entre mis piernas.
“¡Joder!” maldije mentalmente el erotismo que despedía esa zorra y poniéndome al volante, deseé que la carretera bajara mi excitación.
Intento fallido desde el principio porque al sentarse su vestido se le había subido, dejando al aire unas piernas de infarto. Sabiéndome incapaz de retenerme si seguía mirando, me concentré en el camino mientras ella no paraba de meterse con el que seguía siendo su marido. La hora y media que tardamos en llegar al pueblo de Burgos donde habían nacido sus viejos, se la pasó haciendo un recuento exhaustivo de los menosprecios sufridos a manos del hombre con el que se había casado. Si no llega a ser porque conocía su temperamento y sabía de primera mano que no era el dulce angelito indefenso que decía, me hubiese apiadado de ella. Mi cuñada, al igual que mi mujer, era una hembra manipuladora y con carácter, muy lejos de esa maltratada, incapaz de revelarse, de la que hablaba.
Agotado de tanta cháchara, aparqué en casa de sus padres y mientras ella iba a ver al tipo que quería alquilarle el local, yo me fui a ocuparme de mis asuntos en el ayuntamiento. Al cabo de tres horas, dos cubatas y un par de pinchos tomados con el burócrata de turno, volví al chalet para encontrarme a Esther bailando mientras cocinaba. Su pandero me pareció aún más atractivo al verlo siguiendo el ritmo de la música.
“¡La madre!” exclamé en mi cerebro al disfrutar del modo en que movía su pandero. “¡Qué culo!”
Al acercarme a saludarla, decidí dar otro paso y pegar mi cuerpo a ese manjar. Esther, que en un principio se sorprendió al no haberme oído llegar, no hizo ningún intento de separarse y sin cambiar de posición, respondió a mi beso en la mejilla con otro, breve, pero en los labios. Estuve a punto de lanzarme en barrena sobre ella pero al no saber si me lo había dado a propósito en la boca o por el contrario, forzada por la postura, decidí dejar que el tiempo me revelara hasta donde llegaría esa pelirroja en su venganza.
-¿Quieres una cerveza?- pregunté al coger una del frigorífico.
-No, cariño, he abierto una botella de vino para celebrar- contestó sin dejar lo que estaba haciendo.
-¿Celebrar el qué?- pregunté sin hacerle saber que había advertido el modo en el que me había llamado.
-Que he alquilado el local y que ya sé cómo vengarme-
Al preguntarle que había pensado, se rio y poniendo cara de puta, me dijo que me lo contaría en la comida pero que no me preocupara porque iba a gustarme. Su promesa hizo que mi pene se despertara del letargo y buscando que me anticipara algo, le serví una copa y se la acerqué. Al hacerlo, vi que debajo de su vestido, mi querida cuñada tenía los pezones como escarpias, lo que motivó que conscientemente acariciara uno de sus pechos para ver si tenía razón y era yo con el que pensaba vengarse.
Mi caricia no por ser deseada, fue menos sorpresiva y por eso mientras se reía, me dijo:
-¡Cuidado que las manos va al pan!-
La alegría demostrada me dejó claro dos cosas: que esa mujer estaba cachonda y que yo era el elegido para calmar su calentura. Satisfecho por ambas, me senté en una silla a esperar que estuviera lista. Con mi mente a mil por hora, me pregunté qué tipo de amante sería y cuánto tiempo tardaría en darse cuenta que había sido burlada. Lo primero, no tardé en saberlo porque al terminar de cocinar, vino hacia mí y sentándose en mis rodillas, me informó de que iba a vengarse de su marido conmigo, diciendo:
-Cuñadito ¿Qué dirá mi hermana cuando se entere que hemos follado? O ¿NO PIENSAS DECIRSELO?-
-Yo, no- respondí mientras desabrochaba su vestido.
Bajo la tela aparecieron dos enormes pechos que ya conocía. Esther tenía los mismos pezones y las mismas ubres que Elena. La confirmación del parecido lejos de reducir mi morbo lo incrementó y cogiendo una de sus aureolas entre los dientes, empecé a mamar como un lactante mientras la dueña de esas dos maravillas, no paraba de gemir. Producto de la excitación que asolaba el cuerpo de mi cuñada, esta bañó mis pantalones con su flujo incluso antes que bajando por su cuerpo mi mano se acercara a su pubis.
Al tocarlo y sentir la mata de pelo que cubría su monte, encontré la primera diferencia entre las gemelas y ansioso por descubrir más, introduje un dedo hasta el fondo de su sexo. No recordaba los años que llevaba sin acariciar un sexo peludo porque mi mujer y todas las últimas amantes que había tenido, seguían esa funesta moda de depilarse por completo. Encantado con la idea de tener algo que retirar cuando mi lengua recorriera los labios de su vulva, fui excitándola a base de pellizcos en su clítoris para después sin darle tiempo a reaccionar, meter una o dos falanges dentro de ella.
Ni siquiera le había quitado las bragas cuando esa bruja ya mostraba indicios de que se iba a correr pero no me importó porque, gracias al permiso de Elena y la ignorancia del corneador cornudo, iba a poder disfrutar de ese cuerpo durante el resto del día y toda la noche. Tal como había previsto, mi cuñada llegó al orgasmo al oír que la decía estaba más buena que su hermana. Los celos mutuos que ese par de zorras sentían desde niñas, le obligó a sumergirse en un estado de excitación tal que olvidando que era hora de comer, me rogó que la llevara a la cama de sus padres.
La perspectiva de mancillar el lecho sagrado donde daban rienda suelta mis suegros a su pasión, me convenció de inmediato y dejándome llevar de la mano, seguí a Esther escaleras arriba. Aunque suene a degenerado, me motivó aún más el follarme a mi cuñada en la misma cama donde ese par de ancianos lo hacían.
-¡Menudo cabreo se cogería tu vieja! si se entera que te has tirado al marido de tu hermana en su colchón- dije descojonado de risa al entrar en la habitación.
-¡Por eso lo hago!- contestó sonriendo mientras se sentaba en mitad de la cama y poniendo cara de deseo, me gritó: ¡A qué esperas a follarte a tu cuñadita!-
La visión de ese zorrón medio descamisado pidiendo guerra fue un estímulo al que no pude decir que no y mientras ella se pellizcaba los pezones intentando forzar la rapidez con la que me desnudaba, decidí que ya era hora de oir sus gritos mientras mi pene la destrozaba. Por eso, en cuanto estuve a su lado, la puse a cuatro patas y sin más prolegómeno se la metí. Esther aulló al ser violada de esa forma e intentando deshacerse de esa dura penetración, trató de separarse pero no se lo permití. Cogiéndola de los pechos seguí machacando su sexo a pesar de sus protestas, protestas que se intensificaron cuando dándole un azote, le exigí que se moviera.
-¡No me trates como a una puta!- gritó encolerizada.
-Es lo que eres cuñadita. ¿A qué has venido sino a follar?- respondí dándole otra nalgada.
-¡Cabrón!- chilló.
Pero entonces algo dentro de ella se transformó y como si fuera un hábito aprendido durante años que lo único que hubiera hecho era recordar, empezó a gemir de placer cada vez que con mi mano azuzaba su trasero. Totalmente descompuesta, disfrutó de cada una de esas caricias con una intensidad tal, que al cabo de unos minutos y pegando enormes berridos, era ella quien me pedía más. Con la cara desencajada y costándole respirar, Esther recibía cada vez más excitada mi embistes.
-¡Sigue! ¡Por favor!- imploró con su voluntad dominada por la nueva experiencia que estaba asolando tanto su coño como su culo.
Incrementando la velocidad de mis ataques, cogí su melena y usándola como riendas para controlar a esa yegua desbocada, continué cabalgando a mi montura mientras ella no paraba de disfrutar. Tirando de su pelo hacia tras, retenía su andadura para luego soltarlo y permitir que esa mujer volviera a acelerar el movimiento de su cuerpo. Esther no tardó en notar como el placer se iba concentrando en su interior y entonces mientras las gotas de sudor caían por sus pechos, pegó un último gemido antes de correrse con el pene de su cuñado entre sus piernas.
Ese segundo orgasmo fue tan intenso y produjo tanto flujo que creyó que se había meado al sentir la humedad que en esos momentos caía por sus piernas. Por mi parte al advertir que estaba nuevamente gozando, me uní a ella derramando mi fértil simiente en el interior de su vagina. La pelirroja, que luego me reconoció que jamás había sentido algo así, disfrutó como una perra al sentir mi eyaculación rellenando su conducto y cayendo sobre el colchón agotada, se echó a llorar de alegría mientras su cuerpo se retorcía con los últimos estertores de placer.
Satisfecho, la dejé descansar. Al cabo de unos minutos y viendo que se había recuperado, decidí que tenía que reforzar mi dominio sobre ella y por eso, piqué su orgullo diciendo:
-Para ser novata, follas muy bien-
Cabreada, se levantó de la cama y acordándose de mi madre, me reclamó el modo en que la había tomado. En silencio, dejé que se explayara. Envalentonada por mi mutismo, me insultó llamándome degenerado y demás lindezas.
-¿Ya has terminado?- pregunté.
-Sí- contestó.
-Pues entonces, baja a la cocina y tráeme algo de comer. Tengo hambre y con el estómago vacío, no funciono. Así que ya sabes, si quieres que de otro meneo a la zorra de mi cuñada, necesito recargar baterías-
Se quedó paralizada al percatarse que su bronca no solo no había servido para nada sino que encima tenía la desfachatez de tratarla como a una criada. Indignada, tuvo que soportar que cogiendo mi pene entre mis manos, empezara a menearlo ante sus narices y le dijera:
-Cuando vuelvas y mientras como, me harás una mamada-
Solté una carcajada al verla marchar furiosa. Con mi risa retumbando en sus oídos, mi cuñada bajó al salón mientras su mente se debatía entre sus ganas de mandarme a la mierda y la necesidad de volver a sentirse mujer entre mis brazos. Diez minutos después, cargando su humillación en forma de bandeja repleta de comida, volvió a la habitación de sus padres. Se notaba a la legua que seguía cabreada y por eso, no seguí hurgando en su desdicha sino que la recibí con un beso apasionado.
Esther se deshizo de mi abrazo y colocando lo que había traído en una mesa, me soltó:
-Señor, su comida está servida y mientras disfruta de los manjares que su sirvienta le ha preparado, ¿Puedo demostrarle que de novata?, ¡Nada!-
Contra lo que pudiera parecer, sus palabras no fueron una demostración de sumisión sino una declaración de guerra. Tenía su orgullo herido y sin dejarme opinar, me obligó a sentarme en una silla y separando mis piernas, se arrodilló entre ellas. Sonreí al verla agacharse y colmar de besos mi miembro, para una vez erecto, metérselo en la boca. Esther demostrando una maestría adquirida a base de muchas pollas, abrió sus labios y lentamente fue introduciendo mi falo hasta el fondo de su garganta mientras sus manos daban un suave masaje a mis testículos. Sin prisas buscó mi aprobación a su pericia, metiendo y sacando mi pene de su boca, a la par que su lengua agasajaba mi extensión con dulces caricias. No pude negarme a admitir que mi cuñada sabía cómo complacer a un hombre y ya totalmente excitado, presioné su cabeza hasta que sus labios besaron la base del tronco que estaba mamando. Otras mujeres hubieren sentido arcadas pero ella no y convencida de su habilidad, incrementó la velocidad de sus maniobras.
Reconozco que no pude seguir durante mucho tiempo, mostrando una actitud fría y seducido por su mamada, le pedí que intensificara aún más el ritmo y la profundidad con la que se introducía mi falo. Para entonces, ella tampoco había podido mantener la serenidad y bajando una mano a su entrepierna, estaba masturbándose. Al derramar mi semen en el interior de su garganta y comprobar que como una autentica puta se bebió toda mi eyaculación, comprendí que me daba igual lo que pensara mi mujer, iba a seguir tirándome a su hermanita aunque hubiese cumplido mi objetivo de preñarla.
Reafirmé esa decisión cuando Esther, mirándome a los ojos, me soltó:
-Ahora, ¡Come!. Esta novata va a exigir otra dosis cuanto antes-
Eso fue el inicio de una noche de pasión que se prolongó en el tiempo de forma que cinco meses después y cuando mi esposa ya había dado luz a unas gemelas, un buen día me llamó a la oficina diciéndome que teníamos algo que celebrar. Al llegar a casa, la zorra de Elena estaba cachonda.
Durante todo el día había estado soñando con la promesa que le había hecho la noche anterior de que hoy íbamos a hacer algo nuevo y que metería mi mano por completo en su sexo pero la gota que había colmado el vaso fue una llamada de su madre.
Os tengo que explicar que el coño de mi señora es una maravilla. Cuando me la follo, Elena voluntariamente cierra los músculos de su chocho de forma que no conozco conducto más estrecho, donde introducir mi polla. Os juro que me encanta ponerla a cuatro patas y en posición de perrito, ir introduciendo mi pene allí con la certeza de que en un principio lo angosto de la vulva, con la que me encontraré, hará que parezca imposible que mi aparato terminé de entrar pero también con la seguridad de que se irá dilatando a medida que la penetro.
Es brutal esa mujer. Capaz de meterse tres dedos mientras se masturba, el día anterior me había comentado que tenía una fantasía. Al preguntarle cual, con una sonrisa, me dijo que le enloquecería sentirse como una actriz porno y que grabara en video una escena que tenía en mente.
-¿Cuál?- le pregunté sabiendo de antemano que sería una burrada.
-Quiero que me folles con tu mano-
Supe a qué se refería. Una noche mientras veíamos una película X, se puso como una cerda en celo al ver que el protagonista iba introduciendo uno a uno sus dedos en el sexo de su partenaire, hasta que ya dilatado, consiguió meter la mano por entera.
Por eso al llegar ese día al llegar a mi hogar, me esperaba desnuda en su cama. A su lado, la cámara de video y una botella de lubricante y con una sonrisa de zorra insaciable, me miró sin decir nada. Ni siquiera me desnudé, solo fui al baño y me lavé mis manos ya que serían el instrumento con las cuales esa tarde forzaría su cuerpo hasta extremos impensables.
Ya de vuelta a su lado y mientras encendía la grabadora, mi guarra desobediente se estaba masturbando sin esperar a que su dueño le diera permiso por lo que la castigué dándole un pellizco en los pezones. El gemido que salió de su garganta no fue de dolor sino de deseo y completamente bruta, usó sus dedos para abrirse los labios de par en par.
-Eres una perra obsesionada por el sexo- le dije mientras recogía el flujo de su sexo con mis dedos y se lo introducía en la boca.
Elena chupó con desesperación toda mi mano, falange a falange, de forma que al terminar, estaba completamente lubricada pero aun así cogí un poco de aceite y embadurné mis manos. Mientras lo hacía, la mujer no pudo resistirse y me bajó la bragueta sacando mi pene todavía morcillón.
-¿No te habrás follado a la puta de mi hermana hoy?- protestó al comprobar que todavía no estaba totalmente erecto.
Ni siquiera la contesté y metiendo dos dedos en su coño, empecé un brutal mete saca mientras con mi otra mano, le torturaba el clítoris. Sus quejas y celos desaparecieron como por arte de magia y olvidando el reproche se metió mi polla en su garganta. Juro que aunque sea alta y con unos kilitos de más para el gusto actual, a mí sus curvas me encantan y deseo tirármela siempre que la veo, pero volviendo al momento que os estoy relatando: Elena es lo suficientemente flexible para mamar una buena polla en posturas extremas sin quejarse. Eso fue lo que ocurrió hoy, con mi miembro en su boca y completamente doblada porque yo estaba a un lado de su sexo, disfrutó como nunca cuando le metí el tercer y cuarto dedo.
-¿Te gusta?- solté sabiendo la respuesta mientras seguía penetrándola con las cinco falanges en su interior.
Su vulva aun forzada, recibió sin inmutarse esa agresión y completamente empapada se preparó a acoger en su seno toda mi mano.
-¡Hazlo ya!- imploró a punto de correrse.
Viendo su entrega, violenté su sexo introduciéndola por completo y ya dentro de su vagina cerré mi puño y empecé a follarla. Os juro que había hecho uso de ella muchas veces y en casi todas las posiciones pero jamás berreó tanto ni tan alto como cuando sintió mi puño estrellarse contra las paredes de su vagina. Como poseída por un demonio, se agitó y convulsionó sobre las sábanas sin dejar de gritar lo mucho que le estaba gustando.
El placer que asolaba su interior me inspiró el siguiente paso y sacando mi mano, la puse a cuatro patas. Nunca en mi vida lo había probado e incluso dudaba que fuera posible pero contagiado por su pasión, me bajé los pantalones y tras volver a introducir mi puño en su sexo, intenté darla por culo. No os podéis imaginar sus berridos cuando notó que mi glande forzaba su esfínter, solo contaros que una vecina estuvo a punto de llamar a la policía al creer que la estaba matando. Insertada por sus dos entradas, sollozaba de placer cada vez que mi pene recorría sus intestinos o que mi mano se movía en el interior de su sexo.
Os reconozco que me costó coger el ritmo pero cuando lo conseguí, llevé a mi amante a un extremo de frenesí tal que incapaz de soportar tantas sensaciones unidas, se desmayó tras sufrir lo que ella llamó “la madre de todas las corridas”. También confieso que fui un cerdo, porque con ella desmayada, saqué mi mano y no paré de darle por culo hasta que con brutales sacudidas vacié mi esperma en el interior de su ano.
A recuperarse, puso una sonrisa y me dijo con voz satisfecha:
-¿No me has preguntado que celebramos? Ya no necesitas seguir tirándote a Esther.
-¿Y eso por qué?- pregunté mientras la cambiaba de posición y le separaba las rodillas.
-La zorra de mi hermana está embarazada. Me ha llamado mi madre llorando porque su marido la ha abandonado ya que el hijo no es suyo-
-Ya lo sabía, hace más de un mes que me lo dijo-- contesté metiendo mi miembro en su coño sin darle tiempo a reaccionar.
Elena tardó en asimilar que conocía de antemano el estado de Esther antes que me lo contara y cuando se dio cuenta sabiéndolo, había seguido tirándome a su gemela, se indignó y trató de zafarse de mi ataque. No se lo permití sino que seguí machacando su sexo, obviando sus quejas e insultos. Al explotar en su interior y derramar mi simiente en su vagina, me exigió que dejara a su hermana.
-¿Y eso por qué?- pregunté fingiendo demencia.
-¡Porque va a ser!- gritó hecha una fiera –porque eres mi marido y el padre de mis hijas-
-Disculpa, también voy a ser el padre de los niños que engendre Esther- contesté tranquilamente sin alzar mi voz- y fuiste tú quien me pidió que lo hiciera. ¡Ahora te aguantas!-
Para no haceros larga la historia, todo esto ocurrió hace un año y aunque ese día, Elena me echó de casa, al cabo de dos semanas, recapacitó y habló con su hermana de lo sucedido. Ahora mismo, tengo dos casas, una que comparto con la que sigue siendo legalmente mi esposa y otra con la que vivo con Esther. Tengo dos pares de gemelos y viendo la fertilidad de mis dos mujeres: ¡Me he hecho la vasectomía!
Lo curioso es que una vez se han acostumbrado a la idea, se llevan mejor porque han comprendido que juntas pueden traerme más corto, no vaya a ser que busque incrementar mi harén. Lo cierto es que ni se me ocurriría pues mi situación actual es ideal, tengo unas mujeres que me quieren y unos hijos que adoro.
Eso sí no he permitido que Esther se depile ni que Elena se deje crecer el vello púbico. Son tan iguales que por la noche y con la luz apagada, solo sé con cual estoy durmiendo al bajar mi mano y comprobar si tiene pelo.
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