¿Premio o castigo?

Una preciosa Ama pone a prueba a su rendido esclavo.

¿Premio o castigo?

No había marcha atrás, mi Ama Verónica ya lo había decidido y sus palabras eran ley. Resonaba en mi cabeza esa frase con la que había terminado nuestra conversación telefónica: "mañana tendrás tu merecido".

Llevaba al servicio de mi Ama cerca de dos años. Dos años intensos en emociones y en experiencias. La adoraba como el ser supremo que era. Y era consciente de que no podía ser de otro modo. Nací para servirla, por muy tópica que parezca la frase. Desde el primer día que la vi, con esa sonrisa capaz de desarmar a cualquiera, su pelo negro y ondulado, su cara de niña buena y, sobre todo, esos ojazos negros que brillaban y transmitían un misterio insondable. El misterio que es su mente, su perversa mente. Uno nunca sabe lo que le va a ocurrir cuando está en su presencia. Nunca ha repetido un castigo, o un premio, o una forma de actuar conmigo. Aprendí desde el principio que lo único que podía hacer era entregarme al 100% y aceptar todo de Ella.

Llevo cerca de una hora desnudo y arrodillado en el recibidor de mi casa. Hace media hora que debería haber llegado, según sus palabras, pero el momento en que aparecerá es un misterio también. Oigo pasos al otro lado de la puerta, sigilosos, y puedo adivinar, por la cadencia de los mismos, que se trata de mi Ama. He sido aleccionado para conocerlos y para distinguirlos entre cualquiera. Así que abro la puerta y me escondo de miradas ajenas detrás de la puerta. No tarda en entrar. Mi mirada está fija en el suelo, pero su aroma y su presencia han inundado todo mi universo. Cierro la puerta con la seguridad de que estoy en su presencia y beso el suelo justo delante de sus zapatos de salón. Mi Ama raramente calza tacones, y es algo que agradezco siempre porque de ese modo ni sus pies, ni sus piernas y espalda sufren por la posición que obligan los tacones. Sin decir nada, mi Ama se dirige al salón, donde se sienta en su butaca, en su trono. Ni siquiera se preocupa del perro que la sigue a escasos centímetros, a cuatro patas, fijando su mirada en la parte trasera de sus zapatos. Mientras saca su móvil del bolso y se dispone a escribir un sms, mi posición es de espera, sin moverme y con mi vista puesta en la punta de sus zapatos.

- Puf – es su primera palabra, dicha con desdén, sin mirarme siquiera.

- Si mi Ama – respondo rápidamente. Y del mismo modo, acerco el puf acolchado que se encuentra en un rincón del salón. Lo coloco frente a Ella y con sumo cuidado elevo sus piernas y las poso suavemente en é.

Durante este breve espacio de tiempo, he tenido la ocasión de observar el traje chaqueta que viste en esta ocasión. Es una auténtica diosa, la perfección convertida en mujer. Con su visión en mi mente, vuelvo a mi posición, mi cabeza siempre por debajo de sus zapatos. Pasan los minutos y nada ocurre. No sé cuando se dignará a ocuparse de mí, solo noto como disfruta de la visión de su esclavo ante Ella, como saborea el instante. Incluso diría que está sonriendo al notar mi desesperación, mi nerviosismo. Pierdo la noción del tiempo, únicamente atento a lo que Ella decida.

- Estoy muy enfadada contigo, esclavo – un escalofrío recorre mi espalda al escuchar su dulce voz. Silencio de nuevo. Sé que está disfrutando con esto, le encanta verme temblar ante Ella. – Ayer tardaste en contestarme y noté en ese breve espacio de tiempo tus dudas. Sabes lo mucho que me disgusta esa actitud tuya. Sabes que no tolero la más mínima fisura en tu entrega y sabes que vas a pagar por ello. En tu descargo tengo que admitir que tu respuesta afirmativa me complació pero ya había sido manchada por ese segundo de silencio tuyo. Nunca te he dado explicaciones de lo que hago y por qué lo hago. Tú solamente estás en este mundo para servirme. Y si no tienes eso claro ahora mismo me marcho y no me vuelves a ver en toda tu miserable vida - El terror se apoderó de todo mi ser. La simple posibilidad de perderla hizo que empezara a sudar y que un rayo de dolor atravesara mi cuerpo. Nuevo silencio. Le encanta regodearse con mi sufrimiento. Se alimenta de él. – Como te he dicho, nunca te he dado explicaciones, pero hoy si lo voy a hacer. Si te pedí tu paga extra es porque se acercan mis vacaciones y porque me apetece que este año tú las costees. Estás aquí para hacerme la vida más fácil y más placentera. Para nada más. Y tu actitud, tu duda a la hora de responderme no dicen nada bueno de ti. Estoy decepcionada y exijo una muestra de tu entrega- Otro silencio. Sabe cómo manejar los tiempos, cuándo darme tiempo para asimilar sus palabras, sin elevar el tono de voz pero sin el más mínimo temblor. – Tráeme al "profesor" .

Siguiendo mi condición de perro arrastrado, me dirijo a cuatro patas hasta el armario donde guarda mi Ama sus juguetes y tomo en mis manos al "profesor" –así llama Ella a una antigua regla de madera con la que a veces gusta de castigarme. Con la misma celeridad que he hecho el trayecto, vuelvo y se lo ofrezco a mi Ama, estirando los brazos por encima de mi cabeza humillada ante Ella. Tarda unos instantes en tomarlo en sus gráciles manos y de nuevo el silencio reina en la estancia.

- He tenido un día espantoso – vuelve el paraíso a inundar mis oídos- y cuando llego a casa, en vez de descansar y disfrutar de tus atenciones, me veo obligada a castigarte, a enseñarte modales y a enseñarte cuál es tu sitio ante mí. Espero que al menos, sepas agradecérmelo.

-Si mi Ama, gracias mi Ama- no puedo decir más.

- Brazos estirados hacia mí, las palmas de tus patas hacia arriba- su tono de voz se ha hecho más severo. Obedezco raudo, como una exhalación pasa por mi mente cuanto me cuesta soportar sus castigos en mis manos . – No creas que voy a renunciar a mi momento de relax al llegar a casa, pero lo voy a aprovechar para comprobar tu grado de entrega a mí. Vas a refrescar, limpiar y relajar mis pies con tu hocico. Mientras me distraeré en poner esas manos de un color más apropiado. En el momento en que tú quieras, detendré el castigo, no tienes que decir nada, solo detener tus atenciones a mis pies. ¿Qué me dices? ¿Hasta qué punto aguantarás por tu Ama? Estoy harta de tus ladridos, es el momento de demostrar todas esas bonitas palabras que me dices.

Solo Ella sabe como manipular mi mente, como jugar conmigo y como transformar un premio en castigo. Mi decisión estaba ya tomada de antemano, solo pararía cuando mi Ama se cansase. Aunque, sinceramente, es más fácil pensarlo que hacerlo. Mis manos son sensibles y suaves, mi trabajo en el banco no las han castigado nunca. Y mi Ama no se anda con chiquitas a la hora de infligir sus castigos. Va a ser duro, muy duro. Pero aguantaré por Ella, todo por Ella.

Absorto en esos pensamientos me sorprende un fuerte golpe en mi mano derecha. Señal inequívoca de que debía empezar con mi prueba. Rápidamente me acerco a sus zapatos y con delicadeza y dificultad procedo a descalzar a mi Ama. El memorizado aroma de sus pies ligeramente sudados por el calor inunda mis fosas nasales al tiempo que aparecen ante mí esas dos joyas perfectas, objetos de mi eterna adoración. Al dejar su segundo zapato en el suelo mi mano izquierda sufre el quinto azote de mi Ama. Este ha sido francamente fuerte, lo que me retorna a la consciencia del dolor, absorto como estaba en descalzarla. No quiero parecer ansioso, mi único deseo es demostrar mi entrega, así que empiezo a cubrir de besos toda la extensión de sus preciosos pies, aspirando suavemente. Juguetona, mi Ama responde a cada uno de mis besos con un golpe en las yemas de mis dedos. Gotas de sudor recorren mi frente mientras acomodo mi cabeza para alcanzar las plantas de sus pies sin alejar mis brazos del alcance de mi Ama. Abro mis ojos cerrados por la concentración en mi quehacer y observo la perversa sonrisa de mi Ama mientras me mira fijamente. La veo divertida y eso me hace olvidar por un instante el dolor que procede de mis manos y que recorre todo mi cuerpo hasta instalarse en mi cerebro. Un par de golpes fuertes y seguidos en ambas manos me indican que desea que sea mi lengua la que recorra sus pies. El dolor empieza a ser insoportable, imagino que mis manos deben estar de un color cercano al carmín, pero las sensaciones que llegan a mi mente a través de mi lengua hacen que lo olvide. Un suave sabor salado, exquisito, llena mi boca al tiempo que lamo lenta y suavemente las plantas de los pies de mi Ama. Me recreo en sus talones, dándoles suaves mordisquitos que sé que relajan a mi Diosa. Y no me equivoco porque los golpes parece que son más benévolos.

- Mmmm, qué delicia - susurra mi Ama, ronroneando. ¿Cómo detenerme después de oír esas palabras? Le gusta provocarme, le encanta ponerme a prueba. Sigo en sus talones hasta que con una leve inclinación hacia delante de sus pies me indica que desea que me ocupe del resto de sus plantas. Y así lo hago, lamiendo lentamente y usando toda la extensión de mi lengua. Los azotes en mis manos vuelven a ser severos.

  • Que dura es la vida de una mujer dominante- se burla mi Ama. Profundamente humillado me entrego a relajar los perfectos dedos de sus pies. Los voy introduciendo uno a uno en mi boca, recorriéndolos con mi lengua e incidiendo entre ellos. Allí el sudor es más patente y mi trabajo más arduo. Una vez terminado con el último, los introduzco todos a la vez en mi boca, tililando mi lengua sobre ellos. Sé que mi Ama disfruta con eso porque mueve sus dedos arañando ligeramente mi paladar. Fuerzo aún más mi boca y lo introduzco al máximo, sacando la lengua y ofreciéndola como alfombra, dando suaves masajes a derecha e izquierda sobre la planta del pie.

  • Mmmmm, ¡siii!- otro ronroneo de mi Ama. Termino la operación con un pie y repito con el otro. Y es en ese momento, cuando todos sus dedos están dentro de mi boca, que los azotes que habían pasado a un segundo plano vuelven más intensamente, más rápidos, con más fuerza. Mi Ama está forzando mi entrega, poniendo a prueba, ahora seriamente, mi voluntad. Mi lengua acelera sus movimientos mientras que los quejidos se escapan de mi boca. Dos lágrimas asoman de mis ojos cuando saco su pie de mi boca y lamo rápidamente toda la extensión de los pies de mi Ama. La oigo carcajearse viendo mi suplica en forma de celeridad en mis lamidas. La miro y sus ojos brillan, retadores. Ella también empieza a sudar, los golpes son fuertes y la noto agotada. Mis manos hace tiempo que no dejan de temblar, las yemas de mis dedos palpitan por la acumulación de sangre, me arden. Cuando la fuerza de los golpes impulsan mis manos hacia abajo y me obligan a volver a levantarlas, mis quejidos se tornan lamentos, mis lamidas frenéticas, mi voluntad inquebrantable.

De repente los golpes cesan. El ardor en mis manos se transforma en quemazón. Mis atenciones a sus perfectos pies se vuelven más lentas, más sentidas, más entregadas.

  • Ven aquí cachorrito- me sonríe mi Ama. Inmerso en un mar de lágrimas, me abalanzo arrodillado hacia mi Diosa que me recibe con los brazos abiertos. Al sentir su fuerte abrazo, su respiración entrecortada, su calor, rompo a llorar desconsoladamente, hundiendo mi cara en su cuello. Ella, suavemente, me toma por el mentón y levanta mi cabeza; sus labios besan mis mejillas mientras que se mezclan nuestras lágrimas. – Te quiero muchísimo mi vida- me dice con la voz entrecortada. – La adoro con locura mi Ama- le respondo yo balbuceante.

Una hora después, la crema que me ha aplicado mi Ama en las manos y sus atenciones parece que van haciendo efecto. Sigo en una nube, en un estado de shock, y creo que voy a morir de felicidad cuando la escucho decirme – Espero que no te olvides el aftersun durante mis vacaciones, ya sabes que necesito quien me lo ponga. Nunca un guiño había iluminado tanto mi cara.