Preludio para desnudar a una mujer
Un intento de poesía para cambiar la rutina.
Preludio para desnudar a una mujer
Que esté, de presencia, muy vestida.
Para eso es importante que las medias
sigan cada contorno de sus muslos;
que disfruten la pericia,
el estilo del tornero que supo darles curva de manzana,
maduración de fruto a punto de caída.
Goza de la tela perfumada
encima de los jabones y los ríos.
Acaríciala encima: su vestido es la piel
que ha elegido para darte.
Primero las caderas:
es la estación donde mejor preparas el viaje y sus sorpresas.
Cierra los ojos.
Ya has pasado el estrecho peligroso
que los manuales llaman cintura
y tus manos se cierran en los pechos:
como saben mirar, las ciegas sabias,
el encaje barroco de la cárcel
que apenas aprisiona dos venados
encendidos al ritmo de la sangre.
Si los broches y el tiempo lo permiten,
anula esa defensa:
mientras miras sus ojos deslízale el sostén, y si protesta,
es tiempo de estrecharla.
Acércala a tu boca y en su oído
dile de las palabras que son mutuas.
En un ritmo creciente, pero lento,
trabaja con los cierres, las hebillas,
los bastiones postreros de la plaza.
Aléjate y admírala:
es un fruto que pronto será parte de tu cuerpo
y tu sed de morderla es tan urgente
como la del fruto que anhela ser comido.
Has esperado mucho
y tienes derecho a la violencia.
Deja que la batalla continúe
y que el amor condene a quién claudique.
Manuel Alejandro