Preliminares de la boda (3)
Nuestra protagonista, "fisteada", se debate entre el sentimiento de culpa y la infidelidad; y mientras sigue recordando...
PRELIMINARES DE LA BODA (3)
Aquella mano profundamente insertada dentro de mi cuerpo penas me dejaba respirar, las sensaciones se multiplicaron por mil. Por una parte sentía un placer indescriptible en la entrada de mi vulva, pero por otra, la presión sobre la vejiga y la uretra hacían inminente una micción incontrolada. Mis esfuerzos por aguantar me provocaban espasmos de dolor en el vientre, y así estuve unos segundos que me parecían eternos, luchando por sobrevivir a la mezcla de dolor y placer, cuando me sorprendí a mi misma gritando como nunca lo había hecho ante un orgasmo que me hizo desmayar. En el último instante de consciencia, noté cómo se me escurría el líquido amarillo por entre mis muslos.
Pasaron unos minutos cuando recobré el sentido. Salvo por el escozor que sentía en la entrada de mi vagina, nada aparentemente delataba el sexo extremo vivido. Con un sopor dulce, recordé dónde estaba y por qué. Sonreí a los dos rostros que me miraban, uno adusto, hierático, producto de la enfermedad que lo dejó así para mi placer; el otro, con la visión medio borrosa, me pareció una antigua amiga, aunque sabía que no era sino la propietaria de la tienda. Casi en un milisegundo, ese parecido con una cara conocida, me hizo recordar mi primera experiencia lésbica...
Ya estaba en el ecuador de la carrera, cuando tuve la mala suerte de ser enganchada copiando en un examen. Me jugaba la expulsión, y no sabía qué hacer, así que luego en la cátedra, rogué, supliqué, imploré, y dije a aquella adusta profesora que haría lo que ella me pidiese. Sólo entonces desbloqueé su indiferencia a mis lamentos. Me miró de arriba abajo, y me dijo que sin falta estuviera al día siguiente, a las 3 de la tarde en una dirección que garabateó apresuradamente en un papel. Me dijo que me haría un examen oral. Entonces no sabía a qué tipo de oral se refería.
Cuando llamé al interfono de aquella casa centenaria, sita en un recodo del centro de la ciudad, me abrieron antes de decir nada, y en la cuarta planta, me encontré con una puerta abierta. Al traspasar el umbral, una lámpara con una luz mortecina iluminaba una sencilla silla donde había una ropa y una nota. Ésta ponía 3 órdenes:
1-Cierra la puerta
2-Ponte esta ropa en vez de la que llevas
3-Siéntate en la silla de espaldas al pasillo
Cumplí lo que se me ordenaba. La ropa que había era una camisa blanca larga, sin botones, que me llegaba justo por debajo del culo, y unas bragas rojas con un intenso olor a fresa. La tela era rara, entre plástico y papel. No supe hasta más adelante su composición.
Una vez sentada, oí unos pasos, y la voz de la profesora, que me decía que no me girara. El corazón me latía deprisa, sabía que era una locura, pero no estaba dispuesta a perder años de estudio por una locura de juventud. Me dije a mí misma que era el castigo merecido, y respiré hondo para tranqulizarme. Se puso ante mí, y con una fusta me alzó el cuello para que la mirara. Nunca imaginé que la profesora Loreta estaría así ante mí, con un ajustado body de charol, brillante, apretado marcando una espléndida figura.
Me dijo que si quería una segunda oportunidad (nunca hizo mención a aprobado directo), tenía que obedecerla en todo. Asentí nerviosa. Me levantó de la silla y me llevó a su dormitorio. Allí había un arsenal de objetos eróticos y una cámara dispuesto todo para mí. Me dijo que yo era la el plato principal de su cena, y que la filmación era para proteger su secreto. Me señaló un rincón en el que había un taburete con un consolador pegado con una ventosa encima. Me dijo que me sentara encima, y obedecí. En aquel momento me pareció enorme, y me costaba mucho deslizarlo, pese a estar mojada por los nervios y la excitación. No me di cuenta que se ponía ante mí, y me empujó de golpe, de manera que los casi 25 cm. chocaron violentamente contra mi útero. Así, a horcajadas me mantuvo un rato hasta que el dolor empezó a transformarse en placer. Ella se tumbó en la cama con las piernas hacia fuera, y desde mi sitio me obligó a comerle el coño. Un sexo sin pelos, abierto, invitante. Me lancé a devorarla, y le arranqué dos orgasmos mientras yo a fuerza de movimientos pélvicos conseguía uno.
Conseguí repetir el examen, no sin antes haber tenido varias sesiones más de sexo duro con una mujer que me enseñó las mieles del placer femenino...
Y así estaba recuperándome, cuando Juan acercó su cara a mí aún dilatada cueva, oliéndola y lamiéndola golosamente. Su mujer le hizo ponerse en sesenta y nueve conmigo, para que fuera degustando ese pedazo de carne dura. Pronto estaría a punto para recibirlo en mi interior como sólo él sabía hacerlo. Renuncié a controlar mi cuerpo, y dejé que fuera de esa extraña pareja y que hicieran conmigo lo que desearan...
Se me hicieron las nueve de la noche en un baño orgiástico de semen. Cuando salí de la tienda, las piernas apenas me sostenían, y con dificultades, con miedo que alguien me viera con restos de lefa por la cara o pelo, entré en el portal del que sería mi hogar de casada. No me di cuenta que mientras esperaba el ascensor una silueta se quedó a mi espalda. Cuando me giré vi que era Susana, la otra "sparring" de Juan. La sorpresa fue mutua, aunque más de ella, al verme allí. Le dije que iría a vivir pronto en el piso. Sin embargo, no me prestó mucha atención, sólo se fijaba en mi aspecto. De repente me dijo:
-Has superado tus límites, ¿no?
Asentí, y me puse a llorar pensando en los cuernos que ya antes de la boda le ponía a mi novio. Entre sollozos me acompañó hasta casa, y entró conmigo. Me llevó al baño y me desnudó para ducharme. Me dejé hacer, mientras ella me decía que corazón y cuerpo eran cosas diferentes; ella amaba a su marido, pero le volvía loca follar con Juan, y que yo aprendiera a hacer lo mismo. Mientras lo decía, ni me di cuenta que ella se quitaba también la ropa y entraba conmigo en la ducha.
Me dejaba enjabonar, y sólo cuando rozó mi sensible vagina reaccioné, pero sólo fue un instante. Un beso cálido en los labios me dio el cario que en ese momento necesitaba, y me entregué a ella con un sentimiento de culpa ahogado con deseo.
Le decía que amaba a Oscar, pero que no quería renunciar a tanto placer, y que se lo querría confesar, no quería iniciar un camino junto a él con un secreto. Recuerdo que se lo estaba diciendo cuando me convulsioné con un orgasmo. Tenía una pastilla de jabón dentro de mí, mientras ella arañaba mi clítoris. La expulsé como pude, y ella, sin pensárselo, la deslizó por mi culo. Me dijo que me prepararía para acoger en el trasero a Juan. Salí de la ducha son el jabón dentro de mi ano. En la cama Susana me demostró cuánto había aprendido de la señora, aunque no me metió el puño, afortunadamente. Creo que me habría muerto.
Ni me di cuenta cuando me quedé dormida. Me desperté ya entrada la mañana del viernes. Al incorporarme vi que estaba sola, pero una molestia pesada en el vientre me hizo dar cuenta que aún tenía el jabón dentro de mi culo, A poco más de cuarenta y ocho horas de la boda, me debatía entre la culpa y el deseo... y así estuve hasta que una vez vestida, mis pasos me llevaron a la tienda. Allí estaban Juan, Susana y la señora, sonrientes y esperándome...
CONTINUARÁ