Prefiero dejarme deslizar hacia la locura.
Cómo un padre encuentra a una amante cuando más solo está.
Escribo estas líneas porque necesito compartir esto con alguien. Ha sido unos años deliciosos, llenos de erotismo, de sexo, de complicidad, pero a la vez de miedo y repudia de mí mismo. No se hasta qué punto será la influencia de la sociedad, o la moral cristiana, o como quieras llamarlo, o si, por otra parte, será la culpa natural de un monstruo al que aún le queda un mínimo de conciencia.
En todo caso, serás tú, y no yo, quien sea el juez de ello. Pero, primero, permíteme que te diga cómo comenzó todo.
Me llamo Ángel, soy un padre de familia modelo de cara a la sociedad. Profesor de instituto, comprometido socialmente, caritativo, amable, y todas las capas que me he puesto para tapar mi verdadero yo. Estoy casado desde hace 21 años con mi mujer, Sara, que fue el primer contacto carnal con el sexo opuesto que tuve, y, hasta hace relativamente poco, el único.A los 18 años tuvimos un desliz, o quiero creer que un desliz fue. Ella me dijo que lo tendría, independientemente de mi decisión, pero que, fuera la que fuera, no esperara cambiar de idea a medio camino. Obviamente, hice lo que debía, y lo que el corazón me pedía, y me quedé con ella. De ahí, nació nuestra hija Ana, que ahora tiene 21 años.
Esto me valió el repudio de mi familia, ya de por sí nada de acuerdo con que me viera con Sara. No entraré en los detalles del por qué. Baste decir que sentí más alivio que pena cuando decidieron que conmigo ya solo les vinculaba un apellido y nada más. Por suerte, la familia de Sara se convirtió en todo lo que la mía nunca fue, y durante 5 años nos acogió a Sara, a Ana y a mí entre sus paredes, sin juicios, sin condiciones, simplemente con afecto. En ese tiempo, tanto Sara como yo acabamos nuestras licenciaturas, y nos fuimos a vivir, cuando el bolsillo lo permitió, a un piso modesto de Barcelona. Con el tiempo, y con la ayuda, de nuevo, a los padres de Sara, pudimos dar la entrada de una pequeña casa en un pueblo de la periferia.
Aquí debo hacer un alto para decir que la familia de Sara era nudista, y que ese modo de vida adoptamos cuando fuimos a vivir con ellos, tanto mi mujer como mi hija y yo. Esa era la razón, en parte, de que copmráramos una casa: queríamos tener un espacio para poder hacer nudismo sin miradas, para olvidarnos de las convenciones de la ropa al entrar por la puerta.
Después de eso, yo encontré trabajo en un instituto, y Sara de representante comercial, lo que la hacía tener largas temporadas fuera de casa, en viajes de negocios que, al cabo del tiempo, se hizo obvio que no eran únicamente temas profesionales. Cuanto más viajaba, más tardaba en sentirse a gusto conmigo, en el salón, en la cama, o siquiera viendo una película juntos en el sofá. Ella me decía que era porque se “desacostumbraba” a vivir en familia, y se reía. Me hubiera gustado creerla, pero la distancia que ponía entre los dos desmentía siempre sus excusas.
Mientras tanto, Ana, que se había convertido en más niña de mis ojos que en hija de Sara, había crecido. Seguía siendo una niña, al menos, de momento, a mis ojos, pero en su mente ella se sabía una mujer joven y guapa. Ya no quería llevar la ropa que le regalaba su padre, porque su padre no tenía ni idea de lo que le gustaba ya. Pero a su padre nunca le importó rectificar, incluso acompañarla de compras a las tiendas de ropa, y nunca tuvo el coraje de decir que no a una camiseta escotada, a un pantaloncito tejano cortísimo, o a unos leggins justados con una camiseta que apenas era algo más que un sujetador. Así vestían las chicas ahora, no pasaba nada, soy un padre moderno que no coarta la sexualidad ni la expresividad de su hija. Es por eso que le dejo comprarse esos vestidos, y la acompaño porque no está la madre y, aunque estuviera, la confianza que tiene conmigo no es la que tiene con ella. Su madre la reñiría, y montaría un espectáculo en la tienda, solo porque Ana está cambiando y ella no lo entiende, yo sí, ya tenía 1X años, ya no era una niña, se estaba convirtiendo en una mujer. Así vestían las chicas ahora, no pasaba nada.
Nunca me admitiría a mí mismo la verdadera razón.
Nunca aceptaría que la seguía con los ojos cada vez que pasaba por el salón, desnuda, ni que a veces tenía que esconder la erección, o que me ponía nervioso cuando veíamos una película juntos y ella me abrazaba, o me hacía ponerle el brazo en su cintura. Nunca le habría dicho a nadie que me ponía celoso y, a la vez, me excitaba, cada vez que algún chico se le acercaba y ella tonteaba con él, ni que la escuchaba a través de las paredes, solo, en mi cama de matrimonio de postín, mientras por su cama pasaban chicos y chicas nuevas cada fin de semana, ni que me recordaba cada día mas a la belleza que Sara me hizo desear por primera vez. Pero, sobre todo, nunca admitiría que cada vez que estaba con Sara tenía que imaginarme el cuerpo, la cara, los labios, las nalgas, las piernas, los ojos de Ana para poder terminar.
Y así pasaron los años, con Sara alejándose cada vez más, sin despegarse, y con Ana acercándose cada vez más, sin llegar a tocarla. El verano en que Ana entró en la universidad, Sara lo pasó por entero de viaje en viaje. Una noche, Ana me propuso hacer una maratón de una serie que quería ver. Desde el primer capítulo quedó claro que la serie trataba temas muy maduros: dorgadicción, robo, sexo... no nos incomodaba. Ana y yo teníamos mucha confianza. Me había contado su primera experiencia con una chica y con un chico, y siempre hablábamos de sus ligues con total franqueza, hasta si sabían comerlo bien o no. Cuando salieron las escenas, las comentábamos, medio en broma, y también señalando lo que nos gustaba o atraía. Yo comencé a excitarme y, como siempre, intenté esconderlo. Estábamos los dos estirados en el sofá, ella en la cheslong y yo boca arriba, con la cabeza apoyada en su vientre.
-Papa, ya sé que te empalmas, no te escondas que pareces tonto cuando lo haces.
Me quedé pálido. Me imaginaba que se daría cuenta, de vez en cuando, pero que me lo dijera tan descaradamente me dejó helado, sin reacción. Estuvimos así un rato más, mientras las escenas pasaban. En otra escena en la que una pareja casada lo hacían, me preguntó.
-¿Oye, Sara y tú estáis bien?
-Tu madre, Ana, Sara es tu madre
-¿Estáis bien o no?
-Claro... sí... ¿por qué?
-Es que ya no folláis casi.
-¿Qué dices, niña?
-Joder, papa, que vivo aquí, cuando no está te la cascas como un mono, y cuando viene, en vez de empotrarla, folláis una vez a la semana si cae.
-A ver, no es eso, pero para esas cosas hace falta tiempo, intimidad.
-Si quieres cuando venga me voy una semana a casa de una amiga y así folláis a gusto.
-No, cariño, no eres tú. En una pareja, siempre es necesario...
-Sabes que se folla a otros en los viajes, ¿no?
Silencio, la miro a los ojos y ella me devuelve la mirada. Pausa la serie.
-Lo sabes, ¿no?
Silencio de nuevo.
-Yo creo que deberíais divorciaros.
-Ana, coño, no digas chorradas...
-A ver, papa, ella se está follando a lo que se mueve por aquí, no está la mitad del año en casa. Yo que tú me divorciaba.
En la conversación, sin darme cuenta, me había puesto la mano en el pecho y estaba acariciándome.
-Bueno, no es tan simple, hija.
-Bueno, lo que digas…
Y seguimos viendo la serie.
Otro capítulo más. La primera escena es, directamente, de sexo. Una chica atrapada entre dos chicos, disfrutándolos a la vez.
-Buff, que morbazo la tía...
Seguimos viendo. Ana va haciendo comentarios de vez en cuando, y, mientras, su mano recorre cada vez más mi pecho, haciendo círculos ahora, acariciando con toda la palma de arriba a abajo después. Se acerca a mi estómago, se retrae. Me acaricia el cuello y vuelve lentamente a bajar, notándome con la palma mi pecho. Antes ya nos acariciábamos, de vez en cuando, pero no era esto. Esto es lento, deliberado, ¿sensual?
Nueva capítulo, nueva escena. Un hombre sentado en un sofa, con las piernas separadas de cara a la cámara, y una chica mucho más joven arrodillada delante de él, desnuda. Un culotte es lo único que tapa a la chica mientras su cabeza se mueve arriba y abajo.
-Joder con el madurito…- suspira Ana.
A su vez, sigue moviendo su mano, esta vez la palma alcanza mi omblgo y… ¿puede ser? ¿Me ha rozado el glande? Miro hacia abajo, disimuladamente, y veo sus uñas, largas, pintadas de negro. Vuelve a bajar y… sí… acaricia el prepucio, por la parte de abajo, con sus uñas, las retira lentamente, y noto cómo me arañan al subir. Es un arañazo leve, insinuado. Me re coloco instintivamente, dejándole más cerca el glande de su mano, pero no vuelve a bajar. En vez de eso, vuelve a subir la mano hasta mi pecho. “Mierda, cagada...” Seguramente fue un accidente.
Siguiente capítulo, siguiente escena. Una chica a medio salir de la ventana trasera de un coche. Se está apoyando en ella mientras sus enormes pechos descansan en la puerta. Sus movimientos insinúan que alguien la está penetrando por detrás.
Sin reparar en ello, me toco un poco la parte donde las uñas de Ana estuvieron hace un momento. La excitación todavía dura, y siento un alivio placentero al acariciarme en…
-Sssshh, ya lo hago yo…- un susurro de Ana me deja quieto
Mientras, su mano aparta mi mano de mi polla, y pone las uñas, de nuevo, donde antes estuvieron.
Contengo la respiración. Me mareo. Noto su otra mano que acaricia mi pelo. Me empieza a acariciar con la punta de los dedos, y va bajando la mano, lentamente, acariciando cada momento, hasta llegar a la palma de su mano, cubriéndome toda la polla. Luego vuelve a subir, arañando ligéramente. La segunda vez que hace esto, dejo ir el aire, y me pongo aún más nervioso. Me va excitando así, lentamente, mientras vemos la serie, que ya solo sirve como ruido de fondo. Cuando he perdido la cuenta, intento girarme, para devolverle siquiera el favor con la lengua en sus pezones. Entonces, la mano que acaricia mi pelo lo agarra, firmemente, y me mantiene.
-Quieto...- suspira. Solo eso, y yo sé que estoy a su merced.
Mientras sigue acariciándome, rodeando mi polla con sus dedos, levanta una pierna, deja mi pelo y me pone dos dedos en la boca. Sé lo que hacer. Se los ensalivo enteros. Después empieza a acariciarse ella misma, y huelo el familiar aroma de la saliva mezclada con un coño excitado. Así estamos un rato, ella dándome a probar sus jugos de tanto en tanto, mientras yo voy moviendo mi pelvis al ritmo de sus caricias. Hace tiempo que el capítulo acabó. Ahora solo se oyen nuestros gemidos apagados.
Ella también va probando el líquido que dejo ir. Cada vez que lo hace, su gemido se hace más sonoro. Sus jugos se van haciendo cada vez más espesos. Vuelve a cogerme el pelo, y dirige mi boca firmemente a su pezón. Me dedico a él, mientras ella se dedica a humedecernos a los dos.
En ese momento, cuando mi boca está llena de su pezón, del sabor de su piel y su sudor, miro hacia arriba y lo que está pasando me asalta como un temporal. “Mi hija y yo… joder… estamos…”. Ni siquiera me atrevo a pensarlo en ese momento. Prefiero dejarme deslizar hacia la locura. Cierro los ojos y me dedico por entero a mi amante.