Prácticas de enfermería, el paciente.
Él estaba postrado en una silla de ruedas, sus manos y sus pies escayolados, ella sería sus manos, para todo, para todo...
ALBERTO Y LORENA
Alberto y Lorena no tienen nada en común, aparentemente son dos personas distintas, dos mundos diferentes, sus vidas están lejos de transcurrir en universos paralelos, por encontrarles una nexo de unión podemos decir que viven en la misma ciudad, cada uno en un distrito distinto, quizá no hayan coincidido nunca. Para colmo decir que dos terceras partes de la vida de Alberto han transcurrido sin la existencia siquiera de Lorena, y es que esta última nació cuando él tenía treinta y seis años.
Alberto es un tío de negocios, adinerado, divorciado desde hace más de diez años, vive solo en una gran casa que solo utiliza para ir a dormir, ducharse y cambiarse de ropa, siempre come fuera; Las visitas de alguna de sus dos hijas con sus nietos son poco frecuente, y aunque rodeado de gente pelota todo el día pasa en soledad sus horas de pernoctación, quizá alguna prostituta esporádica algún día que otro para calentar sus frías sabanas de seda, poco más.
Lorena puede escribir con dos X su edad en números romanos, soltera, vive con sus padres y sus dos hermanos de quince y diecisiete años en humilde y pequeño piso a las afueras dela ciudad, sobrevive a un bajo estado emocional y anímico después de terminar una tortuosa relación de tres años con Javier, 36 meses de infidelidades y desplantes son muchos días. Lorena se centra ahora en sus prácticas de enfermería en una clínica privada del centro, le falta poco para terminar sus estudios, el mercado laboral pinta mal, sabe de sobra que cuando terminen sus prácticas lo va a tener muy difícil para encontrar trabajo, necesita dinero, sacarse el carnet de conducir, comprarse esos zapatos rojos o salir de copas con las amigas ahora que no está Javier es caro, sus padres no pueden subsanar todas sus necesidades económicas.
LA LLUVIA
Seguramente si ese día Alberto hubiera mirado el tiempo que haría ese miércoles no hubiese ocurrido nada, tenía que hacer un viaje de unos trescientos kilómetros, su R-8 y su Q-7 aguardan en su garaje, no tenía dudas, el deportivo era más apropiado, viajaba solo y quería hacer rápido el viaje; Hace ya algunas semanas que sabe que debe de cambiar los neumáticos del deportivo, mañana los cambio, esa era siempre su respuesta e intención.
Una hora después de haber salido y ciento setenta kilómetros más lejos la lluvia era abundante, intensa, la curva estaba limitada a 70, la aguja del cuenta kilómetros del coche se quedó clavada en 150, así lo vieron el equipo de rescate que lo encontró setenta metros más abajo, allí en el barranco.
Sobrevivió de milagro, sus heridas eran graves, Alberto nunca volvería a ser el mismo.
Evacuado en ambulancia lo llevaron al hospital más cercano, después de una semana en coma sus hijas decidieron junto al equipo sanitario llevarlo a la clínica privada de su ciudad, politraumatismos, órganos dañados, cortes, en fin toda una variedad de incidencias severas en su cuerpo. Su estado iba evolucionando favorablemente, pero su vida jugaba con la muerte cada hora que pasaba, por momentos parecía ser un cuerpo en estado vegetativo, ni sentía ni padecía, pero su cerebro y su corazón resistían.
¿QUÉ HACEMOS CON PAPÁ?
Habían pasado varias semanas, casi dos meses, Alberto estaba fuera de peligro, después de varias operaciones en huesos de manos, piernas y algún otro órgano los médicos de la clínica daban por bueno sus trabajos, Alberto podía marcharse a casa cuando quisiera, eso sí, su vida ya no era autómata, necesitaría de ayuda las veinticuatro horas del día.
Barajaron varias posibilidades, incluso la palabra asilo salió a relucir. Como la cuenta corriente de Alberto era holgada, muy holgada, se podía permitir muchas variantes, la que más convenció a todos fue la de que Alberto se quedase en su propia casa, como las hijas no podían atender a su padre (tampoco estaban muy dispuestas), contrataron a una cocinera, una auxiliar de enfermería y un muchacho de la limpieza, de lunes a viernes todo estaba controlado, pero, y ¿y los fines de semana?, nadie estaba dispuesto a sacrificar su semana entera en casa de Alberto, de lunes a viernes y un buen salario era suficiente.
Lorena terminaba esa semana sus prácticas en la clínica, después una de esas enfermeras en paro. Ella conocía la historia del paciente, incluso había tenido la oportunidad de curar sus heridas en un par de ocasiones, no conoció a sus hijas hasta el último día de estancia en esa clínica, y resultó ser un encuentro fructífero.
El protocolo de la clínica hacía que antes de dar el alta un paciente era examinado por una enfermera para revisar niveles tales como la tensión, azúcar, fiebre, en fin, lo que cualquiera puede examinarse en casa. Lorena fue la enfermera que asignaron para la última y básica revisión de Alberto.
Las hijas de Alberto estaban presente en la habitación cuando entró Lorena, hablaban de lo difícil que sería encontrar a alguien para los fines de semana, Lorena tomaba la tensión al paciente mientras escuchaba la conversación, no iba a tomar partida en ella, faltaría más.
- Perdón señorita.- exclamó una de las hijas de Alberto.
- ¿conoce usted alguna compañera que le interese trabajar los fines de semana?, pagamos bien, serían al menos tres meses, hasta que papá se pueda valer por si solo.
A Lorena se le encendió una luz, ¿por qué no?, para su currículo seguramente no valdría para nada, pero para su carnet de conducir y sus gastillos personales, podría valer; Se ofreció, eso sí, a espera de consultarlo con sus padres, esa misma mañana quedaron en que al día siguiente se llamarían por teléfono para dar la contestación.
Fue un sí, al día siguiente quedaron en la dirección que le indicaron a Lorena para concretar los detalles, conocer la casa y hacer las oportunas y protocolarias presentaciones.
EL PRIMER DÍA CON ALBERTO
La casa es grande, Lorena tenía al menos tres meses por delante donde sabía que esa sería su casa los fines de semana, desde las 20´00 h. del viernes hasta las 20´00h. del domingo, tenía que pasar dos noches a solas con Alberto en la semana.
No es solo por dinero, estar fuera de la rutina de amigas y amigos los fines de semana sería una buena terapia para Lorena, primer objetivo quitarse de una vez por todas a Javier de la cabeza.
Alberto tenía manos y pies escayolados, su espalda estaba dañada, solo se movía en silla de ruedas, necesitaba de ayuda absolutamente para todo, quizá ese motivo agrió bastante el carácter de Alberto, Lorena era consciente de ello, a pesar de su poca experiencia la habían preparado para esto, ahora tendría que poner en práctica sus conocimientos tanto en el área de la ayuda física al paciente como de la psicológica en su rutina del día a día, aseo personal, alimentación, todo, Lorena pasaba a ser las manos de Alberto durante el fin de semana.
Esa primera noche el tiempo en la calle era adverso, frío, lluvia, truenos, una noche de perros.
Dentro de la casa la temperatura es mas bien alta, acogedora, pero los truenos y los relámpagos ponen un poco nerviosa a Lorena.
El trato de Alberto con Lorena es cortés, educado, sin muchas algarabías, no hay conversación entre ellos, Lorena comprende perfectamente el estado de Alberto, lo respeta y lo trata con la misma educación y cortesía que recibe de él.
Ya le había dado de cenar, lo había llevado al baño, no tenía que ducharlo, Lorena sentía algo de pudor pero si quería trabajar algún día de enfermera tendría que pasar ese “trago”, aunque más le preocupaba pasarlo de su silla de ruedas a la cama; Resultó más fácil de lo que pensaba, a pesar de su parcial invalidez Alberto cooperaba en la medida que le era posible, suficiente para poder ayudar a sus cuidadores, cuidadora en este caso.
La habitación de Alberto es grande, una gran cama en el centro de la alcoba, frente a ella un televisor, en el lado izquierdo una mesita, un gran armario de cuatro puertas y una silla, en el lado derecho el baño, pero prácticamente pegado a la cama un gran sillón de cuero negro.
Ya habían pactado con Lorena que las noches las pasaría en la habitación contigua, con su puerta abierta y el intercomunicador siempre en posición “on”, pero nunca y en ningún caso antes de que Alberto se quedase dormido, para eso estaba ese gran y cómodo sillón.
Alberto le pidió a Lorena que le quitase toda la ropa antes de meterse en la cama, siempre dormía desnudo, nada que reprobar, una vez tumbado se tapaba con su sabana hasta la cintura, quizá mas por respeto a Lorena que por frío ya que dentro de la casa no hacía ninguno.
Lorena había pasado rápido los nervios de las primeras horas, se había quedado dormida en el sofá con su libro en la mano, ya había apagado el televisor, la tormenta era lo único que quizá la ponía algo más en alerta, por eso mismo había decidido quedarse a voluntad propia en ese sofá pese que Alberto ya se había dormido.
LORENA DUERME EN UN SOFÁ AL LADO DE ALBERTO
Eran aproximadamente las cuatro o cinco de la madrugada, la lluvia fuera de la casa seguía, sonoros truenos y luminosos relámpagos alternaban con cierta frecuencia es noche, Lorena se despertó, algo confusa se situó rápidamente en el lugar que se encontraba, la luz de la mesita de noche estaba encendida, había estado encendida toda la noche, era una luz tenue, suave.
Alzó unos centímetros su cabeza para echar un vistazo al cuerpo que yacía desnudo en la cama, Alberto había conseguido bajar sus sabanas hasta sus rodillas, una erección descomunal presidía el centro de sus ingles.
Lorena se quedó turbada, no había jamás semejante tamaño de miembro viril, era grande, grueso, un glande descubierto y más ancho que el resto del miembro, venas a punto de estallar rodeaban el falo a lo largo del miembro, desde sus testículos hasta la base del glande, majestuoso y erótico pensó Lorena.
Se ausentó por unos segundos de la habitación, el tiempo suficiente para beber un vaso de agua y quizá, porqué no, para quitar de su mente su pecaminoso pensamiento de su cabeza con respecto a aquel falo, por unos instantes pensó en la posibilidad de terminar de pasar la noche en la habitación que le habían asignado, pero esa noche de truenos y relámpagos no la hacían apetecible para pasarla sola en una habitación de una casa que era la primera vez que pisaba, entró de nuevo en la habitación se quedó de nuevo embobada en el erecto falo y se sentó en el sofá, cabía la posibilidad de que Lorena comenzase a “tocarse”.
- Mastúrbame.
La voz de Alberto turbó la tranquilidad y el sosiego de Lorena.
- Por favor, yo no puedo hacerlo, llevas un rato mirándome, no te pido nada más.
Lorena se quedó de una sola pieza, no sabía como reaccionar, ese no era el trabajo por el que la habían contratado.
- Es usted un cerdo señor Alberto, no se lo que piensa de mi, en cualquier caso está equivocado conmigo.
- Perdón señorita, sabe que mis manos están escayoladas, incluso ya me ha ayudado usted a evacuar, es lo mismo, se lo pido por favor, esto no saldrá de aquí, necesito desahogarme llevo meses sin poder hacerlo, mis testículos van a reventar.
Por su puesto que esa excusa no convencería a Lorena, aunque ella era comprensiva, entendía el libido de ese hombre rico qué, seguramente copulaba por semana con prostitutas o amigas, pero en ningún caso con ella. Pero Lorena estaba confusamente excitada, no lo entendía.
- Lo siento señor Alberto, me voy a mi habitación, espero que esto no se vuelva a repetir.
- Te compensaré
- Cabrón no soy una puta.
- No te pagaré por puta, te pagaré por enfermera que ayuda a su paciente.
- Cerdo.
- Cien euros por una paja, no se enterará nadie.
Lorena se había levantado ya del sillón, salió de la habitación y se quedó unos segundos detrás de la puerta, estaba confusa, muy confusa y no entendía nada. Lo que más preocupaba a la chica no eran las palabras de Alberto, lo que más le preocupaba era la excitación que le había provocado ese señor ya no solo con ese descomunal y enorme falo, sino por sus palabras al pedirle que lo masturbase, sorprendentemente para ella se había excitado mas que enfadado.
Lorena tiene las manos pequeñas, sus dedos quizá, son largos, uñas largas y cuidadas, pintadas de color rojo, abrazaban y agarraban el erecto falo masturbándolo con cuidado y con buen oficio, ella sabía manejar esas situaciones, mas excitada que sorprendida por su decisión consolaba a ese hombre que guardaba absoluto silencio mientras la chica movía su muñeca al ritmo que se le antojaba agarrando el miembro con su mano.
Dios mio, no me lo puedo creer, se repetía una y otra vez mientras movía el pene de Alberto con su mano, y es que dentro de su estado de excitación a Lorena le venían cosas a la cabeza que no podía controlar, sin darse cuenta, mientras su mano derecha masturbaba aquel falo su mano izquierda se adentraba entre sus bragas y con sus dedos comenzó a rozar su ya muy húmedo sexo.
Alberto seguía guardando silencio, lo único que le había pedido a Lorena es que lo masturbase, pero no podía ni creerlo, su miembro ya no estaba entre las manos de Lorena, era su boca la que daba cobijo a aquella enorme verga, Lorena se había pasado por alto todos los protocolos de enfermería que le habían enseñado y mamaba con sutileza y pasión un falo que por tamaño, grosor y rigidez era algo inaudito para ella.
Había perdido su vergüenza, su mano izquierda le servía para darse placer a si misma, su mano derecha acariciaba los testículos y la base del falo de Alberto mientras su lengua y su boca jugaban con el miembro. Lamía el pene desde su base hasta la punta del glande, allí se paraba y succionaba con cuidado, muy despacio, luego volvía a introducir todo el falo en su boca, hasta que topaba con su garganta y sentía pequeñas arcadas, volvía a sacarlo y empezaba de nuevo, movimientos rítmicos , suaves, con cuidado de no hacerle daño.
Guardó silencio, intentó contenerse y como el falo estaba dentro de su boca lo apretó con sus labios con cuidado de no rozarlo con sus dientes, el miembro dentro de su boca le servía de ayuda para poder amortiguar los gemidos que le provocaban un intenso y excitante orgasmo, no sabía si Alberto era consciente de ello, en cualquier caso ella siguió dando placer a ese hombre con su boca. Lorena disfrutaba de aquel enorme falo, sentía el poder de tenerlo en sus manos, en su boca, de acariciarlo de lamerlo, un pequeño gemido por parte de Alberto y la sensación de que su boca se llenaba de un líquido caliente, viscoso, pocas, muy pocas veces, quizá en un par de ocasiones o tres un chico se corría en su boca, no es que le gustase especialmente pero esa noche todo era distinto, excitante. No se dijeron nada, Lorena salió de la habitación con todo el semen de Alberto en su boca, entró en el baño y se miró al espejo, abrió su boca y observó ese liquido dentro de ella, después lo escupió al lavabo, se quedó mirándose de nuevo frente al espejo y se masturbó de nuevo pensando en esa enorme verga, no tardó en llegar su segundo orgasmo, gemidos y jadeos amortiguados con una toalla que apretaba con sus dientes ponían fin a esa madrugada de sexo casual con un hombre que prácticamente había conocido ese día.
SEGUNDA NOCHE EN CASA DE ALBERTO
Lorena terminó de pasar esa noche en su habitación, el intercomunicador se encargaría de llamarla pocas horas después. Era sábado, Alberto y Lorena no se dijeron nada de lo ocurrido esa noche, incluso en el aseo personal que Lorena tenía que hacer a Alberto se produjo de la manera más profesional y casta que cualquier ayudante de enfermería pudiese hacer, desayuno, almuerzo y cena pasaron como si de dos desconocidos (y prácticamente lo eran)se tratasen, fue en la hora de la merienda cuando Alberto le pidió a Lorena que abriese un cajón, tomase un sobre y cogiese los cien euros que él le había prometido, como si fuese algo normal ella los cogió los guardó en su bolso y no refirieron nada del tema.
Alberto se quedó dormido a las doce de la noche aproximadamente, la noche se presentaba prácticamente igual a la anterior, truenos y relámpagos, Lorena estaba sentada en el sillón, se había quedado dormida, se despertó de repente, no podía creerlo, un erótico sueño con ese hombre la había excitado.
Se fue a la cocina, bebió agua y volvió a la habitación del hombre, podía haberse ido a la suya pero entró de nuevo en la del señor, lo miró, estaba dormido, de nuevo se había descubierto por completo, bueno, hasta las rodillas, en esta ocasión su pene estaba en estado de reposo, flácido, pero Lorena se excitó igualmente con ese hombre.
Desabrochó los cordones de sus zapatos deportivos y se los quitó, deslizó sus calcetines por sus pies hasta dejarlos al descubierto, sus manos comenzaban a desabrochar ahora uno por uno los seis botones de su blusa blanca, primero una manga y después la otra, con cuidado depositó la camisa a un lado del sillón, desabrochó los cuatro botones de su pantalón vaquero, los bajó, pasaron por sus muslos, sus rodillas, sus tobillos y salieron por sus pies, los colocó junto a la camisa, Lorena miraba a Alberto, dormía profundamente, cruzó sus manos por detrás, desabrochó el sujetador negro y se deshizo de el, la prenda hacía compañía a pantalón y blusa, sus pechos quedaron al desnudo, se pasó sus manos por ellos con ternura y suavidad pero con más intención de excitarse que de tocarlos en si, su pezones anchos, grandes y sonrosados comenzaban a ponerse duros, seguía mirando a ese hombre, solo tenía puesta sus braguitas, eran en forma de tanga, sus dedos pulgares se introdujeron dentro del elástico a la altura de su cintura, estiraron de el y bajó sus manos con la prenda enganchada a sus dedos, cuando llegaron a la altura de sus tobillos se reincorporó y de un puntapié y con cierta puntería alojó su tanga en el sillón más o menos al lado de las otras prendas.
Lorena estaba desnuda y no sabía por qué, la yema de sus dedos rozaba y acariciaban sus pezones, una de sus manos bajaba por su vientre al mismo tiempo que lo acariciaba, su sexo desnudo carecía de vello púbico, introdujo sus dedos entre sus labios vaginales y sentía como un flujo incesante lubricaba su sexo, Lorena estaba muy excitada.
Volvió a mirar al hombre que dormía, salió de la habitación y comenzó a deambular por la casa desnuda, casi en penumbras, se podía divisar una silueta de ciento setenta centímetros, pechos grandes y nalgas voluminosas, pelo oscuro y largo, hasta media espalda. Descalza y desnuda se excitaba en cada paso que daba, las tres de la madrugada y no podía dormir porque estaba caliente, ardiente, lujuriosa por un hombre, ese hombre estaba postrado en la cama escayolado en manos y pies y no se iba a mover de ahí. Lorena casi no se conocía a si misma, quizá estaba descubriendo una nueva faceta de su vida, el pecado, la gula carnal, la lujuria, el deseo, el placer por el placer.
Entró de nuevo en la habitación, Alberto seguía con sus sueños, su miembro desnudo no premiaba esa noche a Lorena con su aumento de forma, tenía que hacer algo, porque Lorena ya era como esas ruedas que patinan en agua y no pueden frenar, no pueden parar y cogen aun mas velocidad.
Se acercó a él, comenzó a acariciar primero su pecho velludo, su flaco vientre, sus muslos y finalmente aterrizó primero sobre sus testículos y poco después sobre su pene, había tiempo, sin prisas, ese miembro comenzó a cobrar vida minutos después, no pocos, necesitó de algún tiempo, Alberto podía creer que seguía soñando cuando abrió sus ojos, pero si era un sueño quería seguir en el y no iba a decir nada para no despertar, quería levantar sus brazos y tocar a Lorena con sus manos pero no podía, lo único con lo que podía premiar a Lorena era con una erección y así lo hizo, fue cuando ella se percató de que se había despertado, justo cuando bajaba su cabeza para meter esa gran verga de nuevo en su boca, no se dijeron nada.
Después de varios minutos de felación sobre Alberto decidió incorporarse, se puso de pie junto a su cama, levantó una pierna, luego la otra y se colocó encima de él, se colocó de tal manera que sus pechos estaban en la boca de ese hombre, él jugaba con ellos, moviendo su cabeza, sacando su lengua y sobando sus pezones, Lorena gemía tímidamente, apartó sus pechos de la boca de él, flexionó sus rodillas y levantándose un poco ascendió para poner su sexo en la boca de Alberto, su lengua penetraba entre sus abiertos labios, estimulaba hábilmente el clítoris de la muchacha con su lengua, sabía hacerlo, no cabe duda, aunque Lorena a sabiendas de la poca movilidad de ese hombre acompañaba con movimientos de su cadera para que su sexo pasase por la boca de Alberto justo en el punto que a ella más placer le diera, sus gemido y jadeos eran ya sonoros, sus caderas se movían por la boca de Alberto al ritmo que ella quería, insaciable no podía parar, su vientre convulsionaba y respiración entrecortada esgrimía sonidos jadeantes de acompañados de sí, y palabras onomatopéyicas.
- Siií, aaaaah, aaaaaaag, aaaaaan.
El orgasmo de Lorena fue tan intenso como inevitable, se corrió en la boca de aquel hombre al igual que él lo hizo sobre ella la noche anterior, la diferencia es que esta noche ella estaba desnuda, ardiente y dispuesta a todo.
Bajó sus caderas y las dejó justo en la cintura del hombre, el tamaño del miembro rozaba ya su sexo, se agachó un poco más, sus labios vaginales servían de puerta de entrada, el glande de Alberto se internaba irremediablemente a través de ellos, su vagina engullía el falo, las carnes de Lorena abrigaban ya en su interior ese miembro de magna medidas, ella ya había experimentado la diferencia de falos cuando sobó y después probó y lamió el de Alberto, ahora comprendió que el tamaño sí que importa.
Esbozó un gran gemido cuando sintió como el falo la penetraba por completo en su interior, al principio casi se podía decir que se quedó sentada encima de él, inmóvil, disfrutando del relleno carnal que ese hombre le inducía con su verga gruesa y grande.
Poco a poco comenzó a moverse, como él no podía hacerlo era ella la que movía sus caderas, estaba literalmente sentada en él, su cuerpo en vertical se quedaba inmóvil, Lorena sabía mover bien sus caderas, a pesar de que solo era esa la parte del cuerpo que movía a conciencia sus pechos se movían al ritmo de embestida de sus caderas contra las de Alberto.
No cabe duda de que Alberto se moría de ganas de tocar esos pechos, de rozar esos pezones, sabía que no podía y se conformaba de sobra disfrutando de las cabalgadas de Lorena sobre él, con la vista en primer plano de sus pechos, estos se movían a un ritmo que iba creciendo con el paso de los minutos.
Lorena sabía que a estas alturas cualquier chico de su edad ya se hubiese corrido, pero este señor de casi sesenta años aguanta heroico las embestidas de la joven muchacha, los gemidos y los jadeos eran una constante entre ambos, tenían que pillar bocanadas de aire para poder facilitar la respiración.
Lorena pasaba sus dedos y palpaba sus pechos con ellos, pellizcaba sus pezones, sus gemidos eran gritos, sus jadeos incesables y desmedidos, Alberto disfrutaba de ellos como del acto en sí, Lorena no sabía ya donde poner sus dedos, lo mismo los pasaba por sus pechos, que los pasaba por su boca y su lengua o los pasaba por la boca de él.
El goce es indescriptible, Lorena había impuesto un ritmo de embestida brutal, Alberto aguantaba cual aquel león, ella era una pantera, animales en celo que gozaban del placer, el frenético ritmo de Lorena hacían que gotas de sudor empapase su cuerpo al completo, Alberto también lo hacía aunque en menor medida; Su vientre convulsionaba y orgasmaba sin piedad, no pedía permiso y seguía embistiendo a aquel hombre yaciente, rogaba por que aquello no se acabase nunca.
Entre más gritos que jadeos sintió como sus entrañas eran regadas por chorros y chorros de ese líquido caliente y viscoso que ayer mismo tuvo en su boca, sí, Alberto se corrió sin contemplaciones dentro de la chica, en esos momentos a ella le dio igual, solo quería volver a correrse con la verga de ese hombre dentro de ella, y es que un nuevo orgasmo estaba a punto de llegar, la sensación de tener su interior inundado, cálido y más húmedo que nunca por la lefa de Alberto acentuó sus nuevas ganas de llegar de nuevo al clímax, Alberto intentaba recuperar el aliento mientras ella se retorcía en su nuevo clímax.
No se cansó de pedir perdón a la chica por haber vaciado el contenido de sus testículos en ella, sabía que no debió de hacerlo
.
- No te preocupes Alberto, ha merecido la pena, mañana mismo compro la píldora del día después.
Lorena se incorporó como pudo, era de noche, un relámpago iluminó toda la habitación de nuevo como lo había estado haciendo ya toda la noche, era el momento en que Lorena iba a salir de la habitación caminando hacia la puerta, Alberto pudo contemplar por segundos la belleza del cuerpo que acababa de follar, era grandiosa, una diva, una musa. Cuando ella volvió a entrar en la habitación él le pidió que no se vistiese.
- Quédate desnuda, no te vistas.
Le hizo caso, se sentó en el sillón y se acercó su libro, se quedaron dormidos hasta las diez de la mañana, él se despertó primero y no se cansaba de contemplar el desnudo cuerpo de Lorena, era bellísima. Cuando ella se despertó sintió algo de vergüenza, se le pasó enseguida, lo que había pasado era motivo suficiente para pasar del pudor al cielo.
YA ES DOMINGO
- Lorena, en el sobre hay más dinero, coge otros cien euros y te vas a buscar la farmacia de guardia que hay al lado de la iglesia la píldora del día después.
Tardó una hora en volver, traía una caja de preservativos con ella.
- Quizá prefieras que tome la píldora de aquí en adelante, si tú quieres la semana que viene comienzo a tomarla.
Alberto sonrió por primera vez, enseguida se dio cuenta de que esto se volvería a repetir, Lorena se quitó toda su ropa.
- ¿De verdad quieres que me pasee desnuda por toda la casa?.
- Por favor, me encantaría.
Lorena estuvo cómoda desnuda todo lo que quedaba de domingo, era una experiencia curiosa, excitante quizá, y así era como su señor quería verla a partir de entonces.
El domingo transcurrió sin pena ni gloria, Alberto sentado en su silla de ruedas veía el programa de televisión que Lorena había escogido, ella desnuda sentada en el sofá, su interior le decía que había tenido sexo por dinero, pero ella sabía que volvería una y mil veces, y no precisamente por motivos económicos, el placer no siempre se compra con dinero, aunque unos “eurillos” no vienen mal a nadie.
- Hasta la semana que viene Alberto.
- Adiós Lorena, nos vemos el viernes, no me moveré de aquí.