Postre, después de una cena de negocios

Tras una cena de profesionales, llama a su puerta del hotel y recupera el tiempo perdido en una noche de pasión.

POSTRE, DESPUÉS DE UNA CENA DE NEGOCIOS

Él llamó a su puerta muy bajito, le asustaba que su colega oyera que tocaba la puerta de ella.

Habían terminado de cenar hace escasamente media hora. El encuentro resultó agradable, entre risas y comentarios jocosos sobre clientes. Se sentaron frente a frente y, a pesar de la presencia de otros, pudieron intercambiar miradas cómplices y provocativas. Hacía tiempo que no coincidían en un evento relajado y semi ocioso como este. A pesar de ello, la atracción entre ellos seguía viva. Se reían a carcajadas y cuando no compartían conversación espiaban los comentarios y gestos del otro,  ávidos de conocerse más. Se despidieron de modo casual, aunque intercambiando besos rotundos y hambrientos. Unos instantes tan breves que ni siquiera se procuraron tiempo para oler sus pieles.

Acababa de salir de la ducha. Le molestaba el olor a comida y humo de los restaurantes en su ropa y en su pelo. Y en los hoteles era casi imposible contar con una terraza para airear su traje. Llevaba una toalla rodeando su cuerpo y se frotaba el pelo con otra más pequeña. No quedaba ni rastro de maquillaje ni de perfume y ya se había lavado los dientes.

Escuchó el tímido golpe en la puerta. Lo esperaba, lo deseaba hacía meses, pero al mismo tiempo sintió miedo, miedo de defraudarle, de defraudarse. Preguntó quién era y distinguió su voz, profunda y suave. Sólo dijo "yo" y ella le abrió.

Cerró la puerta y se recostó sobre la pared, con los brazos detrás de la espalda. Ella siempre adoptaba esa postura, como una invitación a escucharle y a mostrarle que no había prisa, que estaba allí a su disposición. Él, inquieto, le miró con sus ojos chispeantes y curiosos. Le tomó de la mano y le atrajo hacia él. Cerca, muy cerca, a milímetros el uno del otro, se inspeccionaban el rostro. Él deslizó sus dedos por la cara de ella, recorriendo sus ojos, sus pómulos y alcanzando sus labios. Ella reconoció sus cicatrices y entreabrió su boca. Los dedos rozaron sus dientes y su lengua y entonces él inclinó su cabeza y le besó la garganta.

Una oleada de calor subió desde su estómago hasta su rostro. Sus manos treparon por su cintura hasta el pecho de él, hasta descansar en sus hombros. Cuando él dejó de sentir su garganta, ella acarició su pelo, bordeó sus orejas y acercó su boca tímidamente a la de él, con miedo todavía a ser rechazada.

Él la besó con fuerza, sorbiéndole con deleite y abrazándola.

La toalla resbaló y él se apartó ligeramente para verla en su conjunto. Se tomó unos segundos antes de lamer los pezones y estrujar los senos con sus manos cuidadas y sensibles.

Ella echó la cabeza hacia atrás, sentía la quemazón de su boca en la piel. Un escalofrío recorrió su espalda y sintió cómo se humedecía. El se arrodilló ante ella y fue ascendiendo por sus piernas lentamente, inspeccionando cada lunar y cada huella. Al llegar al final, besó sus ingles y su lengua rebuscó entre sus pliegues; ella separó las piernas, mientras apoyaba una mano en su cabeza y acariciaba su pelo.

Sonó su móvil y él, sobresaltado, se incorporó para consultar la procedencia de la llamada. La guardó de nuevo en su cintura y sonrió. Ella aprovechó para acercarse a él y soltarle el nudo de la corbata. Dejó caer la prenda de rayas azules sobre la moqueta; acarició su pecho y recorrió sus iniciales bordadas en el bolsillo; le desabotonó la camisa y la apoyó con cuidado en una silla.

Su piel era morena y había menos vello del que pensaba. Descubrió un par de lunares y los reconoció con la lengua. Él se dejaba hacer, sonreía y observaba cada detalle.

Le soltó el cinturón y bajó la cremallera cauta, no quería rozarle y allí pugnaba por salir su miembro erecto. Los pantalones cayeron y ella, pegada a él, con sus pezones duros casi hiriéndole le metió las manos por la parte trasera del calzoncillo, apretó sus glúteos deleitándose y, sin prisa, se los retiró.

Ella tomó las riendas. Le tiró de la mano hasta llevarlo junto a la cama. Le empujó para que se sentara. Entonces ella se arrodilló frente a él, le miró a los ojos, se mojó un dedo en la boca y lo pasó por los labios de él. Luego lo deslizó por el cuello, cruzó el pelo de su pecho, rozó su ombligo y llegó a su sexo, que seguía tenso y brillaba.

Con su mano derecha le acarició su bolsa y presionó ligeramente el espacio que quedaba entre los testículos -levemente contraídos- y la base del pene. Con delicadeza, acercó sus labios al capullo y lo besó, lo recorrió con su lengua cálida y jugosa, paladeando su sabor…introdujo la verga hasta el final de su boca y la masajeó de arriba hacia abajo, aumentando el ritmo…Él la miraba descompuesto por el placer y, a veces, se colocaba la mano izquierda sobre la boca, concentrado en un intento por alargar ese instante...al igual que en el despacho hacía cuando escuchaba algo que le hacía dudar

Descansaba su mano derecha sobre la nuca de la mujer como si quisiera asegurarse de que no dejaría la tarea a medias... Momentos después no pudo contenerse y descargó su simiente en la boca de ella, que probó –sorprendida- su sabor semi salado y templado.

Él, todavía convulso, se recostó sobre la cama, exhausto. Mientras, ella volvió al lavabo, sorbió un poco de pasta de dientes y se enjuagó la boca. Mojó una esquina de la toalla con agua tibia y jabón y volvió al dormitorio. Con un mimo casi infantil, le pasó la toalla por su sexo y las ingles, le secó con cariño y le cubrió con la sábana. Ella se tumbó a su lado y, mientras él dormitaba, le acariciaba el pelo canoso con el dedo índice, en un ritmo monótono y tranquilizador que a él le relajaba. Cuando se quedó dormido, ella lo besó en los labios y se apoyó en su codo mirándole con ternura