Postales de traición

¿Suicidio?

¿SUICIDIO?

Resignado a mi destino, fumo el último cigarrillo antes de la ejecución. Después de tantos años de sufrida abstinencia, -porque eso de que la voluntad doblega montañas y no fumo porque no se me canta, es una falacia-, he recaído en el vicio.

Había dejado de fumar principalmente, para que dejaran de hincharme las pelotas, mi madre, mis mujeres y todos los pseudo ambientalistas paradigmas de la vida sana. Y he vivido diez años en abstinencia, añorando mi cigarrito post coito, post cena y post cualquier cosa, que justificara fumarme uno.

Si, ya sé, la salud, la vida sana y otras yerbas parecidas. Tienen razón los que se embanderan con eso, pero...

¿Que tiene de sano lo que me está pasando?¿En qué momento los dioses se confundieron?

¿Cuándo fue el momento que al decidir si debía ser un hombre o un ciervo, mezclaron las cosas y salí con cuernos?

Que digo cuernos, unas astas del tamaño del peñón de Gibraltar.

Y aquí estoy... replanteándome el final.

Después de dudar sobre la mejor forma de suicidarme, ¿Un tiro en la boca? ¿Me cuelgo de un árbol? me he decidido por fumarme un puchito y morirme de cáncer en unos treinta años.

Si es que no me matan primero, claro. Porque la que se va armar aquí dentro de un rato va a ser de película y voy a estar solo en la línea de fuego. Como me salga mal la jugada, de hoy no paso.

Y todo por amor. Me voy a inmolar para salvarle el culo al ser que más me ha defraudado y con el que más he crecido como persona. Coño, no se puede ser mas idiota, daria hasta para reirse si mi vida no estuviera por irse a la mierda y este traje no me apretara tanto las pelotas.

Encima en este lugar de mierda hace un calor de cagarse, pensándolo bien.. .Un tiro en la boca no estaría nada mal.

Pronto todo será un mal recuerdo. Más vale salir a tiempo, que amargarse nueve meses, decía mi padre.

MI PADRE

Mi padre ha sido toda la vida obrero metalúrgico, habilidoso al extremo, detallista y riguroso. Hombre grande de físico, pelado desde siempre y amante del buen comer. Los recuerdos que tengo de él, además de sus legendarios castañazos cada vez que sacaba los pies del plato, son su gran inteligencia, su dedicación al trabajo, su educación rígida en lo que se refiere al respeto a los demás y su sumisión a mi madre.

Ahh, mi madre... Chiquita, delgada, con un carácter de mierda que acojonaba, pero esposa dedicada, administradora feroz y defensora de sus polluelos hasta el fanatismo. Era capaz de enfrentarse como una fiera a la mas dura de las vecinas que osara reprender a sus cachorros por alguna trastada, pero después, cuando volvía a casa, deseabas desaparecer del planeta, porque la habilidad que tenía para revolear sus sandalias, no tenía nada que envidiarle a la de un lanzador olímpico.

Y no crean que eso cambió con los años y nuestro crecimiento, -yo mido mas de un metro ochenta y peso 85 kilos contra el metro cincuenta y los cuarenta y cinco de ella-. Naaa, solo trocó sus sandalias por el palo de la escoba.

De ella, lo que más recuerdo, además de sus palazos en el lomo para hacerse valer, es el sabor de sus guisos, la calidez de sus delicadas caricias cuando estaba mal y el efecto de sus purgantes. Porque no había mal que no se curara con una cucharada de aceite de ricino y la consiguiente cagadera.

Vivíamos de alquiler en el fondo de una casa en cuyo frente habitaban los dueños de la propiedad, en un barrio humilde de la capital. Un departamento chiquito, donde todos los ambientes estaban rodeando un patio y daban al exterior. Dos piezas conectadas. Una cocina grande centro de todas las actividades de la casa y el baño con calefón eléctrico cruzando el patio. Ir a mear en invierno a mitad de la noche era un acto de heroísmo. Cuando llegabas, te daba pánico tocar la churra con los dedos helados. Y ni que hablar lo que era  bañarse en las mañanas, calefaccionado solo por una pequeña estufa de kerosén y rogando que no se pusiera a humear.

Pegada al baño, se hallaba la escalera que conducía a la terraza donde se encontraba el tallercito de mi padre, mi lugar de juego preferido y fuente de inspiración de todos mis experimentos infantiles. Jugando en ese lugar, aprendí en mis años juveniles y bajo la estricta vigilancia de mi padre, el manejo de casi todas sus herramientas.

Pertenecíamos a la gloriosa clase trabajadora. Mi padre, desde que tengo memoria tuvo dos trabajos. Se levantaba a las cinco de la mañana para entrar a las seis en una fábrica de la que era capataz, volvía a casa a las cuatro de la tarde, tomaba su merienda y se iba a un tallercito propio hasta las diez de la noche, al regresar se bañaba, cenaba con nosotros mientras  se ponía al tanto de nuestras travesuras por el informe detallado de mi madre y a las once ya estaba roncando como un oso.

Esa rutina incluía los sábados, donde aprovechaba para hacer algunas changuitas entre los vecinos reparando instalaciones, cañerías o cualquier aparato que le pusieran adelante sus ocasionales clientes.

Todo cambiaba los domingos. Ese día nos hacían levantar temprano y nos mandaban a jugar al patio, o a la cocina si llovía o hacía frío, luego cerraban la puerta del dormitorio y salían abrazados y sonrientes dos horas más tarde. Con los años entendí por qué.

Mi madre durante la semana nos levantaba bien temprano, servía el desayuno, nos mandaba a la escuela y se dedicaba a limpiar la casa, hacer las compras, cocinar y esperarnos con el almuerzo servido. Por la tarde supervisaba las tareas mientras arreglaba la ropa que traíamos rajada de nuestros juegos salvajes y al terminar, servía la merienda y nos dejaba jugar con los amigos hasta la hora de la cena.

Cuidadito, que a la hora acordada para la cena no estuvieras bañado y sentado a la mesa reportando a mi padre las novedades del día, ahí te exponías a un ostión del viejo, y con la mano pesada que tenía, mejor no arriesgarse. Fallar a la hora de la cena, contestarle de mala manera a mi madre o faltarle el respeto a un mayor, eran de las pocas cosas que ponían en funcionamiento esa mano maravillosa. Capaz tanto de reparar el mecanismo mas sofisticado, como de sentarte de culo si te zafabas.

El revés en cambio, se lo guardaba para las faltas graves, no se te ocurriera robar algo o avergonzar con tu conducta a la familia. Pena de muerte por revés cruzado.

Siempre fui grandote, un poco bruto y defensor de mis amigos. Unas de las cosas que mas recuerdo de esa época, fue una pelea que tuve en quinto grado con dos matones de sexto que le habían levantado la pollera a una compañera. Fue tan encarnizada, que terminaron separándome mientras los pateaba en el piso.

Cuando me llevaron a la dirección me negué terminantemente a decir el motivo de la pelea, lo que trajo como consecuencia que llamaran a mi madre, para informarle que me expulsaban del colegio.

Con el delantal roto, un ojo morado y el labio partido, caminaba rumbo a casa con el presentimiento de que eran mis últimos días sobre la tierra. Al llegar, mi madre sin dirigirme la palabra, me hizo bañar, me curó las heridas y me mandó a mi pieza, donde me encerró toda la tarde.

A la noche, al llegar mi padre, contradiciendo a mi madre por primera vez, abrió la puerta, me acarició la cabeza y me llamó a cenar. Fui temblando a la mesa pensando en el juicio final y para mi sorpresa, la cena transcurrió en un ambiente de normalidad, durante la misma, me informaron que al otro día volvía a la escuela.

La madre de la chica a la que le habían faltado el respeto, al enterarse de mi expulsión, se había acercado a la escuela para hablar con el director del establecimiento, contarle lo que había sucedido y el por qué de mi reacción.

Al ver que el director, de todas maneras no justificaba mi accionar, fue a hablar con mi madre.

No quiero ni imaginar lo que sintió el pobre hombre, cuando se le presentó al mediodía esa fiera furiosa que decía ser mi madre a pedirle explicaciones. La cosa es que sabiamente reculó y aceptó que volviera.

Terminar la escuela primaria y entrar a la secundaria, producía en mi familia un gran cambio de status. Significaba viajar solo en transporte público, ser responsable en los estudios y empezar a trabajar para contribuir a la economía familiar. Siguiendo la tradición de mi padre, fui inscripto en una escuela polimodal que tenía todas las carreras de enseñanza técnica y bachillerato comercial.

Al seguir la carrera técnica, tenía taller por las mañanas y clases por la tarde, a la noche hacia las tareas y desde los trece años, los fines de semana marchaba a trabajar con mi padre, que al tenerme de ayudante comenzó a tomar trabajos más importantes para realizar sábado y domingo. Para cuando tenía dieciséis años, casi ninguna reparación hogareña, ya sea plomeria, gas o electricidad, tenía secretos para mi.

Ese fue el momento en que mi padre separó su cartera de clientes y me empezó a derivar trabajos para que los realizara en forma independiente. Así fue como caí en la casa de Rosetta, una castaña de mi edad, rotunda descendiente de italianos con unos pechos y un culo de ensueño, de los que me quedé prendado desde el primer día que la vi.

Su padre Antonio era un gigante que se dedicaba a la construcción y su madre Rosa una rubia alucinante que presagiaba lo que Rosetta llegaría a ser en un futuro cercano.

La hermosa mujer tenía treinta y seis años, medía un metro setenta y estaba siempre impecablemente maquillada y peinada de peluquería, usaba ese día una pollera corta de tubo elastizada que le marcaba un culo de infarto, haciendo juego con un jersey escotado que insinuaba unas ubres de película porno. De remate, sus tacones de aguja resaltaban unas piernas tonificadas y apetecibles.

La parte discordante de la familia, según descubriría mas tarde, eran el hermano de su padre y su hijo Claudio. Dos guaperas gigantones como Antonio, que eran tal para cual, propietario de una cadena de verdulerías el mayor de ellos y capitán del equipo de básquet de su instituto con aspiraciones de profesional, el otro.

Ese día festejaban en su casa los dieciséis años de Rosetta con una gran fiesta y en mitad de los preparativos, se habían quedado sin energía eléctrica. Habían llamado desesperados a mi padre que en ese momento se encontraba lejos de la ciudad arreglando las extractoras de un tambo y él me derivó el trabajo.

Cuando sus padres me vieron llegar, pensaron que siendo tan joven no estaría bien preparado para el trabajo y desconfiaron de mi idoneidad.. Estaban por despacharme para llamar a otro técnico, cuando de entre los invitados surgió mi prima Mirta con su amigo Martin, que resultaron ser muy amigos  de la cumpleañera y les dieron  garantías de mi capacidad.

Rosetta y mi prima cursaban bachillerato en un establecimiento distinto al mío, estaban en el mismo año que yo y eran compañeros de clase. Martín, enamorado de las dos, era su pagafantas personal

El problema eléctrico surgió porque habían conectado tantas cosas sobre el mismo tomacorriente, que terminó fundiéndose y haciendo saltar las protecciones de las instalaciones. Media hora más tarde, una vez cambiado el tomacorriente, reconecté todo mejor distribuido y repuse la energía en medio de aplausos y vítores de los parientes.

Haciéndome el payaso, agradecí los aplausos levantando un brazo y haciendo reverencias con el otro doblado sobre mi cintura, pero lo mejor estaba por venir, el beso de Rosetta agradecida por salvar su fiesta que erizó mi piel. Para mayor alegría mía, su padre me pidió que me quede en la reunión por si algo volvía a fallar.

La velada estuvo divertida y curiosa, con montañas de comida y bebida a raudales que Antonio se afanaba en servir y deglutir ante el reproche de su mujer. Por supuesto el varón no le hizo caso y un par de horas más tarde, roncaba en un sillón.

Situación que aprovechó su hermano para pasarse el resto de la noche bailando y rondando a su espectacular cuñada con la complacencia de esta y el enojo de su esmirriada esposa.

Llegado un momento de la noche, Rosa y su cuñado debieron llevar al desmayado Antonio a la planta alta para que se acueste debido a su calamitoso estado. Lo llamativo del caso, fue que tardaron más de media hora en bajar y al hacerlo, el pelo de Rosa ya no se veía tan arreglado y su maquillaje se veía levemente corrido.

Idéntica escena  trataba de emular su hijo con Rosetta, pero ella solo tenía ojos para mi. Al terminar la velada ya estábamos bailando juntos, ella vestida de fiesta y yo con ropa de trabajo.

A partir de ese día empezamos a salir y me convertí en el instalador y encargado de mantenimiento preferido de las obras de su padre y los locales de su tío.

Nos fuimos conociendo e intimando poco a poco, sobre todo por el poco tiempo que yo podía dedicarle a nuestra relación dadas mis múltiples ocupaciones, pero las salidas al cine o a bailar con amigos de los sábados a la noche eran infaltables. A la vuelta, los besos, abrazos y magreos en la puerta de su casa, me dejaban listo para mis sesiones onanistas al llegar a casa.

Eso sí, solo caricias sobre la ropa y siempre lejos de zonas pudendas. Las instrucciones de sus padres antes de cada salida, eran tan vehementes, que dejaban poco margen de maniobra para avanzar mas allá.

Llegando a fines de la carrera, ya estudiaba de noche y trabajaba prácticamente todos los días, había superado el metro ochenta de altura y producto del trabajo intenso y  pesado, era fuerte como un toro, solo la caja de herramientas pesaba como veinticinco kilos y ni hablar del peso de los tubos de acetileno y oxígeno, o los equipos de soldadura eléctrica.

Cumplidos los dieciocho años me autosustentaba, ayudaba en mi casa y me había comprado una moto usada y un trailer que me facilitaban el acceso a los trabajos y el transporte de herramientas.

Para ese entonces, cercano a alcanzar el título de técnico electromecánico, ya incursionaba en reparacion de maquinarias automáticas de control numérico y sistemas robotizados.

Uno de los últimos días del año me suspendieron un trabajo y decidí ir en la moto a buscar a mi novia a su instituto. Parado en la puerta viendo salir a todos, no la encontraba por ningún lado. Pensando que ese día no había concurrido a clase ya que eran los últimos días, estaba por retirarme cuando se acercó mi prima y verificando que nadie la viera, me susurró críptica al oído

-. Detrás de las tribunas del gimnasio.

Y se fue sin darme derecho a  réplica.

Con la mosca detrás de la oreja, me acerqué cauteloso donde me había indicado y lo que ví me dejó helado. Mi novia estaba sentada en una banca, echada hacia atrás con las piernas abiertas y con la espalda apoyada en la pared, besándose furiosamente con su primo, el capitán del equipo de básquet, -un ropero de dos metros- que con una mano le desabrochaba la camisa y con la otra le frotaba el chumino bajo las faldas.

- . Te gusta, puta ehh...

-. Si, sii... No pares... hmmm

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