Post-operatorio (3)
Tras una operación quirúrgica, deben recibirse ciertos cuidados especiales.
Tras la visita de Elena no tenía ninguna gana de volverme a dormir. Intenté entretenerme, en vano, viendo la televisión o leyendo el libro que mi hermana me había prestado. Por fortuna, no tardó demasiado en llegar Raquel, la que es mi actual pareja. Estaba deslumbrante, o eso me parecía a mí. Iba ataviada con una corta minifalda y un escueto top de tirantes atados al cuello. Dejó el bolso sobre la mesa y me saludó con un corto beso sobre los labios.
- Cómo te encuentras, cariño?
- Mejor, ahora que te tengo cerca.
- Estás cómodo? Te ahueco la almohada?
- No es necesario, gracias.
- Tienes sed?
- No, cielo.
La conversación se extendió por espacio de más de veinte minutos, alternando entre mi bienestar y la narración del día de Raquel.
- Pobrecito, debes haberte aburrido tanto... pero te voy a compensar.
Acercó su cara a la mía y me besó dulcemente. Sus besos se extendieron por toda mi cara, pasando por la boca, la nariz, la frente, la sien, la oreja, ... El ambiente se iba caldeando poco a poco, pero justo en ese instante apareció la enfermera, jovial y alegre, trayendo una bandeja con la comida de la cena.
- Siento interrumpiros tortolitos, pero el enfermo tiene que reponer fuerzas.
Raquel se apeó de la cama y mientras dejaba paso a la enfermera, se arreglaba la minifalda, la cual se le había subido demasiado. Antes de que la enfermera abandonara la habitación, Raquel y esta intercambiaron algunas frases animosamente. Al salir, la enfermera cerró la puerta de la habitación.
- Parece simpática.
Me dijo.
- No sabes cuánto.
Respondí.
Raquel continuó dándome conversación mientras yo daba buena cuenta de la comida. Realmente tenía hambre, aunque hasta ese instante no me había percatado de ello. Antes de que pudiera hacerme con el postre, Raquel tomó el platillo de lo que parecían unas natillas. Removió el contenido brevemente con la cucharilla y lo probó.
- Están buenas.
- Sí, y son mías.
- No te pongas así.
- Venga, dámelas.
- Cómo se pide?
Me preguntó burlonamente.
- Vamos, trae acá.
- A ver, cuánto me quieres?
- Menos que a las natillas.
Me golpeó en el brazo, fingiendo enfadarse.
- Está bien, está bien. Te quiero muuuuucho. Y ahora dame las natillas, por favor.
Tomó una cucharada y la dirigió hacia mi boca, como si me estuviera dando de comer. Yo abrí la boca pero, en el último momento, desvió la cuchara y se la tomó ella. Yo ya iba a protestar cuando Raquel acercó su boca a la mía y compartió las natillas conmigo en un beso apasionado.
- Estoy pensando... no crees que están un poco sosas?
Dijo después de separar nuestros morros.
- A mí me han sabido estupendas.
Respondí, agarrándola por la cintura y atrayéndola hacia mí.
- No sé, vamos a probar una cosa.
Dejó el pequeño platillo de plástico sobre la mesa y se quedó con la cucharilla. Se recostó sobre mí y me besó de nuevo. Sentí sus tetas aplastarse sobre mi pecho y noté su respiración ligeramente acelerada. Tomó una de mis manos y la dirigió hacia su minifalda, la cual se había vuelto a subir en exceso y dejaba fácil acceso a lo que bajo ella se ocultaba. Llevaba un pequeño tanga negro transparente, que yo le había regalado haría cosa de dos meses. Hizo que mi mano separara la delicada prenda interior, dejando así vía libre hacia su chochito. Acarició sus labios con uno de sus dedos, haciendo aflorar una sustancia transparente, fruto de su excitación. Bajo mi atenta mirada, frotó dos dedos lentamente y lamió las yemas con la punta de la lengua.
- Desde el momento en que entré en la habitación no he parado de lubricar.
Me confesó.
Entonces, acercó la cucharilla a su húmeda hendidura y allí la enterró. Segundos más tarde, la cuchara reaparecía cubierta de una sustancia brillante y transparente. Raquel me la dio a probar.
- Qué te parece?
- De puta madre, mil veces mejor que las natillas.
Raquel no fue capaz de continuar con el coqueteo y se avalanzó sobre mí, comiéndome la boca. Me besaba con ansia, como suele hacer cuando está muy excitada. Su mano derecha pronto se dirigió hacia mi paquete, el cual palpó con entusiasmo para comprobar su buen estado. Sólo entonces separó su lengua de la mía. Se levantó y agarró el bolso para sacar un preservativo. Aprovechó al mismo tiempo para quitarse el tanga y depositarlo sobre la bandeja.
Me colocó el condón con pericia y se situó sobre mí con el suficiente cuidado como para evitar hacerme daño. Lentamente, fue descendiendo su cadera, acercándose mi polla erecta a la entrada de su coño hambriento. Continuó bajando a ritmo constante hasta que mi verga entró por completo en su interior. Se movió hacia los lados, buscando la mejor posición y, una vez bien asentada, empezó a subir y bajar, controlando el ritmo del polvo en todo momento.
Sabía perfectamente cómo follarme, y lo estaba haciendo a la perfección. Yo simplemente me dejaba hacer, extasiado por su mera visión. Apoyó sus manos sobre mi torso y nuestras lenguas volvieron a encontrarse. Así, recostada sobre mí, frotaba su pubis pelón sobre el mío mientras mi polla entraba y salía de su coño. Se desató el top y lo bajó lo suficiente para liberar sus hermosas tetas, las cuales agarré gustoso, apretándolas y manejándolas a mi antojo mientras ella proseguía follándome. Se detuvo, se dio la vuelta y, dándome la espalda, reanudó su movimiento oscilante de arriba abajo. Así, podía admirar su trasero, que con la mini arrollada en su cintura, me permitía fácil acceso a su ano. Separando sus nalgas, procedí a introducir un dedo por su orificio trasero. Si bien aún no habíamos practicado la penetración anal, el ano solía formar parte activa de nuestros encuentros sexuales últimamente. Con el dedo medio de mi mano derecha metido en su culo, Raquel obtuvo su anhelado orgasmo. Enterró la cara entre las sábanas para ahogar los gritos de placer.
Tras recuperarse del éxtasis, volvió a darse la vuelta y a reanudar los besos. Siempre se pone extremadamente cariñosa después de tener un orgasmo. Poco a poco, fue recuperando el ritmo, recuperando también el suficiente grado de excitación propia para buscar un segundo orgasmo. Los lametones y chupetones sobre mi cuello dejarían huella durante, como poco, las próximas 24 horas. La pasión de sus besos cada vez aumentaba más. Su jadeos se convirtieron progresivamente en gemidos, y comenzó a cabalgarme con furia. Sus pechos se agitaban ante mis ojos de tal forma que apenas podía agarrarlos. Sus gemidos se convirtieron casi en gritos, pero a mí poco me importaba en esos momentos. Próximo a expulsar todo lo que quedara en mis testículos, miré fijamente a Raquel a los ojos, como me gusta hacer al correrme follando, y así fue como sentí la llegada de mi orgasmo. No pude evitar soltar un ronco gemido con cada eyaculación, lo que hizo que Raquel adecuara su ritmo para mi disfrute y placer.
Jadeante por el esfuerzo y con mi verga aún en su interior, contemplé cómo Raquel acercada sus dedos a su coñito repleto para juguetear con el clítoris expuesto y alcanzar así el segundo orgasmo. Sólo cuando lo logró, se dejó caer sobre mí, descansando hasta que ambos recuperamos el ritmo normal de respiración.
Llamaron entonces a la puerta, la cual se abrió sin esperar respuesta, dando escaso tiempo a que Raquel pudiera terminar de vestirse. La enfermera entró en la habitación y se dirigió hacia la bandeja, dispuesta a llevársela. Sobre ella, descansaban el condón usado y las bragas de Raquel. Haciendo caso omiso de esto, dijo:
- Vaya, te has dejado el postre, eh? Sólo vengo a recoger la bandeja y os dejo en paz. Por cierto, fuera hay una chica muy mona esperando para verte. La dejo pasar?
- Err, sí claro.
Respondí yo. La enfermera extendió con disimulo el tanga y el preservativo a Raquel, la cual los metió en el bolso apresuradamente. En la puerta, apareció mi hermana Lucía. Raquel dijo que tenía que marcharse y nos quedamos yo y mi hermana a solas.
- Pensé que te aburrirías y he venido para darte una sorpresa y hacerte compañía.
"Que dios me pille confesado", fue lo único que pensé al oír aquellas palabras salir de su encantadora boquita.