Post-operatorio (2)

Tras una operación quirúrgica, deben recibirse ciertos cuidados especiales.

Me quedé dormido durante un par de horas después de la peculiar experiencia vivida. Al poco rato de despertarme, apareció Elena, una buena amiga con la que tuve, en su día, un buen par de encuentros. Vestía unos ceñidos pantalones vaqueros y una interesante camiseta de tirantes. Sus tacones resonaban al andar y la abundante bisutería que decoraba sus manos tintineaba cuando levantaba los brazos. Verla me hizo recordar con nostalgia aquellos buenos ratos que pasamos como algo más que amigos.

  • Qué tal se encuentra mi jugador favorito?
  • Hecho polvo, como te podrás imaginar.
  • Venga, seguro que no es para tanto.
  • Es muy duro. No veo el momento de volver a jugar.
  • Ya, pero es porque estas paredes te deprimen. Ya verás cómo en cuanto te den el alta pierdes todo ese pesimismo.
  • No sé, ...
  • Ya lo verás. Todos estaremos a tu lado.
  • Lo sé.
  • Claro que sí.

Es extraño, pero su sola presencia ya me había animado. Sí, era una de las cualidades de Elena. Era totalmente incapaz de ver el vaso medio vacío, todo tenía su lado bueno, y además contagiaba su optimismo allá por donde fuese.

  • Y qué es tu vida? A quién se la estás alegrando ahora mismo?
  • Espero que a tí.

Respondió escuetamente mientras comenzaba a reírse. Optimista y evasiva, así era Elena. No le gustaba, más bien odiaba, hablar de sí misma. "Por tus actos te conocerán", solía decir, "para qué añadir más?".

  • Nunca cambiarás, verdad?
  • Crees que debería?

Se había sentado sobre la cama, a mi lado. Podía notar su ligero peso cercano a mi cintura. Su pelo castaño caía ondulado hacia sus hombros, ocultando parte de su piel visible. Aquel top que llevaba puesto me hizo recordar uno de aquellos buenos momentos vividos en compañía, precisamente porque era el mismo que llevaba aquella noche veraniega.

Después de que nos echaran del último bar abierto del paseo marítimo, echamos a andar por la larga playa. De pronto, Elena se volvió hacia el mar y dijo que le apetecía darse un remojón. Dos segundos después, se estaba quitando el top mientras se descalzaba hábilmente, para poco después, deshacerse de la minifalda y dirigirse al encuentro de las olas. Recuerdo cómo me impactó su desparpajo, pero no mucho más. Sí sé que aquella fue la primera vez que follé en la playa.

  • Sabes qué?

Elena me sacó bruscamente de mis recuerdos cuando ya casi podía recordar el tacto de sus pechos.

  • Me apetece hacer una cosa.

Se levantó y meneó su lindo trasero hasta la puerta de la habitación para, a continuación, y tras echar una rápida ojeada al pasillo, cerrarla.

  • Y creo que a ti te vendrá bien para olvidarte de esa absurda depresión.

Se puso delante de la cama, mirándome fijamente a los ojos y en un abrir y cerrar de ojos, se quitó el top con ambas manos, sacándolo por encima de su cabeza. Tampoco aquel día llevaba sujetador; no se podía decir que fuera una de sus prendas favoritas. Su pelo se alborotó sobre su cabeza y el tintineo de sus pulseras llenó mi cabeza, la cual no podía asimilar aún la desnudez de sus pechos.

  • Te acordabas de estas? Veo que te alegras de verlas. Ellas también se alegran.

Yo, en realidad, ya estaba cachondo desde el momento en que había comenzado a recordar la noche en la playa, pero la erección plena y total no apareció hasta aquel instante.

  • A ver cuánto has cambiado durante este tiempo.

Apartó de un tirón las sábanas blancas y fijó su vista en la montaña formada por mi erecto miembro. Rodeó la cama y se acercó a su objetivo. Lo tomó con una mano, abarcándolo por encima de la bata.

  • Parece que no has perdido la forma, eh?

Continuó acariciándome mientras hablaba. El tintineo de sus pulseras continuaba eclipsando mi mente. Elena destapó mis vergüenzas y se relamió al ver mi polla erguida.

  • Ni punto de comparación...

Dijo en un susurro.

Acercó su boca a mi verga y posó sus húmerdos labios sobre el glande. podía sentir su respiración sobre mi tallo venoso. Golosa, sacó su lengua para que estableciera un primer contacto. Humedeció mi capullo al completo y dejó varios regueros de saliva a lo largo del tronco de mi verga. Besos húmedos recorrieron mis pelotas mientras su mano izquierda esparcía su saliva caliente por todo mi miembro, en un ritmo lo suficientemente rápido como para hacer sonar la bisutería que llevaba en su muñeca.

Se subió a la cama con cuidado y se situó sobre mí, situando sus piernas a ambos lados de mi pierna sana. Comenzó entonces la felación con entusiasmo, como acostumbraba a hacer. Todos sus movimientos evocaban viejos recuerdos en mi memoria; no había cambiado su metodología en prácticamente nada. Hace tiempo ya era una experta en el arte del sexo oral y, al parecer, continuaba siéndolo. Periódicamente, cesaba en su labor mamatoria para darle un repaso a mis pelotas. Elena siempre hablaba de los huevos, o cojones como decía ella, como "los grandes olvidados del sexo masculino", y tal vez tuviera razón, pues ninguna mujer había tratado mis cojones de forma ni remotamente parecida. Mientras se dedicaba a dar lustre a mis huevos, sus manos se encargaban de mantener caliente mi verga.

Cuando lo consideró oportuno, algunos minutos más tarde, Elena decidió dejar que se reconciliaran sus pechos con mi enardecido miembro. Se saludaron como viejos amigos. Mi verga apoyó su cabeza sobre, primero, el pecho izquierdo, y después, el derecho. Pequeños hilachos, mezcla de su saliva y de las sutancias producidas por mis genitales, se extendían desde sus tetas hasta mi capullo, quebrándose frágilmente cuando se separaban los suficiente. El tacto de uno de sus pezones sobre el frenillo me obligó a cerrar los ojos mientras un escalofrío me recorría el cuerpo entero. Tras la primera toma de contacto, situó mi verga en el valle formado por sus tetas y se agarró las mismas firmemente, presionando dulcemente aquella barra de carne caliente y húmeda situada entre sus pechos. Según aumentaba la rapidez con la que sus pechos subían y bajaban, se acrecentaba el ruidito producido por sus pulseras al entrechocar entre sí. La cabeza de mi verga asomaba de cuando en cuando, curiosa, para encontrarse con la lengua húmeda de Elena.

Las continuas torturas de mi amiga desembocaron en la llegada de mi orgasmo. Inspiré profundamente, preparándome para la inminente eyaculación. Elana, conocedora de la situación, se preparó para recibir mi corrida, controlando mi miembro con sus pechos en espera del acto final y esperando con la boca abierta, la punta de la lengua rozando la abertura de mi pene al exterior. En apenas un par de segundos, comencé a correrme. El esperma expulsado golpeaba su lengua y resbalaba después hacia su barbilla, goteando sobre sus pechos.

Permanecimos de aquella guisa durante un corto espacio de tiempo, yo recuperando el aliento y ella mirándome a los ojos mientras se relamía, haciendo desaparecer los restos de semen de los alrededores. Le encantaba ver a su víctima derrotada, totalmente abatida tras el orgasmo. Esbozó su característica sonrisa y liberó mi aún morcillón pene de la opresión de sus tetas. Comenzó a recoger los restos de esperma de sus pechos con los dedos, llevándoselos a continuación a la boca. Tras dejar sus tetas impolutas, se acercó a mi menguante verga para dejar limpiarla también.

Cinco minutos más tarde, Elena volvía a estar vestida y sentada a mi vera, comentando la jugada. Finalmente nos despedimos dándonos dos besos amistoso, tal vez demasiado cercanos a los labios. Prometió volver a visitarme antes de que me dieran el alta. Yo, por mi parte, encantado de que así sea.