Post-operatorio (1)

Tras una operación quirúrgica, deben recibirse ciertos cuidados especiales.

Estoy hecho polvo. Acaban de operarme de la rodilla y voy a estar tres meses, al menos, de baja. Me puedo despedir de la temporada, y el equipo, de ganar la liga. Tengo la boca seca y una sensación bastante parecida al hambre, pero con tantas drogas circulando por mi cuerpo no acabo de estar seguro. Creo que será mejor que cierre los ojos y me duerma. Sí, eso mismo voy a hacer.

El ruido de una torpe enfermera fue lo que me despertó. Miré el reloj y vi que era la hora de la comida. Esperé sin demasiado entusiasmo a ver el tipo de bazofia que nos pondrían ese día. Es insufrible estar en un hospital. Por lo menos, la enfermera en cuestión no estaba mal del todo. En otras circunstancias, de hecho, le habría tirado los tejos y le habría echado un buen polvo, pero tal y como estaba, postrado en la cama de un hospital, lo más que podía hacer era evitar dar pena.

  • Buenas, dormilón, qué tal nos hemos despertado?
  • No me puedo quejar, supongo.
  • Tienes ya hambre?
  • Algo.
  • Me alegro.

Tenía una bonita sonrisa y una agradable voz. Además, su pecho (y su escote) eran más que decentes. Definitivamente, le daría un buen repaso. Pensar en aquello tuvo sus consecuencias, y una notable erección comenzó a gestarse en mis partes pudendas.

  • Aprovecharé para quitarte estas sábanas.

Dijo la enfermera, destapándome de golpe y dejando la tienda de campaña que formaba mi pene en la bata hospitalaria bien a la vista. Vi cómo su mirada se fijaba en el bulto que formaba mi miembro excitado y cómo me miró posteriormente a la cara. Una sonrisa se dibujó en su rostro.

  • Vaya, veo que sí que tienes hambre, eh?

Ni sabía qué responder ni me dio tiempo a pensarlo. Con una gran rapidez, la enfermera extrajo unos guantes de látex y se los colocó. Pocos instantes después, bajó mis pantalones con habilidad y soltó una pequeña risita al ver aparecer mi instrumento erguido. Me miró y me guiñó un ojo, al tiempo que situaba su mano enguantada sobre mi aparato y comenzaba a moverla de arriba abajo lentamente. Boquiabierto y con los ojos como platos, no lograba salir de mi sorpresa cuando veo cómo se desabrochaba un botón más de su uniforme, acrecentando su ya de por sí excesivo escote. Apenas vi ligeros indicios de un sujetador blanco. Al desabrocharse el siguiente botón, puedo ya admirar su seno izquierdo, aún tapado por el sujetador, que resulta ser semitransparente. Una oscura aureola se apreciaba fácilmente a través del mismo. Con una sola mano, y bastante maña, extrajo el pecho de la prenda opresora, mostrándomelo en todo su esplendor, apretado entre sus dedos. Perplejo, observé cómo aparecía en escena su lengua, cuya punta llega a lamer el excitado pezón que se mostraba ante mis ojos. Entre tanto, con la otra mano, la paja continuaba atosigando mi verga.

Cada cierto tiempo, el movimiento cesaba, lo cual no significaba más que un cambio de objetivo, pues mis testículos pasaban a ser el foco de atención. Mi excitación aumenta cada vez que nuestras miradas se cruzan. El morbo latente en sus ojos era sencillamente increíble. Decepcionada tal vez por mi pasividad, tomó mi mano para acercarla a su trasero.

Agarré con fuerza su nalga izquierda, la más cercana a mí, y aun por encima del uniforme, noté el buen estado de su trasero. Pensé que poco le importaría si mi mano iba más allá, de modo que introduje la mano por debajo del uniforme, logrando tocar su delicada y suave piel. Caricias, apretones e incluso algún arañazo, le di a su culo. De haber podido, le habría dado un buen mordisco a semejante pandero. Despreocupada, ella continuaba con la paja, cada vez más concentrada. Mi mano fue ascendiendo, comprobando en primer lugar la desnudez de sus nalgas (un tanga, supuse erróneamente), y más tarde, la desnudez total de su cadera por debajo del uniforme. Al profundizar mis dedos en el valle formado por sus nalgas, cerciorándome de dicha desnudez, percibí una vez más aquella ligera risita, al tiempo que su melódica voz me advertía:

  • Ey, cuidado! Eso ya no es mi culito, eh?

El tono de enfado no pudo resultar más falso, pero ella parecía divertirse con la situación. Como castigo, acrecentó el ritmo de sus manos sobre mi falo, acelerando así la llegada de mi orgasmo. Incrementó la presión de sus dedos sobre mi verga y fue intercalando ritmos de forma tremendamente placentera, llevándome al éxtasis cogido de la mano.

Mientras su mano descendía lentamente por mi polla, el primer chorro de espeso semen emergió con potencia disparado hacia arriba, elevándose unos diez centímetros para, posteriormente, descender y chocar contra su mano enguantada. La enfermera mantuvo su mano inmóvil, sintiendo las palpitaciones de mi verga, presionando con fuerza pero delicadeza, acrecentando las sensaciones que yo recibía. Nuevas emanaciones de leche espesa siguieron a la primera, cada vez con menor fuerza. Tras cinco o seis chorros de esperma, reanudó el movimiento, como deseando exprimir hasta la última gota. Unos segundos después, daba por terminada la paja y se separaba de la cama. Se deshizo de los guantes, los cuales arrojó a la papelera, y se recompuso el uniforme. Aún podía apreciar sus pezones erectos marcarse bajo su ropa. Su dulce y melodiosa voz volvió a hacer acto de aparición:

  • Cuando termines con la comida, me avisas para que recoja la bandeja.

Tras lo cual, enfiló hacia la puerta y desapareció de la estancia.