Post-desayuno, ¡con sorpresa !
¡No follaré! dijo ella de repente...
Post-desayuno, ¡con sorpresa…!
A la mañana siguiente volví a esperar a que mi padre se marchara y Beyda, temiéndose lo que venía a continuación intentó disuadirme de mis intenciones.
—Aday, ¡no podemos estar todos los días así! —me dijo intentando que me marchase.
—No, tienes razón. Hoy quiero algo distinto: ¡Bájate las bragas! —le ordené—, o…
—¿O qué, se lo contarás todo a tu padre? —replicó ella perdiendo la paciencia.
—¡Exacto! —dije yo cambiando mi actitud.
—¡No follaré! —dijo ella de repente.
—¡Tranquila, no es eso lo que quiero! —dije yo para tranquilizarla.
Se sacó las bragas por los tobillos y las guardó en un bolsillo de su vestido y como si lo anticipara se abrió el vestido y se mostró desnuda ante mí.
—Vamos súbete a la encimera y siéntate sobre ella —le pedí.
—¿Para qué? —preguntó ella inquieta.
—¡Tú hazlo! —dije yo perdiendo un poco la paciencia.
—¿Y ahora qué? —dijo finalmente tras sentarse como le había pedido.
Ahora ábrete y déjame ver tu raja. Dije yo mientras sacaba ya mi erección.
Mi petición la desconcertó, pero igualmente obedeció. Mientras yo me masturbaba ella se abría su raja y su interior sonrosado me maravilló.
Entonces pasé a la acción y sorprendiéndola me acerqué suavemente.
—¡Qué me vas a hacer!
—¡Tú calla, no te follaré! —dije yo para tranquilizarla.
Mi cara se acercó a su sexo y entonces ella comprendió cuáles eran mis intenciones.
—¡No, no me hagas eso! —dijo demasiado tarde.
Pues mi cara entró entre sus muslos y mi lengua se clavó en su sexo y comenzó a lamer desesperadamente. Al momento detecté su sabor salado y algo más zafio y natural, tratándose de un sexo femenino, pero no me importó en absoluto pues la calentura que tenía era tan grande que más que echarme para atrás me atrajo aún más.
—¡Para! —dijo ella protestando.
Yo pensé que lo decía porque no quería que yo hiciera aquello que estaba haciendo así que seguí aferrándome a su culo sobre la encimera.
—¡No lo haces bien! ¡Me haces daño! —aclaró quejándose.
Entonces sí me separé.
—¿Y cómo debo hacerlo? —dije yo respirando agitadamente pues la excitación que sentía se me salía por la boca y hacía que me faltase el aliento.
—Más suave y despacio —dijo ella finalmente.
Nos miramos y sentí que quería volver y lo hice. Ahora traté a su sexo con más delicadeza. Lamí suavemente sus labios de abajo a arriba. Me centré en su clítoris y lo rodeé con mi lengua, lo besé y luego lo chupé, todo muy despacio como ella me había dicho.
—¡Oh Aday, esto no está bien! —dijo ahora para mi sorpresa.
—¿Lo hago bien? —pregunté a modo de confirmación.
—Mejor, pero esto no está bien —repitió una vez más.
No la escuché, volví a comer su raja y puse más pasión, toda la que pude. Clavé mi lengua en su hoyo y ésta recogió sus jugos, estaba ciertamente excitada. Seguí lamiendo sus labios vaginales y volví a chupar y lamer su clítoris. Me centré en este último, poniendo la boca en forma de ‘O’ y succioné suavemente, sin prisa pero sin pausa.
Entonces pasó algo que no me esperaba. ¡Beyda se corrió en mi boca!
Entre estertores sus manos agarraban mi cabeza y su cuerpo temblaba y se convulsionaba. Apretó sus muslos y me dificultó seguir chupando como lo estaba haciendo así que me limité a sentir el calor en mis orejas y cómo su cuerpo se estremecía con mi boca frente a su caliente sexo. Finalmente este se tensó tanto que pareció un arco a punto de disparar su flecha y cuando ésta salió disparada, se relajó y cayó a plomo, sentado como estaba sobre la encimera de la cocina.
—¡Me alegra que te haya gustado! —le dije victorioso saliendo de entre sus muslos.
Ella me miró con cara extasiada, aún estaba disfrutando de las mieles del orgasmo, sin ser consciente muy probablemente de lo que allí había pasado.
Entonces saqué mi erección frente a ella y comencé a masturbarme con frenesí. Esta me miró desde su asiento, ligeramente por encima de mi cintura sobre la encimera y contempló como en pocos segundos mi eyaculación estallaba alcanzando un primer y potente chorro su sexo abierto ante mí y yo, al verlo, me acerqué un poco más y seguí escupiendo mi semen impactando de nuevo en su raja, la que me había comido tan sólo hacía unos instantes.
Beyda suspiró con sorpresa al sentir el primer impacto, luego se dejó hacer mientras una ráfaga de segundos y terceros impactos fueron llegando y perdiendo fuerza rápidamente, pero el daño ya estaba hecho, su sexo había sido regado por mi esperma y esto probablemente no se lo esperaba, pero a pesar de la sorpresa, no dijo nada…
Recuperando el aliento tras mi orgasmo frente a ella, terminé por coger un paño de cocina y limpiármela delante de Beyda, para luego guardarla en mi calzoncillo y subir la cremallera.
—¡Ya llego tarde! —le dije de improviso.
Y como si tal cosa cogí la mochila y salí corriendo de la cocina. Tiempo tendría ahora de limpiarse y pensar en lo que había pasado, tal vez no era aún consciente, pero algo había cambiado, pues yo le había dado placer y ella lo había disfrutado. ¡Quid pro quo! ¡Algo por algo!
Nota del autor: Éste relato corresponde al capítulo 6 de la novela La Madrastra, si te ha gustado puedes leer los cinco primeros en mi perfil de autor.