Posición Dominante
Clara se levantó y en la penumbra Alex contempló como la tela caía al suelo y su imponente silueta se adivinaba en la noche estrellada.
En algún lugar al oeste de Andalucía...
Este relato largo fue una idea de novela que no llegó a cuajar, pero por su extensión es en sí un relato autónomo, excitante y a la vez real. Nada de fantasías, sino algo que puede suceder, no por ello menos excitante, sino más bien al contrario.
Espero que os guste...
Posición Dominante
La tarde era calurosa, ya entrado el mes de Julio Lorenzo se hacía sentir con fuerza en la piel de toda criatura que se exponía por cualquier motivo a sus rallos implacables.
Alex tenía la frente sudorosa, los labios resecos y las manos húmedas y frías, si, se podría decir que estaba “algo” nervioso. Pero, ¿qué es lo que lo ponía en este estado? Pues muy sencillo, la revisión del último examen que había hecho y que lamentablemente había suspendido.
Mientras la profesora se deshacía en excusas para ponerle pegas a su examen, Alex tenía la mirada perdida por la mesa atiborrada de papeles y cachivaches de todo tipo: clips, grapadora, tijeras, rotuladores de todos los colores con los que dedicarse a ensuciar los exámenes de sus pobres alumnos y algunas tonterías personales como pequeños peluches, una foto con un grupo de amigas de cuando tenía algunos años menos y a juzgar por so aspecto actual algún kilo menos también y hasta una foto de una niña pequeña, rubia como ella y aunque Alex no era muy avispado en parecidos familiares diría que era su hija, pese a que no se conocía que estuviese casada por lo que se hablaba de ella en su facultad, de hecho no llevaba anillo de compromiso en su mano.
La profesora también sudaba lo suyo, sin duda debía acusar la falta de aire acondicionado en su despacho. Su único alivio en la habitación era un ventilador de pie que tampoco podía estar a su máxima potencia pues de este modo los papeles que cubrían su mesa buscarían acomodo por cualquier esquina del despacho.
Alex ensimismado en sus observaciones no pude evitar echar un vistazo a la persona que tenía detrás de la mesa y que hacía las veces de juez de sus conocimientos. Un detalle que Alex comprobó nada más tenerla cerca era el color de sus ojos, un verde oliva delicioso, éste era sin duda su color preferido para los ojos de una mujer. Su pelo rubio y rizado a media melena sobre sus hombros, aunque debido al calor hoy estaba recogido con una goma en su nuca. Sus mofletes indicaban un apetito poco contenido, seguramente por los bombones, chocolates y demás manjares que hacen las delicias de los gorditos con poca fuerza de voluntad. Pero lo que en este momento más llamaba la atención a Alex, a esa corta distancia, eran sus pechos, criados a base de las delicias antes mencionadas, y más concretamente su escote mostrado generosamente por la camiseta de tirantes roja que llevaba, y su canalillo, pues entre las dos voluptuosidades se formaba un profundo surco que se perdía hasta su abdomen.
Aunque hasta ahora podría pensarse en la deseabilidad de la señora profesora, lo cierto es que su figura distaba mucho de ser la de una persona rellenita, gozando de generosas curvas y michelines aunque su cara era la de una persona que sin estos kilos demás se calificaría como guapa. Tampoco llegaba al extremo de la obesidad aunque sí estaba en el límite que ofrecía la duda razonable de su peso.
Ensimismado como estaba en su contemplación, no podía advertir que su interlocutora había notado su falta de discreción en sus miradas y su sudoroso escote mostraba algunas perlas que se escurrían entre su profundo canalillo.
— Perdone Sr. Guzmán, ¿me está Vd. Escuchando? — le dijo de repente, sacándolo de su contemplación.
— ¡Cómo dice señorita...! ¡Oh, sí claro que la escucho! — contestó el inocente Alex viéndose sorprendido — ¿Entonces, no hay nada que hacer, no? — le preguntó para salir al paso de la embarazosa situación.
— ¡Desde luego con su interés por la revisión me temo que no! — le espetó torciendo el gesto su interlocutora.
Sabiendo que había metido la pata hasta el fondo, Alex trataba de no ponerse colorado, pero el calor que subía desde la boca de su estómago y afloraba su cara le indicaba lo contrario. Tenía que salir de la situación como fuese, o qué pensaría la profesora de su actitud, sin duda lo había pillado mirándole las tetas y esto incluso hacía peligrar su posible aprobado de septiembre, sólo le faltaba que le cogiese manía y no poder aprobar la última asignatura pendiente de su diplomatura de informática. Sólo de pensar en esto último se estremecía, pues una asignatura suspensa en tercero significaba que no podría matricularse de la licenciatura como deseaba y perder todo un año para recuperarla. Así que visto como se pintaba el panorama Alex optó por poner buena cara y disculparse con la señorita Clara.
— Señorita... lo siento, es que estoy muy nervioso, es la única asignatura que me queda de tercero y me gustaría aprobarla cuanto antes. Por favor perdóneme el despiste... — le rogó poniendo la expresión que mejor podía expresar su pena por el hecho.
— Bueno, bueno... Sr. Guzmán, acepto su disculpa, aunque si tan nervioso está lo último que debería hacer es despistarse y no prestarme atención a lo que le digo.
— Oh, si claro, entonces nos veremos en septiembre...
Sin duda hoy no estaba especialmente inspirado Alex, esta última y espontánea afirmación salida de su boca mientras su mente no medía sus palabras podía significar otro definitivo altercado con la profesora y dar por terminada su revisión.
— Pues sí que da pronto la batalla por perdida. ¡Hombre, no se así, intente convencerme de que merece aprobar!
— Si, y cómo puedo hacer eso, ¿tal vez rogándoselo? Pues estoy dispuesto ha hacerlo aunque no creo que esa sea la forma.
— No, ¿y por qué no? ¿Ha probado?
Alex quedó un instante en silencio. La conversación se estaba saliendo de madre y tenía que recapacitar sobre las palabras vertidas por ambos en los últimos segundos.
— Por favor señorita Salvatierra, estaría usted dispuesta a aprobarme el examen. Ya sé que estoy suspenso, aunque tal vez si lo mira desde otro punto de vista verá que en general he demostrado trabajar en la asignatura, aunque no lo demuestre mi examen suficientemente.
Aunque lo hubiese dicho Alex sabía que era para nada, y lo peor es que sentía que aparte de haberse puesto colorado, ahora ella se podía estar riendo por dentro al haber conseguido que le rogara para aprobar.
— No está mal Sr. Guzmán, me gusta cómo lo ha expresado. Aunque tal vez si Vd. ha trabajado la asignatura como dice debería demostrármelo.
— Bueno si, si quiere puede hacerme algunas preguntas para comprobarlo — dijo Alex tragando saliva pues sabía que estaba un poco verde en el examen por falta de tiempo para estudiar y podría no saber responder a lo que le preguntase.
— La verdad Sr. Guzmán es que hace mucho calor y aún hay gente esperando en la puerta para revisar su examen. Pienso que si no tiene inconveniente podría pasarse esta noche por mi casa y explicármelo durante la cena.
La saliva se atragantaba en la esforzada garganta de Alex, que no daba crédito a lo que sus oídos decían que habían dicho la Sta. Salvatierra: ¿le estaba proponiendo una cita o era su imaginación?
— ¿Quiere que vaya a cenar a su casa y hablar de la asignatura allí? — le preguntó Alex como única alternativa lógica a lo que creía le estaba proponiendo.
— Si, ¿por qué no? No está diciendo que quiere aprobar esta asignatura, pues tiene que ser valiente y aceptar mi propuesta.
Durante unos segundos que se le hicieron eternos, Alex no supo qué responder. Las preguntas se atropellaban en su cabeza, cosas como: ¿querrá ligar conmigo para aprobar?, pero no me gusta, está tan... gorda. De modo que su respuesta fue un tímido balbuceo.
— ¡SSSS! — siseó.
— Cómo dice Sr. Guzmán. ¿Quiere o no quiere venir?
— ¡Sí! — volvió a contestar levantando la voz más de lo que hubiese querido, ya estaba pensando en qué excusa poner cuando saliera y la gente le preguntase por esta subida de tono.
— ¡Muy bien, pues le apunto mi dirección! Aquí tiene — la Sta. Clara le tendió una tarjeta donde había escrito la calle y un número —. Por cierto, Sr. Guzmán, venga un poco decente a verme, yo también me arreglare un poco ya que se ha decidido a visitarme. ¡Ah, y sea puntual, lo quiero allí a las 10 en punto!
Un simple “vale” fue la respuesta que se le ocurrió al atolondrado alumno.
Durante toda la tarde tuvo tiempo de machacar la conversación que había tenido con la señorita Clara. Punto por punto, coma por coma fue capaz de recordar las palabras exactas de las frases que más le habían impactado. Alex podía no ser un estudiante aventajado pero esta facultad suya de recordar frases exactas de sus conversaciones era un don natural para el que no tenía que estudiar.
Muchas fueron las suposiciones que se hizo, y todas iban encaminadas en una misma dirección: la Sta. Salvatierra se estaba aprovechando de su posición dominante para obligarlo a mantener una relación sexual con ella. Alex no es que fuese Tom Cruise, era más bien un chico del montón. A sus 21 años no ligaba nada, como el resto de sus amigos de la carrera, sólo se cogía el punto con 2 ó 3 cubatas cuando salía, no más, y se hartaba de ejercer el deporte nocturno masculino: mirar y admirar “niñas”. Sus manos expertas habían aprendido el arte de la autosatisfacción y le ayudaban a pasar esta etapa de sequía en su vida. No es que no hubiese tenido experiencias, sólo que estas habían sido más bien en su adolescencia, ya olvidada a estas alturas, y desde entonces... nada.
Como dije antes el aspecto físico de la Sta. Salvatierra era el de una gordita simpática y algo inocente que hacía oídos sordos a los comentarios que se vertían sobre ella en los foros del alumnado sobre sus kilos de más. A Alex no le gustaba criticar, aunque entre sus amigos como todos alguna vez se había reído de la profesora con los comentarios de algún ingenioso compañero, más ocupado por sacarle chistes que por atenderla en clase.
Pero, ¿qué pasaba si tenía que follársela esa noche? Condones no tenía desde luego, ¿para qué? Ya que lo buscaba ella que se preocupase de las medidas anticonceptivas. Después de todo iba obligado por las circunstancias.
A medida que pasaban las horas y era incapaz de dormir la siesta sus pensamientos se agitaban y apaciguaban como las mareas que mecen el océano a capricho de la diosa Luna. Estaba convencido o por lo menos lo intentaba que si esto llegaba a ocurrir no tendría por qué ser desagradable, después de todo era un polvo y ya ni se acordaba de lo que se sentía al meter el miembro en la húmeda y caliente cavidad femenina.
Aunque parezca de un machista asqueroso en los tiempos que corren, se acordaba de lo que decía un compañero de estudios: “Ninguna mujer es fea por donde mea”.
En fin, que las horas pasaron y cuando Alex tuvo tiempo de buscar la dichosa dirección se dio cuenta de que estaba a las afueras de la ciudad y por lo que parecía a primera vista tenía que ser una casa pues no había puesto piso ni letra.
Lorenzo, ya avanzada la tarde, proyectaba una cálida luz anaranjada sobre los ladrillos de aquella nueva urbanización. Chalés adosados de envidiable aspecto se amontonaban sobre las calles empinadas de aquel cerro que antes estuviera cuajado de olivos y hoy aparecía cuajado de ladrillo rojo convenientemente colocado formando los muros de las casas e igualmente rojas tejas cubriéndolas.
— ¡Cómo vive la tía! — exclamó en voz alta desde el interior de su destartalado Seat 127, coche de estudiante de familia con pocos fondos para caprichos juveniles.
Le resultó un poco difícil localizar la calle en la zona pues ni los mismos residentes sabían sus nombres debido a la reciente mudanza al lugar, pero finalmente dio con el número indicado. La casita del final de una calle desierta por el calor de aquella tarde de verano.
Lindando con lo que quedaba de olivos aún no consumidos por el urbanismo salvaje del ayuntamiento local estaba la casita bien parecida de la profesora, con un cuidado jardín y seto bien cortado se encaminó hacia la puerta de acero que daba acceso al mismo y llamó al timbre.
— ¿Quién es? — preguntó una voz distorsionada por la poca calidad del audio del portero automático.
— Soy yo, Alex Sta. Salvatierra, Alex Guzman — aclaró el muchacho aclarándose la voz.
— ¡Ah sí Alex pasa! — contestó la voz en un tono amable y dicharachero.
Alex franqueo la puerta de metal y vio abrirse la siguiente puerta ya de la casa, de madera color claro con una cristalera de colores en forma de media luna en su parte superior. Observo a la señorita Clara salir de la misma con un vestido negro como de encaje que a medida que se fue acercando mostró unas transparencias que muy probablemente lo harían enrojecer a lo largo de la cena.
— Oye Alex, vienes muy guapo, la verdad es que me preocupaba haberte molestado con el comentario, pero no quería que te presentases aquí con bermudas y chanclas — le confesó la profesora invitándolo a sentarse en un muy bien decorado salón.
— Oh, no, no pasa nada señorita, Vd. también está muy... guapa. Se ha arreglado muy bien.
— Gracias Alex, pero por favor la primera regla de la noche es que tenemos que tutearnos y llamarnos por nuestros nombres, así que llámame Clara con total tranquilidad.
— Vale Clara, me parece bien.
El sofá era muy cómodo, tapizado en tono beige con una tela muy suave al tacto y confortable sin llegar a ser blando en exceso. Ambos estaban sentados en sus extremos.
— ¿Te ha resultado muy difícil encontrar la casa? Me mude hace un año aquí y mucha de la gente que vive por aquí lleva menos tiempo aún que yo y no conocen las calles.
— Si, es cierto, he tenido que preguntar bastantes veces.
— Por cierto, qué quieres beber, o si te apetece podemos comenzar a cenar ya. Tengo la mesa puesta.
Al decir esto Clara Alex reparó en la mesa que tenía en frente en el salón, donde ya esperaba a los invitados lista para que se sentasen al banquete. Sin duda la profesora demostró ser haber trabajado mucho para prepararla, pues había en ella copas de calidad, platos y cubiertos colocados como manda el protocolo, un par de velas de finos candelabros de vidrio y hasta un centro de flores que Alex sospechó que habían salido del cuidado jardín que cruzara al entrar en la casa.
— ¡Pero hombre, no te quedes ahí, siéntate! — quieres un poco de vino tinto, a mi me gusta tomarlo con casera ahora en verano, así refresca como la cerveza.
— Si, está bien, tomaré tinto de verano.
Conforme Alex se acomodaba en la silla podía observar la buena pinta de la fuente de ensalada tropical que había en el centro de la mesa, así como otra de canapés variados a su lado.
— Si te parece podemos toma para empezar un poco de ensalada y algunos canapés, son de patés variados y están riquísimos.
— Muy bien, aunque la verdad es que no se si tengo mucha hambre.
Y no era para menos Alex estaba temblando y bajo estas circunstancias el apetito no es muy confiado que digamos.
— O Alex, sin duda debes estar muy nervioso. Bueno si quieres vamos a beber un poco de vino y charlamos un rato hasta que cojas confianza, ven, volvamos al sofá — le invitó su anfitriona levantándose de la mesa y volviendo al punto inicial.
El silencio se hizo presente unos segundos en los cuales Alex comprobó como Clara no dejaba de sonreír con su copa de vino en la mano mientras lo miraba. Instintivamente lo único que se atrevía ha hacer era beber de su copa mientras aguantaba el tipo estoicamente.
— Verás Alex, comprendo que esta situación te ponga nervioso, no te creas que yo no lo estoy. Ante todo quiero que sepas que esto no es lo habitual en mi, no invito a alumnos a mi casa, pero en tu caso... eres una excepción — le confesó su anfitriona antes de dar un sorbo de su copa manchando con el carmín rojo de sus labios el cristal.
— No sé qué decir señorita... yo...
— Clara, llámame Clara, así te resultará más fácil.
— Está bien.
Dejando su copa en una mesita auxiliar invitó a su acompañante a dejarla junto a la suya y cogió sus manos.
— Dicen que cuando un hombre y una mujer están nerviosos por la presencia del uno junto al otro lo mejor es hacer manitas, ves, así nos tranquilizaremos los dos.
Clara frotaba las manos de Alex entre las suyas y a juzgar por lo sus palabras llevaba razón en lo que afirmaba.
— Te sientes mejor, ya sé que esto parece una tontería pero funciona, o al menos eso creo…
— Bueno sí, la verdad es que sí — confiesa Alex mientras degusta el delicioso perfume que se ha puesto su anfitriona.
— Otra cosa que dicen que también va muy bien es la sinceridad, así que voy a dar ejemplo sincerándome contigo…
Clara dejó ahora las manos de Alex en sus piernas, colocando las suyas sobre ellas y manteniéndolas debajo.
— Verás Alex, mi intención es que te sientas lo más cómodo posible durante la cena, ya sé que te he “obligado” a venir, pero no te voy a obligar a nada más, ¿entiendes Alex?
El joven sitió como algo en su interior despertaba y poco a poco apretaba su entrepierna. No podía estar seguro aún pero creía que era excitación. ¿Excitación por aquel maravilloso perfume? O tal vez, por aquel cuerpo rollizo? Sin duda Alex no había sentido antes aquella atracción por la carne abundante, sólo podía recordar vagamente alguna fantasía cuando era un adolescente que comenzaba a explorar su cuerpo con la madre de alguno de sus amigos, mucho mayor que Clara, desde luego. Pero ahí estaba su amiguito, pidiendo ser presentado a tan generosa dama.
— Bueno señorita… la verdad es que me sigo sintiendo algo incómodo, pero he de confesar que poco a poco me voy encontrando más tranquilo con Vd.
— ¡Oye, no me llames señorita Alex! ¡Por favor de tú! — le increpó su anfitriona mostrando el ceño fruncido para mostrar pasajero enfado, aunque endulzándolo con su mejor sonrisa.
— ¡Está bien! Clara, te tomo la palabra, si te parece comenzamos la cena y así podemos ir charlando, ¿no? Tengo un poco de hambre, la verdad.
— ¡Estupenda idea Alex, vamos a la mesa!
Al levantarse, Alex observó su generoso trasero, contoneándose con su vestido ceñido a la cintura y caderas.
Durante la cena ambos conversaron de lo típico, de donde eran, si tenían más hermanos, pero llegó un momento a la hora del postre, en el que las preguntas fueron ya más indiscretas.
— Clara, la tarta está deliciosa, ¿y dices que las has hecho tú?
— Pues sí amigo, yo misma esta tarde.
— Pues te ha salido de maravilla, cocinas estupendamente — la felicitó el muchacho como muestra de su agradecimiento.
— Gracias Alex. ¿Sabes?, tengo curiosidad por saber una cosa, ¿si te hubiese invitado sin ofrecerte el aprobar la asignatura hubieses aceptado?
Sin duda la pregunta era del todo embarazosa, porque Alex se dio cuenta de que si decía la verdad la ofendería y si mentía tal vez no lo creería, así que ante la posibilidad optó por la segunda opción pues la primera implicaba el “suicidio de la reunión”.
— La verdad Clara es que me sorprendió mucho la propuesta, y creo que hubiese aceptado aunque no se tratase de mi examen — afirmó sonriendo el joven Alex.
Tras una pausa en la que la mujer dio un sorbo a su copa, manchándola un poco más con el carmín de sus labios, contestó al chico.
— La verdad Alex, es que mientes muy bien, pero no me importa, aunque sea sólo por esta noche, lo estoy pasando muy bien y me alegro de haberte “invitado”, aunque haya sido un poco aprovechándome de la necesidad de tu aprobado. Pero dime otra cosa, ¿te gustaron mis tetas esta mañana en el despacho, no paraste de mirármelas durante un buen rato?
El invitado nuevamente sintió que la pregunta llevaba fuego en cada palabra, y nuevamente optó por esquivarla.
— ¿Se las miraba?, no sé, no me di cuenta.
— Ya, pues un poco más y te metes en el canalillo. ¿Acaso crees que soy tonta? — le espetó la mujer poniéndolo entre la espada y la pared como se suele decir.
El silencio se hizo entre los comensales, un silencio de esos en los que la tensión se puede notar en el ambiente.
— Bueno Clara, la verdad es que si, tengo que admitirlo, me fijé en tus pechos.
— ¡Ya era hora hombre! La primera verdad en los últimos minutos. Pues muchas gracias Alex, me halaga tu sinceridad igual que me gustó que me las mirases en el despacho. Es más tengo que confesarte que fue este el indicio que me movió a planear esta encerrona por mucho que te pese, pues si yo no hubiese notado tu interés por mis atributos sin duda no lo habría hecho y la revisión hubiese acabado sin más.
Alex no sabía qué decir, ahora se sentía a su merced, era ella la que tenía el bastón de mando y la que podía hacer de él su marioneta. Aunque a decir verdad en parte la comprendía, aparentaba no tener muchas citas en su vida y aquella noche parecía ser algo especial para ella. Y en el fondo llevaba razón con lo que decía, sus tetas eran sus mejores armas de seducción, todo hombre desea unos pechos turgentes para acariciar, besar o chupar.
— Oye, Clara, ¿te puedo hacer yo ahora una pregunta?
— ¡Si, claro, por supuesto, adelante, no tengas miedo! — lo animó Clara dejando la copa de nuevo en la mesa, ya estaba bastante entonadilla y esto se notaba en sus ojos.
— Verás, en tu despacho hubo un detalle que me llamó la atención, y fue la foto de la niña que tienes encima de la mesa, ¿supongo que es tu hija, no?
— Supones bien. Y anticipándome a tu próxima pregunta has de saber que la tuve muy joven, demasiado, y que ahora tiene 20 años ya y está estudiando en otra provincia. Por eso no está aquí.
— ¿Estuviste casada entonces?
— No hombre, ¡qué va! Fue por un tío del que me enamoré y que después, cuando me quedé embarazada me dejó tirada como un trapo, ¡el hijoputa!
Alex ser sorprendió, la verdad es que era la primera vez que escuchaba a la señorita Salvatierra soltar un taco.
— Ahora me toca a mi preguntar, ¿y tú? ¿tienes novia?
— Pues no, tuve un ligue de adolescencia pero después ella se mudó a otra ciudad con sus padres y desde entonces no he vuelto a saber de ella, ya sabe, la distancia lleva al olvido.
— Pero tendrás a lo mejor alguna amiguilla por ahí, ¿no? En fin, un chico joven como tú no podrá pasar sin mantener relaciones mucho tiempo.
— Pues si quieres que te sea sincero, el tema no es tan fácil como lo pintas. Amigas sí, más o menos y conoces chicas pero no hay que ligue hoy día…
— Vaya, pues la verdad, a mi me pareces bastante guapo como para no tener chica. Me dejas sorprendida.
Tras una animada conversación, un silencio incómodo se estableció entre ambos, del cual parecía que ninguno era capaz de salir. Pero cuando la situación se hacía ya casi insostenible, la iniciativa de la anfitriona sorprendió al muchacho, no en vano la diferencia de edad era un grado en esta ocasión.
Clara se levantó de la mesa y se acercó a Alex cogiéndolo por la mano e invitándolo a seguirla, él sin comprender aún, se dejó llevar confiado. Subieron por la escalera de la casa hasta la primera planta y continuaron por otra escalera hasta salir a la azotea.
La noche era clara y estrellada, una típica y cálida noche de verano. Allí en la terraza corría ya una suave y fresca brisa que invitaba a quedarse mirando al cielo. Para su sorpresa, Clara le indicó al chico una esquina de la terraza, donde había algo negro tirado en el suelo. Aún sin ver claramente lo que era, su anfitriona lo invitó a agacharse y tumbarse en él, sirviendo ella de ejemplo. Entonces descubrió que se trataba de un colchón de aire, hinchado y preparado sin duda para la ocasión. Alex se sorprendió de lo estudiado y preparado que lo tenía todo la anfitriona.
— Vamos Alex, túmbate aquí, hay mucho sitio — le dijo para animarlo seguirla en su tumbada —. Qué noche tan fantástica hace Alex, mira qué cielo se ve.
En la urbanización, debido a su reciente construcción, el alumbrado de las calles aún era deficiente y en la que estaba la casa de Clara, que era el final de esta, más aún. Lo que permitía que la contaminación lumínica del cielo fuese mínima y por tanto se pudiese contemplar el cielo estrellado con una mayor nitidez.
— Si Clara, tienes una casa maravillosa y esta vista es magnífica.
— Gracias Alex, este colchón lo tengo aquí para las noches en que hace mucho calor. A veces me subo a dormir aquí y me quedo dormida mirando a las estrellas. En estas noches de tanto calor es donde mejor se duerme.
En la oscuridad de la noche Alex no se dio cuenta de la intrusión que se cernía sobre su espacio vital y cuando lo notó su mano estaba ya en su muslo, subiendo por su entrepierna. Instintivamente dio un respingo.
— ¡Qué pasa! — exclamó Clara con signo de contrariedad ante la aparente desaprobación del muchacho.
— No nada Clara, es que no te había visto y me he asustado pensado que fuese algún bicho… — se apresuró a explicar Alex —, no sé una lagartija o algo así.
Clara soltó una carcajada que resonó en el silencio de la noche.
— Me habías asustado Alex. Sabes es que había pensado que tal vez no te importaría que nos acariciásemos un poco, a ver si surge la chispa entre nosotros.
— Bu… bueno… está bien — balbuceó Alex sin saber qué contestar un poco atropellado por la situación.
La mano intrusa le frotaba el muslo y la entrepierna, subiendo hasta estar muy cerca de su paquete, pero sin invadirlo aún. En su lugar lo esquivó y pasó por su estómago hasta su camisa y su torso. Allí sus botones fueron cayendo desabrochados y cuando tuvo espacio dentro de ella acariciando sus pectorales, describiendo círculos en sus tetillas y poniéndolas erizadas.
Alex estaba confuso, casi paralizado, no sabía si pasar a la acción o dejarse hacer por su anfitriona. Lo cierto es que las caricias por sus tetillas nunca las había sentido y le producían cosquillas y ciertos escalofríos. Así que decidió ver qué cosas podía aprender de una cuarentona caliente como parecía estar su nueva amiga.
Sin duda unos instantes después se alegró de esto, pues notó como la respiración de Clara se aproximaba a su pecho y mientras su mano descubría su pecho de la camisa que lo cubría, entonces notó sus labios y su lengua húmedos y calientes posándose en su tetilla y chupándola dulcemente mientras la mojaba con su saliva.
Clara continuaba chupando sus tetillas, continuando con sus besos en el pecho de Alex mientras pasaba de una a la otra. Su mano mientras tanto había vuelto de nuevo a las partes bajas del cuerpo del muchacho, acariciando su ingle pero aún sin llegar a su miembro que sin duda estaba luchando por decir “aquí estoy yo”.
Sus besos húmedos y su lengua ágil bajaban por su barriguilla hasta su ombligo y cuando todo parecía que se encaminaba en una dirección, se desvió hasta sus riñones y costado chupando y lamiendo por donde pasaba su boca.
Alex estaba fuera de sí, sentía su miembro palpitar en sus calzoncillos y cayó en la necesidad de tomar la mano que se paseaba desde su rodilla hasta su entrepierna y posarla sobre bragueta, indicándole donde quería que continuasen las caricias.
— ¡Ummm cariño, ya parece que has despertado! Pero aún no es la hora… — confesó su dueña, otorgándose potestad sobre la voz cantante en la relación.
La mano en su lugar desabrochó el pantalón del chico, haciéndole creer que pasaría en breves momentos a cosas “más interesantes”, aunque Alex tenía que admitir que de momento todo lo que le había hecho su ama era “muy interesante” y nuevo de por sí. No como las relaciones sexuales que había tenido hasta el momento; atropelladas, precipitadas y que en seguida se perdían en una carrera hacia el ansiado orgasmo.
En su lugar la experta mujer estaba jugando con el chico y él se dejaba llevar disfrutando como con ninguna mujer lo había hecho hasta entonces.
A estas alturas Clara le bajaba los pantalones y lo dejaba en calzoncillos, pero sin llegar a tocar su pene ni anexos aún. En su lugar le besaba los muslos hasta las rodillas y desde ellas hasta su ingle.
Cuando el chico estaba ya al borde de la locura Clara se retiró y se tumbó boca arriba en el colchón, dejándolo con la miel en los labios.
— Bueno chico, ahora es mi turno, pero no desesperes si te como tu cosita ahora mismo me inundas la boca de leche y no queremos terminar aún, ¿verdad? A ver lo que sabes hacer, demuéstraselo a tu profe preferida — le explicó al chico para suavizar su decepción.
Alex atajó el cambio de planes con entereza y se dispuso a zambullirse en el cuerpo rollizo que tenía delante. En parte la aventura lo llamaba y le excitaba pensar en descubrir los secretos del cuerpo que tenía delante y a su disposición, expectante ante sus caricias. Pensó en tocar aquellos hermosos y generosos pechos pero cambió de opinión… ¿qué le había hecho ella? Desesperarlo y no tocarle las partes donde él quería que le tocase, así que pensó en hacerle lo mismo.
Pero claro, el vestido largo que llevaba su anfitriona le impediría actuar con libertad y desplazarse por cualquier parte de su imponente cuerpo, así que optó por hacer su única petición.
— Clara, ¿te puedes quitar el vestido? — le preguntó amablemente.
— Por supuesto cariño, así podrás acceder donde tú quieras de mi cuerpo, hazme lo que quieras, estoy deseando ver de lo que eres capaz — contestó ella mientras se levantaba.
Clara se levantó y en la penumbra Alex contempló como la tela caía al suelo y su imponente silueta se adivinaba en la noche estrellada. Su cuerpo no era el de una modelo, era mejor, ¡era real! Carne generosa, carne voluptuosa, carne sensual y apetecible. En una cantidad que invitaba a desbordarse y perder la cabeza entre las curvas exageradas de una mujer que derrochaba pasión en su interior, como ya le había demostrado con creces.
— Ya que estoy, ¿quieres que me quite las bragas y el sujetador?
— ¡Oh sí, perfecto!, así no tendré ningún obstáculo para descubrir tus más íntimos secretos — le confesó Alex, susurrando en la noche.
Ya de vuelta en el colchón Clara se tumbó junto a Alex, que esperaba expectante. Y de nuevo tuvo su cuerpo a su entera disposición, así que se volvió a plantear ¿por donde empezar? Y decidió comenzar por su cuello, besándolo y dándole chupetones profundos en la yugular, lo que debía hacer cosquillas a Clara que se retorcía y reía.
Bajando por su cuello se metió entre sus dos tetazas, lamiendo su canalillo con avidez. Para su sorpresa Clara tomó sus pechos y los apretó contra su cara como si fuese el jamón del bocadillo y la sensación no le desagradó en absoluto, su tersura y suavidad lo abrumaban y aunque había pensado en dar un rodeo no pudo evitar el coger aquellas deseables máquinas de amamantar entre sus manos para comprobar directamente su tamaño y suavidad. Quedó muy complacido, especialmente por lo gordos que se le habían puesto los pezones, y por lo duros, como garbanzos del puchero, así que decidió probar aquel manjar con su boca y su lengua, degustando primero el derecho y luego el izquierdo, disfrutando igualmente tanto en uno como en el otro y tras esto colmando de besos caricias y chupetones toda la superficie de sus prominentes pechos.
Tras dejarlos atrás Alex continuó bajando en sus caricias por su barriguilla, aquella curva de la felicidad que Clara alimentaba con igual placer, pues la comida es el primer placer que todos experimentamos y al que muchos y muchas como ella no podían dejar de ser adictos. Pero lejos de sentir repulsión, sintió comprensión, por una sociedad que margina aquello que unos pocos imbéciles tildan de feo o poco deseable. Él la besó desde sus riñones hasta sus ingles, deteniéndose allí donde el pelo debía crecer en abundancia, pues para su sorpresa descubrió que Clara era muy exigente con su acicalado íntimo y tenía rasurada toda su raja y a su juicio especialmente rasurada para la ocasión, esto lo excitó más y le hizo desear el momento en que se encontrase con ella cara a cara, o más bien dicho nariz a raja.
Pero aún no había llegado el momento, decidió esquivar aquel apetecible fresón y continuar por las suaves columnas de carne que formaban sus muslos, besándolos y acariciándolos hasta sus pies. Llegado este momento pidió que se girase a la ya excitada mujer y para su sorpresa comenzó a besarle el trasero.
Sus cachetes redondos como balones, otra parte de su anatomía que no sería políticamente correcta para una top-model pero que para el muchacho era el trasero mas excitante en aquellos momentos de tensión sexual. Hasta se permitió la indiscreción de hundir su lengua el canalillo donde se juntaban sus redondas posaderas, lo que su anfitriona felicitó de viva voz apremiando su buen hacer.
— ¡Oh Alex, qué bien lo haces, qué bien! — le confesó entre suspiros y continuó — ¡Sigue así!
Así que cambiando el devenir de los acontecimientos hasta el momento hizo que se girase de nuevo boca arriba tirando de su hombro con algo de brusquedad, el amor es impetuoso por naturaleza y Alex estaba ya decidido a tomar la fruta prohibida que antes esquivó.
Su sumisa anfitriona gimió más alto de lo acostumbrado a estas alturas al sentir ver cómo el muchacho separaba sus muslos con el mismo ímpetu que la había hecho girar y a continuación se zambullía entre ellos clavando su lengua justo en su raja y moviéndola de arriba abajo frenéticamente. Pero Alex, conocedor de la naturaleza delicada de la mejor parte de la fruta que ahora se comía ralentizó sus actos justo al llegar a su clítoris, donde su lengua dejó paso a sus labios que en forma de O chuparon aquel pequeño y dulce apéndice.
La raja de Clara era un mar de jugos suaves y calientes que indicaban su disposición para pasar a palabras mayores e incluso tal vez su estado a punto del orgasmo, por lo cual la experimentada mujer detuvo a su fogoso lamedor y le indicó que se tumbase.
Había llegado su turno y sin más dilación se tragó su pene en un estado envidiable de erección hasta su base y lo mantuvo en su boca durante unos segundos que a Alex le parecieron eternos, tras los cuales comenzó un estudiado movimiento de cabeza combinado con suaves succiones del joven falo.
El mar de sensaciones que provocaba en Alex las especiales caricias de Clara le hacían creer que estaba en el paraíso, pero sensatamente supo bajar de la nube cuando aquella sensación tan conocida para un hombre de la proximidad del precipicio final al máximo disfrute se aproximó peligrosamente.
Deseaba follar con Clara, follar como una bestia con aquella mujerona que tan buen rato le estaba haciendo pasar. Ciertamente es anecdótico el que en este momento se acordase de que estaba allí por querer aprobar aquella asignatura a toda costa, quién le iba a decir a él que la atropellada situación en la revisión del examen ocurrida durante la mañana le iba a traer tan buenas sensaciones al termino del día, ya entrada la noche.
Y la noche terminó con la pareja de amantes abrazados, exhaustos tras los esfuerzos realizados y muy satisfechos por los placeres obtenidos.
Llegados a este punto de la historia, note el lector que aquí el narrador ha decidido no proseguir con lo que sucedió más allá de este punto en aquel polvo a propósito, pues qué mas excitante para el propio lector que imaginarse cómo continuaron, que formas amatorias adoptaron durante el coito y qué explosivo final tuvieron ambos, probablemente uno antes que el otro y que tan satisfechos los dejó al eliminar toda la tensión sexual acumulada durante los largos preliminares a que se habían sometido. Imagine, continúe imaginando el lector, pues este narrador, lo repito, no quiere arruinar esos excitantes detalles que surgen de su mente.
Nota del autor: Este relato lo escribí en 2004 (apenas un año después de comenzar a publicar aquí) y lo he dejado tal cual, probablemente si me conoces hayas notado el cambio de estilo o tal vez no, en fin, si te ha gustado y quieres leer más relatos míos, visita mi página de perfil (https://www.todorelatos.com/perfil/6632/)