Posando para la foto y nada más.
Una joven de 20 años decide vengarse del engaño de su novio simulando unas fotos teniendo sexo anal con un hombre de 45 años, que le promete autocontrolarse y únicamente ayudarla a hacer las fotos sin segundas intenciones. ¿Podrá Luis contenerse frente a semejante tentación?
Después de quince años de casados, me separé de mi mujer. A los 45 me resultaba difícil adaptarme a nuevas plataformas como Tinder, Facebook o Instagram para entablar una nueva relación. Entonces decidí volver a mi vieja zona de confort: las salas de chat. Hacía tanto tiempo que no entraba a un chat, que hasta pensé que sería algo ya obsoleto. Para mi sorpresa, las salas no sólo seguían funcionando a la perfección sino que también había una gran cantidad de mujeres disponibles para conversar.
Una noche empecé a hablar con una chica llamada Fiamma. Me dijo que tenía 20 años y que estaba muy triste porque su novio la había engañado hacía una semana con una compañera del trabajo. No tardó en ir al grano: quería vengarse. Una amiga suya le había sugerido que se sacara fotos teniendo sexo con otra persona y se las mandara al novio. Fiamma tenía reglas claras. Me especificó que no quería tener sexo con nadie, que simplemente quería posar desnuda junto a mi pija y que yo tendría que tener el suficiente control mental como para manejar la situación. Chateó con varios tipos y ninguno pudo garantizarle que no iba a haber sexo de verdad después de hacer las fotos. Todos le respondieron cosas como “Si entra la cabeza, entra toda” o “Cuando sientas mi verga en el orto no te vas a poder resistir”. La venganza de Fiamma estaba bastante bien elucubrada: su novio siempre le pedía la cola pero ella se la había negado. Lo que pretendía Fiamma era que yo acerque mi verga erecta hacia su hoyito y saque fotos con su celular, fingiendo tener sexo anal.
Después de garantizarle mi complicidad y mi autocontrol con convicción, me pasó su WhatsApp. Ahí me terminó de cerrar completamente el plan, porque me envió unas fotos de su cintura y tenía el tatuaje de una mariposa inconfundible, que sólo su novio conocía. El tatuaje estaba apenas por encima de la raya de la cola. Tenía que estar sin bombacha para que se apreciara en su totalidad. Esas fotos que me mandó me calentaron muchísimo, sumado a que Fiamma también me enviaba audios, confirmándome de que todo esto no era una joda: se trataba de una pendeja de 20 años real, dispuesta a vengarse del engaño de su novio. Y yo era el vehículo perfecto: un tipo maduro, contenedor, hábil con las palabras. Yo también le mandaba audios reconfortándola y garantizándole que íbamos a seguir su plan al pie de la letra. Además, mi foto de perfil de WhatsApp le gustó, me dijo que yo no parecía de 45 años y que le resultaba un tipo atractivo. Ella también era muy linda: morocha de pelo negro, facciones delicadas, flaquita con tetas pequeñas pero redondas. Sin embargo, lo que más me volaba la cabeza seguía siendo el tatuaje de la mariposa asomando entre sus nalgas.
La cercanía ayudó bastante a agilizar el trámite. Ella vivía en Morón y yo en Ciudadela, a pocos kilómetros, así que acordamos en que la pasaba a buscar en auto. Le dije que tenía un Volkswagen Gol 2010 y se rió, me dijo que no le importaba la marca. Lo importante es que la iba a ayudar. Me agradeció la amabilidad de pasarla a buscar cerca de su casa. No me dijo exactamente la dirección. Me citó en una esquina cerca de la estación del tren, un sábado a las diez de la noche.
Fiamma tardó en aparecer. Llegó a eso de las 10:20. Hacía frío. Ella estaba vestida con un montgomery violeta oscuro con algunos detalles en negro. Cuando la ví venir caminando sentí un escalofrío en toda la columna vertebral. Estaba preciosa. Se subió al auto y lo invadió con un perfume exquisito, frutado. Sentí como el bulto en mi entrepierna empezaba a desperezarse pero mantuve la cordura. La saludé con un beso en la mejilla. Pude sentir su piel tibia y suave.
–Estuve investigando algunos hoteles por Internet –le dije a Fiamma–. Si te gusta podemos ir a este y le mostré unas fotos de uno llamado “Magnus”.
–Prefiero ir a uno que ya conozco, Luis –me respondió Fiamma y tipeó algo rápido en su celular–. ¿Podemos ir a este? Se llama “Vorágine”. Es el hotel al que íbamos con mi novio.
Entendí que Fiamma tenía todo bien guionado en su cabeza. Hasta había pensado el sitio en el cual ejecutar la venganza: donde cogían con su novio y donde le había negado la cola siempre. Puse la dirección de Hotel Vorágine en el GPS y me dejé llevar. Durante el trayecto le saqué charla a Fiamma sobre cualquier temática. Me dijo que estudiaba derecho en la Universidad de Morón pero que no estaba muy convencida. También me contó que estaba buscando trabajo pero la situación del país no la ayudaba. Yo a todo esto respondía automáticamente. No podía parar de pensar en el bombón que tenía al lado mío. Sentía el pantalón muy tirante. La erección era incontenible. Pese a eso trataba de autoconvencerme de hacer un buen papel y de cumplir con lo que le había prometido a Fiamma: hacer la foto y nada más.
Entramos al hotel Vorágine a través de un portón levadizo que desembocaba en un estacionamiento. De ahí hasta que llegamos finalmente a la habitación, todo fue un trámite veloz: pagué en la caja, ambos presentamos nuestros documentos para confirmar la mayoría de edad (sobre todo la de ella), nos dieron la llave y subimos por un ascensor. El cuarto era bastante acogedor: la cama se veía limpia y bien armada, el espejo en el techo sumaba al morbo, la música funcional era amigable y las luces tenues invitaban a la acción.
–Bueno Luis –me dijo Fiamma mientras se sacaba la ropa con total naturalidad–. Vamos a hacerlo rápido y lo mejor posible.
–Estoy de acuerdo –le dije con una voz firme pero forzada.
La situación de a poco empezaba a convertirse en algo surrealista. Me tomé el pulso en la muñeca. Tenía taquicardia. Ella parecía estar siguiendo un manual de procedimientos: se sacó el montgomery, luego la blusa, el jean y quedó en bombacha y corpiño, parada frente a mí. Me miró seria y se puso una mano en la cintura, como invitándome a que yo también me desvista.
Respiré hondo y empecé a desnudarme. De los nervios tenía la pija gomosa. No estaba erecta delatando ningún tipo de desesperación, por suerte. Cuando por fin me quedé en calzoncillos, ella sacó del bolsillo de su montgomery el celular y me explicó como sacar las fotos. Después de eso, se subió a la cama y se puso en cuatro patas.
–Cuando estés listo, sacame la bombacha –ordenó Fiamma tajante.
Por un momento sentí pánico. Estuve a punto de salir corriendo de esa habitación y no volver jamás. Sentía mi cuerpo ardiendo y ahora sí, mi verga de a poco pasaba de estar a media asta a estar completamente parada, con la cabeza bien salida hacia afuera y húmeda, manchando el calzoncillo. Me lo saqué y me subí a la cama por detrás de Fiamma. Me propuse ser tan expeditivo y aferrado al plan como ella.
–Permiso –le dije mientras le bajaba con cuidado la bombacha. Ella me ayudó estirando las rodillas y despegando las piernas del colchón para que se la saque. Ahí estaba ese tatuaje de mariposa que me carcomido el cerebro desde que lo ví. En vivo y en directo se veía mucho más inquietante y provocador.
La luz de un cartel de neón se colaba por la ventana y me permitía tener una visión clara del hoyito anal de Fiamma: se veía tan pequeño como un grano de café. Tenía una cinturita divina y las nalgas apenas se redondeaban por fuera de la línea de las caderas. Era una situación muy estresante y los nervios no tardaron en hacerse notar: me temblaba la mano con la que tenía que sacar la foto y mi verga no estaba del todo firme.
–Fiamma, ¿Te molestaría sacarte el corpiño? –la apuré pero con delicadeza–. Me deserotiza un poco que tengas el corpiño puesto y para que la foto sea creíble, la tengo que tener bien parada.
–Todo sea por la foto, Luis –dijo Fiamma resignada y se desabrochó el corpiño con agilidad.
Abalanzándome hacia un costado pude ver sus tetas pequeñas y redondas. Tenía unos pezones diminutos y entimbrados, del mismo color de sus labios y de sus ojos: color café. Contuve firmemente el deseo de tocárselas y me concentré nuevamente en el plan. Ahora podía ver esa espalda desnuda en su totalidad desembocando en ese hermoso culito con el tatuaje de mariposa. Mi sangre hirviendo por fin llenó las venas de mi verga.
Empecé a sacar algunas fotos con flash. El encuadre mostraba la cintura de Fiamma con el tatuaje de la mariposa, su hoyito anal oscuro y mi verga parada, con la cabeza bien roja y húmeda apuntando directo al agujerito. Se las mostré a Fiamma a ver qué opinaba.
–Se ve un poco sobreactuado –me dijo Fiamma con la certeza de un director de cine–. Apoyamela, Luis, ya sé que hablamos otra cosa pero quiero que se vea lo más real posible.
Me devolvió el celular para que siga sacándole fotos. Agarré mi verga desde la base del tronco y la acerqué con sutileza hasta chocar con el agujerito del culo de Fiamma. Pude sentir la tibia humedad de su mucosa anal. Empecé a transpirar. Ahora en la foto se veía que la cabeza de mi verga se perdía entre las nalgas apretadas de Fiamma.
– ¿Parece que me la estás metiendo por la cola? –dijo Fiamma al ver las nuevas fotos–. ¿Vos qué opinás Luis?
Me quedé estupefacto sin saber qué decir. Fiamma enseguida propuso un Plan B.
–Voy a abrirme la cola con las manos –dijo y con las yemas de los dedos estiró sus nalgas hacia afuera para dejar bien al descubierto su hoyito. Ya no parecía tan pequeño como un grano de café.
Apoyé mi verga una vez más en su agujerito. Estaba perdiendo la cordura. Tenía la esperanza de que por accidente o casualidad mi pija se deslizara entera adentro de ese culo hermoso. No lo veía tan improbable porque no soy un tipo dotado, tengo una verga standard. Y además, mi uretra no paraba de supurar lubricante natural.
–Fiamma, si sentís algo húmedo, disculpá –le advertí con profesionalismo–. Me está saliendo un poco de líquido pre-seminal.
–No pasa nada, Luis –me dijo–. Si suma al realismo, mucho mejor.
La escena me estaba calentando al extremo. Ella estiraba sus nalgas con las manos. Era una posición de entrega total. Yo la punteaba insistente y notaba que ella también hacía movimientos sutiles empujando hacia mí, invitando a mi verga a encastrarse en su agujero. Yo conservaba la fe de que a nivel fisiológico ocurra un milagro: que su esfínter se dilate de repente, que el líquido pre-seminal de mi verga ayude a que se deslice adentro en su totalidad, que Fiamma pierda la cordura, me manotee la pija y se la meta entera en su concha. Pensé en qué hombre sería capaz de soportar semejante tortura. Pensé también en si alguna vez más en mi vida iba a tener la oportunidad de poseer a una pendeja como Fiamma. Soy un buen tipo, repetía interiormente como un mantra. Soy un buen tipo, sólo la estoy ayudando como me pidió.
–Sacame algunas desde abajo también Luis –dijo Fiamma interrumpiendo mi mantra–. Quiero mandarle al hijo de puta de mi novio alguna que se note bien que la pija no está entrando en la concha. Quiero que no le quede ninguna duda de que le entregué la cola a otro.
Estiré la mano por debajo de mi verga y apoyé el celular sobre el colchón. Desde ahí disparé varias fotos, moviendo de lugar la mano, como para tener varias opciones. Lo que mostraba el celular era delicioso: un primer plano de su concha bien depilada, una vulva de labios finos, replegados hacia el interior. Un hachazo de un ángel. Y en segundo plano mi verga y mis huevos, sufriendo el hecho de tener todo y no tener nada al mismo tiempo. Ya no podía más. Le pasé el celular a Fiamma, deseando que todo eso termine o que se descontrole de una buena vez.
–Me encantan las fotos, Luis –dijo Fiamma despegando su culo de mi verga. Ví como un largo hilo de líquido preseminal salía de su esfinter y terminaba en mi glande. Se incorporó sentándose en la cama, sin inmutarse al ver mi verga dura como una roca, derramando lágrimas transparentes y pegajosas–. Sos un genio, me re-ayudaste –agregó Fiamma.
De lo que siguió después tengo recuerdos recortados, porque estaba en trance. Se acercó y me dio un beso en la mejilla. Rápidamente se puso la bombacha y el corpiño. Yo me quedé duro por unos segundos. Estaba ardiendo por dentro, me dolían los testículos y sentía que la verga me latía, como si tuviese una inflamación digna de una inyección de Diclofenac. Pensé en irme al baño a hacerme una paja pero junté coraje y me vestí a la misma velocidad que ella. Me acomodé la verga erecta en el pantalón. Cuando Fiamma estuvo lista, salimos de la habitación y después abandonamos el hotel. La acerqué hasta la esquina de su supuesta casa. No quiso revelarme la dirección exacta. Se despidió con otro beso en la mejilla, esta vez muy cerca de la comisura de los labios y cuando se bajó del auto me dijo: Gracias Luis, ojalá todos los hombres fuesen como vos.
Durante los días siguientes le escribí por WhatsApp para ver cómo le había ido con su venganza. Tuve la tentación de pedirle que me compartiera alguna de las fotos que le saqué, pero me contuve. Fiamma ni siquiera me clavó el visto, ni leyó los mensajes. Me ignoró completamente. A veces pienso que no sólo se vengó de su novio, sino de los hombres en su totalidad. Tal vez su plan era más amplio y maquiavélico: someter a un macho a un proceso de control mental extremo, quebrantar su animalidad, bailar desnuda en el abismo de la tentación, menearle el culo al mismísimo diablo. El único consuelo que tengo es masturbarme aferrado a mis recuerdos de esa noche, mirando su perfil de WhatsApp y también esa foto tan hipnótica que me mandó en un principio, la de la mariposa tatuada justo en donde empieza la raya de la cola, como si fuese un insecto saliendo de su capullo.