¿porqué la conocí?

A veces la vida nos sorprende y muchas veces esas cosas son difíciles de comprender.

Todos estábamos listos, solo esperábamos la llegada del instructor para dar inicio de las clases de  nuestra nueva carrera profesional y digo nueva, porque esta especialización, era prácticamente una nueva carrera.

Con la llegada de esa persona, se daría comienzo a las jornadas que nos convertirían en los nuevos cirujanos cardio-vasculares.  Después de obtener ese título todos estaríamos capacitados para laborar en cualquiera de los hospitales y de las clínicas donde requirieran nuestro servicio.

El grupo estaba conformado por treinta médicos generales venidos de diferentes lugares del país y repartidos entre trece mujeres y diecisiete hombres.  Cada uno  de los que estábamos ahí, soñábamos con convertirnos en los nuevos especialistas en cirugías del corazón.

Para lograr conseguir un cupo en un programa como este, se debía pasar por diferentes filtros.

Lo primero es el nivel académico.  Debido a la complejidad en la valoración de las pruebas y el alto grado de dificultad en las calificaciones de los exámenes de ingreso, esto representaba un verdadero reto a los aspirantes a dicha licenciatura.

Lo segundo era el tiempo, porque es una modalidad presencial y tiene una duración de dos años, divididos en periodos semestrales y lo tercero, es el valor total de la carrera, porque en sí, es mucho más costoso que cualquier otra especialidad.

Mi tiempo de labores los dividía entre trabajar por la mañana en un hospital de la red pública del sistema de salud  y en la tarde, en unas de las más prestigiosas entidades clínicas de la ciudad.  Ahora tendría que renunciar a la primera opción, o sea a la que ejercía como médico en el centro hospitalario.

Siempre he vivido con mi Madre.  Ella después del abandono de mi padre, nunca más le pasó por la mente volver a tener una relación de pareja.  Se ha dedicado a trabajar como psicóloga en su propio consultorio y a mi crianza, haciendo el papel de Padre y Madre a la vez.

Cuando estábamos por comenzar las clase de ese primer día, de pronto  ingresaron al salón dos personas desconocidas.  Bueno,  desconocidas para mí, porque algunos de los presentes los saludaron en forma muy efusiva y también con mucho respeto, sobre todo a ella, ya que la mayoría de los varones, lo hicieron más que con amabilidad  con  deseos prohibidos.  Sus ojos eran una revelación.

Era una mañana fría, llovía bastante fuerte, tanto que parecía que el cielo se había desgajado.

El primero era un hombre un poco mayor con la cabeza completamente rapada y a su lado caminaba una mujer increíblemente hermosa, espectacular para decir lo menos.

Vestía un traje de blusa, pantalón y abrigo un poquito más arriba de la rodilla.  El pantalón era de jean, la blusa bastante vaporosa y la gabardina de un color azul oscuro.  Su cuerpo era de diosa y su mirada era tan azul como el firmamento, en un día con un sol brillante.  Su cabello negro azabache y largo hasta la mitad de la espalda, le daba un toque de extrema feminidad.

Incline mi cabeza para disimular la impresión que me había causado, porque me había impactado tanto, que me tenía completamente cachondo.

-Buenos días, Dr. – Su saludo era como la melodía de una balada.

Bueno, todos éramos médicos graduados y por eso no causó ninguna sorpresa, ese saludo de doctor.

-Buenos días, doctora….  ¿mucho frío?…. – Sonreí entre sorprendido y admirado.

Lo hice sin mirarla , fingiendo acomodar los  utensilios que había llevado ese día para la clase

-Y Parece que no va a escampar, la lluvia cada vez se hace más fuerte…. creo que lloverá por muchas horas o quizás por el resto del día. – Vibré.

Seguía aún sin mirarla.

Parecía un jovencito imberbe.

Estaba tan nervioso que me comportaba como si fuera la primera vez que hablara con una mujer, porque la verdad sea dicha, sí era la primera vez que estaba al frente de una mujer de su porte, de su elegancia, de su belleza pero sobre todo de su imponencia.

-Si doctor. -  Lo dijo sin mirarme.

Parada al lado mío fingía acomodar las cosas que traía.

-Está haciendo muchísimo frio y creo que vamos a tener lluvia por el resto del día y quizás hasta por la noche.  Uuufffff me estresa tanta                        llovedera. – Arrugando los labios.

Parece que con ese gesto, quería mostrar el aburrimiento que le causaba el torrencial aguacero que caía y que nos causaba tanto frio, que nos tenía casi congelados.

Lo hacía sin dejar de moverse para después acomodarse junto a mí.

-Bueno, pero aquí adentro es diferente, aquí si se siente un agradable calorcito, aquí todo está calentito…. como abrigadito, yo le aseguro que                 es mejor estar aquí, que salir a mojarse y aguantarse ese frio de afuera que cala hasta los huesos, ¿no le parece?, doctora.

Le hablé fingiendo desinterés, aunque aún no le he había detallado la mirada.

Cuando lo hice, me sobresalté casi como un niño asustado.

Su mirada azul casi gris prácticamente me dejo grogui.  Su sonrisa tierna y su mirada casi inocente la convertían en una mujer peligrosa, por lo femenina y a la vez por ese gesto tan ingenuamente cándido.

Tal vez era por su forma de moverse, su forma de comportarse o por su forma de mirar, la que la transformaban no en un ser de carne y hueso, sino en una especie de hada o como a una ninfa.

No sabía si mirarle la cara, detallarle el rostro tan bello que lo agraciaba con su hermoso cabello negro, recorrerle la formas maravillosas de su cuerpo o perderme en el infinito universo gris de sus pupilas.

Era tan encantadora que casi me tenía paralizado.  Solo con fijar sus ojos en los míos prácticamente me saco del lugar en donde estaba sentado, para situarme en todo lo que ella era.

Al escuchar la voz del profesor, esto medio me liberó del embrujo que ella ejerce sobre mí.

Me tenía completamente desconcertado.  Todo lo que pasaba a mí alrededor, estaba envuelto como en una especie  de bruma que difuminaba casi todo lo que pasaba a mi alrededor.

Prácticamente no me entere de nada de lo que sucedió y de todo lo que hicimos, en el tiempo que estuvimos en esa aula.

Cuando terminamos la primera clase, nos dijeron que contábamos con dos horas de descanso, las cuales las deberíamos utilizar para completar con los requisitos del ingreso a la universidad.

Su voz se me hizo hipnótica.

-Discúlpame doctor, ¿será que puedo abusar de su amabilidad? – Me preguntó con un gesto sugestivo mordiéndose el labio inferior.

-Vamos hacer lo siguiente doctora, comencemos por el principio, ¿te parece?

-Bueno ¿Y cuál es ese principio? si se puede saber, claro…. ahhh y disculpe si es una impertinencia de mi parte. – Su sonrisa era como un narcótico.

-Conocernos primero….

Le ofrecí mi mano mientras le hablaba.

-Mucho gusto, mi nombre es Luis, un admirador, un servidor y…. –Me calle dejando mis últimas palabras en el aire.

Su mirada reflejaba un gesto entre asombro y desconcierto.  Me miró a los ojos con sus labios apretados, miró la mano que yo le tendía, después con una sonrisa iluminó su rostro y luego me extendió la suya.

Su piel era muy tersa pero también muy delicada.

-Mucho gusto, Martha Cecilia…. Cecilia …. Cecilia para ti…. soy nueva en este sitio y tal vez nueva en todo. – Entornando los ojos.

Hacía tan solo unos instantes que nos habíamos visto y ya nos estábamos seduciendo.

Eso es lo que me parecía, pero fijándome con más detenimiento en la forma como me hablaba, pareciese que esa era su manera natural de comportarse y como estaba tan embebido con todo lo que hacía, me creaba imágenes tal vez en donde no existe nada de lo que me estaba imaginando.

Ella quedó sentada junto a mí, casi unidos hombro con hombro.  El pupitre era una especie de mesa grande donde se podían sentar dos personas con bastante comodidad.  Encima de nuestras rodillas había un especie de cajón donde guardábamos los utensilios, que íbamos a utilizar, durante todas la clases que durara nuestra nueva carrera profesional.

Antes de sentarnos, ella se despojó de su abrigo y su impactante figura, se me mostró en toda su imponencia.  En un momento para que ella se pudiese acomodar, yo me levante y nuestros cuerpos quedaron casi pegados.

Resultó que yo soy un poco más alto que ella, a pesar de sus sandalias con un tacón muy  alto y muy delgado casi como una puntilla.

Su cuerpo es casi una escultura, porque a pesar de que su ropa apenas las dejaban ver, sus formas mórbidas  atrapaban mi mirada como una serpiente atrapa a la presa que se va a devorar.

-¿Que tengo de malo? – Me dice abriendo los ojos en un gesto de desconcierto.

Dio un giro y extendió completamente los brazos.

Se miraba por todos lados, buscando algún animal, alguna mancha o alguna otra cosa, pero lo que más nos desconcertó fue su pícaro mohín, con el que nos dejó completamente azorados.

-Disculpa…. lo siento, que vergüenza. – Mi rubor era evidente.

Me sentía como un completo idiota que no sabía en qué lugar esconderse.

-¿Qué me decía de molestarme? – Inquirí.

Le hice con voz recia intentando salirme del embrollo en el que solito me había metido

-Aaahhh…. jajjajjajjajjajja….  – Sonrió divertida y el salón automáticamente se iluminó.

Parecía una niña con un juguete nuevo.

Su risa sonó como arrullo enternecedor, en un momento parpadeó apagando los ojos y a la mayoría de los que la mirábamos prácticamente nos acabó de cautivar.

-Me puedes acompañar hasta las taquillas, es que…. necesito cancelar el valor de la matrícula.  Me da miedo cargar con todo este dinero que                 llevo aquí en mi bolso, pero tranquilo, si no puede, no pasa nada, la verdad no quiero abusar de su amabilidad y tampoco incomodarlo.

-¡Claro que voy a ir contigo, ni más faltaba!.... acompañarte es más que un honor y la amabilidad no es mía, es tuya por tenerme en cuenta,                 porque aunque no lo creas yo también tengo que terminar algunos requisitos de mi matricula.

-Por favor doctor que…. - La atajo.

-¡Doctor no, Luis!.... para ti soy Luis si quieres que para mí, tú tan solo seas Cecilia. – Dije sin mirarla.

-Tranquila, Martha, tranquila, no te preocupes, yo te acompaño, no hay problema por eso, así tampoco tienes necesidad de importunar al                       colega. – Esa voz sonó casi a mis espaldas.

-No, tranquilo ud Ricardo, ya Luis aceptó amablemente acompañarme, por eso no te preocupes.

-Pero yo…. – lo corta.

-Está decidido, gracias y no se hable más…. ¿nos vamos? Luis, por favor. – Mirándome.

Sus ojos brillaron.

El brillo de su mirada refulgió  y prácticamente me encandiló.

Me giré sorprendido para satisfacer mi prepotencia, también para solazarme con el pequeño triunfo que acababa de obtener y que lo había logrado prácticamente sin ningún esfuerzo de mi parte, pero igualmente para conocer a quién fungía como mi rival.

Rival de que, seguía con mi mente bastante fantasiosa.

Fuimos y realizamos todos esos engorrosos trámites, que a mí me parecían como una especie de aventura, solo porque ella estaba a mi lado, porque ella estaba conmigo, éramos solo ella y yo, hablando de cosas intrascendentes, conociéndonos, gustándonos y tal vez hasta enamorándonos.

El resto del día pasó casi como un suspiro; solo al regresar a mi casa fue cuando me di cuenta de que el día ya había terminado y que nada de lo que habíamos hecho parecía real, pensaba que Lo único real era ella y todo lo que hacía, todo lo que me había contado, su mirada, sus roces, su sonrisa, sus palabras, hasta sus silencios quedaron guardados en mi recuerdos.

Apenas medio hable con mi madre, cuando me preguntó cómo me había ido en mi primera clase de mi prácticamente nueva carrera.  Realmente no sé qué fue lo que le respondí porque su imagen quedó tan engarfiada en mis pensamientos, en mis actitudes y en todo lo que hasta ahora había sido mi forma de vivir, que no podía comprender nada de lo que me estaba sucediendo.

Sentía que ella la había cambiado como se voltea una vasija.  Todo lo que contenía el depósito de mi cerebro, lo esparció como se riega cualquier clase de líquido.  Era como si le diera bote al recipiente que contenía todo lo que había  sido mi existencia, desde el momento en entro en ese salón.

Todo lo que sentí fue como un impulso, como un estímulo, tal vez como el  regalo que la vida me estaba concediendo para que fuera feliz por el resto de mis días y a partir de ese momento yo ya era un hombre diferente, que pensaba diferente, que actuaba diferente y eso era porque mi mundo ella lo había hecho diferente.

Así pasaron los días.  Siempre estábamos los dos; para donde el uno iba, el otro siempre estaba ahí, juntos, ambos, a partir de ese día se nos hizo casi imposible separarnos.  Nos daba miedo asumir nuestros propios sentimientos.  Temíamos en nuestro fuero interno que eso que estábamos sintiendo el uno por el otro, fuese a terminar con nuestra maravillosa complicidad.

Parecíamos temerosos de perder nuestra libertad de seres sin compromisos, pero nos sentíamos mucho más cautivos por la atracción que ambos nos profesábamos.

Ese día apenas habían terminado las clases y nos disponíamos a salir, era viernes y era noche de rumba, noche de juerga como decían algunos de nuestros compañeros acostumbrados a salir de fiesta cada fin de semana.

-Cecilia, que tienes para esta noche.- Le pregunte con anhelo.

-Nada, Luis, nada, la verdad no soy muy partidaria de salir a esos sitios de efusividad extrema. – Me respondió casi con desgano

-¿Y eso?. – Me sorprendí cuando la escuche.

Me pareció extraño que una mujer tan bella y tan alegre no le gustará salir a divertirse.

-¿No te gusta? o es por alguna mala experiencia. – Pasaba de sorpresa en sorpresa.

-Por malas experiencias…. realmente no por malas sino por pésimas.  Lo que casi me sucede, me han dejado muy malos recuerdos, Luis . – Con desgano.

Pero al detallarla con más detenimiento el gesto que hacía en realidad era de desagrado.

-Me asustas mujer ¿qué te pasó? – No salía de mi asombro.

-Pues no me pasó, pero casi me pasa. – Con los labios apretado y con la mirada tristona.

-¿Cómo así? – Ahora quedé desconcertado

Luego fijó sus ojos en mí y simplemente enmudeció.

Le miré el rostro y el gesto que había en su mirada me conmovió hasta la última fibra de mi organismo y al peensar que a esa hermosa mujer hubiese sido agredido por algún maldito insensato, se me arrugó algo allá en el fondo de mi pecho.

Sin pensarlo y menos sin analizarlo, pero también sin contenerme, la atraje suavemente, la pegué contra mí y la mantuve abrazada por largo rato.  Ella al sentir mi gesto, me pasó los brazos por mi cintura, se pegó contra mi cuerpo, apoyó su mejilla contra mi pecho y suspiró muy quedo, con un agite que le nació desde fondo de su alma.

De pronto levantó el rostro y sus labios parecieron flotar frente a mis sorprendidos ojos.  Realmente no me pude contener, pero no lo hice por el gesto que me mostraba su mirada, sino  por la forma silenciosa como me hizo saber que todo lo que ella era, todo eso era para mí.

Con su mirar me hacía saber que todo eso que me brindaba era una ofrenda total, una entrega sublime, una oblación casi infinita y peor aún, la adornó con una sonrisa tan coqueta que si no la besaba sería un cretino por el resto de mi vida.

Apenas fue un roce pero también fue como un estallido.  Nos separamos ruborizados, volvimos a nos miramos y los instintos nos dominaron.  Volví y me incline, tomo su rostro y la besé y ahora lo hice en forma mucho más apasionada.

Mi lengua se adentró en las profundidades de su boca, entonces junto con la de ellas se conocieron y traban una amistad que parecía ser eterna. Nuestros dientes mordieron con ternura toda la piel de nuestros los labios y nuestras salivas se combinaron en el fluir incesante de nuestras salivas.

Nos separamos como asustados, nos miramos sorprendidos y nos reímos como si fuese la primera vez que nos veíamos.  Volvimos y nos besamos, pero ahora lo hicimos con deseos desbocados, porque nuestros labios parecían lapas y nuestras lengua, serpientes que se enroscaban, intentando con sus agarres, no separarnos nunca, nunca, jamás, jamás.

-¿Quieres bailar?

-Contigo todo hasta el fin.

Bailamos casi sin despegarnos.

Con nuestros besos buscábamos un ansiolítico aperitivo, que nos apaciguaran los deseos de tenernos, así fuese casi frente a todo el mundo que nos miraba ese momento.

Un rato después ya estábamos en su casa.  No desnudamos sin saber cómo, bueno, tampoco fue sin saber cómo, lo cierto es que lo hicimos sin saber cuándo.

Yo no podía darme el lujo de perderme el mejor espectáculo del mundo, porque ella era mi mundo, mi realidad, mi presente en ese momento, mi todo total, me decidí y comencé por sus labios, sentía que era el premio que me daba la vida por todo lo que le profesaba y besarla era el mejor de los vicios que tenía y a lo que no quería y no podía renunciar.

Continúe con su rostro porque despreciarlo era un verdadero desperdicio.  Chupar los lóbulos de sus orejas era como tener en la boca esas pequeñas gomitas adornadas de azúcar granulado, luego mordí su nariz, le restregué mis mejillas en sus mofletes sonrosados por la pasión que la sobrecogía mientras le prodigaba mi caricia.

A ella se le forman dos pequeños hoyuelos en las mejillas cada vez que sonríe, la punta de mi lengua se hizo artera y se hundió en lo profundo de su piel.

Besé su cuello de cisne, sentí una delirante invitación a chuparla y a marcarla como de mi propiedad y sin contenerme lo hice, claro, ella era mía y a nadie le iba a permitir que ni siquiera intentara mirarla.

-Hmmmm…. mi amoooooooorrrrrrrrrrr.- Le salió desde el fondo.

Creen acaso que podría existir mejor melodía que esa.

Si la hay, por favor que me lo digan, porque sinceramente pienso, que no hay nada como eso.

Me regresé por sus labios, ya que mirarla desfallecida de lujuria, era el mayor premio que ella me concedía, luego seguí con sus hombros y me enloquecí con su piel porque era como esparcir seda, nubes, plumas y aun así no se podría describir.

Continué con su pecho y llegué a los montículos más altos de su cuerpo, ella me los ofrendó sin pudor y sin recato.  No los quise tocar con mis dedos, porque pensé que si lo hacía, me sentiría como  un profano y solos con mis labios y con mi lengua le prodigué el verdadero homenaje del que ella se había hecho merecedora.

Tome sus pezones entre mis labios y los chupe con suavidad, luego le esparcí mi lengua por todo el contorno de la redondez de sus tetas, la cuales las mamé, las lamí, las besé y lo hice casi hasta saciarme, pero creo con sinceridad que nadie se saciaría de algo tan sabroso como esto que tenía entre mis labios y eso me lo dije temblando casi hasta el delirio.

-Acaríciamelos mi amor…. acaríciamelos….  son tuyos cariño, solo son tuyos y te los he guardado solo para ti. – Afortunado que soy, pensé.

¡Por Dios!.... hasta su bondad es infinita me dije alborozado y su licencia me liberó del sacrilegio que pensé que cometería, si mis dedos los llegasen a rozar, entonces los tomé con delicadeza pues pensaba  que si los estrujaba tal vez nunca más me dejaría tener entre mis dedos.

Y de nuevo me sorprendió.

-Tranquilo mi amor…. tranquilo…. tranquilo…. ellos no se van a ni a desaparecer ni a desinflar…. – Ahora fue con un jadeo, pero además le agregó un mohín de travesura.

Ella era mi guía, mi orientadora, casi como mi conductora.

Me desconocía pues me sentía casi virgen acariciando a una mujer, ya que  mi experiencia con las mujeres no son muy escasas que digamos, pero tampoco eran como para ir pregonando mis dotes de follador.  Sí, he follado, claro y lo he hecho muchas veces, sin  embargo no me las doy de golfo o de amante desquiciado con todas las mujeres que se crucen por donde yo paso.  Si analizamos con detenimiento he tenido muy buenos rollos, pero también he tenidos pésimos encuentros.

Jamás me había dado  tanto gusto, chupar los senos de una mujer, pero estos que tenía entre mis labios eran el más exquisito de los manjares y la verdad me dolió desprenderme de semejante bocado, pero como en ese momento era un viajante con un destino definido, tenía como obligación cumplir con mi propósito, el cual era hacerme su dueño y tenía que hacerlo con mis besos, con mis caricias pero sobre todo con mi virilidad.

Su palmito me lo imaginaba como una llanura, como una planicie, como la autopista que me conduciría al sueño más tórrido que jamás había vivido en toda mi vida, le introduje mi órgano lingual hasta el fondo de su ombligo y le deje escurrir goticas de mi saliva.  Lo hice como una ofrenda para que antes de saciarme con su tesoro, me permitiera colmarme con otras partes de su cuerpo que me incitaban a probarlos.

Tomé sus pies, mi más lascivo fetiche, del que nunca he comprendido porque siento tanta atracción y me dedique a besarlos, lamerlos y acariciarlos, para después seguir con sus piernas que me parecían como  columnas esculpidas por artistas desconocidos y luego con sus carnosos muslos que también los sentía como esculturas de piel, músculos y una perfección casi desconcertante.

Los acaricie y los adoré y al final me regodee con su sabor, con su tersura, con su delicadeza , pero sobre todo con esa escultura tan perfecta.

Y llegué al placer y llegué al manjar y llegué al tesoro del final de mi fin.

Mirarlo era una cosa, tocarlo era otra, pero saborearlo no tenía precio como dicen en la propaganda.

Primero le restregué mis mejillas como marcando mi territorio de macho alfa, quería ser su dueño, su amo, su propietario, su señor.  Quería marcarla como mi súbdita, como mi sumisa, como mi presa, casi como mi esclava , porque en definitiva quería ser su amor, ¡sí! solo eso quería ser, su amor, su único y verdadero amor, su amor puro, fiel, casto, solidario, fraterno, amistoso, unánime, así mismo quería que ella simple y llanamente se me entregara, pero en forma voluntaria, espontanea, optativa.

Le di pequeños besitos en la ingle, mientras desplazaba mis labios por toda la delicadeza de su pubis, lo sentí tan terso que no me dejo ver ningún rastro de su vellosidad.  Su vulva parecía que gemía porque se abría y se cerraba como latiendo incontrolada, pidiéndome que me incursionara.  Despacito me llegue junto a ella y deposité mi lengua encima de sus labios mayores.

Si antes su voz fue un cantico, ahora su grito fue  como una oda, porque su tonada parecía que fuese interpretada por los mismos coros angelicales.  El gemido por sus vibrantes labios, retumbó en toda la estancia como sugestionando a mis oídos, entonces en un acto intempestivo, le tomé las piernas por debajo de las corvas y la doblé como en una especie de herradura y toda su ingente belleza se me hizo tan real que me desconcerté completamente.

El canal de sus nalgas era un sendero impúdico e infinitamente provocativo.

Le deslicé mi lengua por toda la raja de sus posaderas y el sabor de su piel prácticamente me desquició y entonces lo hice lento, suave, tierno.  Comencé desde el coxis hasta el final de su feminidad y al hacerlo sentí como sus labios parecían gritarme que me consumiera, que lo hiciera en lo profundo de su interno, pero al mismo tiempo sentí que algo contraído y arrugadito se cerraba y se abría como en un tic de nervios, como si temiera alguna incursión por parte de mi órgano bucal.

Me regresé de nuevo, haciendo el mismo recorrido y en ese desplazamiento, volví y le prodigué tantas caricias, que hice que se revolcara.  Después de pasarle la lengua por largo rato, me detuve en el premio de mi viaje.  En un momento incursioné entre sus labios y ella se curvó, formado una especie de arco, solo apoyada por la parte alta de su cabeza y en la parte mullida de su trasero.

Su gemido fue como un arpegio.

La saque despacio, la metí de nuevo a la misma velocidad, la giré y luego la endurecí, cuando tenía metida todo lo que alcanzaba el largor de mi lengua, la revolví lamiendo las paredes de su interior.  Cada que lo metía, ella gemía, cada que la sacaba, ella suspiraba, cada que lo giraba, ella se contorsionaba  y cada que lo besaba, daba pequeños griticos como si se estuviese muriendo.

De pronto, dio uno más fuerte y se desvaneció en un aleteo largo y profundo.  Esperé un ratico y apenas la sentí regresar, sujeté entre mis labios ese botoncito casi misterioso y en un alarido incontenible, se desparramó sobre mis labios, inundadme la boca con los efluvios que brotaban de su cuerpo.

Desvanecida, solo movía los senos con su intermitente respirar.

Luego de esperar un rato para que se recuperara.

-Mi amor, ¿me quieres tener o me quieres matar? – Me preguntó cómo resoplando.

-¿Y tú qué quieres? – De verdad que me sentía envanecido.

-Vivir en ti y morir por ti. – Apenas respondió por el agite que la tenía en otra dimensión.

-Yo no quiero que mueras, yo quiero que vivas, pero quiero que vivas para mí. – Le dije feliz, dichoso.

-Para ti viviré por el resto de mi vida, cariño. – Aparte de su respuesta me regaló lo ingente de sus mirar.

No habíamos dejado de mirarnos, pero tampoco de esclavizarnos.

Apenas se sintió tranquila, me envolvió con sus piernas, me abrazó por el cuello y en un movimiento rápido se me montó, puso sus manos alrededor de mis hombros, me miró, se agachó y me besó, fue apenas un chuponcito en mis labios, levantó la cabeza, volvió y me miró, sonrió, volvió y se inclinó, volvió y me besó, volvió y me miró, volvió y sonrió y así y así hasta casi hacerme desfallecer.

Sus chupones no eran solo en mis labios, también los hizo en mis parpados, en mi frente, en mis mejillas, en los lóbulos de mis orejas, en mi mandíbula y cuando beso mi cuello me marcó como si fuera de su propiedad.

Se sabía mi dueña y también sabía que yo jamás intentaría liberarme de dominio.

-Ya eres mío, Luis, eres solo mío, mi amor y nadie más podrá tenerte…. ¡ay que sepa, que algún día me llegues a engañar!

-¿Ni siquiera me permitirías intentarlo?

-Hazlo y me vas a conocer. – Me asusto por el tono como lo dijo.

E inició el viaje que haría que me sintiera el dueño del universo que ahora era su vida.

Llegó a mis tetillas, las succionó, las chupó, las mordió, las estiró con los dientes, las envolvió con la lengua, se la pasó como si quiera arrancármelas y me enardeció tanto que yo solo podía gemir.  Todo eso lo hizo mientras se deslizaba hacia la parte baja de mi cuerpo.

Se arrodilló entre mis piernas y se inclinó frente a mi tórax.  Yo soy un asiduo visitante de los gimnasios, motivo por el cual los músculos de mis pectorales los tengo bastante endurecidos.

La palma de sus manos las desplazó por toda la planitud de mi pecho y para martirizarme las acompañó con su lengua.  La caricia era tan estimulante que fui incapaz de definirla, en un momento era una humedad deslizante y en otro momento  era un roce enardecedor, la verdad es que se me hizo imposible diferenciarlas, primero por las sensaciones que me causaban y después porque me mordió el pecho y me regresó hasta su presencia.

Yo me agité con un brinco y ella se carcajeó  con una risita cantarina, luego me miró sonriente y sin pensarlo prosiguió con su viaje que se convirtió en el calvario más delicioso, que jamás me imagine que ella me llegaría hacer sentir jamás.

Llegó a mi ombligo y me devolvió la caricia que yo le prodigue unos minutos antes y que la hice arquearse como en una especie de una media luna.  La forma de mi espalda era una cóncava curvatura producida por las caricias de sus manos, de su lengua y también de sus labios.

A veces los dientes también formaban parte de la forma como me enloquecía, porque parecían que quería raer mi piel y lo realizaba en forma espaciada y la acción era repetitiva.  En un gesto impulsivo apoyó su rostro sobre mi polla y movió la cabeza de un lado para otro, restregando su nariz  encima de mi virilidad, riéndose con un mohín bastante travieso.

Mi tronco era prácticamente una barra y mis huevos parecían rocas endurecidas.  La simiente que contenían la sentía hervir dentro de mis gûevas, porque si me llega a ofrendar otra caricia como esa, seguro que me reviento como un volcán y el resultado sería como una llovizna de fluidos, seguro que me derramaría como jamás llegue a pensar podría llegar hacerlo.

Se retiró como esperando mi explosión, pero acudiendo a mí poquita fuerza de voluntad, logré recuperar el control de mi cuerpo que estaba tan agitado que me tenía a punto de reventar, luego tomó el capullo entre sus manos, lo observó con detenimiento, lo movió de un lado a otro, lo detalló, lo acarició con ternura casi infinita, parecía como si lo revisara, como si se preguntara por qué estaba tan endurecido y tan húmedo.  En realidad lo tenía abrillantado por mis fluidos desde la cabeza hasta la raíz.

Metió la punta de su dedo pulgar dentro de mi prepucio, lo  humedeció y se lo lleva los labios, pero antes lo miró primero, palpó la crema entre el dedo mojado y la punta del dedo índice, el líquido pegajoso dejó una especie de fleco entre las dos yema que apenas si se escurrió, entonces lo saboreó medio probándolo y cuando le encontró el sabor, pareció satisfacerse y entonces se chupó los dedos y se  regodeó con todo lo que acaba de consumir.

Lo agarró con una mano y lo descapulló con la otra y en un movimiento rápido le pegó un lengüetazo.  Mi gemido fue tan sonoro que más pareció como un grito y el salto que pegué casi me hace caer de la cama, entonces le pasó la lengua por todo lo largo y por todo lo grueso, absorbiendo todo el líquido seminal que supuraba por la ciclope abertura de mi glande, que más que encarnado, parecía un poco amoratado por la presión de la sangre que lo mantiene como un riel.

Mi tortolo se mantenía erguido, como retando a su lengua, asombrando su mirada y haciéndole latir toda la profundidad de su interior, no lo soltaba, tal vez consideraba que ese tesoro era suyo y que nunca lo iba a compartir, porque se sabía dueña de todo sujetaba con sus manos.

De pronto sin dejar de mirarme comenzó un vaivén lento y lo hizo por toda la longitud, envaneciéndose por lo que hacía

-¿No te parece que es como muy largo? nene. – Me lo preguntó con un tono graciosos.

-No creo preciosa, pienso que está hecho a tu medida. – Sonriendo por su fingida ingenuidad.

-¿Será que me cabe todo? - Abría los ojos simulando sorprenderse o fingiendo asustarse.

-Lo haremos despacio y con bastante cariño.- A eso le agregue una sonrisa medio cómica.

-Estás seguro que esta bellezura me puede entrar, porque me parece como muy grueso. – Fingía preocupación.

Ella simulaba que nunca había visto un órgano viril masculino , cuando por su profesión ha tenido que hacer que muchos hombres y muchas mujeres se desnudaran, lo que si parecía cierto era que nunca había tenido entre sus manos algo como eso, sobre todo porque la ocasión era bastante lujuriosa y eso parecía que la desconcertaba, entonces para disimular la sorpresa que le causa  fingía que nunca lo había visto.

-Haremos como dice la canción: con mañita, con salivita, meteremos mi pijita dentro de tu linda cosita, hasta que te entre todita, todita. – Cuando se lo dije, volví a utilizar mi sonrisa.

-Jajjajjajjajjajja…. eres malvado lo sabias.…. Jajjajjajjajjajja…. – Yo tampoco dejaba de reír.

Su felicidad se hacía evidente y su dicha se hacía palpable.

-¿Te arriesgas a intentarlo?

-Crees que me voy a perder semejante tesoro, jajjajjajjajjajja…. ni que yo fuera una idiota. – Su risa ahora si me contagió.

Se lo acercó a los labios le chupó la cabeza y lo besó con sonido bastante gracioso.

-¡Muack!.... ¡muack!... papacito mío, esto me lo meto, pase lo que pase, ¡pero que no me lo pierdo, seguro que no me lo pierdo!

-Me preocupa que pueda lastimarte.

-¿Crees que me puedas lastimar? por Dios mi amor, que estoy más loca que una cabra por comprobar si de verdad me lo vas hacer caber. – Y volvió y lo chupó.

-Está segura de lo que dice. – Fingí preocuparme para retarle su orgullo de mujer caliente y de hembra enardecida.

-Papacito mío, ¿Que eso me cabe? claro que me cabe y de eso estoy segura y si no me entra  con facilidad, hago que me quepa a la fuerza,                  pero que me lo meto, me lo meto.  Así me parta en dos, haré que me entre todo. – Le pasó de nuevo la lengua por la cabeza.

Lo metió entre los labios y lo chupó como un helado casi como una paleta.

-Ahhh…. rico…. rico…. cariño esto tan sabroso me entra y de eso puede estar tan seguro, como que te amo con todo lo que soy, mi amor. – Lo dijo sin dudarlo.

Pero no soltó y aparte de eso volvió y lo chupo.

Cada que me hablaba me miraba y también volvía y lo chupaba.

-Te amo. – Con su accionar y con su mirar me convirtió en su cautivo más fiel.

Ella sabía que con solo posar sus ojos sobe mí, me esclavizaba sin esforzarse para nada.

Su mirada era la celda donde me tendría atrapado por el resto de mi vida.

-Me tienes loca, Luis…. sin ti, pero sobre todo sin esto. – Volvió y lo mamó.

Pera ahora hizo algo más, bajo un poco su rostro y me chupo el escroto, jalándolo con sus labios y sonriendo en forma casi pervertida.

-Mmmmmmm…. mi amor, sin esto seguro que no soy capaz de vivir. – Lo agarró como si sospechara que alguien se lo iba a quitar.

Se lo metió de nuevo dentro de la boca y comenzó con un vaivén lento, delicado, cariñoso y fue aumentando de velocidad casi hasta hacerme terminar.  Cuando sintió que se puso un poquito más duro, se detuvo en su mamar y se queda quieta y entonces esperó un momento largo y cuando sintió que el virolo comenzaba a  emblandecerse, volvió con su vaivén que me hizo enloquecer.

La tomé por los hombros intentando llevarla de nuevo sobre mi pecho.

-Si continúas así, me vas a hacer terminar, ahhhhhhmmmmnnnn. – Apenas si podía hablar.

.Quiero saborearte, mi amor.

-Pero me vas hacer estallar, cariño…. uuufffff….

-No eres capaz de brindarme otra atención.

-Mil…. si quieres. – Fue apenas un susurro.

Se lo echó de nuevo a la boca y con su lengua comenzó el más delicioso martirio que al final me hizo morir.

Cuando me sintió en las puertas de la explosión se sacó todo el vergajo, dejando solo el glande, que aprisiona con sus labios y se bebió todo el manjar que mi cuerpo enardecido de pasión le brindó como la muestra de mi infinito cariño.

No desperdició nada, porque se había convertido casi una ninfómana golosa tragando todo lo que manaba de mi cañón.  Apretó los labios sobre el capullo, intentado ordeñar todo el residuo que aún quedaba y que ella por ningún motivo quería dejar de consumir.

Después de limpiarlo y dejándolo brillante con su saliva, se saboreó los labios pasándose la lengua, gateó hacia mi pecho y sonriendo envanecida me agasajó con su sonrisa haciéndome orgullecer.

-Eres muy lindo, mi amor, pero eres mucho más sabroso.

-Y eso que no he comido piña.

-Te ordeno que a partir de mañana esa fruta forme parte de tu menú.

-No dude que lo haré.

-Te voy a ordeñar todos los días, mi cielo. – Su mohín era casi procaz.

-Bueno,  ahora si ven que quiero hacerte mía.

-Espera mi vida, quiero confesarte algo.

-Me preocupas. – Sorprendido, inquieto.

-¡No!.... al contrario, mi amor, al contrario…. cuando lo escuches, te voy hacer aún más feliz y tal vez me vas a querer un poquito más.

-¿Cómo así, será que merezco tanta dicha? ¡por Dios!

-¡Seguro!…. seguro que sí, seguro que sí…. Papacito, recuerdas cuando te dije que era una chica bastante clásica…. pues hoy te lo voy a                         demostrar.

-¿Cómo así? a ver, que es lo que me quieres decir.

-Soy virgen. – Sonriendo como fingiendo un pudor que ni por la imaginación le pasaba.

-¡¡¡¡Queeeeee!!!!

Automáticamente  quedé sentado apenas escuché lo que significaban esas palabras.

Resoplé casi incapaz de respirar, porque si me había cautivado con todo lo que me había hecho, con esto que me confesaba, me llevo al mismo cielo, sin duda alguna.

-No te me vayas a morir, papacito mío. – Su sonrisa era entre preocupada, encantadora y hasta petulante.

Yo solo temblaba de la emoción, porque era tanta dicha que sentía por esta mujer, que pensé en ese momento que si algún día la llegase a perder, seguro que terminaba loco.

-No te imaginas cuanto te amo, Cecilia.

Me miró, me beso, se sonrió y me amó casi hasta el infinito.

Yo simplemente suspiré y a partir de ese momento la sonrisa nunca más se me volvió a borrar de mis labios.

Le miro su gracioso rostro y me llega una idea casi mordaz.

-Ponte de pie, mi vida.

-Y eso.

-Vamos cariño, complázcame.

Lo hizo casi como dudando.

¡Dios! en verdad esta mujer es un verdadero un monumento.  ¡Gracias por concedérmela señor!

Oré con verdadera fe.

Una dicha tan indescriptible me recorrió toda la piel, que mis ojos se humedecen y una lágrima rebelde se deslizó por mi rostro, al pensar que esa belleza que se paraba frente a mí se me entregaba sin cohibirse.

Se irguió con su imponente silueta, se colocó las manos en la cintura,  su actitud era de desconcierto, entonces yo me bajé de la cama, me puse de rodillas, coloque juntando mis manos contra mi pecho e hice un gesto de adoración, casi de reverencia.

-¿Pero que haces? mi amor. – Sorprendida por mi actitud.

-Adorarte como mi diosa.

-¡Luis!.... ¡que soy  virgen pero no soy una santa!

-Para mí eres mi ángel y tengo que adorarte, mi reina.

-No quiero ser tu ángel, Luis, ni tu diosa ni nada de esas cosas, solo quiero ser tu mujer, nada más que eso, ¡tú mujer! - El grito que pego sonó entre divertido y disgustado

-Eres mi mujer desde el primer día que te vi.

-¡Bueno, entonces hagámoslo real! – Volvió a gritar.

Hice que se acostara de nuevo y me monté, comenzando a deslizar mis labios por su rostro, pero me atajó de improviso.

-Mi amor, que estoy que me muero.

-Si no te preparo, seguro que te va a doler.

-Que doler ni que nada, lo que más me duele es la demora.

-Espera me pongo un condón.

-¿La primera vez con condón?…. ¡qué te pasa mi vida!.... no estas ni tibio, querido…. quiero sentirte…. quiero sentirte piel a piel y por algún                      caso, mañana me tomo un postinor. – lo dijo alterada casi con furor.

La miré sonriendo, glorificándome por la entrega y sobre todo por la forma como me exigía que la tomara y que la hiciera mía, pero también que la hiciera mi mujer y lo hizo con suspiró profundo, lento, largo,  sobrecogida apasionadamente.

Cada que le prodigaba alguna caricia se retorcía enroscándose contra mi cuerpo.

-Mi amor ya…. por favor…. por favor…. ya…. ya….   no me martirices…. mira que me voy a morir. – Apenas si le salía lo que me decía.

Los sonidos que salían de su boca parecían ronroneos

-Aaaaagggggggghhhhhhmmmmm.... aaaaagggggggghhhhhhmmmmm

Primero me incline y me apropié de sus labios y luego me aliste pasa iniciar mi viaje hacia el fondo de sus entrañas.

Lo tomé con la mano y lo deslice despacio por toda la abertura de su intimidad, acariciando con la punta el botoncito escondido que casi la hace salir volando.  Lo hice varias veces porque deseaba enloquecerla primero para evitarle cualquier sufrimiento que le causara cuando me metiera dentro de su cuerpo.  Y entonces me decidí, lo fui metiendo despacio, dilatándola, abriéndola, llenándola con lo grueso de mi verga y rozándole las paredes.

De sus labios brotó un gemido lujurioso que rompió con el silencio de la estancia.  Estaba completamente apretadita y se me ajustaba como un guante o casi como la funda.  Mi garrote apenas medio se deslizaba, porque algo como eso era la primera vez se metía por ahí.

Me fui metiendo por la húmeda senda y lo hice despacio llegando hasta la pequeña murallita que me detuvo por un momento, pero que en definitiva tenía que derribar, mientras tanto ella gimió fuerte, con un alarido apasionado y con un pequeño grito adolorido.  Las muecas que hacía eran de incomodidad pero sus gemidos eran como muy vehementes.

Me quedé quieto porque la vi que sufría y eso me produjo una contrariedad que comenzó a borrar de mi cuerpo el deseo que tenía de poseerla.

-¿Qué pasa? cariño. – Sorprendida por la pérdida de mi dureza

-Te veo sufrir y….

-Luis, por favor, que sufro más cuando me dejas de querer. –Gimoteando.

La miré a sus ojos y le vi el dolor pero más me atribuló sus palabras cuando me hablaba así de su cariño.

Atrapé su boca con fuerza, impulsé mi cadera y me hundí hasta el fondo.  Su grito fue clamor.  Recibí una tierna caricia en la punta de mi glande y me imaginé que sentí reventar una especie de tejido cuando le derribé su virginidad.

Ya era mía, total, completa, integra, me enaltecí pensando que lo que me acaba de ofrendar jamás otro lo obtendría.

Algo allá en el fondo me prodigó una caricia en la punta de mi pingo, que lo sentí como un saludo o como una forma de bienvenida.  Su cerviz me pareció que era más lasciva de lo que ella se llegó a imaginar nunca.  Me quedé quieto, retirándome un poquito y esperando que ella misma fuera la que decidiera el momento de continuar.  Dos lágrimas se deslizaban por sus pómulos, pero una sonrisa angelical ilumina su mirada.

De pronto subió la cadera y se llenó de nuevo con todo lo que tenía dentro y lo hizo en forma total, profundo, hasta el límite o tal vez hasta el infinito de mi largura.  Se sintió rebozada, casi ahíta por la forma como gimió, por la forma como se revolvió al sentirse penetrada y saciada por mi polla.

Mi bordón parecía que formaba parte de su cuerpo y ella lo aceptaba sin remilgo y sin prejuicio.

-¡Dios!... ¡Dios!... ¡mi amor!.... ¡mi amor!....

Se me hizo mi mujer, se me entregó con pasión y a más de eso también me cantó.

Imagínense mi dicha.

Y ahora a mí me correspondía la misión de enloquecerla y la iba a llevar a cabalidad con todos mis sentidos, con todos mis sentimientos, con todas mis ganas, pero también con todos mis instintos.

Comencé con un vaivén de penetraciones, primero profundas y luego las hice lentas, iba aumentando el ritmo sin medir lo que metía.  Los envites que hacía eran rápidos y corticos, luego cambié la forma de profundizarme, simulando que mi verga que estaba como  una flecha entrara y saliera como una especie de pistón.  Ella se había convertido como una especie de rio desbordado, porque sus efluvios mojaban mi virilidad y se escurrían sobre su pubis humedeciendo todo el canal de sus nalgas.

De pronto me dijo algo que me desconcertó y al mismo tiempo se me hizo tan divertido que no puede contener la risa.

-Papito, tu huevitos están tocando a la puerta de mi culito, pidiendo permiso para entrar, ¡qué quieres que hagamos!. – Me lo dijo apenas con un susurro.

También sonó como un mohín de niña traviesa.

-¿Será que lo autorizamos? – Se lo pregunté con picardía.

-Primero lléname y luego veremos cómo hacemos para permitirle eso que está pidiendo. – Sonriente, desvariada, alegre.

-Te he dicho alguna vez, que eres una cachondita pervertida. – Mirándola.

-Tú eres el que me perviertes y el que me pone cachonda cuando me miras. – Se revolvió entre mis brazos como dándole fundamento a lo que me decía.

Levanté sus piernas, me las eché por los hombros y todo su tesoro quedó expuesto para que yo arremetiera sin descanso en penetraciones profunda que la hacían gemir como si le arrancaran la vida.

-¡Dios!.... ¡Dios!.... ¡Dios!.... pero qué es esto…. me vas a matar…. ¡mi amor…. aaaahhhhhhh!….

  • ¿Quieres que pare?

-Eres un maldito Luis, te aprovechas porque sabes que no me puedo aguantar…. te odio, papito mío… te odio…. te odio….te amo…. te amo. – Suspiró con un dejo profundo.

Me despreocupé de sus palabras y me dedique a penetrarla con inserciones profundas.

Después de varios minutos de proferirnos placer prácticamente terminamos en gritos y gemidos.  Parecía un concierto de alaridos que prácticamente nos desvanecieron.

Toda su interioridad se inundó y en los últimos estertores de su orgasmo, contrajo los músculos internos, para ordeñarme la poca simiente que había quedado dentro de mi cuerpo.

Terminamos completamente desvencijados.

Me bajé de su cuerpo, la atraje contra mi pecho y el mundo se nos borró en un sueño profundo, que nos permitió dormir hasta casi la media mañana del otro día.

Cuando me desperté, ella dormía profundamente casi montada y lo hacía con la mejilla sobre mi pecho, con un brazo cruzado por mi cintura y con una pierna encima de mi virilidad, parecía con ese gesto tal vez inconsciente, quería mostrarme el poder que ella ejercía sobre mí y con él que prácticamente me dominaba.

Ella era mi dueña por todo, por la forma como se me entregaba, por la manera como me conquistaba, pero sobre todo por el modo como me hacía saber todo el infinito sentimiento que me profesaba.

Me mantuve quieto un largo rato, repasando todos los recuerdos de nuestra relación, desde el momento que entró a la primera clases, hasta este instante cuando me desperté junto a ella.

Era un hombre feliz, afortunado, total y completamente dichoso.

Había cumplido todos mis sueño, ser un profesional en la rama de la medicina, tener la Madre más maravillosa del mundo, laborar en una de las entidades más importantes en el ramo del cual me había graduado, ahora especializarme en lo que más había soñaba y lo más importante, tener junto a mi lado, a la mujer más increíble que jamás en mi vida me llegue a imaginar.

Me hizo dueño de toda ella,  me entregó su virtud, su inocencia, hasta su candor.

Debía agradecerle a la vida, a Dios, al universo, a lo que fuese, por todo lo que me había dado, por todo lo que me estaba dando y tal vez por todo lo que me seguiría concediendo.

Me moví despacio para no despertarla, pues quería sorprenderla con un frugal desayuno.  Cuando lo hice, ella gimió apenas con un susurro y se recostó quedando bocabajo, entonces la miré y vi el portento de su trasero y me exalte tanto, que pensé ponerla de rodillas, tomarla por las caderas, colocarla en cuatro y le chuparle el culito hasta que se reventara completamente.

Cecilia me despertaba sentimientos contradictorios, por un lado eran infinitamente sublimes y por el otro eran increíblemente lascivos, tal vez es el extremo de todos nuestros sentires, pues pasaba de un cariño casi del cielo a unos deseos casi infernales.

Me contuve con mucho esfuerzo de voluntad y me dije que debía hacerlo con cariño y con su total aprobación, ya que me había dado mucho y no debía ser tan avariento, porque sabía que ella misma me ofrendaría ese tesoro y lo haría voluntariamente y sin que yo le hiciese ninguna clase de insinuación.

Fui a la cocina, preparé café, calenté leche, prepare cuatro emparedados de jamón y queso, hice jugo de naranja, agregue mantequilla, también un poco más de queso y rebusque y rebusque pero no encontré ninguna flor, entonces fui hasta la sala y esculque en un mueble empotrado en la pared, donde encontré varios marcadores, tomé un hoja en blanco y medio dibujé una especie de girasol, envolví el papel en una especie de cono y lo metí dentro de un vaso, puse todo en una bandeja y me fui hacia la habitación.

Ella seguía en la misma pose, durmiendo bocabajo, con el cabello esparcido por toda su espalda, mientras una parte le cubría la increíble belleza de su rostro, lo que me mostraba una imagen divina, enternecedora, sensual, pero infinitamente provocativa.

Puse la bandeja sobre la mesa de noche y así desnudo, me senté sobre el pequeño mueble que estaba junto a la cama y me dedique a observarla como dormía.  Me extasié con su figura y me puse como un cacho cuando veía las turgencias de su silueta, lo que me despertaba tanto deseos que estaba que saltaba sobre ella, pero me contenía porque no quería despertarla.

Al rato pareció hacerlo, movió su rostro como buscándome y al no encontrarme automáticamente se sentó.  Pareció asustarse al sentirse sola, giro la cabeza a los dos lados y cuando me vio, suspiro quedo, sonrió, se puso la mano sobre su corazón, se rio y con un gesto de felicidad extrema prácticamente volvió y me conquisto.

-¡Dios!... uuufffff…. ¡cielos!....  ¡qué susto!.... pensé que te habías marchado…. ¡Dios!.... ¡Dios!.... ¡casi me muero, cuando pensé que me                        encontraba sola y que me habías abandonado. – Me lo dijo juntando las dos manos en el pecho.

-¿Crees que puedo?

-¿Tanto me amas?

-No te lo alcanzas a imaginar.

-Igual yo.

Desayunamos alimentados entre ambos, untándonos, besándos, acariciándonos.

Fueron  tantas las caricias que nos prodigamos que nos calentamos tanto, que de nuevo terminamos haciendo el amor.  Lo hicimos en la cama, en el baño, en la encimera de la cocina, en la sala, en el piso, en el mirador, encima de la lavadora, en el garaje, en el coche.  Cierta vez inventamos una visita médica y lo hicimos en la terraza del edificio más alto de la ciudad.  Otras veces fue en un cine, en los baños de un restaurante, en el estadio cuando asistimos a un partido de futbol, en un coliseo viendo un partido de baloncesto, porque mientras ellos gritaban eufóricos nosotros también gritábamos enardecidos de placer..

Otra vez nos metimos en la oficina del director de la carrea que ambos cursábamos.  También intentamos hacerlo en las oficinas del rector de la universidad pero la secretaría no nos dejó

Follabamos como conejos y no había sitios vedados para hacernos el amor, porque para nosotros no era follar, era hacer el amor, porque había ese poquito más del simple  solo sexo, ya que nos prodigábamos un cariño tan sublime que pasábamos de simples amantes a ser dos seres completamente enamorados.

-Bueno, mi amor, y ahora como quedamos. – Lo preguntó con inquietud.

-¿Cómo quedamos de qué?  – la miré sorprendido por la pregunta

-Luis ¿qué somos? amantes, pareja, enamorados, amigos con derecho, ¿qué somos Luis?

-Pues la verdad no sé qué somos, lo único cierto es que yo te quiero mi amor, yo te quiero y quiero estar contigo para siempre, pero no sé tú                  cuáles son tus planes en relación con esto que estamos viviendo.

-Yo también te quiero, Luis, yo también te quiero y quiero pasar el resto de mi vida contigo, pero debemos  decidir cómo vamos a continuar.

-Hagamos los siguiente, Cecilia, vivamos por ahora nuestro amor así y cuando terminemos la carrera, pues nos casamos y formaremos un                      hogar bien asentado, ¿te parece? cariño.

-¡Sí!.... me parece y lo acepto mi amor, lo acepto.  También te propongo que hagamos lo siguiente, algunos días viviremos aquí y otros días,                  tu vive con tu Mamá y para evitar malos entendidos, yo vivo con la mía, ¿qué opinas a la propuesta? mi amor.

–Listo… no se hable más, lo haremos así como tú dices.

-Te amo Luis.

-Hmmmm…. yo ni se diga.

Era tan fácil ponernos de acuerdo que a veces nos sorprendíamos.

Y volvimos y no quisimos y tal vez con más ardor, con más pasión, pero también con ese sentimiento que nos tenía enloquecidos, porque entre más iban pasando los día y los meses, más nos enamorábamos, más nos necesitábamos y más se nos hacía difícil separarnos .

Casi al cumplirse el año, la llevé a la casa y  se la presenté a mí Mamá.  Esa noche ella me esperaba como todos los días, llegaba a la casa, preparaba la cena y esperaba a que yo llegara para que comiéramos juntos.

No le había dicho nada y llegamos los dos.

-Mamá, ella es Cecilia, la dueña de mi corazón.

Se acercó con timidez saludándola apenas con un susurro.

-Señora, mucho gusto…. –No la dejo continuar.

-¡¡¡¿Señora?!!!.... por favor hija, que eres la dueña del corazón de mi hija…. yo fui la responsable de darle la vida, ¿no te parece que tenemos                  algo en común? – Sonriendo feliz.

La atrajo contra su pecho y la abrazo con infinito cariño casi de madre.

-Bienvenida hija, bienvenida, esta también es tú casa. – Y le regaló la mejor sonrisa que Madre alguna puede  conceder.

-Gracias Madre por aceptarme y por permitir hacer parte de sus vidas..

-Mi niña, que eres muy linda y cualquier Madre se sentiría dichosa de tenerte como la esposa del muchacho que me ha llenado el corazón.

-Por eso lo cuido tanto.

-No deberías, sabes…. con esa cara de tonto que tiene cuando te mira, no deja duda de lo que siente por ti.

-Pero no deja de haber…. – La corta.

-A sí…. es mejor la seguridad que los malos entendidos, eso es lo que por ahí dicen.

-Es que es tan lindo. – Más que con amor, con pasión.

-A eso sí y lo peor es que parece que no se da cuenta.

-Eso lo hace tan peligroso…. mirarlo es como un vicio.

¿Se alcanzan a imaginar el lugar en donde yo me encontraba?

Lógico que no estaba en este mundo, ya era residente de otro universo.

Era tan dichoso al saber que las dos mujeres más importante de mi vida, se desvivían por hacerme feliz y eso me causaba tanta felicidad, que no era capaz de cuantificarla.

Así siguió corriendo el tiempo, estábamos tan compenetrados que los éxitos en nuestra carrera no demoraron en llegar.  Fuimos premiados muchas veces por el gran rendimiento académico que presentábamos y mucho antes de finalizar la carrera ya la universidad nos había titulado.

En este momento vamos en mi coche a cumplir una cita, que más que extraña me parece incomprensible.

Con Cecilia cualquier momento o cualquier lugar es una oportunidad para demostrarnos nuestros sentimientos.

Ahora que vamos juntos ella me tiene tan emocionado que me sale humo por los oídos.  Desde que subimos a mi carro, no ha dejado de meterme mano.  Me acaricia el rostro, me rae el lóbulo de mi oreja derecha, me lame el cuello, mete la mano y me acaricia el tórax, me roza los muslos por encima del pantalón y por ultimo acaba de bajarme el zipper y ha metido la mano dentro de mi bragueta.

Toma mi falo con la mano izquierda, lo descapulla y seguidamente le pasa la punta del dedo pulgar por la cabeza, recoge bastante líquido y se lo lleva a los labios y lo chupa con delectación.

A más de eso le agrega la picardía de su mirar y eso casi hace que estrelle mi coche porque me olvido de que yo soy el que estoy manejando.

-Cecilia, que nos vamos a estrellar.

-Mi amor, tú no te preocupes de nada, solo dedícate a conducir.

-Como si eso fuera muy sencillo con todo lo que me está haciendo.

-No me diga que no te gusta, cielo.

-Por eso mismo, linda, porque me gusta tanto es que de pronto nos vamos  accidentar.

Mientras me está respondiendo va sacando mi trabuco que está más duro que un garrote.

Se inclina sin ningún ápice de vergüenza y se lo incrusta hasta la garganta, lo chupa con devoción haciendo sonidos sonoros mientras se deleita saboreándolo con descaro.

-Luis mi amor, jamás  me cansaré de degustarte, eres un deleite…. tu sabor es tan delicioso que no soy capaz de compararlo con nada de                      todo lo que he probado hasta ahora.

Y sin dejarme responderle vuelve y se inclina y lo atrapa con sus labios y continúa con su tarea.

Afortunadamente ya estamos entrando al lugar de nuestra cita.

Es una invitación que mi madre unos días ante me pidió que asistiera en su compañía.  Era de noche y llegamos junto con mi ángel.

-Hola  mis niños. – Dándonos piquitos en las mejillas.

Regresaba de su trabajo y directamente se sentó frente a nosotros en el sofá.

Era una de las pocas veces que llegaba antes que nosotros.

-Hijo…. quiero pedirte algo.

-¡Que pasa Mamá? Es algo grave, me preocupa.

-Tranquilo mis niños, no es nada de que temer.

-Bueno entonces que sería, pues.

-Tú Padre quiere conocerte.

-¡¡¡¡Que!!!.... ¡que estás diciendo, Mamá!.... ¡Y a estas alturas!.... ¡qué le pasa a ese señor¡…. ¡que quiere conmigo!....  no te parece que ya                     es como muy tarde para eso, Mamá. – Se lo dije casi sin pensar.

Más que furioso estaba desconcertado.

A mi padre no lo conocía, es más, ni siquiera lo había visto, jamás lo había tenido frente a mí.  Mi Madre me lo mostró dos veces; una vez lo vi en la foto que salió en el periódico y la otra lo vi por televisión.

Personalmente nunca habíamos estado cerca.  Después de tantos años, será que le remuerde la conciencia con el hijo del que nunca quiso saber nada de su existencia.

Con Cecilia nos pasaba casi las misma cosas.  Su padre también las había abandonado y nunca se interesó de su vida hasta cuando se hizo mayor.  Ella si lo conocía y tenía cierta relación más allá de algunos encuentros muy esporádicos y algunas visitas de vez en cuando, lo que no se podía calificar una relación muy fraterna de padre e hija

Entre nosotros, nuestros padres nunca formaron parte de nuestra relación.  Días después de conocer a mi Mamá, ella me llevó a conocer también a la suya.  Algunas veces nos quedamos en la casa de su Madre y otras en la casa de la mía.

Entramos al parqueadero y casi desfalleciendo apenas pude estacionarnos y después de varios chupetones, me derrame como una fuente de agua, en la boca golosa de esa mujer que me robaba la vida por mi virilidad.

Se bebió todo, no dejó nada, lo chupo hasta extasiarse y con la lengua lo lamió hasta dejarlo completamente limpio, brillante.

-Ahora te toca a ti cariño. – Riendo con picardía.

No esperó que yo le respondiera, se bajó del coche, abrió la puerta de la parte de atrás, se  subió, se recostó contra la misma, abrió las piernas, se sacó la tanga y con la sonrisa más vas voluptuosa que me pudo mostrar, se me ofrendo como el majar más apetitoso que alguna vez pudiese consumir.

Me metí dentro del carro, me arrodille frene a sus piernas y a punta de lengüetazos hice que se derritiera como la esperma de una vela encendida.  Me bebí todo de la misma forma como ella lo hizo conmigo.  Quedamos desgonzados y abrazados por largos minutos mientras nuestros labios, terminaban de aplacar todo el ardor que aún nos quedaba por apagar.

Nos arreglamos la ropa, salimos del coche y nos dirigimos a conocer al hombre que fungía como mi Papá.

Cuando llegamos a la entrada del restaurante nos esperaba un muchacho elegantemente uniformado.

Nos presentamos y él mismo nos condujo hasta el lugar donde se realizaría la reunión.  Antes de llegar, el repique del teléfono celular de Cecilia nos detuvo por un momento.

-Mi amor es mi Mamá, tengo que responder o de seguro que no me va a dejar tranquila hasta que decida responderle…. ve cariño, en un                        momento estoy contigo y con tus padres.

Le di un beso corto en los labios y me dirigí a conocer al desconocido que se decía ser mi Papá.

Me encontré con un hombre alto, en el pelo con muchas hebras blancas y con una figura muy trabajada, en los gimnasios más emblemáticos de la ciudad.

Fue un encuentro frio, distante, seco, sin ninguna demostración de efusividad filial.

Al rato llego Cecilia.

Se paró en seco, se llevó las manos a la boca y dio un grito destemplado, que hizo que todos nos sobresaltáramos.

-¡¡¡Papá!!!

-¡¡¡Cecilia!!!.... ¡¡¡¡Hija!!!!

-¡¡¡¿Papá?!!!

Y nuestro mundo de derrumbó……

Será el

FIN.