Porque es mi trabajo - Capítulo 4
Siento la tardanza, aunque espero aumentar el ritmo estas semanas próximas. Como de costumbre para cualquier cosa teneis mi email en el perfil. En este capítulo Amber recibe una clase de refuerzo particularmente dura pero necesaria.
Capítulo 4. Cuestión de confianza
Una vez enviada Amber a su cuarto permanecí horas sentado en el mismo lugar donde había castigado duramente a la niña. Su educación me estaba trayendo de cabeza, en el mismo momento en el que parecía que lograba atraerla hacia mí, recibía una bofetada, figurada y literalmente. Castigarla físicamente había sido la única opción para mantener mi posición dominante, tanto sobre ella como sobre Annie, dios, si tuviese dos Annie hubiese acabado este dichoso encargo antes de empezarlo. Pero de nada servía lamentarse de lo que no ocurrirá, y, definitivamente, la actitud de Amber no se volvería como la de Annie de la noche a la mañana.
Para cuando desistí en mis vanas reflexiones, bien había entrado la madrugada, así que salí de esa habitación tan particular, dispuesto a arrastrarme hasta mi cama, cuando, a medio camino por el pasillo, estando más dormido que despierto, noté como mi pie descalzo se posaba en falso sobre algo de diferente textura a la moqueta, haciéndome apartarlo instintivamente y provocando, en colaboración con mis torpes reflejos producto del sueño, que cayese de bruces contra el suelo, teniendo tiempo solo de cubrirme la cara y para oír el chillo ahogado de Amber.
-…!Maestro¡ ¡Perdón, perdón¡ - gritaba mientras trataba de levantarme del suelo.
Tengo que llamar a mi profesor de defensa personal, me acaba de dejar KO una niña de 40 kilos, como mínimo debería devolverme el dinero.
Me levanté, disimulando el ligero aturdimiento producto del golpe, arreglándome ligeramente la ropa.
-No deberías dormir en el pasillo, alguien podría tropezarse –dije sonriendo.
-Perdón, yo quería… -Le corté poniéndole un dedo en los labios.
-Ya sé a que venías, aunque no a la hora correcta. En futuras ocasiones esperaras a que sea de día ¿De acuerdo? –mientras hablaba le coloqué una mano en el hombro, no pretendía regañarla, pero tampoco era sano tenerla durmiendo en un pasillo. –Vamos, pasa a mi despacho.
Dicho esto, abrí la puerta sobre la que momentos antes dormitaba la chica. No lo podía saber a ciencia cierta, pero fácilmente podría llevar más de una hora esperándome.
A pesar de ser ya de madrugada, Amber iba maquillada y peinada, además, había combinado de manera curiosa la sábana blanca con una camiseta larga, dándole una apariencia de velo, abierto por la pierna izquierda, desde la cintura hasta el suelo y, por supuesto, continuaba con su collar ceñido al cuello. Por lo menos parecía dispuesta a obedecer parte de las normas.
-Pasa, pero no te sientes, por favor. –La chica obedeció ligeramente extrañada. Una vez cerré la puerta, arrastre una silla frente a mi escritorio, le coloqué un cojín encima y la ayude a sentarse de la manera más delicada posible, para después tomar yo asiento. Inmediatamente empezó a hablar.
-Maestro, quería disculparme por mi actitud de hace unas horas, tampoco mi reacción fue apropiada, espero que podamos seguir normalmente con las clases… -recitó la chica, de manera casi entrenada.
-No, Amber, no me interesa seguir con las clases como hasta ahora –hice una pausa para observar su cara de sorpresa -, tenemos un problema de confianza entre nosotros, cosa que nos impide progresar. Soy consciente de que es una situación complicada para ti, y sobre todo, no deseada, pero, de verdad, necesito que comprendas que no quiero provocarte mal alguno.
-Lo siento, Maestro. –Apunto estaba de preguntar porque pedía disculpas cuando continuó. –Siento no poder confiar en ti, como no podría hacer en ningún hombre que sea capaz de venderme a otro por dinero, tal y como hizo mi padre. –Aquello fue una mortífera puñalada en el punto preciso, llevaba razón, aunque intentase diferenciarme todo lo posible de su padre, siempre estaría ahí ese hecho, una absoluta deferencia hacía ella, o, mejor dicho, hacia su futuro. Tenía que salir de aquella situación, y tras horas de reflexión solo había encontrado una salida posible, era el momento de lanzar un órdago, o un "all in" si lo preferís.
-Llevas razón, toda ella, y solo puedo hacer una cosa para remediarlo. - Tomé aire antes de continuar. -Puedo ofrecerte mi firme palabra de que intentaré liberaros de vuestra condición de esclavas. –Amber, tan sorprendida como yo mismo, empezó a sollozar, mientras a duras penas lograba decir una y otra vez: “gracias…, gracias…”.
En el tiempo que llevaba en este negocio, nunca había sentido la piedad que estaba teniendo con ellas, y mucho menos para llegar a este punto, tal vez fuese su edad, su inocencia, o que simplemente ya no era capaz de cumplir con mi trabajo. Ni siquiera sabía aún como iba a hacerlo, pero le había dado a la joven mi palabra, por lo que a mi mismo respecta, lo mínimo que tendría que hacer, era dejarme la piel.
-Pero… -interrumpí sus sollozos de agradecimiento -, no puedo prometerte los resultados que deseas, y, en el peor de los casos, todos tendremos que cumplir el contrato, lo que implica que mi deber será entregaros plenamente educadas, por lo que, a cambio, quiero una sumisión completa mientras dure tu formación. Esas son mis condiciones.
-Acepto –dijo la niña sin apartar de mi sus ojos color miel, con un inexistente atisbo de duda.
Me levante y esperé a que ella hiciese lo propio antes de estrecharle la mano para cerrar nuestro trato.
-Por lo tanto, y, a partir de ahora, tu obediencia será plena, y me reservo el derecho a rescindir nuestro trato si ocurre otra actuación como la de hoy, ¿Ha quedado claro?.
-No ocurrirá, Maestro –la voz de Amber sonaba total y absolutamente decidida, y la acompañaba una sincera sonrisa.
-Eso es lo que quería oír, acompáñame, necesitas una clase de refuerzo.
-¿Ahora? – protestó sorprendida.
-Ahora. Me has dado lo que quería y no pienso dejar pasar ni un segundo antes de disfrutarlo.
Tras esto la guié al cuarto de adiestramiento y, después de hacerla entrar, cerré con llave.
-Voy a explicarte algo Amber, -dije mientras buscaba en un cajón lo que necesitaba y me volvía acercar a ella, retirándole la sábana, que no ocultaba absolutamente nada debajo –,esta habitación esta totalmente insonorizada, por no hablar, de que la puerta esta cerrada a cal y canto –continué hablando mientras le ataba sus manos a la espalda, justo después de desnudarla de cintura para arriba, con una cuerda de algodón sin alma. Utilicé un nudo que no ejerciese daño en absoluto, a costa de que era posible liberarse de él, exactamente como quería. No se resistió –tampoco puedo dejar de comentar, que es imposible abrir ninguna de las ventanas, aunque sería ridículo, puesto que estamos en un cuarto piso. –Esta vez sí se alteró ligeramente cuando le ceñí una pequeña mordaza en forma circular a la boca. –Con esto te quiero decir Amber, que eres mía, y que puedo hacer lo que quiera contigo, y lo que es mejor, tengo tu permiso para ello. –Me alejé para contemplar mi obra, una preciosa y joven chica rubia, desnuda, silenciada con una mordaza de color rosa, a juego con su sombra de ojos, sus manos atadas a la espalda y su culo pequeño y duro, aún levemente enrojecido por mis azotes. Pero aún faltaba el toque final, y, manteniendo mis palabras, pronunciadas esa misma tarde, até su collar a una fina correa metálica.
-Eres mía y voy a disponer de ti como mejor me parezca, ¿tienes miedo, Amber? –La chica negó con la cabeza, revelándome decisión en sus ojos.
Esa noche no pretendía contenerme, alcé a la chica hasta tumbarla en la cama, recostándome ligeramente sobre ella, antes de comenzar acariciar su clítoris, cosa que acompañe recorriendo todo cuerpo con mi mano libre, desde sus pequeños pechos a sus nalgas, pasando, sin ningún pudor, por su boca y su ano. A pesar de su incomodidad, poco tardo en empezar a gemir de forma audible aún con la mordaza puesta, cosa que me excitaba notablemente. Cuando note su cuerpo tensarse, anunciando un inminente orgasmo, retiré descaradamente mi mano, con su consecuente mirada de indignación, que poco duró cuando le retiré la mordaza, dándole un beso en los labios. Aprovechando la situación, acerqué mis dedos, totalmente cubiertos con sus flujos y que tanto placer le habían dado un segundo antes, a su boca, cosa que le hizo retroceder levemente la cabeza, por lo menos hasta que recordó nuestro pacto, momento en el que, despacio, me los empezó a lamer dócilmente.
-Eso es Amber, así es como deberás comportarte siempre –dije, mientras volvía a amordazarla con cuidado, no sin antes darle un último beso, que me permitió contemplar sus ojos, que empezaban a cambiar entre su firme decisión y un reflejo de obediencia.
Seguí recorriendo su cuerpo con mis manos, tentándola con el dulce orgasmo que buscaba, pero sin llegar nunca a culminar en él, cosa que provocaba unos dulces gemidos de suplica. Cuando consideré que esta pequeña tortura había sido suficiente, giré su cuerpo y le hice apoyar las rodillas sobre la cama, dejando su culito perfectamente expuesto. Acaricié suavemente la entrada de su ano, ejerciendo una presión muy leve, que fue rápidamente interpretada por Amber, dando como resultado que la chica juntase las piernas y soltase un leve chillo en el que perfectamente se podía entender “No”. Entonces la agarré de la barbilla, pegando su cuerpo contra el mío, dejándola a mi altura.
-¿Hasta aquí llega tu determinación pequeña? Ni siquiera he necesitado usar el dolor para comprobar que me estabas mintiendo, me ha bastado con el miedo. – Mis palabras provocaron que la chica moviese la cabeza de una lado a otro, intentando deshacerse de la mordaza, cosa que le permití.
-Perdóneme Maestro, se lo suplico, quiero continuar, por favor. – Tratándome de usted, Amber intentaba darme una sensación de sumisión por su parte y lograr lo que quería, cosa que ya había hecho antes.
-Se acabaron las oportunidad, aunque no ha sido un acto tan descarado como la última vez esta claro que no eres capaz de darme obediencia –espeté, alejándome de ella.
-Es cierto que no puedo evitarlo Maestro, pero permítame ser castigada por ello, en lugar de ignorada. –Las palabras de Amber me sorprendieron a medida que las decía, incluso después de haberse llevado una azotaina el mismo ese mismo día dispuesta a ser castigada de nuevo.
-Comprenderás que azotarte el culo como a una niña pequeña es el más clemente de todos los castigos, ¿verdad?.
-Lo comprendo, Maestro.
-¿Y estás dispuesta a continuar, sabiendo lo que conlleva?.
-Sí, Maestro. –Otra vez una voluntad capaz de hacer cualquier cosa se adueñaba de sus ojos.
-De acuerdo, tal vez este siendo demasiado inflexible, dejándome llevar por lo que ha pasado esta tarde. Pero quiero que tengas presente que cualquier acto de insumisión, como este mismamente, será castigado.
Dicho esto, sin darle siquiera tiempo a contestar, volví amordazarla. Ella por su parte, volvió a tumbarse en la cama exponiendo nuevamente su cuerpo, cosa que aproveché para volver a recorrer con mis dedos su sedosa piel hasta llegar a mi objetivo, que se encontraba en esos momentos bastante tenso, por lo que opte por continuar acariciándola entre las piernas, mientras hacía lo propio con su culito.
Minutos después fui capaz de introducirle el dedo levemente en su ano, provocando un fino gemido, retirándolo poco después.
-Sabes, siempre he sido poco partidario de amordazar a una chica, me aburre no poder disponer de tu boca, al igual que el resto del cuerpo. –Dicho esto deslicé la mordaza hasta dejarla colgando de su cuello.
-Gracias, Maestro –suspiró con voz sumisa al verse libre.
-Te he quitado la mordaza por un motivo pequeña. Como primer, y no último castigo por tu desobediencia de hoy, te vas a encargar de lubricarme los dedos mientras entreno tu estrecho trasero, ¿Sabes como hacerlo? –Era, por supuesto, una pregunta retórica, puesto que al terminar de hacerla, apoye mis dedos en sus labios. Tras un breve suspiro, Amber empezó a lamer de manera sumisa, los dedos que hace poco estaban en su interior, para después introducirlos en completamente en su boca.
La deje hacer, disfrutando tranquilamente de su castigo, hasta que consideré que ya era suficiente, momento en el cual volví a colocar, esta vez los dos dedos, en la entrada de su culo, y, agarrando su cintura, empecé a introducirlos lentamente.
Al verla lanzar un ligero gruñido de dolor me retiré despacio para volver a alzarla y que me oyese con claridad.
-Amber, quejarse de dolor no es motivo de castigo, y, si es demasiado intenso para ti, me informarás de inmediato. Incluso durante los castigos intento hacerte el menor daño posible, no tiene nada de loable hacer daño a alguien que ni siquiera puede defenderse, tenlo siempre en mente.
-Así será maestro. Estoy dispuesta a seguir cuando quiera.
Nuevamente le tendía la mano, haciéndole lamer los dedos, ya mojados también con sus flujos, cosa que respondió de la misma y obediente manera que las veces anteriores. Me deleité nuevamente de la situación, que la hacía sufrir de manera muy ligera, antes de volver detrás suyo.
Esta vez conseguí introducir tranquilamente mis dedos en su interior, para luego moverlos suavemente adelante y atrás, consiguiendo por fin, hacerla gemir de placer. Con mis intenciones cumplidas continué con los mismos movimientos, a la vez que acariciaba su clítoris, haciendo que, en menos de un minuto, se tensase de una manera increíble, mientras gritaba de puro placer, teniendo momentos en los que me suplicaba que me detuviese, por miedo a esa nueva forma de placer, y momentos en los que me exigía que no parase, sin ni siquiera pedirlo por favor, cosa que fue lógicamente perdonada. Una vez concluido su éxtasis la tumbé apenas un minuto sobre la cama para que pudiese recuperarse.
-Ahora vas a complacerme con tu boca, pero, a diferencia de la última vez, no vas a poder usar tus manos, ya que seguirán atadas, por lo que seré yo quien marque el ritmo, y te advierto de que seré exigente tanto en velocidad como en profundidad. Aun, como siempre, puedes detenerte si te ves en una situación que no puedas aguantar, ¿entendido?.
-Si, Maestro, puede disponer de mí como desee.
Oír a Amber repitiendo mis propias palabras me resulto sumamente placentero, así que, tirando de la correa, la guié hasta los pies del sillón que había hecho mi trono.
-Arrodíllate –imperé.
Obedeció de inmediato, dedicándome una mirada dócil, imposible de encontrar encontrar en la chica que llegó a esta casa. Permaneció así unos segundos, mientras colocaba mi pene justo a la altura de su cara y tensaba la correa a la medida correcta envolviéndola alrededor de mi muñeca.
-Creo que ya sabes como debe comenzar esto. –Mientras decía esto, la atraje despacio hacia mi tirando de la correa, haciendo que sus labios se posaran directamente en mi tronco, que rápidamente empezó a lamer. –Buena chica, continua.
Amber se esforzaba lamiendo desde la punta hasta la parte inferior del tronco, dejándomela totalmente cubierta de saliva. Al poco, la agarré suavemente de su largo pelo, con la mano que no ceñía la correa. –A partir de hoy te harás una coleta antes de empezar las clases para que pueda guiarte con mayor facilidad. –Dicho esto, la obligué a agacharse todavía más, dejando su lengua sobre mis testículos. –No te olvides nunca de lamer esta parte, y, de ser posible, mientras lo haces masajearás el pene con las manos, ¿todo claro?.
-Si…si, Maestro –pronunció la chica con dificultad, pues no le había permitido separarse lo suficiente de mis genitales.
Tras liberarle de mi guía deje que su lengua campase a sus anchas proporcionándome placer, un placer que se tornaba mayor sabiendo que estaba obedeciendo todas mis ordenes. Cuando lo consideré suficiente volví a asirla del pelo, levantándola levemente, hasta colocar mi capullo en entre sus labios.
-Es hora de que aprendas como utilizar tu boquita. –Y, sin mediar más palabra, introduje la mitad de mi miembro en su boca, de manera perfectamente calculada para no provocarle arcadas. –No olvides que debes mirarme a los ojos en todo momento, como tampoco olvidarás que, aunque practiques sexo oral de esta manera, sigues teniendo lengua, y sigues debiendo utilizarla. –Estas palabras provocaron que Amber enmendase de inmediato sus dos errores, que quedarían libres de castigo por el hecho de ser poco más que una novicia.
Despacio y calmadamente hice subir y bajar su cabeza, y con ello mi miembro en el interior de su boca durante largo rato, tanto para acostumbrarla a una situación que sería habitual en su posible futuro, como para entrenar su resistencia física, puesto que no tardaría en empezar a sentir entumecimiento en la mandíbula. Ella resistió tranquilamente, casi atravesándome con una mirada decidida y sin lagrimas, que conservaría poco tiempo más.
-Bueno pequeña, creo que es hora de que recibas una clase un poco más avanzada, ¿no crees?. –Aumente la fuerza que empujaba su cabeza, haciendo que su boca avanzase algunos centímetros más que las veces anteriores. En cierto momento, Amber, presa del miedo, empezó a ejercer la fuerza contraria con su espalda, tratando de liberarse, cosa que cesó de inmediato, tanto al ver que su esfuerzo era totalmente fútil, como al recordar nuevamente las condiciones de nuestro acuerdo.
Penetré suavemente su garganta, hasta que llego el inevitable momento en el que le sobrevino una arcada, producto de esta brusca invasión. Tiré de su pelo, sacando mi pene totalmente de su boca, quedando unido solamente por un fino hilo de saliva con sus labios. La dejé toser y babear tanto como quiso, hasta que nuevamente ella sola se colocó de nuevo en posición para cumplir su tarea, cosa que me provocó un placer inmenso, al demostrarme que por fin ella deseaba hacerlo.
Empuje su cabeza nuevamente hasta el mismo punto en que antes había fallado su voluntad, en este caso, mi pene en el interior de su garganta le provoco otra arcada de igual manera, con exactamente el mismo resultado que antes. Ella se colocó casi de inmediato, lista para recibir otra embestida.
-Tranquila, tenemos toda la noche por delante, como ya has comprobado, soy ante todo, un maestro paciente con sus pupilas. Adelante, coge aire, respira tranquila.
Unos minutos después repetí la operación, consiguiendo introducir mi miembro hasta casi tres cuartas partes de su longitud en la boca de la chica, y lo que es más, conseguí deslizarle la cabeza arriba y abajo varias veces antes de tener que permitirle descansar. Esa sesión de sexo oral estaba siendo particularmente satisfactoria, tanto por el trabajo propio realizado por su tierna boca, como por su mirada que, antes nido de decisión, ahora solo reflejaba sumisión a mis ordenes, además decorada con finas lagrimas, producto de su esfuerzo.
Durante otro largo rato fui penetrando su boca, cada vez con más facilidad y cada vez más profundo, empezando a disfrutar de los momentos previos al orgasmo, sin embargo, mucho antes de mi placer estaba ilustrar a mi aprendiz, así que, de manera lenta pero firme, introduje mi pene totalmente en su boca, hasta que su nariz choco que mi cuerpo. Como era normal en esos casos, me retiré de inmediato de su interior, dejándola respirar ansiosamente con su cara enmarcada por las lagrimas. Repitiendo su complaciente conducta volvió a colocarse en posición, por lo que procedí con la misma maniobra, solo que esta vez, para su desesperación, patente en su mirada, la mantuve unos segundos con todo mi pene en su interior antes de liberarla.
-Maestro, por favor, no puedo más –dijo entre toses y suspiros.
-Mírame Amber, mírame y dime que no puedes soportarlo más, con eso será suficiente, te prometo que reconocerlo no perjudicará nuestro acuerdo. –La chica calló un momento, mientras recuperaba el aliento.
-No será necesario Maestro, mantengo mi palabra, disponga de mi como deseé. –Unas palabras valientes para una chica con el rostro totalmente cubierto de saliva y lagrimas.
Repetí varias veces la misma situación, haciendo que Amber lo soportase cada vez mejor, hasta el punto en el que ella misma se movía, todo sin dejar de mirarme a los ojos. Una vez ocurrido esto solté a la chica del pelo y la correa, dejándola felar a su antojo, cosa que hacía de manera razonablemente aceptable, puesto que acababa de aprender a hacerlo, tragándosela por completo siempre que le era posible, y permitiéndose descansar con poca frecuencia.
Unos minutos más de esto provocaron las primeras señas de mi orgasmo, al mismo tiempo que veía como se humedecía el sexo de Amber. No cabía en mi de gozo, no solo había conseguido que me obedeciese, si no que además disfrutaba haciéndolo. Me preparé satisfecho para eyacular en su boca, justo antes de que Amber se detuviese.
-Por favor, Maestro…
-¿Que ocurre Amber? –contesté extrañado.
-… -susurró ella, mientras se enrojecía levemente.
-¿Qué es lo que ocurre, Amber? – exigí.
-Fólleme, por favor, Maestro –dijo perdida por la vergüenza.
Oír esto me hizo levantarme al momento del sillón, en el que había estado apunto de alcanzar el clímax.
-Pega la cabeza al suelo Amber –ordené, haciendo que Amber obedeciese al momento sin dudar.
Me coloqué detrás suyo acariciando sus nalgas, comprobando las marcas provocadas por su desobediencia antes de volver a azotarla nuevamente. Un agudo chillo recorrió la habitación, ni siquiera la había azotado con fuerza, pero su frágil cuerpo aun no se había sanado de sus marcas anteriores.
-Voy a continuar azotándote hasta que te mejore la memoria pequeña -dije mientras la azotaba nuevamente.
-Perdóneme Maestro, no pretendía disgustarlo, yo solo quería… -sollozó.
-Y tendrás lo que quieres, has sido muy servil en todo momento, por lo que te concederé tu capricho, sin embargo, creo que tienes que aún tienes que aprender a prestar atención. –El azote que precedió a mis palabras pareció por fin surtir el efecto deseado, además de hacerla gritar una vez más.
-Disculpe Maestro, una dama no debería usar nunca un vocabulario tan soez, lo siento mucho.
Me detuve ante sus palabras, al mismo tiempo que ella se derrumbaba sobre la moqueta, sollozando ligeramente.
-Eso es, ahora, si sigues dispuesta a ello, realizarás tu petición de la forma que le corresponde a una verdadera dama. –Le sequé las lagrimas mientras la alzaba hasta el sillón, dejándola tumbada de costado, evitando causarle más daño.
-Por favor, Maestro, si aún considera que lo merezco, le ruego que me posea –pronunció, midiendo cada una de sus palabras.
-Excelente Amber, es posible que sea la petición más educada que me han hecho nunca. Y sí, creo que, a pesar de tu desliz, aún te lo mereces. Es más, creo que te has ganado el privilegio de seguir con la clase sin ataduras.
-Muchísimas gracias, Maestro –contestó con felicidad, fruto de mi cumplido. Del mismo modo que habría hecho su hermana.
Le desaté primero la correa, y después el collar, acabando con su primer castigo como premio a su obediencia, para luego liberarle la manos y masajearle suavemente la zona hasta que recuperase su circulación habitual. También le permití lavarse la cara y la boca, para eliminar restos de saliva, lagrimas y líquido preseminal.
-Así es como serán las cosas mientras seas obediente, tal y como lo estas siendo ahora, sin embargo, no te olvides de que voy a castigarte nuevamente esta noche.
-No lo olvido, Maestro, y seré totalmente sumisa mientras viva aquí. –Oírle referirse a si misma como sumisa fue realmente complaciente.
La tome de la mano, llevándola hasta la cama, en la que la hice tumbarse en el centro, para después colocarme entre sus piernas. La penetré con dulzura, procurando que disfrutase, como recompensa por su actuación, haciendo que gimiese desde el mismo momento en el que tan solo rocé su cuerpo, debido a toda la excitación tenía en él acumulada.
Gradualmente aumente el ritmo, mientras silenciaba con besos algunos de sus gemidos, acercándola cada vez más a su máximo placer. Mentiría si dijese que no sufrí para evitar eyacular en su interior antes que ella quedase complacida, puesto que durante toda la noche había sido una amante excepcional y, casi apunto de terminar la clase, no parecía dispuesta a defraudar, puesto que, además de gemir enérgicamente, se dejaba penetrar con facilidad hasta su punto más profundo, sin la más mínima queja, pronunciando solamente palabras como “por favor” y “más”. Aún con todo, la espera mereció la pena, y en el mismo momento en que su cuerpo indicaba claramente el comienzo de su orgasmo, me liberé de mis propias ataduras, eyaculando en ella y fundiéndonos en un solo placer, un placer que bloqueaba todos y cada uno de los sentidos mientras duraba.
Tardé en recuperarme de ese intenso orgasmo más de lo que hubiese querido, posiblemente incluso más que Amber, que se había recostado pacíficamente sobre mi hombro.
-Es hora de que aplicarte tu castigo –susurré mientras le apartaba un mechón de pelo de la cara. Lo cierto es que no tenía ningún gana de lo que iba a hacer a continuación pero era necesario.
-Lo sé, haga lo que sea necesario Maestro –respondió sumisamente.
Me levanté hasta alcanzar algo guardado siempre bajo llave y que siempre usaba en las mismas ocasiones. Hice también levantarse a Amber para hablar con ella.
-Esto es un látigo de cuero y, como consecuencia de tu insubordinación te pondrás de rodillas para que te azote con el. –La chica empezó súbitamente a temblar de miedo, pero, para mi sorpresa, se giró arrodillándose de espaldas a mí. -¿Tienes algo que decir antes de que empiece?.
-No, Maestro, si usted lo considera adecuado confío en su criterio.
-¿Tienes miedo, Amber?.
La chica agacho la cabeza, -si, Maestro.
Con eso fue suficiente, dejé el látigo donde estaba para luego abrazar a Amber hasta que dejo de temblar.
-Boba, no voy a azotarte con un látigo –dije cariñosamente, -pero has conseguido que confíe en tu palabra, nuestro trato esta cerrado, y e de advertirte de que nunca he dejado de cumplir mi palabra.
Fruto de la tensión Amber lloró suavemente mientras se volvía a sentar en la cama, haciendo una mueca de dolor.
-¿Puedo preguntarle algo, Maestro?.
-Solo si dejas de tratarme de usted –sonreí, haciendo que una sonrisa se dibujase también en su cara.
-¿Alguna vez has conseguido que liberasen a una esclava?.
-Niña ingenua. Esta será la primera vez que lo intento, ¿realmente crees que se llega a algo en este mundo liberando chicas por las que se pagan fortunas?.
-Supongo que no…gracias.
-No es necesario darlas. Ahora acompáñame, no quiero que despiertes a Annie, así que dormirás conmigo –dije mientras me volvía a vestir.
-Preferiría volver a mi cuarto si me lo permites –dijo mirando al suelo. ¿Vergüenza? No le pega, enfado tampoco, ¿Porqué quería irse a su cuarto?.
-No era una petición, cuando tengas la opción de elegir te lo haré saber, mientras tanto te limitarás a obedecer. –Era evidente que si la mandaba ahora a su cuarto despertaría a Annie, y ella empezaría a hacer preguntas, dando como resultado que ninguna durmiese en lo que quedaba de noche, por lo que podía descartar dar mi clase al día siguiente.
-Pero Maestro… No quiero dejar a Annie sola…ni siquiera le he avisado de que me iba… -No me lo podía creer, le estaba costando desobedecerme. No diría nunca que había sido fácil, pero estaba resultando más rápido de lo esperado. Ni siquiera podía mirarme a los ojos.
-¿Y si te digo que serás castigada por tu desobediencia?¿Volverás igualmente?.
-Si, Maestro –susurró mirando al suelo.
-¿Eres consciente de que nunca madurará si no dejas de protegerla verdad?.
-Lo sé, Maestro. –Simplemente se estaba dejando regañar, no tenía la voluntad de defenderse.
-Debería hacerlo, sin duda, pero estar dispuesta a recibir otro castigo, solo por no preocupar a tu hermana es un acto muy noble, y lo respeto. ¿Qué te parece si mando que nos despierten en cuanto lo haga ella? Es un termino medio, podrás obedecerme sin preocupar a tu hermana.
-Es muy amable por tu parte, Maestro –dijo mientras levantaba la cabeza.
-Vamos, sonríe un poco pequeña, has conseguido lo que querías –dije suavemente.
-Quisiera pedir una última cosa Maestro –me miraba con timidez. –Si algo sale mal ¿sería posible dejar libre sólo a Annie?.
Repasé mentalmente todas las condiciones del kilométrico contrato que firmábamos con los clientes. –Sí, sería posible. ¿Qué tienes en mente?.
-Me preguntabas que si sería capaz de ser castigada solo por cuidar de ella. Estaría dispuesta a dar cualquier cosa con tal de que ella fuese libre, mi cuerpo no es una excepción.
-Te tomo la palabra Amber, me las ingeniaré para liberar a Annie incluso en el peor de los casos, pero me reservo el derecho a cobrarte este favor de la manera que crea conveniente.
-Muchas gracias, Maestro. –Agradecimiento era todo lo que podía ver reflejado en su cara esta vez.
Andamos por el pasillo hasta mi habitación semidesnudos, en un silencio que me pareció divertido romper.
-¿Quieres oír algo gracioso?. La última vez que dormí con una alumna intentó matarme mientras dormía –dije riendo.
-¡Eso es horrible! –grito Amber.
-Creo que llega un punto en que empiezas a tomarte con filosofía incluso tu propia vida, pequeña.