Porque es mi trabajo - Capítulo 3

Resubido por pequeños problemas. Las chicas descubren lo que ocurrirá si no obedecen, de la única manera posible.

Capitulo 3 - Primeros castigos

Como parte del mi plan inicial, los dos días siguientes las deje completamente libres, hablando con ellas de forma casual durante el desayuno o la cena, comprobando si actuaban con naturalidad en mi presencia. El resultado no podía ser más positivo.

Al tercer día convoqué a las  dos chicas para impartir una nueva clase. Durante mis encuentros casuales y no tan casuales, había aprovechado para educarlas en todo lo referente a modales, desde como tenían que ir vestidas a como tenían que comer. Bien sabían ellas que, si las llamaba, era para la última de las partes de su formación, y, esta en particular, iba a ser bastante dura.

Poco más de cinco minutos después las recibí en la puerta, cerrando tras ellas, sin cerrojo, previniendo que se sintiesen intimidadas. Ese día Amber, apenas arreglada, se había vestido con una camiseta, unos vaqueros de verano azul claro y unas sandalias con algo de cuña. Mientras tanto Annie había optado por un vestido rosa claro de algodón, casi vaporoso, sin apenas adornos. Vale que no fuese todavía adulta, pero casi parecía que se esforzase en parecer más niña de lo que realmente era.

-Pasad y quitaos toda la ropa excepto la interior, por favor. –Quitarse la ropa tenía que empezar a ser una orden que obedeciesen con tanta naturalidad como cuando se les ordenaba sentarse. Y realmente empezaba a serlo, en menos de un minuto, estaban las dos sentadas, luciendo una ropa interior exactamente igual, pero del color opuesto. En este caso, Annie llevaba unas braguitas y un sujetador blancos, de encaje fino y bordado, mientras que Amber hacía gala del mismo juego, pero en negro. Me pregunto si alguna de estas decisiones sería premeditada.

-Como bien aprenderéis, para un hombre hay pocas cosas más excitantes que dos mujeres dándose placer entre sí, y, os guste o no, debéis acostumbraros a interactuar entre vosotras en la cama. –Mis palabras, a juzgar por su expresión, tardaron poco más que unos segundos en hacer mella en ellas.

-Pero…somos hermanas –balbuceó Amber –es…es inmoral. –Antes esta frase me levanté y me aproxime a las dos chicas, mirando directamente a los ojos a Amber.

-Primero, si la información que tengo no es errónea –y no lo era, me había costado sudor y sangre conseguirla –sois hermanastras, vivís juntas desde hace solo tres años. Segundo, si eres capaz de darme una explicación racional sobre como el hecho de ser hermanastras os impide tener relaciones te exoneraré de esta tarea para siempre. Y tercero –endurecí mi voz a medida que avanza la frase -, si vuelves a olvidarte de referirte a mi como Maestro, o de cualquier otro de tus modales te castigaré severamente. –Dicho esto relajé el tono de voz y volví a mirar hacía las dos.

–Por si en algún momento no me he explicado bien, lo aclararé ahora: mis ordenes no son cuestionables, podéis refunfuñar o lloriquear todo lo que queráis, solamente si mientras lo hacéis cumplís mis ordenes. Ahora, por favor, quiero que os levantéis y os toquéis el cuerpo la una a la otra. –Volví a alejarme de ellas, sentándome en mi sillón de costumbre.

Las dos chicas asintieron y se levantaron tímidamente, para colocarse las manos una encima de la otra. De manera torpe, Amber había colocado las manos sobre los hombros de Annie, mientras que esta, se había ceñido a la cintura de su hermana. Ambas me miraron, esperando aprobación supongo, Santa Paciencia.

-No chicas, no quiero que bailéis juntas, lo que quiero ver es naturalidad, quiero ver vuestras manos desnudando y buscando el placer de la otra. –Dicho esto empezaron a mover las manos de forma un poco más acertada, recorriéndose mutuamente el vientre y la espalda, incluso a aventurarse por debajo de las braguitas.

-Mucho mejor, ahora quiero que os beséis, igual que lo haríais con un hombre, quiero ver pasión entre vosotras. –Las chicas ya no me miraban a mí, si no que lo hacía mutuamente, esperando ver cual de las dos daba el primer paso, hasta fundirse en un tierno beso en los labios, sin lascivia. No estaba mal para ser la primera vez.

-Perfecto chicas, seguid mientras os desnudáis –En este momento, Annie, notablemente alentada por las palabras de aprobación, empezó a desabrocharle con cuidado el sujetador a Amber, dejándolo caer al suelo. Esto animó a Amber a deshacerse suavemente de las braguitas de su hermana pequeña.

Instantes después ambas estaban desnudas, sumidas en un casto beso sin lengua agarrándose firmemente de las nalgas la una a la otra.

-Perfecto, ahora quiero ver un beso con lengua mientras os masturbáis la una a la otra, adelante. –Me sentí ignorado, aunque solo por un momento,  antes de que Amber obligase suavemente a su hermanita a meter la mano entre sus piernas, mientras, con la mano libre, ella hacía lo propio.

Ver a las dos, ahogando los gemidos que se provocaban con un beso en la boca no tenía precio, podía ser perfectamente el mejor encargo que hubiese tenido nunca, y también el de mayor precio. A mi pesar, me acerqué a ellas para separarlas, rojas de vergüenza como era costumbre, esa leve timidez se les pasaría con el tiempo, mientras tanto, les daba un aire encantador.

Tome a Amber de las manos para sentarla en el sillón que había estado ocupando yo.

-Annie ven aquí y ponte de rodillas delante de tu hermana, tu –dije mirando a Amber –solamente abre las piernas. Voy a enseñaros a practicarle sexo oral a una mujer, tanto para que podáis hacerlo entre vosotras, como por si vuestro dueño resultase ser una mujer, cosa que no es tan poco habitual como se podría pensar…

-No, por favor Maestro… cualquier cosa menos eso… - Al oír esto alce delicadamente la cabeza de Amber tomándola por la barbilla.

-Amber, confía en mi, no os hará daño a ninguna, con algo de tiempo os complacerá más que cualquier otra cosa. –Mientras decía esto, iba separando delicadamente las piernas de Amber…

-¡He dicho que no! – Acto seguido a esta frase Amber se levantó y,  aprovechando la inercia, me dió una sonora bofetada en la cara. No contesté, ni siquiera le agarré la mano para evitar que lo hiciera de nuevo, solamente la mire a los ojos, reflejando en ellos mi decepción con ella. Poco más de dos segundos fue lo necesario para que Amber dejase de desafiarme y saliese por la puerta enfadada y desnudo.  Annie simplemente se levanto y la siguió, preocupada.

Espere pacientemente sentado en la silla, si las chicas no volvían, echarían por tierra gran parte de mis planes, obligándome a replantearme su educación y a castigarlas severamente. Si volvían, iríamos por el camino adecuado, aunque debería castigarlas igualmente.

A los veinte minutos empezaba a temerme el peor escenario posible, pero, para mi suerte, llamaron a la puerta. Raudo me levanté a abrirla, cerrada con llave esta vez, si querían volver, tendrían que pasar directamente ante mí.

Y allí me las encontré,  vestidas, como era de esperar, pero no pasaron al momento, si no que Annie me miro fijamente antes de hablar.

-Maestro, lamentamos mucho habernos ido sin permiso, Amber también lamenta haberte pegado, no se volverá a repetir. –Su voz realmente transmitía arrepentimiento, sin embargo la decisión ya estaba tomada.

-Pasad adentro y desnudaros otra vez –contesté seriamente.

Una vez las dos estuvieron dentro y completamente desnudas intenté mirar a Amber a los ojos, cosa imposible, pues rehuía continuamente mi mirada.

-Aunque estéis arrepentidas, el comportamiento de hoy requiere un castigo, y así será. Aun así, solo y exclusivamente por ser la primera vez, no seré muy duro con vosotras. –Me acerqué al sillón, donde previamente había dejado el instrumento del castigo. –Hasta nueva orden, llevareis esto puesto –dije mientras les ceñía un collar de cuero rojo y negro al cuello –sin excepción, quiero que lo llevéis puesto las veinticuatro horas del días. –Realmente era un collar bonito, hecho para mujer, sin embargo,  estar hecho de cuero y que tuviese un enganche metálico,  delataban su verdadera utilidad. –Además de esto, mientras estéis aquí, lo llevaréis enganchado a esta correa. Espero que la próxima vez valoréis más el moveros con libertad.

-Lo sentimos mucho Maestro –volvió a repetir Annie.

No me cabía duda de que ella lo lamentaba en el alma, pero no estaba seguro de lo que pensaba la silenciosa Amber. Ambas hicieron un gesto de desagrado cuando les até una correa de fino metal al cuello, rematada en una sujeción de tela, que agarré a mi brazo, sin embargo ninguna emitió la menor queja.

-Ahora vamos a seguir donde lo dejamos. –Tire levemente de la correa de Amber para sentarla en el sillón, mientras Annie se colocaba de nuevo a cuatro patas.

  • Abre las piernas para que tu hermana pueda acercarse.

-Si, Maestro –dijo mientras miraba fijamente a Annie.

-Ya conoces el cuerpo de una mujer, busca donde te daría más placer a ti y estimúlalo con la lengua. –Dije mientras Annie lamía tímidamente el sexo de su hermana mayor.

-Annie, por favor para… -Dijo Amber, extrañada por obtener placer de su propia hermana menor, mientras le colocaba las manos sobre el pelo para apartarla.

-Estoy bien, quiero hacerlo –contestó retirándole las manos para continuar su tarea.

Tras unos minutos Annie lo estaba haciendo perfectamente, y, a pesar de encontrarse las dos algo tensas, ya tenía la cara totalmente cubierta de los flujos de Amber. En ese momento empecé a masturbarla, cosa que recibió con un fino gemido, amortiguado por el clítoris de Amber dentro de su boca.

Ni siquiera un minuto después ya estaba totalmente empapada, sin embargo, su hermana se resistía a llegar al orgasmo. Era momento de ir un poco más allá. Me deshice de toda la ropa, agarré firmemente las correas de las chicas y me coloqué detrás de Annie con mi miembro totalmente erecto.

-Ahora voy a penetrarte Annie, no se te ocurra parar de lamer hasta que Amber haya terminado. ¿Lo has entendido? – Sabía que lo había entendido perfectamente, y que no habría quejas después de su comportamiento anterior.

-Si, Maestro –dijo con la boca llena mientras arqueaba ligeramente la espalda, tal y como le había enseñado.

Empecé a penetrarla despacio, y, aunque no me cabía duda de que le estaba doliendo, en ningún momento hizo ademán de zafarse o parar de lamer. Amber, por su parte, tenía sus ojos color miel clavados directamente en mi, en una mirada de odio. Daba lo mismo,  al final de la clase Amber sería castigada, si reflexionaba sobre lo que había hecho, ella misma se daría cuenta que no debería estar enfadada.

Empecé a mover rápidamente la cadera, introduciendo y sacando el miembro de los más profundo de Annie, mientras que sus gemidos eran acallados por los flujos de su hermana.

Tardo sorprendentemente poco en llegar al clímax, y, mientras su cuerpo se tensaba como la cuerda de un arco, tomó con su mano la de Amber, mientras olvidaba su tarea para centrarse en su orgasmo. Los agudos gemidos de Annie llenaron la habitación durante unos segundos, hasta que, por fin, fueron sucedidos por los de Amber, presa nuevamente del sexo oral de su hermana.

Continué penetrando a la pequeña, mientras los gemidos de Amber, ligeramente más graves que los de Annie, iban en aumento, hasta que por fin, agarrando el pelo de nuestra complaciente amante compartida, besó el clímax, empapando la cara de Annie en el proceso. En ese momento, y dado el espectáculo, estaba apunto de llenar completamente el interior de la chica, pero decidí adelantarles una pequeña parte de la clase siguiente.

-Pones las dos de rodillas en el suelo –ordené mientras salía del interior de Annie y me ponía de pié ante ellas. –Voy a eyacular en vuestra boca y, posiblemente, en vuestra cara. Es imprescindible que cerréis los ojos mientras el semen salga, pero ni un segundo más, como ya os indiqué en la primera clase. Una vez termine no os lo traguéis, dejadlo en la boca hasta que de la orden. –Dicho esto, tiré de la correa de las dos pequeñas para dejarlas de rodillas en el suelo, mientras me masturbaba apuntándoles directamente. Ellas, obedientemente, abrieron la boca mientras me miraban, cosa que hizo que no tardara mucho más de un minutos en sentir el orgasmo. Me corrí, abundantemente en la boquita de Annie, parcialmente cerrada, por la impresión del primer chorro, directo a su cara, para después acercársela a Amber, que lamió los restos de forma diligente.

-Ahora, quiero que os beséis, y no, no os la podéis tragar antes, y mucho menos escupirlo. Si a alguna de las dos se le ocurre dejarlo caer la tendré diez minutos lamiendo el resto. –Emitida mi amenaza de castigo tiré de las correas en la dirección opuesta, haciendo que las cabezas de las chicas se acercaran la una a la otra.

Lentamente, sus labios, repletos de restos de semen, se juntaron en un lento beso. Cuando estaban apunto de separarse las interrumpí tirando nuevamente de la correa.

-Con lengua chicas.  –Las dos estaban ya cerca de su límite, estaba siendo duro con ellas, pero era realmente necesario tras la escena anterior.

Continuaron con su casto beso, mientras reunían fuera para juntar sus lenguas y compartir todo el contenido de su boca. Así lo hicieron, la primera en abrir la boca fue Amber, momento que aprovechó su hermana para introducir su lengua en ella, llenándosela así de abundante y espeso semen.

-Muy bien chicas, una vez más, quiero la boca de Annie totalmente llena.

Nuevamente se fundieron en un beso en la boca, que hacía que el semen que quedaba en sus caras manchase a ambas, y provocando que Annie acabase con su pequeña boca totalmente repleta de semen hasta los mofletes.

-Ha sido maravilloso chicas, ahora tragaos lo que tenéis. –Dicho esto ambas inclinaron a la vez la cabeza hacia atrás, dejando caer todo su contenido a través de la garganta, para luego mostrarme sus bocas totalmente limpias.

Minutos después, soltaba sus correas mientras las felicitaba por el esfuerzo que habían realizado y las enviaba al baño a lavarse.

Cuando, vestidas nuevamente, se presentaron ante mi, me levanté de la silla y me acerqué a ellas. Tanta proximidad intimida ligeramente, pero también transmite cercanía en las dosis adecuadas.

-Annie, puedes retirarte, pero antes dime ¿cuándo debes quitarte el collar del cuello? –Aún vestidas, llevaban el collar puesto, tal y como había indicado.

-Únicamente cuando lo ordene, Maestro –contesto Annie con su voz de flauta dulce, usada cuando recitaba cosas de memoria.

-¿Entonces te lo quitaras para dormir esta noche?

-No, Maestro.

-¿Tampoco para ducharte?. –Esta vez Annie dudó unos instantes, como si esperase una pregunta trampa, pero finalmente contesto.

-No, Maestro.

-Perfecto, ahora debes marcharte, quiero hablar en privado con Amber.

Tras asentir,  Annie se retiró, cerrando la puerta, momento en el que me volví hacia Amber.

-Bien Amber, le he pedido a Annie que se marche porque voy a castigarte nuevamente. Para ser más precisos voy a azotarte, y quiero hacerlo en privado -lo dije con serenidad, dejándole tiempo para responder.

-¿No es suficiente con esto? –dijo señalando el collar. Esta vez no lo decía desafiante, si no más bien pidiendo compasión.

-No, no lo es, sin embargo, creo que si no te explico el motivo de tu castigo, no podrás evitar caer en él otra vez. –Hice una pausa para aclararme la voz. –Primero, voy a azotarte porque quiero hacerte ver que tus castigos siempre serán más severos que los de Annie. ¿Porqué?, para que no olvides que le sirves de ejemplo, ella imitará gran parte de tus acciones, por lo que asumirás las consecuencias por las dos. Y segundo, porque no te consentiré que pierdas los nervios de la forma que lo has hecho hoy, y mucho menos que recurras a la violencia.

-Siento mucho la bofetada, Maestro… -dijo mientras se miraba los pies, avergonzada por su comportamiento. El recordarle que servía de ejemplo a su hermana pequeña había hecho mella en ella.

-Que me pegues a mi, Amber, es el menor de todos los males. Imagínate solo por un momento, que esto vuelve a ocurrir con vuestro dueño, el hombre que os ha comprado. ¿Te haces a la idea de que estarías en problemas muy graves verdad?, pero no solo tú, Annie y yo nos veríamos también afectados, recuerda que respondo por vosotras en caso de insubordinación… -Amber fue a abrir la boca nuevamente, pero la corte antes de que dijese nada. –No quiero tus disculpas Amber, ahora voy a aplicar tu castigo, voy a azotarte diez veces, te daré azotes con la mano, que tu te encargarás de contar, una vez que haya terminado, volverás a tu cuarto y reflexionaras sobre todo lo que ha ocurrido hoy. Si quieres decirme algo, mañana estaré todo el día en mi despacho, ¿entendido?.

-Si, Maestro, perfectamente. –Realmente creo que lo había entendido.

-Quítate los pantalones y las bragas, por favor. –Obedeció la chica diligentemente mientras yo me sentaba en un amplio sofá, con las piernas ligeramente adelantadas. Empujé a Amber delicadamente de los hombros para que tomase la posición adecuada, en la cual seguía de pie, semiflexionada, mientras su culito quedaba expuesto y sus pechos sobre mis piernas, aunque aún podía verle la cara.

-Recuerda que si no cuentas un azote tendré que repetirlo. –Dicho esto alcé mi mano y la descargué con fuerza contra su glúteo derecho. Haciéndola gritar débilmente.

-Uno –dijo con voz firme.

Repetí el mismo gesto contra su nalga izquierda, recibiendo un seco “Dos” por respuesta, estaba haciendo lo imposible por contenerse, si lo lograba no volveríamos a tener el problema de hoy nunca más. Alcé la mano nuevamente con la misma fuerza, no estaba haciendo mucha, pero sí la suficiente para marcar su clara y blanda piel. Otro nuevo azote calló contra su cuerpo.

-Tres –dijo empezando a sollozar débilmente. Ya me lo esperaba.

Sin dudarlo descargué otro nuevo azote, haciendo que pequeñas lágrimas brotaran de sus ojos.

-Cuatro…por favor Maestro, no volverá a ocurrir… -sollozó. Bastante había aguantado sin suplicar. Desoyéndola continué con el castigo.

-¡Aaahh! Cinco, por favor Maestro, se lo suplico. –Además de continuar llorando, había empezado a tratarme de usted, indicando que se había rendido. Sin embargo debía continuar con el castigo, y así lo hice hasta llegar al noveno, que, al impactar contra su trasero, ya de color rojo, provocó un sonoro grito, acompañado por lágrima viva.

-Por favor Maestro, se lo suplico, no puedo aguantarlo más –grito mientras se revolvía, cosa que me obligó a levantarla y colocarla totalmente tumbada sobre mí, para evitar que huyese de su castigo. Ninguno de los dos estaba disfrutando con aquello y mucho menos cuando no había contado el azote, haciendo que eso fuera más largo para los dos. No os equivoquéis, soy partidario de uno o dos azotes suaves durante los momentos de pasión, pero no de esto.

Azoté nuevamente a la chica, que retomó la cuenta, al haberse dado cuenta su error, hasta que completamos lo diez, momento en el que la solté y calló rendida al suelo debido al temblor de sus piernas y a sus bruscos movimientos intentado zafarse.

Alcancé un pañuelo de tela y agarré su barbilla para secarle las lagrimas de la cara.

-Ninguno de los dos a disfrutado con esto, créeme. No vuelvas a hacerlo. –La miré firmando la orden que le había dado.

Esperé unos minutos a que recuperase el aliento para ayudarle a levantarse, había dejado de llorar.

-No te pongas ropa en la zona hasta mañana, y, durante los próximos tres días te aplicaras la crema que he encargado para ti y solo vestirás prendas de algodón. –Acto seguido le envolví la cintura con una sábana, improvisándole una falda. -¿Puedes andar hasta la habitación? –La chica asintió con la cabeza. –Tienes permiso para retirarte.

Y así salió la chica cabizbaja de la habitación, con la lección aprendida.