Porque es mi trabajo - Capítulo 2
Resubido por pequeños problemas. El capítulo inicia el desfloramiento de las dos chicas.
Capitulo 2. Empecemos por lo básico.
Después de dejar libres a las chicas el resto del día, con la única condición de que en algún punto de la tarde pasasen por el gabinete médico, decidí que era hora de planear la estrategia que iba a seguir con ellas.
Mientras que Annie deseaba fervientemente una figura masculina madura, Amber la rehuía totalmente. Si tomaba un rol protector con Annie, Amber sacaría las garras a la mínima en su defensa. Si intentaba establecer un vinculo con Amber, lo más probable es que Annie se sintiese desprotegida o incluso celosa. Educar a dos chicas al mismo tiempo iba a ser más complicado de lo que parecía.
Creo que lo más práctico sería optar por adoptar un rol maduro y conciliador, para satisfacer a Annie, a la vez que rehacía el concepto que tenía Amber de un adulto, sin dejar de permitirle cuidar de su hermana. Con esto deberían ser más propensas a aceptar cualquier orden.
Para evitar asentar ninguna rutina de por el momento, había decidido no llamarlas la mañana siguiente. Tampoco tenía intención de volver a tener relaciones con ellas en los siguiente días, primero quería ganarme su confianza. Sin embargo esta primera clase era inevitable, puesto que un concepto, por mucho que se repita, si no se lleva a cabo, se queda en eso, un simple concepto. Era una toma de contacto necesaria. Decido irme a mi despacho por el momento, el negocio no se mantiene solo.
Al día siguiente, llevando a cabo mi plan, evito cruzarme con ellas, o, lo habría hecho, si a media tarde no hubiesen descubierto que la casa tenía piscina cubierta, justo cuando yo estaba en ella. Podría haberlas esquivado ayudándome de las cámaras de vigilancia, si, pero le habría restado naturalidad a cualquier contacto posterior. Una vez cerrada la puerta tras ellas, empezaron a moverse de una manera más torpe al darse cuenta de mi presencia, supongo que porque aun no tenían claro que tienen permiso para hacer y que no.
-Buenas tardes chicas, adelante – Seguía yendo pegadas en todos sus viajes, algo normal, dada la situación.
-Buenas tardes Maestro. – Amber había tomado la iniciativa, y Annie no tardo en descongelarse siguiendo su ejemplo. – No sabíamos que hubiese una piscina aquí.
-Es normal, la piscina la instalé a raíz de comprobar el pésimo clima que había en este lugar, por lo que esta construida un poco al margen del resto del edificio. Eso no quita que la podéis usar siempre que queráis.
-Creo… que no hay bañadores en nuestra habitación, Maestro – Llevaba razón, y no necesitaba tenerlas desnudas si eso les restaba confianza.
-Puedo hacer que os lo traigan para mañana, o, si lo preferís, la semana que viene podríamos ir de compras a por cualquier cosa que necesitéis.
-Bueno… - Supongo que Amber iba a declinar mi oferta de una manera cortés, o eso hubiese hecho si Annie no la hubiese interrumpido.
-Podemos ir de compras, a donde?, cuando? – mientras decía esto, la mire con calma directamente a los ojos- …Maestro – estaba bien que se emocionase, no tenía nada en contra, pero no podía permitir que perdiese los modales en ningún momento.
-No habría ningún problema en ir la semana que viene, siempre que estéis bajo mi supervisión cuando salgáis de aquí – realmente podríamos haber ido en ese mismo minuto a cualquier capital cercana, sin embargo, sacarlas de allí antes de que se acostumbrasen hubiese sido contraproducente.
-Tienes miedo de que nos escapemos? – dijo Amber, mientras yo salía del agua. No había rencor en la pregunta, por lo que no era necesario corregir sus maneras, pero aun así la pregunta no era adecuada.
-En absoluto, realmente temo pocas cosas, sin embargo, una que me preocuparía es que os sucediese algo malo mientras estas bajo mi supervisión, ya que, además de una negligencia en mi trabajo, iría contra mis principios personales. – Sin que se diese cuenta, estaba tanteando sus emociones. Mi imagen ficticia del padre de Amber era la de un hombre cobarde y descuidado con su hija, si acertaba, conseguiría poner su figura paterna en contraposición a mi, rompiendo así su idea preconcebida de un hombre mayor que ella. Como ya dije antes, me falta muy poco para llegar a los 35 años, pero me estaba esforzando en aparentar bastantes más. Dicho esto, debería romper el hilo de la conversación, para que hiciese, o no, mella en Amber.
-Aunque lo cierto, es que también podéis bañaros desnudas si os encontráis cómodas con ello, yo llevo bañador por costumbre, pero lo cierto es que aquí nunca entra nadie mientras se esta utilizando. – dicho esto me reclino en una tumbona ligeramente apartada del agua, sobre césped artificial. Aunque lo había disimulado perfectamente, en el momento en el que ellas habían llegado, llevaba algo más de hora y media de nado, estaba exhausto.
Parecía que Amber me iba a plantar una negativa como una casa de grande, o lo hubiese hecho, de no ser porque Annie ya se estaba quitando la ropa. La contraposición de sus personalidades era tremendamente divertida.
Por su parte, Amber se sentaba en una tumbona a mi lado, resignada.
-No te preocupes, procuraré que tengáis algo más de ropa para mañana, además le vendrá bien, parece muy activa y dudo que duerma si esta todo el día parada. –Lo que estaba haciendo era compartir sus preocupaciones, le estaba quitando un peso de encima al demostrarle que yo también me preocupaba por Annie. Tampoco había ninguna mentira en mis palabras, era mi deber hacerlo.
-Lleva razón, Maestro.
Dejé la conversación en silencia, mientras Annie nadaba de un lado para otro y Amber miraba hacia el techo pensativa.
Unos 20 minutos después, había conseguido intercalar algunas frases con Amber y parece que Annie se estaba empezando a cansar, al contrario que yo, que por fin me estaba recuperando. Me levanté, cogí una toalla de un armario cerrado con llave y se la tendía a Amber.
-Toma, de aquí a vuestro baño tendría tiempo más que suficiente para coger un resfriado si va mojada de la cabeza a los pies. – aunque mi frase real era, confía en mi, podrás seguir protegiéndola, tienes mi ayuda. Lo cierto es, que aunque no era así, Annie se comportaba como una niña, y Amber la trataba como tal. Muestra de ello era su cuerpo, perfilado por el agua, recién salida de la piscina, era una verdadera preciosidad, pequeña, pero bien formada, con unas curvas que sugerían, sin ser exageradas. Su aspecto de niña no hacía si no agravar el pecado de disfrutar de ella y de su cuerpo.
Durante los días siguientes tuve bastante más éxito esquivándolas, sin embargo, ellas solas se movían con soltura por la casa, y, para el viernes, ya se habían hecho prácticamente con ella, como si fuesen las dueñas. Era el momento que estaba esperando.
Había estudiado detenidamente a cual de las jóvenes desfloraría primero, y no cabía lugar a duda, Amber debería ser la primera. Una vez la chica hubiese comprobado de primera mano que mi intención no era mal sana, sería menos reacia a dejar sola a Annie, evitando así posibles enfrentamientos.
Así que esa misma tarde, desde un panel de mando, hice vibrar solo el reloj de Amber. Quería ser sutil su primera vez, así que una vez acudiera me la llevaría a mi propio dormitorio.
Cinco minutos después de la llamada se escucho una débil llamada en la puerta de madera. Esperando la señal, salí del salón y le indiqué que me siguiese, ella por su parte simplemente asintió con la cabeza. Estaba nerviosa, sin duda, pero no parecía tener miedo como la primera vez que entró.
Descorrí el cerrojo de mi habitación, le abrí la puerta a la señorita y la cerré tras de mí. Mi habitación, siguiendo con la temática de la casa era grande, luminosa y casi enmoquetada al completo. Además de una cama matrimonial enfundada en telas de lujo, tenia un pequeño sofá, armarios empotrados y un par de estanterías con los ejemplares que revisaba a menudo.
-Siéntate por favor. –La chica obedeció al momento, estaba bastante tensa, pero debería ser capaz de conseguir que se relajase, al menos un poco.
-No será habitual que demos clase en mi habitación, pero lo prefiero para la de hoy. Como ya podrás imaginar, una señorita como tu debe ser experta en el sexo tradicional, tanto como en los demás, y para aprender es necesario practicar. –Amber fue a abrir la boca en el primer momento en el que pare a coger aire, pero la interrumpí con un gesto de mano, aun le queda por aprender.
-Antes de que preguntes nada, quiero que leas esto –dije mientras le tendía un pequeño dossier-. La primera parte es mi informe médico, si no lo entiendes muy bien, quiere decir que estoy perfectamente sano. La segunda parte atestigua que hago uso de un método anticonceptivo para hombres, su efectividad es superior a cualquiera de uso femenino. –Amber ojeaba rápidamente los informes comprobando que lo que decía era verdad. Por supuesto, yo ya estaba en conocimiento de que ella estaba también perfectamente sana. –Si tienes preguntas es hora de hacerlas.
-Porqué…?-dijo con un hilillo de voz.
-Porque es mi trabajo Amber, mi trabajo y tu deber. Se perfectamente que es una responsabilidad que te han forzado a asumir, pero si confías en mi haré que sea lo más placentera posible. –No era, ni remotamente la primera vez que me hacían esa pregunta.
-Realmente te gusta, Maestro?-Amber hablaba, pero había dejado de mirarme a los ojos, estaba como pensativa.
-Amber, mírame a los ojos mientras hables conmigo –era un tono sutil, pero imperativo, que consiguió que la chica alzase la vista otra vez-. Es mi trabajo, lo hago porque me gusta, y lo hago porque se me da bien. Pero hay otro motivo más –nunca me habían preguntado sobre el tema, pero no tenía ningún problema en responder-. Como supondrás hay más gente que hace el mismo trabajo que yo, sin embargo, conoces la diferencia fundamental entre mi trabajo y el suyo?.- La chica negó despacio con la cabeza. –En otras partes del mundo, para hacerte una chica sumisa te habrían torturado durante días, te habría forzado, te habrían privado de agua y comida. En menos de una semana accederías a cualquier petición, fuese la que fuese. –Sus ojos retrataban miedo, no era productivo asustarla, pero tenía que saber la verdad.-Y Annie correría exactamente la misma suerte.-Sus ojos estaban ahora abiertos cómo platos, la sola idea empezaba a hacer asomar lágrimas en sus ojos. Me acerque despacio y se las sequé con la mano. –Agradécemelo o no lo hagas, pero ese el motivo por el que me dedico a esto.
Dicho esto Amber se agarró alrededor de mi cuello, momento por el que aproveche para llevarla hasta la cama. Una vez tumbada empecé a desnudarla con calma, había dejado de llorar y no oponía ya ninguna resistencia. Una vez de deshice de su falda y camiseta me tocaba el turno de la ropa interior. En el mismo momento en el que cayó el sujetador, Amber se apresuró a taparse los pechos con sus manos.
-No debes hacer eso Amber, tienes un cuerpo precioso, no debes avergonzarte. –Dicho esto agarré sus dos pequeñas manos con una mía y los alcé por encima de su cabeza. Con la mano libre empecé a acariciar sus pechos y su vientre hasta llegar a sus braguitas, una preciosidad de encaje rosa. Las retiré hasta sus rodillas…
-Maestro?-susurró.
-Si, Amber?
-…Duele?. -Si ese era el peor de los miedos que tenía ahora en mente íbamos muy pero que muy bien.
-Eso depende en gran medida de ti, si relajas los músculos el dolor será menor, no niego que te vaya a doler, incluso te adelanto que no disfrutarás plenamente del sexo hasta la tercera o cuarta vez que lo hagas, pero estoy seguro de que puedes aguantarlo. –Dicho esto, mientras, mientras sostenía sus manos la besé en la boca, como respuesta ella me devolvió el beso. Una vez ella quiso separarse terminé de bajarle las braguitas y comencé a acariciarle entre las piernas. Empezó a gemir débilmente mientras yo soltaba poco a poco sus manos, que volvían a su sitio para después agarrarse a mi.
Tras unos minutos, cuando consideré que estaba lo suficientemente mojada me detuve sin avisar. Su cara reflejaba más enfado del que admitiría en su vida, y era realmente una expresión encantadora.
Poco a poco separé sus piernas y me acerqué a ella. Apoyé los codos a ambos lados de su cabeza, mirándola directamente a los ojos y embestí lentamente.
-Maestro… me duele. -Lo que la chica estaba sintiendo era su virginidad desgarrándose poco a poco. Por mi parte la silencié con un beso en los labios, la peor parte estaba a punto de acabar.
Introduje lentamente lo que restaba de miembro y me aclaré ligeramente la voz.
-Esta es la postura del misionero, pequeña. Es muy simple para una primeriza, solo tienes que relajarte y dejar que el hombre te penetre. Tienes las manos libres, puedes hacer lo que quieras con ellas, excepto volver a taparte, claro. –Amber, que ya se había olvidado de cualquier vergüenza relacionada con su cuerpo desnudo se enrojeció levemente, mientras se aferraba a mi cuello y me clavaba las uñas contra la piel de los hombros.
Empecé a moverme adelante y atrás haciéndola gemir, primero despacio y de manera apenas audible, pero tardo poco en aumentar el volumen y la frecuencia. Para ser su primera vez y, en estas circunstancias estaba bastante relajada, por lo que trataba de darle placer, cosa que no me llevo ni siquiera dos minutos más, al cabo de los cuales empezó a gemir y a tensarse mientras la embestía de una manera mucho más dura. Durante su esperado orgasmo alcanzo mi boca de manera concisa, mientras, a su vez, me arañaba la espalda con su infantil fuerza.
Una vez saldado el orgasmo de la chica le recogí el pelo suelto por detrás de la oreja. –Puedes continuar?.- dije mirándola a los ojos mientras le sujetaba de la barbillas.
-Si, por favor…Maestro. –Aunque había estado apunto de olvidarlo, había conseguido mantener la compostura incluso en este punto, cosa que me satisfacía enormemente. Por no decir que tenía una preciosa sonrisa en la cara, cansada, pero perfecta aún así.
Continué penetrándola de manera más rápida y concisa, haciéndola gemir, en momentos de dolor, y en otro de placer. Antes de que yo eyaculase en su interior, Amber había llegado a su clímax dos veces más, por lo que cuando lo hice, ya solo podía jadear de agotamiento. La chica me miró al sentirse repleta de mi semen caliente y me besó sin previo aviso, ella realmente buscaba mi placer, y sabia como encontrarlo, estaba aprendiendo a ser mujer.
Me recosté ligeramente en la cama mientras Amber recuperaba el ritmo normal de la respiración. No me cabe duda de que estaría dolorida, pero era un mal deseado y necesario. Esperé brevemente, si ella lo necesitaba me abrazaría, si yo me adelantaba a su petición es posible que no reaccionase de la manera correcta.
-Maestro?.
-Puedes hablar sin pedirme permiso mientras no este hablando Amber. –Mi intención era que se soltase lo máximo posible.
-Debería de haber dicho gracias antes, agradezco mucho que tu te encargues de enseñarnos. –Si la experiencia no me fallaba, realmente estaba agradecida, aunque el cansancio estaba mezclado con sus palabras y las hacía más difíciles de interpretar.
-No hay porque darlas Amber, como ya te he dicho, es mi trabajo. Por cierto, puedes irte cuando quieras. –Dicho esto la chica empezó a incorporarse lentamente, extrañada, preguntándose si habría hecho algo mal. La detuve sujetándola del hombro. –No me interpretes mal, te estoy dando la libertad de decidir cuando irte, no ordenándote a ello. Es necesario que sepas que, de aquí en adelante, necesitas mi permiso para abandonar una clase. Dicho esto se recostó sobre la almohada con una ligera sonrisa, es sin duda la curva más bonita de una mujer.
Capitulo 3 Bis
Al día siguiente, y con la sensación de un trabajo bien hecho, me levante de la cama dispuesto a completarlo. Una vez arreglado, me dirigí al comedor que habían hecho propio las dos chicas. Todos los días, misma hora, misma sala, casi parece que me quisiesen facilitar el trabajo.
-Buenos días chicas –Chicas, no niñas. Pretendía que Amber dejase de gruñirme, así que no iba a provocarla.
Ambas me devolvieron el saludo antes de retomar su conversación. Las dos estaban en pijama y Amber estaba ligeramente somnolienta, como yo, y como cualquier persona recién levantada menos Annie. No hablaban de nada en concreto, simplemente estaban charlando de la manera más natural posible. Mi aparición ni siquiera las había alterado.
Una vez acabado el desayuno había examinado ya a las dos con detenimiento. Ninguna estaba nerviosa, o, refiriéndome a Annie, no más de lo habitual, esta joven estaba hecha de nervio vivo. Así que decidí que era un buen momento para iniciarla.
-Annie, ¿te importaría venir a mi habitación en 15 minutos? –Sí no le hubiese dado tiempo, estaría obligando a incumplir mis propias normas sobre como debía ir vestida.
Annie miró rápidamente a Amber, antes de asentir. Era de naturaleza insegura, necesitaba una confirmación antes de tomar cualquier decisión, o así era hasta que se desataba, como había podido comprobar de primera mano.
- Si, Maestro –asintió.
Dicho esto las deje a solas en el comedor, si querían hablar entre ellas era su momento.
Exactamente trece minutos después llamaron suavemente a mi puerta. Me levanté y abrí, invitándola a entrar. A su vez pude darme cuenta de que Annie se había arreglado ligeramente más de lo habitual, llevaba una falda blanca y lisa, a juego con una camiseta de encaje bordado del mismo color. Su pelo, recién peinado, estaba sujeto por una diadema de color verde, y sus ojos, del mismo color, enmarcados en sombra negra. Todo esto en trece minutos, nada mal.
-Toma asiento Annie.
La chica obedeció al momento sin mediar palabra, estaba ligeramente tensa, pero nada preocupante. Así que decidí empezar mi pequeña introducción del mismo modo que lo hice con Amber.
-Voy a suponer que ya has hablado con Amber acerca de la clase de ayer, o que eres suficientemente lista para deducir porque estamos aquí. –Mientras terminaba de hablar le tendía la misma documentación clínica que había expuesto el día anterior. –El primer dossier contiene mi informe médico, en el que indica que no tengo ningún problema de salud. El segundo certifica que hago uso de un anticonceptivo masculino para hombre, con una eficacia bastante elevada –hice una pausa. Al contrario que Amber, Annie parecía dispuesta al leerse el dossier completo. Ante su mirada de perplejidad al tratar de leer los detalles le señale una analítica de sangre.
-Mira, esto de aquí es la composición de la sangre. Si son correctos, esta cifra esta estará siempre entre las dos de la columna siguiente. Las otras hojas explican estar libre de hepatitis y un certificado de salud en general. –Mientras explicaba, Annie pasaba su mirada de mi a los folios de manera rápida e interesada, aprovecharía eso en un futuro. –La última hoja como ya te he dicho, es solo un justificante del método anticonceptivo. ¿Ha quedado todo claro?.
-Si, Maestro –asintió al chica mientras le recogía los informes de las manos.
-Dime, ¿crees que estas preparada? –La conversación anterior había distraído bastante su atención, así que necesitaba que se centrase otra vez.
-Creo que si Maestro, Amber me explico algunas cosas anoche. –Según terminó su propia frase un leve rubor rojo se extendió por sus mejillas. –Sobre el sexo…no sobre…quiero decir…nada de lo que hicisteis. –Era la manera más mona de la que me han mentido jamás.
Ignorando su explicación le puse un dedos en los labios, haciendo que se calmase ligeramente y la alcé para llevarla a la cama. Despacio le fui retirando la camiseta, mientras, a su vez, ella se deshacía de su falda, dejando entrever unas braguitas de princesa, rosas y con encaje fino. Una vez la tuve en ropa interior, me deshice de la mía en un breve instante.
Su tez, cubierta ligeramente por una capa rojiza delataba vergüenza, pero también excitación. Me arrodillé junto a ella, alzando su barbilla para darle un beso en los labios mientras hacía caer su sujetador. Al contrario de lo que creía, expuso sus pechos sin pudor, usando sus manos para acercarse a mí y devolverme el beso. Después de eso, poco tardé en retirarle aquellas preciosas braguitas rosas, haciendo que se enrojeciese aún mas si era posible.
Mientras la besaba, introduje mis dedos entre sus piernas, consiguiendo que gimiese ligeramente. Mientras estaba ocupado con su vagina, prácticamente anegada, la pequeña de las dos hermanas empezó a masajearme el pene, al principio con cuidado, pero más enérgicamente al conseguir mi erección.
Al contrario que su hermana, Annie gemía enérgicamente con una voz terriblemente aguda. Al retirar mi mano tuvo incluso la valentía de tratar de impedírmelo con la que aún le quedaba libre.
-Date la vuelta y colócate a cuatro patas, por favor –le susurré al oído.
-Si…Maestro. –La chica estaba jadeando de la propia excitación que le cubría el cuerpo. Haciéndola tardar menos que segundos en obedecer.
Agarré firmemente su culito a manos llenas, un culo pequeño, perfectamente duro y redondeado, antes de acariciar su pelirrojo sexo.
En el momento en el que no podía posponer más el orgasmo de la pequeña, embestí con mi pene, totalmente erguido, en su estrecha cueva, provocando que un fino grito rasgara el aire, al igual que se rasgaba la virginidad de la chica, mientras besaba suavemente su cuello, haciendo todavía más escandalosos sus gemidos. Tras las primeras embestidas recuperé el ritmo normal, haciendo que Annie se retorciese de placer hasta el momento del clímax, en el que calló agotada sobre sus codos. Sin embargo no estaba dispuesto ni a desaprovechar la clase, ni a no finalizarla, así que, agarrando sus pechos, tiré de ella hacia mí, haciendo la penetración terriblemente profunda, provocando un agudo pero corto grito de dolor.
-En la postura del perrito, Annie, debes arquear más la espalda, si te apoyas sobre tus codos u hombros será más fácil que si dejas los brazos erguidos –le susurré, ahora que tenía su nuca a mi altura. – También debes recordar que tienes que complacer a tu dueño, no puedes quedarte tendida en la cama sin que te den permiso, ¿Entendido?.
-Si, Maestro… -Parecía apunto de cumplir otro orgasmo, mientras sujetaba fuertemente su cuerpo contra el mío.
Con mi lección impartida y un orgasmo de la niña al caer, derrame mi simiente en su interior, en una fuerte embestida, mientras ella se tensaba, gozando del placer de su primera vez.
Una vez inundad la chica por dentro, la deje suavemente sobre la cama, prácticamente exhausta, mientras yo me dejaba caer a su lado.
En el mismo momento en el que recobró refuerzas, se acercó tímidamente para abrazarse a mi, usando mi brazo del almohada. Mentiría si dijese que no me lo esperaba.
-Lo has hecho muy bien Annie –dije mientras acariciaba su pelo y soltaba la diadema que habíamos olvidado por completo. Ella simplemente sonreía, complacida por la aprobación.
Deje pasar brevemente el tiempo, recuperándonos ambos de su clase de iniciación. Cuando lo consideré prudente me alcé para imponerme ligeramente a la chica. –Tienes permiso para retirarte si lo deseas Annie.
-Gracias, Maestro. -No estaba seguro de si me estaba dando las gracias por el permiso, o tal vez por algo más, no era necesario especificarlo.
Mientras se volvía a vestir con su encantador conjunto, se me ocurrió una idea que podría ayudarla a la rutina de permanecer en la casa todos los días. –Annie, me preguntaba si estarías interesada en estudiar algo mientras este aquí. –No se a ciencia cierta que estaba pensando en ese momento, pero su rostro era de total y absoluta perplejidad. –Me refiero a una materia en concreto, derecho, ingeniería, o… ¿quizás te interesa la medicina?.
-Bueno…antes de venir aquí siempre había querido ser médica. Pero mi madre nunca me hubiese dejado irme fuera de la ciudad a estudiarla.
-Bien, eso tiene fácil solución. Acompáñame.
Tras ponerme los pantalones, abandonamos el cuarto, hecho ahora un desastre para llegar a mi despacho, guardado por una puerta blindada de autentificación biométrica. Si alguien quería acceder a esa habitación por las malas, quizás le resultase más fácil derrumbar la casa.
Una vez dentro localicé rápidamente un grueso volumen de fundamentos médicos y se lo tendí a Annie, que, por un momento, me hizo pensar que iba a perder el equilibrio al sujetarlo.
-Este libro contiene lo más básico y fundamental de la medicina. Si tras leértelo sigues pensando que te gusta el campo ven aquí y veremos que más podemos hacer. Ahora vete, seguramente Amber te esté esperando.
Annie se miró rápidamente el reloj, sorprendiéndose al comprobar que nuestra clase completa había durado casi un par de horas.
-Muchas gracias por todo, Maestro.
-De nada, Annie.
Dicho esto echó a correr por el largo pasillo hasta su habitación, situada casi al fondo, cerrando la puerta tras de sí, dejándome solo con mis contemplaciones.