PorMisPutasFantasías2(REDENCIÓN):FINAL Y EPÍLOGO

Continuación del final y epílogo de la historia de noé

CAPÍTULO FINAL

Lorna estaba conmigo en el hospital cuando desperté. Vestía unos pantalones de mezclilla casuales, una blusa rosa con botones y su cabello estaba trenzado hacia uno de sus costados. Ella, hermosa, como siempre.

Me diagnosticaron shock nervioso, taquicardia y estrés emocional. Todo junto. Había estado sometido a tanta tensión durante las últimas semanas que mi cuerpo colapsó para evitar que mi corazón se detuviera.

—Buenos días, dormilón —me dijo mi muñequita de porcelana con una espléndida sonrisa, inclinándose para besarme los labios.

—Hola —sonreí, sintiéndome mareado pero feliz de verla a mi lado—. ¿Hace mucho que estoy dormido?

—Como trece horas.

Sopesando el tiempo transcurrido, una angustia me vino a la mente.

—¡Fernandito! ¡Mi hijo! —fue lo primero que pensé cuando entendí que ya era sábado.

—Tranquilo, mi príncipe, tranquilo —me acarició mis cabellos—. Fernandito está con Vange y Tamara, en mi casa, mientras yo te cuido.

—¿Vang…? ¿Tam…?

—Mis amigas de San Pedro Garza García —me recordó—, el único apoyo que tuve durante los últimos días.

Sí, las amigas locas de juerga sexual en sus tiempos locos de universidad, previo a conocerla, mismas que se habían regenerado y ahora eran buenas mujeres.

—¿Está bien? —quise saber, preocupado—. ¡Fernandito tiene que comer cada ciertas horas, Lorna, sus mamilas están en  mi casa, su lechita, su ropita, su tina de baño, sus medicinas porque ha tenido fiebre! ¡El niño necesita cuidad…!

—A ver, mi príncipe preocupón —me dijo con una mirada de fingida severidad—, ¿en serio le estás diciendo cómo cuidar a un bebé a una maestra en desarrollo infantil, ex dirigente de la instancia infantil de Monterrey, y experta en cuidados maternos? Sin tener hijos, Noé, he sido madre de docenas de bebés durante los últimos años.

—Sí, sí —solté todo el aire, volviendo en mí la serenidad—, perdona.

Ella me respondió con otra sonrisa.

—¿Y dónde está Rosalía? —quise saber.

—Está internada en el hospital de psiquiatría, Noé. Ha tenido una fuerte crisis nerviosa. Pero está estable. Según me lo ha dicho su madre, no recuerda absolutamente nada de lo ocurrido durante los últimos días, y eso es mejor.

—Estará fingiendo, Lorna… ella… debiste de ver cómo…

—¿Tú sabías que Rosalía sufre trastornos disociativos?

—¿Qué cosa?

—Doble personalidad, Noé. Nadie lo sabíamos, salvo su madre. Al parecer Rosalía ha estado medicada durante muchos, muchos años. Por la maternidad y ahora la lactancia, ella dejó de medicarse y pues… mira cómo se ha puesto.

—No… entiendo, Lorna, te juro que no entiendo.

—Los trastornos disociativos son trastornos mentales que implica una despersonalización en quien lo padece: sufre de ansiedad, aislamiento, amnesia parcial o total, falta de continuidad entre pensamientos, recuerdos, entornos, acciones e identidad. Rosalía tiene dos personalidades; la que tú conoces, y la otra… la insurrecta, rebelde… resentida: la que firmó los documentos para mi esterilización en aquella clínica apócrifa, la que folló con Samír… la que le chupó la polla a Heinrich bajo el…

—Bajo el escritorio —me horroricé—. ¿Entonces ella…? ¿Tú… cómo lo sab…? ¡Dios santo!

—No se lo reproches —continuó pasándome las uñas ahora por mi pecho—. Fue su doble personalidad, la que Heinrich… tenía dominada. Rosalía… hizo cosas, Noé, que ya no importan en el presente. No fue ella, no la Rosalía que conoces, sino la otra. Y lo sé por los videos, Noé, los videos. Gustavo me dio acceso a los ellos para encontrar pruebas que inculparan a Heinrich que, por cierto… está muerto.

—¿Yo… yo… lo mat…?

—Todo está arreglado, cariño —me reconfortó—, para que nadie te inculpe.

—¡Pero…!

—De todos modos se puede argumentar defensa propia, que fue lo que hiciste. Pero no te preocupes, que Emiliano está arreglando todo para que no pises la prisión.

—¿Emiliano? —recordé vagos detalles de la noche anterior—, ¿el nuevito?

Lorna suspiró. Me observó con sus ojos celestes y me dijo:

—El guardaespaldas de los Beckmann, Noé. Estoy seguro que alguna vez lo viste cuando visitamos a mi padre en Texas. Él siempre fue mi protector desde que yo era niña y hasta que nos mudamos a San Pedro. Y ahora que yo he heredado la fortuna de los negocios de mi padre, Emiliano decidió continuar con su labor, pero ahora conmigo. Siempre ha sido muy fiel para nuestra familia, y aquí tienes la prueba. Fue justo cuando le di vacaciones a mi querido Emiliano que Heinrich aprovechó para raptar a Aleska, que por cierto ya está conmigo de nuevo.

¡Dios santo!

—¿Cómo… el guardaespaldas… se logró infiltrar?

—No te agites, cielo… —me pidió—, que te hará daño. Es una historia muy larga que ya habrá tiempo de contarte. Por ahora te estaba hablando de Rosalía, y su doble personalidad. Su madre te ocultó su enfermedad por temor a que decidieras no continuar tu relación con ella. Y aquí están las consecuencias. En momentos de alteración extrema, la segunda personalidad de Rosalía aparecía y actuaba por instinto. Es una enfermedad real, Noé… por eso, en realidad, para la verdadera Rosalía ella nunca te ha sido infiel. Por eso negaba las cosas con seguridad. Muchas veces no recordaba nada de lo que hacía. Dudo, incluso, que ella recuerde que fue raptada de la casa de Samír y llevada a la mansión de Heinrich donde… pues eso, que fue obligada hacer cosas horribles. Tenemos que comprenderla, Noé. Ahora entiendo su enfermedad y por eso puedo justificar muchas de sus actuaciones.

—Yo no la amo —aseguré, como si fuera mi deber explicárselo—, y me da miedo que su presencia en la vida de mi hijo… sus trastornos…

—Se tratará, Noé… Rosalía se tratará con especialistas y te juro que estará bien.

Cuando menos acordé, Paula se apareció en el cuarto con un sobre amarillo que… ¡claro! Que le había visto a Samír.

—Salte —le dijo con brusquedad a Lorna sin mediar palabra, acercándose a mi cama al son del sonido de sus tacones—, que tengo que hablar a solas con él, antes de marcharme.

Lorna se volvió con una mirada monstruosa hasta Paula y respondió:

—Te dejo a solas con mí Noé… porque sé lo que harás, Paulita. Pero si tú lo alteras… te saco las entrañas con los dientes.

Paula (que vestía un coqueto traje negro sastre ejecutivo, tacones altos y medias oscuras, como solía andar en su vida diaria) sonrió, pero no fue sarcasmo, sino de verdad. Lorna se puso de pie, me dio un beso en los labios y caminó hasta la puerta, no sin antes prometerme que regresaría. Entonces, cuando iba a cerrar la puerta, la ex esposa de Gustavo le dijo:

—Gracias por todo, rata rubia. La verdad que nunca pensé que la última persona que creí que me salvaría anoche… serías tú.

Lorna la miró con una mueca que no pude interpretar, y respondió:

—De nada, tlacuache pelinegra. Si los hombres de Heinrich te hubieran matado, ¿ahora contra quién iba a destilar todo mi veneno?

Dicho esto, ambas se sonrieron, la rubia cerró la puerta y Paula se sentó en el borde de la cama.

—A ti ni moribundo se te quita lo guapo —me dijo, con una sonrisa coqueta.

Yo se la devolví, mirándola con compasión.

—Gracias por no entregarme a Heinrich, Paula, de verdad… gracias.

—No vine para que me agradecieras nada, Noé, sino para entregarte los estudios de paternidad referente a tu hijo.

En ese momento la boca se me cerró de golpe y el corazón me comenzó a latir.

—Es tu hijo, Noé —me dijo como decepcionada—. Desgraciada e infortunadamente, Fernandito es tu hijo, aquí están los resultados, mismos que puedes corroborar tú mismo en cualquier laboratorio de confianza si no me crees.

En ese momento me eché a llorar de felicidad, en silencio, recibiendo el sobre amarillo, el cual estreché contra mi pecho como si fuese mi hijo.

—Esa noche en Babilonia tomé muestra de tu semen a través del condón, así como cabellos que dejaste en la almohada —me explicó con la tranquilidad con que contaría sobre el estado del tiempo—. Tenía la esperanza de que Rosalía te hubiera hecho una mala jugada y yo aprovecharme de tu vulnerabilidad para recoger los pedazos de tu orgullo… y pues enamorarte. Pero no, la loca esa al final tenía razón, y Fernandito es tu hijo. No sé por qué esperaba que no fuera así, si ese niño es igualito a ti, tiene tu mismo tipo de piel, y hasta se le hacen tus hoyuelos cuando sonríe. Después de esa noche, Noé, reflexioné sobre lo que me dijiste, por eso decidí ya no verte más… dejarte tranquilo y yo recuperar a mi hija. Por ese motivo, cuando el idiota de Samír fue a recoger sus últimas ropas a mi apartamento, le pedí que te llevara a tu casa este sobre, creyendo que dentro había fotografías comprometedoras de tu querida Rosalía que seguro te destrozarían. Pero bueno, me enteré que no te entregó el sobre porque le pusiste una paliza —se echó a reír como si disfrutara del suceso—, que seguro lo deja impotente de por vida. Bueno, bueno, no pongas esa cara, es solo un decir. Hierba mala nunca muere, y, para yo no morir, mejor me voy, lejos, con mi hija.

”Gustavo me mandará buscar por cielo, mar y tierra, pero mientras yo no gane la custodia, me llevaré a mi hija conmigo. Aprovecharé que Gustavo está preso para viajar.

Y así me explicó que, aunque Gustavo era inocente, lo habían vinculado con la célula delictiva de Heinrich (era sospechoso por ser socio de Babilonia), y que no lo dejarían libre hasta que se demostrara su inocencia.

—No sé qué diablos tienes, jefecito —me reclamó con dulzura—, que, a pesar de todo, estoy loquita por ti —y dicho esto, aquella mujer de enorme trasero, inclinó sus apetecibles gruesos labios pintados con barniz rojo, como siempre, y me besó.

Para su sorpresa, yo le correspondí el beso, a manera de agradecimiento, y por todas las veces que me había negado y yo la había rechazado. La besé como quien besa a alguien que estima. A una novia de la que te despides. A una mujer por la que siempre suspiraste pero que, por honor, nunca le faltaste al respeto. La besé porque, después de todo, yo estaba soltero otra vez. Y Paula también. La besé porque ella ya se iba y porque, sin lugar a dudas, yo también la había deseado en secreto.

Cuando se separó de mí, ella tenía los ojos encharcados. Se puso de pie, recuperando la compostura… y se despidió:

—Hasta nunca, Noé… y perdóname por todo lo que te hice.

El funeral de Leo fue un lunes por la tarde, en la Capilla de la Santísima Trinidad, veintidós días después de su muerte. Esa clase de decesos tienden a demorarse. Hubo pocas personas, pero las justas para que todo se llevara a cabo en perfecta intimidad. Allí estábamos Lorna y yo, (que había venido a diario a mi casa con la excusa de asistir a Fernandito, con quien se había encariñado como si fuese su hijo) en la banca principal, seguido de Rolando y Samír (el primero acompañado de su esposa y el segundo todavía con las secuelas de la golpiza que le había propinado).

Noelia apareció sola en la puerta de la capilla, mirando sin mirar, (pese haber rescatado a su hija de aquella red de prostitución, después de años de búsqueda, Lucía se volvió a marchar lejos de Noelia, a quien culpó de haber caído en ese destino… Destino que, después de todo, la chica no pudo abandonar… y siguió ejerciendo la prostitución por voluntad propia).

Miranda, apenas entrar a la capilla, se echó a llorar, se dio la media vuelta y se fue. Hacía mucho tiempo que no la miraba.

Por otra parte, nadie me captó. Los videos y el arma asesina desaparecieron , y el juez de distrito envió el caso a la DEA, que era quien estaba detrás de esta red de criminales. Además, resultó que entre Lorna, Emiliano, Gustavo y Sebastian se habían aliado desde hacía días (a mis espaldas) para dar este golpe final. Habían persuadido a mi pobre amigo Sebastian de no decirme nada porque tenían miedo que yo pudiera hacer algo estúpido, como era mi costumbre. Además, al final concluí que el supuesto amigo al que se refería el hacker no había sido otro sino el guardaespaldas de Lorna, el infiltrado… el nuevito .

Aleska, pese a que estaba en perfectas condiciones físicas y mentales, fue llevada con especialistas de infantes del estado para tratarla psicológicamente hasta que Lorna demostró que, además de ser la tutora de la niña, estaba capacitada y facultada para continuar con sus terapias.

Gustavo, pese a ser uno de los aliados contra Heinrich, continuaba en prisión, testificando contra socios y compradores en la trata de blancas, para terminar de desmantelar aquella red.

Paula, como me lo prometió, huyó con su hija Daniela a la semana siguiente, y Gustavo se volvió loco de rabia. Puesto que la niña había resultado ser hija de un hombre desconocido, Paula esta vez podría ganar la custodia si demostraba una vida digna y con estabilidad económica. No sabía cómo, pero preví que ella iba a ganar.

Antes de irse, mi ex empleada me dejó una carta cediéndome a sus clientes contables para que yo me hiciera cargo de ellos si éstos aceptaban. Prometió seguir mis consejos y reiniciar su vida alejada de toda la toxicidad.

Por su parte, Rosalía, por voluntad propia y con mi apoyo, el de su madre y hermanas, se internó en un hospital psiquiátrico para tratarse sus trastornos mentales, que después de esa noche empeoraron sobre manera. Ella y yo terminamos nuestra relación definitivamente el mismo día que se internó al hospital, una semana atrás. Me hizo prometer que cuidaría bien a Fernandito en tanto ella estuviera impedida y que cuando fuera dada de alta iríamos con un juez de menores para que decidiera él cómo es que nos íbamos a compartir la custodia.

No.

No puedo decir que estábamos bien. Nuestra aparente calma era una reacción natural a las demoledoras experiencias que nos habían sacudido el alma. Al final la tranquilidad que había vuelto a nuestras vidas había sido posible tras la muerte de quien fuera mi mejor amigo. Las heridas estaban allí, abiertas, incapaces de cerrarse, y cuando se cerraran las cicatrices permanecerían recordándonos que nuestra futura felicidad había llegado a través de dolor, mucho dolor.

Era una paz y un triunfo agridulce. Pero necesario.

Esa tarde incineraron el cuerpo de Leo, como él quería (una vez me hizo prometer que si él moría antes que yo, no podía dejar que su «hermoso y escultural cuerpo» se pudriera entre gusanos). Y cumplí mi palabra de honor. Incluso colocamos su urna en una de las criptas de mi familia. Es que mi madre lo quería como un hijo: incluso a veces pensé que lo quería más que a mí. Y, sin embargo, ella le había hecho prometer que me cuidaría…

Cuando salimos del cementerio, Lorna, que vestía un discreto luto, se acercó a mí. Atribuí su seriedad y tristeza durante el funeral a la partida de Leo, pero no. La realidad es que algo más la estaba atormentando. Y me lo hizo saber.

—Me quiero despedir de ti, Noé —me dijo de repente, acariciando mis mejillas.

Miré su hermoso rostro que apenas era un dulce destello grisáceo producto del arrebol que nos consumía. Y sus ojos azules me siguieron mirando con pesar.

—Todavía ayer por la mañana tenía la esperanza de que… tú yo… nos pudiéramos reconciliar. Pero ahora sé que lo nuestro no va a funcionar, mi príncipe. Al menos no ahora.

Sentí un dolor muy grande en mi pecho cuando me dijo eso. Me había hecho ilusiones. Aun si no habíamos hablado de volver a estar juntos... su presencia vespertina, a diario, nuestras conversaciones, miradas, risas… roces, me habían dado esperanzas. Ella era Lorna, mi Lorna, mi diosa rubia, mi mujer, mi muñequita de porcelana.

—¿Ya no me amas? —le pregunté con hilo en la voz.

Sólo eso podría justificar el hecho de que se hubiera retractado a nuestra reconciliación.

—Es porque te amo que te dejo libre —me dijo cuando las lágrimas comenzaban a derramarse de sus ojos.

—¡Es que no tiene sentido, mi amor! —le dije desesperado—. ¡Yo te he perdonado, Lorna! ¡Te juro que te he perdonado!

—Pero yo a mí no, mi príncipe —contestó, rompiendo en un llanto amargo—. ¡Yo no me puedo perdonar! ¡Será un proceso largo… y no sé si lo conseguiré!

—¡Pero… —intenté saber lo que ocurría—, ¿qué ha pasado?, ¿por qué ese cambio tan repentino?, ¿qué ha cambiado entre nosotros… si estos días habíamos… intentado reencontrarnos?

—¡Es que todo es por lo que escuché…! —lloró, llevándose las manos a la cara—. ¡Ayer… revisando mi correo encontré un mensaje tuyo… donde había un audio que me ha destrozado por completo!

El audio. ¡El maldito puto audio!

—¡En el fondo siempre lo supe, Noé…  —continuó hiperventilando—, que tú eras incapaz de…! ¡Pero me rehusaba a pensar en ello, porque aceptarlo habría sido tanto como aceptar lo abominable y repulsiva que fui y de todo el año que te hice, mi ángel! Yo no tengo justificación, mi príncipe, salvo que me dejé llevar por la calentura, propiciando que combatiéramos a muerte contra un imperio de hienas que nos asechaba entre las sombras. ¡No obstante, asumo mis responsabilidades y por eso me voy, porque tú no mereces tener a tu lado a una mujer que, por más que te ame, nunca podrá borrar la profunda herida que te dejó! ¡Mírame, Noé, y no verás más que una mujer bonita que está destrozada y vacía por dentro, sabiendo que lo tenía todo y se quedó sin nada, por estúpida, por egoísta, por imbécil! ¡Tú eres mejor que nadie en el mundo, mi amor, y yo una mujer ruin!

”¡Escuchar esas confesiones de Paula me han dejado ver la clase de persona nefasta y frívola que soy! Ay, Noé. ¡Me da tanta vergüenza mirarte a los ojos! ¡Me siento tan devastada, rota… aparatosamente terrible! Ese audio me ha dejado claro que yo no merezco tener a mi lado a un hombre tan bueno como tú. ¡No te merezco, nunca te merecí y nunca te mereceré! ¡Tú eres mucho hombre para tan poca mujer como yo!

Me acerqué a ella, horrorizado, la tomé de sus mejillas, las acaricié y le dije con dolor:

—¡Así te quiero, mi Lorna… mi mujer! ¡Aunque fueras la mujer más malvada y siniestra del mundo, así te quiero, y me rehúso a perderte! ¡Me haces falta, me siento solo si no estás! ¡Me duele el alma sino te tengo!¡Sólo se ama una vez, muñequita mía, las demás son solo ilusiones, y yo he tenido el pesar o la suerte de haberte amado a ti!¡Ese… audio… ya no importa, ya todo ha pasado, no lo tengas en cuenta! ¡Te juro que en el fondo todavía tenía un cierto resquemor hacia ti, pero cuando… me elegiste, esa noche… arriesgando tu vida por mí, entendí lo mucho que me amas, y que, aun si tengas mil caricias plasmadas en tu piel, son las mías las que te harán estremecer y te ofrecerán paz, porque es a mí a quien quieres, y porque yo soy el único que te ha amado de verdad!

—¡Me has idealizado tanto, mi querido Noé, que te has empeñado en blanquear mi vida para no aborrecerme, viendo en mi una mujer que no existe!

—¡Claro que existe, y eres tú! —exclamé turbado—. Cuando has tenido al amor de tu vida a un palmo de la muerte, te aseguro, Lorna, que idealizar al amor de tu vida pierde sentido y solo piensas en ese amor como lo que es… tu vida. En un segundo sentí que te perdía para siempre, Lorna, y fue horrible. No, yo no puedo vivir sin ti. Y sé que no me harás daño otra vez porque mira hasta donde hemos llegado con esto.

Lorna siguió llorando, desesperada, estremeciéndose de arriba abajo.

—¡Así como tú tenías tu historia inconfesable con Leo y Catalina, así yo también tenía la mía con Gustavo y Paula! —lloriqueó—. ¡Gustavo fue mi amante durante casi seis meses… antes de conocerte! ¡Con él follé tantas veces como no tienes una idea! ¡Lo conocí una noche en San Pedro Garza García… Noé, y me hizo su novia (o más bien su amante) aun si yo no sabía que estaba casado y que tenía una hija! Por azares del destino un día Paula se enteró de todo y me confrontó. ¡Entre los dos me humillaron, Noé, cuando lo único que yo buscaba era alguien que me amara, pues me encontraba vacía, harta de sólo ser un receptáculo de pollas! ¡Y Gustavo… pues… fue esa persona que, si bien nunca lo amé, me ilusioné con él, creyendo que era el que recogería mis cenizas!

”Entonces, después de la forma en que me mandó a la mierda, un día quise desquitarme de él, y me presenté en el bautizo de Danielita… en Cancún, ¿te acuerdas?, y fue allí, entre los invitados, donde te vi por primera vez. Y esa noche, después de la fiesta, Noé, te encontré solo, bebiendo en una barra, y me acerqué a ti.

”El resto ya lo sabes. Nos enamoramos, ¡me enseñaste a amar de verdad y te amé!, ¡me enseñaste lo que era un hombre de verdad, y me amaste!, ¡y nos amamos!, ¡me hiciste tu mujer y tú te hiciste mi hombre!... y, pese a que Gustavo y Paula pensaban que yo me había acercado a ti por despecho a él, libramos las batallas, Noé, nos casamos y fuimos felices, muchos días, muchas semanas, muchos meses, muchos años… hasta que todos se rompió.

”¡Esas fueron las cuentas pendientes que hablamos Gustavo y yo esa noche en Babilonia! ¿Sabes por qué?, ¡porque él me repudiaba en secreto! Siempre creyó que yo estaba encaprichada con él y que por eso me había casado contigo. Seguramente por esa razón se sintió con el derecho de intentar faltarme al respeto… esa noche que te conté. Pero en el fondo te quiere, y se avergüenza de lo que hizo. Y sí… Paula ya me odiaba desde antes, tal vez con justa razón, pero nunca tuvo el derecho de hacerme lo que me hizo.

”Como ves, Noé, tú tu viste tu historia, yo tuve la mía, y nunca nos las contamos. Y, por falta de esta comunicación, todo se destrozó.

—¡Ya no quiero saber nada del pasado, Lorna, porque me hace daño! ¡Vámonos juntos, lejos, comencemos una nueva vida alejados de toda esta toxicidad! ¡Al carajo con Gustavo, Paula, Leo y Catalina! ¡Al carajo todo, comencemos otra vez! ¿Qué caso tiene estar separados si nos amamos? ¡De ser así, nada de lo que hemos vivido habría servido de nada!

—¡Yo quiero estar contigo, mi amor… yo lo quiero y no sabes cuánto! ¡Quiero comenzar otra vez, resurgir entre los dos, de las cenizas, pero necesitamos tiempo!

—¡Tiempo es lo que ya no hay!

—¡Tiempo es lo que necesitamos, corazón! ¡Déjame marchar, castígame así, lo merezco Noé, por ser tan mala y repulsiva! ¡Castígame sabiendo que lo tuve todo y lo perdí por puta!

—¡Pero yo te amo! —le confesé directamente después de cuatro años, sintiendo a mi corazón henchido—. ¡Como un imbécil, como un idiota… como un pendejo, a pesar de todo… yo te amo… hasta dolerme el alma!

Lorna no podía controlarse.

Estaba sufriendo. Ambos estábamos sufriendo.

—¡Nos hemos hecho daño, Noé! ¡Nos hemos ofendido! ¡Nos hemos faltado al respeto, yo más a ti! ¡Yo te he lastimado, de forma cruel, sin proponérmelo! Tú eres tanto para mí, que yo no podría estar a tu lado sin sentirme una…

—¡Una reina… una mujer amada! ¡Una diosa de mi presente y de mi futuro!

—¡Me tengo que ir… mi cielo, mi hermoso hombre, mi querido esposo! —Ambos estábamos llorando a raudales—. ¡Lo peor es que sufriré por Fernandito, que lo amo… como si fuera mío… porque es mío… él… mi niño! ¡Cuídalo, Noé, por favor, cuídalo!

—¿Por qué nos estamos haciendo esto si nos amamos, Lorna? —quise saber conmovido, sin poder entender por qué me quería abandonar.

—¡Porque no sé cuándo, no sé cómo, si será en esta vida o en alguna otra, pero nuestra historia tendrá un final feliz! —me dijo, besando mis labios con ternura—. Un día volveré de nuevo, Noé, porque después de ti yo no podré amar a nadie más. Un día volveré, y si tú estás solo todavía (que ojalá que no, que ojalá que en mi ausencia encuentres a una mujer que de verdad te merezca y te haga feliz) y me sigues amando como ahora… te juro que me convertiré en esclava de tu destino. Y estaremos juntos… y nos amaremos hasta la muerte.

Con el corazón destrozado, mis labios sedientos de los suyos, mis manos vacías y mis ojos llorosos… vi cómo el amor de mi vida se marchaba de mi lado por segunda vez.

Epílogo

Dos años después

La muerte, la traición, la desesperanza y la locura nos hacen reflexionar cuando tocamos fondo. El fondo es el tope de las locuras, y las locuras son el fondo de tus malas decisiones.

Aprendí a base de golpes que la vida no es tan cruel como parece, sino una consecuencia de tus actos. Aprendí que madurar consiste en descubrir que cometer un millón de errores no es ilícito; ilícito es volverlos a repetir una y otra vez.

Aprendí que todos somos arquitectos de nuestro propio destino; y también aprendí que yo había erigido una mansión sin cimientos, frágil, bella por fuera, pero endeble y vacía por dentro.

Pero, después de todo, ¿quién es capaz de vivir plenamente sin aprender de nuestros errores?

Y yo aprendí.

A estas alturas de mi vida, otra vez… estoy completamente convencido de que uno mismo propicia sus desgracias, sus fortunas y hasta sus coincidencias. Siempre esperas algo mejor o peor para tu vida, e inconscientemente en la mayoría de las veces sueles terminar atrayendo aquello que más te perjudica… o aquello que te vuelve más fuerte.

¿Qué se hace cuando al final regresas a tu punto de partida?

Ahora mismo no sé si a mí me perjudicó o me benefició, el caso es que muchos de los sueños, siempre llegan a cumplirse. Aunque quizá no de la forma en que esperas.

No entiendo bajo qué concepto, pero Paula recuperó la patria potestad de su hija. Sebastian finalmente se divorció de Jessica (tras una rabieta de ésta última que no se lo puso fácil), y ahora vive feliz con una mujer llamada Catalina (no, no es la Catalina que propició nuestras desgracias y que, según sabía, ahora estaba inválida en su nuevo matrimonio en Monterrey tras un accidente automovilístico).

Para mi gran sorpresa, Gustavo y Noelia consiguieron conseguir juntos después de tantas conversaciones y sufrimientos. Gustavo, a la fecha, sufre la pérdida de su hija, infortunadamente las leyes mexicanas casi siempre favorecen a la madre, sobre todo si se descubre que tú no eres el papá.

Me separé de Rosalía oficialmente cuando la dieron de alta de su tratamiento (no se ha curado, pero se encuentra controlada) y, contra todo pronóstico, lo hicimos en buenos términos. Ambos cometimos errores y, por primera vez, como personas maduras, acordamos que los dos habíamos tenido la culpa.

Desde hace seis meses tiene a su lado a un hombre llamado Julián, que es mucho mejor que yo, a años luz, infinitamente mejor que yo. Es alguien que la ama de verdad y que ha podido comprender sus trastornos neurológicos y tratarla con paciencia.

Cuando Lorna se marchó de nuevo de mi vida entendí que, después de todo, probablemente mi destino era el de permanecer solo, aunque claro; decir solo me refiero a una pareja (aunque no voy a negar que, en algunas salidas a diferentes bares, me había liado con alguna que otra muchacha bonita con las que había pasado noches espectaculares, pero sin ningún compromiso) porque a mi alrededor tengo a Sebastian (y a un nuevo círculo de buenos amigos que se unieron a nosotros cuando entramos a un gym) que con el tiempo se han ido añadiendo.

Y claro, tengo a mi hijo, a mi Fernando, el amor de mi vida y mi sostén en mis dificultades, que ahora ya sabe decir papá. Cada día se parece más a mí, lo dicen todos. Al principio me dolió profundamente separarme de él los primeros días, hasta que un juez, en consentimiento de Rosalía, me designó tenerlo conmigo tres veces a la semana.

Cuando Fernandito está conmigo, soy el hombre más feliz del mundo. Mi espíritu arde, mi voluntad se inflama, mi esperanza se perpetúa y mis ilusiones se crecentan. Mi angelito me hace tanto reír que no entiendo cómo pude estar tan perdido en el pasado, buscando venturas donde solo había desgracias, ignorando que un pequeño que lleva mi sangre era la única persona sobre esta tierra que podía albergarme de paz.

Dentro de poco lo veré correr por los pasillos de mi casa (que se vuelve enorme y vacía con su ausencia) tumbando cosas y llenando de ecos y risas cada recoveco de mi morada. Su sonrisa ilumina mis oscuridades, su voz poetiza mis orejas, sus manos calientan mi frío, su mirada me sepulta mis miedos y su presencia consume mi tiempo, que es suyo, para siempre.

Un jueves por la tarde, recordé con nostalgia el día que había estado rodeado por amigos y parientes, quebrando una piñata de donde habían salido un montón de artículos para bebés cuando la partí por mitad, enterándome, con toda la dicha que un hombre con ilusiones puede tener, que iba a ser padre. Aquél había sido el día de mi cumpleaños, el mejor de mi vida.

Esa noche, en cambio, estaba solo, en una barra, después de haber recibido decenas de mensajes de “feliz cumpleaños” y abrazos de amigos y regalos en mi oficina.

Como todos los jueves, allí estaba en ese bar, como un animalito solitario, esperando que alguna chica bonita me mirara y, con suerte, se acercara a mí para propiciar una conversación que, en lo sucesivo, me hiciera pasar la noche con ella. A pesar de mis limitaciones, decían que yo era un buen amante: ahora me sentía mucho más seguro de mí mismo, y eso se hacía notar cada vez que alguna chica se fijaba en mí.

No lo niego. Esa noche estaba triste, en silencio, mirando personas pasar entre mis costados sin que nadie se diera cuenta que yo estaba allí. Permanecí sentado bebiendo tequila con refresco de toronja, sal y limón, un buen rato, sin pretender embriagarme del todo, sólo lo suficiente para recordarme que, después de todo, era un superviviente de mi propio envilecimiento. O al menos eso es lo que me había dicho el psiquiatra durante los años que llevaba yendo a sus consultas.

Yo… aunque solo… aunque triste, era un sobreviviente de mi propio envilecimiento.

Sonreí, suspiré, y entonces una mujer se apareció a mi lado, preciosa, toda una diva, y con un cuerpo espectacular. Me preguntó si podía sentarse a mi lado y, nervioso, le dije que sí. Me miró, la miré y nos miramos, y tras segundos de silencios la mujer me ofreció una espléndida sonrisa y me dijo:

—¿Te han dicho que tienes el rostro más lindo y fino que vi en mi vida?

Me puse de pie, mis ojos se llenaron de lágrimas, mi pecho se inflamó, mis brazos por impulso la rodearon y, con toda la fuerza de mi alma, la abracé, acercando mis labios a los suyos para besarla:

—Sí… —le contesté entre suspiros—, tú… tú me lo dijiste.

Lorna llevaba un vestido a la rodilla, negro, untado, escotado, con tacones altos y medias transparente.  Sus cabellos rubios estaban atados en una cola de caballo, elegante, bellísima. Sus labios eran mullidos, sonrosados, y sus ojos brillaban de amor por mí.

—Otra vez me fui para olvidarte, Noé —me dijo emocionada—, y otra vez vuelvo a ti para decirte que no lo puedo hacer. Si cada vez que nos encontremos nos vamos a rechazar, sabiendo lo que ambos sentimos por dentro, ¿cuándo nos vamos amar?

—¡Ya no te vayas! ¡Ya no me dejes! ¡Ya no me sueltes! —le supliqué, estrechándola contra mi cuerpo—. ¡Eres mía, Lorna, sólo mía!

—Noé, mi querido Noé —me dijo, besando mis mejillas, mi frente, mis labios, desesperada, como yo fuera un sueño… una fantasía—. ¿Todavía me amas?, ¿verdad que todavía me amas?

—¡Tanto o más que nunca, mi amor! —le respondí, llenándola de besos.

—¡Hemos descendido al purgatorio y al infierno infinidad de veces, mi príncipe; allí nos hemos acrisolado y despedazado estando vivos y, sin embargo, al final, nos volvemos a encontrar —suspiró hondo y me preguntó—: Mi querido Noé, ¿no te has dado cuenta?

—¿De qué habría de darme cuenta…?

—¿De que, con los sufrimientos vividos, las decepciones ganadas, las batallas perdidas y las distancias dolorosas ya hemos obtenido nuestra redención…?

La miré, intentando enterrarme en su mirada y le respondí:

—Sí… hemos obtenido nuestra redención.

—¡Feliz cumpleaños, Bichi! —me dijo, besándome con pasión—. ¡Mira, este es tu regalo, un billete, para irnos juntos a Madrid, un viaje que nunca hicimos… un par de semanas, lejos de todo y de todos! ¿Aceptas, Bichi?, ¿aceptas?, ¡seremos amigos…!, ¡amantes!, ¡novios!, ¡esposos o lo que quieras!, intentémoslo, por favor, poco a poco, otra vez. ¡Vayamos con especialistas, con psicólogos, a tratamientos, lo que sea! Pero quiero que volvamos a estar juntos, que tú puedas compartir mi vida con Aleska y yo con Fernandito, ¿verdad que aceptas?, ¿verdad que, aunque ambos tenemos miedo… lo intentaremos?

Guardé silencio y por impulso acaricié sus mejillas, limpiando sus cálidas lágrimas.

—Creí… que habíamos perdido Lorna —le dije con nostalgia.

—No, mi amor —me respondió ella—, los que se aman nunca pierden. Pierden quienes ya no lo vuelven a intentar.

______________________

22 de marzo, Madrid, España

—Me gustas cuando callasporque estás como ausente —me recita Lorna en susurros el poema de Neruda, yo recostado entre sábanas blancas, y ella encima de mí, los dos desnudos, mirándonos a los ojos—, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Acabamos de hacer el amor, como lo hemos hecho desde el primer día que llegamos al hotel. No nos hemos cansado de tocar, de respirar nuestros aromas, de vencer nuestros temores.

Muchas noches ella ha despertado gritando y llorando, creyendo que me ha vuelto a perder, que yo la odio y que no la he perdonado. Me abraza entre lágrimas en la oscuridad de la nocturna, susurrándome que me ama y que nunca me podrá abandonar.

Yo también he tenido pesadillas, donde la veo a ella follando con todos mis antiguos amigos, muertos, vivos y actuales, donde la agujeran por todos sus orificios y ella brama de placer.

Es evidente que nuestros miedos están allí, nos atacan, como demonios inmisericordes: son recuerdos horribles que seguirán acometiéndonos permanentemente hasta que consigamos recuperar la confianza entre los dos. Pero la confianza, después de todo, es lo último que se recupera.

Pero seguiremos insistiendo… luchando por emerger de nuevo pues, todavía, nos encontramos pataleando entre las aguas.

Estamos en pareja otra vez. Estamos probando, intentando, conociéndonos de nuevo, descubriendo si podremos lograrlo o, por el contrario, concluir que lo más sano es separarnos. Por eso vinimos a Europa como si fuese nuestra segunda luna de miel. Era un viaje que teníamos pendiente desde que éramos novios. Y miren dónde hemos terminado, varados en un precioso hotel de la gran vía por culpa de un puto virus que dice Trump que cagaron los chinos.

—¿Sabes? —me dice, mientras acaricia mi pelo—, el presidente de Gobierno de este país ha anunciado que pedirá al Congreso que se prolongue el estado de alarma otros quince día más. Y, según he visto en las noticias de América, en México cabe la posibilidad de que pronto declaren el estado de emergencia nacional. Creo que ya no podremos continuar con nuestro viaja ni a Caracas, Santiago de Chile, Lima, Bogotá,  Buenos Aires y, mucho menos, a Ciudad de México.

—Y… ¿eso qué significa, muñequita mía? —le pregunto, poniendo su libro en mi costado.

—Pues —murmura con voz traviesa—, que al parecer no nos quedará más remedio que extender nuestra luna de miel aquí, encerraditos, tú y yo solos… donde podremos hacer todo eso que no nos hicimos en tantos años perdidos.

Mi sonrisa se hace extensa.

—Por cierto, Rosalía ha llamado esta tarde mientras dormías la siesta, y me ha dicho que Fernandito quiere verte, que mañana te hará una video llamada a las 12 del día tiempo de México. Ay, Noé, lo extraño tanto.

—Yo más que tú —le confieso con tristeza.

—No, no, yo más que tú —me pelea, besándome con pasión—, ¿me prometes que convencerás a Rosalía de que nos deje llevarlo a Disney cuando haya pasado esto de la contingencia sanitaria? Aleska estará feliz de que vaya con nosotros.

—Sí, lo que mandes mi amor —respondo mientras ella se sienta sobre mis muslos—, mientras tanto… ¿qué te parece si retomamos lo que dejamos pendiente hace rato?

Cuando Lorna hace sonrisa, es porque quiere guerra.

Mi diosa rubia sigue igual de cachonda de como la recordaba. No, no, ahora lo es más. Es fuego en el sexo, una llama que se vuelve electricidad cada vez que nos ponemos a coger como dos enamorados. La forma en que me la chupa, hasta los testículos, mientras sus ojitos azules me observan de manera pervertida me pone cachondísimo.

Adoro cuando ella solita se tumba en la cama, se abre de piernas y me hace ir como un perro servil a comerle el coño. Lorna me rodea con sus potentes piernas blancas y con sus manos entierra mi boca sobre tu raja. Ora estamos follando de perrito, ora en la postura del misionero. Si algo adoro es chuparle su rajita. No puedo evitar ponerme a full cada vez que introdujo mi lengua en su caverna de carne rosada, caliente, jugosa.

—Tengo una fantasía, mi amor —le digo a mi rubia mientras ella restriega su vulva sobre mi inhiesto pene.

—Ay, Bichi, tú y tus putas fantasías —me muerde el labio, mientras gime cuando entierra su encharcada caverna sobre mi polla palpitante—, pero dime, a ver si te la puedo cumplir.

—El realidad son dos —le dijo, exhalando de placer, metiéndome dentro de ella, que está mojadísima y con el chocho ardiente—, la primera es me ames siempre, más que antes, más que nunca, como yo a ti… y que… de paso, se cumpla la segunda, esa donde fantaseo que nunca dejemos de coger.

Lorna se echa a reír, divertida, mientras comienza a subir y bajar sobre mi falo, que está tan empapado que el sonido de las penetradas me enloquecen la mente.

—Lo primero ya lo hago, mi príncipe, te amo muchísimo, sin esfuerzo alguno —me dice mientras acerca sus gordas tetas a mi boca, para que yo me las coma—, pero en lo segundo, Bichi, pues eso dependerá de ti… porque yo, sabes bien, que todo el tiempo tengo ganas de follar. Y metidos aquí, en cuatro paredes, sin la posibilidad de salir a ningún  lado, pues me temo que tendremos mucho tiempo para amarnos y para comernos completamente.

—Eso me gusta —murmuro, mientras siento cómo se comienza a mover en círculos, restregando mi pene sobre todo su interior.

Y nos entregamos de nuevo, cual adolescentes que recién descubren su sexualidad.

Ella caliente, gimiendo, siempre cachonda, rebotando una y otra vez sobre mis muslos, comiéndome la boca, mordiéndome los labios.

—¡Así, papi, así, más, más! —grita con jadeos que son cánticos para mis oídos, en tanto salta una y otra vez en mi polla, con sus senos bamboleándose sobre mi cara y mis manos oprimiéndola de sus potentes caderas. Sus contracciones me avisan que ya no tarda en derramarse—. ¡Ay, mi amor… que rico… que gusto… cógeme más, así, así… más duro! —me apremia, gritando de placer.

Mis manos repasan toda su piel. Ensalivo mis dedos, y le acaricio los flancos. Ella brama, ella pide más.

Sus enormes tetas, cuyos pezones erectos e hinchados no dejan de restregarse en mi cara, se bambolean de arriba abajo. Estamos en el infierno de la lujuria, gozando como locos.

Todos los días follamos y follamos sin parar, y siempre queremos más.

—¿De quién eres? —le pregunto, cuando noto que ella está por correrse.

—¡Tuya… Bichi, sólo tuya! —me dice entre gemidos.

Sus gestos de una gatita hambrienta, lujuriosa, mientras explota sobre mi pene, me hacen calentarme aún más. Ella se estremece, convulsa, en tanto chorros de sus flujos vaginales me empapan las piernas.

Sí. Ella…una dama en la calle, una puta en la cama. Y otra vez es mía, sólo mía.

Una vez terminado su convulso orgasmo la pongo boca arriba, está agitada, sudorosa, pese que el frío en el exterior es extremo. Y me mira, y la miro. Me pongo de rodillas y, sin poner todo el peso de mi cuerpo, me siento sobre sus tetas. Ella abre su boquita sonrosada y mete mi polla dentro, hasta la garganta, chupándola hasta comérmela toda. Y me corro, después de un cuarto de hora.

—Te amo —le digo mientras me estremezco víctima de mi propio orgasmo.

Es una experta mamadora, por Dios.

—Te amo —responde. Su boquita está embarrada de mi semen, y me observa con perversidad.

Ay, mi pequeña pervertida, cuánto la extrañaba.

Lorna es directora de una guardería de infantes que ha montado en San Pedro Garza García, Nuevo León, a donde iremos a vivir tan pronto como pase la cuarentena, ilusionada porque Fernandito vivirá con nosotros los días que me corresponden por ley.

Mientras tanto, esta fría noche de marzo, continuamos amándonos entre las aguas de un jacuzzi de porcelana que no se ha cansado de humedecernos y de chapotear mientras nos entregamos uno y otro.

Yo ya no creo en finales felices, sino en instantes de gloria. Y eso es lo que hago ahora, vivir el momento, sin importarme nada, salvo mi hijo. Si mañana vuelvo a sufrir, ¿qué importa? Ya toqué fondo una vez y, por mucho que relea mis páginas, ahora soy más fuerte que antes y nunca lo volveré a tocar.

Como diría mi difunto abuelo, habré tenido tormentos y alegrías, pero… después de todo, ¿quién me quita lo bailado?

A estas alturas, ya sé a lo que me atengo y, por el momento, a lo que me atengo es a ser feliz.

Y pues mañana, ¿mañana qué más da?, mañana será otro día para vivir.

FIN