Por unas fotos en internet

Un marido morboso publica en internet un fotos desnudas de su mujer, y lo que se derivó de ello.

Hola amigos,

Soy Rosa y os voy a seguir contando más episodios calientes de mi vida matrimonial. Que Antonio, mi esposo, se había convertido en un cabroncete morboso era una realidad incuestionable desde el soberbio asunto del parking cuando me vio mamándosela a Hugo, un conocido del gimnasio con el que me había citado por expreso deseo de mi marido. Pero nuestro desmadre sexual iba a tender a mucho más. Ya lo vais a ver.

Hace unos meses, aprovechando un viaje que hicimos a Turquía, compramos una cámara digital. Al principio las fotos fueron de lo más normal... ya sabéis: paisajes, animalitos, familia, etc. Pero poco a poco, y sobretodo desde que mi marido me confesó sus inclinaciones voyeur, fue haciéndome fotos cada vez más subidas de tono. Yo tengo que reconocer que en un primer momento me dio mucha vergüenza eso de posar desnuda (aunque fuera en la intimidad de casa), pero fui cogiendo confianza, y aunque peque de presuntuosa, os diré que no me veo nada mal... Antonio debió pensar lo mismo porque un buen día me confesó que había mandado a una web voyeur una serie de fotos que recientemente me había hecho en el terrado de la finca donde vivimos. Me quedé petrificada. Y ni tan siquiera había tenido la decencia de ocultar mi rostro. Es decir que cualquier persona del mundo iba a poderme ver en pelotas.

Cogí un soberano enfado. ¿Imaginad por un momento que os pasa a vosotras?. Pocos días después recibimos un aviso de esa web anunciándonos que en breve iban a ser publicadas mis fotos. Y así fue, ¡Oh, Dios mío!. Que impresión verme en la pantalla, con mi cochete, mis tetitas y mi culo a la vista de todos. Antonio parecía estar encantado con aquello, sabiendo que cualquiera podría masturbarse mirándome. Mi enfado inicial fue pasando a medida que iban llegando mensajes de elogio de los tipos que veían las fotos. La mayoría eran encantadores, aunque también los había algo groseros, y alguno estaba incluso dispuesto a venir desde la otra parte del mundo solo para conocerme. Todo aquello me subió la autoestima un montón. Yo siempre he tenido un poco de complejo por mi pecho pequeño y trasero generoso, pero a aquellos desconocidos parecía gustarles todo de mi, ¡genial!. Les hubiera chupado la polla a todos en señal de agradecimiento... y lo que no podía imaginarme era que bien pronto conocería a uno de ellos.

Sin yo saber nada el cabrón de mi marido concertó una cita con uno de esos tipos. Un comercial granadino que curiosamente tenía que venir a nuestra ciudad en breve.

El día señalado, Antonio me dijo que esa noche saldríamos a cenar fuera, que me pusiera bien guapa. "Ya me entiendes", me dijo zalamero. Claro que lo entendía. Quería lucirme, exhibirme. Así que opté por un vestido blanco cortísimo que me transparentaba el minitanga rojo que decidí ponerme y como de costumbre en verano decidí ir sin sujetador, marcando pezones. Unos zapatos negros con un poco de tacón para realzar las piernas completaban el conjunto. Me dejé suelto el pelo y me pinté los labios de rojo pasión. Me miré en el espejo y no dudé que mi marido estaría satisfecho al verme. Y precisamente en ese instante sonó el teléfono. Era él, para decirme que le había salido un contratiempo en el trabajo y que no podía pasar a recogerme, que quedábamos directamente en el restaurante. Que no me preocupara que ya teníamos mesa reservada. "Está bien", le respondí. Aquello era típico de Antonio. Seguro que lo había hecho a posta, sabiendo que iba a ir vestida provocativamente, para tener que ir sola hasta el restaurante... e incluso podía ser que me estuviera espiando. Aun era pronto, así que me conecté a internet y me masturbé leyendo los comentarios que seguían dejando mis admiradores. ¡Que golfa me sentía viéndome en la pantalla luciendo entrepierna!.

Decidí ir al restaurante dando un paseo, para hacer tiempo y de paso ver en la cara de los hombres que me cruzaba en la calle si estaba atractiva o no, y no había duda de ello, porque me comían con los ojos. Esta sensación de que te follen con la mirada es algo que las mujeres conocemos bien, y que aunque a menudo incomode siempre es señal de que estás ahí, de que existes. Es algo difícil de explicar.

Bueno, por fin llegué al restaurante. En la entrada le dije a un camarero que mi marido había reservado mesa, y amablemente me indicó donde estaba. Ahí, en el fondo del local estaba mi marido junto con otro tipo al que yo no había visto nunca antes. Estaban charlando animadamente. Me acerqué a ellos con paso firme, y como unos caballeros se levantaron de la mesa para recibirme.

-Cariño- exclamó Antonio- estás guapísima. Mira, te presento a Alejandro, es un comercial de Granada que ha venido por negocios, y como no conoce a nadie aquí le he invitado a cenar con nosotros.

-Ah, claro, mucho gusto- contesté yo, aunque sin poder disimular un cierto disgusto hacia mi marido por no haberme avisado de que no íbamos a cenar solos.

Alejandro era un tipo alto, de treinta y pocos, bien parecido, y que me llamó la atención por la determinación como me agarró de la cintura para darme un besazo en cada mejilla. Fue algo brusco, varonil, me gustó. Me fijé entonces que tenía una bella sonrisa.

Nos sentamos, y mientras nos mirábamos la carta mi marido empezó a hablar.

Bueno cariño, en realidad Alejandro es un gran fan tuyo.

¿Por qué? No entiendo, si nunca nos habíamos visto- dije yo como una mema sin entender que todo aquello era una encerrona.

Los dos echaron una sonora risotada como si hubiera dicho una graciosa ocurrencia.

-Tu a él no, pero él a ti sí.

Me temí lo que vendría a continuación. Sobretodo al ver una medio sonrisa dibujada en la cara de ambos.

A Alejandro le encantaron tus fotos de internet. ¿No te acuerdas del mensaje que dejó? Decía que tenías unas tetas preciosas...

Pues no, pero gracias... – dije casi tartamudeando y roja como un tomate.

Y Alejandro, mirándome fijamente sentenció:

Y también decía que me gustaría correrme en tu cara.

El silencio se convirtió en plomo. Suerte que apareció el camarero con los primeros platos.

Durante el resto de la cena no hubo ninguna referencia más a mis fotos porno en internet, y aunque me sepa mal reconocerlo lo cierto era que Alejandro era un tipo de lo más divertido. Nos contó un montón de anécdotas de su trabajo. Y yo para combatir los nervios creo que bebí más vino del que hubiera sido recomendable, aunque no lo suficiente pues volví a quedarme de piedra cuando en los postres mi marido me dijo sin inmutarse:

Quítate las bragas y regálaselas a Alejandro.

No podía dar crédito a ello. ¿A qué venía aquello?. Pero debió ser por el vino y la situación tan caliente que se estaba produciendo, pues me quité el tanga sin protestar.

No creo que nadie en el restaurante se percatara de ello porque nuestra mesa estaba muy al fondo del local, pero el sofocón que pasé no me lo quitaba nadie. Lo dejé sobre la mesa y Alejandro no tardó ni un instante en cogerlo y acercárselo a la cara para oler mi intimidad.

  • Delicioso- exclamó.

¡Que húmeda me sentí en ese instante!.

Mi marido pidió la cuenta, y poco después salíamos del local. Ya en la calle el cabroncete de mi esposo dijo jocosamente:

¿Qué os parece si para celebrar que hacéis tan buenas migas nos vamos a casa a celebrarlo?

No hacía falta responder. Paramos un taxi y nos metimos en él. Antonio delante y Alejandro y servidora detrás. Como os podéis imaginar tuvimos un trayecto bastante movido. Alejandro no perdió el tiempo y empezó a acariciarme las piernas, luego hundió uno de sus mandos bajo la falda de mi vestido, y como vio que yo no sólo no me quejaba sino que le facilitaba el trabajo abriéndome de piernas, se animó a dedearme el chocho con determinación. Mientras, mi marido hablaba animadamente con el taxista y quería que le quedara muy claro que la que iba ahí detrás era su esposa, por eso cuando por el retrovisor el taxista pudo ver como ese otro tipo me tocaba por todas partes se quedó boquiabierto. Miraba a mi esposo, que como un tonto se hacía el despistado hablando de tonterías, y luego vuelta a mirar por el retrovisor. Menudo espectáculo le estábamos dando a ese currante. Alejandro me hacía lo que le apetecía: me sobaba las tetas, me lamía la cara, entrelazando de vez en cuando nuestras lenguas, y yo mientras le acariciaba el obsceno y prometedor bulto que lucía en sus pantalones. ¡Que golfa me sentía!.

Para cuando el taxista se plantó frente a nuestro domicilio yo ya había tenido un par de orgasmos, aunque Alejandro seguía con la polla más dura que un palo. Me arreglé el vestido y salí del vehículo lo más digna que pude, no fuera que nos encontráramos con algún vecino. Mi marido pagó el trayecto, y Alejandro remató la situación dándole de propina al taxista mi tanguita rojo mientras le decía chistoso "Hágase una buena paja, amigo".

Entramos en el portal y cogimos el ascensor. En lugar de apretar el botón de nuestra planta, Antonio marcó el del terrado.

Alejandro, tengo una sorpresa para ti - dijo mi esposo.

Mientras el ascensor seguía su recorrido, nuestro invitado siguió sobándome. Yo me dejaba y observaba como mi marido nos miraba complacido, sonriendo. No había duda que le gustaba lo que veía. Era un auténtico cabrón morboso... y yo su puta complaciente.

Fin de trayecto. Salimos al terrado y señalando una pared Antonio exclamó:

Ahí es donde le hice a Rosa las fotos que publicamos en internet... ¿y a qué te gustaría montártelo con ella en ese mismo lugar?"

"Pues claro"- respondió Alejandro satisfecho.

"Genial, voy a casa a buscar la cámara de fotos para inmortalizar este momento"- añadió mi esposo.

Antonio salió corriendo, y ahí nos quedamos Alejandro y yo. En realidad era la primera vez que estábamos solos... sola, con un desconocido cachondo y en un lugar medio oscuro. Sentí un escalofrío. Sabía que pronto sentiría su polla dentro de mi.

Se acercó y me agarró del pelo con violencia, echándome la cabeza hacia atrás. Me recordó la fuerza con la que me había cogido de la cintura en el restaurante, o cuando me había masturbado en el taxi. Era uno de esos hombres que gustan de someter a las mujeres. Era un macho dominante.

¿Te excita que el cabrón de tu marido te enputezca de esta manera?

Sí - contesté casi sollozando.

Ponte de rodillas y chúpamela – me ordenó.

Así lo hice. Me arrodillé, le bajé pantalones y calzoncillos y apareció insultante su pene. Gordo y duro, como a mi me gustan. Me la metí entera en la boca.

  • ¿Te gusta verdad?

Yo asentí con la cabeza.

Ya lo sabía. Seguro que no te sorprenderá si te digo que antes de acordar esta cita tu marido me hizo mandarle una foto de mi rabo... ya me dijo que te gustan así, gordas y duras. ¡Zorra!.

Aquella revelación me encendió aun más. Estaba casada con un maravilloso monstruo que se preocupaba que fueran de mi agrado las pollas que me iban a fornicar.

Apareció entonces mi esposo con la cámara de fotos y sonriendo exclamó:

¿Ya habéis empezado sin mi, tortolitos?

Y comenzó a fotografiar aquel acto de adulterio consentido.

Yo ya no podía más. Necesitaba una polla en mi entrepierna, y Alejandro pareció darse cuenta de ello porque me la sacó de la boca, y agarrándome del brazo me puso de cara a la pared, me subió el vestido y sin contemplaciones me la clavó. Sollocé de gusto como una perra.

mmmmmmmmmmmmm

A pesar de lo gorda que la tenía entró con facilidad por lo húmeda que estaba. Cerré los ojos y me dejé follar, oyendo sólo a mi alrededor los "clicks" de la cámara de fotos de mi marido y a Alejandro llamándome una y otra vez "puta, puta, puta".

Fue un polvo brutal. Me corrí varias veces y cuando él ya estaba pronto al orgasmo cumplió su predicción vía mail porque me la sacó del chochete y obligándome de nuevo a arrodillarme se corrió en toda mi cara.

Chorros de leche caliente mojaron mi rostro.