Por unas clases de repaso

De joven siempre soñé con tirarme a la vecina que por edad podría ser mi madre.

Mi madre: ¿has ido ya a hablar con Amalia, la vecina del 3º-B como te dije?

Yo: Esta semana tengo los exámenes del 1er cuatrimestre. ¿Sabes que quiere?

Mi madre: “No me dijo que quería, pero que era urgente. Ve ahora en un momento antes de ponerte a estudiar”

Yo: “Hola, mi madre dice que querías hablar conmigo”

Amalia: “Pasa, pasa,  gracias por venir… siéntate aquí… voy a quitar lo que tengo en el fuego y ahora vengo”.

La veo alejarse y no puedo evitar fijarme en su trasero rotundo que se mueve acompasadamente a cada paso. Uhmmm, estará rozando la cuarentena pero esté bien buena y seguro que sabe cómo alegrarle la vida hombre y a un chaval como yo mas.

Mientras regresa hago mis cuentas. Seguro que para ella tener sexo una vez mas o menos no supone casi nada, en cambio para mi supondría una inmensa aventura. De una forma totalmente infantil pienso que me podría dar un poco de lo que le sobra y asi colmar mis fantasias.

Amalia vuelve, me expone su problema y su plan de rescate.

Su hijo pequeño de doce años tiene problemas en el cole,  quiere que yo le de unas cuantas clases de repaso de la temidas mates.

Ante su insistencia y el compromiso,  no puedo decir que no. Al menos podré sacar algunos euros para mis gastos.

Cuando vamos a negociar la parte monetaria del asunto, mi vecina me sorprende con el siguiente planteamiento:

-          Los martes y jueves, Adriá hace judo y llega casi a las siete. Si vienes pronto, puedes preparar la clase aquí y te daré  “algo para merendar”.

No entiendo la proposición y lo demuestro con la cara de extrañeza que he puesto. Enseguida ella trata de explicármelo para que no tenga ninguna duda.

-          Ven aquí y siéntate, en esta butaca…ponte cómodo, muy comodo jejeje”.

Así lo hago. Una vez sentado se coloca delante, se arrodilla y de un empujón me separa las piernas. A continuación se coloca ahí en medio y me mira fijamente a los ojos… comienza la “primera merienda” cómo pago adelantado.

-          Creo que te gustan mis pechos, ¿quieres verlos?

No salgo de mi asombro y no sé cómo reaccionar. Nunca me había pasado algo similar.

Ella toma la iniciativa y se desabrocha la blusa. Aparecen dos tetazas envueltas por un sostén que las mantiene a raya. Mi instinto de mamífero se pone a trabajar al máximo y un cosquilleo me recorre desde la rabadilla hasta la nuca.

Creo que la visión y la situación son insuperables.  Me equivoco por completo pues ella se lleva las manos a la espalda y se desabrocha el sostén. Para mantener el suspense durante un instante lo sujeta pegado a las tetas. Yo estoy dando botes en el asiento por los nervios.

Se desprende de la prenda y se pone ambas manos por debajo de la tetas para que se mantengan bien erguidas. Es justamente lo que mi imaginación calenturienta había construido. Se las acaricia y manosea, justamente como yo desearía hacer.

-          Toca, toca…son naturales… toca… toca todo lo que quieras. Dame la mano… yo te guio. Hay que aprender a tocas los pechos de una mujer para que ella disfrute y te deje continuar.

Mientras le toco las tetas guiado por su mano siento que estoy en el cielo, palpando la suavidad y esponjosidad de las nubes.

-          Ahora tu solo…toca todo lo que quieras. Disfruta y aprende.

Cuando creo que nada que pueda superar lo presente, Amalia me desabrocha el cinturón, baja la bragueta y me saca la polla que está a punto de estallar.

Cierra su puño alrededor de la polla por debajo del capullo. Me da varios meneos que me hacen estremecer; si sigue haciéndolo así un poco mas me voy a correr de inmediato.

Ella me mira fijamente a los ojos y dice: “que brioso caballito me ha venido a visitar”, luego se inclina sobre mi entrepierna y se mete toda mi polla de una vez en su boca.

Antes de que pueda decir ni pio, mis huevos sufren una contracción espasmódica y lanzan un chorro de leche hacia la garganta de Amalia. Después de un par de segundos sale otra descarga, y luego otra mas. Me estoy deshaciendo y ella recoge toda mi lechecita sin apenas inmutarse.

Terminada mi corrida, Amalia me sonríe y me dice:

-          “tendremos oportunidad durante el curso de aprender a controlar esos impulsos tan impetuosos. Todo es cuestión practicar y un tener un buen aprendizaje. Te puedo dar algunas clases particulares, si quieres”.

Unos minutos más tarde ya estoy de vuelta en casa, con la duda de que todo lo sucedido haya sido verdad. He olvidado acordar la compensación económica de las clases de repaso. Creo que con la “merienda” habrá más que suficiente.

-          Mi madre: “Parece que te ha convencido… y tu no querías ir. Si no fuese por las madres…no haríais nada bueno. Nosotras sabemos lo que más os conviene

¡Cuanta razón tiene!

Deverano.