Por unas bragas de mamá 2.

Por fin la madre le da sus bragas, y todo lo que allí guarda. Y quién sabe si su vecina también le dara algo a Pedro.

Por unas bragas de mamá 2.

Nunca me había sentido tan caliente cómo aquella mañana. Llevo tanto tiempo sin acostarme con un hombre, que sentir a mi hijo Pedro junto a mí, hizo que mi vagina se derritiera de excitación. Y más cuando empecé a sentir sus caricias, tan furtivas, tan lujuriosas, tan sensuales. No tardé en tener un gran orgasmo y parece que él creyó que yo permanecí dormida todo el tiempo.

Mi nombre es Laura y vivo con mi hijo pedro. Ya estoy en los cuarenta y la verdad es que mi cuerpo muestra el paso de los años. Desde hace muchos años vivimos los dos solos, con lo que no he tenido ninguna relación amorosa, y menos de sexo fortuito, así que la noche pasada ha sido algo extraordinario que ha traído mis deseos de sexo de nuevo. Nunca quise que mi hijo me masturbara, tan sólo compartiríamos la cama, pero se ve que él es tan caliente como su madre.

Y lo peor no es lo que hicimos anoche, lo peor es que al despertarme esta mañana he tenido un gran deseo de coger su polla y darle una mamada. Me desperté abrazado a él y acaricié su polla levemente por encima de su pantalón. Estaba totalmente erecta y deseaba meter mi mano y desahogarme con ella. Pero escuché a Adela que andaba por la casa y no me atreví.

-          ¿Llevas mucho tiempo despierta? – Le pregunté a mi vecina.

-          Un rato, no quería molestaros…

-          No te preocupes, vayamos a la cocina.

Adela me hablaba del problema que tenía con su marido. La había engañado con otra durante varios meses. Aquella noche, él llegó a su casa borracho e intentó agredirla. Se marchó y dijo que no volvería nunca más, cosa que ella esperaba que cumpliera. Mientras me contaba cosas de su marido, empecé a fijarme en el cuerpo de aquella mujer. Tendría unos cincuenta años y su cuerpo era más bien delgado, muy proporcionado y parecía que tenía unas tetas bien puestas y firmes. Seguro que a ella no les molestarán cuando bota, a mí, debido a mi volumen y que ya no están tan firmes, me molestan cuando apenas doy unos botes mientras bailo en alguna celebración familiar, Pedro se burla cuando me ve bailar, ya que tengo que hacerlo de forma que mis pechos no se descontrolen.

Pasaron unas dos horas cuando sonó el teléfono de Adela. Era su hermana que había llegado a la ciudad e iba en un taxi de camino a su casa. Le dijo dónde podría encontrarla y unos minutos después sonó el timbre anunciando que había llegado.

-          Hola, soy Paula ¿está mi hermana?

-          Sí, pasa, yo soy Laura.

Tras una hora más o menos, las dos hermanas se fueron al piso de Adela. Cerré la puerta tras ellas y caminé a mi habitación pensando en coger la polla de mi hijo y darle la mamada que antes no le di, mi vagina se humedecía. Abrí la puerta y él no estaba, entonces escuché la cisterna y salió del baño. Se cruzó conmigo en el pasillo, pero agachó la cabeza cuando pasaba junto a mí, sin duda se sentía avergonzado por lo que me hizo por la noche, aunque yo estaba seguro de que él pensaba que estaba dormida.

Aquel día lo pasó casi todo el tiempo encerrado en su habitación, entre libros, mientras yo recordaba lo ocurrido la noche anterior, poniéndome caliente con aquel recuerdo, hasta tal punto que por la noche, mientras me duchaba, me masturbé pensando en mi hijo.

Había pasado más de un mes desde aquella excitante noche con mi hijo. Durante aquel tiempo me había convencido de que no podía jugar con mi hijo, socialmente no estaba bien visto, pero estar los dos solos allí podía suponer muchos problemas. Así que me dediqué a ir a casa de Adela y hacerme más amiga de ella y su hermana.

Por suerte para Adela, su marido había cumplido su palabra y no volvió por su casa, habían llegado a un acuerdo y estaban separados hasta que se formalizara el divorcio. Durante ese tiempo, habíamos tomado mucha amistad y Adela nos confesó que hacía ya varios años que su marido apenas la tocaba.

Entonces una tarde descubrí cómo eran verdaderamente aquellas dos hermanas. Las tres estábamos en su casa y charlábamos de todo mientras tomábamos algunas copas. Poco a poco, el alcohol consiguió que nos desinhibiéramos y empezamos a hablar de nuestros secretos.

-          Oye Laura. – Me preguntaba Paula. - ¿Cuánto tiempo llevas sin tener sexo?

-          Bueno, - Dije y me sentí caliente al recordar las caricias de Pedro. – hace tanto que no tengo un macho en mi cama…

-          ¿Y cómo aguantas tanto tiempo? – Adela sonrió mientras daba otro trago. – Yo me compré un consolador al mes de que mi marido no me follara. – Rió divertida. – Esta putona es la que más suerte tiene… - Dijo señalando a su hermana.

-          ¡Qué quieres que te diga! – Paula llenaba los vasos de nuevo mientras hablaba. – Tú decidiste casarte y mira cómo te salió. Yo, en cambio, decidí que mi coño tenía que ser un bien público, pero selecto.

-          ¡Vamos, qué no eres puta porque no cobras! – Adela parecía disfrutar con aquellas palabras.

-          Haz tú lo mismo, ahora puedes que no tienes ningún macho que te mande. – Paula lanzaba aquel reto a su hermana.

-          Ya quisiera yo, pero quién querrá follar a una cincuentona cómo yo…

-          Hay muchos jovencitos que te la meterían… - Paula seguía hablando desafiante. – Mira el hijo de Laura…

-          ¡Vamos niña! – Adela tenía una buena carga de alcohol. – Pedro es un chico muy sensible… pero tengo que reconocer que tiene un buen polvo. – Me miró riendo.

-          Si queréis le pregunto… - Les dije para mostrar que no me arrugaba frente a su juego. – Así me lo espabiláis un poco que nunca le he conocido una novia.

-          ¡Guau! – Dijo Paula. - ¡Imagina hermana, ese jovencito aquí liado con las dos!

-          ¡Quién te ha dicho que nos follaría a las dos! – Protestó Adela.

-          Seguro que tiene energía para las dos… - Paula me miró y me guiñó un ojo. - ¡Tal vez le interese también a Laura!

-          ¡Estás loca! – Le dije mientras volvía a recordar la masturbación de la otra noche y mis bragas se mojaban más. – Sería muy guarro veros follar con mi hijo. Si yo lo hiciera con él, sería una pervertida.

-          Pues cuéntanos cómo la tiene… - Adela se inclinó y me miró a la cara esperando que yo hablara.

-          ¡Y yo qué sé! – Dije mostrando algo de enfado. – Hace mucho tiempo que no me preocupo del cuerpo de mi hijo… - En mi cabeza reviví el recuerdo de su polla apoyada contra mi culo, no sabría decir su tamaño, pero no parecía chica, eso sí, muy dura sí que la tenía.

-          ¡Imagínate hermana! – Empezó a hablar Paula. – Laura allí sentada, en aquel sofá, sola y mirándonos… Nosotras aquí con su hijo, entre nosotras, rodeándonos con sus masculinos brazos… - Me miró para ver si yo me enfadaba. – Le desabrochamos el pantalón y sacamos su polla… - Pasaba su lengua por los labios.

-          ¡Oh, sí, eso sería estupendo! – Dijo Adela mirándome, las dos empezaban a fantasear con mi hijo para enfadarme. – Déjame a mí primera para comerme ese trozo de carne duro, hace mucho tiempo que no tengo una polla en mi boca… - Movió su mano delante de su boca, como si realmente la tuviera y se la mamara.

-          ¡Así hermana, trágatela entera! – La mano de Paula se metía entre sus piernas mientras éstas se abrían y me mostraban sus blancas bragas. - ¡Déjame qué le toque sus duros huevos!

-          ¡Sois unas pervertidas! – Les dije mostrando enfado, mientras mis bragas se humedecían más.

-          Pedrito ¿quieres comerte el chochito caliente de tita Paula? – Abrió sus piernas por completo y apartó las bragas a un lado, mostrándome su coño totalmente rasurado.

Aquellas dos guarras estaban diciendo tonterías por la cantidad de alcohol que llevaban. Una hacía como si mamara la polla de mi hijo, la otra ofrecía su coño, las dos muy calientes, las dos descontroladas. Si bien aquellos me parecía una estúpida perversión, cada vez me sentía más excitada imaginando a mi hijo, imaginándolo, pero siendo yo la que le comía su polla y la que le ofrecía mi coño. Necesitaba meter mi mano entre mis piernas, mi coño estaba demasiado caliente y necesitaba desahogarme. Y la campana me salvó, bueno, fue el timbre de la puerta.

-          ¡Asquerosas! – Dije mientras me levantaba para ir a abrir la puerta y ellas se reían mientras recomponían sus ropas.

Cuando abrí la puerta me ruboricé. Pedro estaba allí de pie. Parecía que me había pillado mientras hacía cosas malas con mis amigas, cosas con él y me sentí rara.

-          ¡Hola mamá! – Me dio dos besos. - ¡Vaya, estás tomando unas copas! – Era evidente que las tres habíamos tomado demasiado y se nos podía oler. – Decirte que estaré en casa…

-          ¡Vamos, vamos! – Apareció Paula y me apartó de un empujón que casi me tira. - ¡Ven chiquillo, aquí hace falta juventud!

Lo cogió de la mano y lo arrastró por el pasillo hasta llevarlo al salón. Cerré la puerta y me apresuré para ver que hacían con mi pobre hijo. Adela se había sentado en el tresillo, a un lado. Paula lanzó a Pedro contra el sillón y lo sentó junto a su hermana. Paula se sentó junto a él.

-          ¡Hola hijo! – Le dijo Adela dándole un beso mientras lo rodeaba con sus brazos por el cuello.

-          ¡Eh, a mí no me has dado un beso! – Dijo Paula y apartó a su hermana mientras ella abrazaba y besaba a mi hijo. Me senté en el sofá de enfrente, como en la pervertida fantasía que antes me contaron las dos borrachas calientes. - ¿Quieres una copita?

-          No gracias. – Contestó Pedro. – Ya he bebido suficiente, gracias.

-          Pues estábamos hablando con tu madre de hombres, hasta que tú has venido. – Dijo Adela mientras pasaba su mano por el muslo de mi hijo y mirándome, desafiándome. - ¿Crees qué podríamos excitar a un hombre? – Clavó sus ojos en los de mi hijo.

-          ¡Por favor Adela! – Protesté, pero en realidad mi deseo es que continuara, deseaba vivir aquella fantasía que me habían propuesto unos minutos antes.

-          ¡No seas aguafiestas! – Protestó Paula mientras se levantaba del asiento y se colocaba a un lado de la pequeña mesa. - ¡¿Crees qué excitaría a un joven cómo tú con estas tetas?! – Se las agarró con ambas manos y las estrujó para que sobresalieran un poco más en su escote, agitándolas para que se movieran.

-          La verdad es que creo que las tres habéis bebido demasiado. – Dijo Pedro e intentó levantarse.

-          ¡Vamos, mi niño! – Dijo Adela agarrándolo por el brazo e impidiendo que se levantara. – Somos tres pobres mujeres que no tienen sexo desde hace mucho… ¡Danos tu opinión de hombre! – Pasó su dedo por su cara en una suave y sensual caricia. - ¿O es qué no te gustan las mujeres maduras?

-          ¡Bueno! – Dijo él intentando incorporarse en su asiento. – Creo que sí necesito esa copa… - Paula le preparó una copa, a él no le importó de lo que fuera, sólo quería acabar con aquello. – Veréis… - Dijo y la copa desapareció en un solo trago. – Tengo un problema…

-          ¡¿No serás…?! – El gestó de pasar el dedo por su cara que hizo Adela fue explícito.

-          ¡Oh no, no, no soy maricón! – Las hermanas sonrieron aliviadas. Yo ya lo sabía después de la experiencia de la otra noche. – Mi problema es qué yo no sería muy objetivo al decir si excitaríais a unos hombres…

-          ¿Qué es lo que te pasa? – Preguntó Paula sentándose junto a él y acariciando su brazo.

-          A mi me encantan las mujeres maduras… - Pedro soltó aquellas palabras y las dos hermanas quedaron con las bocas abiertas. - ¿Os parezco demasiado pervertido? – Sus ojos me miraron cómo pidiendo perdón por lo que le ocurría.

-          Seré muy basta al decir esto. – Paula se lanzó a hablar. – Pero con lo que has dicho se me han mojado las bragas.

-          Ya somos dos, hermana. – Las piernas de Adela se agitaban por la excitación que le había producido escuchar a Pedro. - ¿Y tú, Laura?

Los tres me miraron. Pedro parecía buscar mi aprobación por sus calenturientos deseos hacia mujeres de nuestra edad, mientras las otras dos estaban excitada pensando que me provocaría mi hijo, y aunque mi vagina no dejaba de lanzar flujos, me hice la madre responsable.

-          ¡Estáis locas! – Medio grité. - ¿Cómo podéis pensar qué me excite que a mi hijo le gusten las mujeres maduras? Si él quiere follaros, ya es mayor de edad.

-          ¿Entonces no te importa? – Paula se lanzó contra Pedro y lo besó en los labios. No sabía que hacer al ver cómo la otra, Adela, lanzó su mano para coger la polla de mi hijo por encima de mi pantalón. Iba a levantarme y rescatar a mi hijo.

-          ¡Quietas, leonas! – Pedro apartó a las dos calientes mujeres qué se quedaron mirándolo e implorando que les diera sexo. – Así no, no me gusta que me traten cómo a un objeto sexual. – Se levantó del sillón y caminó hacia mí. - ¡Vamos madre! – Su brazo me levantó y caminamos hacia la salida. - ¡Cuándo estéis menos ebrias, hablaremos!

Salimos y nos fuimos a nuestra casa. Allí, nos sentamos en el sillón, en silencio, estupefactos y excitados con lo que había ocurrido con nuestras vecinas. No sabía cómo sentarme, me agitaba y sentía la humedad que había en mi sexo. Pedro tenía una extraña sonrisa, nunca lo había visto de aquella manera. Rompí el silencio después de unos minutos.

-          ¡¿Es verdad lo que has dicho allí?! – Le pregunté.

-          ¿Qué dije? – Me miró sonriendo.

-          Eso de que te gustan las mujeres maduras…

-          Claro que es verdad… - Sus ojos se clavaron en los míos como nunca antes lo había hecho. – Mamá… - Dudó al hablar. – Tengo qué preguntarte una cosa… - Bajó la mirada.

-          ¡Dime cariño!

-          Verás… La otra noche… - Mi corazón se aceleraba al pensar que me iba a confesar lo que me hizo mientras yo fingía que dormía. – La otra noche, la que dormimos los dos juntos… - Mi vagina se agitaba y los flujos brotaban. – Verás… Me porté mal y abusé de ti… - Rompió a llorar y se abrazó a mí. - ¡Perdona mamá, perdona!

-          Tranquilo hijo. -  Le hablé bajito al oído. – No hay nada qué perdonar… - Le acaricié la cabeza y besé su frente. – Disfruté mucho con tus caricias, hacía tiempo que no tenía un hombre junto a mí, que no sentía un orgasmo…

-          ¡Cómo! – Se separó de mí con más susto que sorpresa. - ¡¿Estabas despierta?!

-          Claro hijo. Tu cuerpo en mi cama ya era suficiente motivo para no dormir… Cuando empezaste a tocarme, mi cuerpo no podía dejar de sentir tus caricias, no quería. Hacerme la dormida te dio valor para que consiguieras que tu madre volviera a ser mujer. ¡Gracias hijo! Fue algo pervertido, pero extremadamente excitante. – Intentó besarme en los labios, pero giré la cabeza y no se lo permití. – No hijo, soy tu madre y no puede ser.

-          ¡Pero te amo, mamá!

-          No hijo, no me puedes amar… Tal vez podamos tener sexo, pero el amor estará prohibido entre nosotros…

-          ¿Y qué tengo que hacer para tener sexo contigo? – Su rostro mostraba algo de pena.

-          Sólo tienes que pedírmelo…

-          Pues necesito tener sexo, mamá.

Esas fueron nuestras últimas palabras. Nuestras bocas se unieron y sus manos recorrieron todo mi cuerpo. Cada caricia que me daba me embriagaba más y más. Lo deseaba, y si bien le había prohibido el amor entre nosotros, me sentía enamorada de mi propio hijo. Su cuerpo iba empujándome hacia atrás y yo me dejaba caer sobre el asiento. Su lengua entraba y salía de mi boca mientras sus jóvenes manos no dejaban de acariciar mi cuerpo. Estaba tan excitada que aquellas caricias y besos provocaron un primer y leve orgasmo. Sentía como mi vagina se agitaba, como lanzaba flujos deseando que mi hombre, mi hijo, entrara en mí. La locura se apoderaba de mí. La lujuria hervía dentro de mi cuerpo y deseaba que me arrancar la ropa, que me penetrara con su dura polla, allí mismo, sobre aquel sillón. Entonces sentí su mano que se deslizaba por mi muslo. Estaba descontrolado y lo tenía que parar, aquello no era la manera de amar a una mujer, a su madre. Puse mi mano sobre su brazo en el mismo momento en que sus dedos tocaban mi coño por encima de las bragas, produciéndome un calambre de placer que casi me hace cambiar de opinión.

-          ¡Para hijo! – Le pedí y empujé su brazo.

-          ¿Lo hago mal? – Me preguntó con una inocente inexperiencia.

-          Hijo, si vamos a hacer esto, hagámoslo suavemente… - Le besé suavemente en los labios y lo empujé para que se levantara.

No hablamos. Me puse en pie y le ofrecí mi mano. Se agarró y me siguió por el pasillo. Lo llevé al baño y me puse frente a él, le besé suavemente. Quité cada prenda que llevaba puesta. El encendió el calefactor. Desabroché cada botón de su camisa, poco a poco, esperando ver su joven cuerpo. Separé la tela que cubría su cuerpo y no pude resistir el besar su joven pecho. Pasé mi lengua por sus pezones que se pusieron duros al momento.

Sus manos casi me arrancaban los botones de mi camisa y se paró a contemplar mis pechos cubiertos por mi sujetador cuando la camisa cayó al suelo. Sus labios besaron la piel de mis pechos que quedaban fuera del sujetador y sus manos se agitaban en mi culo saboreando su redondez.

Mis manos buscaron la hebilla de su cinturón y lo liberó rápidamente. Dos dedos sacaron el botón y bajaron la cremallera para que el pantalón cayera por sus robustas piernas hasta el suelo. Miré hacia abajo y sus calzoncillos no podían retener su erección, la punta de su polla sobresalía por el filo del calzoncillo. Me agaché mirándola, sintiendo el aroma que lanzaba los líquidos que empezaban a brotar por la punta de aquella endurecida polla que tanto deseaba tener dentro de mí. Estaba de cuclillas a los pies de mi hijo. Lo ayude a quitarse los zapatos, los calcetines y después los pantalones. Acabé por arrodillarme a sus pies. El bulto que su polla formaba en la tela de los calzoncillos era mi dios deseado. Mis manos agarraron aquella prenda por ambos lados y los bajé hasta que lo liberé por completo. Delante de mi cara tenía su polla endurecida, erecta para hacer realidad todos mis lujuriosos deseos que habían aparecido después de aquella noche en la que me masturbó mientras dormía. Besé suavemente la punta de su polla y dio un leve bote por el placer del contacto de mis labios. Un quejido salió de su boca y supe que se correría rápidamente. Me puse en pie y lo besé en los labios.

Sus manos agarraron mis caderas y empezó a bajar mi falda hasta que la sentí caer a mis pies. Me descalcé y desabroché mi sujetador. Sus ojos me observaban, sin dejar de mirar mi sujetador, esperando que cayeran al suelo y poder ver mis pechos. No dejé caer mi prenda y sus manos se lanzaron a despojarme de ella. Bajó las tirantas y después agarró el sujetador para retirarlo. Me dejé hacer y poco a poco mis pechos aparecían ante su vista. Mis pezones oscuros y erectos se volvían a mostrar ante él, como cuando era un niño pequeño, y él, con el mismo deseo que con aquella tierna edad, se lanzó desesperado a mamar de ellos.

Mientras su boca me elevaba al cielo con cada mamada que daba en mis pechos, sobre mi vientre sentí la dureza de su polla. Mi mano bajó y se agarró a ella, mis dedos sintieron cómo se endureció aún más al contacto de mi mano. La agité un poco y su cuerpo empezó a convulsionarse. Mientras su boca seguía mamando mi pecho, un leve gemido salió y sentí sobre mi vientre y mis bragas el calido semen de mi hijo.

-          Sí cariño, dale a mamá todo tu semen… - Su cuerpo se agitaba y sus piernas temblaban por el placer de correrse. – Vamos, continúa, échalo todo sobre el caliente cuerpo de tu madre.

Cuando acabó, me quité las bragas y le enseñé su leche sobre ellas. No dijo nada, se limitó a sonreír. Me giré y preparé la ducha, inclinándome para alcanzar el grifo. Entonces sus manos agarraron mis caderas y su polla, algo dura, se apoyó en la raja de mi culo. Se movió cómo si me follara el culo.

-          ¡Guarro, eso no se le hace a tu madre! – Le dije con un tono de broma.

-          ¡Esto no es nada para lo que le voy a hacer a mi madre!

-          ¡¿Y qué le vas a hacer?! – Le dije girándome y abrazándolo por el cuello.

-          ¡Voy a amarla hasta que se vuelva loca! – Lo besé sintiendo como mi coño lanzaba flujos desesperadamente, deseando que su polla entrara de una vez.

Lo solté y entré en la ducha, él me siguió. Me coloqué bajo el agua y mi cuerpo empezó a mojarse. Las manos de mi hijo me acariciaron por las caderas y sentí cómo su cuerpo se pegaba al mío, su erecta polla se apoyó en mi culo y sus manos acariciaron mi barriga. Se movía levemente, acariciándome por detrás en mis nalgas con su erecto miembro. Me sentía en la gloria. Sus labios se posaron en mi hombro y me besó suavemente, agité mi culo excitada por sus caricias. Un mordisco en mi cuello consiguió que mi cuerpo se tensara, era tanto el placer que me daba que cerré los ojos y apreté sus manos contra mi cuerpo. Otro y otro más, suaves e intensos. Mi vagina empezó a vibrar de placer.

Una de sus manos subió por mi cuerpo hasta tener uno de mis pechos, lo amasaba, se deleitaba agitándolo y acariciándolo mientras seguía mordisqueando mi cuello. No podía evitar los leves gemidos que lanzaba por las caricias de mi hijo. Me sentía en la gloria mientras él hacía con mi cuerpo todo lo que se ocurría.

-          ¡Tranquilo cariño! – Le dije. – Despacio, tenemos toda la noche.

Me soltó y nos duchamos. A cada momento, quería frotarme con sus manos, pero yo se lo negaba jugando con él. Su polla estaba totalmente erecta y a cada movimiento que hacíamos dentro de la ducha, la chocaba contra mi cuerpo. Cerré la ducha y salimos. Entre caricias y suaves besos, nos secamos el uno al otro. Lo volví a coger de la mano y lo llevé a mi habitación. Él no dejaba de mirarme con el deseo encendido en sus ojos.

Nos abrazamos y volvimos a besarnos apasionadamente, acariciando nuestros cuerpos, frotándonos el uno contra el otro. Podía sentir su erección entre nuestros cuerpos. No pude más. Lo empujé y cayó sobre la cama, se colocó en medio. Me subí por los pies, gateando entre sus piernas que se abrieron. Poco a poco me acercaba a su sexo, acariciando sus muslos hasta que mi mano empezó a tocar sus huevos, su polla botó de placer. Mi boca estaba sobre su endurecido pene y deseaba comérmelo, pero tenía que ir despacio. Mis dedos rodearon el tronco de aquella polla y comencé un suave masaje, arriba, abajo. Él me observaba y sabía que deseaba que me tragara aquella joven polla. Tiré de su piel y el redondo y rojo glande se liberó de la piel que lo protegía. Mis labios besaron su punta y las caderas de mi hijo botaron en un acto reflejo por follar mi boca. Mi mano la inclinó hacia un lado y recorrí toda la longitud de su polla dándole suaves besos. Su mano se apoyó en mi cabeza y jugaba con mi pelo, apartándolo a veces para poder ver cómo jugaba con su polla.

-          ¡¿Te gusta cariño?! – Le dije mirándolo sensualmente.

-          ¡Me vuelves loco y quisiera correrme ahora mismo en tu boca!

-          ¡Espera, aguanta, me encanta tu leche, pero todavía no!

Sin que se lo esperara, abrí mi boca y me tragué gran parte de su polla, casi me llegó hasta la garganta, succionando al sacarla para darle todo el placer posible. Su cuerpo se tensionó por el placer y los dedos de la mano sobre mi cabeza agarraron un manojo de pelo.

-          ¡Dios, qué maravilla! – Gimió cuando su polla salió por completo de mi boca.

Mi lengua empezó a moverse alrededor de aquel hinchado glande, dándole caricias por todos lados, provocando que el cuerpo de mi hijo se agitara. Su mano empujaba mi cabeza con suavidad para que mi boca se volviera a tragar su polla, pero no lo dejaba. Tras un minuto de castigar su glande con mi lengua, volví a tragármela por completo y comencé una mamada que provocó los gemidos de Pedro.

-          ¡Joder, joder mamá! – Se agitaba y gemía. - ¡Qué bien mamas! – Su mano me marcaba el ritmo que necesitaba. - ¡Quiero comerte, quiero tu coño, dámelo!

Sin sacar la polla de mi boca, me giré sobre él. Sus manos guiaron mis piernas hasta que mi coño estuvo sobre su boca. Un torrente de flujos brotó de mi vagina cuando sus dedos abrieron mis labios y su lengua acarició mi clítoris. Me sentí mareada por el placer de sentir a mi hijo lamiéndome el coño, la lujuria dio paso a la locura y mis mamadas se hicieron más rápidas e intensas.

Sus labios rodearon mi erecto clítoris y chupó fuertemente. Aquello me llevó a un tremendo orgasmo, cuyos gritos fueron ahogados al tener llena la boca con su polla. Mi cuerpo se tensó y seguí chupando su polla sin demasiadas fuerzas. Casi me ahogo cuando grandes chorros de semen brotaron de la polla de mi hijo, directos a mi garganta, todo fue tragado.

Cuando de su polla dejó de salir el rico semen, mientras aún botaba dentro de mi boca por el placer, nos quedamos quietos, yo encima de él. Su cara impregnada de mis flujos, mi boca rebosante de su semen. Me aparté y me recosté junto a él. Nos miramos y nos besamos, mezclando su semen en mi boca, con mis flujos en la suya. Mi mano comenzó suaves caricias en su polla.

-          ¡¿Te ha gustado?! – Me preguntó.

-          ¡Mucho, cariño! – Lo miré a los ojos. – ¿No crees que soy una madre pervertida por hacer esto?

-          Bueno, yo también he participado y soy tu hijo, así que soy un hijo pervertido. – Me besó suavemente en los labios. - ¡Somos perfectos el uno para el otro, somos unos pervertidos!

Abrí mis piernas y me senté sobre él. En mi húmedo coño sentía su gruesa polla. Con mis dedos separé mis labios vaginales y coloqué su polla sin que me penetrara. Agité mis caderas y nuestros sexos se acariciaban. Mis tetas se agitaban levemente mientras me movía, Pedro llevó sus manos hasta ellas y empezó a acariciarlas. Sentí como la polla de mi hijo se ponía más dura y cogía grosor bajo la presión de mi coño. Mis pezones reaccionaron poniéndose totalmente erectos. Mi hijo los miró con deseo.

-          ¡Vamos cariño, mama a tu madre!

Me eché un poco hacia delante y mis pezones estaban al alcance de su boca. Como si fuera un bebé hambriento, me comía las tetas desesperadamente. Me agitaba sobre él y su polla rozaba mi clítoris. El placer que me producía su polla y su boca me hizo estallar de placer. Gemí y me retorcí de placer sobre mi hijo.

Mientras Pedro disfrutaba mamando mis tetas, moví mis caderas de forma que su polla se elevó un poco. Sentí cómo su glande se deslizó por la húmeda raja de mi coño hasta llegar a la entrada de mi vagina. Lo deseaba tanto y la excitación era tan grande, que cuando empujé contra su polla, ésta entró sin ninguna dificultad. Las sensaciones me invadían, mi vagina se dilataba poco a poco con cada centímetro de la polla de mi hijo.

-          ¡Mamá, qué coño más caliente tienes!

-          ¡Sí hijo, folla a tu madre!

Me dejé caer sobre su polla y entró por completo, me sentí completamente llena con mi hijo. Lanzó un gemido de placer al penetrarme por completo y sus manos me agarraron por las caderas. Su cuerpo se agitó y empezamos a follar. Sentía como aquella polla entraba y salía produciéndome un placer que no sentía desde que lo tuve a él. Parecía que quería correrse, paré mi cuerpo y lo moví con suavidad, disfrutando cada penetración. Sin decirle nada, me levanté liberando su polla.

-          ¡Ahora por detrás! – Le ordené.

Él se apartó y me coloqué en medio de la cama a cuatro patas. Le ofrecía mi redondo culo para que me follara desde atrás. Raudo se colocó tras de mí y sentí su mano que acariciaba mi coño. Apoyé mi pecho en el colchón y mi coño quedó totalmente expuesto. Al momento sentí como su glande separaba mis labios vaginales y me volvía a penetrar. Primero despacio, después aceleró el ritmo de las penetraciones hasta que consiguió que me retorciera de placer, gimiendo por el orgasmo que sentía.

-          ¡Quiero correrme! – Me dijo.

Me giré y abrí mis piernas. Él se colocó en medio y dirigió su polla hacia mi coño. Al momento la sentía totalmente dentro. Agarré su culo con mis manos y podía sentir su dureza. Se agitaba penetrándome, clavándola hasta lo más profundo de mi vagina.

-          ¡Ya me voy a correr! – Me gritó e intentó sacar su polla, pero mis manos lo frenaron, forzándolo a que dejara su polla dentro de mi vagina. - ¡Mamá, no puedo más!

No le dije nada, un inmenso orgasmo no me permitía hablar. Se agitaba al sentir placer al clavar su polla, pero quería sacarla para no correrse dentro de mí. Se rindió y la clavó por completo. Mi orgasmo fue tremendo cuando su semen golpeó el interior de mi vagina. Sentí cada chorro que lanzaba y los calambres de placer me hicieron perder la razón y las fuerzas. Los dos habíamos tenido un tremendo orgasmo y quedó sobre mí, con su polla totalmente hundida en mi coño.

-          Mamá, te he dado todo mi semen… - Me dijo mirándome a los ojos, mostrándome el cansancio que sufría tras el orgasmo. - ¿Y si quedas embarazada?

-          No te preocupes… - Le dije y le besé apasionadamente. – Cuando te tuve perdí toda posibilidad de quedar embarazada. Desde hoy me darás toda tu leche en mi vagina.

-          ¡Mamá, eres muy mala!

Seguimos besándonos por un rato más hasta que su polla salió de mi vagina. Nos tapamos y nos abrazamos, desnudos, disfrutando del contacto del otro. Un rato después nos dormimos hasta el día siguiente. Al despertarnos, él me levantó una pierna y me penetró con su polla. No follamos, seguimos un rato más abrazados mientras yo sentía mi vagina completamente llena con la polla de mi hijo.