Por una habitación -8-
"no".
Estaban comiendo a las cuatro de la tarde, los Amos sentados a la mesa, la perra en el suelo, junto a los pies de Jen. Aunque por supuesto ella no comía nada, pues estaba a rigurosa dieta ese día, según le había indicado el Amo Inti. Quizá tuvieran a bien alimentarla otra vez antes de acostarse, ya por la noche, se dijo.
Seguía aún desnuda, aunque los Amos habían tenido el detalle de colocar una alfombrilla en el suelo ya que con la caída de la tarde se notaba algo de frío en la casa. Sin embargo, estar sobre aquel felpudo no era del todo placentero para Esther, pues el material, áspero y entretejido de forma rústica, le escocía y picaba en su culo recientemente azotado. Un culo virgen a ese respecto, sin callo alguno, no hay que olvidar.
No se sentía mal. Ya no. Había pasado al escalón siguiente.
Su desnudez poco le importaba. Se había creado un extraño clima de confianza en el que todo estaba permitido y todo podía ser normal. Y las cosas se mantenían en orden.
Por fin podía respirar.
De manera que, callada y quieta, aguardaba a que los Amos terminaran de comer el plato que ella misma había cocinado minutos antes. No era nada del otro jueves, pero parecía gustarles, comprobó con alivio.
Los chicos apenas reparaban en ella. Jen de vez en cuando le hacía una leve caricia por debajo de la mesa sin dejar de hablar con su compañero, o le daba un golpecito cariñoso con la pierna, pero fuera de eso ambos se hallaban muy metidos en una conversación sobre un tema de la comunidad de vecinos en el edificio. Al parecer se estaba rifando el puesto de presidente, y ellos tenían muchas papeletas para el cargo porque nunca les había tocado. Comentaban entre ellos la enorme putada de hacer frente a morosos y a derramas, así como fantaseaban sobre quién de los tres respondería por ello y cómo lo elegirían. Echarlo a suertes parecía lo mejor, lo de votar entre tres no sonaba convincente.
En una ocasión Inti se levantó a coger algo y Jen le pasó a Esther un trozo de comida por debajo de la mesa. Se detuvo el tiempo justo para que ella le lamiera la mano, y cuando regreso Inti, instantes después, siguió comiendo como si nada. En otra ocasión se inclinó y le guiñó un ojo, nuevamente fuera de la vista de Inti. No era nada malo lo que hacía pero no quería arriesgarse a meter a Esther en problemas, no aquel día, y quizá su compañero no se tomaría bien ese tipo de gestos. Ella acababa de llegar, de “instalarse”, y estaba a punto de entrar de su mano en el mundo del sometimiento; no había que sobrecargarla o se iría.
Había que tener cuidado durante los primeros días, todo proceso en una relación de este tipo comienza con una adaptación. Ya era suficiente lo que había vivido Esther aquel día, pensaba Jen. Lo que restaba de tarde y noche era mejor que transcurriera con normalidad, sin duda alguna. Y seguramente sería así, pues notaba a Inti relajado y tranquilo—satisfecho, en primera instancia—, a Esther más serena, y él no estaba dispuesto a hacer nada que rompiera la paz. Se aventuraba una tarde calmada.
Pero Jen no podía estar más alejado de la realidad en sus conjeturas.
Cuando los chicos casi habían acabado de comer, se escuchó la llave en la cerradura.
Ambos se callaron y se miraron extrañados durante una décima de segundo, hasta que escucharon el grito triunfal de Alex en el vestíbulo.
—¡Hogar, dulce Hogar!—decía—“Bienvenido a casa, Señor Vega"
—¿Pero no estaba de guardia, éste?—preguntó Inti a Jen.
A la perra se le habían congelado las tripas. La súbita llegada de Alex era lo último que se podía esperar. Y no era nada bueno, no.
—Parece que no…
Alex irrumpió en la cocina como un elefante en una cacharrería.
—¡Hola, seres inferiores!—saludó con socarronería—¿Cómo va todo por aquí?
Caminó hasta el fregadero para servirse un vaso de agua que se bebió de un trago.
—¿Tú no estabas de guardia?—preguntó Inti.
—La he cambiado—dijo Alex, secándose la boca con la manga de la sudadera—la verdad es que era inoportuna, la puta guardia, teniendo en cuenta lo que tenemos en casa…
Esther comprendió que los chicos le habrían informado en algún momento de su decisión y de la situación actual que había en el hogar. Y el muy hijo de puta había cambiado la guardia, claro. ¿Cómo no se le había ocurrido a Esther que eso pasaría?
—Bueno, te hemos esperado en todo—dijo Inti—no ha firmado nada, ni hay palabra de seguridad, ni ha habido penetración ni sometimiento, ni castigo.
Jen levantó la cabeza y miró a Inti largamente.
—Bueno, vale, le di cinco azotes en el culo…
¿Cinco? ¡Cómo que cinco! Esther tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantenerse en silencio. Hubiera saltado, pero tenía miedo a las represalias, no era tonta del todo como en una ocasión había dicho alguien.
—Fueron más de cinco, Inti.
—Bueno, vale, fueron más—reconoció el aludido—pero no fue nada. Unos azotes con la mano, y una felación, y ya está.
—¡Cabrones!—Alex dio un golpe en la mesa y soltó una carcajada—no habéis perdido el tiempo, no.
—La verdad es que tiene un culo muy azotable…—admitió Inti.
—No lo dudo.
—Tierno, se pone rojo en seguida. Se nota que no se lo han tocado—continuó el que aquel día era el Amo prioritario para Esther.
Ella había empezado a acostumbrarse a que hablaran de su persona como si fuera un cacho de carne. No la turbaba demasiado hasta que Alex entró en escena. Con él delante, todo era diferente. Inti le daba algo de miedo porque le veía capaz de llegar muy lejos, pero confiaba en él en el sentido de que, como le había dicho Jen, “no estaba loco”. También confiaba en Jen, o al menos deseaba hacerlo con todas sus fuerzas. Pero de Alex le era imposible fiarse. Su ruda franqueza le asustaba, ella era un blanco fácil para él y él lo sabía.
—Se me hace la boca agua—dijo Alex, y reparó en la perra, que seguía en su sitio a los pies de Jen.—Perra—su voz cortó el aire como un cuchillo—dios, qué bien sienta decir eso…—se regodeó—Perra, no he comido. Tráeme comida.
Jen se rió.
—Eso, como los hombres de las cavernas.
Los tres se rieron. Esther se dijo que quizá estaban algo nerviosos. Ahora estaban juntos, podían usar a la perra aunque tuvieran que improvisar con la inesperada llegada de Alex, pues seguro que tenían algo pensado para la noche siguiente. Quizá los tres deseaban intensamente, cada uno a su manera, y esa energía les ponía nerviosos como caballos en celo.
Como de costumbre, no fue sólo una sensación la que sintió sino muchas y contradictorias. Tuvo miedo, incluso pánico durante algunos instantes, al ser consciente de la tensión que había tras cada movimiento de los chicos. No quería ni pensar en si habían ideado algún plan para ella, o qué tipo de perversiones se les podrían ocurrir a los tres juntos… y, desde luego, también se excitó. En realidad, desde que la había azotado Inti, no había dejado de estar excitada.
Quería agradarle, así que gateó por debajo de la mesa y le pidió permiso para arrodillarse a sus pies, llamando su atención sutilmente. Incluso renunció a la ruda esterilla que la guarecía de los azulejos. Él la miró y trató de disimular lo mucho que le derretían aquellos accesos de sumisión espontáneos. Asintió imperceptiblemente y se golpeó la pierna, una señal que la perra entendió al momento, de modo que se colocó junto a una de las piernas de Inti.
Alex volvió a reírse.
—Tío, eres mi ídolo, eres un crack—le dijo a Inti—qué zorra la perra, mira cómo va con él… le ha gustado lo que le has dado, está claro.
“Tú no puedes hablar de eso” pensó Esther, sintiendo de pronto la rabia en sus venas “no estabas ahí, no sabes lo que yo sentí… “
—Dime, Esther—Alex se agachó para mirarla a los ojos, y se dirigió a ella por su nombre por primera vez—¿qué es lo que te ha gustado más? ¿qué es lo que realmente te pone cerda? ¿Es el sexo, es eso? ¿O es una buena zurra, porque tu padre no te educó bien?
La chica se quedó lívida.
—Sí, es eso—resopló Alex, juguetón—tu padre no te educó. Y ahora buscas eso que tanto te falta… qué conmovedor.
—No sabes de lo que estás hablando—susurró Esther desde debajo de la mesa, sin poderse contener. No le llamó Amo, y no se dio ni cuenta.—no sabes nada de mi vida.
Pero Inti la oyó.
—¿Cómo has dicho?—le dijo, agarrándola por el pelo.
—Vaya una mierda de Amo que eres, retiro lo de "crack"—sentenció Alex, volviendo a acomodarse en su silla—ni cinco minutos con la perra y le saco la faceta maleducada…
—Esther, discúlpate por lo que has dicho—le ordenó Inti a la chica. El caso es que le sabía mal romper su precaria calma, pero no podía consentir aquello. Y menos cuando él era el Amo preferente.
La perra agachó la cabeza, pero no dijo nada.
Unos segundos de tensión que parecieron años precedieron a la repetición de la orden, esta vez con tono de impaciencia.
—Esther, no te lo voy a decir más, discúlpate con Alex por lo que has dicho.
—Es igual, déjalo—dijo Alex—al fin y al cabo tenía razón ella, hablaba sin saber. Era por joder, nada más…
Jen no abría la boca, pero observaba a sus compañeros con fijeza. Iba de uno a otro, sin perder detalle de lo que ocurría. No miraba a Esther.
La perra levantó la cabeza y le devolvió la mirada a Inti, obstinada. No iba a disculparse, ni en sueños. No iba a permitir que un desconocido mencionara si quiera su educación anterior, o hiciera cábalas sobre… su padre. Y mucho menos alguien como Alex; ya era suficiente pensar en aguantarle todos los días, era rudo y cruel.
—Vale—dijo Inti, y echó la silla para atrás bruscamente.
Se levantó de la mesa y agarró a Esther por los pelos; no tardo ni medio segundo en izarla hasta ponerla de pie. Apartó de un manotazo un par de platos y colocó a la perra sobre la mesa, con el torso apoyado, los carnosos pechos aplastados contra el tablero. Sin mediar palabra la sujetó con fuerza con una mano, mientras con la otra se sacaba el cinturón.
Esther se retorció de pánico cuando escuchó el tirón de la hebilla y el deslizarse del cuero entre las trabillas. Se le heló la sangre en las venas.
—Veo que no te ha quedado claro lo que te he enseñado esta mañana—le dijo él con voz seca—habrá que decírtelo de otra manera…
—Eh, Inti—Jen habló, cortando la reprimenda—todavía no tiene palabra de seguridad…
—Es igual—gruñó éste—para esto no la va a necesitar.
—eso no lo sabes.
Inti se volvió hacia Jen como si éste le hubiera pinchado con un estilete.
—Sé perfectamente lo que voy a hacer—replicó entre dientes—ella ha aceptado y está bajo mi custodia. No me cabrees más, te lo pido por favor.
Se giró de nuevo hacia Esther, quien temblaba sobre la mesa, indefensa y desnuda.
Alex apartó la vista, incómodo.
Inti dobló el cinturón en dos y lo estiró entre sus manos, como probando su resistencia. La perra emitió un quejido roto en voz baja, y a continuación lo que pareció ser un sollozo contenido.
Sin más preámbulos, Inti blandió el cinto contra las nalgas de Esther, sin un atisbo de piedad. La azotó fuerte, con saña, una, dos, tres y cuatro veces. Se detuvo para tomar aliento y segundos después volvió a obsequiar aquel culo temblón con tres cintazos más, cuyo eco estalló en las paredes de la habitación. La perra se retorcía en vano por escapar, berreaba y lloraba a lágrima viva. Su culo se veía cruzado por marcas longitudinales y transversales de la anchura del cinturón, amoratadas en toda la gama violácea hasta los tonos más oscuros. Incluso en algún lugar se había roto la piel y se adivinaban unas discretas gotas de sangre como lágrimas rojas.
Esther soportó el resto de castigo. Cinco azotes más, brutales y seguidos. Doce en total. Toda una tormenta de azotes que había ocurrido en el momento menos indicado, cuando ella comenzaba a encontrarse más tranquila, asumiendo aquella nueva realidad.
Cuando el castigo terminó, Inti la soltó y le ordenó que volviera al suelo.
Pero, en lugar de eso, Esther se levantó y le miró directamente a la cara, echando fuego por los ojos.
—Eres… sois…—dijo, pero volvió a centrarse en Inti—eres un maldito cabrón hijo de puta…
La voz le temblaba. Estaba loca de rabia y de dolor, no solamente en el culo, aunque el dolor que sentía ahí no era poca cosa.
La chica abandonó la cocina a todo correr y se encerró en la habitación donde había dormido la noche anterior. Los chicos escucharon claramente el sonoro portazo.
Una vez allí, llorando sin control, Esther se vistió con lo primero que vio, cogió su bolso—aunque no había nada de valor en él—y metió en él todo lo que pudo. No había tiempo de coger lo que había traído, las bolsas pesaban demasiado y lo importante era salir de allí, abandonar esa casa cuanto antes…
Como una bala, cruzó el pasillo aferrando el bolso contra su pecho sin atreverse a mirar hacia la cocina.
Nadie intentó pararla ni le dijo nada.
Salió de la casa dando otro portazo, con la firme convicción de no volver jamás.