Por una habitación -7-

Hambre.

La muchacha se incorporó y, desnuda como estaba, caminó a cuatro patas -para no decepcionar al Amo Inti- hacia la habitación de Jen.

No quería ni imaginarse lo que tenía que decirle cuando tocó tímidamente la puerta. Oía vagamente los pasos de Inti, y su canturreo, mientras éste se movía por la habitación que compartía con Alex, al final del pasillo.

—Adelante…

La voz de Jen sacó a Esther de su ensimismamiento, y ella abrió la puerta despacio.

—Amo Jen—intentó saludar, pero se quedó sin voz y articuló algo ininteligible.

—Hola, cariño, pasa. ¿Qué quieres?

Esther gateó hasta traspasar la puerta, y se detuvo a escasos centímetros de Jen, quien estaba sentado frente a su escritorio, escribiendo en un ordenador portátil.

—Amo Jen… El Amo Inti me ha dicho que viniera a decirle algo…

Dios santo. Qué vergüenza. Antes había pensado que no era posible sentirse más humillada, pero ahora constataba que sí, sí era posible.

—Pues dime—sonrió Jen, girándose hacia ella—oye, ¿va todo bien?—preguntó, al mirar de cerca sus ojos irritados y su rostro arrebolado.

—Sí, Amo…--se apresuró a decir Esther—el Amo Inti quiere que esté a dieta, a dieta de polla, Amo Jen.

—Oh, joder—éste abrió mucho los ojos y soltó una carcajada—¿y por qué quiere él que me lo digas?—inquirió—¿por qué tengo yo que enterarme?

Esther deseó que la tierra se abriese y se la tragase.

—Porque… Amo, el Amo Inti me ha mandado que le pida…--la voz se le fue adelgazando hasta convertirse en un susurro—que le pida su leche, Amo Jen. Me ha dicho que tengo que alimentarme.

Jen no salía de su asombro.

—Qué cabrón…—dijo, negando con la cabeza. Miró a Esther, y a ésta le pareció detectar en sus ojos un destello de lujuria, por debajo de la sorpresa.

Inti tenía razón en lo que había dicho: Jen se había portado estupendamente con ella aquel día. La había llevado en coche por la mañana, la había apoyado y consolado y sobre todo la había dado desde el principio—y aún le daba-- un trato que, según Inti, ella no merecía.

Continuaba excitada, no podía ocultarlo. Se sintió invadida por el deseo de darle placer a aquel hombre, el máximo placer que él pudiera soportar.

—Pero tiene razón, Amo. Aún tengo hambre—se atrevió a decir.

Pensó en la polla de Jen, probablemente ya algo endurecida dentro de los pantalones, y se le hizo la boca agua. Estaba loca de remate, pero qué importaba… algo salvaje había despertado en su interior, un pequeño animal que deseaba con ansia disfrutar, y ya no servía de nada sofocarlo.

—¿Aún tienes hambre?—recabó él, frunciendo el ceño—¿quieres chupármela, es a lo que has venido?

—Amo, lo siento, no quiero molestar…

—No, no, por dios, no me molestas—se apresuró a aclarar Jen—sólo te lo estoy preguntando, Esther, nada más. Y quiero que sepas que no tienes que hacer esto. Por mucho que hoy tengas que darle prioridad a Inti, sobre mi polla mando yo. Así que tranquila.

—Pero Amo, yo... quiero hacerlo.

Jen la miró sin estar seguro de creerla.

—Amo, ¿a usted le gustaría?

—“A ti”—la corrigió suavemente Jen—por favor.

Esther tragó saliva. Le parecía que casi podía palpar la tensión que había en el aire, entre Jen y ella. Tensión sexual.

—¿A ti te gustaría, Amo?—preguntó, adaptándose a su gusto.

Jen negó con la cabeza sonriendo.

—¿Que me la comas? –inquirió, sin mirarla—Hombre, claro que me gustaría, no soy de piedra, Esther…

—Por favor, Amo… ¿me deja hacérselo entonces?—suplicó ella—por favor…

—Esther, escucha…

Con osadía, la chica colocó su mano en la entrepierna de Jen. Noto su paquete y la polla dura, como esperaba. Le dio tiempo a frotarla un par de veces hasta que él le apartó la mano, al tiempo que jadeaba.

—Esther…

La miraba con los ojos abiertos de par en par, como dos pozos oscuros, líquidos. Respiraba fuerte, con la boca entreabierta.

—Amo, por favor… démela… por favor…

Había cierta angustia en aquel ruego.

—Vale, nena, vale…

Jen tomó entre sus manos la cara de Esther y la besó en los ojos, que volvían a estar llorosos. Le acarició la mejilla con los dedos, despacio.

—Si es lo que quieres, vamos a la cama…—dijo al fin— levántate.

La ayudó a ponerse en pie y, asiéndola suavemente por la cintura, la guio hacia la cama doble que había en la habitación, justo detrás de la mesa.

Esther se dejó caer a plomo sobre el colchón. Sentía que no podía más, aunque por otra parte el deseo continuaba devorándole las entrañas. Jen se tumbó junto a ella con cuidado, y continuó acariciándole la cara con las yemas de los dedos.

--Quiero hacerlo, Amo…--insistió ella, con los ojos cerrados.

Jen resopló y la besó en el cuello, rozando con los dientes la tierna piel. Se inclinó sobre ella y contempló su frágil desnudez, sus pezones endurecidos como canicas, su piel erizada.

—¿Tienes frío?—le preguntó, y sin esperar respuesta se colocó encima de su cuerpo, para darle calor. Esther gimió, sin abrir los ojos, cuando la rotunda erección de Jen se incrustó en la cara interna de su muslo. Abrió más las piernas y jadeó sin recato, como una perra en celo. Enroscó las rodillas en torno a las caderas de Jen y se movió contra él, pidiendo más.

Jen se movió a su vez encima de ella, respondiendo a su excitación.

—Oh, nena…

—Amo… quiero tocarte y comerte…—musitó ella, llamándole de “tu”, como a él le gustaba.

Culebreó bajo él, terriblemente cachonda por oírse a sí misma decir aquello.

No podía evitar frotarse contra el muslo de Jen, y sabía que, si continuaba haciéndolo, esa fricción terminaría catapultándola a un enorme orgasmo, a través del que liberaría toda la tensión acumulada. Se le escapó un gemido más profundo y se movió con más ansia. No… no le estaba permitido correrse… oh, dios, no.

—Deja que te toque yo a ti—jadeó Jen, humedeciéndose los dedos en la boca—deja que te toque, ¿vale?

Estaba muy excitado, se había puesto a cien en cuestión de segundos. Se le notaba en la voz, ronca, apremiante.

Esther abrió más las piernas y Jen estiró el brazo para llegar hasta su sexo. Separó con cuidado los pétalos carnosos y buscó el pequeño bulto endurecido con la yema del dedo; lo encontró sin esfuerzo y lo acarició trazando pequeños círculos. Esther gimió, echó la cabeza hacia atrás y movió las caderas hacia arriba y hacia abajo, como cerda disfrutando en charco de barro. Él, espoleado por la excitación de la chica, presionó su clítoris con el dedo, lo soltó y lo frotó con firmeza.

—¡Oh, dios, oh, dios!...—Esther se revolvía sobre la cama, loca de placer—Amo… no me deja correrme…

—¿Qué?

—El Amo Inti—resolló Esther contra el hombro de Jen—No me deja correrme…

—Pues qué putada—siseó Jen sin dejar de masajearla el clítoris—me encantaría ver cómo te corres para mí…

—Oh, dios, dios, dios… dios mío… Amo Jen…—diciendo el nombre de él, Esther empezó a correrse en ese mismo momento. No pudo evitarlo. Le había parecido que podía controlarlo, pero las oleadas de placer habían sido tan intensas, tan fuertes… y tenía tanto dentro, y llevaba tanto tiempo deseando estallar por fin. y su voz (la voz de Jenn) era tan dulce…

Con terror de que Inti la oyera, en el último momento sepultó la boca en el cuello de Jen y gritó allí, apretando los labios contra su piel. Más que un grito fue un aullido gutural, un gorgoteo que parecía no tener fin. Él la cabalgó furiosamente el muslo, empujando con las caderas para que ella pudiera sentirle en todo su esplendor.

—Lo siento, lo siento, lo siento…—susurraba Esther, desde alguna galaxia lejana.

Jen sonrió y la abrazó con fuerza.

—Tranquila…--Le susurró al oído—yo no voy a decírselo a Inti.

—No he aguantado—murmuró Esther—creía que iba a poder aguantar, pero…

—Es normal, pequeña, es normal…

Jen la acariciaba la parte de atrás de la cabeza. Aquel berrido le había puesto a mil. Continuaba moviéndose contra el muslo de ella, a un ritmo casi automático. Estaba gozando con el movimiento, aunque ansiaba en su fuero interno esa boquita de piñón, y esa lengua de gata lamiéndole los huevos. Estaba tan cachondo que la polla le dolía, y el haber sentido en estéreo el orgasmo de ella—había llegado a clavarle los dientes en el hombro, la muy zorra—no le ayudaba en nada.

Menos aún le ayudó sentir la mano de Esther abriéndose paso por la cintura de sus pantalones, con absoluto descaro. Los dedos de ella rebuscaron a ciegas y por fin le rozaron la punta del capullo, hinchada y húmeda, haciéndole estremecer. Con un bufido, Jen metió su propia mano en sus pantalones, apartó la de Esther y comenzó a pajearse. Los botones de su pantalón se desabrocharon por la misma presión de sus movimientos.

Ver aquello bastó para poner de nuevo a la chica a punto.

—Amo, por favor…

Se puso de rodillas en la cama, con los ojos clavados en aquella polla enrojecida y gorda como un garrote, surcada de venas. Jen se incorporó sin dejar de acariciarse, el puño cerrado en torno al palpitante mástil, y la miró como si sopesara los pros y los contras de algo que sólo él sabía. La visión de aquella perrita desnuda, arrodillada ante él en la cama, suplicando por un poco de polla en aquella boquita de fresa, era algo que le inducía a lanzarse sobre ella… pero no quería asustarla, ella aún no le conocía, había pasado un mal día y se había enfrentado a Inti, quien a juzgar por lo que Jen había oído desde su habitación ya la había azotado, aunque de forma más comedida de lo que él se había temido. De cualquier modo, Jen sentía que debía controlarse y quería hacerlo.

—Amo…

—Dime, perrita—murmuró.

Aquella palabra, “Amo”, salida de sus labios, probablemente aún con escaso conocimiento por parte de Esther en cuanto a lo que significaba, le enternecía. Alargó la mano para acariciar el cabello revuelto de aquella chica con pinta de niña desnuda, la mano izquierda, ya que la derecha la mantenía aún aferrada a su polla. Él también parecía un crío, reflexionó, recordando aquellos magreos apresurados en el baño del instituto con alguna chica, los pantalones por las rodillas y el resto de la ropa a medio quitar por si acaso les pillaba el bedel.

—Amo, déjame probarte, por favor…—rogó ella.

Un hilillo de humedad quedó prendido de la mano de Jen cuando este soltó su miembro. Se acercó a ella y, despacio, la tomó por detrás de la cabeza con cuidado. Esther sintió que la mano de Jen temblaba ligeramente cuando presionó con suavidad, acercándole la boca al palpitante objeto de deseo.

—Pruébame, perrita—murmuró, y al instante sintió aquella boca húmeda y caliente cerrándose en torno a su verga.

No pudo evitar un par de sacudidas de placer y sorpresa. Esther se había lanzado a mamarle sin preliminares, succionando el tronco y la punta de su miembro como si quisiera sacarle hasta la última gota de leche. La tensión se le agarró en la boca del estómago y se echó hacia atrás, apartando aquella boca insaciable con todo el cuidado que fue capaz.

—Nena, nena… más despacio—jadeó. No quería correrse aún, quería disfrutar de aquello con la poca serenidad que aún le quedaba.

—Perdóneme… perdóname, Amo. ¿Cómo te gusta?

Aquella desconocida en la que se había convertido Esther temblaba de placer con sólo imaginarse mamando la ansiada corrida.

Jen se agarró de nuevo la polla y suavemente la acercó a los labios de ella, reprimiendo un gruñido.

—Lame la punta—susurró—con cuidado…

Esther sacó la lengua y chupó aquella protuberancia con glotonería, como si fuera un helado.

—Joder…

Observó que el abdomen de Jen se contraía y se atrevió a succionar, trepando con la boca, cerrando de nuevo los labios con fuerza a mitad del tronco. Hizo una leve presión, tirando de la piel con los labios apretados. A Jen se le escapó un gemido largo, y se movió, metiéndole más polla en la boca. Le estaba resultando muy difícil lo de controlarse e ir despacio, al parecer.

—¿Así, Amo?—murmuró la perra, sacándose el trasto de la boca, contemplándole desde su posición agachada en la cama.

--Sí, así…—Jen resoplaba—sigue, vamos.

Se irguió sobre sus rodillas y movió las caderas lo suficiente para que la punta de su miembro le golpeara a Esther en los labios entreabiertos. Hacía mucho tiempo que nadie se la comía. Y, desde luego, con la dedicación y el empeño que estaba mostrando Esther, no recordaba que se lo hubieran hecho muchas veces.

Ella abrió la boca, obediente, y se tragó de nuevo su polla hasta que las pelotas de Jen rebotaron contra su barbilla. Él comenzó a moverse a buen ritmo, sintiéndose ya, irremediablemente, próximo al orgasmo.

—Me voy a correr, perrita—jadeo, acariciándole torpemente la cabeza.—¿Te lo vas a tragar?—inquirió, empujando ya contra su rostro sin poderse contener.

Esther contestó algo con la boca llena. Jen se dio cuenta de que la chica había incrustado su sexo en su propio talón y se movía contra él, como si el coño le ardiera. Esta visión basto para, después de un par de frenéticas acometidas, hacer que él se descargara por completo.

—Me corro, perra… Oh, joder…

El semen de Jen era denso y había brotado en cantidad—quizá hacía tiempo que él no se corría, barruntó Esther—y a diferencia de cuando estuvo con Inti, tuvo tiempo de recibirlo en la boca y saborearlo sin precipitación, a medida que iba fluyendo. Tenía un sabor fuerte y refrescante. Unas pocas gotas salpicaron la colcha y Esther se precipitó a lamerlas cuando hubo terminado de tragar, una vez que Jen sacó su miembro, aún grueso pero flácido, de su boca.

Levantó la cabeza y vio como él la contemplaba satisfecho sentado en la cama, reponiéndose de su orgasmo, apoyado contra la pared. Ella se relamió por puro instinto.

—¿Te ha gustado, Amo?—preguntó, sintiéndose nuevamente a punto de estallar.

Jen asintió con la cabeza, y volvió a extender la mano para acariciarle la cara.

--Mucho, perrita--murmuró--Mucho.

(continuará)