Por una habitación-2

Segunda entrevista.

Dos días después, de nuevo a las diez de la noche, Esther pulsaba vacilante el botón correspondiente al piso de los chicos en el portero automático. Le había sorprendido muchísimo la llamada de Inti el día anterior, ya que tras la entrevista la última vez que se vieron había dado por perdida toda posibilidad.

Lo cierto era que no estaba acostumbrada a encontrarse con personas “inmunes” a su manipulación; por eso le había puesto, mentalmente, una serie de apelativos a aquel chico que había tenido el “no” tan claro desde el principio y se había pasado por la piedra sus lágrimas: "frío", "prepotente", "inhumano"… era aquella una manera de tranquilizarse y convencerse de que alguien merecía ser enviado a la mierda, y ese alguien no era ella, sino él.

No obstante, tras el desconcierto inicial, inquieta como pocas veces, había resuelto que no podía desaprovechar aquella oportunidad. Inti le había insinuado que el resto de los habitantes del piso y él mismo querían plantearle “algo”… aunque no le había explicado qué. Y, por otra parte, probando en otros pisos de alquiler compartido no había tenido suerte. No soportaba la idea de regresar a casa de sus padres; se agarraría a lo que fuera: limpiaría, fregaría, lavaría ropa… haría lo que fuese necesario para quedarse.

Le latía el corazón deprisa, amenazando con salírsele del pecho, cuando escuchó una voz masculina al otro lado del interfono en el portal, una voz que no conocía.

—¿Sí?

—Soy Esther…—dijo ella en voz baja.

—Entra—respondió la voz, con un crepitar hueco a través de la rejilla metálica.

A continuación se escuchó el zumbido del mecanismo de apertura del portal, accionado desde arriba. Esther respiró hondo y empujó la puerta, con la sensación de estar colándose en aquel vestíbulo en sombras.

Recorrió con apremio la distancia que la separaba del ascensor y una vez dentro pulsó el botón del sexto piso. Cuando la cabina terminó de beberse los pisos inferiores se detuvo con un chasquido y, entonces, ella pudo ver la delgada línea de luz justo en frente a través del ventanuco de cristal esmerilado, procedente de la puerta entreabierta de la vivienda. Salió por fin del ascensor y llamó con los nudillos sin atreverse a traspasar ese umbral. No se veía a nadie allí...

—Pasa y cierra la puerta—le llegó una voz potente, procedente de algún lugar dentro de la casa.

Obediente, ella caminó unos pasos y cerró la puerta tras de sí. Observó una franja de luz más intensa, anaranjada, a la derecha en el pasillo, donde recordaba que se encontraba la cocina.

--En la cocina—la voz le llegó de nuevo desde aquel lugar iluminado, ratificando su posición.

Algo contrariada porque nadie hubiera salido a recibirla, Esther caminó despacio hacia allí. Le temblaban las piernas a causa del nerviosismo, quién sabe por qué, cuando por fin se atrevió a cruzar la puerta y a mirar quién le había hablado.

—¡Hola!—

Un chico alto, de pelo oscuro salpicado por alguna cana, la saludó con energía. Pudo comprobar que era el dueño de aquella voz fuerte y cortante. El chico se levantó de la silla donde estaba sentado y se inclinó hacia ella tendiéndole una mano larga de palma ancha, interminable. Esther se la estrechó con inseguridad, sintiendo la presión fuerte de aquellos dedos cerrándose contra su piel. No le gustó un pelo aquel contacto; a decir verdad, le produjo una descarga de miedo repentino, una inmediata respuesta irracional.

Deseó instantáneamente que aquel chico la soltara, y también que apartara sus ojos -fijos, verdes, separados y que bien podrían haber tenido pupilas verticales como los de una serpiente- de su persona.

—Qué manos más frías—comentó él, divertido—Soy Alex, encantado.

Esther murmuró un saludo, se armó de valor y miró alrededor. En torno a la mesa redonda de la cocina, junto al chico de nombre Alex, se encontraban sentados otros dos chicos. Uno de ellos era Inti, quien la saludó con una inclinación de cabeza apenas hicieron contacto visual; el otro era un chico de constitución estrecha y rasgos suaves, con el pelo castaño liso hasta los hombros. Esther dedujo que Alex y éste último eran los dos compañeros de piso que Inti le había mencionado el día de la entrevista, claro.

—Hola, Esther—dijo rápidamente el chico de pelo castaño—Soy Jen. Encantado de conocerte.

Se levantó y le plantó un beso en cada mejilla a la muchacha inclinándose por encima de la mesa, al tiempo que apretaba su brazo levemente a modo de saludo.

—Hola…—musitó ella, cohibida.

—¿Por qué no te sientas?—preguntó Alex—¿Quieres tomar algo? ¿Una cerveza tal vez?

—Bueno…yo…

Sin esperar respuesta, Alex se irguió y caminó un par de pasos hasta la nevera; la abrió y sacó un botellín que colocó en la mesa frente a una silla vacía.

—Siéntate, por favor —insistió. Más que una sugerencia, en realidad aquello parecía una orden formulada con cierta amabilidad.

Esther se aproximó hacia la silla y se dejó caer lentamente sobre el asiento. La sensación de que algo oscuro se fraguaba en el ambiente comenzó a invadirla, como si de pronto se le hubiera encendido un sexto sentido.

Insegura, dirigió sus ojos tímidamente hacia Inti, quien parecía querer mantenerse en un discreto segundo plano sin mirarla directamente. Le buscó durante unos segundos, en espera de que rompiera por fin el silencio y le contara el motivo de su llamada, pero sin embargo fue Alex el que habló.

—Verás, Esther…—dijo, alargándole un abridor por encima de la mesa—Inti nos ha contado tu situación… y nosotros hemos pensado en algo que quizá te interese, siempre y cuando sigas queriendo venir a vivir aquí.

Ella asintió débilmente. Cómo la turbaba lo directo que era ese chico. El otro, el llamado Jen, parecía más tranquilo, más amable, o al menos no agresivo.

—¿Te sigue interesando vivir aquí?—recabó Alex, taladrándola con los ojos.

Jen sonrió y se inclinó para decirle algo a Inti en voz baja al oído. Éste se revolvió incómodo en su silla.

—S-sí…--balbuceó ella—me interesa, sí.

—Vale—Alex sonrió y juntó las manos sobre la mesa, apuntando con ambos dedos índices hacia Esther, como si tuviera un revólver—entonces seré breve, porque la cuestión es fácil.

Aguardó un momento, a la espera de un asentimiento por parte de ella para seguir.

—Bien… —murmuró ella al fin—¿y cuál es la cuestión?

Alex meneó la cabeza, sofocó una risa y volvió a atravesar a la chica con sus afiladas pupilas.

—Esther, nosotros no necesitamos una asistenta—replicó—pero sí nos vendría bien una…

—Espera, espera, espera—se interpuso de pronto Jen, sujetándole el brazo a su compañero como si quisiera parar una locomotora—Alex, así no…

Pero fue demasiado tarde.

—Una puta—concluyó Alex. Lo dijo con un tono absolutamente neutro y normal, como si hubiera dicho “nos vendría bien un electricista” o “un fontanero”.

Después de aquella afirmación, Jen dejó caer las manos a lo largo de la silla y lanzó un profundo suspiro. Esther dio un respingo sobre su asiento, y un silencio tenso que hubiera podido cortarse se expandió entre los cuatro.

—Una… ¿puta?—ella escupió la palabra, con gran esfuerzo al parecer, sin creer lo que acababa de oír—es una broma, ¿no?

—No—respondió Alex, categórico, sin dejar de mirarla fijamente.

Esther desvió la mirada, desesperada, hacia Inti; "dime que está de coña", dijeron sus ojos. Dejando aparte el hermetismo y la frialdad de éste, le había parecido hacía dos días una persona cuerda que a buen seguro no bromearía con aquello. Pero Inti no la miró; mantenía los ojos fijos en la pared, la mirada diluida, dura, como si aquello no fuera con él.

Entonces ella miró a Jen. Casi experimentó una oleada de alivio al ver que parecía dispuesto a decir algo, a intentar explicar lo que estaba sucediendo. Claro, ese chico le diría que aquello que había dicho Alex era una desafortunada gracia-sin-gracia, y le plantearía el motivo real de la llamada de Inti…

—Lo que Alex quiere decir—comenzó Jen, adelantando su mano hacia la de ella sin llegar a tocarla—es que podríamos aceptar otro tipo de pago… ya que, como le dijiste a Inti, no tienes pasta. De esa manera, tú tendrías tu sitio aquí, sin contraer ningún tipo de deuda, hasta que encontraras un trabajo. Dijiste que te urgía salir de tu domicilio actual, ¿no es así?

De modo que iba en serio.

Ella vaciló unos segundos y asintió brevemente, bajando la mirada, avergonzada. La cabeza le daba vueltas en un torbellino de caos; no sabía aún cómo tomarse aquella propuesta. Por increíble que pudiera parecer, una pequeña parte de su ser resplandecía

halagada

… aquellos chicos la veían como un

objeto

de disfrute, y eso la seducía. Se rebeló al instante contra esta idea porque de pronto sintió vértigo de verse abierta en el fondo -al menos de palabra-a todo tipo de posibilidad.

“Puta pijita” se sonrió Alex, quien la había calado al momento o eso pensó “sabes perfectamente que vas a decir que sí”.

—Te proponemos esta alternativa porque pensamos que te urgía instalarte—continuó Jen—pero, por supuesto, entendemos que no quieras aceptarla. Quizás te parezca que el “precio” a pagar es más elevado que el dinero en sí mismo… ¿qué piensas?

Dejó en el aire la pregunta y le lanzó una mirada de expectación; una mirada tranquila que a Esther se le antojó extrañamente dulce, lo que en un contexto como ese rozaría lo psicótico tal vez.

—Pues… --comenzó a decir ella, indecisa—la verdad es que… no me esperaba esto. ¿Qué es lo que tendría que hacer exactamente?

Alex rió.

—Pues, en definitiva, lo que haría una puta—replicó, sin paliativos—una puta muy guarra y muy cerda, desvergonzada y siempre dispuesta…

—Pactaríamos unas premisas por escrito, una especie de contrato—respondió Jen, haciendo caso omiso de las palabras de Alex—si es que te interesa la oferta…

Esther guardó silencio unos segundos, sin saber qué pensar ni qué responder.

—Podrías quedarte aquí a cambio de ser usada por cualquiera de nosotros, en cualquier momento, dentro y fuera de esta casa—explicó de pronto Inti, abriendo por primera vez la boca—Y por supuesto, tendrás que obedecer cada vez que se te requiera para algo. Esa es la esencia del asunto, ¿me equivoco?—añadió mirando a sus compañeros.

—Lo has resumido de manera excelente—dijo Alex, alargando la mano para darle una palmada en la espalda a su compañero—yo no lo habría dicho mejor.

—Pero…

Inti se giró hacia Esther y la contempló fijando los ojos en ella hasta el punto de hacerle apartar la mirada.

—Ahora me imagino que querrás saber lo que queremos decir con “ser usada”—le espetó—bien, lo que dice Jen de redactar un contrato es buena idea, pero básicamente significa…

—Espera—interrumpió Alex con una sonrisa apretada—deja que ella nos pregunte sus dudas y nos diga… qué es lo que estaría dispuesta hacer. Negociemos—añadió, sonriendo más a la apocada muchacha—¿qué harías por quedarte aquí, niña?

Esther odiaba que la llamaran así, “niña”. No era ninguna niña. Le repateaba porque lo asociaba a una especie de paternalismo verduscón, o a un derroche de condescendencia por parte de su interlocutor, como le parecía que era este caso.

—Asqueroso prepotente—masculló en voz baja, levantándose de la silla—prefiero dormir debajo de un puente a que me toques un pelo.

Jen se levantó apresuradamente como para ir tras ella.

—Espera, por favor…—le dijo, al tiempo que alargaba la mano tratando de agarrarla—por favor, no te vayas, discúlpale. No piensa lo que dice ni cómo lo dice.

Pero fue inútil, y daba igual cómo se plantease el argumento. Esther se desembarazó de su brazo con energía, como si hubiera despertado de un hechizo, agarró su bolso y se dirigió a grandes zancadas hacia la puerta.

—Os vais a ir a la mierda, ¡los tres!—exclamó justo antes de marcharse—buscaos a otra que os la chupe, ¿por quién me habéis tomado?

Y dicho esto, cerró con un sonoro portazo. El taconeo apresurado de sus zapatitos se escuchó tras la puerta, perdiéndose escaleras abajo. No quiso invertir ni un minuto siquiera esperando el ascensor.

—Decididamente, Alex, eres gilipollas—soltó Inti sin poderse contener.

—Estaba a punto de decir que sí—corroboró Jen—o al menos se lo estaba pensando…

Alex movió la mano hacia arriba en un firme ademán, como si quisiera sacudirse deencima aquellas palabras.

—Bah, tonterías. Ninguna chica diría que sí a esto, por zorra que fuera. Y esta es zorra— agregó con una sonrisa, asintiendo vehemente—lo he visto en sus ojos…

—Pues podías haberte callado y haberme dejado a mí hablar con ella…—replicó Jen.

—Te recuerdo que nuestra intención no era convencerla, sino hacerle un favor.

—¡Orgulloso de mierda!—rió Jen—me negarás que no tenías ganas…

Alex rio a su vez.

—Bueno… si es tan zorra como he visto, si mi impresión no me ha engañado, volverá—aseveró.

—No—repuso Inti—si está desesperada, lo suficientemente desesperada por salir de donde vive ahora, volverá. No tiene dónde caerse muerta.

Y el caso es que, fuera por la razón que fuera, porque era zorra o porque estaba desesperada, o incluso por ambas cosas (o por otras razones) estaban en lo cierto. Esther volvió a aquella casa… y lo hizo bastante antes de lo previsto.

{continuará}