Por una habitación -16-

Sigue el castigo de Esther.

—Agradece cada cosa que te dé, perra—Dijo Inti con una sonrisa apretada—no te lo voy a decir más veces.

La perra tembló mientras la orina de su Amo la regaba por todas partes: costados, espalda, muslos y caderas. Sofocó un grito cuando la irritada piel de sus nalgas ardió en contacto con el líquido que salía a chorro.

—Gracias, Amo…—sollozó con plena sinceridad, desde su corazón.

No sintió asco por el chorro de orina. Él se aliviaba en ella, y eso era un regalo o así lo sentía.

—Voy a por Alex…--murmuró Jen, algo turbado. Ver aquello le había producido un subidón de excitación añadido, sobre la cachondez que ya llevaba desde hacía tiempo y ya se hacía difícil de manejar. Necesitaba moverse.

Inti se giró sin dejar de mear sobre la perra y le lanzó una sonrisa a su colega, ambos hombres intercambiaron miradas durante un segundo y luego Jen se alejó hacia el pasillo, rumbo a la habitación de Alex.

—No cierres la boca, perra—Inti se volvió de nuevo hacia ella—los ojos puedes cerrarlos, la boca no.

No que estuviera apuntando ahí precisamente, más cuando el chorro ya había perdido potencia pues la larga meada tocaba a su fin, pero bueno, manías.

—Ya está—se acercó a la perra y sacudió sobre ella las últimas gotas que le quedaban por vaciar—abre los ojos y mírame.

Esther obedeció y levantó la mirada con el corazón encogido. Se lamió los labios por instinto: sentía de pronto la boca reseca como papel de lija. La sangre palpitaba en sus sienes a ritmo desenfrenado, gotas de orina rodaban por su piel hasta las oquedades más escondidas y oscuras de su cuerpo.

Sintió una mezcla de felicidad y horror cuando Inti se agachó a su lado, poniendo los ojos al nivel de los suyos para mirarla directamente.

—Das asco, perra—siseó éste, sonriendo muy cerca de su oído—hueles fatal.

Ella se encogió. El tono de Inti no había sido de desprecio, sin embargo, sino de satisfacción… o al menos eso sintió Esther. La chica no había esperado una buena palabra, pero eso la hubiera hecho sentirse tan plena… sólo necesitaba una palabra, una palabra dulce de los labios de Inti para sentirse en paz a pesar de todo, para transformarla en una plegaria en los momentos más duros. Pero él no parecía estar dispuesto a darle nada más aparte de su orina, y ella... ella no iba a pedir.

—Echaremos un poco de lavavajillas al agua de la toalla—reflexionó Inti en voz alta, señalando con una inclinación de cabeza el cubo que había junto a la mesa—¿qué te pasa, perra? ¿Por qué tienes esa cara?

Ella carraspeó. La garganta le ardía.

—Tengo sed, Amo—respondió con un hilo de voz.

—Ah… --Inti sonrió—claro. Lógico. Sigue de rodillas, pero ponte derecha. Y abre la boca, tengo algo para ti.

Se colocó detrás de ella con las piernas bien apuntaladas en el suelo, rozando con las rodillas la espalda de la perra. Se inclinó ligeramente sobre la cabeza de ella y sonrió con deleite al contemplarla desde aquel ángulo.

—Abre más la boca—la instó, casi con amabilidad.

Ella obedeció y, tras unos tensos instantes, Inti escupió entre sus labios.

La saliva del Amo, clara como agua, resbaló por las comisuras de la boca de Esther. No esperaba que Él fuera a hacer aquello, pero estaba comenzando a acostumbrarse a las sorpresas. Con Inti los sobresaltos eran una constante.

—Este es el único líquido que vas a beber—masculló Inti—la saliva que yo quiera darte. Que no se te escape nada.

—Gracias, Amo…

La perra capturó con la lengua una gota que resbalaba hacia su barbilla. Saboreó la saliva del Amo: una gota de agua que tenía un regusto humano, ligeramente dulce. Estaba caliente, lógicamente, a la temperatura del cuerpo de quien la había generado.

—¿Sigues teniendo sed?

—Sí, Amo…—respondió ella avergonzada.

La saliva calmaba el ardor de su boca y ella quería más, pero la sed que invadía a Esther era de otra naturaleza.

—No me extraña, con tanto llorar te habrás quedado seca.

Inti volvió a inclinarse sobre la boca de Esther y de nuevo vertió saliva generosamente entre sus labios.

—Bébeme—le dijo, y añadió, riendo—“Porque este es mi cuerpo…”

Esther sacó la lengua y bebió aquel hilo plateado que iba desde la boca del Amo hasta la suya.

—Amén.—Jen contemplaba la escena desde la puerta del salón; había traído de vuelta a Alex, quien observaba también lo que ocurría entre Inti y Esther unos pocos pasos más atrás. Inti levantó los ojos hacia sus amigos y les lanzó una amplia e inquietante sonrisa.

—Y bien, majestades…—dijo parodiando una reverencia—¿Podemos seguir con lo que hacíamos, por favor?

—Deberíamos limpiar esto antes, ¿no?

El que había hablado era Alex. No podía apartar los ojos del charco de orina que había en el parqué, charco en el que la perra chapoteaba aún arrodillada.

Inti chasqueó los dedos. La perra dio un respingo.

—Perra, ve a por la botella de lavavajillas—le dio un suave puntapié para que se moviera—trae también el estropajo, ¡vamos! Y papel absorbente.

Esther gateó hasta la cocina, donde encontraría lo que Inti le había ordenado traer. Se levantó sólo el tiempo necesario para coger la botella de gel para los platos, y la esponja verde y amarilla con la que fregaban. Intentó tomar ambos útiles en la boca, pero Alex, quien la había seguido hasta la cocina, se lo impidió.

—Esther, espera. Toma—sacó un vaso, lo llenó de agua del grifo y se lo pasó a ella—Si tienes sed, tienes que beber. Y...

Alex le quitó el bote de jabón de las manos y cogió el rollo de papel absorbente mientras ella bebía casi el vaso entero de un trago. Desde luego, que a Inti esto le pareciese mal o bien a Alex se la sudaba. Iba a decirle algo a Esther, pero la mirada de ésta le hizo cerrar la boca: la obstinación -o determinación, si lo prefieres- con la que ella le miró era equivalente a la que hacía días había brillado en sus ojos cuando ella no quería moverse de delante de la puerta de Inti.

Antes de que Alex pudiera hacer siquiera amago de retenerla, Esther volvió a ponerse a cuatro patas para dirigirse al salón, con el estropajo en la boca.

-

—Vale, perra. Limpia el charco y luego límpiate tú, que das asco.

—Sí, Amo…--respondió ella dulcemente.

Llevaba tiempo ya sintiéndose “emigrada” de sí y al mismo tiempo más conectada consigo misma que nunca, muy cerca y muy lejos de allí. Era como estar en un espacio intermedio, en una especie de limbo, aunque desde ahí pudiera responder a preguntas sencillas o seguir el hilo de una conversación. El dolor, el rasguño, la sangre y la carne, la pena… eran cosas propias de su molde de escayola: la parte de ella que no era su alma. Fuera contraproducente o no, pensar en esto le hacía sentir a Esther extrañamente segura de sí misma.

Deseó súbitamente mirar a los ojos de Inti, aunque acto seguido pensó que, si encontraba en ellos frialdad, sentiría un dolor para el que no se veía preparada. Optó por agarrarse al tono de su voz y dejarse llevar por éste. La voz de Inti era suave ahora, no importaba lo que dijese… y se podía escuchar claramente que sonreía. Si Esther hubiera tenido que sintetizar en una palabra lo que ella sentía en ese momento, hubiera elegido sin duda la palabra “devoción”. Devoción absoluta.

Pero Inti no estaba contento sólo por lo que veía a sus pies, por la imagen de su perra completamente entregada a él, a su merced, confiando a ciegas con un destello de aplomo detrás de sus lágrimas. Estaba contento también porque tenía en sus manos el instrumento que tocaba a continuación, y era con diferencia su preferido. Le encantaba tocarlo, sentir su tacto, recorrer la exquisita finura de la fibra de vidrio con los dedos. Chasqueó la lengua, complacido.

—Jen—le llamó, sin dejar de mirar a la perra—cuando esta cerda termine de lavarse, disfruta con esto.

Le lanzó la fusta y Jen la cogió al vuelo. Afianzó el mango en su mano derecha y comprobó la flexibilidad de la vara con la izquierda. Tiró suavemente de la lengüeta de cuero que remataba la fusta hacia él, haciendo que el instrumento se combara.

—Oh…

Mientras Jen contemplaba la fusta con el detenimiento de un niño explorando un juguete prestado, Inti daba instrucciones a la perra sobre cómo lavarse.

—Frota sin miedo, perra. Más fuerte.

Le ordenó pasar la cara suave del estropajo entre sus muslos, y a continuación frotarse con la cara rugosa, la de color verde oscuro, sobre los mismos lugares.

—Más fuerte te he dicho, ¿estás sorda?

La increpaba y la insultaba con el mismo tono de voz suave, sin alterarse salvo por la creciente excitación.

—Vamos, perra, frótate fuerte o lo haré yo…

Ella se frotó con dedicación lo más pormenorizadamente que pudo, sin poder evitar lanzar al aire algún gemido pues la piel reaccionaba rápidamente a la rudeza del estropajo. Entre sus piernas su clítoris se inflamaba y latía; los labios de su sexo terminarían en carne viva si seguía frotando así.

—Zorra viciosa—masculló Inti entre dientes, y le arrojó un poco de agua del cubo que había junto a la mesa, tal vez con el fin de aclararla.

La perra se retorció bajo el agua fría, aunque no había sido mucho volumen el que le habían echado encima.

—Déjalo ya.

Al escuchar la orden seca, resuelta y concisa, Esther dejó en el suelo el estropajo.

—Termina de aclararte con el agua del cubo y colócate sobre la mesa como estabas antes—le dijo el demonio rubio—Por cada gota de agua que se te caiga fuera del cubo te azotaré una vez más, perra.

Esther se arrastró hasta el cubo. Oh, dios, si aquello no era una forma de hablar e Inti lo había dicho en serio, realmente iba a ser difícil aclararse la espuma del lavavajillas sin tirar una sola gota de agua (sin llevarse unos cuantos azotes de regalo, aparte de los que ya le correspondían). Y además necesitaba el agua con urgencia entre las piernas: el coño le picaba y le escocía a rabiar tras la agresión con el estropajo. El jabón de lavar los platos era barato, resultaba ácido sobre la sensible piel.

Despacio, reunió fuerzas y se acuclilló a horcajadas sobre el cubo. Flexionó las rodillas todo lo que pudo hasta que los muslos le dolieron, y empezó a aclararse con la mano chapoteando en el agua. El agua no parecía muy limpia, por cierto. Se preguntó si ese cubo era el que utilizaban los chicos para fregar el suelo del piso, seguramente sí, ¿cuál otro podría ser?

Esther se aclaró el jabón del coño sin derramar una sola gota al suelo. Pero Inti ni siquiera la miró, así que no se dio cuenta del milagro. A Inti le nublaba la mente el deseo que sentía por que el castigo se reanudase; no era que quisiera hacer padecer a Esther hasta lo indecible, de hecho en parte también tenía ganas de que el tormento de la chica acabase pero, sencillamente, se moría de ganas de usar la fusta.

—Ven aquí, perrita…—Jen se adelantó y abrazó a Esther con la toalla que cogió de la mesa, era una toalla de longitud mediana, suave y rizada, de color amarillo pálido. Secó a Esther con leves toques, cuidadosamente y tomándose su tiempo. Se detuvo unos segundos en el sexo de la chica, lo secó con con mimo y apartó la toalla. Separó los labios mayores con sus dedos índice y anular de la mano derecha, y con su largo dedo medio buscó el inflamado clítoris, turgente por la fricción. Lo encontró al momento, rebosante y endurecido entre la humedad caliente; ahondó y presionó, soltó, trazó círculos sobre él y le dio suaves toques con la yema del dedo. La perra culeó y gimió de placer.

—¿Bien...?—le susurró Jen al oído.

—Sí, Amo—asintió ella jadeando—Gracias, Amo…

—Recuerdas tu palabra segura, ¿verdad?

—Sí Amo, la recuerdo.

Jen contempló durante unos segundos a la perra en espera de que ésta dijera algo más. Algo como que no podía soportar que el castigo continuara, un ruego porque el tormento cesara, un derrumbamiento al no poder más. Estuvo tentado de ofrecerle esa posibilidad; si lo que Esther quería era pernoctar allí no había ningún problema, podía hacerlo hasta que encontrase algo, no tenía que ser su perra para eso. Ella lo sabía.

—Vamos, colócate…

Ante la mirada displicente de Inti, Jen le dio un suave beso en la mejilla y la ayudó a levantarse.

—Cielo, esto va a doler más que lo anterior—le advirtió en voz baja, mientras la ayudaba a posicionarse de nuevo sobre el escritorio— Intenta no moverte o tendré que atarte.

Besó el centro de su espalda y se retiró un par de pasos, esgrimiendo la fusta. Oh… pobre Esther. Y cómo le ponía.

Jen no quería hacerla daño, pero la mano con la que sujetaba la fusta le hormigueaba y temblaba ligeramente. Acarició las enrojecidas nalgas de Esther con la lengüeta de cuero y bajó con ésta hasta la parte interna de sus muslos. Golpeó ahí un par de veces suavemente, para indicarle a la perra que separase más las piernas, a lo que ella obedeció de inmediato sin que las palabras fueran necesarias.

—Ya queda muy poco—le dijo—te compensaré después de esto, te lo aseguro. Eres una buena perra.

De nuevo Jen encontraba el resorte de la felicidad dentro de ella y lo pulsaba sin rodeos.

—Si no lo aguantas, dímelo y pararé—le dijo antes de retirarse—¿entendido?

Ella asintió rápidamente.

—Sí, Amo, no se preocupe. No te preocupes—rectificó. Era muy difícil pensar cómo decir las cosas en esa situación, con tantas emociones diferentes chocando dentro—No te preocupes, Amo.

—Bien…

Sentirle lejos, aunque sólo fuera a un paso, sentirse privada del aliento de él, de su presencia inmediata, fue difícil para Esther. Y eso que el primer fustazo la hizo sacudirse sobre la mesa y gritar, pero aún así no logró distraerla de esta sensación.

Alex, que hasta el momento había contemplado en silencio lo que sucedía desde una distancia prudente, avanzó hacia allí y se sentó en el borde del escritorio, frente a Esther, justo como antes había estado Jen. La miraba con los ojos muy abiertos y una expresión incierta. Ella levantó la vista por reflejo y la bajó al instante, enrojeciendo violentamente. Alex entonces, sin decir nada, extendió la mano y comenzó a acariciarla el pelo. Estaba mal ser cómplice de aquello, ¿cierto? qué coño, estaba mal participar en todo aquello, ¿estaba mal? ¿lo estaba?

—Uno… gracias, Amo Jen.

Esther se obligó a contar cada azote con la poca voz que le quedaba para dar gusto a su Amo. Jen sonrió, conmovido, pero Esther no pudo verle. Aplicó el segundo azote con firmeza, sin más ceremonia que los tres toquecitos previos de rigor.

—Dos,… gracias, Amo Jen.

Otra vez el tanteo, los suaves toques que la alertaban de dónde caería el siguiente fustazo. En el segundo que transcurría entre el fin de los toques y la descarga del golpe, en ese instante previo al relámpago lacerante, Esther se sentía morir.

Ziummmmmmmm!

—Tres…--sollozaba como una niña—gracias, Amo Jen…

—¿Todo bien, perrita?

Ella sofocó un sollozo y contestó sin vacilar.

—Sí, Amo… Gracias, Amo.

--Sigo entonces.

Volvió a alejarse, privando de nuevo a Esther de su contacto y dejándola colgando de un hilo, oscilando sobre el vacío. Ella sintió de nuevo los toques de advertencia-Uno, dos, tres toques: tres suaves besos de cuero-, y escuchó el silbido de la fusta segundos antes de que ésta se estrellara contra su piel.

--Cuatro… —hipó—Gracias, Amo Jen. Le quiero.

Aquellas últimas dos palabras brotaron de la boca de Esther con total naturalidad como dos gotas de sangre.

—Te quiero… perdona, Amo—se corrigió inmediatamente.

Él dejó la fusta delicadamente sobre la alfombra y se acercó a Esther. Sabía que la chica estaba sensible, que estaba perdiendo sus barreras a marchas forzadas igual que si éstas fueran las capas de una cebolla, pero aun así no esperaba oír algo como aquello. Sintió un profundo respeto hacia aquella mujer que se entregaba por completo a él, a ellos. No era sólo un juego... para ella desde luego no. Para él tampoco.

Estuvo a punto de girarse hacia sus compañeros, sobre todo dirigiéndose a Inti, para poner fin de una vez al tormento de la pobre chica. Ya era suficiente, no había que encarnizarse. Pero en el último momento se contuvo, por Esther.

—¿Quieres que esto pare?—volvió a decirle en un tono que nadie más pudo oír, inclinándose sobre ella—no tienes más que decirlo, Esther… ya es suficiente.

Ella negó con la cabeza en cuanto le escuchó. Tal vez para el Amo Jen y el Amo Alex fuera suficiente, pero no para el Amo Inti. Y lo último que quería ella era darle el gusto de que era una blanda, rendirse ante Él por no aguantar. Y claro, más allá todavía de esa rebeldía… lo que de verdad quería con todas sus fuerzas era no "defraudarle". Necesitaba que Él la aceptara, o eso creía. Necesitaba desesperadamente que la redimiera, como había dicho Jen, aunque éste hubiera hablado así desde la fantasía.

—No, Amo, puedo y deseo seguir—respondió y tragó saliva, esforzándose por capturar una gota de líquido dentro de su boca—por favor, Amo. Quiero aguantarlo.

Jen peinó con los dedos el cabello de la joven, mojado de sudor.

--Vale. Tranquila—susurró al oído de ella--¿estás segura?

--Sí, Amo… Gracias por preocuparte por tu perra, Amo.

Inti contemplaba la escena, maravillado al ver las dotes de sumisión que desplegaba Esther. Oh, cómo deseaba que pasara pronto el turno de Alex (aunque lo dudaba, porque éste era un plasta) para que por fin le llegara el momento a él.

--Un Amo se preocupa por su perra…--respondió Jen a Esther, y la besó en el flanco desnudo.

A continuación volvió a separarse de ella, cogió la fusta de la alfombra y se la tendió a Alex.

--Tu turno, amigo—murmuró.

Alex continuaba frente a ella, muy cerca. Había colocado el muslo de manera que su rodilla chocaba contra la frente de Esther sobre el escritorio. No dejaba de acariciarla, aunque había empezado a hacerlo con una discreta ansiedad, enredando los dedos en su pelo. Esther le oía respirar y de vez en cuando emitir un sonido parecido a una mezcla entre jadeo y gruñido. Fuera de ese sonido no articulaba palabra.

—Amo Alex...—le llamó desde algún lugar en el espacio exterior.

Su voz fue casi inaudible pero él inclinó la cabeza y la miró, enfocando en ella directamente sus ojos verdes cargados de intensidad, nublados por algo que Esther no podía identificar.

—Por favor, Amo Alex, castígueme—le suplicó entonces, tratando de vocalizar con claridad para que su Amo pudiera leerle los labios—no deje de hacerlo, por favor, Amo… por favor…

Jen volvió a acercarse para acariciarla. Él también había oído la súplica de Esther. Estaba apenado por el destrozo que le estaban causando, y desde luego, por verla y escucharla llorar de esa manera. Para colmo, aún faltaba lo peor: la toalla y la vara; sin olvidar, desde luego, las ganas que tenía Inti de fusta.

Alex cogió la fusta sin decir nada. Estaba muy serio, nudillos y dedos se pusieron blancos en torno al mango repujado en cuero. Contempló a Esther por unos segundos, fijando la mirada vidriosa e incapaz de enfocar al detalle. En total silencio, se levantó de su puesto en el borde del escritorio y caminó despacio hasta colocarse detrás de Esther.

—¿Quieres que te castigue?—le preguntó con la voz quebrada, ronca--¿De verdad lo quieres?

Esther sollozó. Claro que lo quería, pero comprobó que el hecho de reconocer ante Alex su necesidad le resultaba tremendamente humillante. Y sabía bien que Alex no buscaba humillarla ahora, pero igualmente lo disfrutó.

—Sí, Amo—asintió—necesito ser castigada por Usted…

—¿Por qué?

Alex estaba tenso. Le había apresado a Esther la cintura con la mano que le quedaba libre y no era consciente de la fuerza que estaba imprimiendo en ello.

—Porque he sido desagradable con Usted, Amo—respondió ella, conteniendo la respiración por el dolor del pellizco—He sido irrespetuosa. Usted es tan bueno que me ha perdonado, pero si me pregunta qué quiero, le contesto la verdad: necesito ser castigada por Usted.

—No estamos aquí para suplir tus caprichos, perra—Inti había oído lo que Esther le había dicho a Alex—cierra la boca de una vez.

Qué pesados, por dios, qué plastas. Le estaban poniendo malo. Le lanzó a Alex una mirada significativa para que se diera brío.

—Dices tonterías—le dijo éste último a Esther súbitamente—Suponiendo que tu conducta me hubiera molestado, ¿qué beneficio me reportaría castigarte?

Esther no supo si tenía que responder o si aquella era una pregunta retórica.

—Soy suya, Amo...

Jen entendía a Alex, o por lo menos se imaginaba cómo podía sentirse. Inti y él tenían experiencia en el tema de la Dominación erótica -aunque Jen no había ido mucho más allá de sesiones aisladas y juegos-, Alex no. No había tenido nunca ni un simple contacto con el tema, ni había visitado el local de Argen. Realmente, Inti y Jen habían planificado la relación con Esther sin tener en cuenta la personalidad de Alex y sus rasgos a este respecto; quizá es lo que ocurre cuando en el fondo uno piensa que lo que planea no se hará realidad, que uno obvia aspectos primordiales. Aunque, la verdad, Jen hubiera puesto la mano en el fuego desde el principio por que Alex estaría comodísimo en un rol dominante.

Entre juego-fantasía-realidad andaba la clave de las disonancias entre ellos, quizá, incluyendo a la propia Esther. Jen se daba cuenta de que al final habían terminado metidos en una jungla de peligrosa belleza, y ahora que ya estaban dentro había que moverse hacia un lado u otro para salir o para internarse aún más. Las sumisas y los sumisos, o esclavas-os que había conocido Jen a lo largo de los últimos años en locales de temática no eran como Esther. Eran personas con curiosidad por el tema, juguetonas en algunos casos o en otros más serias pero, tuvieran experiencia o no, sabían dónde se metían. Generalmente controlaban sus vidas fuera del entorno BDSM y si decidían vivir la D/s 24/7 sabían lo que hacían. Con Esther... todo había sido al revés. La casa por el tejado.

—Alex, va, si no lo haces tú lo haré yo—le exhortó Inti—dame la fusta.

El aludido se giró y taladró a su compañero con la mirada.

—No me vengas ahora con esas mierdas. Ya está bien. Si soy Amo, decido que NO la doy—hizo especial énfasis en la palabra “no”, dando un golpe sobre el escritorio que reverberó en la mejilla de Esther— no la doy, y punto. Y tú no le darás mi parte porque no, porque no me sale a mí de los cojones. Ya está bien.

A medida que hablaba, Alex había ido subiendo el tono de voz. Resultaba contundente, pero se le veía nervioso y acelerado.

—Vale, vale… relájate, compañero—replicó Inti—de acuerdo, no le daré tu parte… solo la mía. Pero trae la fusta, vas a hacerte daño.

Jen se mordió el labio, no estaba bien reírse en aquel momento. Pero la situación, contemplada desde fuera, no dejaba de ser irónica. Estaba claro que los tres estaban en una posición dominante sobre Esther pero, ¿y entre ellos?

“Muy bien, Alex” pensó “defiende tu sitio”.

—Toma tu puta mierda de fusta—Alex le lanzó con rabia el objeto—disfrútala y métetela por el culo.

El aguijonazo de veneno en sus palabras no pareció hacer mella en Inti, quien cogió la fusta al vuelo y sonrió, girándose hacia Esther.

—Bueno, perrita…

Horrorizada, ella sintió que el depredador rubio se aproximaba.

—¿Vas a ser buena conmigo, como has sido con el Amo Jen?

Ella afirmó con la cabeza y respondió con la fórmula habitual.

—Estás recibiendo la zurra de tu vida, ¿no es así?—le preguntó él con una sonrisa cuando la tuvo colocada, apretándole suavemente el muslo—a pesar de que la maricona de mi amigo Alex no haya querido azotarte en esta ocasión.

—Sí, Amo—musitó ella—la peor zurra de mi vida.

Eso sin duda.

—¿Y qué piensas?

Esther cerró los ojos, embargada por la vergüenza.

—Que me la merezco, Amo.

Inti caminó unos pasos circundando la posición de Esther, cavilando, como si quisiera variar la perspectiva.

—Si no quieres problemas—dijo, fijando los ojos en su culo que mostraba todas las gamas del morado—nunca, nunca, mientras seas mía, te rebeles contra mí.

Las palabras del Amo eran duras. Esther escondió la cara contra el escritorio por impulso.

—No, Amo, no lo volveré a hacer.

—Espero que no—murmuró éste—o al menos no en poco tiempo. Tendría que pensar en otra parte de tu cuerpo para azotarte.

Acto seguido, y con deleite, le aplicó el primer fustazo con un movimiento seco del brazo, prácticamente sin inmutarse. La perra brincó por la sorpresa del silbido en el aire y aulló por el violento restallar. El azote había sido propinado con saña y había dejado una estela de fuego sobre su piel, que seguiría ardiendo mucho después de haber sido golpeada.

—¿Qué pasa, perra consentida? ¿Conmigo no los cuentas?

No era que Esther no quisiera contar los azotes, sino que se había quedado muda por la impresión.

—Uno… Gracias, Amo—lloró, después de tomar aire.

—Solo te sale con tu Amito preferido, eh…

ZIUMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM!

De nuevo el restallar limpio, dejando la marca ardiente e indeleble. La sangre comenzó a salir en pequeñas gotas por cada micro rotura de la piel.

Esther se retorció, gritó, se obligó a respirar y contó.

—Dos… gracias, Amo… lo siento mucho, Amo.

—No pidas perdón, perra—le espetó su despiadado dueño—limítate a contar, ¿o no eres capaz de cumplir una orden sencilla?

ZIUMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM!

—Tres!—la fusta se había estrellado esta vez sobre una marca reciente y el dolor había sido intenso. A Esther le parecía que le ardían hasta los huesos—Gracias, Amo…

“Le quiero, Amo” pensó, y al momento se sintió estúpida, y no le importó: no sabía si alguna vez había sido tan sincera consigo misma, nunca antes se había sentido así. Poco control tenía ya de su mente, al parecer. No era capaz de comprender la inmensa nube de emociones que sentía, y cualquier juicio de valor convencional no tendría ningún sentido para calibrar lo que estaba viviendo.

—Vas a aprender a ser una perra educada y a hacer lo que se te dice, ¿verdad?

ZIUMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM

MMMMMMMMMMMMMMMMMMMM!

--Sí, Amo…--jadeó la perra, agitándose sobre la mesa—Cuatro—resolló con determinación-- Gracias, Amo.

—Si cometes un error es cosa tuya, pero si estás mal educada la culpa sería mía—continuó Inti con la pausada reprimenda—y no quieres dejarme en mal lugar, ¿verdad?

--No, Amo…

--¡Pues no lo hagas!

ZIUMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM!

ZIUMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM!

La perra culebreó violentamente sobre el tablero del escritorio, ¡acababa de darle dos fustazos de propina! le extrañó, no lo hubiera esperado, Inti respetaba la cuenta escrupulosamente, pero claro... se veía que la fusta... le gustaba demasiado.

Arqueó la espalda y movió las nalgas a los lados, aullando, sin saber cómo quitarse de encima ese dolor.

Jen se cambió de postura, inquieto, sobre el sofá donde se había sentado. Inti le estaba rompiendo el culo a Esther y, contra todo pronóstico, ella apretaba los dientes y aguantaba. La entereza y determinación de la chica le estaban dejando alucinado. Por otro lado, observó minuciosamente a su compañero buscando algún signo de descontrol: un brillo febril en los ojos, un movimiento más brusco de lo normal, un aleteo en la voz. Pero no encontró nada. De hecho, Inti ni siquiera parecía mantener una postura de contención; parecía tranquilo, relajado mientras soltaba su perorata.

—Cinco… gracias, Amo…--lloró Esther, cuando fue capaz de articular palabra—Seis… gracias, Amo.

—Recuérdalo de ahora en adelante—farfulló él—cuando sientas la tentación de rebelarte, acuérdate de esto, perra.

Inti dejó la fusta junto al cuerpo de Esther y, sin perder un minuto, la asió a ella con brusquedad.

—Vamos—le dijo, agarrándola del pelo—al “paredón”.

La arrastró de los pelos hasta la pared más próxima y la empujó contra el gotelé.

—Creo que tendremos que quitar esto…--le dijo, mientras rápidamente la despojaba de la blusa y del sujetador. Esther quedó completamente desnuda salvo por los calcetines que llevaba—para lo que viene ahora, te sobrará.

Una vez Inti le hubo quitado la ropa, la ordenó colocarse de espaldas a él contra la pared, formando un aspa, con las piernas abiertas, los brazos estirados y el estómago pegado al muro.

La perra, sollozando, se posicionó en el improvisado “paredón” tal como se le había ordenado. Inti le presionó la espalda contra la pared con firmeza; Esther apretó los labios y aguantó la acometida sin quejarse, sintiendo cada rugosidad del muro clavándose en su mejilla. Tanto quería satisfacer al Amo que siguió incrustada de esa manera, aun cuando Inti aflojó la presión y retiró finalmente la mano.

—Más abiertas las piernas—indicó él, con frialdad, al tiempo que volvía a coger la fusta para corregirle la postura—eso es.

Inti retrocedió unos pasos para contemplar su obra: aquella cruz de carne y hueso--¡y qué carne!—formada por la mujer, desnuda y marcada contra la pared, con los miembros estirados apuntando en aspa. Asintió con un mínimo movimiento de cabeza, agitado por la excitación, y no pudo evitar esbozar una amplia sonrisa.

—Precioso, perra—masculló con deleite—espero que seas capaz de mantenerte quieta en esta posición.

Jen se adelantó y le dijo algo en voz baja. Inti se apartó de Esther y le respondió en un tono que ella no pudo oír. Lo que sí escuchaba Esther era la densa respiración de Alex, quien se había vuelto a apostar en el escritorio-- a juzgar por el lugar de donde venía el sonido de su aliento-- y la observaba desde allí, agazapado como un gato grande y negro. Esther no podía verle, pero podía sentir sus ojos clavados en la espalda con plena claridad, como dos taladros que la perforaban.

Sintió unos suaves pasos que se acercaban a ella.

—Esther…--de nuevo Jen estaba detrás, hablándola al oído. Había extendido su brazo y apoyado la mano contra la pared por encima del hombro de la chica, formando una especie de guarida íntima para los dos--¿Estás bien?

—Sí, Amo…

El vaciló un instante, como si fuera a decir algo, pero en el último momento cerró la boca. Se inclinó sobre el cuello de Esther, flexionando ligeramente el brazo que mantenía haciendo fuerza contra la pared, y besó levemente su mandíbula.

—¿Estás preparada?—le preguntó al oído.

Apartó el cabello de Esther, despejándole la nuca, y la besó con dulzura en el cuello una, dos y tres veces. Mantuvo unos segundos sus labios apoyados en la cálida piel, justo detrás de su oreja, aspirando su olor.

Esther se derritió bajo el contacto cálido del Amo más afectivo de los tres. Inmediatamente, sin embargo, imaginó la contundencia de la toalla mojada y cerró los ojos con fuerza. Nunca había recibido un golpe con algo así, y no sabía si sería capaz de resistir lo que le esperaba. Temía desfallecer, estaba muerta de miedo por eso y por el desconocido dolor que le aguardaba.

—Sí, Amo, estoy preparada—se obligó a contestar. Ya no lloraba, ni siquiera tenía aliento para eso.

--De acuerdo…

Con un último beso de despedida, Jen se separó de ella y caminó hacia el centro de la habitación, donde estaban los “enseres” de castigo que no se hallaban desperdigados por doquier.

Esther temblaba de la cabeza a los pies, y a medida que Jen se alejaba su temblor se volvió violento, sacudiendo su cuerpo desnudo e indefenso aunque ella se esforzaba por mantenerse inalterable.

Escuchó el sonido de la toalla al ser sumergida en el cubo: un chapoteo de enorme cola de pez y luego un “blopblop” como de algo muy pesado hundiéndose en el agua.

Segundos después, oyó los chorros de líquido que la toalla soltaba al ser escurrida sobre el cubo lleno, al principio potentes, luego apenas una fina salpicadura.

Jen escurrió la toalla enroscándola sobre sí misma con todas sus fuerzas. Cuando le pareció que estaba empapada pero no goteante, enrolló parte de la pesada tela en su mano derecha y la movió en el aire. Se escuchó una especie de silbido pesado que le hizo a Esther desear no estar allí.

La chica comprobó con horror que no era capaz de controlar su temblor. Le parecía que casi brincaba contra la pared; sollozaba ya sin lágrimas presionando fuerte la mejilla contra aquellos grumos, clavándoselos, apretando los dientes para no gritar. Estaba aterrada.

Jen tomó impulso con el brazo, se alejó de la mesa para prevenir posibles “accidentes” y describió tres amplios círculos con la toalla mojada en el aire. Lo hizo rápidamente, valorando la fuerza que imprimía; quería estar seguro del impacto que aquello iba a causar sobre el cuerpo de la chica.

Le parecía un castigo de vestuario militar, sinceramente, demasiado severo para una niña de papá que no había recibido castigo corporal jamás en su vida. Le había quitado a la toalla todo el líquido que había podido, pero aun así ésta era un artefacto tremendamente pesado en sus manos; quizá por la tela de rizo la toalla había chupado agua a mansalva. La agitó un par de veces más en el aire, dubitativo.

Esther se preguntaba por qué demonios el tormento no comenzaba aun. No sabía si soportaría los azotes, pero lo que desde luego no podía aguantar más era la despiadada dilatación de su espera. A pesar de que no se acordaba de dios para nada, nunca, comenzó a evocar una oración—de las pocas que recordaba—en su mente, una y otra vez. Respiró hondo y cerró los ojos.

—Voy, Esther—escuchó con claridad resoplar a Jen, a una distancia de un par de zancadas.

Tras dos segundos interminables de latencia, el silbido denso cortó el aire y la toalla se estrelló contra la cadera derecha de Esther, bajando en diagonal sobre la hendidura entre ambas nalgas y terminando en su muslo. Aunque Jen había puesto cuidado, la fibra empapada dejó a su paso una estela amplia e irregular, sobre todo contra la piel relativamente intacta en la cintura y el muslo de Esther. El golpetazo, húmedo como una lengua fría, difuminó las gotas de sangre que la fusta de Inti había hecho salir.

Esther no pudo evitar que se le rompiera un grito en la garganta, de dolor y sorpresa, al sentir el impacto. El embate había sido "lento" y medido, pero también contundente hasta el punto de desplazarla en la pared y con ello deshacer la posición en aspa que al minuto ella trató de recuperar.

—No hace falta que los cuentes esta vez—le dijo. Realmente la compadecía—No quiero que los cuentes, ¿entendido?—se corrigió. Empezaba a conocer un poco a Esther y supo que ésta haría cualquier cosa por ser correcta ahora, aunque no tuviera orden expresa. Y no quería oír su voz después de aquellos golpes, no quería escucharla, porque si lo hacía no estaba seguro de poder seguir adelante con aquello.

—Entendido, Amo—sollozó ella, cuadrándose contra la pared para absorber el siguiente toallazo. Ahora que sabía la fuerza con la que la toalla impactaba, se apretó contra la pared todo lo que pudo intentando fijar en ella las palmas de las manos, como si fuera una réplica femenina de “El hombre araña”.

Jen blandió la toalla con mano “tonta” y la dejó caer de nuevo, esta vez hacia el otro lado. El golpe fue claramente sonoro, pero no dolió tanto como el primero y ella apenas se movió, aunque la toalla dejaba a su paso una huella fría y correosa.

Respiró, discretamente aliviada por no tener que contar los azotes, ya que elevar la voz le hubiera supuesto un gran esfuerzo debido a la ansiedad creciente que sentía. Quizá por el frío de los golpes y la humedad que quedaba en su piel comenzaron a castañetearle los dientes, aunque eso también le había pasado alguna vez estando muy angustiada.

Jen le dio sus cuatro con extremo cuidado: la postura y el aspecto de Esther le indicaban que ésta estaba llegando a su límite. Podía escuchar a la perfección la tiritona de la pobre chica en el silencio de la habitación. Se esforzó al máximo en la puntería, esquivando las zonas más problemáticas, y en calcular la fuerza de su brazo. Dio una vuelta más a la toalla en su mano para colocarse más cerca y moderar la intensidad sin el mínimo margen de error. Hacía gemir y moverse un poco a la perra—hasta una caricia le hubiera dolido en aquellas circunstancias--, pero no bailar contra la pared.

Lanzó la toalla lejos de él cuando hubo terminado y ésta cayó al suelo con un sordo chapoteo. Caminó la poca distancia que le separaba de Esther y volvió a flanquearla desde atrás, esta vez con ambos brazos.

—¿Bien?—le preguntó en un susurro.

Ella asintió contra la pared.

—Sí, Amo—jadeó.

—Mírame—murmuró Jen a la mata de pelo revuelto, con suavidad.

La chica giró la cabeza despacio. Los músculos de su espalda y cuello protestaron cuando lo hizo, con lo que ella fue consciente de lo contraídos que permanecían. Se obligó a enfrentar los ojos ardientes a los de Jen, quien se inclinaba sobre su hombro derecho, muy cerca de su rostro y casi a punto de rozarle la mejilla con la punta de la nariz.

--Te quiero, nena—susurró allí, contra su piel.

Esther contuvo la respiración.

—Ya queda muy poco…--continuó Jen—ya está casi terminado.

La chica exhaló violentamente el aire contenido en sus pulmones.

—Gracias, Amo—murmuró con voz temblorosa, bajando los ojos. Aún no podía asimilar lo que acababa de oir.

Jen sonrió con cierta amargura, rozando con sus labios la piel de Esther, y lamió una lágrima aislada que rodaba mejilla abajo cruzando el rostro de ella.

--Gracias a ti, pequeña—beso sutilmente su oreja, antes de alejarse.

Las piernas de Esther flaquearon contra la pared. Necesitaba creer a Jen, tenía que creerle.

—¿Qué vas a hacer, Alex?—preguntó desabridamente Inti. La voz del hombre rubio le hizo a Esther volver a la realidad--¿Vas? ¿O dejarás pasar tu turno como la vez anterior?

El aludido replicó con brusquedad, sin moverse de su sitio.

—No pienso usar esa mierda para golpearla, si te refieres a eso—dijo.

—Oh, pero, ¿qué te ocurre?—inquirió Inti. No entendía muy bien la reticencia de Alex, él no era intuitivo como Jen.

—¿Qué me ocurre?—gruñó Alex, poniéndose en pie bruscamente, casi saltando del escritorio. Por un momento pareció que iba a abalanzarse sobre Inti—esto no es lo que yo entiendo por “usar” a la perra, supongo. De hecho, entre el enano y tú la estáis dejando inutilizable…

—Eh, eh—le cortó Inti—yo respeto tu punto de vista sobre esto y tus gustos; si quieres bajarte del carro me parece muy bien pero ahórrate la charla moralista, ¿vale?

Esther tembló contra la pared. Le parecía que a sus espaldas se había desatado de pronto un enfrentamiento entre leones, leones que habían perdido por un momento conciencia de la presencia de ella allí.

—¿Vas a azotarla o no?—preguntó Inti, secamente, mirando impertérrito a su compañero.

—¡Pues claro que no!—bufó Alex, dando un paso atrás con gesto de repugnancia—con tener que ver esto ya tengo suficiente.

—Nadie te obliga a presenciar nada.

Alex meneó la cabeza y se apoyó de nuevo contra el escritorio.

—Alguien tiene que velar porque no se os vaya la mano—repuso sin más, afianzando su posición sobre el mueble.

—¿Para que no se nos vaya la mano?—Inti se giró y se agachó para coger la toalla, sumergiéndola el cubo sin dejar de mirar a Alex, meneando la cabeza—ésa sí que es buena—farfulló, apretando la tela entre las manos para escurrirla.

Exprimió la toalla durante menos tiempo y con menos ahínco que Jen, por lo que cuando terminó ésta aun chorreaba un fino hilo de agua. Se aproximó despacio a la temblorosa Esther, dejando un rastro de goterones a su paso; ella parecía querer fundirse con la pared, mimetizarse con ella, de tan fuerte como se apoyaba.

—Prepárate, perra—le dijo, alargando la mano para recorrer con el dedo índice su espalda—porque te voy a hacer chillar.

A Esther se le rompió la voz en un sollozo cuando fue a responder. Se sentía desesperada porque le parecía que, hiciera lo que hiciera, no había actuación por su parte que la posibilitara llegar al corazón del Amo Inti ya no para ablandarlo, sino siquiera para que éste la estimara.

--Sí, Amo…--repuso, y contuvo la respiración para reprimir un acceso de llanto.

--Escúchame—Inti acariciaba de arriba abajo la espalda de Esther , hundiendo la punta de su dedo entre vértebra y vértebra—yo sí que quiero que los cuentes, y que agradezcas cada uno de los azotes por el tiempo que estoy perdiendo aquí contigo, enseñándote, educándote para ser una buena perra.

Hablaba en voz baja, remarcando las palabras pausadamente, pero su tono dejaba adivinar la ansiedad que se esforzaba en contener.

—Lo entiendes, ¿verdad, Esther?

Ella se estremeció como siempre que él la llamaba por su nombre.

—Sí, Amo…

Escuchó como Él sonreía a su espalda.

—No seré suave—continuó—dime por qué. Quiero asegurarme de que lo tienes claro.

—Porque falté al respeto al Amo Alex—sollozó—y a Usted, por desobedecerle…

Inti asintió y presionó levemente con la mano entre las escápulas de Esther.

—Esa conducta fue inaceptable—le dijo—pero sobre todo no tuvo ningún sentido, ni en ese momento ni de ahora en adelante, si quieres seguir aquí. Y eso es lo que quieres, ¿no?

—Sí, Amo…—se obligó a responder.

—Vale, perra. Has aprendido la lección, entonces.

—Oh, Amo, sí… no lo volveré a hacer nunca.

Inti apartó la mano de ella y retrocedió unos pasos, apretando la toalla empapada entre sus manos.

—Eso está bien. –replicó—No soy tan malo: si te portas bien te haré cosas húmedas de esas que tanto te gustan cuando esto acabe, y hasta puede que empuje un poco…porque tengo ganas—se sonrió con suficiencia--… pero ahora voy a fijar lo aprendido en tu mente, para que no se te olvide.

Levantó el brazo para descargar un fuerte golpe, apuntando a la parte baja de la espalda de Esther, pero la voz de Alex le detuvo en seco.

--Espera, espera un momento—dijo éste, levantándose precipitadamente de su lugar en el escritorio—quiero hacer algo con mi turno antes de que empieces tú…

Inti se giró, visiblemente molesto por la interrupción, y miró a Alex con gesto interrogante.

—¿Algo?—inquirió—tu turno ya ha pasado.

Volvió a fijar los ojos en Esther, quien desde luego no se atrevía a mover un músculo ni mucho menos a girar la cabeza, aunque éste fue su primer instinto cuando escuchó que Alex se levantaba. Inti resopló con hastío y volvió a levantar el brazo, pero Alex se situó detrás de él y le sujetó la muñeca por encima de su cabeza, inmovilizándole y haciéndole soltar la toalla.

Jen observaba la escena tenso de repente; intuía desde hacía tiempo que Alex tarde o temprano iba a reaccionar, pero no se imaginaba que lo haría de aquella manera tan directa.

—¿Qué coño haces?—gritó Inti, zafándose violentamente. La toalla empapada se estrelló en el suelo con un sonoro “PLAC!” y dejó una marca de agua sobre el parqué, justo encima del charco que formaban las gotitas que había chorreado.

—Mi turno no ha pasado—la voz de Alex era fuerte y clara—tú aún no has empezado, todavía me toca a mí.

Apartándolo a un lado, salvó la distancia que le separaba de Esther; la rodeó con los brazos por la cintura desde atrás y la estrechó contra su cuerpo. Ella se estremeció al sentirle tan cerca de golpe: la respiración de él reverberaba en su espalda a través de su torso desnudo.

—Tranquila… no te voy a azotar—le dijo, esforzándose al máximo por que su voz sonara suave en el oído de la perra.

Ella podía sentir claramente la piel de él sobre su espalda. Temblaba bajo su cuerpo como una hoja, habiendo rebasado ya con mucho lo que creía que era su límite.

En ese extraño limbo regido por su pensamiento más arcaico, deseó que él la abrazara fuerte, lo más fuerte que pudiera aunque la dejara sin respiración. Se forzó a mantener los brazos elevados, apoyados contra la pared, aunque ya le hormigueaban desde hacía rato.

—Ven aquí…—murmuró Alex, atrayéndola hacia sí y despegándola suavemente de la pared.

Ella dudó un momento, pues no quería contravenir una orden de Inti. Pero tampoco quería resistirse a Alex, y al fin y al cabo parecía que el más duro de sus Amos había aceptado, aunque a regañadientes, que era su turno. Así pues se dejó llevar por Alex, incapaz de deshacer del todo la tensión de sus brazos y piernas; él la arrastró hasta el centro de la sala y la ayudó a recostarse sobre el sofá.

—Túmbate—le dijo en un susurro. Se sentía rudo y torpe, con aquella flor de cristal en las manos. Lo último que quería era hacerla daño, pero en el estado en el que se encontraba Esther eso era muy difícil de evitar.

De hecho, ella sofocó en el último momento un aullido de dolor nada más apoyarse sobre la mullida superficie. Su culo, inflamado y maltratado como nunca, lanzaba chispas iracundas con el más leve contacto.

Alex observó el movimiento de Esther sobre los cojines: la chica se había sacudido como una culebra esquivando el dolor, luchando sin embargo por suprimir la evitación y tumbarse boca arriba para satisfacerle…

—Puedes echarte de lado—concedió, sentándose en el borde del sofá, más o menos a la altura del estómago de Esther.

En verdad se sentía un monstruo por permitir que un ser humano padeciera de aquella forma, a la par que un sádico y un cerdo por—oh sí, tenía que admitirlo—haber llegado a disfrutar con su sumisión en algunos momentos de la noche. Pero ya era demasiado: una cosa era someter y otra el sufrimiento que veía en Esther, fuera ya de todo contexto a su parecer.

—Gracias, Amo…

Ella respiró aliviada y se giró sobre el flanco derecho, mirando hacia Alex.

Éste la contempló unos segundos, bloqueado. Consiguió extender la mano para secarle los ojos, ardientes de tanto llorar. Los párpados de la chica estaban hinchados, parecían en carne viva. Guiándose por un impulso primario, sin pensar demasiado, Alex se inclinó sobre Esther.

--Cierra los ojos…--le dijo, pero ella ya lo había hecho. Estaba agotada, fatigada, con las fuerzas a punto de abandonarla, supo Alex. Muy despacio, Él besó su párpado izquierdo con toda la ternura que sentía, y a continuación hizo lo mismo con el derecho.

—Gracias, Amo…

—Shhh… descansa—le dijo, y su voz fue como el sonido del mar en calma—si realmente soy tu Amo, descansa conmigo ahora.

Alex ayudó a Esther a acostarse en el sofá, pero tiró de ella hacia arriba en cuanto vio el gesto de dolor que hizo ella al sentarse.

—Ven…--le dijo, casi tomándola en brazos a pulso.

El chico se sentó en el sofá y, lo más suavemente que pudo, colocó a Esther boca abajo sobre sus rodillas, como cuando la habían azotado con la mano. Ella acató sin objeciones la posición, preguntándose si Alex habría cambiado de idea sobre no castigarla.

—Esta postura te aliviará—murmuró él—al menos no te apoyas.

—Gracias, Amo…--murmuró ella suavemente, tratando de girar la cara para mirar a Alex.

Pero él no la dejó mover la cabeza. Súbitamente, la sujetó por el pelo presionándole la cara contra el sofá, sin hacerla daño pero con mano firme.

—¿Soy tu Amo, de verdad?—preguntó con súbita brusquedad.

Esther tembló levemente, excitada de golpe por el tirón de pelos y la presión de su cabeza contra la tapicería que olía a sofá viejo.

—Soy suya…--jadeó. Al decir aquello se sintió muy fuerte y vulnerable a la vez, y muy húmeda de pronto.—soy suya, Amo.

—Bueno…--rezongó Alex—pues si eres mía… te voy a dar mi castigo.

Oh.

Esther culeó levemente, no pudo evitarlo. Aguardó, con el corazón a mil, temerosa pero caliente al mismo tiempo.

--Cuatro minutos de placer—Alex le apartó el pelo del cuello y se acercó a ella—sin poder correrte, eso sí. ¿Crees que aguantarás?

Esther se mordió fuerte el labio.

—Espero que sí, Amo…

Inti observaba la escena, anonadado.

—Voy a por una coca-cola—dijo, levantándose y saliendo hacia la cocina. No le apetecía nada ver cómo se lo montaban esos dos.

Jen, sin embargo, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, apoyado contra la pared, mirando a Esther y Alex con interés. Pareció que Alex iba a decirle algo, pero finalmente bajó la vista hacia el cuerpo de Esther, mirada anhelante, y no pudo evitar olvidarse de todo lo demás que había en la habitación. Se miró las manos, otra vez las palmas hormigueaban calientes, pronto necesitaría tocar para calmar esa desazón.

Al otro lado del pasillo, en la cocina, se escuchó el ruido que hacía Inti abriendo y cerrando armarios.

Alex se insalivó a conciencia los dedos en la boca. A continuación separó las nalgas de Esther y vertió entre ellas también un poco de saliva. Acarició con la palma de la mano la vulva de la chica y comprobó que la piel se le empapaba.

—Qué dulce eres, Esther.

Ella cerró los ojos y gimió, dejando ir a sus caderas al sentir aquel contacto.

—Venga… cuenta mentalmente, vamos…—la espoleó Alex, tamborileando entre sus muslos con las puntas de los dedos tras mirar su reloj—son cuatro minutos, perrita.

Ella empezó a contar y él a jugar con sus manos, parecía que con deliberada pereza. Al principio Esther aguantó bien, pero ya hacia el final en el último minuto jadeaba y movía las caderas buscando contacto, queriéndolo más profundo, más rápido. De hecho sollozó cuando esos dedos salieron de su interior y se retiraron, ¡no era justo...!

—Vale, pequeña, ya está…

Oh, no… por favor, no…

—Gracias… Amo…—La voz de Esther se quebró al decirlo.

--Dios sabe que ahora mismo no me apetece parar…--gruñó Alex, moviéndose excitado contra el vientre de ella.

—Si no te apetece, no pares—Jen rompió el silencio de las cavilaciones de Alex y se encogió de hombros. Desde que se fue Inti a la cocina no se había movido del sitio que ocupaba contra la pared—es tuya, ¿no?—añadió, señalando a Esther con la barbilla.

—Oh…pero no me apetece darla con el dedito, amigo.

Jen se rió.

—Ya… bueno, tú mismo.

Inti regresaba ya de la cocina. Suspirando, se sentó en una esquina del escritorio, sujetando entre las manos un vaso lleno de la bebida que había ido a buscar.

—No…--resopló Alex, sin desviar los ojos de Esther—no, ahora no. No aquí ni así. Quiero que acabe el castigo.

Jen asintió, e Inti le miró con gesto de no entender.

—Bueno, por mi parte quisiera continuar donde lo dejamos, ¿te parece bien, Esther?— dijo este último. Estaba claro que la pregunta era una ironía, y que daba exactamente igual lo que ella respondiera—en cuanto me lo permitan sus majestades aquí presentes, claro está.

—Te aconsejaría que no la hicieras levantarse ahora—le dijo Jen—si me lo permite… su graciosa majestad.

—Eso no es problema—sonrió Inti—puedo azotarla tumbada, así tal y como está. Pero, Alex—añadió girándose hacia éste—yo que tú me apartaría.

(Continuará)