Por una habitación -15-
Castigo
No la habían tocado aún y ya resbalaban las primeras lágrimas por las mejillas de Esther, rodando hasta quedar pendiendo de su barbilla justo antes de caer al suelo como pequeños diamantes. Contuvo el aliento, decidida a aguantar y a no sollozar, cogió los dados, los agitó un par de veces en su puño y los tiró. Los cubos tamborilearon un instante sobre la mesa y finalmente se detuvieron, mostrando con rotundidad el veredicto en las caras superiores.
—Vaya, no está mal—observó Inti enarcando una ceja.
Un dos y un dos. Cuatro. Podía haber sido peor, mucho peor.
Ocho objetos, cuatro veces cada uno sobre el cuerpo de Esther. Usados por cada uno de los tres Amos que la poseían. Esther fue incapaz de realizar en su cabeza la operación que le diría cuántos azotes iba a llevarse en total aquella misma noche.
—Eso son noventa y seis azotes—Alex sí lo había calculado. La alteración que sentía le hacía hablar con una especie de tono burlón—son demasiados, ¿no crees?
—Son los que son de acuerdo a lo pactado—replicó Inti sin mirarle, comiéndose a Esther con los ojos. Había pasado del desprecio absoluto a, súbitamente, disfrutar paladeando el sufrimiento de ella como un niño saborea un dulce—Esther también tendrá algo que decir, ¿no? Al fin y al cabo, ella es quien decide…
Alex se debatió entre respetar a Esther y callarse o gritarle a Inti lo que pensaba. No quería hacerle daño a ella, de ninguna de las maneras. Por una parte su “yo” de toda la vida no podía permitir que sucediera lo que iba a suceder. Por otra parte, aún seguía chocado por la cara de Esther, por sus ojos y por cómo les había mirado al entrar, apenas levantando la cabeza. Se había dado cuenta de que, para bien o para mal—y no comprendía cómo—la chica se había puesto en manos de ellos, se había entregado por completo de forma aparentemente irracional.
¿Irracional? A lo mejor no tanto. A lo mejor ella había tomado la decisión tras valorar sus opciones a través de un proceso mental.
¿Qué podía llevar a una persona a llegar a ese tipo de conclusión y a acatar algo como eso? Al momento apartó esta pregunta de su cabeza; formularla era como asomarse a un pozo oscuro, sintió vértigo. Vértigo, y otra cosa… algo que le llamaba y tiraba de él hacia abajo; algo que sentía que si lo miraba, si se dejaba llevar, le haría precipitarse al vacío aunque no hubiera red.
Lo que caía por su propio peso, en cualquier caso, era que Esther hacia aquello porque realmente deseaba hacerlo, y estaba donde deseaba estar, por mucho que esto le diera escalofríos a quien fuera. Y no sólo escalofríos de inquietud o preocupación.
.Esa decisión, entregarse, era un despropósito por parte de Esther, una locura, un error; quizá de un momento a otro se le caería el velo de los ojos, como ya le había sucedido alguna vez antes, pensaba Alex.
O quizá no.
Qué hacer. Tal vez… si le gritaba a Inti que aquello era una animalada, intentando proteger a Esther, estaba destrozando ese "regalo" que ella le estaba ofreciendo, a él y a los otros. Quizá él no tenía derecho a hacerlo.
Pero no quería ni pensar en golpearla, es más, sabía que no la iba a golpear… y desde luego no iba a poder soportar ver como otros la agredían, por mucho que ella consintiera.
Inti era cruel. Vale que hubiera que disfrazar de castigo la nueva oportunidad para Esther, pero aquello iba a ser como hacerla cruzar descalza sobre un puente de cristales rotos, a juicio de Alex. No había necesidad de hacer algo así. No, decididamente no sabía cómo pero tenía que impedirlo, no podía permitir que la tocaran. Un azote erótico con la mano era una cosa, un varazo con saña otra muy distinta. Al cuerno el pacto de mierda, Esther no era masoquista que él supiera. Tenía el corazón a mil.
Inti se incorporó, cogió la vara de la mesa como si hubiera oído los pensamientos de Alex y volvió a sentarse. Jugó con la caña entre los dedos durante unos segundos, palpando cada nudo, examinándola con ojo crítico. Cuando se cansó de hacerlo, estiró el brazo y rozó con la punta de la vara la barbilla de Esther, presionando levemente hacia arriba para que ella levantara la cabeza.
—¿Qué dices, Esther?
Punteó con intensidad, en diagonal, contra el mentón de la chica y le hizo torcer la cabeza hacia un lado. Esther cerró los ojos y jadeó.
—¿Te quedas o te largas? Vamos, márchate ahora, puedes marcharte.
Jen se movió sobre el sofá, maldito Inti. En realidad se le había puesto dura en un momento al contemplar la indefensión de Esther, y al imaginarse su lucha interior en ese momento. Respiró profundamente y se obligó a calmarse. Aquello aún no había comenzado y ya se encontraba al borde de su oscuridad personal. Ya la notaba palpitando debajo de la piel, quemándole y queriendo salir.
Esther lloraba, con la cara torcida, sintiendo la aguda y ruda punta de la vara clavándose en su mejilla.
—Me quedo, Amo…—sollozó, haciendo un esfuerzo supremo porque le saliera la voz—Acepto el castigo.
Jen exhaló.
Inti miró a Alex, hizo un gesto con la palma de la mano que le quedaba libre y sonrió significativamente. Luego miró a Jen, y apartó la vara despacio del rostro de Esther. Volvió a acomodarse en su sitio en el sofá y jugó de nuevo con la caña, girándola entre sus dedos, concentrando la mirada en las vetas sobre la madera.
—Esther—dijo entonces Jen, con súbito apremio—si es cierto que aceptas, quítatelo todo de cintura para abajo.
La chica se encogió un poco, azorada y sobrecogida por la súbita orden, pero en seguida obedeció quitándose la ropa. Sus nalgas desnudas temblaban, ya sin estar protegidas por capas de tela; sus piernas temblaban también ante el destino inminente que le aguardaba.
—Ahora vete al rincón. Ponte de rodillas, cara a la pared, y espera mientras deliberamos quién de los tres va a azotarte el primero, quien el segundo y quien el último.
Oh, se quería morir. Se tragó la vergüenza y se concentró en la humedad que había empapado de pronto la cara interna de sus muslos, sensación de la que de no había sido consciente hasta ese momento. La humillación de desnudarse ante los chicos había desencadenado en ella una excitación brusca; esto, unido al deseo, a la incertidumbre y al terror que sentía, conformaba una mezcla explosiva dentro del pecho de Esther.
Admiración,
¿necesidad?
apego,
algo de rabia.
Dependencia.
Mentiras y Verdades.
Todo era tan relativo, todas las ideas estaban tan cerca unas de otras que se tocaban a pesar de ser opuestas. En cualquier caso, lo que le daba verdaderamente miedo era naufragar otra vez.
Así que cerró los ojos, se atrevió a ser la perra de Ellos, y-- a pesar de estar aterrorizada por fracasar y por no saber lo que la harían--, disfrutó.
—Al rincón, perra. Y pon tus manos sobre la cabeza.
La perra obedeció la orden repetida y matizada con amabilidad. Se dirigió hacia el rincón, gateando, se colocó mirando a la pared y colocó sus manos como se le había mandado. Al levantar los brazos, la blusa y el jersey que aún conservaba puestos se levantaron también, mostrando más aún la desnudez de su culo si esto era posible.
Los chicos deliberaron en voz baja; hablaban en un tono inaudible para Esther pero ella sentía con total claridad los ojos de los tres, clavándose de cuando en cuando en su espalda, sus piernas desnudas, su culo. Transcurridos unos minutos que a ella se le antojaron siglos, la llamaron de nuevo a su lado.
Se giró y gateó hacia ellos, más concretamente hacia Jen que la llamaba con una mano extendida. Esther se colocó a sus pies y por puro instinto acercó la mejilla a la palma de la mano de él. Jen respondió al gesto sonriendo quedamente y presionando la cabeza de ella contra su muslo, a lo que ella no pudo evitar sacar la lengua y lamer, sólo con la punta, aquello contra lo que la mano de él la presionaba.
Jen sintió la humedad de los tímidos lengüetazos en la cara exterior de su muslo y se estremeció, moviéndose debajo de Esther, contra el rostro de ella. Su polla, caliente y dura como roca, también se humedeció y le mojó la ropa interior. Agarró a Esther por detrás de la cabeza con firmeza, tirándole del pelo, y le preguntó en voz baja:
—¿Quieres que te calentemos con la mano antes de empezar, perrita?
Esther jadeaba contra la pierna de Jen, irradiando vaharadas de calor que rebotaban una y otra vez de nuevo en su cara. “Cara de puta” pensó de pronto. “Cara de zorra viciosa”. Fantaseó con que de verdad merecía todo lo que iba a pasarle aquella noche… cómo lo temía, y cómo lo deseaba. Por fin lo tendría.
Quería que la azotaran. Quería que la escarmentaran. Quería que la besaran. Quería que la quisieran. Quería follar. Más concretamente, quería que se la follaran. Quería que los Amos le dieran algo secreto, algo que jamás hubiera conocido fuera de aquel piso.
—No lo merezco Amo Jen—respondió en un susurro libidinoso—pero creo que voy a necesitarlo…
Estaba tan cachonda que apenas podía moverse, pero no podía dejar de llorar porque seguía avergonzada. Bueno, llorar no era nada malo, estaba bien hacerlo allí, estaba perfecto, ¿no?
Jen le acarició la mejilla y le indicó que se sentara sobre sus rodillas. Él estaba posicionado en el centro del sofá, Inti se encontraba a su derecha y Alex a la izquierda, con la cabeza vuelta hacia la ventana.
Jen confirmó que el coño de la perra estaba empapado cuando volvió a sentir la humedad de ésta traspasándole la ropa, a los pocos segundos de tenerla sentada encima de él, sin bragas. Para colmo de males, la muy cerda presionó con su sexo hacia abajo, clavándose en su rodilla.
Separó suavemente los muslos de Esther con la mano, inclinó un poco la cabeza hacia la entrepierna de la chica y olfateo.
—Dios, perrita, cómo hueles…
A excitación. A miedo.
La rodeó con los brazos, le acarició la cara y le besó repetidas veces en las mejillas. Le recordó al oído la palabra de seguridad.
—Todo va ir bien—le susurró.
Ella tembló sobre las rodillas del Amo y éste, sin darle tiempo a más, la volteó hasta dejarla boca abajo sobre sus muslos, en el ángulo perfecto. La cabeza de Esther fue a parar al lado izquierdo del sofá y casi se da de bruces con la pelvis de Alex; éste se movió inmediatamente intentando esquivarla. Las manos de Inti se cerraron como dos cepos detrás de sus rodillas, inmovilizándole las piernas que caían extendidas en el lado derecho del sofá.
Dios…
¿Le parecía recordar que había soñado con aquel momento? Por fin sentía que estaba realmente tocando un ansiado límite.
—Tranquila…—Jen susurraba mientras acariciaba suavemente las nalgas de Esther—tranquila…
El primer palmetazo llegó de improviso, y fue más contundente de lo que Esther hubiera esperado viniendo de Jen. Arqueó la espalda y protestó; el cachete le picaba y le escocía de verdad sobre las marcas del cinto que aún conservaba, aunque ya se veían mucho más desvaídas. El siguiente azote fue casi inmediato y bastante más fuerte, y el tercero cayó fulminante arrancándola un sollozo.
Jen paró unos instantes, recuperó el aliento y volvió a acariciar las temblorosas nalgas que se agitaban, acobardadas, luchando por no esquivar su contacto. Ya comenzaban a estar calientes, como sus manos, y a coger un suave tono enrojecido por donde aún permanecían intactas. No quería hacer daño a Esther, pero tenía que prepararla tanto como fuera posible para lo que la esperaba a continuación. Por otra parte le encantaba lo que veía e intuía: ese dulce rubor perlado en su piel y ese disfrute secreto, respectivamente.
—Vale, Esther, estate quieta…--le propinó otro par de fuertes cachetes. Vale que le dió uno más de lo debido, pero bueno... lo hizo por algo.
La chica daba pequeños botes sobre sus piernas, no sabía Jen si para esquivar los azotes o para absorberlos. Se obligó a sí misma a respirar más despacio; no decepcionaría a sus Amos por nada del mundo, no dejaría pasar esta oportunidad, cualquier mínimo error no tendría cabida en el endurecido corazón de Inti, se temía. Tenía que aguantar. El castigo aún ni había empezado.
No era consciente de que estaba llorando a moco tendido sobre la cadera de Alex, con la boca abierta y gimiendo en voz alta, empapando de lágrimas la cintura de su pantalón y la piel de su estómago. Tampoco era consciente de estar retorciendo las piernas para zafarse del agarre de Inti, quien se incorporó y afianzó su posición para que ella no se le escapara.
Alex estaba más que tenso, levantando levemente la pierna que tenía más cerca de Esther para disimular una tremenda erección. Empujó la mejilla de la chica ayudándose de la rodilla, con cuidado, dirigiendo la cabeza de ella hacia su plexo. No quería que Esther notase lo dura que tenía la polla, no sabía si quería. Le parecía que cada vez pensaba con menos claridad.
—Va a haber que atarla—gruñó Inti, cerrando más los dedos en torno a las pantorrillas de Esther—si no será imposible…
Jen resopló, tratando de recuperar el aliento, acariciando la espalda de la perra por debajo de la ropa y satisfecho al comprobar cómo ella se sacudía en cada sollozo. De nuevo una violenta oleada de excitación amenazó con ganarle la partida.
—Levántate, perrita consentida—masculló, al tiempo que daba un golpe de caderas contra el vientre de la chica—tengo que dejar sitio al siguiente.
Enjugándose las lágrimas, llorando en silencio como una niña arrepentida, Esther obedeció. Jen hizo una seña a Alex y se levantó a su vez, para cambiarle el sitio.
Alex dudó un instante, pero finalmente se puso en marcha y ocupó el lugar de Jen, en el centro del sofá. Se sintió de pronto como cuando era niño y jugaba a “El Rey de la Montaña”.
Jen le ordenó a la perra que tomara de nuevo la posición para ser azotada, esta vez sobre las rodillas de Alex.
Éste estaba con el corazón a punto de salírsele por la boca. Le parecía que todo había ocurrido en un segundo, y bruscamente se veía en esa posición de dominancia, con aquella mujer indefensa esperando en sus rodillas, ofrecida y sumisa. Por una parte no podía concebir lo que estaba viendo; por otra parte sentía un horimigueo a la altura del estómago, y una excitación salvaje que para su horror iba en aumento.
Le aterraba dejar volar su imaginación. Había roto a sudar a mares y mantenía las manos en alto, sin querer tocar a Esther. Ella se preguntaba si tardaría mucho en empezar cuando violentamente sintió la energía que emanaba del cuerpo de él: calor. Fuego. Agitación. Él no la estaba tocando pero aun así se la transmitía.
Esther tomó aire y se relajó ostensiblemente sobre aquellos muslos duros. Confiaba en Alex. La había abrazado, la había hablado, la había besado… sabía que no quería hacerla daño. Qué irónico que, antes de conocer más de cerca a ninguno de los tres, hubiera sentido tanto rechazo precisamente hacia él.
Le escuchó respirar sonoramente por encima de su cabeza, y a continuación sintió el impacto suave de su mano, casi como una caricia en sus escocidas nalgas.
Alex se movió debajo de ella, inquieto. Ya le era imposible disimular su erección. Puso una mano en mitad de la espalda de Esther—su piel seguía echando fuego—y se apretó contra ella, elevando las caderas. La chica culebreó sobre él en respuesta a aquella presión inesperada.
Él volvió a azotarla. Un poco más fuerte.
—Pegas como una nena—comentó Inti con una sonrisa de suficiencia.
Alex le envió mentalmente a la mierda. Se mordió el labio. Era una delicia notar aquel cuerpo encima de él, tenerlo a su entera disposición.
Le dio lo que le correspondía finalmente con mano firme. Esther gimió y separó un poco las piernas e Inti sofocó una risita.
--Bien—dijo éste, levantándose rápidamente— Es mi turno.
Se colocó detrás de la perra y la agarró por debajo de los brazos, tirando de ella hacia arriba para forzarla a levantarse. Esther, paralizada por el terror, se dejó llevar por los brazos de él como un autómata.
—Levanta—la increpó entre dientes cuando ella tropezó, al ser arrastrada sobre el suelo.
De un puntapié distraído en el culo la hizo chocar contra la pared; no la empujó con demasiada fuerza pero Esther no lo esperaba. A la chica le dio tiempo a poner las manos para protegerse y se destrozó las palmas en el gotelé. No le dio tiempo a recuperar el aliento; Inti la inmovilizaba con las piernas y con un brazo, sujetándola contra la pared, presionando la parte superior de su espalda para mantenerla inclinada. Aseguró su posición aplicando más fuerza sobre el cuerpo de Esther y al instante comenzó a azotarla sin piedad, descargando la fuerza de su brazo estirado.
Cómo gritó ella, aunque sólo fueron cuatro.
Inti le dio los cuatro azotes seguidos, de una tacada, impávido ante sus gritos. La estaba pegando excitado, con intención, con deseo. Dios. Cómo deseaba volver a someter a aquella zorra, y desde luego se iba a asegurar de que esta vez el castigo fuera suficiente para desalentarla si realmente ella no estaba segura. Si realmente ella no tenía claro quién era y donde estaba.
Cuando terminó de azotarla, lo que ocurrió en muy poco tiempo, la empujó de nuevo para quitársela de encima y la dejó caer sobre el sofá, para luego volver a sentarse en su sitio tranquilamente.
—Levántate y colócate como estabas—le dijo con tono de desprecio, mientras se acomodaba. Le dolía y le ardía la mano con la que la había pegado.
Gimoteando, ella volvió a ponerse a cuatro patas, sorbió fuerte por la nariz y caminó hacia sus Amos, con el culo ya caliente. Se detuvo a los pies de Jen, agachó la cabeza y esperó, temblando.
Jen la llamó y le pidió el primero de los objetos: el cepillo de pelo. Era un cepillo ancho de forma rectangular, hecho de plástico gris, con un mango liso y suave. Cuando Esther se lo entregó, él lo sopesó en sus manos durante un momento y le ordenó adoptar la posición sobre sus rodillas.
Le dio sus cuatro con moderación, pero bien dados y bien repartidos. Joder, cómo se le iba a poner el culo a la pobre perra. Le pareció en un principio que debía contrarrestar la fuerza de Inti, pero no pudo evitar darla sonoramente: el choque del cepillo contra la carne era algo muy dulce de oír.
Alex sintió un chorro de energía corriendo por su brazo cuando cogió el cepillo que Jen le tendía. Posicionó a la perra con torpeza sobre sus muslos, como la vez anterior. De nuevo la sintió alterada y cachonda, boqueando en la entepierna de Jen como una perra salida. Para colmo había vuelto a abrir las piernas, mostrándole sin recato sus pétalos tiernos en flor. Sin poderse contener, estrelló el cepillo de pelo directamente contra su coño.
Esther se encabritó como si le hubiera dado una descarga eléctrica. Alex la sujetó, gruñó y le propinó unos buenos azotes con el cepillo, esta vez en el culo. Sin llegar al salvajismo de Inti, la había dado con entusiasmo.
—Abre la boca—le dijo Jen a la perra, sujetándola por detrás de la cabeza contra su erección—mójame, perrita…
Esther se retorció sobre las rodillas de Alex y lamió los pantalones de Jen a la altura de su polla. A pesar de la tela sintió el grueso miembro de él con claridad, endureciéndose aún más al paso de su lengua. Jen jadeó.
—Vuelve a ser mi turno—festejó Inti—vamos, perra.
Se acercó a Esther, la agarró por las muñecas y tiró de ella con brusquedad hasta la parte de atrás del sofá, rodeándolo.
—¿Tendré que atarte o te estarás quieta?—le susurró al oído, presionando con una pierna el cuerpo de ella contra la parte trasera del sofá.
—Me… me estaré quieta, Amo.
La reclinó con rudeza, doblando su espalda sobre la parte de arriba del respaldo. Esther quedó con el culo bien preparado, las piernas estiradas y los pies apuntalados en el suelo. Apenas la tuvo en posición, Inti comenzó a azotarla de nuevo despiadadamente. La perra saltaba encima del improvisado reclinatorio por la fuerza de los golpes y chillaba como una condenada. Fueron cuatro, sólo cuatro; Inti mantuvo la cuenta con estricto rigor, y como siempre los había aplicado sin parar. Había sonado como una tormenta de plástico sobre carne, un sonido que jamás podría escucharse en otras circunstancias. Cuando cesó, el ambiente quedó cargado, denso, el silencio tan sólo roto por los sollozos de Esther.
Sin fuerzas para abandonar su posición, la perra puso ambas manos sobre sus nalgas. El dolor era considerable y por otro lado empezaba a notar un acolchamiento en ciertas zonas, como si comenzara a insensibilizarse. Lloraba de espanto, de dolor, pero sobre todo lloraba a lágrima viva porque…
(Era horrible para ella reconocerlo)
…Porque necesitaba a Inti, a su Amo, necesitaba que Él la quisiera. Sabía que Jen y Alex eran capaces de sentir afecto por ella, pero no sucedía lo mismo con Inti. Él no la quería, y ella no sabría si alguna vez lo haría, pero para Esther, sentirle allí con ella al menos era algo. Aunque sentirle fuera acompañado de dolor físico.
—Arriba, cielo.
Jen se había acercado desde atrás a la llorosa muchacha, y le acariciaba los temblorosos hombros que subían y bajaban sin control.
—Ven, a mis rodillas otra vez. A menos que quieras terminar con todo.
No, no. No quería.
Se apoyó en el brazo de Jen para caminar—éste se lo había ofrecido amablemente—y arrastró los pies de nuevo hasta el sofá, donde él se sentó en su sitio en el centro y ella volvió de nuevo a posicionarse.
—Creo que Alex está siendo muy bueno contigo—murmuró Jen, centrándole el culo suavemente sobre sus muslos—creo que deberías agradecérselo…
La perra levantó un poco la cabeza. Se había tumbado como las otras veces, sin pensarlo demasiado, con las piernas hacia Inti y la cabeza rozando el regazo de Alex. Le miró de cerca a éste durante unos segundos, aunque le miró el cuerpo, sin atreverse a ascender hasta la cara.
Vislumbró un pequeño trazo negro que se iniciaba en la línea alba, en la parte media baja de su abdomen y se perdía debajo de la cintura de sus pantalones; al parecer, Alex tenía algo tatuado en esa zona que ella no podía ver. Siguió bajando con la mirada y sus ojos chocaron contra el rotundo paquete que reventaba los botones del pantalón.
Alex extendió la mano torpemente para acariciarle la cabeza. Aún estaba como ido, sobrecogido por el sonido de los impactos del cepillo de pelo, pero cuando hubo querido reaccionar para parar a Inti éste ya había terminado.
—Vamos, perrita—la voz de Jen aleteó con ansiedad--agradéceselo…
Esther creyó saber lo que se le estaba pidiendo exactamente. Tímida, porque aún no estaba segura, rozó con los dientes la cintura del pantalón de Alex. Sintió que los músculos del abdomen de él se contraían. Su coño se mojó de nuevo; Jen le sujetaba los muslos abiertos así que tuvo que darse cuenta. Gimió entre lágrimas y se revolvió sobre él, excitada.
Clavó los dientes en la cintura de los vaqueros de Alex—dientes de yegua, de perra—y tiró con suavidad. Alex dejó de acariciarla un momento para acercarse más a ella, sin soltarla. La perra levantó un poco más la cabeza para que él se sentara cómodamente y cuando la volvió a inclinar lo hizo directamente sobre su paquete, presionada por la mano de él. La erección, ruda a través de la tela, se clavó en su mejilla. Notó su olor.
Jen comenzó a azotarla con la zapatilla de goma. Los azotes tenían gran sonoridad pero a Esther le pareció que no dolían tanto como los otros. Casi pensó que empezaba a disfrutarlos…
Sacó la lengua y lamió aquella roca que se recortaba debajo de los vaqueros de Álex. No podía verle la cara pero escuchó el gruñido entrecortado que emitió, igual que sentía con toda claridad cada estremecimiento del cuerpo de Él.
Deseó de pronto satisfacer a su Amo Alex, liberar aquel miembro y empezar a lamerlo, a mamarlo… pero no tenía permiso para desabrocharle el pantalón, así que continuó chupándole sobre la ropa, esforzándose por insalivar al máximo.
Sumergida en su excitación, le llegó lejana la carcajada de Inti.
—Es tan zorra que no puede contenerse…
Alex se sentía arder, muerto de ganas de agarrarle la cabeza a la perra y darle un buen pollazo aunque fuera con los pantalones puestos. Un pollazo en la boca, en la cara.
Joder.
Movió sus caderas con energía, incrustándose en los labios húmedos y abiertos de Esther. Ésta ahogó un gemido contra aquella cosa dura que empujaba.
—Lo siento, pero te toca—le dijo Jen, dándole unas suaves palmaditas en el culo a la perra para que esta le permitiera levantarse.
—Dale mi parte—masculló Alex, su voz rezumando animalismo—por favor, dale mi parte mientras me la come.
Jen sonrió y sacudió la cabeza.
—Habrá tiempo para todo, pero vale.
Sin más, cogió de nuevo la chancla que había dejado sobre la mesa y la blandió con celeridad sobre la agitada Esther.
—Espera…
Alex sujetó a la perra, se irguió un poco levantando las caderas y con la otra mano se desabrochó el pantalón y se lo bajó junto con los boxer. Volvió a sentarse, acomodando a Esther sobre él, y refregó su polla caliente y humedecida contra su rostro.
—Come...—le ordenó casi con urgencia.
La perra obedeció. Estaba loca por probar aquel manjar. Por encima de ella, Jen reanudó el castigo y le propinó los cuatro zapatillazos de rigor, restregándose de cuando en cuando contra ella, presionando el cuerpo de la perra contra el suyo. —No le muerdas—gruñó. Estaba insoportablemente excitado con todo lo que estaba viendo, cada vez más.
—Prepárate para lo que viene ahora, perra—le advirtió Inti a Esther, cuando Jen hubo terminado—yo no soy como estos dos maricones…
Sonrió abiertamente y se levantó.
—No te pondré sobre mis rodillas, no mereces ese honor.
Señaló con una inclinación de cabeza el escritorio que había contra la pared, detrás del sofá, y le hizo a Esther una seña para que fuera hacia allí. Ella se puso en pie, dejando a medias el trabajo que le hacía a Alex, quien suspiró con resignación.
Inti caminó delante de ella hasta el escritorio, disfrutando de cada paso.
—Colócate inclinada, perra—le dijo golpeando el tablero del escritorio— brazos, pecho y barriga apoyados en la mesa.
La observó unos instantes, satisfecho de lo que veía al parecer, y tomó la zapatilla de la mano de Jen.
La perra brincó de nuevo con la salva de azotes, pero ahora la superficie era dura y no absorbía sus rebotes. Le parecía que cada muesca en la madera del escritorio se clavaba en su vientre con cada zapatillazo. Restallaba la zapatilla y ella bailaba de dolor, pero estaba mojada, aún con el sabor de la polla de Alex en la boca y bajo el incuestionable dominio de Inti, sintiendo todo su poder. Poder que ella le había otorgado, le estaba otorgando, de eso se daba perfecta cuenta.
—Hay que darte más fuerte—susurró Inti antes de retirarse, dejando caer al suelo la zapatilla—yo diría que está empezando a gustarte…
Al ver que volvía a tocarle, Jen se levantó despacio del sofá y se acercó. Contempló las huellas de la zapatilla en color rojo rabioso sobre las marcadas nalgas de Esther. Parecía que un demonio hubiera bailado encima de ella, pateando su culo. Llevaba en la mano el siguiente objeto, que era su favorito.
—Yo creo que sí está disfrutando— aventuró, paseando de un lado a otro para contemplar a Esther desde diferentes ángulos—dejemos que lo pase bien un rato. Perrita —añadió, inclinándose sobre la cabeza de Esther—escúchame, ¿vale?
Ella asintió como pudo, sudorosa, bajo la repentina tenaza de la mano de Jen sobre su nuca.
—No vas a volver a hacerte daño, no vas a volver a castigarte nunca más. Para eso estamos nosotros. Lo entiendes, ¿verdad?
—Sí, Amo Jen…--sollozó esta contra la superficie de la mesa.
—Bien—Él acercó sus labios al cuello de Esther y la besó suavemente—pues si lo entiendes, cuenta ahora y agradece cada oportunidad de redimirte que voy a darte.
Por supuesto, esto Jen no lo decía en serio. Era su fantasía la que hablaba y no él. Esther no tenía, a su parecer, nada de qué redimirse… pero Jen intuía que quizá, una de las maneras de llegar a ella fuera bajarla a ese estado y hablarla desde ahí, como la niña mala y consentida que ella le ponía como una moto sentir que era, al menos en ese momento. Quizá desde la oscuridad más absoluta se podía ver algo de luz. Quizá en ese punto ciego estuviera la clave de su mayor placer.
Le propinó el primer palazo sin más dilación.
—Vamos, mi perra—la instó al ver que ella no respondía—cuenta y agradécemelo; cada vez que te azote y no lo hagas volveremos a empezar…
Le arreó otro desde el ángulo contrario, como dando un revés de tenis.
—Empieza a contar ya, perra.
—Uno…—sollozó Esther—Gracias, Amo Jen.
“PLAS!!
—Dos… gracias, Amo Jen.
Ella volvía a llorar a mares, llenando de lágrimas y mocos el tablero de la mesa.
“PLAS!!!!
—¡Tres!...¡Ahh!—un grito y de nuevo un sollozo—Gracias, Amo Jen…
Alex se giró en el sofá para contemplar mejor la escena. Observaba fijamente los movimientos de Esther al ser azotada, las suaves ondas que describía su cuerpo sobre el escritorio al absorber cada impacto con la pala. Comenzó a acariciarse lentamente, apretando los dientes para no dejar escapar un gemido.
—¿Te gusta, pequeña?—Jen se detuvo un segundo para recuperar el aliento.
“PLAS!!!!!”
--Cuatro… gracias, Amo Jen… sí, me gusta, a esta perra le gusta, Amo…
“PLAS!!!!!!!!!!!!!!!!!”
--Esa no es la intención…
Esther se retorció tras el último impacto, ese había ido de más. Dios. Le estaban rompiendo el culo de verdad. Joder. Ya apenas sentía el tacto del objeto que se estrellaba contra su piel, sólo sentía la contundencia del golpe y el calor expandirse.
—Tienes que ver la paja que se está haciendo la monja de la caridad, Esther…--se mofó Inti.
Y sí, lo de Alex ya era una paja en toda regla, más allá de discretas caricias. Apretaba su polla fuerte y movía su mano con velocidad, hacia arriba y hacia abajo, meneándosela con vehemencia. De nuevo la excitación se derramó en ríos por la cara interna de los muslos de la perra.
Arqueó la espalda. El borde de la pala había rozado su coño al impactar la última vez. Si volvía a sentir eso temió que podría correrse. Y no estaría bien correrse siendo castigada, ¿verdad? No sería muy correcto.
Apretó los dientes. No podía cerrar las piernas. Flexionó un poco las rodillas para esconder su sexo, pero el roce de sus pliegues la hizo volver a abrirlas al momento. Se corría. Dios. Jadeo, interrumpiendo el inicio de su orgasmo, y culeó contra la mesa sin poder evitarlo.
Aquel detalle fue demasiado para Alex, que ya se masturbaba a buen ritmo detrás de ella. Se levantó del sofá y caminó hacia Esther, deshaciéndose de pantalones y ropa interior por el camino. Jen se apartó a un lado para dejarle paso y le miró divertido.
Alex se detuvo junto a las encendidas nalgas y extendió una mano tensa hacia la cintura de Esther. La sujetó, la atrajo unos centímetros hacia sí y volvió a agarrarse la polla. Enchufó su miembro y lo restregó contra la nalga derecha de Esther; casi se derrama con sólo sentir el fuego que emanaba de allí. Comenzó a pajearse sin tapujos contra ella y se corrió poco después, descargando su leche sobre el trasero que estaban castigando.
El chorro caliente de semen escoció a Esther en la irritada piel, pero fue un maravilloso regalo que como perra supo apreciar. Gimió de placer mientras movía el culo en círculos, para salpicar y sentir en más lugares de su cuerpo el líquido caliente del Amo. Quería sentirse rebosada por él, llena de él.
Le limpiaron la corrida rápidamente con papel higiénico y los palmetazos fueron retomados sin tregua. Ella se esforzó por contarlos adecuadamente tal como se le había ordenado, y por controlarse: estaba allí, desnuda, castigada; estaba a punto de correrse sólo de verse a sí misma en ese estado. Pero le era imposible tranquilizarse con la huella caliente del semen que aún notaba entre sus nalgas.
Deseó abrir la boca y gritar “AMO” con todas sus fuerzas, llamando, pidiendo más.
Jen le dio nuevamente los azotes de Alex, para que este recuperara el resuello después de su orgasmo.
Para terminar, Inti le rompió la pala en el culo, desapasionada y salvajemente, como ya empezaba a ser habitual. De nuevo la hizo moverse, retroceder, culebrear, llorar y gritar. Y la idea de que los contara parecía haberle gustado, porque le ordenó a Esther que siguiera haciéndolo. Escuchar cómo ella decía su nombre entre gritos de dolor y placer le agitó tanto que tuvo que tocarse, aunque lo hizo sólo de pasada y con disimulo por encima de la ropa.
Reclinada sobre el escritorio, Esther esperó entonces a que Jen le hiciera probar la temida tabla de cocina. La pobre chica tenía los ojos fuertemente cerrados y veía el instrumento en su mente con toda claridad: la superficie ruda de madera sin tratar y surcada de vetas como si la hubieran arrancado en bloque de la corteza del árbol, su grosor de más del ancho de un dedo, el elegante mango que la remataba… La verdad era que el objeto había atraído su temor desde el principio, igual que el cinturón—por supuesto—y la toalla con el cubo de agua. Esos “instrumentos” la habían intimidado en lo más vivo nada más los vio.
Temblaba de miedo, desnuda de cintura para abajo sobre la mesa, aún caliente tras el castigo de la pala de ping-pong. Presentía que a partir de aquel momento iba a comenzar la zurra deverdad.
Sintió los pasos de Jen que se acercaban a ella desde atrás, y al minuto siguiente la caricia del cabello de él sobre la parte posterior de su cuello, cuando el joven se inclinó sobre ella.
—¿Qué tal, perrita?—le preguntó en voz baja, secándole con el dorso de la mano las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
Ella abrió los ojos, sin atreverse a mirarle.
—Bien, Amo...
Escuchó cómo Jen sonreía sobre su cabeza. Él la besó en la coronilla, se separó de ella unos centímetros y le acarició el pelo.
—Lo estás haciendo muy bien—le dijo, deslizando las puntas de los dedos en el cuero cabelludo de Esther.
—Gracias, Amo…
Ella no reconocía el susurro informe en el que se había convertido su propia voz.
—¿Realmente estás preparada para seguir?
Esther intentó colocarse más cómodamente sobre el tablero del escritorio y tragó saliva.
—Sí, Amo—sollozó—estoy preparada.
¿Deseaba que el dolor acabase? sobre todo deseaba ser capaz de aguantarlo, poder caminar libre a partir de aquel borrón y tratar de hacer viable la fantasía de pertenecer a aquellos hombres. No quería saber más allá de ahí, no quería indagar en el porqué de esa acuciante necesidad. Sólo era capaz de vivir el horror—el profundo fracaso—que supondría para ella no resistir.
—Bien…
Jen volvió a besarla, esta vez en la sien. Tomó la tabla de cocina que había dejado en el escritorio, junto al cuerpo de la perra, y se situó unos pasos más atrás. Analizó la posición de Esther desde ahí y estiró el brazo para rectificar unos centímetros la altura a la que quedaba su culo. Quería estar bien seguro de dónde impactaría la tabla, ya que era un instrumento bastante más pesado que la raqueta de ping-pong.
—Cuenta y agradece, perrita—le dijo antes de empezar, afianzando en sus manos el mango de madera—y procura no gritar, tenemos vecinos.
No. Se prometió y se juró a sí misma que no gritaría. Pero al primer azote lo hizo… aunque con la boca cerrada. Lloró de dolor y de impotencia. Quería a Jen, dios santo, ¿por qué? ¿Por qué sentía la necesidad de aquel dolor físico y a ratos emocional?
—Uno—lloró, rendida—Gracias, Amo Jen.
Se estaba volviendo loca, se dijo, a medida que sentía cómo el fuego de algo que no sabía cómo llamar inundaba su corazón. Amor, anhelo, calor. Estaba loca, era estúpida, ¿y qué?
Él le palmeó el muslo para tranquilizarla y murmuró una palabra de consuelo antes de blandir la tabla de nuevo.
Cuando Jen terminó con sus cuatro, alzó la vista y le hizo una seña a Alex. Éste ya se había puesto los pantalones y llevaba un rato observando la escena con una expresión indefinida. A la seña de Jen se levantó del sofá, donde se había apostado, y caminó despacio hasta el escritorio.
Sin mirar a Jen, Alex apartó el pelo de la cara de la desconsolada Esther. Observó que el tablero de la mesa bajo la boca de ella estaba lleno de mocos, lágrimas y babas.
—No hay por qué seguir con esto—le dijo al oído. Su voz estaba imbuida de tensión y tenía ese mismo tono extraño que Esther había escuchado en él, antes de ese momento—Por favor, pídeme que no lo haga, y no lo haré.
Inti, desde su puesto en la esquina más alejada—llevaba unos minutos dando vueltas por la habitación, fusta en mano--, chasqueó la lengua y pareció que iba a decir algo, pero en el último momento se contuvo.
--Amo—Esther respiró hondo. Su voz sonó ahogada, pues hablaba con la boca sepultada contra la superficie del escritorio—Amo Alex—rectificó inmediatamente—Usted ha sido bueno conmigo. Siento mucho haberle perdido el respeto y no lo volveré a hacer. Necesito ser castigada, necesito que Usted me castigue…
Alex dio un paso hacia atrás, como si estas palabras le hubieran impactado en plena frente.
—Por favor, Amo—suplicó Esther—por favor…
Jen dejó la tabla suavemente sobre el escritorio y rodeo éste para colocarse frente a la perra. Se sentó en el borde, junto a la cabeza de Esther y volvió a jugar con los dedos en su pelo.
—Gracias, cielo—murmuró en su oído con una sonrisa—por ser sincera y decirnos lo que sientes. Alex lo entenderá—al decir esto, levantó la cabeza y le lanzó a él una mirada significativa, sin dejar de sonreír—y lo sabrá valorar. Pídeselo otra vez, vamos.
La perra se retorció sobre la mesa.
—Por favor, Amo Alex, azóteme—gimió, sin apartar la cabeza del tablero—es lo que merezco.
—No me importa que me hayas hablado mal—Alex negaba con la cabeza, las palabras saliendo a trompicones—No creo que merezcas esto, no lo creo, de verdad... no creo que nadie merezca esto.
Le había cogido cariño a Esther sin poder evitarlo, a la velocidad del rayo, porque ésta le despertaba ternura. Ardía en deseos de soltarse, por otra parte, pero su conciencia se lo impedía, y eso que el deseo amenazaba con tomar forma hasta hacerse palpable dentro de él a pasos agigantados. Se sentía al borde de un precipicio al que se asomaba apoyándose sólo en las puntas de los pies, basculando sobre el vacío. No había nada que desease más que caer, olvidar todo lo que había aprendido hasta el momento y dar por fin un gran salto liberador, pero sentía cariño por Esther. Aquella niñata le importaba, y quería y debía mostrárselo de otra forma, no pegándola, ¿verdad?. Por mucho que ella insistiera en merecerlo.
—Amo, por favor…--rogó ésta con un hilo de voz—es lo que deseo.
—Alex, desea ser castigada—terció Inti con voz cansada—te lo está diciendo. Si tú no puedes hacerlo, yo lo haré por ti.
—Eso ni hablar…
Alex apretó los dientes y cogió la tabla de cocina. Sopesó el objeto entre sus manos y lo miró con un gesto entre odio, repulsión y lascivia.
“Están todos locos” pensaba “Maldita sea, yo el primero”.
Se sintió una mierda en el instante previo, cuando la madera cortó el aire, pero al segundo siguiente, con el estallido sobre la piel, sintió que cabalgaba sobre la cresta de una ola. La marea le engullía sin remedio en un remolino prohibido, tanta fantasía y deseo de pronto, tanta oscuridad... Qué caos tan sumamente tentador, en un mundo donde la resistencia, las palabras—salvo una palabra concreta--, la ética funcionaban de forma diferente.
La perra aulló.
—Uno… Gracias, Amo Alex!
—Creo que tienes que pedirle más…--murmuró Jen, quien no dejaba de acariciarla y besarla de cuando en cuando. Aún seguía apostado en el borde del escritorio, junto a la cabeza de Esther.
—Gracias, Amo Alex; más, por favor—sollozó la chica, de un tirón.
Cuando Alex terminó, Esther lloraba mansamente bajo la palma de la mano de Jen, que se apoyaba sobre la parte posterior de su cabeza.
—Me toca.
Inti arrojó la fusta al suelo con vehemencia, y sin mediar más palabra se aproximó rápido al escritorio. Pero—“salvada por la campana” pensó Jen, sin poder contener una risita—en el preciso momento en que Inti agarraba la tabla de las manos de Alex, sonó el teléfono móvil que llevaba en su bolsillo.
—Vaya, qué oportuno—masculló él, mientras sacaba el teléfono y miraba la pantallita iluminada por un resplandor verde—oh, tengo que contestar…
Dejó la tabla sobre la parte baja de la espalda de Esther, para horror de ésta, y se separó de ella unos pasos para contestar al teléfono.
—Ey, qué pasa—dijo en tono seco una vez descolgó—Bien, bien. ¿si estoy ocupado?— rio por lo bajo—sí, diría que sí, o con algo interesante entre manos, pero no te preocupes… sí, dime.
Alex retrocedió hasta el apoyabrazos del sofá y se dejó caer sobre él, extenuado. La perra se agitó sobre la mesa, nerviosa, al notar tanto movimiento a sus espaldas. Era difícil aguardar a la peor parte del castigo si ésta se postergaba… y los azotes de Inti eran, con diferencia, los peores. Soportar aquellos instantes se le estaba haciendo una prueba dura.
—Sí…--Inti paseaba por la habitación, hablando con calma—El reservado rojo sería cojonudo. No, ya sé, no importa que sea pequeño… ¿y qué hay de ese vino afrodisiaco que prepara el esclavo de Argen?... Simón, o Seomán… ¿cómo se llama?
Jen tensó por un momento los dedos entre los cabellos de Esther.
—Sí… entiendo—unos segundos de silencio mientras le contaban algo al otro lado—Anda, no me digas, ¿en serio?
Tras unos minutos más de conversación, Inti colgó el teléfono y miró a los demás con una sonrisa de triunfo.
—Ya me han confirmado el próximo evento—les dijo a los otros dos—dentro de dos semanas, en el local de Argen. He reservado un lugar especial para jugar con la perra, puedo contar con vosotros ¿verdad?
Jen asintió inmediatamente. No era la primera vez que visitaría el local de Argen, aunque había pasado mucho tiempo desde la última ocasión. Se alegraba de volver a hacerlo.
—¿Era B.O?—le preguntó a Inti. Le había parecido reconocer la voz grave cuya sombra había resonado en el auricular.
—Sí—asintió éste—y me ha dicho que vendrá un viejo amigo al que hace tiempo que no veo, una gran noticia en realidad…
—¿Quién?
—No le conoces—respondió Inti—se llama Silver. Pero os lo cuento con calma cuando terminemos, que ahora hay que darle a esta zorra lo que se merece… y tanto desea.
Se rio con crueldad y avanzó de nuevo hacia Esther. Pero ésta, lejos de sentir miedo, se había sentido llena de pronto. La frase que había dicho Inti daba vueltas en su cabeza:
“he reservado un lugar especial para jugar con la perra"
¿Significaba eso que Inti ya la consideraba otra vez Suya? El corazón le latía desbocado. Si eso era cierto, se sentía capaz de soportar azotes, correazos, latigazos, insultos y lo que fuera… Él la reconocía, tenía pensado llevarla a algún lugar “especial”, la aceptaba.
Inti le pegó tan fuerte que separó la tabla del mango, mango que por otra parte no debía de tener una fijación muy resistente pues no estaba diseñada la tabla para ser estampada sobre una persona. Nuevamente los cuatro seguidos, sin interrupción, en formato “tormenta”. Con el último azote el mango se despegó y la tabla salió despedida después de chocar con el culo de Esther, estrellándose con estrépito contra el parqué.
—Oh, joder, vaya mierda—maldijo Inti—cada vez fabrican peor estas cosas…
—Será que no se hicieron las tablas de cocina para azotar gente…--gruñó Alex arrellanado contra el sofá.
—¿Ah, no?—Inti se encogió de hombros con gesto burlón, antes de sentarse a su lado—vaya por dios, cuántos años de mi vida me he pasado equivocado.
Era momento de coger el cinturón y la perra lo sabía. Jen se levantó y se inclinó sobre la mesita frente al sofá para tomarlo en sus manos.
—Estás siendo muy buena, cariño—le dijo a Esther cuando volvió junto a ella—por mi parte te aseguro que tendrás una gran compensación, te lo prometo. Esto ahora... va a dolerte.
Dobló el cinturón en dos y se dio un ligero golpe con él en la palma de la mano.
—¿Lista?—preguntó.
—Sí, Amo…
—Agradece y cuenta, perrita…
Le aplicó los cuatro correazos con fuerza moderada. Le parecía que el culo de Esther necesitaba una pequeña tregua, sobre todo de cara a que sabía cómo se las gastaría Inti con ese útil en concreto.
Para Alex fue demasiado el trallazo del cuero sobre la indefensa piel. Soltando un exabrupto echó a andar hacia el cuarto de baño al fondo del pasillo.
—Se ve que es demasiado castigo para Mary Poppins—se burló Inti—en el fondo ya sabíamos que era un mierda, ¿verdad?
Se dirigió aparentemente a Jen pero dejó volar el comentario en el aire.
—Me ocuparé de su parte—dijo éste último, aferrando el cinturón doblado.
—No, por favor, descansa…—Inti sonreía con regocijo ante su presa—ya me ocupo yo…
Esther dio un respingo. De nuevo le obligaban a cambiar de posición.
—Levántate despacio, cerda maleducada—escupió Inti—de rodillas en el suelo, vamos.
Esther abrió los ojos. Los había mantenido cerrados la mayor parte del tiempo y ahora la luz de la habitación le hacía daño. Veía delante de ella unas pequeñas motitas azules que danzaban. Se agarró al borde del escritorio y con cierto esfuerzo, sintiendo dolor en cada parte de su castigado y anquilosado cuerpo, se arrodilló a los pies de Inti.
—Apoya el pecho en el suelo y levanta el culo—le indicó éste sin más ceremonia.
Ella hizo lo que le ordenó, inclinándose trabajosamente hasta que su frente tocó el parqué.
—Bien, perrita. Pero levanta la cabeza… ya te lo dije, no eres un burro. ¿O es que quieres convertirte en uno, es eso?
Esther escuchó, lo que fue más terrible para ella que verlo, cómo Inti se desabrochaba el cinturón que llevaba puesto, a pesar de que aún bailaba en su brazo el que había tomado de manos de Jen.
—Para esto prefiero usar el mío, si no te importa—le decía a éste último—pero el otro me servirá para amordazarla…
Esther tembló. El cinturón que Inti llevaba puesto resbaló con un susurro atravesando las trabillas del pantalón de su portador cuando éste tiró de él para quitárselo. Inmediatamente, la chica sintió la suela plana y desgastada del calzado de Inti sobre la zona lumbar de su espalda.
—Levanta el culo, te he dicho—gruñó este—Más arriba, perra.
Hizo presión con el pie sobre la columna de Esther y esta se arqueó lo máximo que fue capaz.
—Eso está mejor… y levanta la cabeza, ¿tengo que decírtelo mil veces?
Cogió por ambos extremos el cinturón de cuero negro, el que estaba preparado para el castigo, y lo sostuvo frente a Esther.
—Abre la boca—lo agitó brevemente.
La perra obedeció, e Inti le colocó el cuero como un improvisado bocado.
—Muerde—ordenó.
La perra apretó los dientes y sintió el sabor acre de la correa de cuero. El cinturón era duro, no estaba muy curtido, parecía nuevo o en cualquier caso poco usado. Insalivó como una loca de puro terror.
—No lo sueltes—le advirtió Inti—quiero deleitarme con cada marca que tus dientes hagan en él cuando te azote.
Ella mordió más fuerte, y a continuación sintió un firme tirón que le hizo echar hacia atrás la cabeza. El tirón le había pillado por sorpresa y a punto estuvo de soltar la tira de cuero que sujetaba entre los dientes, pero logró mantenerla en el último segundo.
—Vamos perra, muerde fuerte…
Inti afianzó su pie sobre la espalda de Esther y comenzó a azotarla con la mano derecha, tirando fuertemente de las improvisadas “riendas” con la izquierda. La perra gemía con los dientes apretados en el bocado, babeaba sin control, lloraba y moqueaba mientras luchaba por mantener la posición de un azote a otro.
La azotó con una frialdad calculadora, sin piedad, con el cinturón doblado en dos igual que había hecho Jen. Paró al octavo correazo, respiró hondo y soltó los músculos del brazo para liberar tensión. También levantó el pie, dejando de presionar la parte baja de la espalda de Esther, y soltó las riendas. Ella se agitaba entre sollozos, con la voz hecha jirones después de haber padecido ocho correazos seguidos como ocho infiernos. Se sentía flotar, con la certeza de que más pronto que tarde iba a perder el conocimiento, mientras aferraba con fuerza el cuero entre los dientes. Ya nadie tiraba hacia arriba y éste caía inerte junto a sus mejillas, pero ella lo sujetaba aun así como si fuera la vida en ello.
--Vale, perra…--gruñó Inti.
Estaba excitado, mucho. Se le notaba en la voz. Pero también estaba nervioso. Y para colmo, le habían entrado de pronto unas ganas considerables de orinar.
Retrocedió unos pasos, poniendo más distancia entre Esther y él. Respiró conscientemente una, dos, tres veces, intentando relajarse. Estaba disfrutando demasiado, y no quería ni podía perder el control. Se sobó durante un segundo el paquete por encima de los pantalones; su polla no se decidía a empalmarse del todo debajo de la ropa, tal vez por la necesidad mencionada anteriormente.
—Qué pena que no me pidas más a mí también—jadeó—Incorpórate—le dijo, secamente, mientras se desabrochaba los pantalones—tengo ganas de mear.
(Continuará)