Por una habitación-10-

"No lo sabía"

Entraron al piso y de pronto él la abrazó. Esther se asustó tanto que se le subió el corazón a la boca, hubiera esperado cualquier cosa viniendo de Alex menos eso. Creía haber cubierto ya el cupo de sorpresas y sobresaltos asociados a aquella casa, pero estaba claro que aún le quedaban, vaya que sí.

Los brazos de Alex se cerraron en torno a su cuerpo con fuerza y Esther tuvo que amoldarse al amplio torso para que no le faltara el aire. Sin soltarla, el chico cerró la puerta dando una patada hacia atrás y se adentró en el pequeño vestíbulo pegado a ella. Se oyó un portazo que le pareció a Esther que hizo temblar el edificio, y cuando se hallaron completamente separados del resto del mundo por cuatro paredes él la estrechó aún más fuerte contra sí y presionó la frente contra su cuello.

—No lo sabía—murmuró al oído de Esther—no tenía idea, lo siento mucho. No lo sabía…

Esther no estaba segura de saber a qué se refería Alex, pero en el estado de shock que se encontraba no se le ocurrió preguntárselo. Aceptó como pudo el abrazo, al principio envarada y tensa como sin saber dónde poner las manos, luego por fin acertando a relajarse y reclinando suavemente el rostro contra el pecho del chico. Escuchó el latir del corazón ajeno contra su mejilla: fuerte, profundo, lleno, un tambor del tamaño de un puño cuya reverberación traspasaba la piel.

Con la nariz sepultada en la camiseta de Alex, captó el olor a detergente mezclado con su piel, como si el chico hubiera cogido la prenda de la lavadora misma. Olor a jabón que se mezclaba con otras notas diferentes dejando el rastro de una fragancia desconocida hasta el momento presente. Le parecía que aquel olor particular, almizclado y cerrado, cada vez era más intenso a medida que se atrevía a sentir más la piel de él. Así olía Alex, se dijo. Tomó aire profundamente, cerró los ojos y lo capturó en sus pulmones. Aquel olor era agradable… de alguna extraña manera ese abrazo invitaba a descansar, si eso podía tener sentido después de todo.

Levantó un poco la cabeza persiguiendo el aroma auténtico más allá de camisetas y jabones. Aún sin abrir los ojos, rodó con la punta de su nariz sobre el cuello de Alex y aspiró profundamente donde notó el pulso. La piel de esa zona estaba caliente y se erizó en respuesta al contacto… y sin pensar en lo que hacía, Esther le besó ahí mismo, justo bajo la línea de la mandíbula.

Fue un acto completamente primario, lo hizo sin pensar. Y se trató de un beso fugaz, apenas un roce con los labios.

Alex retrocedió un poco sin soltarla. Aún el rostro del él estaba fuera de la vista de Esther, apoyado sobre su hombro, sellando el abrazo. Esther se arrepintió de su atrevimiento e intentó zafarse, aunque fue un intento absurdo de hormiga en comparación con el gigante de acero que la sujetaba.

De pronto él aflojó rápidamente para tomarla de las manos. Le clavó la mirada fija en los ojos y Esther no fue capaz de decir una palabra. Alex se llevó a los labios las manos de la chica y las besó con delicadeza sin dejar de mirarla. Mantuvo por unos segundos aquellas manos heladas al calor de sus labios, sin apenas tocarlas.

—Estás helada de frío—insistió en un susurro.

Esther separó ligeramente las piernas sintiendo una oleada de calor interior. Deseaba que Alex la abrazara otra vez.

—Ya no tanto—le respondió.

Él la miro y sonrió un poco.

—Ven—la llamó—deja que te dé un poco más de calor.

Esther tenía ganas de descansar por fin. De dejarse caer, de dejarse querer.

Y fue.

--

Alex la abrazó con todo su cuerpo. La volvió a rodear con los brazos, atrayéndola hacia sí estómago contra estómago, pierna rodeando pierna. Sus caderas, sin embargo, no se atrevían a juntarse. Esther se apretó contra él y su olor le pegó como una bofetada, ese olor... el olor de Alex le gustaba, maldita sea.

Fue consciente de pronto de que tenía hambre ¿de qué? -de más- y se tambaleó en los brazos de Alex.

Recordaba haber llenado hacía poco, muy poco, un vacío milenario en aquella casa. Pero eso había sido antes de que todo se fuera a la mierda… y ahora ese vacío había vuelto, lo sentía, le dolía.

Necesitaba desesperadamente que la quisieran. O que actuaran como si la quisieran, estaba dispuesta a aceptar una mentira piadosa para que se obrara el milagro. Se apretó más contra el torso de Alex, cerró los ojos con fuerza e inevitablemente le transmitió aquella necesidad que gritaba en cada poro de su piel. Pero no habría hecho falta, Alex lo había percibido ya mucho antes.

Para él el lenguaje verbal, especialmente el referido a las emociones, había representado siempre un gran esfuerzo. A menudo otras personas, personas que no le conocían de cerca, no entendían bien el sentido de sus palabras o sus actos. Él era muy consciente de sus limitaciones, limitaciones que tal vez trataba de "suplir" con esas bromas cargadas de ingenio (según él), pesadas para otras personas. La comunicación no verbal se le daba algo mejor, sobre todo como receptor: tal vez si Alex hubiera estado allí el día en que todo comenzó, hubiera captado algo en el lenguaje corporal de Esther desde la primera vez que ésta fue envíada "al rincón". Pero Alex no había estado allí en ese momento.

El hecho es que ahora se daba perfecta cuenta de la fragilidad real de Esther y, por lo tanto, podía sentir su necesidad. La sentía con toda claridad, casi emanando de la piel de la muchacha hasta hacer diana con el centro de su estómago. Chocaba con él, le afectaba, le envolvía en siniestros zarcillos de seda, le atravesaba y tiraba fuerte de ese nudo en el vientre, apretándolo...

Dentro de él los sentimientos colisionaban, muchos más sentimientos de los que Alex estaba habituado a soportar de una vez, no necesariamente románticos. Ternura, agitación, ganas de espabilarla y de protegerla al mismo tiempo, incredulidad, y desde luego excitación. No tenía sitio en la cabeza para todo eso. La malcriada indefensa, la pobre infeliz que se había metido en ese berenjenal sabía dios por qué le estaba poniendo malo.

—En el coche me dijiste...—susurró junto a la mejilla de ella—que hubo algo en ser una “perra” que te gustó.

Ella murmuró un sonido de asentimiento sin despegar la cabeza de su pecho. No se lo había pensado dos veces.

—¿Qué fue, Esther? ¿Qué es?

La chica enrojeció pero él no podía verlo.

—Me gusta Jen—jadeó—me gustaba Inti… y ahora tú…

Se dejó caer y los brazos de Alex la mantuvieron en equilibrio. Sentía que sus defensas mentales, barricadas y muros habían caído de golpe y en ese momento no le importó.

—¿Yo?—preguntó Alex. Se sentía raro oir eso cuando aún estaba asimilando la progresión de las cosas. Para él había sido un juego al principio, o como irse de putas pero a domicilio, y ahora sin embargo se daba cuenta de que no se trataba de algo así. Había más detrás del simple juego erótico, había bastante más y él no sabía nada, nada en absoluto de cómo funcionaba realmente todo aquello. No se había detenido a pensarlo hasta ese momento porque, sencillamente, no se había dado cuenta sino ahora de la dimensión real de lo que habían tenido entre manos.

—Sí. No lo sé...

—¿Habías fantaseado antes con algo de esto?—quiso saber Alex.

—Abiertamente no, pero quise probar qué se sentía cediendo el control a otros. Aunque yo no tenía control sobre mí misma tampoco, no lo tenía nadie. No lo tiene nadie, ahora…

A medida que decía estas palabras, Esther iba siendo consciente de lo que significaban.

—Probé lo que se sentía al (tener) Amo… Amos. Al ser de ellos. Ya no les pertenezco.

Alex le acarició el pelo.

—No creo que sepas lo que quieres.

—Y a ti tampoco, Alex—continuó ella como si no le hubiera escuchado—A ti tampoco te pertenezco.

Alex se había removido por dentro al escucharla. La muchacha había hablado con verdadero sentimiento, aunque aún no sabía si con alivio o lamentándose.

—Esther, no, yo no…—"no sé nada de esto", "no quiero saber nada", "me podría afectar", "no quiero que te hagas daño".

—¿Nunca has deseado transgredirte a ti mismo? ¿Traspasar tus propios límites?

Él se apartó de ella para mirarla con más perspectiva. La sujetó por los hombros y la miró fijamente.

—Pues claro que sí.

—Eso es lo que yo he hecho…

Alex apretó con más fuerza los hombros de la chica.

—Yo no puedo hacerlo—le dijo—No quiero.

Esther se puso de puntillas para alcanzar su boca y se acercó más a él. Se mantuvo unos segundos así a escasos centímetros de los labios de Alex.

—¿Por qué no?—susurró directamente a su boca.

Alex dio un respingo y entreabrió los labios.

—Porque tengo miedo de mí mismo—respondió, y bruscamente apresó los labios de Esther entre los suyos.

Sacó los dientes, gruñó y la mordió con glotonería una y otra vez, pero no la hizo daño. Le lamió los labios, jugó con su lengua sin pudor, acaloradamente. Ella abrió los labios para recibirle y sintió por un momento como si él la estuviera penetrando, follándole la boca con la lengua.

Alex no paraba de besarla, ni siquiera se apartaba de ella para respirar. Cuando tenía que hacerlo se detenía unos segundos, tomaba aire dentro de la boca de ella y exhalaba resoplando como un caballo allí mismo contra sus labios. Esther se sentía ardiendo, quemándose viva. Ya no se acordaba de lo que era tener frío.

Alex tomó su labio inferior suavemente con los dientes y tiró de él: la estaba comiendo viva, y lo hacía con tanta ansia que ella sentía los labios agredidos y la piel que rodeaba los mismos echando chispas de irritación. Ese pequeño dolor la espoleó y le lamió los besos con furia, respondiéndole. A ella le pareció que el sabor de esa boca era una delicia, algo capaz de redimir cualquier mal interior.

No recordaba que nadie la hubiera besado tan fuerte nunca, metiéndole en la boca la lengua de esa forma ruda, hambrienta, dura. No quiso ni imaginar lo que esa lengua podría conseguir en otros lugares de su cuerpo.

En un alarde de osadía ella se atrevió a morderle los labios, gesto al cual él respondió con una especie de gruñido, y acto seguido empujó con la lengua para despues apartarse bruscamente.

—Esther…

Respiraba rápido y fuerte. Los ojos le brillaban.

Ella le miró, en espera de lo que él quisiera decirle. No era capaz de pensar con lógica en aquel momento, sólo tenía piel para sentir la huella de sus labios, y boca para retener su sabor. Le dolía falta de él ahí, en la boca.

—¿Qué es lo que quieres?—preguntó Alex con un jadeo ronco—¿qué quieres que te dé?

—No lo sé…

—Yo tampoco sé si podría dártelo…

Fue tan sincera la respuesta del chico que Esther se precipitó de nuevo a sus labios, no lo pudo resistir. Él le gruñó en la boca, pareció como si al principio quisiera cerrar la suya pero segundos después aceptó y respondió al beso con avidez.

Alex se sentía salido a más no poder, las manos le quemaban como brasa viva acariciando de arriba abajo la espalda de ella. Le apetecía hacer cosas que le asustaban. Se sentía arder sólo por pensar en cosas en las que ahora reparaba por primera vez: no sabía que escondida dentro de él podía hallarse una necesidad como aquella, de algo tan violento, ¿de qué?

(¿Violarla?¿tomarla?¿poseerla? )

Su cuerpo, dolorosamente hueco de pronto como excavado a cuchillo, le pedía ser llenado igual que la tierra seca pide agua. Se separó con urgencia de Esther y movió las caderas al aire.

—No te vayas…--suplicó Esther. A ella también le faltaba algo.

—No quiero hacerte daño—respondió él.

Alex se apoyó contra la pared y fijó en ésta las palmas de las manos. Literalmente le ardían en contacto con la superficie granulada.

—Pues no me lo hagas…

Él sonrió, terriblemente nervioso. Negó con la cabeza.

—No, Esther, vete. Deberías dormir, ve al dormitorio, échate. Descansa.

Ella dio un paso hacia atrás, confusa.

—No te preocupes por éstos—continuó Alex, reprimiendo un jadeo—no te van a molestar. Duerme y piensa… piensa qué hacer… ¿vale?

Ella le miraba con los ojos muy abiertos.

“AMO”, la palabra no dejaba de dar vueltas en su caótica mente. Oh, no.

—Tienes que hacer algo, Esther. No puedes continuar así. Tienes que elegir. Yo no quiero golpes para ti.

Alex intentaba reponerse contra la pared, hacía verdaderos esfuerzos pero aún se le notaba muy acelerado. Los ojos verdes le echaban chispas.

—Tiene que haber algo mejor—concluyó—Piénsalo.

Ella asintió débilmente.

Agachó la cabeza, hecha un auténtico lío, y se dio la vuelta para caminar hasta la habitación donde estaban sus bolsas.

Alex la observó alejarse, y cuando oyó cerrarse la puerta de la habitación, se metió en el cuarto de baño.

Esther entró en el dormitorio e inmediatamente se dejó caer sobre la cama. Había caminado por el pasillo con la firme convicción de coger sus bolsas… ¿o no? En cualquier caso, volver a aquella habitación, a aquella casa, estaba suponiéndole una agitación que ya empezaba a hacerle mella. La noche anterior no había estado despierta, pero tampoco dormida, y la había pasado casi congelada a la intemperie. Por la mañana había ido de un sobresalto a otro, moviéndose de nuevo todos los muebles que había en su cabeza para tomar otra disposición. Casi podía oírlos, arrastrándose con estrépito sobre el suelo de un salón ficticio. Últimamente eso ocurría varias veces al día.

Seguía extrañamente excitada, de manera constante y profunda. Excitada, alerta, inquieta. Como un animalillo

(perra)

aunque no podía negar que el cansancio comenzaba ya a ganarle la partida. También estaba aún algo enfadada...¿verdad?

No lo sabía.

—Alex…—llamó.

Silencio.

Esther tomó aire y le llamó en un tono de voz más alta.

—Alex…

Escuchó el rumor de unos pasos que se acercaban. Poco después oyó el quejido de la puerta al abrirse y los pasos de nuevo, ahora con toda claridad. Percibió de nuevo el olor de Alex cuando éste se sentó en el borde de la cama y se acercó a ella. Esther se encontraba echada de lado con las piernas encogidas, dándole la espalda.

—Dime.

—¿Crees que esto tiene arreglo?, ¿lo tiene?

—¿A qué te refieres?—preguntó él.

—Inti, Jen… ellos… tú—farfulló Esther. Los malditos cabrones hijos de puta. Los Amos.

Alex suspiró. Tuvo la tentación de tumbarse junto a ella pero siguió sentado en la cama.

—No te preocupes por eso ahora—murmuró--¿Por qué no intentas dormir?

A decir verdad, ella ya era tan sólo vagamente consciente de lo que ocurría, lo percibía todo como si viniera de muy lejos.

Alex le quitó los zapatos y la arrastró con suavidad dentro de las sábanas y mantas. Cuando la hubo tapado hasta la barbilla, la observó durante unos segundos antes de salir de la habitación.

(continúa)