Por una buena causa

Algunos autores de TR nos hemos animado a escribir relatos sobre crímenes. "Por una buena causa" de BARBIE SUPERSTAR. Un crimen debe hacerse bien porque nada es suficiente cuando se trata de una buena causa.

El ejercicio está abierto a todos los autores de TR. También sigue abierto el plazo. Para más detalles, puedes ver la dirección:

http://www.todorelatos.com/relato/41882/

Si te animas, no tienes más que escribir a solharis@yahoo.es


Meterme a tu casa había sido cosa fácil. Un poco de plática en el gym me bastó para enterarme que la pelirroja preciosa de pechos como melones y culo de ensueño se llamaba Sofía y que vivía sola y a dos cuadras del gym. Unas semanas más de encuentros ocasionales, de pláticas en los aparatos y una que otra noche de lluvia, en la que aprovechaba para llevarte a tu casa, generaron que me ganara tu confianza. Poco a poco fui recolectando más datos sobre ti. Yo los fui archivando en la memoria, primero, y en una libreta que guardaba celosamente, después. No pasaron ni siquiera tres meses cuando ya era tu confidente y para cuando cumplimos un año de conocernos sabía más cosas de ti que tu propia familia y amigos. Fue cuando comprendí que había llegado el momento.

Esa noche, después de dejarte en tu casa me fui a la mía para esperar a que dieran las dos de la mañana, la hora elegida. Cinco minutos antes salí en mi coche rumbo a tu casa. Cuando el reloj del tablero marcaba las dos en punto me bajé del auto y me acerqué a la puerta de tu casa. Con ayuda de un desatornillador y un leve empujón abrí la cerradura, la cual venía averiando desde hace dos semanas. Cerré la puerta y caminé por tu patio. Por suerte no tenías perro, ya que odio a los animales. Me metí por el ventanal del comedor, el cual siempre dejabas abierto, por si se te olvidaban las llaves. Entré sigilosamente a tu recámara y te vi dormida. Como hacía calor estabas desnuda y pude ver tu silueta que se delineaba por la luz de la luna. Vi cómo tus hermosos pechos subían y bajaban, acompasados por tu respiración. Tu piel se veía más sedosa y plateada por los rayos lunares. Mi mirada siguió tu cuerpo por tu abdomen plano hasta llegar a tu pubis, adornado por una pequeña mata roja. Te moviste un poco, abriendo ligeramente las piernas, lo que me permitió disfrutar de la vista de tus sonrosados labios vaginales. Mi cuerpo te deseaba, así que decidí que ya era hora de entrar en acción.

Tomé mi duro fierro con una mano, mientras que con la otra te tapaba la boca. Al sentirme abriste los ojos asustada. Me coloqué entre tus piernas y te susurré al oído.

  • Tranquila, soy yo. Disculpa que te haga esto, pero es necesario.

De golpe hundí mi arma en tus carnes. Tú sólo gemiste e hiciste una cara de dolor. Yo la metía y sacaba, una y otra vez. Tu respiración se volvió entrecortada, así como la mía, hasta que al fin dejaste de moverte. Quité la mano que tapaba tu boca, ya no era necesaria. Volví a hundir mi cuchillo una vez más, moviéndolo alrededor de tu corazón, para cortar las arterias que lo proveían de sangre. Te estabas desangrando. Salí de tu cuarto para llorar un poco. Lo que acababa de hacer me había afectado realmente. Pasados cinco minutos me repuse y entré con las bolsas de plástico, con las que te envolví, para luego meterte dentro de un costal grande, donde también metí tus sábanas y la ropa que traía puesta.

Me dirigí a tu closet y me vestí con tu ropa. Luego bajé para abrir la puerta de la calle y salí. Afuera ya se encontraba el pequeño camión de mudanzas que se haría cargo de ti. Entraron cuatro corpulentos hombres y sacaron tu cuerpo, primero, y el resto de los muebles después. Por último quitaron la alfombra, y con una luz especial, verificaron que no quedara ningún rastro de sangre. Después colocaron una alfombra nueva, tratada para que se viera como si fuera usada. Colocaron los muebles, idénticos a los que habían sacado y se retiraron. Vi como el camión se alejaba lentamente por la calle hacia su destino final. Si todo salía según lo planeado, arrojarían el camión al lago con todo y su preciosa carga.

Yo me quedé arreglando la puerta de la entrada. Cuando terminé, subí a tu habitación para descansar. Al mirarme en el espejo sentí un escalofrío. De no saber que era yo la que me reflejaba en el cristal hubiera jurado que era tu fantasma que venía a clamar venganza. Me acerqué un poco más para observar con detalle las facciones, el color del pelo, y reí. El trabajo del cirujano era perfecto, apenas y se podía distinguir una pequeña cicatriz detrás de la oreja izquierda, misma que coincidía con la que te hiciste de niña en un accidente de bici. Realmente el doctor era un genio, lástima que dentro de poco descansaría a tu lado en el fondo del lago.

Tomé tu bolso y saqué tu identificación, donde se leía Sofía Gutiérrez Cravioto, Asesora de Giras Presidenciales. Esa eras tú y ahora soy yo. Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver tu foto. En este año había aprendido a quererte, y me dolía mucho haberte matado, pero no tenía opción, era por una buena causa. A partir de hoy tendría seis meses para ejecutar el plan, para matar al presidente.