Por una apuesta

Había sido una tontería, una estúpida apuesta de sábado por la noche, de las que se hacen cuando se lleva encima alguna copa de más. Me jugué con mis amigas Tona y Marta que si que era capaz de acostarme con un tío de los anuncios de relax, con un profesional del sexo, ellas me pagaban el polvo y, si no lo hacía, debía invitarlas a cenar a un restaurante de la ciudad (mínimo 60 euros por cabeza).

Había sido una tontería, una estúpida apuesta de sábado por la noche, de las que se hacen cuando se lleva encima alguna copa de más. Me jugué con mis amigas Tona y Marta que si que era capaz de acostarme con un tío de los anuncios de relax, con un profesional del sexo, ellas me pagaban el polvo y, si no lo hacía, debía invitarlas a cenar a un restaurante de la ciudad (mínimo 60 euros por cabeza).

Y el lunes por la tarde, allí estaban ellas en la puerta de mi trabajo, agitando en el aire en cuanto me vieron las páginas de anuncios eróticos del diario, riendo como bobas, para recordarme el envite. Entramos en una cafetería a tomar algo y a que escogiera la mercancía, era el único privilegio que me dejaron. Seguían riendo sin parar y haciendo comentarios supuestamente picantes. Me encontraba incómoda; pero no iba a darles el gusto de la victoria. Mi vida sexual era suficientemente activa para satisfacer mis necesidades, me consideraba atractiva y no me costaba esfuerzo llevarme a los hombres a la cama; así que nunca había hecho uso de ese tipo de servicios.

Me puse a leer los anuncios, buscando algo que como mínimo me resultara atrayente (y caro. Ya que pagaban ellas, no iba a mirar el precio). Entre docenas de anuncios en los que se mercadeaba con las habilidades y atributos sexuales de mujeres que ofrecían placeres sin fin, aparecían algunos (pocos) que iban dirigido a mujeres deseosas de compañía masculina:

"JOVEN de compañía para damas solitarias... ". No me atraía en absoluto, tenía pinta de gigoló para menopausicas aburridas.

"CESAR, para mujeres, musculoso y BD. Te llevaré al cielo. También parejas...". ¡Que asco!. Seguramente sería una de esas masas de músculos grasientos y además era un fatuo.

"TOMÁS, 25 años, chico negro de alto standing. Activo y pasivo. Apartamento, hotel y domicilio...".

Lo del "alto standing y la fama que tienen los hombres de color, me pareció excitante.

¿Éste, Alicia?. Pero si es un chapero, un chico para maricas.- Dijeron al unísono mis amigas, asombradas de mi elección.

  • Y qué. Es un hombre, tendrá entre las piernas lo que se ha de tener y por dinero hará cualquier cosa.

Llamo, pregunto y salimos de dudas.- Dije, manteniendo mi elección. Saqué el móvil de mi bolso y marqué el teléfono de contacto que se daba. Una voz cálida y con un ligero acento contestó:

Siii.

Hola, llamó por el anuncio. ¿Puedes recibirme ahora?.- Pregunté directamente.

¿Eres una mujer, no?. ¿Ya has leído bien el anuncio?.- Respondió extrañado.

Sí, sí, lo he entendido perfectamente; pero he pensado que, si pago, te daría lo mismo hombre que mujer.

Acordamos el precio, me dio una dirección en la mejor zona de la ciudad y hacía allí fuimos las tres. Dejé a mis amigas esperando en un bar próximo y subí al piso del chapero.

Cuando se abrió la puerta me encontré con un cuerpo escultural, negro como el azabache y vestido con una camiseta de tirantes ajustada y unos pantalones de deporte ambos blancos inmaculados. Me hizo pasar y cerró la puerta.

Lo observe detalladamente. Estaba como un tren: Algo más alto que yo, ancho de espaldas, unos hermoso pezones marcados bajo la ropa, cintura estrecha y vientre plano y bajo el pantalón se adivinaba que hacia honores a la fama de su raza. Mis pensamientos escaparon por mi boca:

¡Que pena que con ese cuerpazo sea gay!.

Y a ti quién te ha dicho eso.- Espetó, aparentando estar ofendido.

Se acercó y llevó mi mano a su paquete.

Mira como me has puesto con sólo verte y pensar que voy a follarte hasta que no puedas más.- Musitó en mi oído, mientras que mi mano sentía como algo se movía y crecía, haciéndome intuir lo que podía esperarme.

Allí mismo me quitó la blusa y la falda, dejándome sólo con el minúsculo tanga que llevaba como única prenda interior. Sus gruesos labios de negro chuparon mis pezones y su enorme mano acarició mi pubis, lenta y suavemente. Sus modales eran muy delicados; pero a la vez controlaba la situación. La verdad, es que me estaba poniendo caliente; pero quise mantener distancias.

Desnúdate.- Le ordené.- Quiero ver que me ofreces.

Voluptuosamente y de manera intencionadamente pausada se quitó la camiseta con lo que puede observar con detalle su musculatura. Era como me gustan los hombres, fuertes y robustos; pero sin musculatura artificialmente desarrollada.

Ondeaba las caderas, y lujuriosamente mostraba la punta de su lengua entre sus amplios labios. Movia las caderas adelante y atrás, se acariciaba provocativamente el paquete y coquetamente se dio la vuelta bajándose los pantalones. Ante mi vista apareció un culo perfecto, redondo, terso y firme; y entre sus muslos se observaban los hermosos cojones que pendían libremente y se movían al ritmo lascivo que marcaba su cuerpo.

Bruscamente se volvió hacía mí y sosteniendo los testículos con la mano izquierda y lustrando con saliva la verga, se acercó hacia donde estaba. El espectáculo era tremendo. No tenía la polla muy larga; pero su diámetro era extraordinario y su cabeza más gruesa todavía. Aquel ariete avanzaba a mi encuentro sin detenerse. Sin darme tiempo a nada, me tomó en volandas hasta sentarme en un mueble adosado a una pared, me quitó las bragas y clavó de un golpe su miembro de ébano en mi sexo que ya deseaba recibirlo.

No, sin condón, no...

No me dio tiempo a acabar la frase. Sentí como las paredes de mi vagina se dilataban infinitamente para recibir aquel cilindro de carne, negro como la noche, duro como el mármol y cálido como un hierro candente. Lentamente me fue diciendo al oído:

Disfruta y no te preocupes. No me correré. Si quieres mi semen, es tarifa extra. Si eyaculara con todos mis clientes, no aguantaría el ritmo de trabajo.

  • No es por eso. Tomo anticonceptivos.- Respondí casi sin poder hablar por las oleadas de sensaciones que desde mi sexo se irradiaban a todo el cuerpo.

Si es por miedo a contagios, luego te enseño todos mis certificados médicos. Me cuido, mi clientela paga mucho para follar seguros. Pero si quieres la saco y me pongo un preservativo.- Respondió el cabrón, sabiendo de sobras mi respuesta.

  • Nooo, ahora no la saques.- Le rogué cerrando mis piernas sobre su cintura para que no se fuera. Me sentía colmada, ahíta de carne.

Se movía lentamente, su polla trasmitía a las paredes de mi vagina el rítmico vaivén de sus caderas. Nunca había sentido un miembro como éste dilatándome de aquella manera y yo seguía apretándolo contra mi coño para frotar mi clítoris contra su pubis poblado de recio y rizado bello. Iba camino de la gloria.

Podemos estar así el tiempo que quieras; pero así no haremos nada.- Musitaba en voz baja, mientras mordisqueaba mi cuello, mis orejas y acariciaba mis senos que estaban duros y erectos.

Muy a mi pesar, cedí y él lentamente se fue retirando de mi interior. Pero al llegar al final, cuando sentía su enorme glande en la embocadura de mi vagina, dio un golpe seco y volvió a meterla hasta el fondo haciéndome gemir de placer. Repitió aquello varias veces; se retiraba de manera exasperantemente lenta y embestía hasta llegar al fondo de un modo salvaje. Creí desfallecer; pero finalmente, me tomó de la mano y me llevó hacía una habitación.

Decorada con espejos en todas las paredes y el techo, la cámara tenía en el centro una cama con sábanas de raso crudo. Me tumbó de espaldas y el tacto frío y suave de la ropa de cama y las inesperadas vibraciones de un colchón de agua que se movía bajo mi peso, me producían voluptuosos escalofríos en todo mi ser.

Separó delicadamente mis piernas y su boca se hundió en mi sexo húmedo y hambriento de sensaciones. Si con su polla había creído reventar, su lengua y sus carnosos labios me estaban llevando al paraíso, haciéndome gritar y convulsionarme con cada nuevo estimulo. Metía su lengua hasta lo más profundo de mí ser con una maestría sin par, mordisqueaba mis ninfas con sus blancos dientes hasta el delgado límite entre el placer y el dolor y chupaba mi clítoris duro y ardiente con sus carnosos labios africanos.

Por fin, sentí su verga penetrarme de nuevo. Era como un taladro duro y ardiente que separaba mis entrañas, partiéndome en dos, su carne frotándose en mi interior y su cálida voz diciéndome acompasadamente con sus envestidas: "Goza, goza, goza...", me hacían enloquecer.

Casi perdí el sentido cuando un orgasmo explotó en mí, como un río que se desbordaba. Mi vagina se cerró como un cepo sobre aquella verga diestra y poderosa. Por sorpresa, él contrajo todo su cuerpo en un tremendo espasmo, su miembro profundizó hasta el límite en su avance y descargó en mí interior mares de semen. Quedamos exhaustos uno junto al otro; me miraba, sin saber que decir.

¿Me vas a cobrar la tarifa extra?. Yo no lo he pedido.- Pregunté con sorna.

No, no te voy a cobrar nada. Es mi primer polvo con ganas en muchísimo tiempo.- Respondió Tomás sonriendo y con cara de felicidad.

¿Dónde puedo asearme?.- Pregunté levantándome

Cuando salí de la ducha, él no estaba. Escuché música y su voz que me llamaba. Lo encontré en otra habitación; era un despacho amueblado y decorado con un gusto impecable y funcional. Una librería atestada de libros de literatura, historia, filosofía, etc., que a todas luces eran utilizados frecuentemente, cubría todos las paredes y una mesa con un ordenador y llena de papeles con señales inequívocas de que habían estado trabajando hacía poco tiempo, demostraban que aquel era un lugar de trabajo y no meramente decorativo.

Tomás estaba sentado en un sencillo sillón de piel teñida de beige claro, sobre el que resaltaba el oscuro color de su epidermis, todavía perlada de gotas de agua de haberse duchado, y en una mesa auxiliar, de moderno diseño pero sin extravagancias, había don vasos llenos de burbujeantes bebidas frescas.

Tenía los ojos entornados escuchando la tenue música clásica que llenaba el ambiente.

Como no sabía lo que querías te he puesto una Cola; si quieres otra cosa dímelo.

  • Esta bien.- Le respondí absolutamente sorprendida por lo que veía.

Telefoneé a mis amigas, para decirles que no esperaran más. Me senté desnuda frente a él en una especie de saco amorfo del mismo color que el sillón y relleno de un material, que adoptó mi forma con sólo mi peso. Lo miré en silencio durante un buen rato. Era realmente guapo, de facciones exóticas; pero guapo. Rompí aquel acogedor silencio con una audaz pregunta:

¿Si no eres homosexual, por qué haces de chapero?. Y por lo que puedo ver de chapero culto y con dinero.

Creo que tenía ganas de contarlo, fue como una catarsis, empezó a hablar y hablar explicándome su vida. Había llegado a España hacía unos años con una beca para estudiar aquí y que apenas le daba para vivir. Una tarde, a la caída del sol, paseando por un parque público se le acerco un hombre maduro muy bien vestido y le preguntó que cuanto cobraba. Sorprendido, dijo no entender a que se refería y entonces el hombre le explicó que aquel sitio a aquella hora era un lugar de contacto de chaperos y clientes. Le ofreció dinero por ir con él, más dinero del que él veía junto nunca, y aceptó. En un hotel se la dejó mamar por aquel hombre y se lo folló más por intuición que por conocimiento. Al acabar, el improvisado cliente alabó sus atributos sexuales y le propuso ser su protector a cambio de sus favores sexuales. Y volvió a aceptar, el dinero fácil fue una tentación invencible para él.

El protector le presentó a amigos suyos, que le pagaban generosamente por sus servicios, y se hizo una clientela que hizo posible salir de la precariedad económica. Un día le dijo que un conocido quería pasar una noche entera con él; pero que quería su culo, quería estrenar un ano virgen de negro. Hasta aquel momento, nunca le habían penetrado, siempre era él el follador, y se negó; pero nuevamente el dinero le venció, todo parecía ser cuestión de precio. Al final no fue tan difícil, era un cincuentón "pichafloja" y no sintió nada especial cuando irrumpió por primera vez en su interior.

Todos sus clientes eran famosos o ricos, pagaban lo que les pedía, y él, cuando los veía en las noticias y en la revistas de sociedad, los despreciaba. Pronto su vida cambió, cambió profundamente; sus ingresos le permitieron instalarse donde vivía ahora, en uno de los mejores barrios de la ciudad, y dedicarse a los que realmente le gustaba, financiándolo con su polla, su culo y su boca. Estudiaba periodismo y tenía en mente escribir un libro sobre sus vivencias.

Mientras hablaba y sin que lo notara, me había ido acercando a él y apenas hubo acabado de hablar, tomé su sexo flácido y me lo llevé a la boca.

Me he quedado con ganas de probarlo.- Dije riéndome.

  • No por favor, no lo hagas. A ti no te puedo negar nada, ya has visto que contigo no me contengo y dos corridas seguidas harán que hoy no pueda recibir a nadie más.- Imploró mirándome a la cara.

  • Ni hoy, ni nunca recibirás a nadie más. Quiero tu polla para mí sola. Así que viviremos juntos. Soy periodista, y te buscaré trabajo en mi periódico. Seguirás estudiando, acabarás la carrera y escribirás ese libro. De todo me encargo yo.

Cada frase era intercalada con un lametón que hacía que cada vez la verga estuviera más dura y erecta. Alicia observó triunfante aquella asta negra, suave y brillante que tenía entre las manos. Casi no le cabía en la boca; pero la chupó y chupó hasta que tuvo entre sus labios un dulce de chocolate y nata que le supo a gloria.

Epílogo

Dos hermosos niños mulatos y de cabellos ensortijados jugueteaban con su padre. Las risas llenaban la casa, cuando se oyó la puerta que se abría.

Tomás, hola soy yo. ¿Has visto la crítica a tu libro que sale hoy en la prensa?. Es estupenda.

  • Sí, amor. Y todo te lo debo a ti.

  • No, cariño, no seas pelota. Me ganaste primero con tu cuerpo y sobre con esa maravilla que tienes entre las piernas y después, explicándome tu vida, me partiste el corazón. Te vi, a pesar de tu ocupación, tan inocente y desvalido frente a la sociedad de los poderosos, que sentí que tenía que protegerte. Tenía que ayudarte a salir de ese mundo y a que pudieras dar de ti todo lo que tu despacho de trabajo me mostraba que podías llegar a dar. Me enamoré de ti de golpe y sin pensarlo, me habías abierto tu corazón y se notaba que tu también sentías algo por mí.

  • Alicia, no seas cursi y acuesta a los niños pronto, que quiero seguir alimentando tu compasión.