Por un puñado de cremas - 3

No habían pasado ni dos días de su aventura, e Isabel andaba totalmente desbordada por sus deseos. Así que aquella mañana se la cogió libre, y se fue al centro a ver si se despejaba.

No habían pasado ni dos días de su aventura, e Isabel andaba totalmente desbordada por sus deseos. Así que aquella mañana se la cogió libre, y se fue al centro a ver si se despejaba.

Como en sus viejos tiempos, se perdió en unos grandes almacenes y distrajo unas cuantas cosas de las estanterías a su bolso, pero para su desgracia, había algo diferente, no sentía lo mismo que antes. Acabo maldiciendo su vida en una cafetería. Al final había pagado todo en la caja, y aun no daba crédito del cambio que se estaba produciendo en ella.

Así que abrumada se puso a pasear sin rumbo por las avenidas del centro, y después por callejuelas cada vez más desiertas. En una de ellas, diviso al fondo un grupo de chicos que fumaban con malas pintas. Quizás en otro momento se hubiera desaconsejado seguir por ahí, una mujer con una falda de flores y un suéter liviano, tacones y pelo suelto era un reclamo demasiado evidente para ciertos deseos masculinos, pero aun así dirigió el paso con naturalidad. Sin fijar la mirada en ellos.

  • Mira que buenorra esta esa - oyó mientras se acercaba
  • Joder que polvazo tiene la cabrona - dijo otra voz
  • Ven aquí, que te vamos a dar por todos lados - gritó otro

Uno de ellos se acercó pero no llegó a tocarla, le dijo que se lo comía todo, pero no pasó de ahí. Con la excitación al máximo llegó al final de la calle y en cuanto giró la esquina y desapareció de su visión se apoyó jadeante para tranquilizarse.

Era un grupo de niñatos, con muy mala pinta, pero para su desgracia había mojado las bragas sin remedio. Valoró el volver por otra calle, pero la calentura le pudo, y después de dejar pasar un rato volvió a dirigir sus pasos hacia ellos. Pensó que la calentura de volver a pasar junto a ellos sería un buen subidón, y avanzó con el pulso acelerado.

  • Mira ya vuelve, joder, esta quiere guerra - escucho claramente

Esta vez un par de ellos se separaron de la puerta donde se apoyaban avanzando hacia el centro de la estrecha callejuela cerrándole el paso.

  • Donde vas guapa, no quieres pasar adentro - dijo el más alto
  • No, por favor, tengo prisa- balbuceó intentando esquivarlos aunque lo único que consiguió fue pegarse a la pared donde quedó rodeada sin remedio y no tardó ver como una navaja aparecía ante ella.
  • Danos el bolso zorra - oyó decir al más alto, que la había interceptado

Ella soltó el bolso dandoselo, pero fue uno de los que la rodeaban el que lo cogió, pero el alto se le puso al lado y sin ninguna delicadeza asió uno de sus pechos con fuerza.

Falco, que así se hacía llamar, era el jefe de ese grupo, unos raterillos de la zona que además de pasar droga, solían perder su tiempo en aquel local abandonado donde fumaban y se reían.

  • Menudas peras tienes zorra, y como se te notan los pezones debajo del sujetador

La pasividad de aquella perra, le gusto, la muy puta había cerrado los ojos y jadeana claramente, asi que mientras sus colegas miraban con deseo el bajo la mano por el vientre hasta frotar de forma brusca su sexo por encima de la falda.

La poca delicadeza de aquel chaval, la estaba poniendo a mil, sintio como fritaba su sexo con fuerza a traves de la ropa, y tambien como su sexo, escandolasamente mojado, se electrizaba con el tratamiento.

  • Voy a darle a esta lo que necesita, vosotros vigilad - fijo falco cogiendo a isabel y arrastrandola a un cuartucho oscuro y maloliente.

Cuando isabel se adaptó a la poca luz, vio unas paredes desvencijadas, un sofá sucio y maltrecho, y unas cuantas sillas. Las latas de cerveza y botellas poblaban casi todo el suelo. Pero tampoco tuvo tiempo de observar más. Frente al respaldo del sillón, el chico hizo que su vientre se apoyara sobre él inclinando su cuerpo con un empujón y quedando ella colgando en una posición muy expuesta.

Y casi enseguida noto como levantaba su falda, y arrancaba sus bragas con brutalidad.

  • Cómo llevas las bragas puta, las podrás escurrir. No te preocupes, que te voy a dar lo tuyo.

Isabel oyó el sonido de una bragueta y en nada, su sexo comenzó a ser invadido por una vigorosa y enorme polla que la partía en dos a cada centímetro que avanzaba en su interior. Un profundo gemido salió de su garganta mientras aquello ocurría.

  • Que cabrona, estas chorreando, menudo coño tienes. Voy a follartelo con ganas, ¿quieres que te de caña?

Isabel, con todo aquel miembro encajado en su interior, estaba en éxtasis, y no atendía a nada.

  • ¿Te doy caña puta? - Dijo falco agarrandola del pelo con fuerza y sacándola de su letargo
  • Si - dijo casi susurrando

Falco sin soltar el pelo azotó salvajemente sus nalgas arrancando unos cuantos quejidos de dolor.

  • No te oigo perra
  • Sí fóllame - dijo isabel desesperada
  • Te falta el por favor
  • Follame por favor, fóllame - dijo desesperadamente isabel

Las embestidas no tardaron en llegar, e Isabel se derrumbó en un orgasmo intenso y continuado que expresaba con gemidos sonoros y profundos. Fue consciente de que le gustaba ser un juguete, pero si las manos que la sometían eran perversas y duras, su excitación se multiplicaba.

Los golpes de cadera de falco eran secos y fuertes. Y había incorporado al cuerpo de Isabel, follándo la casi de pie mientras aprisionaba sus tetas con las manos.

  • ¿Te gusta, putita?
  • Si me gusta - dijo entre jadeos isabel, no queriendo enojar a falco
  • Menuda zorra estás hecha, ¿ que tu cornudo no te da caña?
  • No, si, el - dijo isabel sin saber qué decir

Falco le susurraba al oído mientras el mordía la oreja o se apoderaba de su cuello, y aquello, con repetidos apretones continuados de sus erectos pezones la estaban volviendo loca. El dolor la derrumbaba en terribles espasmos que recorrían su cuerpo, que la derrotaban y la dejaban a merced de su incansable empotrador.

Falco en cuanto noto que se corría aceleró el ritmo y entre gritos dejó numerosos chorros de leche en lo más profundo de isabel que  los recibío entre gemidos desesperados y largos, dejándola totalmente desfallecida en el sillon.

Isabel, casi en éxtasis, vio como falco se tumbaba en el sillón, y con rudeza le hizo tragar la sucia polla con autoridad.

  • Venga zorra,  cómemela

Isabel no tardó en coger el ritmo a la mamada en aquella posición tan forzada, y tampoco tardó en sentir como otra polla la poseía de un golpe por detrás. Las pollas de la pandilla pasaron por su coño abierto con total impunidad, descargando entre jaleos y risas un torrente de semen en su interior, que no tardaba en resbalar por sus piernas. Sus tetas y su culo soportaron todo tipo de pellizcos y azotes que no hicieron más que aumentar su total humillación ante tal uso.

Falco disfrutó con el tratamiento que sus compañeros le daban a la mujer, había que tenerlos contentos, y él era quien mandaba, y eso le reforzaba aún más. Y todos le hicieron caso, todos utilizaron su coño y alguno que andaba muy necesitado le descargo los cojones hasta dos veces .

Isabel recibió con gemidos cada embate, cada azote y cada insulto que le dedicaron pero sin sacar el mástil que engullía en su boca  con deseo. Deseaba más que nada sentir como aquella polla se vaciaba en su garganta, pero no se produjo, ya falco le quitó el caramelo de la boca.

Ella vio como desaparecía de su vista y al momento noto como su culo era violentado, con rudeza. Aquella tremenda polla a fuerza de empujones se clavó dolorosamente en su culo y casi al instante lo oyó rugir de placer, y noto el calor del semen inundando su interior. Aquello la rompió definitivamente, porque aquel uso tan frío de su cuerpo la hizo sentir un desconocido placer que la invadió de forma brutal haciendo que perdiera el sentido.

Cuando recobró el conocimiento estaba sola. Como pudo se incorporó notando como su cuerpo se quejaba. Su vientre dolorido, sus piernas dormidas, sus pechos palpitaban y en su entrepierna sus dos agujeros rezumando semen, se sentían claramente irritados.

Después de que falco la sodomizara, fueron varios los que disfrutaron de su culo con total libertad, y pese a su inconsciencia, no dejaron de usarla hasta rellenar sus intestinos con copiosas raciones de leche que ahora iban resbalando por su entrepierna.

Como pudo se dejó caer en el sillón, vio su bolso allí tirado y salvo el dinero, todo estaba en su sitio, salvo una nota claramente visible.

“La próxima quiero que sea en tu casa, donde follas con tu marido, te voy a reventar, puta de mierda”.

Y había un número de teléfono.

Isabel lo guardó, se recompuso como pudo y salió de aquel zulo, al desierto callejón. Y de allí a su casa. Pero ya nada seria igual, sus antiguos escarceos con el sexo eran un pasado gris al lado de lo que acababa de ocurrir.

Había sido usada como un trapo y tirada sin más, y su único pensamiento se dirigió al teléfono del papel. No se atrevería, ¿o si?