Por un nuevo día

Daniel tiene muchos esclavos a su servicio, pero Marnie es su favorita.

Marnie no esperó a oír los pasos del criado alejándose por el pasillo, sino que trepó por el cuerpo de Daniel hasta que ambos rostros quedaron a la misma altura.

Lo miró a los ojos durante un par de segundos antes de besarlo con fuerza y subirse sobre él, colocando una pierna a cada lado de su cadera. Los brazos de Daniel la rodearon y la pegaron a él, y su respiración se aceleró sobre los labios de Marnie, cuyo corazón empezó a latir a mayor velocidad. Daniel se incorporó, quedando Marnie sentada sobre sus piernas, y reemprendió el sendero de hematomas y marcas que acababa de dejar en la pálida piel de la chica. Marnie enterró los dedos en el cabello de Daniel y le acarició la amplia espalda con la mano que tenía libre. Daniel subió por su cuello y la besó de nuevo.

—Yo también te he echado de menos —susurró Marnie en su boca. Daniel rió, a punto de responder, pero un suave golpeteo en la puerta los interrumpió—. Adelante —ordenó, sin preocuparse de su desnudez.

El criado entró en la habitación con dos copas en una mano y una botella de vino a mitad en la otra. Marnie esbozó una enorme sonrisa y rió con suavidad al observar los ojos magullados del sirviente recorriendo su cuerpo desnudo, todavía pegado al pecho de Daniel. Se giró suavemente para coger lo que el criado le tendía y se mordió el labio cuando la mirada del sirviente de Daniel se posó sobre sus pechos.

—¿Estás mirando a mi chica? —Daniel fingía disgusto a pesar de que la risa se calcaba en su voz— Lo entiendo, lo entiendo, es una chica muy guapa —Marnie se giró y sonrió a Daniel, que estudiaba su cuerpo sin variar su expresión—, pero es mía. Puedes mirarla, claro, pero te cortaré algo más que un par de dedos si la tocas —Daniel miró de nuevo a su sirviente y una sonrisa tan peligrosa como la misma muerte se dibujó en su rostro—. ¿

Capisci

? —el hombre no respondió, ni siquiera asintió, sino que se marchó sin volver a mirar a ninguno de los dos.

—¿Difícil de domar? —preguntó Marnie, sonriendo al tiempo que servía algo de vino en la copa que sujetaba Daniel. Él rió y se encogió de hombros.

—Casi tanto como tú —el recuerdo de los golpes en su vientre hasta hacerla sangrar por dos lugares muy distintos relampagueó frente a sus ojos, pero se fue tan rápido como había llegado. Marnie bajó de nuevo la mirada hacia su propia copa, que ya había llenado. Dejó la botella en el suelo y miró a Daniel.

—¿Brindamos? —él esbozó una sonrisa divertida.

—¿Por qué, exactamente?

—Por un nuevo día —respondió. Se mordió el labio, juguetona.

—Por un nuevo día —ambas copas chocaron suavemente y ambas fueron vaciadas de un solo trago.

Marnie dejó su copa sobre la mesilla de noche y se inclinó de nuevo sobre Daniel. Atrapó sus labios en un beso feroz, furioso, al que el hombre respondió de la misma forma. La rodeó con sus fuertes brazos y la estrechó contra sí, por lo que Marnie pudo sentir la calidez de su piel incluso a través de la camiseta. Gimió entre sus labios cuando las manos de Daniel se aventuraron por su cuerpo y la liberaron de la camiseta, dejando una colección de arañazos por la piel de su espalda. Marnie mordió el labio inferior de Daniel, arrancándole un gruñido, y se dejó llevar por él. De un solo movimiento, el hombre se dio la vuelta y la tumbó en la cama, colocándose de inmediato entre sus piernas. Marnie le rodeó la cadera y lo atrajo hacia sí; sus manos viajaron hasta su pelo, donde se enredaron entre los espesos rizos negros surcados de canas.

Los dedos de Daniel, impacientes, bajaron por su cuerpo hasta llegar a su entrepierna. Tantearon la piel de su pubis, de sus caderas y de sus muslos, provocando escalofríos y gemidos ahogados; Marnie llevó sus labios al oído de Daniel, gimiendo con fuerza para que el hombre se diese prisa. Finalmente los dedos de Daniel alcanzaron lo que estaban buscando: acariciaron los pliegues que describía su carne húmeda y ardiente, las uñas arañaron con suavidad la entrada a su interior… Marnie alzó las caderas y gimió, desesperada. Finalmente, el dedo índice y el corazón de Daniel la penetraron con fuerza hasta que el resto de la mano chocó contra ella. Con Marnie aferrada a él como si le fuese la vida en ello, Daniel comenzó una lenta tortura. Los gemidos escapaban por los labios entreabiertos de Marnie como la lluvia en plena tormenta, y Daniel no tardó en aumentar la velocidad con que sus dedos entraban y salían de la chica.

—Más —jadeó ella entre gemidos.

—¿Cómo se piden las cosas? —rió Daniel con su voz grave y profunda.

—Por favor…

—Así me gusta.

En un abrir y cerrar de ojos, Daniel la llevó al límite. Marnie se estremecía de placer, gimiendo con toda la fuerza de sus pulmones, mientras Daniel seguía introduciendo dedos en su interior. Le faltaba solo el meñique cuando decidió que no quería contenerse más.

Sacó sus dedos empapados del interior de Marnie y dejó que la mano de la chica buscase su miembro, duro y palpitante. Marnie lo acarició con suavidad pero firmeza, sonriendo al sentir que el hombre se estremecía en su mano. Uno de sus dedos se aventuró por la rugosa piel de sus testículos y Daniel gimió suavemente. Lo guió hacia su entrada y él la penetró con fuerza, sin piedad.

Daniel dio comienzo a sus furiosas embestidas. Aumentaba la fuerza y la velocidad con cada una, arrancando gemidos a Marnie y crujidos a las patas de la cama. Marnie se aferró a él, clavándole las uñas en la espalda, y deseando que aquel momento no acabase nunca. Daniel bajó la cabeza buscando sus labios y los capturó en un beso ardiente y apasionado; su barba irritó la fina y pálida piel de Marnie, pero a ella no le importó.

Una de las manos de Daniel se aferró al cabecero de la cama para aumentar así la fuerza con que sus caderas golpeaban las de Marnie y la otra se agarró a la estrecha cintura de la chica, que se estremecía de placer bajo su cuerpo. Ambos empezaron a sudar, pero ninguno de los dos disminuyó la fuerza con que sacudían sus caderas. Daniel se hundía en ella y emergía de las profundidades de su cuerpo como un animal desbocado, y cada embestida la acercaba un poco más al paraíso. Marnie sintió que el primer orgasmo comenzaba a formarse en sus entrañas, por lo que soltó su mano derecha de entre los rizos de Daniel y la bajó por todo su cuerpo, deteniéndose solo cuando sus dedos encontraron su clítoris. Comenzó a frotar la pequeña protuberancia, sin importarle que sus nudillos chocasen con el cuerpo de Daniel. El orgasmo crecía a medida que Marnie masajeaba aquel pequeño punto, cada vez más fuerte y cada vez más rápido. Un devastador orgasmo la arrolló, dejándola sin respiración. Su gemido se cortó en su pecho y tuvo que cerrar los ojos y aferrarse a Daniel para no desvanecerse. Sus fluidos comenzaron a manar, empapándolos a ambos.

Se recuperó medio segundo después. Obligó a Daniel a darse la vuelta y descendió por su pecho, por su vientre y por sus caderas. Su miembro estaba húmedo y todavía sabía a ella cuando la chica comenzó a jugar con él. Primero besó la punta, mojándolo todavía más con la saliva que escapaba por sus labios carnosos. Su mano izquierda lo sujetó por la base y comenzó a subir  bajar, despacio, mientras la otra viajaba con exasperante lentitud entre sus testículos y su ano. Daniel se estremeció de placer y la agarró por el pelo, por lo que Marnie supo que debía darse prisa.

Abrió la boca y dejó que su lengua dibujase un húmedo sendero por todo el pene, dando vueltas a la punta y jugando con la rugosa piel que unía el prepucio al glande. Fue entonces cuando lo engulló entero. Su boca apenas alcanzaba la mitad, por lo que su mano aumentó de velocidad. Combinaba su boca con sus hábiles dedos, que danzaban por toda la zona arrancando gemidos y estremecimientos al hombre. Sin dejar en ningún momento de subir y bajar por su pene, la lengua de Marnie acarició la piel suave y surcada de venas. No tardó demasiado en notar que el miembro de Daniel temblaba en su boca, por lo que se preparó para lo que se avecinaba. Daniel se corrió con un fuerte gruñido y su semen inundó la boca de Marnie, que abrió la garganta y trató de tragarse aquel líquido espeso. Un poco escapó por la comisura de sus labios, pero no se lo limpió.

Daniel la atrajo hacia sí cuando al fin hubo acabado; ambos sudaban y respiraban agitadamente. El hombre le limpió la barbilla con la lengua y la besó larga y profundamente.