Por un chantaje en los vestuarios del instituto

Un compañero de clase descubre que soy gay y me amenaza con contárselo a todo el mundo si no hago todo lo que dice.

Eran las 10 de la mañana y estábamos en clase de deporte. El imbécil del profesor nos tenía dando vueltas alrededor del gimnasio durante 45 minutos, ya no podía ni con mi alma.

Había estado toda la clase lanzándome miradas con Joel, uno de los malotes de la clase que, pese a tener una pinta de chulo que no podía con ella, tenía buena fama entre los profesores, pero eso solo era porque tenía una cara bonita, venía de una familia pija y sabía hacerse el educado, no conocían al verdadero Joel.

Al verdadero Joel no le importaba ser educado, era un capullo con todos los que no estuvieran en su grupo de amigos, a las tías se las tiraba y cuando intentaban volver a hablar con él las llamaba putas, en fin, un asco de tío.

Pero, a decir verdad, el chaval estaba muy bueno, normal que ligara tanto siendo tan gilipollas. Medía como un metro noventa y tenía un cuerpazo que se notaba que se pasaba horas en el gimnasio, hasta a mí me gustaba, y ahora no dejaba de mirarme y sonreír como si me quisiera follar allí mismo en mitad del gimnasio.

Por fin se terminó la clase y nos dirigimos a los vestuarios, yo siempre soy de los últimos en ir porque no soy muy fan de que me vean desnudo así porque sí, por lo que al entrar ya estaba casi vacío, a excepción de un par de chicos que ya estaban terminando de vestirse y una ducha que todavía estaba encendida.

Me desvestí hasta quedarme en calzoncillos, cogí mi toalla y me metí en una ducha. Al salir con la toalla anudada a la cintura me encontré a Joel de pie junto a un banco, dándome la espalda mientras usaba el móvil, supongo que era él el que estaba en la ducha. Lo que me sorprendió fue que estaba totalmente desnudo, ese tío no tenía vergüenza ninguna, lo que sí tenía era un culo bien firme y trabajado que no pude dejar de mirar hasta llegar a mis cosas.

Al escuchar un ruido se giró y me vio, creo que no se esperaba que estuviese allí.

—Ey, Isaac, ¿verdad? —Preguntó.

—Ajam. Tú Joel, supongo.

—El mismo. —Respondió riéndose y extendiéndome la mano, que acepté a la vez que se me escapó una mirada a su polla, que se meneaba con cada movimiento—. Perdona tío, no suelo quedarme en pelotas delante de desconocidos, es que pensé que estaba solo.

—No te preocupes, no sería la primera que veo. —Solté sin pensar. No quería que el cani de mi instituto supiera que me gustaban las pollas, en especial la suya.

—Claro, tío. Estamos entre hombres, jaja. —Contestó poniéndome una mano en el hombro, haciendo que me tensara un poco—. Estás nervioso, ¿te pasa algo?

—N-no, nada… ¿por? —Intenté disimular, pero no lo conseguí.

—Pues porque no dejas de mirarme la polla y estás muy tenso. ¿Qué pasa? ¿Eres marica o qué?

—Eh…y-yo… —No me salían ni dos palabras seguidas.

—Es que ni los maricones se resisten a mi rabo. —Dijo mientras se reía—. Tranquilo, es normal. —Este chico tenía demasiada autoestima. Aunque es verdad que estaba muy bueno.

—Por favor, no…

—Sí, tranquilo, tu secreto está a salvo conmigo… si haces lo que yo te diga claro.

—¿Cómo? —Pregunté, todavía sin creérmelo.

—Pues eso, que si no quieres que todo el mundo sepa que tenemos a un maricón viéndonos los rabos cada vez que vamos al vestuario vas a tener que obedecerme en lo que yo te diga.

—No puedes hacerme esto, por favor…

—Claro que puedo, ¿o es que todavía no sabes con quién estás hablando? —Respondió con su sonrisa de macho alfa haciéndose el chulito—. Y date prisa en responder, que se me acaba la paciencia.

Tardé unos segundos en responder, pero tenía claro que no iba a salir de esa situación tan fácilmente. Aunque negara lo que dijera Joel todo el mundo le creería a él, era de los populares y yo era un don nadie.

—Está bien, haré lo que quieras.

—Eso está mejor. Venga, dame un masaje, que tengo la espalda cargada.

Y se giró dándome la espalda, todavía desnudo. No me quedó más remedio que obedecerle y empecé masajeando los hombros, seguí bajando por su espalda y volvía a subir a los hombros, supongo que le gustaba, porque soltaba un suspiro de vez en cuando.

Una de las veces que bajaba por su espalda le empecé a masajear cerca del culo, rozándolo sin querer, lo que provocó que se girará y me diera un bofetón en toda la cara, dejándomela roja.

—¡¿Pero qué coño haces?! ¡¿Te he dado yo permiso para tocarme el culo, maricón de mierda?! ¡Aquí el único marica eres tú, que no se te vuelva a olvidar o la próxima hostia te deja en el suelo!

—L-lo siento… —Me disculpé sujetándome la cara.

—¿Lo sientes? Ya te digo yo que lo vas a sentir. —Me agarró del pelo y me hizo ponerme en el suelo, casi a cuatro patas—. Bésame los pies. —Me resistí un poco, nunca he sido fetichista ni me ha llamado la atención, pero no me dejó mucho tiempo para pensar, otro bofetón me llegó en el mismo lado de la cara mientras me seguía jalando del pelo—. ¡Que me beses los putos pies, joder! ¿A parte de marica eres sordo?

Y así lo hice, le besé los pies un par de veces con la esperanza de que se quedara satisfecho y me dejase irme, pero no iba a ser tan fácil.

—Así mejor. Si al final los maricas sois iguales que las tías, estáis todas hechas unas zorras. —Dijo mientras se sentaba en el banco del vestuario con las piernas abiertas dejando su polla descansando en medio—. Pues ahora vas a comportarte como una zorra de verdad. Chúpamela.

—¿Q-qué? ¿En serio? —Respondí a la vez que mi cara se volvía roja, no sé si por los golpes o por la vergüenza.

—¿Qué pasa? ¿A la princesita le da miedo que le vean? Pues cuanto antes empieces antes terminas y te vas de aquí.

Quisiera o no, tenía que obedecerle. Así que me puse de rodillas y me metí su polla en la boca sin quejarme, tenía que hacerlo bien para que no tardara en correrse. No tardé mucho en notar como iba creciendo en mi boca. Yo no tenía mucha experiencia haciendo mamadas, pero los que las habían recibido no se habían quejado.

Estaba concentrado, intentaba mantener un buen ritmo, metérmela entera en la boca (cosa imposible porque tenía un tamaño considerable, pero las arcadas que me daban le gustaban), lamerle los huevos y, sobre todo, intentaba actuar como si me gustara, así terminaba antes y me dejaba irme. Estaba tan concentrado que incluso cerraba los ojos de vez en cuando, imaginándome que no me estaban obligando.

Sus gemidos en aumento me indicaban que se estaba acercando al orgasmo, así que me centré en mantener el ritmo y a los pocos segundos empezó a suspirar y gemir tensando demasiado el abdomen y marcando una tableta que casi me corro yo de solo mirarla.

—¡Ah, me corro! ¡Toma zorra, traga! —Gritaba descontrolado, suerte que la clase de gimnasia tocaba justo antes del descanso y teníamos más tiempo para tardar sin que fuera sospechoso.

Fue una gran corrida, como seis o siete trallazos que me llegaron al fondo de la garganta. Tuve que tragármelo todo, por si se fuera a enfadar si no lo hacía.

—Que bien la chupas, putita. Nos lo vamos a pasar muy bien tú y yo. —Comentó mientras se levantaba para vestirse.

Yo seguía de rodillas en el suelo, aún con la toalla a la cintura. Aproveché desde que salió por la puerta y fui a mi taquilla a coger mis cosas cuando, al quitarme la toalla, me di cuenta de que tenía una erección como hacía mucho que no tenía. Me gustara o no, que Joel me utilizara así me había puesto muy cachondo. No pude resistirme y empecé a hacerme una paja allí mismo, de pie frente a mi taquilla, llenando la puerta de mi lefa al correrme, tuve que limpiarlo con mi toalla para no dejar pruebas.

El resto del día fue relativamente normal, mis amigos me preguntaron donde me había metido en el descanso y yo les puse una excusa tonta para que me dejaran en paz.

Terminaron las clases y fui a coger el bus para ir a casa que, como siempre, estaba vacía, mis padres trabajaban hasta tarde. Mientras comía me llegó un mensaje al móvil de un número desconocido:

“Te has portado muy bien, pero esto no ha hecho más que empezar. Te recuerdo que me sigues teniendo que obedecer o le enviaré esto a todo el instituto.”

Con el mensaje habían llegado unas cuantas fotos. Fotos mías, de rodillas, con los ojos cerrados y la polla de Joel en la boca. A él no se le veía, pero a mí se me reconocía perfectamente.

Ahora sí que no tenía elección, debía de obedecer a Joel hasta que se cansara si no quería que me arruinase la vida.