Por tu verga de ángel

Una noche de violencia y placer con un nombre alado.

Estaba dormida, ya no se oía nada alrededor. Una cama ENORME para mí; demasiado espacio yo diría. De pronto, luz; no quise abrir los ojos, prefería que fueras tú el que empezara.

Esa noche, como tantas otras, me había dormido húmeda, empapada imaginándote; con sólo una almohada entre mis piernas, tratando de sustituir tu hermoso pene.

Te acercaste, sabía que esa luz no era otra cosa: tenías que ser tú. Por fin abrí los ojos, suerte que dormí en la mitad de la cama, así pudiste acomodarte detrás de mi espalda. Tocabas mi ano con tu gorda verga ya bañada en líquido preseminal; sabías que estaba despierta, rozabas mi espalda con tu pecho húmedo de sudor y empezabas a tocar mis enormes tetas que estaban como un par de volcanes a punto de estallar; con los pezones erectos, rugosos como dos cráteres, no deseando otra cosa que no fuera tu boca succionando de ellos los líquidos que nunca habrían de salir

Y aunque disfrutaba tus yemas en mis redondas bolas, deseaba más que tocaras mi coño, que estaba bañado en mi olor deseando que insertaras, que me enterraras una y otra vez tu verga parada, dura como madera, fuerte como el hierro.

Tendríamos que besarnos primero, tocarnos, frotarnos uno contra el otro; pero yo quería brincar los preámbulos y que me metieras tu falo, que tiene la virtud de quitarme el aire, asustarme, encantarme, excitarme y llevarme a más de un orgasmo; y es que es tan ancha, tan abultada, enormemente gruesa, que toca cada una de mis paredes vaginales y fricciona mi punto G.

He pensado tantas veces en arrancártelo para tenerlo a mi antojo, para masturbarme con él hasta no poder caminar, hasta que salga sangre, para después llamarte y que chupes el único líquido mío que no has probado.

Pero no importaba qué quisiera yo, sabía que buscarías tu propio placer, y es que vienes tan esporádicamente… no te importó la lubricación: cubriste mi boca con alguna tela para dejarme amordazada, me pusiste de espaldas y me clavaste tu verga por atrás, sin preguntar.

Intenté gritar, quise moverme, pero no me dejaste, me sujetabas mientras metías y sacabas tu miembro sin parar, cada vez más rápido. Sabía que existe un límite sutil entre el dolor y el placer, pero vivir el extremo sufrimiento y la suma delicia de sentirte dentro es indecible.

Me volteaste ya de frente y por primera vez nos vimos. Lamiste las lágrimas que no pude contener y aunque yo anhelaba que me besaras y me pidieras perdón, no fue así; en cambio te reíste –así de lado, como sueles- y me penetraste vaginalmente. Podía sentir tu prepucio amarrado a mi clítoris, tu prepucio dentro. Lloraba y sólo veía tus ojos vidriosos, tus dientes mordiendo el labio inferior de placer y tus enormes alas de ángel revoloteando al ritmo de tu penetración.

Empezabas a gemir, sabía que no te ibas a venir más que en mi vagina y así lo hiciste, pero no del todo: sacaste tu pito y lo pusiste entre mis tetas para terminar de eyacular. Esparciste tu semen por todo mi pecho, por mi vientre y luego en mi cara.

Al fin descubriste mi boca y pude decir:

  • "¿Cómo te llamas?"

  • "No importa"

  • "Quiero nombrarte, rezarte por más noches así"

  • "Fidelio, pero podría ser Francisco, Enrique o Sebastián y sería igual"

  • "¿Ángel Fidelio?"

No contestaste. Con dolor desprendiste una pluma de tus alas, la pusiste entre tus dedos índice y pulgar, luego la soplaste. La sequí con la mirada y cuando quise verte ya te habías ido. Volvió la oscuridad y comenzó de nuevo el deseo de sentirte dentro, de someterme a tu voluntad.

Sin duda este domingo iré a misa. Rezaré y pediré al Ángel Fidelio –no olvido su nombre- porque vuelva de vez en vez aunque me cueste lágrimas o sangre.