Por tu amor (9)

Capítulo IX – Preludio de un momento caótico.

Capítulo IX – Preludio de un momento caótico.

Sofía salió algunos minutos después, su rostro estaba visiblemente contrariado, y María Fernanda sentía frustración por no poder hablar. Cuando ella se acercó y se sentó a su lado, María Fernanda sujetó su mano y la presionó con la poca fuerza que tenía.

  • Discúlpame, es una parte de mi vida que me gustaría borrar, perdí mucho de mí en ese tiempo… en fin… – Sofía suspiró y acomodó su cabello. – Las cosas marchaban bien con Salomé, con nuestro negocio, todo fluía perfectamente. Ese año entero estuvimos juntas, trabajando incansablemente por la consolidación de nuestro proyecto. Una noche decidimos ir a celebrar el aniversario de nuestra fusión, considerando que acabábamos de cerrar un buen negocio con un político prominente, era una buena excusa… así que nos fuimos de fiesta.

FLASHBACK

  • Cariño mío, acabo de hablar con Peñaranda. Estamos invitadas a una cena mañana en casa de los Salvatierra, al parecer su ahijada, hija del tipo este, Raúl Salvatierra, se va a lanzar como Senadora y me dijo que habrá muchas personas ahí que podrían estar interesadas en hacer negocios con nosotras, nos hizo un poquito de publicidad, claro, lo salvamos de tener que viajar en metro el resto de su vida. – Salomé reía a carcajadas.

  • O sea, no podremos tener nuestro acostumbrado maratón sexual de domingo al volver de la disco. – Suspiré con desánimo.

  • Te compensaré en diciembre. – Se acercó a besarme. – Lo prometo.

  • ¿A dónde esta vez? – La abracé de la cintura y ella se colgó a mi cuello.

  • París. Te haré el amor en un balcón desde el cual puedes mirar la Torre Eiffel.

  • Tentador. – Me lancé a devorar su boca con ansias, y ella me detuvo. Sí, Salomé es especialista en manipular mi deseo, le encanta tenerme sufriendo, aunque, al final lo vale.

  • No hemos salido y ya mi maquillaje tendrá que ser retocado. Eres terrible. – Sonrió y tomó nuevamente el labial.

No le respondí, solo me abracé a su espalda mientras la veía retocar sus labios con ese rojo carmesí que lucía tan perfecto en ella. Ambas nos vestimos algo “informales” para nuestra salida de esta noche; pantalones de jean, camisas con tirantes en mi caso, y ella ese bendito e insoportable suéter, blanco esta vez… no, es en serio, solo verla me daba calor… en fin, no teníamos intenciones de llamar la atención, aunque Salomé era llamativa hasta con un disfraz de salchicha. Demasiado hermosa, demasiado mía.

Fuimos en taxi para tener libertad de beber sin pensar en que alguna tendría que manejar de regreso a su apartamento. Un jugueteo travieso dentro del taxi, unas miradas tiernas, podía decir que ese fue nuestro mejor momento.

Llegamos y el ambiente estaba a todo dar, buscamos lugar en la barra, y empezamos con los coctelitos. No teníamos 10 minutos y ya había contado al menos 5 chicas que no le quitaban la vista de encima. Bueno, en realidad teníamos esa costumbre, una competencia inocente para saber quién era la más vista de la noche, en este caso, la que perdiera, hacía el desayuno al día siguiente, eran juegos entre nosotras, muy divertidos y que nos subían el ego de “mi novia es hermosa”. Muchas se ponen celosas porque alguien mira a su novia en un bar, ¡vamos!, no sean tontas, que eso pase, dice mucho de tu buen gusto, además, mientras ellas ven, tú comes.

Una cosa que es muy común en los lugares de “ambiente”, es que repiten hasta el cansancio la misma música, otra cosa, Salomé es ADICTA a esa clase de música, ella es demasiado… Salomé. Estaba terminando su trago, cuando de repente sus enormes y hermosos ojos se abrieron brillosos, me miró con una sonrisa de esas que hace que me moje en un instante, me tomó de la mano y me dijo “¡amo esa maldita canción!”… sí, ella es así.

Como no podía ser distinto, ella me llevó hasta el centro de la pista, y sin mucho esperar, comenzó a bailar sensualmente para mí. Recuerdo la canción en cuestión, la repite una y otra vez cuando vamos en su carro, “Tel Aviv – Offer Nissim”… afortunadamente es Ecónoma y no DJ, pues, fracasaría estrepitosamente.

Salomé tenía ciertas cosas particulares, se obsesionaba con ciertos sonidos, y eso la impulsaba a repetir una y otra vez una canción cuando le gustaba, hasta que se hartaba y la dejaba de lado, sin embargo, con esta no pasaba eso. Lo otro, le encantaba bailar, es como si dejara salir algo muy profundo, y lo expresara de esa manera. Su mirada, sus movimientos, su sonrisa…. Salomé y sus cosas bellas.

Más de dos horas después de una embriagante mezcla del bendito DJ favorito de mi novia, como si no existieran otros DJ’s con calidad, ella recordó que la bebida es parte integral de la celebración, y dejó de bailar. Agradecí infinitamente cuando me haló del brazo y regresamos a la barra, pues, ya me sentía seca.

  • ¿Cuántas llevas? – Preguntó mientras bebía su coctel.

  • 35, ¿y tú?

    1. Te tocará cocinarme mañana, quiero waffles con nata montada y fresas. No me importa nada. – Soltó una carcajada.
  • La última vez pediste lo mismo, puedo hacer más que eso.

  • Quiero waffles, tendré waffles. Fin de la conversación. – Dijo, levantando una ceja y mirando de reojo.

  • Eso me pasa por tener la mujer más hermosa a mi lado, siempre perderé en estas cosas. – Bebí resignada.

Salomé bailó hasta la hora loca, estaba feliz, y yo me sentía feliz de verla así.

Decidimos regresar muy cerca del amanecer, con suerte, podría convencerla de retozar un poco, me sentía deseosa de ella, y se lo hice saber en el taxi de regreso, en medio de una sesión intensa de besos profundos y caricias sugestivas.

Cuando llegamos al apartamento, ella se comportó muy coqueta conmigo. Se quitaba la ropa lentamente y la dejaba regada por doquier.

  • Por cierto, tendrás que recoger esto. – Dijo, mientras dejaba caer su hermosa humanidad en el montón de cojines.

¿Cuántas veces habíamos hecho esto?, muchas, pero, cada una de ellas tenía algo que la hacía perfecta e irrepetible.

No dije nada, verla desnuda, mirándome con esa expresión tan única, tan tierna. Amaba su mirada puesta en la mía. Ella me hacía señas para acercarme, y así lo hice. Me senté sobre ella, como si quisiera cabalgarla, cerró sus ojos y sonrió.

Subí lentamente mis manos por su abdomen, y me incliné para besar sus labios. Ella gimió, se aferró a mi cuello y levantó su cadera, incitándome a moverme para ella. No dejaba de acariciarla, posé mis manos en sus pechos y los magreaba mientras devoraba su boca. Ella comenzó a agitarse más cada vez, tomaba mi rostro entre sus manos y me miraba mientras sus movimientos me hacían delirar.

  • Te amo. – Dijo sin dejar de mirarme.

  • Te amo más. – Le respondí, antes de meterme de cabeza en su cuello y bajar mis manos hasta sus caderas, ella me abrazó con sus piernas y la danza de nuestros cuerpos se volvió más salvaje. Perdimos el control y estallamos casi simultáneamente.

Regresé a encontrarme con sus labios, helados, temblorosos, labios que me hacían sentir dichosa al poseerlos, sus besos eran perfectos, Salomé y solo Salomé sabe cómo se besa a Sofía. Fin.

Sus caricias en mi espalda eran una invitación a continuar, pero, algo muy gracioso nos interrumpió. Su estómago gruñó con fuerza, y ella se puso roja. Podíamos tener todos los años del mundo juntas, pero, ese tipo de situaciones la avergonzaba.

  • Mi amor. – Le dije con ternura. – Adivino, despertó la bestia. – Comencé a besarla repetidas veces.

  • Sí. – Respondió apenada. – Más vale tenga mis waffles listos antes de morir de inanición, cosa que calculo sucederá en aproximadamente 45 minutos.

  • ¿Sabes?, me resulta curioso que siempre ganes el conteo, no es que dude que seas mucho más hermosa que yo, pero, vamos, ¿siempre?

Salomé miró hacia un lado, prensó un poco los labios, como queriendo contener la risa. Me hizo a un lado y fue a toda prisa hacia la habitación.

  • ¡Salomé Pocaterra, ven acá! – Dije, viéndola huir de mí, tan cobardemente.

Pude escucharla decir entre risas “ahorita no, joven”.

Eso me hizo deducir una única cosa, Salomé hacía trampa. Ya tendría mi venganza, anoté eso en mi “lista de cosas que debo hacerle a Salomé cuando se le olvide que planeo vengarme”. Sí, no he ejecutado ni la primera cosa de la lista aún, es muy astuta…

En eso se nos fue el día. Dormimos un poco luego de desayunar, ella preparó una comida ligera a media tarde, y al nacer la noche, nos estábamos arreglando para la cena. Nuestros atuendos eran muy elegantes, en mi caso, vestido tipo coctel ceñido al cuerpo, blanco, falda escotada hasta la rodilla, sin tirantes y con un escote de pecho moderado. Ella usó algo más conservador, vestido negro hasta los tobillos, abierto de un lado de las piernas, escote sensual (recordarlo me hace agua la boca), y tirantes de manga completa. Estaba hermosa. Dejó su cabello suelto, esas ondas que se hacían al caer como cascada, me enloquecían. Yo no salí de mi zona de confort. Moño arriba, listo. Como era costumbre desde hace algún tiempo, intercambiamos perfumes. Retocamos maquillaje, colocamos accesorios, y nos fuimos en su carro.

La casa del tipo era tan ostentosa, que me hacía sentir modesta por vivir donde vivo. Jardines impecables, luces brillantes que dejaban admirar la belleza de las fuentes que te deslumbraban al pasar. Dentro de la casa, había mucha, mucha gente. No conocía muchos de esos rostros, pero, Salomé estaba como pez en el agua.

  • Mi amor, te daré una introducción rápida de la gente aquí. Aquel sujeto de allá, su nombre es Saúl Velasco, es un inversionista a tener en cuenta. Ese de allá, que parece un borracho de… no, espera, está borracho, ¡Dios!, ¿son las 8 y ya está borracho?... bueno, es el yerno de Don Piero Di Medici, se me hace raro no ver a su esposa, siempre he querido conocerla, me han dicho que es mucho más hermosa de lo que se ve en las fotos.

  • Dudo que sea tan hermosa como tú. – Le dije, en tono coqueto.

  • Me miras con los ojos del amor, las italianas son irresistibles.

  • Hola, Pocaterra. – Le dije, levantando mis manos como diciendo ¿y tú qué eres?

  • Mi papá, mi papá es… era, italiano. Yo soy criollita, y del estado más hermoso en todo este territorio.

  • Sí, “señoraquenodominaelitaliano”. – Reí a carcajadas.

  • Ya no me interrumpas, que cuando empiecen a llevarnos de un lado al otro, no podremos chismorrear. – Dijo, apurando el paso.

En ese momento, nos interrumpió Peñaranda, se le notaba a leguas que tenía sueños húmedos con Salomé, se la comía con los ojos, y yo… bueno, pensando en lo mucho que ama Salomé una húmeda vagina.

  • Señoritas, vengan conmigo, las cosas están un poco “alegres”.

  • Sí, ya me di cuenta. – Salomé apuntaba con la mirada hacia el yerno de Don Piero.

  • Dicen que cuando el organizador está ebrio, algo anda muy mal.

  • Ya va, pero, ¿no lo había organizado Salvatierra? – Preguntó Salomé.

  • El pendejo ese se ofreció, a cuenta de ser marido de la heredera de Don Piero, quiere estar metido en todo. De hecho, tengo rato sin verla, la vi con una muchacha hace un momento. Bueno. Eso es otro asunto.

  • Aquí veo una especie de tetraedro amoroso. – Salomé juntaba las yemas de sus dedos mientras maquinaba escenas en su mente, la conozco de sobra.

  • ¿Insinúas que es lesbiana?, tonterías, tiene hijos y es bonita.

Salomé volteó a verlo, y no pudo evitar reírse a carcajadas. Yo pensé que me presentaría como su novia, pero, preguntar por una mujer y no presentarme como su novia, me hizo pensar que ella era mi “amiga” en ese momento, así que empecé a escudriñar si había algo de mi altura en aquel nido de ratas adineradas.

Fernando Peñaranda, era un hombre promedio, se notaban los años en su rostro, pero, aún tenía cabello y pocas canas. No era del todo pelirrojo pero, no sabías si ese color era rubio o rojizo; eras libre de decidir. Blanco, muy blanco, pecoso que da asco, ojos verdes y una barba tipo candado bien trabajada. Vestía de traje, y estaba perfumado con una loción que te hace sentir que estás en medio de un bosque repleto de pinos silvestres, llueve, y el olor de la madera humedecida se conjuga con lo terroso y te hace pensar “interesante aroma”.

  • Llévame de pesca, quiero enganchar al menos un par de truchas antes de la cena y llevarme una docena luego del postre. – Metáfora nivel: Salomé.

  • ¡Caramba!, vienes con ganas.

  • Si te cuento… – Salomé volteó a verme con picardía.

Conocimos a varios posibles candidatos, tuvimos conversaciones bastante agradables, invitaciones a proyectos, hasta hablamos con un sujeto que tenía contactos en México, Salomé tenía metido entre ceja y ceja expandirnos hacia el norte, y vi brillar sus ojos cuando él la invitó a darse una vuelta por allá para evaluar los movimientos del mercado en esa región.

Pasado un buen rato, a Salomé se le olvidó por completo la “italianita”, se concentró tanto en socializar que no se dio cuenta de cuándo me alejé de ella y me retiré a un balcón que había cerca. Me sentía asfixiada, y no había mujeres llamativas. De paso, ver al tipo ese coqueteando con cuanta mujer se le cruzara, me hizo desear no estar ahí, no podría contener mi asco y manifestarlo abiertamente.

Salomé tenía mejores habilidades sociales que yo. Me gustan más las reuniones de despacho, alguna bebida, y una mesa de madera lo suficientemente fuerte como para soportar mis golpes. Eso es un poco más “mi estilo”.

El humo de cigarro mentolado que invadió de repente el ambiente, me sacó de mi cavilación. Cuando busqué el origen del humo, vi a una mujer ciertamente atractiva al otro extremo del balcón. Ella era blanca, su cabello liso y castaño que llevaba suelto y parecía estar cortado en forma de “V”, eso o su peluquero la odia; además, tenía buen cuerpo y cierto aspecto desenfadado que resultaba llamativo. Tenía un vestido perlado de espalda descubierta, no tan ceñido, más bien, tenía una caída que resaltaba su figura. A juzgar por los tacones que traía, no era tan alta. Aquello parecían zancos, creo que son zapatos con “tacón de aguja”, diseñados especialmente para mujeres que evolucionaron de su primera forma “hobbit”.

Ella tenía la mirada perdida entre las luces que decoraban el jardín, a veces miraba hacia el cielo, llevaba el cigarro a su boca, entornaba los ojos y suspiraba. Noté que traía consigo una copa de vino casi vacía.

En un momento, mi mirada fue demasiado pesada, y ella volteó a verme. Realmente no sabía por qué la miraba, tampoco era la octava maravilla.

La mujer sonrió, y una corriente intensa recorrió mi espalda, haciendo que le devolviera la sonrisa.

  • Aburrido todo esto, ¿cierto? – Preguntó.

  • No es mi elemento, pero, vine por negocios. Mi socia está ahorita tanteando socialmente las oportunidades.

  • Pescando en rio revuelto, ya veo. Estos empresarios de hoy. – Sonrió negando con la cabeza. Terminó su cigarro y lo apagó con el zapato. – Suerte con eso. – Me guiñó el ojo, y así sin más, se fue.

Me quedé petrificada. Ella volteó a verme una vez más y pude percibir que sus ojos eran bastante claros. Comencé a sudar y a sentirme extraña. Decidí regresar con Salomé, y justo a tiempo, pues, casi era hora de la cena.

  • ¿Dónde andabas?, hueles a puta presa. – Salomé y su sentido del humor.

  • Estaba en el balcón y al rato llegó una muchacha y como que la excitaba echarme el humo encima.

  • Caray, andamos de cacería. – Miró con picardía. – ¿Dónde está?, muéstrala.

  • No la detallé bien, en cuanto terminó de fumar se fue. Ni sé cómo se llama.

  • Interesante, creo que es a mi mujer a la que están cazando.

  • Deja de decir cosas, tú eres la que anda de cacería, pareces una jirafa, busca y busca.

  • Vamos, ¿quién no quiere conocer a la hija de Don Piero?, la mayoría de plebeyos debe conformarse con verla en las páginas de sociales, es toda una celebridad.

  • Como digas. – No le di mayor importancia a aquello.

Llamaron a todos los presentes a reunirse para cenar. Ahí estaba ella de nuevo. Era misteriosa, por su forma de mirarlo todo, tan callada, tan apacible, eso o el vino hacía efecto en su sistema. Me parecía curioso que llamara mi atención de esa forma, tanto, que Salomé se dio cuenta.

  • ¿Ella? – Preguntó mientras la miraba. – Debo confesar, a veces tienes tus desaciertos con las mujeres.

  • ¿Qué cosas dices? – Volteé a verla con sorpresa, jamás me había dicho semejante cosa.

  • No me gusta. – Bebió de golpe su champaña.

  • Ni sabemos quién es, ni he dicho que me gusta.

  • Sofía, podría contar en este instante sin temor a equivocarme todas y cada una de las líneas rugosas en el cielo de tu vagina. A ese nivel te conozco. Te gusta, y mucho. – Salomé sonreía.

Cuando iba a responder, el Señor Salvatierra interrumpió para hacer anuncios importantes. (Sí, ese estúpido tintineo de copas que hacen en las películas con esa cara de pendejos estreñidos)

  • Gracias a todos los presentes en esta noche especial. Hoy tengo el orgullo de anunciar que mi hija, aquí presente, inscribió formalmente su candidatura para Senadora del Congreso Nacional. Ven, hija. – Dijo, extendiendo la mano hacia la mujer que hace un momento vi en el balcón.

Todos comenzaron a aplaudir, y yo me quedé pasmada. Salomé me empujó amistosamente y me susurró al oído.

  • Apuntaste alto, no me sorprende. – Pude escuchar cierta risita burlona que me hizo sentir molesta, pero, ¿por qué?, fue lo que pensé en ese momento.

Ignoré a Salomé y seguí escuchando al viejo.

  • Para los que no la conocen aún, ella es Mariana Salvatierra Marcano, La menor de mis 5 hijos, única hembra. A sus 28 años, es Ecónoma y Politóloga, mención honorífica en ambas carreras, además de diversas especializaciones en materia económica y política, dentro y fuera de nuestras fronteras. Miembro más joven del partido progresista. El presidente del partido, aquí presente también, ya la considera “la promesa” del partido. Hoy es el senado, quién quita y en cuatro, ocho, o doce años más, sea la candidata a la Presidencia de la República, no sabemos si estamos delante de la futura primera mujer Presidente. ¡Brindemos por eso!

  • No me agrada. – Salomé susurró en mi oído mientras nos sentábamos.

  • A ver… ilústrame, Pocaterra. – En ese momento, pensé que Salomé quería jugar.

  • Mírala, tiene TOC, mientras su padre hablaba, ella enderezaba los cubiertos, se tocó varias veces el cabello y arregló varias veces su pulsera.

  • Ahora eres Sherlock Holmes. – Me reí de aquello.

  • No, pendeja, es en serio… ¿olvidas que Jacqueline es Psiquiatra?, aprendí algunas cosas mientras estuve con ella.

  • Yo la veo normal. – Traté de restarle importancia.

  • Bueno, no me da buena espina, pero, si te gusta, ataca “cual poodle en celo”, cariño. Huiré por la derecha, ahorita que puedo.

Salomé estaba un poco impertinente respecto a Mariana, yo en ese momento ni siquiera estaba pensando, pero, en algo tenía razón Salomé, ella me conocía mejor que nadie.

Al terminar la cena, hubo un pequeño rato de esparcimiento y una gran mesa de postres.

Vimos a Peñaranda acercarse con el Señor Salvatierra y su hija. Hora de las presentaciones. En mi mente, todas las cosas se esfumaron, quedé en neutro, y todo transcurrió en cámara lenta.

  • Señoritas, el Señor Salvatierra quiere conversar con ustedes. – Si conocen la terminología usada tradicionalmente para describir a esas personas que cargaban los grilletes de otros presos durante la primera mitad del siglo 20, pueden usarla para describir el comportamiento de este pendejo.

El caballero, muy amablemente, nos extendió la mano a ambas, para luego iniciar una conversación cuyo núcleo era simple, presentar a Mariana y recolectar fondos.

  • Me contaba Fernando que ustedes son las dueñas de un grupo empresarial muy importante. Son la clase de contactos que una futura Senadora necesita. Ella es Mariana, mi hija.

Salomé extendió su mano primero, muy “política” ella. Luego, Mariana extendió su mano para mí, sin dejar de mirarme a los ojos. Yo la recibí sin mayor inconveniente que lidiar con lo pesado de su mirada, además, sentí que hincó su dedo medio por la palma de mi mano, al tiempo que sonreía. Salomé nos miró a ambas y suspiró con cierta incomodidad.

La conversación se tornó pesada, el viejo era un experto pedigüeño, y ambas lo sabíamos, pero, Salomé tenía sus técnicas para hacer parecer todo un “sí”, que eventualmente sería un “no”.

Un evento fortuito rompió la atención del grupo, un taconeo intenso nos hizo girar, por el porte y la elegancia, además, al ver al borracho seguirla, supimos de quién se trataba.

  • Pobre Ofelia. – Dijo el hombre.

  • No la vi en la cena, papá.

  • Creo que ese par estaba discutiendo, posiblemente por eso no estuvo presente, hija. Escoger marido no es algo que te tomes a la ligera, espero que cuando llegue tu momento, tomes la decisión adecuada.

Vi a Mariana suspirar con desgano, mientras mordía sus labios de manera sugerente y tocaba su cabello.

  • ¿Me disculpan un momento? – Dijo ella, antes de retirarse.

Su padre se mostró avergonzado y se excusó por ella. Salomé sonrió y me golpeó discretamente con el tacón mientras preguntaba “¿a dónde habrá ido?”. Más impertinente, nadie.

  • Ella a veces se agobia en este tipo de eventos, tendrá que acostumbrarse, pues, el político vive de socializar.

“Idiota, no es que ella se agobie por estar en un evento social, es que no le gustan los penes” – Pensé.

  • Te traeré una copa. – Le dije a Salomé, y fui en dirección a la chica que hacía las veces de coctelera.

La jovencita, tenía varias copas de vino servidas. Su rostro me llamó particularmente la atención, había mucha nostalgia en su mirada, y parecía estar triste, aun así, sus ojos eran muy bellos, llamativos, nunca vi un azul así. Quise buscarle conversación pero desistí. Tomé dos copas, y volví con Salomé.

  • Si la estabas buscando, fue de nuevo al balcón. – Dijo Salomé

  • Te quedaste pegada en el tema. – Suspiré algo ofuscada.

  • Tú estás actuando bastante raro, en mi opinión. Siempre que le montas el ojo a alguien, soy la primera que te aúpa, se me hace muy extraño que te muestres hostil cuando es evidente que la muchacha te gusta, dime, Sofía, ¿ocurre algo?

  • ¿Podemos hablar en el apartamento?, no aquí, por favor.

  • Donde tú quieras. – Dijo, bebiendo de golpe el vino que le traje.

Mientras intentamos escabullirnos, uno de los hombres con los cuales habíamos hablado, se llevó a Salomé del brazo para presentarla a otros sujetos, yo me quedé íngrima en medio de ese bullicio, me sentí frustrada. Fui por otra copa de vino ahí estaba. Hablando con la muchachita que atendía en el bar. Tomé otra vez de las que estaban servidas, y cuando Mariana me vio, caminó en dirección al balcón, mirándome. Y yo pendejamente la seguí.

Al llegar al balcón, encendió otro cigarro y me ofreció uno, me negué, puedo hacer muchas cosas “límite”, pero, ¿fumar?, no. Gracias.

  • Espero puedan disculpar a mi papá, es un poco impertinente a veces. – Decía, para luego inhalar alquitrán como si fuera algo muy maravilloso.

  • Yo no lo llamaría impertinente, hay una mala estrategia ahí, que es distinto. – Respondí, haciendo círculos con la copa, antes de beber un sorbo del delicioso vino.

  • Estrategia. ¿En qué sentido? – Mostró interés en mis palabras.

  • Bueno, si lo planteamos desde otro ángulo, él te vende por tus méritos, por tu potencial, perfecto; él quiere que la gente financie tu campaña, bien, no está mal, pero, hasta ahorita, yo como empresaria, no sé qué harás por mí cuando llegues a una posición influyente. No conozco tu plan de gestión, tus ideas, nada. Él debería dejar que tú te acerques a la gente, que hables de tus ideas, que con palabras seduzcas, y hagas que quieran formar parte de ese proyecto. Yo financiaría la campaña de alguien que tenga buenos planes para el sector privado, que garantice buenas condiciones para que mis negocios se mantengan estables en el tiempo, cosas así.

Mariana se quedó pensativa, luego, sonrió.

  • Interesante perspectiva. Hablas desde el interés personal, es válido.

  • ¿Interés personal?, Mariana, todo en la vida es interés personal, el altruismo solo se ve en las novelas. Si yo supiera que tu influencia afectaría negativamente mis negocios, sería una piedra en tu zapato. Tienes que saber a quién complacer, porque, te cuento, no podrás complacer a todos. Recuerda siempre eso. – Me di la vuelta y quise volver con Salomé. Mariana me sujetó del brazo y mi reacción fue extraña, mi mente por un lado y mi cuerpo por el otro.

  • Me interesaría escuchar más de esas ideas, ¿podemos tomar un café alguna vez? – Preguntó.

  • No veo por qué no. – Respondí sin mostrar mayor interés.

  • Espérame un momento. – Vi cómo se alejaba.

Terminé la copa y quise devolverla al bar, y en ese momento, algo muy curioso pasó. Por un lado, venía Salomé, y por el otro, Mariana, ambas venían hacia mí, Mariana caminaba más rápido, yo miraba a Salomé, ella me sonreía, y de pronto, Mariana se posa frente a mí, me da una tarjeta y me hace inclinar un poco para decirme algo al oído.

Nunca olvidaré la mirada de Salomé en ese momento…

Me despedí de Mariana y me acerqué a Salomé.

  • ¿Lista para volver? – Preguntó, con total serenidad.

  • Sí, mi amor. Vamos a casa.

Ella sonrió cabizbaja y volvimos al apartamento.

Esa noche no hablamos sobre el tema, ni la noche siguiente, ni los días que siguieron. Salomé se comportaba normal conmigo, pero, yo sentía algo extraño en ella.

Esa tarde, estaba en mi oficina firmando algunas cosas, cuando de repente, Lucy me dice que me están solicitando afuera.

Honestamente, no esperaba a nadie, Salomé nunca iba a verme, de hecho, todas las reuniones se hacían en su sede. Cuando pregunté quién era, se trataba de Mariana. Me sorprendí bastante, pero, la hice pasar.

Esta vez, andaba un poco más informal, y fuera de esos zancos, se notaba más la diferencia de altura, al menos 10cm…

  • Mariana, qué sorpresa. – Le extendí la mano, pero, ella besó directamente mi mejilla.

  • No llamaste, y decidí venir a verte. – Dijo, sonriente.

En ese momento recordé lo que me dijo Salomé, pero, por alguna razón, me reprendí a mí misma.

  • Bien, dime, ¿en qué puedo ayudarte? – Hasta había olvidado lo que hablamos, para ser sincera.

  • Me gustó todo lo que me dijiste, de hecho, me gustaría conocer en profundidad tus ideas. – Su mirada era pícara.

Lo que sentía en su presencia, era extraño. Una parte de mí, la repudiaba de cierta forma, pero, la otra parte, se sentía atraída intensamente.

  • Bien, tú me dirás. – Me recliné un poco en mi sillón.

  • ¿Podemos ir a otro lugar?

  • Si esperas que firme lo que tengo pendiente…

  • Veo que vine en mal momento. Si me das tu número…

  • Espera, solo dije que firmaría algunas cosas…

Lo que pasó después… todavía me doy contra la pared. Me levanté de la silla, y salí con ella.

Esta dinámica se daría por varios días, durante los cuales, terminamos hablando de todo un poco, política, economía, cosas de la vida… cuando me di cuenta, Mariana había absorbido parte de mi tiempo, y mi espacio. Un día, almorzaba con Salomé, teníamos bastante tiempo sin compartir, y debido a las llamadas nocturnas de Mariana, me tocó retornar a mi apartamento. Salomé era firme con ciertas cosas, no le gustaban los dramas, no le gustaba Mariana, entre todas las mujeres que he tenido, ella no le gustaba, punto. Lo que ella no sabía, es que yo no tenía idea de lo que sucedía, eso o estaba en negación.

  • Cuéntame, ¿cómo te va con Mariana? – Preguntaba Salomé, mientras embadurnaba de aderezo su ensalada.

  • ¿Cómo me va?, esa pregunta es tan…

  • ¿Ya cogieron?

  • No, ¿cómo se te ocurre?

  • Ya va, Sofía, desde hace un mes que no te deja ni a sol ni a sombra, que por cierto, no me explico cómo es que estás aquí conmigo, y ¿me vas a decir que no han tenido sexo?

  • Sinceramente, no. – Respondí, mordisqueando un poco mis brochetas.

  • Eso es malo… muy malo. Dime, ¿se te insinúa?

  • Sí, pero, es que no estoy familiarizada con eso, sabes que por lo general todo es sexo y ya, y todo lo que ella hace es que si almorzar, que si llamarme, que si mensajes…

  • “Ay, coño”… – Salomé negaba con la cabeza y se reía.

  • ¿Qué? – En serio, no entendía nada.

  • Consideraré la propuesta en México y veré qué podemos sacar de eso.

  • ¿Te vas?, ¿por qué? – En ese instante, sentí un vacío enorme en mi pecho.

  • Sofía-Annelien, – Comenzó a hacer círculos con el tenedor – ¿no te has dado cuenta de un detallito?

Me quedé como una pendeja viéndola, sin ser capaz de responder.

  • A los efectos “de”, ustedes están saliendo. Probablemente tú estés en una especie de “choque emocional”, porque realmente me amas, soy tu pareja y el resto es solo sexo y ya, así que no estás familiarizada con este tipo de cosas estúpidas, porque realmente nunca hemos sido así, bueno, tú y yo somos bastante atípicas. Entonces, ella está en “la cita de ensueño”, con una mujer muy hermosa que la vida le puso en el mejor momento, y en su cerebro, en su maldito cerebro de insecto repugnante, eres su novia y tú la quieres en serio porque no la has tocado y quieres que sea especial. Dime, ¿dónde está ahorita?

  • Ni idea… en realidad yo…

Mi teléfono sonó, sí, era Mariana.

  • ¿Dónde estás?

  • Almorzando con Salomé.

  • Tengo más de una hora esperándote, y tú con otra.

Mi cara fue un poema, pues, Salomé no paraba de reír, tapaba su boca con ambas manos y entornaba los ojos.

  • Disculpa pero, ¿en qué momento quedamos?

  • Todos los miércoles almorzamos.

  • ¿Desde cuándo?

  • Hoy se cumple un mes desde la primera vez que salimos.

Tapé la bocina y le pedí auxilio a Salomé, ella hacía escenas dramáticas mientras se reía. Sí, mi novia burlándose de mí.

  • ¿Salir?, espera, ¿en qué sentido?

Mariana finalizó la llamada, y Salomé dejó salir ese caudal arrollador de risas.

  • ¿Hoy cumplen un mes de novias?, seguro hoy se darían el primer beso y todo aquello. – A pesar de sus burlas, su mirada tenía cierto ahogo.

  • Tengo que aclarar esto, en serio yo…

  • ¿Ya qué?, al menos pruébala, ya después verás qué haces.

  • Si no le he tocado media teta y ya anda excitada, ¿te imaginas si me acuesto con ella?

  • Sí, no te veo más nunca. – Estalló en risas.

  • Jamás… de eso nada.

  • Vamos, tu novia te espera.

  • ¡Basta!, Salomé. – Mis ojos se humedecieron.

Salomé se quedó mirándome, esta vez, había ternura en sus ojos.

  • Siempre fiel, siempre incondicional, hasta que no me quede vida. No lo olvides. – Se levantó y fue al baño.

Mientras la esperaba, pedí la cuenta. Minutos después, cada una se dirigía por separado a su apartamento.

Yo sentía la necesidad de aclarar todo con Mariana, pero, Salomé me arrojaba por un barranco, o era yo quien me deslizaba por la mierda con una sonrisa en la cara… no lo sé, pero no me sentía cómoda con esto. La llamé, y respondió de inmediato.

  • ¿Qué quieres?

  • Necesito que aclaremos las cosas, ¿dónde estás?

  • Esperándote en tu apartamento.

  • ¿Qué?, bueno, voy para allá.

Finalicé la llamada y pensé durante todo el trayecto en lo que iba a decir.

Cuando llegué, estaba sentada en la reja, viendo la hora en su reloj. Me paré frente a ella y se levantó. Mientras abría, empezó a hablar conmigo.

  • ¿Qué hacías con Salomé?

Un fuego ardió dentro de mí, y “se me volaron los tapones”.

  • Mariana, escúchame algo. Salomé Pocaterra es una parte de mi vida que jamás podrás tocar, ella siempre estará, es más que mi mejor amiga, es mi todo. Te prohíbo cuestionarme respecto a ella. Y me vas aclarando qué mierda quieres porque parece ser que todo el mundo lo sabe menos yo.

Terminé de abrir la reja y ella pasó. Escudriñó un poco y luego prosiguió la conversación.

  • Pensé que teníamos algo especial. Es todo. – Dijo, con los brazos cruzados y la mirada esquiva.

  • ¿Especial?, digo, ¿en qué momento esto se trataba de las dos?, hasta ahora te he estado conociendo, más nada, o ¿debía pensar algo? – Caminé hacia la sala y me senté, ella se quedó de pie frente a mí.

  • ¿No ves las señales? – Me miró, impaciente.

  • Mira, conmigo tienes que ser directa, no soy una puta antena para andar captando señales. ¿Qué se supone que tengo que ver? – Dije, haciendo mímicas incoherentes.

  • Sofía, me gustas. – Dijo tímida.

  • De haber empezado por ahí, todo sería más sencillo. – Le dije, sin prestar mayor importancia a su declaración.

  • Eso no es algo que se diga así de buenas a primeras. – Empezó a caminar de un lado al otro.

  • Perdón, pero, si a mí me gusta alguien se lo digo, si quiero sexo lo tengo, y ya. – Me recliné del sofá, y puse mis manos detrás de mi cabeza.

  • ¿Y si quieres algo más?

  • ¿Algo como qué?

  • Me gustaría algo más contigo. – Se acercó más a mí.

  • Ni me has besado y ¿quieres algo más?

  • Eso lo puedo arreglar…

Cuando reaccioné, ella estaba a horcajadas sobre mí, besándome de una forma desesperada, y se movía de tal forma que buscaba un mayor contacto entre ambas. Yo… bueno… no soy de palo. Comencé a tocar su cuerpo, era apetecible, y su olor era agradable. Introduje mis manos por debajo de su camisa, su piel se erizaba al contacto con mis manos, sus pechos eran redondos y algo puntiagudos. Le saqué la camisa, y le arranqué el brassier de un tiro. Devoré uno a uno sus pechos, en ese punto, no había marcha atrás. La acosté sobre el sofá y le saqué los pantalones. Me puse de pie para sacarme la ropa y luego levanté una de sus piernas para comenzar a rozarla.

Ella comenzó a gemir, cerraba sus ojos, tocaba sus pechos, y yo sentía que todo aquello era fisiológico; un mes sin Salomé, un mes sin sexo, porque durante todo este tiempo, nadie llamó mi atención, cosa curiosa.

Pude sentir las contracciones en su cuerpo, pero, yo necesitaba más, así que fui directo a su boca y comencé a frotarme contra ella. Sus succiones eran agradables, mi cuerpo se contrajo espontáneamente poco después. Esto la encendió nuevamente, así que introduje mis dedos en su sexo y comencé a embestirla. Ella me abrazó mientras lo hacía, y yo tenía la mente en blanco. Cuando su adentro atrapó mis dedos, los retiré de inmediato, para después dejarme caer junto a ella, quien se recostó de mi pecho, y se acurrucaba con naturalidad.

Ese fue el inicio de una pesadilla…

FIN DEL FLASHBACK

Continúa…